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19 de octubre de 2023

No son tu marido, Raymond Carver

No son tu marido
 
 
"They’re Not Your Husband"
 
Earl Ober era vendedor y estaba buscando empleo. Pero Doreen, su mujer, se había puesto a trabajar como camarera de turno de noche en un pequeño restaurante que abría las veinticuatro horas, situado en un extremo de la ciudad. Una noche, mientras tomaba unas copas, Earl decidió pasar por el restaurante a comer algo. Quería ver dónde trabajaba Doreen, y de paso ver si podía tomar algo a cuenta de la casa.
Se sentó en la barra y estudió la carta.
—¿Qué haces aquí? —dijo Doreen cuando lo vio allí sentado. Le tendió la nota de un pedido al cocinero.
—¿Qué vas a pedir, Earl? —dijo luego—. ¿Los niños están bien?
—Perfectamente —dijo Earl—. Tomaré café y un sándwich de ésos. Número dos. Doreen tomó nota.
—¿Alguna posibilidad de... ya sabes? —dijo, y le guiño un ojo.
—No —dijo ella—. No me hables ahora. Tengo trabajo.
Earl se tomó el café y esperó el sandwich. Dos hombres trajeados, con la corbata suelta y el cuello de la camisa abierta, se sentaron a su lado y pidieron café. Cuando Doreen se retiraba con la cafetera, uno de ellos le dijo al otro:
—Mira que culo. No puedo creerlo. El otro hombre rió.
—Los he visto mejores —dijo.
—A eso me refiero —dijo su compañero—. Pero a algunos tipos las palomitas les gustan gordas.
—A mi no —dijo el otro.
—Ni a mí —dijo el primero—. Es lo que te estaba diciendo.
Doreen le trajo el sándwich. A su alrededor, había patatas fritas, ensalada de col y una salsa de eneldo.
—¿Algo más? —dijo—, ¿Un vaso de leche?
Earl no dijo nada. Negó con la cabeza mientras ella seguía allí de pie, esperando.
Al rato volvió con la cafetera y sirvió a Earl y a los dos hombres. Luego cogió una copa y se dio la vuelta para servir un helado. Se agachó y, doblada por completo sobre el congelador, se puso a sacar helado con el cacillo. La falda blanca se le subió hacia arriba por las piernas, se le pego a las caderas. Y dejó al descubierto una faja de color rosa y unos muslos rugosos y grisáceos y un tanto velludos, con una alambicada trama de venillas.
Los dos hombres de la barra, al lado de Earl, intercambiaron miradas. Uno de ellos alzó las cejas. El otro sonrió regocijado y siguió mirando por encima de su taza a Doreen, que ahora coronaba el helado con jarabe de chocolate. Cuando Doreen se puso a agitar el bote de crema batida, Earl se levantó, dejó el plato a medio comer en la barra y se dirigió hacia la puerta. Oyó que Doreen lo llamaba, pero siguió su camino.
Después de echar una ojeada a los niños fue al otro dormitorio y se quitó la ropa. Se subió las mantas, cerró los ojos y se puso a pensar. La sensación le comenzó en la cara, y luego le descendió hasta el estómago y las piernas. Abrió los ojos y movió la cabeza de acá para allá sobre la almohada. Luego se volvió sobre su lado y se durmió. Por la mañana, después de mandar a los niños al colegio, Doreen entró en el dormitorio y subió la persiana. Earl ya se había despertado. 
—Mírate al espejo —dijo Earl.
—¿Qué? —dijo ella—. ¿A qué te refieres?
—Tú mírate al espejo —dijo él.
—¿Y qué es lo que debo ver? —dijo ella. Pero se miró en el espejo del tocador y se apartó el pelo de los hombros.
—¿Y bien? —dijo él.
—¿Y bien, qué? —dijo ella.
—Odio tener que decírtelo —dijo él—, pero creo que deberías ir pensando en seguir una dieta. Lo digo en serio. Sí, en serio. Creo que podrías perder unos kilos. No te enfades.
—¿Qué estás diciendo? —dijo ella.
—Lo que he dicho. Creo que no estaría mal que perdieras unos kilos. Unos cuantos, al menos.
—Nunca me has dicho nada —dijo Doreen. Se levantó el camisón por encima de las caderas y se volvió para mirarse el vientre en el espejo.
