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24 de noviembre de 2023

Prólogo De Jorge Luis Borges para Los Ídolos, Manuel Mujica Lainez. Buenos Aires, Hyspamerica, Buenos Aires. 1986


 

Prólogo De Jorge Luis Borges para Los Ídolos, Manuel Mujica Lainez. Buenos Aires, Hyspamerica, Buenos Aires. 1986
 
 
Escéptico de casi todas las cosas, Mujica Lainez no lo fue nunca de la belleza ni —¿por qué no resignarnos a un rasgo puramente local?— de la buena causa unitaria. Había escrito las biografías de Hilario Ascasubi y de Estanislao del Campo y se negó a escribir la de Hernández, que era rosista. Es difícil imaginar dos hombres más distintos, pero fuimos excelentes amigos. Descubrimos un vago antepasado común, donjuán de Garay, que era realmente, creo, Juan de Garay. Nuestra amistad prescindió de la frecuentación y de la confidencia. Soy ciego y, de algún modo, siempre lo fui; para Mujica Lainez, como para Théophile Gautier, existía el mundo visible. También el teatro y la ópera, que parcialmente me están vedados. Sentía, quizá trágicamente, la vacuidad de las ceremonias, de las reuniones, de las academias, de los aniversarios y de los ritos, pero esas máscaras lo divertían. Sabía aceptar y sonreír. Fue, ante todo, un hombre valiente. No condescendió nunca a lo demagógico. En toda vasta obra suele haber rincones secretos. He elegido Los ídolos. En otros libros justamente famosos, Manuel Mujica Lainez suele ser the man of the crowd, el hombre de la turba. En éste, el menos populoso, los personajes de la fábula, que se inicia a orillas del Avon, son de algún modo formas de Shakespeare y de Milton. Cada escritor siente el horror y la belleza del mundo en ciertas facetas del mundo. Manuel Mujica Lainez los sintió con singular intensidad en la declinación de grandes familias antaño poderosas.
 
 
Prólogo De Jorge Luis Borges. Buenos Aires, Hyspamerica, Buenos Aires. 1986
 

 

23 de noviembre de 2023

Instantáneas de Victoria Ocampo, Manuel Mujica Lainez


Instantáneas de Victoria Ocampo, Manuel Mujica Lainez
 

Siempre (hasta cuando el largo tiempo de amistad transcurrido estableció entre nosotros una intimidad maravillosa) ejerció sobre mi la misma fascinación y provocó la misma sorpresa encantada, En cada oportunidad, al encontrarla, al verla, me conmovió como si fuese la primera vez.
Entraba en el teatro Colón, echado sobre los hombros el abrigo; alzaba los impertinentes hacia los ojos castaños, entrecortados, esplendidos, de repente se llevaba una mano a la piel de visón, se iluminaba, sonreía, porque había reconocido a alguno.
Yo la espiaba, quizás desde el fondo de un palco, muy joven, absorto, feliz.
Presidía, otras tardes, la mesa del comedor, en San Isidro, junto a ella, su hermana Angélica, la inseparable, servía el te. Victoria ponderaba los méritos de una mermelada, del dulce de leche, cortaba una torta, la ofrecía. Probablemente había invitados ilustres. Yo disimulaba mi apocamiento contra los paneles; súbita, me descubría y me llamaba, para que participase
de tanta dulzura crujiente y suave, y yo avanzaba, radiante, hacia la mesa que centraba la platería histórica del abuelo Ocampo.
Su carpa se erguía en la arena marplatense de Sasso o de Mary-pesca. Yo, que nunca fui acuático, acechaba su elástico andar por la playa, metido en un toldo. Victoria emprendía caminatas severas, la capa al viento, ceñida la cabeza por un charnbergo o una boina. Desaparecía en lontananza, y a la hora, de regreso, su silueta familiar recuperaba el contorno, tremolante y segura
como una bandera de capa gris.
Los años corrieron. Estábamos ahora en la embajada de Francia, el día de su Legión de Honor. Íbamos, con Maurois, por los salones, hacia el comedor y su heráldico paño glorioso. Esa noche me dijo que la tutease y a mí se me aceleró el corazón agradecido, como si me hubiesen condecorado también.
Una noche distinta, en el viejo patio de la SADE, en la calle México, bajo las estrellas, recibía yo a los agregados culturales de todos los países. Llegó Victoria, cariñosa y señoril, cercana y remota a un tiempo, y se produjo un silencio en la charla cosmopolita. A pesar de mi tarea, de mis obligaciones, sentí que operaba el invariable hechizo y que se esfumaba el resto, el mundo y su Babel. Me detuve y admiré una perfecta obra de arte: caracoles de perlas le rodeaban las orejas; cruzábanse sobre su pecho los alfanjes de brillantes que evocaban a Lawrence y sostenían un breve y fresco ramo de jazmines de la quinta; la sortija y su zafiro centelleaban en la penumbra. Tan generosamente humana, era sin embargo evidente su jerarquía de mito, de ser aparte.
En la Alianza Francesa de Buenos Aires, frente a una sala que colmaba el público, nosotros dos, solos, en el estrado. Habían anunciado que leeríamos unos trozos de Phèdre: ella en el texto
de Racine, yo en mi traducción castellana. Comenzó Victoria. Era la escena inicial del acto segundo:
Thésée est mort, madame, et vous vous en doutez. . .
Levantóse la voz célebre, y sobre nuestras cabezas pasó como una música, estremeciéndonos. Después me tocó a mi, que tosí, vacilé y empecé tropezando, pero entonces la mano de Victoria,
por debajo de la mesa, asió la mía, la apretó, y mi voz, protegida, se afirmó y fue ascendiendo en la sonora cadencia de los alejandrinos clásicos.
Las instantáneas se confunden. Aquí me presenta, en su soleado jardín por el cual vagan y discurren los huéspedes, a Indira Gandhi, que me da la diestra a besar, o me presenta a Camus,
o a Graham Greene, o a tantos y tantos. Aquí, en el hall de las columnas que los retratos de Pueyrredón flanquean, alguien está disertando, alguien importante; hay quienes toman apuntes;
luego se discutirá. Yo la analizo, oculta, defendida por los anteojos de blanca armazón. Se apoya casualmente en la cabeza de mármol que le hizo un alemán, hacia 1925, y a la cual su capricho le
pone sombreros de paja de Italia y la adorna con amplios pañuelos multicolores.
Otra fotografía; en la Academia, en una solemne recepción pública, me pide que me siente junto a ella y Miguel Ángel Cárcano, bajo el tapiz de Escipión. Mientras aguardamos la apertura de la ceremonia, le murmuro tonterías para hacerla sonreír, pero por lo bajo me llama al orden: posee en grado sumo el sentido de la académica responsabilidad, pues enfrenta doquier las responsabilidades con igual y fervorosa constancia.
Instantáneas. .. Esta se destaca en mi memoria. Nos hemos quedado sin más compañía, en la biblioteca de la planta alta de San Isidro. Crepita el fuego, y desde la repisa nos contemplan las efigies de antiguos escritores ingleses. Insólitamente (¿o mágicamente?) la conversación se torna muy íntima. Le hablo de mi padre y de sus amigos. Victoria se quita las gafas, cierra los párpados y se los acaricia; recuerda. Al irme, su beso habitual, en mi mejilla, se acentúa apenas, como si me transmitiese el afecto de una secreta comunicación.
 
