9 de abril de 2017

Comentario del Libro Relatos de poder (1975), Carlos Castaneda

Comentario del Libro Relatos de poder (1975)

Relatos de poder lleva la marca de mi caída definitiva. En la época en la que tuvieron lugar los acontecimientos que se narran en el libro sufrí una profunda sacudida emocional, la crisis del guerrero. Don Juan Matus abandonó este mundo dejando a sus cuatro aprendices en él. Don Juan se dirigió a cada uno de esos aprendices y les asignó una tarea. A mí, aquella tarea me parecía un placebo que carecía del más mínimo significado en comparación con aquella pérdida.
El hecho de no ver nunca más a don Juan no podía ser aliviado por ninguna pseudotarea. Naturalmente, lo primero que hice fue suplicarle que me llevara con él.
 No estás preparado todavía  respondió . Seamos realistas.
 Pero podría prepararme en un abrir y cerrar de ojos,  le aseguré.
 No lo dudo. Estarías preparado, pero no para mí. Yo exijo una eficacia perfecta. Exijo un intento impecable y una disciplina impecable. Tú aún no los tienes. Los tendrás, te estás acercando; pero todavía no has llegado.
 Usted tiene el poder de llevarme, don Juan, aunque yo no esté a punto y sea imperfecto.
 Supongo que sí; pero no lo haré porque sería un vergonzoso desperdicio. Lo perderías todo, créeme. No insistas. Insistir no cabe en el mundo de los guerreros.
Aquella afirmación bastó para detenerme. Pero en mi fuero interno, sin embargo, anhelaba irme con él, aventurarme más allá de los límites de todo lo que conocía como normal y real.
Cuando llegó el momento en que abandonó efectivamente el mundo, don Juan se convirtió en una especie de coloreada y vaporosa luminosidad. Era pura energía, fluyendo libremente en el universo. En ese momento mi sensación de pérdida fue tan intensa que quise morir. Prescindí de todo lo que don Juan había dicho y, sin dudarlo, me arrojé a un precipicio. Pensaba que si hacía eso, don Juan estaría obligado a llevarme consigo y a salvar cualquier ápice de conciencia que me quedara, muerto y todo.
Pero por razones que me resultan inexplicables, tanto desde las premisas de mi cognición normal como desde la cognición del mundo de los chamanes, no morí. Me quedé solo en el mundo cotidiano, mientras que los tres componentes de mi grupo se dispersaron por el mundo. Era un desconocido para mí mismo, lo que hacía que mi soledad fuera más intensa que nunca. Me veía a mí mismo como un infiltrado, como una especie de espía que don Juan había dejado atrás impelido por oscuras razones.
Las citas tomadas del texto de Relatos de poder muestran la cualidad desconocida del mundo; no del mundo de los chamanes, sino del mundo de la vida cotidiana, que es, según don Juan, tan rico y misterioso como el que más. Lo único que necesitamos para captar las maravillas de este mundo de la vida cotidiana es tener el suficiente desapego. Pero, más que desapego, lo que necesitamos es tener el afecto y el abandono suficientes.
 Un guerrero debe amar este mundo  me había advertido don Juan , para que este mundo que parece tan corriente se abra y revele sus maravillas.
Cuando formuló esta afirmación nos hallábamos en el desierto de Sonora.
 Es una sensación sublime  dijo  estar en este desierto maravilloso, contemplando sus picos escabrosos de aquello que parecen montañas y que, en realidad, son formaciones de lava de volcanes desaparecidos hace largo tiempo. Es una sensación gloriosa descubrir que algunas de esas pepitas de obsidiana se formaron a unas temperaturas tan elevadas que todavía conservan la marca de su origen. Tienen muchísimo poder. Es algo soberbio vagar sin rumbo por aquellos picos escarpados y encontrar súbitamente un trozo de cuarzo capaz de captar las ondas de radio. El único inconveniente de tan magnífico cuadro es que para penetrar en las maravillas de este mundo, o en las maravillas de cualquier otro mundo, un hombre necesita ser un guerrero: sereno, recogido, indiferente, templado por los embates de lo desconocido. Tú aún no tienes ese temple. Tu deber es, por tanto, buscar esa plenitud antes de poder siquiera hablar de aventurarte en el infinito.
He pasado treinta y cinco años de mi vida buscando la madurez del guerrero. He ido a lugares que desafían toda descripción, buscando esa sensación de temple ante los embates de lo desconocido. Me fui discretamente, sin anunciarlo, y regresé del mismo modo. El trabajo de los guerreros es silencioso y solitario, y cuando los guerreros se van o regresan, lo hacen tan inadvertidamente que nadie repara en ello. Buscar la madurez del guerrero de cualquier otro modo sería ostentoso y, por tanto, inadmisible.
Las citas de Relatos de poder me trajeron vivamente el recuerdo de que el intento de los chamanes que vivieron en México en tiempos remotos seguía funcionando impecablemente. La rueda del tiempo se movía inexorablemente a mi alrededor, obligándome a mirar en surcos de los que no es posible hablar y mantener la coherencia.
 Baste decir  me dijo don Juan en una ocasión  que la inmensidad del mundo, ya sea el mundo de los chamanes o el de los hombres corrientes, es tan evidente que únicamente una aberración nos impediría percibirla. Intentar explicar a unos seres aberrantes lo que es andar extraviado por los surcos de la rueda del tiempo es la cosa más absurda que podría emprender un guerrero. En consecuencia, el guerrero se asegura de que sus viajes sean propiedad únicamente de su condición de guerrero.

 Carlos Castaneda


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