 Sus cartas se multiplicaron desde que tan lejos me vine a vivir. La embromé, en una oportunidad, señalándole que parecíamos dos personajes del siglo XIX: desde una quinta de la barranca del río de la Plata, atisbando al eucalipto que llamó “el amigo de toda la vida”, una señora le escribe, en hojas azules, aun señor encerrado en un caserón de las sierras cordobesas, que por su ventana ve una fila de enormes álamos. Es como si ni el teléfono ni el telégrafo hubiesen sido inventados aún. Esas cartas, tan pródigas, tan útiles, que comentan libros y películas, que narran anécdotas, que me estimulan, que me socorren en los trances difíciles, eran esperadas con fruición. Me acuerdo de una carta de Proust de Mme. de Noailles, en que alude a la letra de la autora de Eblouissements: “Quelle émotíon toujours  subraya — quand j'aperçoIz  le tumulte disciplíné de votre écríture.. .”. La misma emoción me estremece -¡ay! me estremecía— al distinguir sus sobres entre los llegados del correo.
Su correspondencia hubiera permitido graduar, mes a mes y año a año, la dolorosa tenacidad y el crecimiento del mal que la consumió y que pudorosamente escondía, el mal en el que acaso tampoco Victoria se atrevió a creer. De haber sido más lúcido, de no haberla imaginado invencible, quizás inmortal, ya que nada hubo más contradictorio que Victoria Ocampo y la noción, la certidumbre de la muerte, posiblemente me hubiese percatado de la inminencia de su fin. Dejé, dejamos, casi todos, de verla; lo impusieron sus sufrimientos y ¿por qué no? su coquetería. Las noticias que le concernían y que solicitábamos ávidamente, nada concreto nos aclaraban. De tanto en tanto, unas líneas suyas cortas, espaciadísimas, rompían el inquietante silencio. Las últimas que recibí son del 7 de diciembre de 1978 (murió el 27 de enero pasado). Están escritas a máquina y es obvio que las dictó:
Perdón por no escribir ni hablar por teléfono. Las neuralgias no me abandonan. 'Te quiero mucho. ¿Puedo decirte algo más? Amiga incomparable; ¿qué más podías, qué más se puede decir? ¿Qué más podías entregar de ti que esas simples y estupendas palabras? También yo te quise mucho. Eras la dueña de un inmenso caudal de ternura, y a eso lo comprendimos y valoramos unos pocos. Los más sólo captaron la imponente magnificencia de tu exterior de orgullo y de voluntad, sin discernir en él la amparadora máscara de tu timidez. ¿Cómo habrá sido el momento en que dictaste esas palabras finales del 7 de diciembre, con las que, ignorándolo yo, te despedías de mí y quizás de muchos sobre quienes, como sobre mí, volcabas el caudal dadivoso de tu cariño? ¿Cuál habrá sido entonces tu imagen? Nunca lo sabré y por eso no se incorpora a la serie surgida de los párrafos de esta remembranza. Mejor así.
Por lógica y por justicia, los homenajes a Victoria, mujer única, se sucederán, y en ellos los estudiosos y los admiradores expresarán el elogio de sus diversas facetas y la riqueza de su personalidad y de su obra. Hay con el tema para llenar volúmenes, y ciertamente tales volúmenes irán apareciendo. Mi contribución a la cosecha no pasa de la de uno que fue coleccionando imágenes, obtenidas lo mismo bajo el fulgor de las grandes arañas, en las atmósferas suntuosas donde su presencia desplazaba el centro de las habitaciones, que en la cercanía de los hombres famosos, inclinados alrededor de su bello rostro pensativo, o en la media luz de una salita confidencial, o en la áurea vastedad de una playa, 0 en el crepúsculo de un jardín criollo, donde cortaba pausadamente ramas y flores.
La postrera de las instantáneas, la que termina el rollo, se veló. Lo escaso quede ella subsiste es una leyenda que guarda la sencilla clave de su enigma, pues aunque dirigida a uno, así debe
leerse; “Los quiero mucho. ¿Puedo decirles más?”. ¿Pudo decirnos algo más? ¿Pudo concretar más acabadamente, en su adiós, lo que fue su inquietud, su afán de ayudarnos, difundiendo, enseñando, facilitando, desvelándose, queriéndonos? Medito sus palabras, en el vacío de este cuarto al que ya no alegrará el regalo de sus cartas azules; los ojos se me enturbian, y los inmensos, álamos de la Carolina se deshacen, se desflecan, como si fueran hechos también con la pálida sustancia de los recuerdos, hasta que sólo queda, en la bruma de la ventana, como
un pájaro aleteante y ansioso de sobrevivir, el mensaje de amor de Victoria Ocampo.

 
Manuel Mujica Lainez
 
Publicado en Diario La Prensa, 8 de abril de 1979




 

22 de noviembre de 2023

La amistad de Shakespeare, Manuel Mujica Lainez


 
 LA AMISTAD DE SHAKESPEARE, MANUEL MUJICA LAINEZ

 
¿De cuántos escritores podemos decir, por grandes que sean, poseen las rarísimas condiciones gracias a las cuales serán de acompañarnos y guiarnos desde la infancia hasta la vejez alimentándonos siempre con su gracia y su sabiduría?
Shakespeare pertenece a su número escaso y es tal vez el dotado de mas amplio espíritu para seguir junto a nosotros a lo largo del viaje difícil. El séquito se prolonga de lustro en lustro, inseparable de nuestra intimidad, desde el soplo aéreo de las hadas que iluminan con alegre chisporroteo el Sueño de una noche de verano, el fresco, exaltado amor adolescente de Romeo
y el amor ansioso y misterioso de los Sonetos, hasta los sueños de libertad y ambición y las desesperaciones de celos y avaricias  que estremecen a las tragedias, para culminar en el dolor de Lear y en las dudas de Hamlet. El séquito se prolonga, porque Shakespeare tiene algo que decirle a cada edad y lo hace con una sonrisa que el brillo de la poesía enciende, o con una mueca de burla, o con un generoso ademán apasionado, o con voz que empaña las lágrimas.
Rubén Darío llamó a Cervantes “buen amigo": Shakespeare lo es, sin límites; buen amigo, comprensivo, inteligente, sensible, de todas las horas, con ese don de adaptación a través del tiempo y esa posibilidad de ser joven y maduro, un hermano y un padre, un cómplice y un consejero, eterno y mudable, de mármol y de sangre y huesos, que sólo el genio es susceptible de producir. Frente a un dilema, los antiguos  acudían a las “sortes”. Para ello abrían un libro al azar, y hallaban en la página casual la respuesta que disiparía su inquietud. En el caso de Shakespeare no se trata de casualidad y de interpretaciones sibilinas, porque provee una respuesta lúcida para cada problema nuestro, dentro de la multiplicidad pasmosa de su obra.
Creo, personalmente, que son contados los escritores de inalterable gloria por los cuales siento tanta simpatía. Los genios que, por su proyección inaudita, escapan a nuestra escala y mesura, porque nos desbordan, suelen colmarnos de una especie de divino terror ante la .vastedad de su prodigio. Casi nunca los sentimos vivos y cálidos. Los hiela, entre relámpagos, la majestad de las estatuas. Shakespeare no. Shakespeare estará siempre vivo. Siendo tan enorme, consigue conservar su calidad humana porque no le asusta mostrarnos sus flaquezas, sus desesperaciones, sus equivocaciones, lo que más lo acerca a nuestra propia fragilidad. Y, como un confesor sagaz que fuera al mismo tiempo el pecador triste que se confiesa, nos abre las puertas hacia la luz de la justicia. En eso, en la riqueza de su equilibrio, finca la maravilla de su personalidad que pasa por los siglos envuelta en la música más conmovedora que jamás oyeron los habitantes del mundo.
Más que en ninguna otra de sus obras, la humana calidad de Shakespeare se transparenta en el enigma de sus sonetos. Ha sido esa una de las tres razones que me atrajo para traducir cincuenta de ellos; la gran admiración que desde muy muchacho he sentido por los sonetos de Shakespeare, desiguales, discrepantes, pero muchos de ellos tan hermosos que nada se les compara en ese género, pues a través de su estructura nos es dado asomarnos a la secreta verdad de un genio que es, al mismo tiempo, un desventurado, un desgarrado ser humano, un pobre y maravilloso hermano nuestro. Los otros dos motivos son la falta de una versión al castellano (pese a los méritos diversos que evidencian algunas de las existentes) que correspondiera con plenitud a mi idea de los sonetos inmortales y a la emoción que en mi había despertado su continua lectura; y las circunstancias especiales por las cuales atravesaba nuestro país en la época en que emprendí ese trabajo y que me impulsaban a elegir una tarea, acorde con mi vocación, cuyo rigor arduo y obsesionante me hiciera olvidar, durante unas horas, todos los días, la tremenda atmósfera que me rodeaba. De esa suerte, los traduje entre 1951 y 1955.
Pero un poema es imposible de traducir. Los ingenuos que piensan que se trata de algo así como trasladar un perfume de un frasco a otro, de forma distinta, empleando un sutil embudo, se equivocan. Recuerda más bien la operación a la famosa historia de Procusto, el que estiraba o cortaba a sus víctimas, hasta que ocupaban las medidas puntuales de su lecho. La poesía refleja, misteriosamente, más que la prosa, la respiración espiritual de su creador. Y eso, ese ritmo íntimo cuya elaboración resulta de la correspondencia insustituible entre la idea y la palabra, es algo que sólo el autor de un poema puede producir, puesto que se trata de algo inherente a su propia esencia y que el traductor no reproducirá jamás en la multiplicidad infinita de sus matices.
Fuera del problema fundamental que he esbozado apenas y que se vincula con las raíces de la personalidad de cada poeta y con su modo distinto de respirar a la poesía, hay que tener en
cuenta el problema que deriva de la estructura de cada idioma,  fruto de un proceso largo y arduo, en el que intervinieron elementos contradictorios, determinantes de su carácter. El traductor de un poema debe enfrentarse, pues, con la individualidad del poeta y con la singularidad de su idioma. Está irremediablemente derrotado, si aspira a conservar, una a una, las cualidades de
su modelo. Debe elegir v desechar, interpretar V adaptar. En una palabra, debe recrear. El poema que quiere traducir debe ser considerado por él como un punto de partida inspirador, pero, puesto que ni podrá adecuar con exactitud su cadencia interior a la del poeta original, ni superponer su idioma sobre aquel que dio forma plástica al poema, lo que hará, guiado por el poeta maestro, será componer un poema suyo, cumpliendo un ejercicio lírico cuyos sucesivos elementos le son suministrados por el poema fundamental. Replanteadas así las cosas, las trabas intrínsecas desaparecen y la traducción poética se torna posible y justificada, al transformarse, como decimos, en una recreación. El traductor debe volver a crear.
Con ese criterio, he llevado a cabo mis versiones de los sonetos de Shakespeare. Me he esforzado por construir, con cada uno de los que traducía, un pequeño poema mío, ajustado dentro de lo factible al paradigma shakespereano, al amparo de su reveladora sugestión. Por ello rehuí ciertas dificultades formales accesorias que hubieran entorpecido todavía más mi labor intelectual, como las que surgen de las imposiciones de la rima y de la arquitectura de nuestro soneto clásico. Elegí el endecasílabo, metro tradicional del soneto, y esa fue mi única sujeción.
Los cincuenta sonetos publicados (que son en verdad 49) y que vieron la luz en el alba del año conmemorativo de Shakespeare, constituyen la primera etapa -por lo menos yo lo espero así de una labor que abarcará la totalidad de esos poemas. Me gusta hacer planes de largo alcance y trato de ceñirme a ellos. Pienso, por ello, luego de haber terminado la elaboración de mi novela El Unicornio, que probablemente insumirá tanto tiempo como Bomarzo, regresar a la atmósfera cálida de Shakespeare y traducir cincuenta sonetos más; luego, si Dios quiere, escribiré El Inca, otra novela igualmente extensa al cabo de la cual volveré a Shakespeare, para verter al castellano los sonetos que me faltarán entonces, hasta completar la cifra de 164 que los comprende a todos. Eso me permitirá, si me alcanza el tiempo, vivir un largo espacio cerca de Shakespeare, en su intimidad, escuchando los latidos de su corazón, y nada, nada puede hacerme más feliz. Porque Shakespeare, como dije al comenzar es “buen amigo", y los buenos amigos no abundan, pero si descubrimos uno no debemos dejarlo escapar, sino que, al contrario, debemos tomar su mano para comenzar con él la oscura selva.
 
 Manuel Mujica Lainez
Publicado en Revista Sur N°289-290, jul./ag. -sept./oct. 1964, pp. 30-33.

21 de noviembre de 2023

Manuel Mujica Láinez - El primer poeta (1538)

Manuel Mujica Láinez - El primer poeta (1538)
 
 
En la tibieza del atardecer, Luis de Miranda, mitad clérigo y mitad soldado, atraviesa la aldea de Buenos Aires, caballero en su mulo viejo. Va hacia las casas de las mujeres, de aquellas que los conquistadores apodan “las enamoradas”, y de vez en vez, para entonarse, arrima a los labios la bota de vino y hace unas gárgaras sonoras. Por la ropilla entreabierta, en el pecho, le asoman unos grandes papeles. Ha copiado en ellos, esta mañana misma, los ciento treinta y dos versos del poema en el cual refiere los afanes y desengaños que sufrieron los venidos con don Pedro de Mendoza. Describe a la ciudad como una hembra traidora que mata a sus maridos. Es el primer canto que inspira Buenos Airesy es canto de amargura. Cuando revive las tristezas que allí evoca, Luis de Miranda hace un pucherillo y vuelve a empinar el cuero que consuela. Tiene los ojos brillantes de lágrimas, un poco por el vino sorbido y otro por los recuerdos; pero está satisfecho de sus estrofas. A la larga los fundadores se las agradecerán. Nadie ha pintado como él hasta hoy las pruebas que pasaron.
Espolea al mulo rezongón, casi ciego, casi cojo de tanto trotar por esos senderos infernales, y a la distancia avista, semioculta entre unos sauces, la casa de Isabel de Guevara.
A ésta la quiere más que a sus compañeras. Es la mejor. En tiempos del hambre y del asedio, dos años atrás, se portó como ninguna: lavaba la ropa, curaba a los hombres, rondaba los fuegos, armaba las ballestas. Una maravilla. Ahora es una enamorada más, y en ese arte, también la más cumplida. Luis de Miranda le recitará su poema: ella lo sabrá comprender, porque lo cierto es que los demás se han negado a comprenderlo, como si se empeñaran en echar a olvido la grandeza de sus trabajos.
Al alba se fue con sus rimas a ver al párroco Julián Carrasco, en su iglesuca del Espíritu Santo, la que construyeron con las maderas de la nao Santa Catalina; pero el cura no le quiso escuchar. Demasiado tenía que hacer. Cuatro marineros del genovés León Pancaldo aguardaban a que les oyera en confesión, y esos italianos de tan natural elegancia deben ser de pecado gordo. En el fondo de la capilla se levantaba el rumor de sus oraciones mezclado al tintineo de los rosarios.
De allí, don Luis se trasladó con su manuscrito a visitar al teniente de gobernador Ruiz Galán, quien manda a su antojo en la ciudad con un dudoso poder del Adelantado. El hidalgo tampoco le recibió; estaba durmiendo. Y cuando Miranda llamó a su puerta por segunda vez, le explicaron los pajes que se hallaba en conversación con el propio Pancaldo, discutiendo la compra de sus mercaderías. Pero ¿qué? ¿Nadie podrá atender la lectura de sus versos, los versos en los que narra el hambre que soportaron todos?
Isidro de Caravajal cultivaba su huerta, con ayuda de uno de los italianos, y le despidió para más tarde; a Ana de Arrieta la encontró en el portal de su casa, muy perseguida por tres de los extranjeros melosos, quienes le ofrecían en venta mil tentaciones: cajas de peines, bonetes de lana, sombreros de seda, pantuflos, hasta máscaras, como si en lugar de una aldeana sencilla hubiera sido una rica señora de Venecia.
No había nada que hacer, nada que hacer. Los genoveses, con ser tan pocos, habían logrado lo que los indios no consiguieron: invadir a Buenos Aires. Una semana antes, su nave la Santa María había quedado varada frente a la ciudad. Saltando como monos, los marineros dejaron que se perdiera el casco y salvaron los aparejos, el velamen y las áncoras. Luego se ocuparon, con la misma agilidad simiesca, bajo la dirección de Pancaldo, de transportar hasta la playa los infinitos cofres que la nao contenía y que los comerciantes de Valencia y de Génova destinaban al Perú. Sobre la arena se amontonaron en desorden, como presa de piratería. Había arcones descuartizados y de su interior salían, como entrañas, las piezas de tela suntuosa. La ciudad se inundó de tesoros. Harto lo necesitaba su pobreza. Doquier, aun en las chozas más míseras, apiláronse los objetos nuevos, espejeantes: los jubones, los penachos, las sartas de perlas falsas que decían “margaritas”, las balanzas, los manteles, y también los puñales, las espadas, los arcabuces, las candelillas, las alforjas. León Pancaldo los daba por nada, pues nada se le podía pagar. Lo único que exigía era que le firmaran unas cartas de obligación, por las cuales los conquistadores se comprometían a saldar lo adeudado con el primer oro o plata que se les repartiera. Firmaban y firmaban: muchos, sacando la lengua y dibujando penosamente unos caracteres espinosos como enrejado palaciego; los más, con una simple cruz. Y escapaban hacia sus casas, como ladrones, con las pipas de vino, con los barriles de ciruelas, con los jarros de aceitunas, con los quesos de Mallorca. ¡A hartarse, después de tanta penuria! 
 ¿Quién iba a prestar sus oídos a Luis de Miranda, si estaban tan embebecidos por ese juego brujo que, a cambio de unos mal trazados palotes, proveía de cuanto se ha menester?
El mayordomo del Rey de los Romanos andaba más hidalgo que nunca, con su flamante gorro de terciopelo, a la brisa la pluma verde. Pedro de Cantoral mostraba a los vecinos su silla jineta de cuero de Córdoba. ¡Y las mujeres! Las mujeres parecían locas.
Por eso se iba el poeta, en la placidez del crepúsculo, hacia el familiar abrigo de Isabel de Guevara.
Pero allí también había fiesta. Mientras ataba el mulo a un ceibo, rumiando su malhumor, oía el bullicio de las vihuelas y los panderos. ¡Cuánta gente! Jamás se vio tanta gente en el aposento de la enamorada, iluminado con ceras chisporroteantes en los rincones. En un testero, echada sobre cojines, completamente desnuda, está Isabel. Y en torno, como siempre, como en todas partes, los italianos, con sus caras de halcones y sus brazos tostados, ceñidos por el metal de las ajorcas. Miranda les conoce ya. Ése en cuyo sombrero se encarama un mono del Brasil, y que envuelve a la muchacha en un paño de perpiñán multicolor y que la hace reír tanto, es Batista Trocho. Aquel del guitarrón y los dientes deslumbrantes es Tomás Risso; y Aquino aquel otro, aquel que pasa sobre los pechos breves de la muchacha, acariciándola, la lisura de la camisa de Holanda y que le promete tamañas joyas: hasta zapatos de palma y cofias de oro y de seda.
Isabel no para de reír, en el estruendo de las cuerdas, de los panderos y de las voces. Junto a ella, Diego de Leys desgrana collares de cuentas de vidrio. Ha destapado una cazuela de perfumes y le va volcando el líquido delicioso sobre los hombros morenos, sobre la espalda.
Beben sin cesar. ¡Para algo trajo tanto vino español la nave de León Pancaldo! Zapatean los genoveses un baile de bodas e Isabel aplaude.
Por fin logra Luis de Miranda llegarse hasta el lecho. La Guevara le recibe con mil amores y le besa en ambas mejillas.
–Cate su merced –suspira–, cate estos chapines, cate estos pañuelos...
Y los hace danzar, y los agita, relampagueantes y leves como mariposas.
Diego de Leys, el bravucón, borracho como una cuba, no puede soportar tales confianzas:
–¿Qué venís a hacer aquí, don Pecador, con esa cara de duende?
Y le arroja a la faz un chorro de perfume. Las carcajadas de los italianos parecen capaces de volar el techo. Se revuelcan por el suelo de tierra.
Ciego, el poeta saca el espadón y dibuja un molinete terrible. Su vino tampoco le permite conservar el equilibrio, así que gira sobre las plantas como una máquina mortífera. Diego de Leys salta sobre él, aprovechando su ceguera, y le corta el pómulo con el cuchillo. Lanza Isabel un grito agudo. No quiere que le hagan mal, ruega que no le hagan mal:
–¡Por San Blas, por San Blas, no le matéis!
Desnuda, hermosísima, se desliza entre los genoveses que se han abalanzado sobre su pobre amigo. Chilla el mono que el terror encrespa. Pero es inútil. Entre cuatro alzan en vilo al intruso, abren la puerta y le despiden como un bulto flaco. El resto, enardecido por el roce de la enamorada, la ha derribado en los revueltos cojines y se ha echado sobre ella, en una jadeante confusión de dagas, de botas y de juramentos.
 
 Luis de Miranda recoge el manuscrito caído en la hierba. Como ha extraviado en la refriega el pañuelo, tiene que frotarse la herida con el papel. Sube trabajosamente al mulo y regresa al tranco a la ciudad, por la barranca. Llora en silencio.
Una luna inmensa asciende en la quietud del río y su claridad es tanta que transforma a la noche en día espectral, en día azul. Cantan los grillos y las ranas en la serenidad de los charcos y de los matorrales.
El poeta detiene su cabalgadura y queda absorto en la contemplación del ancho cielo. Despliega entonces los folios manchados de sangre, de su sangre, comienza a leer en voz alta:
 
                Año de mil y quinientos
                que de veintese decía,
                cuando fue lagran porfía
                en Castilla...

 
Callan los ruidos alrededor. El paisaje escucha la historia trágica que ha vivido. La recuerda el río atento; la recuerdan los algarrobos y los talas. La sangre mana de la cara del lector y le enrojece los versos:
 
                Allegó la cosa a tanto
                que como en Jerusalén,
                la carne de hombre también
                la comieron.
                Las cosas que allí se vieron
                no se han visto en escritura...

 
Así leyó Fray Luis de Miranda, para el agua, para la luna, para los árboles, para las ranas y para los grillos, el primer poema que se escribió en Buenos Aires.
 
 Manuel Mujica Lainez de Misteriosa Buenos Aires (1950)
 

20 de noviembre de 2023

Desde niño, Jose Luis Colombini

Desde niño extravío mis juguetes preferidos.
Discos, libros, amores, recuerdos, amigos,
algún cassette, algún CD, algunas ilusiones,
un puñado de versos en el cesto de papeles.
Muchas de mis cosas desaparecen espontáneamente
sin una explicación posible.
Desde chico escribo con palabras que pierdo
y me critican porque mis textos son rebuscados.
Desde pibe quemo poemas para exorcizar
los demonios que carcomen mi interior.
Desde que tengo memoria me gusta estar solo
mientras la gente por virtud de su ingenuidad
caen presa de la inexplicable necesidad
de contacto humano
y desde niño las relaciones sociales
me dan asco y repulsión.
Desde siempre construyo muros para aislarme,
desde siempre esas paredes terminan aplastándome.
Desde que tengo memoria soy reacio a hablar con la gente,
a hacer amistades, a llevar adelante conversaciones que no me interesan.
Son tan difíciles e irrazonables los extremos.
Levantas la sabana y el vacío te cubre, te arropa.
Desde pequeño la desconfianza juega de tarde en tarde
a la escondida con mis ideas.
Y desde que tengo uso de razón
el paraíso de los desperdicios
                                                  viene a abrigarme.


Jose Luis Colombini
 

18 de noviembre de 2023

Jose Luis Colombini leyendo Vienen por más de Horacio Goslino

 VIENEN POR MAS
 
“Nos negaron el sitio de las voces
antes de que cantara el gallo...”
 
¿Por donde atar la historia
para que no se pierda en el tumulto?
 
La paloma que sabe de cornisas
también sabe de ardor en la garganta
 
Cuando el poema agoniza en las veredas
es porque no hay manzanas en el árbol
es porque calla el golpe del martillo
la corriente del río en la represa
y el soplo enardecido de la fragua
 
Se llevaron la luz, la marejada,
el tesoro escondido de la tierra
Se llevaron los brazos y la risa
la curva del camino y la esperanza
 
Y ahora vienen por más
 
No es suficiente esta mano vacía
esta mesa sin vino y sin espiga
el tajo de la angustia en la canasta
 
Se lo llevaron todo
pero me queda la palabra abierta
y volveré a fundirla con el viento
para hacerla pancarta
 
Y cómo duele, hermano, cómo duele
esta traición
al sueño de la Patria.
 
Y ahora vienen por más.
 
Entre otras cosas
queda el rumor del aire por las aulas
Por eso he caminado por las calles
codo con codo
mirada con mirada
no para ver como se muere mi poema
sino para inundarlo de campanas
Por eso he caminado por las calles
para dar la mejor clase a mis alumnos.
Tema del día: Dignidad
A la tristeza
no quiero ni nombrarla.
 
Horacio H Goslino
Bahía Blanca Argentina

 


Jose Luis Colombini leyendo Vienen por más de Horacio Goslino
Videopoético del Café Literario del Jueves 3 de Junio de 2010, en La Vieja Esquina, Avda San Martín y Edison, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Cuyo tema fue el homenaje poético a Horacio Goslino y coordino la conmemoración José Luis Colombini.

 


16 de noviembre de 2023

Raíces, José Luis Colombini


 

Raíces
 
Hay raíces que nos atan al tiempo
y aferran nuestros pies
al cansancio de los días vividos.
 
Un hombre camina buscando su sendero
mientras susurra nombres en sueños.
 
Un hombre camina sin raíces
entre las pesadillas de otros hombres
que dejaron su orfandad en el gris de la urbe.
 
Un chico atraviesa
un meandro de tierra
bordeando el canal
mientras un viento despeina
angustias y desconsuelos.
 
Una mujer camina sola
buscando al hombre
que la llama en sueños
y la devuelva a sus raíces.
 
José Luis Colombini


15 de noviembre de 2023

Gotas de y por José Luis Colombini (video)

 Gotas de y por José Luis Colombini
Video del 3º ENCUENTRO DE "POETAS EN EL ARA" "A qué mar irá a parar el agua de las palabras..." (Carlos Tapia) 17 DE MARZO DE 2013 OJO DE AGUA (NONO) TRASLASIERRA, CÓRDOBA. Organizó Grupo "Amigos del Ara de la Poesía"


Gotas
 
Al abrigo de las sombras
el monte abre sus brazos
hechizando a las estrellas
que bajan a beber.
En el arroyo dos gotas se encuentran,
se aman, se reproducen
hasta volverse lago,
reflejo de luna estancada
riendo en la noche.
 
José Luis Colombini


14 de noviembre de 2023

La Balada del Boludo de Isidoro Blaisten por Jose Luis Colombini

 La Balada del Boludo de Isidoro Blaisten por Jose Luis Colombini

 

Café Literario del Jueves 24 de Mayo de 2012, en Quo Vadis Café, Sarmiento 341 (Al lado de Tribunales), Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Cuyo tema fue El Vino.

Organiza Grupo Literario Tardes de la Biblioteca Sarmiento


Balada del boludo
 
Por mirar el otoño
perdía el tren del verano.
Usaba el corazón en la corbata.
Se subía a una nube,
cuando todos bajaban.
Su madre le decía:
No mires las estrellas para abajo,
no mires la lluvia desde arriba.
No camines las calles con la cara,
no ensucies la camisa;
no lleves tu corazón bajo la lluvia, que se moja.
No des la espalda al llanto,
no vayas vestido de ventana,
no compres ningún tílburi en desuso.
Mirá tu primo el recto
que duerme por las noches.
Mirá tu primo el justo
que almuerza y se sonríe.
Mirá tu primo el probo
puso un banco en el cielo.
Tu cuñado el astuto
que ahora alquila la lluvia.
Tu otro primo el sagaz
que es gerente en la luna.
—Tienes razón, mamá —dijo el boludo
y se bebió una rosa.
—No seré más boludo—
y se bajó del viento.
— Seré astuto y zahorí—
y dio vuelta una estrella para abajo
y se metió en el subte
y quedaron las gaviotas.
Entonces vinieron los parientes ricos
y le dijeron:
—Eres pobre, pero ningún boludo.
Y el boludo fue ningún boludo
y quemaba en las plazas
las hojas que molestan en otoño.
Y llegó fin de mes.
Cobró su primer sueldo
y se compró cinco minutos de boludo.
Entonces vinieron las fuerzas vivas
y le dijeron:
—Has vuelto a ser boludo, boludo.
—Seguirás siendo el mismo boludo de siempre.
—Debes dejar de ser boludo, boludo.
Y medio boludo,
con esos cinco minutos de boludo,
dudaba entre ser ningún boludo
o seguir siendo boludo para siempre.
Dudaba como un boludo.
Y subió las escaleras para abajo,
hizo un hoyo en la tierra
miraba las estrellas.
La gente le pisaba la cabeza,
le gritaba boludo.
Y él seguía mirando
a través de los zapatos
como un boludo.
Entonces vino un alegre y le dijo:
—Boludo alegre.
Vino un pobre y le dijo:
—Pobre boludo.
Vino un triste y le dijo:
—Triste boludo.
Vino un pastor protestante y le dijo:
—Reverendo boludo.
Vino un cura católico y le dijo:
—Sacrosanto boludo.
Vino un rabino judío y le dijo:
—Judío boludo.
Vino su madre y le dijo:
—Hijo, no seas boludo.
Vino una mujer de ojos azules y le dijo:
—Te quiero.
 
 
Isidoro Blaisten
 
 


13 de noviembre de 2023

La balada de los esqueletos, Allen Ginsberg

La balada de los esqueletos
 
Dijo el esqueleto Presidencial
No firmaré el proyecto
Dijo el esqueleto Vocero
Sí lo harás
 
Dijo el esqueleto Representativo
Objeción
Dijo el esqueleto Corte Suprema
¿Qué esperabas?
 
Dijo el esqueleto Militar
Comprad bombas estrellas
Dijo el esqueleto Clase Alta
Hambread a las mamis solteras
 
Dijo el esqueleto Yahoo
Parad el arte obsceno
Dijo el esqueleto Derecha
Olvidaos del Corazón
 
Dijo el esqueleto Gnóstico
La Forma Humana es divina
Dijo el esqueleto Mayoría Moral
No, no lo es, es mía.
 
Dijo el esqueleto Buda
La compasión es riqueza
Dijo el esqueleto Corporación
Es mala para la salud
 
Dijo el esqueleto Viejo Cristo
Preocuparos de los pobres
Dijo el esqueleto Hijo de Dios
el SIDA necesita cura
 
Dijo el esqueleto Homófobo
Chupad a los gays
Dijo el esqueleto Patrimonio Nacional
Los negros no tienen suerte
 
Dijo el esqueleto Macho
Mujeres a su lugar
Dijo el esqueleto Fundamentalista
Multiplicad la raza humana
 
Dijo el esqueleto Derecho a la Vida
El feto tiene un alma
Dijo el esqueleto Pro Elección
Pásalo por tu agujero
 
Dijo el esqueleto Reducción
Los robots cogieron mi empleo
Dijo el esqueleto Mano Dura
Gas lacrimógeno a la plebe
 
Dijo el esqueleto Gobernador
Suprimid la merienda escolar
Dijo el esqueleto Alcalde
Mascad el presupuesto
 
Dijo el esqueleto Neoconservador
¡Sin techo, fuera de la calle!
Dijo el esqueleto Libre Mercado
Usad los como carne
 
Dijo el esqueleto Grupo de Expertos
Liberad los mercados
Dijo el esqueleto Ahorro y Préstamo
Que pague el Estado
 
Dijo el esqueleto Chrysler
Pagad por ti y por mí
Dijo el esqueleto Fuerza Nuclear
y por mí por mí por mí
 
Dijo el esqueleto Ecológico
Mantened el cielo azul
Dijo el esqueleto Multinacional
¿Cuánto vales tú?
 
Dijo el esqueleto NAFTA
Enriqueceos, Libre Comercio,
Dijo el esqueleto Maquiladora
Deslomaos, salario bajo
 
Dijo el rico esqueleto GATT
Un mundo, alta tecno
Dijo el esqueleto Clase Baja
Que te den una buena
 
Dijo el esqueleto Banco Mundial
Cortad vuestros árboles
Dijo el esqueleto FMI
Comprad queso americano
 
Dijo el esqueleto Subdesarrollado
Enviadme arroz
Dijo el esqueleto Desarrollado
Vended vuestros huesos por un centavo
 
Dijo el esqueleto Ayatolá
Muere escritor muere
Dijo el esqueleto José Stalin
Eso no es mentira
 
Dijo el esqueleto Reino Medio
Nos tragamos el Tíbet
Dijo el esqueleto Dalai Lama
Cuidado con la indigestión
 
Dijo el esqueleto Coro Mundial
Es su destino
Dijo el esqueleto EE. UU.
Hay que salvar Kuwait
 
Dijo el esqueleto Petroquímico
Rugid bombas rugid
Dijo el esqueleto Psicodélico
Fumad un dinosaurio
 
Dijo el esqueleto de Nancy
Decid solamente No
Dijo el esqueleto Rasta
Chupa Nancy Chupa
 
Dijo el esqueleto Demagogo
No fuméis hierba
Dijo el esqueleto Alcohólico
Que se os pudra el hígado
 
Dijo el esqueleto Yonkie
¿Conseguiremos la dosis?
Dijo el esqueleto Big Brother
Cárcel a los sucios huevones
 
Dijo el esqueleto Espejo
¡Eh, buen mozo!
Dijo el esqueleto Silla Eléctrica
Eh, ¿qué se come hoy?
 
Dijo el esqueleto Entrevistas
Vete a la mierda en la cara
Dijo el esqueleto Valores de la Familia
Mi gas lacrimógeno valores familiares
 
Dijo el esqueleto NY Times
Eso no es apto para imprimirlo
Dijo el esqueleto CIA
¿Puedes repetirlo?
 
Dijo el esqueleto Transmisión en cadena
Creed mis mentiras
Dijo el esqueleto Publicidad
No os volváis sensatos
 
Dijo el esqueleto Medios
Creedme a mí
Dijo el esqueleto Teleadicto
¿Qué me preocupa?
 
Dijo el esqueleto TV
Comed bocados de sonidos
Dijo el esqueleto Noticiero
Es todo Buenas Noches
 
                                  12-16/2/95
 


Allen Ginsberg

Versión de Ana Becciu

De "Muerte y fama" Editorial Lumen, S.A. 2000
 

12 de noviembre de 2023

Muerte y fama, Allen Ginsberg

MUERTE Y FAMA
 
 
Cuando yo muera
me da igual lo que pase con mi cuerpo
si lanzan las cenizas al aire, las dispersan
en el este del Río
o las entierran en una urna en Elizabeth, New
Jersey, cementerio B'nai Israel
Pero quiero un gran funeral
Catedral de San Patricio, iglesia de San Marcos,
la mayor sinagoga de Manhattan
Primero, está la familia, hermano, sobrinos,
activa madrastra Edith de 96 años de edad, tía
Honey la del viejo Newark,
Doctor Joel, primo Mindy, tuerto y uniorejudo
hermano Gene, rubia cuñada Connie,
cinco sobrinos, hermanastros & hermanastras,
sus nietos,
compañero Peter Orlovsky, celadores
Rosenthal & Hale, Bill Morgan...
Luego, el espíritu del Maestro Trungpa
Vajracharya, y están Gelck Rinpoche, Sakyong
Mipham, Dalai Lama alerta, posible visitante
De Norteamérica
Salchitananda Swani Shivananda, Deborahava
Baba, Karmapa XVI, Dudjon Rinpoche, fantasmas
de Katagari & Suzuki
Baker; Whalen, Daido Loorie, Qwong, frágil y
de pelo blanco Kapleau Roshis, Lama Tarchin...
Después los más importantes, amantes de todo
un medio siglo
Docenas, un centenar, más, colegas mayores
calvos & ricos
jóvenes conocidos recientemente desnudos en
la cama, multitudes sorprendidas de verse unas
a otras,
innumerables íntimos, intercambiando
recuerdos
"Él me enseñó a meditar, ahora soy un antiguo
veterano del retiro de los mil días..."
"Yo toqué música en los andenes del metro,
soy hetero pero le quise y me quiso"
"A los 19 sentí que me quería más que nadie nunca"
"Nos tumbamos bajo mantas, cotilleos, leyó
poemas míos, abrazos & besos tripa contra tripa,
brazos alrededor uno del otro"
"Yo siempre me meto en la cama con ropa
interior & por la mañana los calzoncillos estaban en el suelo"
"Los japoneses siempre querían que me
enrollara con un maestro"
"Hablamos la noche entera de Kerouac &
Cassidy sentados como Budas, luego dormimos
en su cama de capitán"
"Parecía necesitar mucho afecto, una pena no hacerle feliz"
"Antes nunca estuve en la cama desnudo con
nadie, fue tan cariñoso, el estómago
se me estremeció cuando deslizó el dedo por
mi abdomen de pezones a caderas..."
"Lo único que hice fue estar tumbado con los
ojos cerrados, él hizo que me corriera con la
boca & los dedos deslizándose por la cintura"
"Me hizo una mamada maravillosa"
Así son las conversaciones de amantes de 1946,
el espíritu de Neal Cassidy mezclándose
con carne y sangre de la juventud de 1997
y sorpresa: "¿También tú? ¡Si yo creía que eras hetero!"
"Lo soy, pero Ginsberg fue una excepción,
por algún motivo me gustó"
"Olvidé si yo era hetero, gay, loca o divertido,
era yo mismo tierno y cariñoso para que me
besen la coronilla, la frente, garganta, corazón & plexo solar,
en pleno vientre, en la polla me dio mucho
placer con la lengua en el culo"
"Me encantaba el modo en que recitaba:
"Pero a mi espalda siempre oigo el carruaje alado
del tiempo que se apresura acercándose", manos
juntas, ojo en el ojo, en la almohada..."
Entre amantes, una hermosa juventud que ofrece el trasero
"Yo asistí a sus clases de poesía,
era chaval de17 años,
hice algunos recados hasta su piso sin ascensor,
me sedujo y no quería, hizo que me corriera,
fui a casa, nunca le volví a ver, nunca quise..."
"No se podía levantar pero me quería",
"Un viejo limpio",
"Se aseguró de que yo me corriera antes"
Esta es la multitud más orgullosa sorprendida
en el lugar de honor de la ceremonia...
Luego poetas & músicos -bandas grunge de
Universitarios envejecidas
estrellas del rock, Beatles,
fieles guitarras que acompañan directores gay
de música clásica,
desconocidos compositores de jazz muy pasado,
trompetistas funky, bajos con arco & trompas,
genios negros,
cantantes de folk, violines, con dobro,
pandereta, armónica, mandolina,
arpa de boca, silbatos y zazoos
Después artistas italianos realistas románticos
educados en los años 60 en la India, pintores poetas
toscanos, los últimos fauves, dibujantes
clásicos de Massachusetts, diablillos
surrealistas
casados con mujeres del continente, pobreza,
cuadernos de dibujo, maestros de escayola,
óleo, acuarela de las provincias norteamericanas.
Luego profesores de instituto, solitarios
bibliotecarios irlandeses, delicados
bibliófilos, tropas de liberación sexual, mejor dicho
ejércitos, damas de uno y otro sexo.
"Le vi docenas de veces y nunca recordaba mi
nombre, de todos modos le quería, un auténtico artista"
"Un ataque de nervios después de la menopausia,
el humor de su poesía me salvó del suicidio"
"Charmant, un genio de modales modestos,
fregaba los platos, estuvo invitado una semana
en mi estudio de Budapest"
Miles de lectores, "Aullido me cambió la vida
en Libertyville, Illinois"
"Le vi leer en Montclair State Reacher College
y decidí ser poeta..."
"Me enganchó, empecé con rock de garaje
cantando canciones en Kansas City"
"Kaddish me hizo llorar por mí mismo y por
mi padre que vivía en Nevada City"
"Padre Muerte me consoló cuando mi
hermana murió en Boston, en 1982"
"Leí lo que dijo en una revista, me puso
en órbita, comprendí que por ahí había otros como yo"
Bardos sordos & mudos firmando brillantes gestos con la mano
Luego periodistas, secretarias de editores,
agentes, retratistas y aficionados a la fotografía,
críticos de rock, trabajadores culturales
historiadores de la cultura vienen a presenciar el histórico funeral
Super-fans, poetastros, beatniks de
edad madura & seguidores fieles de los Grateful Dead,
cazadores de autógrafos, distinguidos paparazzi,
mirones inteligentes
Todos saben que fueron parte de la "Historia"
exceptuados los muertos que nunca supieron
lo que pasaba exactamente
ni siquiera cuando yo estaba vivo.
 
 
Allen Ginsberg

 

11 de noviembre de 2023

La Habana, Allen Ginsberg

La Habana, Allen Ginsberg
 
 
LA HABANA 1953
 
 
I
 
El café nocturno—4AM
               Cuba Libre 20c:
                       plazas  enlosadas de blanco,
luces de neón triangulares,
                       larga barra de madera a un lado,
                                    un gran puesto de delicatessen
en el otro de cara a la calle.
            En el centro
                       entre los grandes bebedores de media
                                                        noche de la ciudad,
Junto a el Palacio Aedama
               En la esquina Gómez
                              Hombres blancos y  mujeres
con tumbadoras,
                 mariachis, voces, guitarras—
                                  tamborileando en las mesas,
cuchillos sobre botellas,
               golpeando el suelo
                                y el uno al otro,
con clacks de madera,
                  silbando, aullando,
                      mujeres gordas cubiertas de seda sin
                                                                     tirantes. 
 
Bofia hablando con la muchacha de la nariz gruesa
            que viste un llamativo traje negro
                       Entra un extraño Cézanne
visión del cubano moderno de ninguna parte:
            alto delgado, traje gris a cuadros,
                         zapatos grises de fieltro,
estrepitoso sombrero de jugador,
mostacho de proxeneta a lo Cab Calloway
—baja hasta juntarse en un punto
                                                            en el centro—
generaciones que se aproximan a toda velocidad, cubano
                            hablador de madrugada
apuntando con un dedo con anillo de oro
              hacia el amarillento techo,
la otra mano, la del cigarrillo apuntando,
             el brazo rígido, hacia su costado,
afeminado: —ve al policía—
corren a encontrarse—se abrazan
como hermanos largo tiempo separados— nariz gorda olvidada.
Delicados acordes
del guitarrista negro
—cantantes en El Rancho Grande,
farsa de borrachera
                               gritos de agonía,
                                              ¡VIVA JALISCO!
Yo como un sandwich de bagre
                con cebolla y salsa roja
                                    20 c.
 
 
II
 
Un lugar verdaderamente romántico,
               más guitarras, Plaza de Colón
                             enfrente de la Catedral de Colón
—Yo estoy en el restaurante París
                   está al lado, es el mejor de la ciudad,
                                       Cuba Libres 30c—
antigüedad tropical curtida por la intemperie  
                               como si fuera roca en putrefacción
                          al contrario que los puros
tamborileros Chinos de piedra negra
                      cuya pulida armonía puede aún oírse
             (procesión de músicos)  en el Freer,
ésta con sus romas cornucopias y trompas
             de conquista hechas de piedra—
es una enorme y estúpida iglesia en
                          putrefacción.
 
Noche, luces en las ventanas,
            altos balcones de piedra
            en la antigua plaza,
habitaciones verdes
            Empalidecidas por la iluminación fluorescente
                                     una comodidad moderna.
 
Me siento espantosamente.
                Me sentaría con mis sirvientes y sería el bobo. 
                                    He gastado demasiado dinero.
 
Electricidad blanca
                     en los apliques de gas de la callejuela.
                     Agujeros  de  Bala  y  clavos  en   la
                                                    pared de piedra. 
 
El preocupado jefe de camareros
                        erguido entre las palmas plantadas en latas
                                        en la puerta de madera de quince
                                             pies me mira
En el interior mariachis artistas de la armónica
            todavía llegarán al Banjo on My Knee.
                         Vestidos con desgastados trajes de fullero.
 
Antiguas farolas a lo largo de la estrecha Calle frente
       a la que estoy
                el arco, la plaza,
                          palmas, borrachera, soledad;
voces al otro lado de la calle,
                     llanto de bebé, chillido de muchacha,
                                             camareros  dándose  codazos  el  uno
                                                                                              al otro
gruñidos y risotadas de jóvenes muchachos
                  en esperas de esquina,
                                   perro ladrando desde fuera del escenario
bebé ahogándose de nuevo,
               banjo y armónica,
                            ruido de automóvil y una brisa
                                                                                  fresca—
Súbita idea paranoide de que los camareros me están
observando:
                    Bien podrían,
                                          cuatro apelotonados en la puerta
y yo solo en una mesa
en el patio en la oscuridad observando la plaza, borracho. 
 
25c para ellos
               y pedí que tocaran «Jalisco»—
                          al final de la canción
carro de bueyes que pasa
             imponiendo sus ruedas
sobre la música de la noche.
 
                      
 

Allen Ginsberg
 
Allen Ginsberg de Sandwiches de realidad
1953-60 He emborronado en secreto estos cuadernos para  mi propia satisfacción
Traducción de Antonio Resines
VISOR MADRID 1978


 

10 de noviembre de 2023

Mi Alba, Allen Ginsberg




 
MI ALBA
 
Ahora que he desperdiciado
cinco años en Manhattan
pudriéndoseme la vida      
mi talento en blanco
 
desconectada el habla
paciente y mental
regla de cálculo y número
máquina en una mesa
triplicado autografiado
sinopsis e impuestos
obediente rápido       
mal pagado
 
me mantuve en el mercado      
juventud de mis veinte años                
me desmayaba en oficinas             
lloraba sobre máquinas de escribir
 
engañaba a multitudes          
en vastas conspiraciones
acorazados de desodorante
asunto serio, la industria
 
cada seis semanas cualquiera
bebía de mi banco de sangre
inocente mal ahora           
parte de mi sistema
 
cinco años de trabajo infeliz                        
de los 22 a los 27 años trabajando
encima ni un centavo en el banco         
en justificación
 
llega el alba no es más que el sol
el Este humea O mi dormitorio
Estoy condenado al Infierno qué
despertador está sonando
 
 
       Nueva York (1953)   

           
Allen Ginsberg
 
Allen Ginsberg de Sandwiches de realidad
1953-60  He emborronado en secreto estos cuadernos para  mi propia satisfacción
Traducción de Antonio Resines
VISOR MADRID 1978

 

Sakyamuni saliendo de la montaña, Allen Ginsberg

Sakyamuni saliendo de la montaña
 
 
                                                          Liang Kai, Southern SPNG
 
 
 
Arrastra sus pies desnudos              
               saliendo de una caverna
                                bajo un árbol,     
las cejas
               crecidas de tanto llorar
                                 y dolor de nariz ganchuda    
con harapientas y suaves vestiduras
              mostrando una magnífica barba,     
                                manos infelices
prietas contra su desnudo pecho—
                la humildad es estar abatido—
                             la humildad es estar abatido—
se tambaleó cayendo entre los arbustos junto a un
                                                                     arroyo,
                         todas las cosas inanimadas        
pero su inteligencia—
                   se mantiene erguida allí
                                      aunque temblando:
Arhat
                  que buscó el Cielo
                                  bajo una montaña de piedra,      
se sentó pensando
                hasta que se dio cuenta
                              de que la tierra de la bendición existe
 
en la imaginación—
               viene el flash:
                             espejo vacío—
qué doloroso nacer de nuevo
                 con una magnífica barba,
                               entrar de nuevo en el mundo
amarga ruina de un sabio:
             su único camino la tierra ante él.
                             Nosotros podemos ver su alma,
el no sabe nada
                 como un dios:
                           estremecido
humilde desgraciado—        
              la humildad es el abatimiento
                           ante el Mundo absoluto.


 
Nueva York Librería Publica 1953 
 
Allen Ginsberg
 
 
 
Allen Ginsberg de Sandwiches de realidad
 
1953-60     He emborronado en secreto estos cuadernos para  mi propia satisfacción
Traducción de Antonio Resines
VISOR MADRID 1978
 

 

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