—Antes no pensaba que te hiciera falta —dijo Earl. Trataba de elegir cuidadosamente las palabras.
Con el camisón aún recogido sobre las caderas, Doreen dio la espalda al espejo y se miró por encima del hombro. Se alzó una nalga con la palma de la mano y la dejó caer.
Earl cerró los ojos.
—Puede que esté equivocado —dijo.
—Imagino que sí, que podría perder algo de peso. Pero me costará —dijo Doreen.
—Tienes razón, no será fácil —dijo Earl—. Pero te ayudaré.
—Quizás tengas razón —dijo Doreen. Dejó caer el camisón y miró a Earl. Y se quitó el camisón.
Hablaron de dietas. Hablaron de dietas de proteínas, de dietas de "sólo verduras", de la dieta del zumo de pomelo. Pero decidieron que no tenían el dinero suficiente para los bistecs de la dieta de proteínas. Luego Doreen dijo que tampoco le apetecía atiborrarse de verduras, y que, habida cuenta de que el zumo de pomelo no le entusiasmaba, tampoco veía mucho sentido en una dieta así.
—De acuerdo, olvídalo —dijo él.
—No, no. Tienes razón —dijo ella—. Haré algo.
—¿Qué tal si haces ejercicio? —dijo él.
—Para ejercicio ya tengo bastante con el que hago en el trabajo —dijo ella.
—Pues deja de comer —dijo él—. Unos días, al menos.
—De acuerdo —dijo Doreen—. Lo intentaré. Lo intentaré unos cuantos días. Me has convencido.
—Soy vendedor —dijo Earl.
Calculó el saldo de su cuenta corriente, cogió el coche, fue a un almacén de artículos con descuento y compró una bascula de baño. Observó detenidamente a la dependienta que registraba la venta en la caja.
En casa, hizo que Doreen se desvistiera por completo y se subiera a la báscula. Al ver sus varices, frunció el ceño. Pasó el dedo a lo largo de una que le ascendía por el muslo.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Doreen.
—Nada —dijo Earl.
Miró la báscula y escribió una cifra en un papel.
—Muy bien —dijo—. Muy bien.
Al día siguiente pasó casi toda la tarde fuera; tenía una entrevista. El empresario, un hombre corpulento que cojeaba mientras le mostraba los accesorios de fontanería del almacén, le preguntó si podía viajar.
—Por supuesto que puedo —dijo Earl. El hombre asintió con la cabeza.
Earl sonrió.
Antes de abrir, oyó la televisión dentro de la casa. Cruzó la sala, pero los niños no levantaron la mirada. Doreen, vestida para el trabajo, comía huevos revueltos con bacon en la cocina.
—¿Qué estás haciendo? —dijo Earl.
Ella siguió masticando, con los carrillos llenos. Pero luego echó lo que tenía en la boca encima de una servilleta.
—No he podido aguantarme —dijo.
—Cafre —dijo Earl—. ¡Sigue, sigue comiendo! ¡Come!
Se metió en el dormitorio, cerró la puerta y se echó sobre la colcha. Seguía oyendo la televisión. Se puso las manos debajo de la cabeza y miró el techo.
Doreen abrió la puerta.
—Voy a intentarlo de nuevo —dijo.
—Muy bien —dijo él.
Dos mañanas después, Doreen lo llamó al cuarto de baño.
—Mira —dijo.
Earl miró la báscula. Abrió el cajón y sacó el papel y volvió a leer el peso mientras sonreía complacido.
—Casi medio kilo —dijo Doreen.
—Algo es algo —dijo Earl, y le dio unas palmaditas en la cadera.
Leía los anuncios por palabras. Visitaba la oficina de empleo del estado. Cada tres o cuatro días cogía el coche e iba a alguna entrevista. Y por las noches contaba las propinas de Doreen. Alisaba sobre la mesa los billetes de a dólar, formaba montoncitos de dólar con los cuartos y las monedas de cinco y diez centavos. Mañana tras mañana, hacía que Doreen se subiera a la báscula.
Al cabo de dos semanas había perdido casi dos kilos.
—Pico —dijo Doreen—. Me muero de hambre durante el día, luego en el trabajo pico cosas. Por eso no pierdo más.
Pero a la semana siguiente había perdido dos kilos y medio. Y una semana después, casi cinco. La ropa le quedaba grande. Tuvo que recurrir al dinero del alquiler para comprarse otro uniforme.
—En el trabajo me dicen cosas —le dijo a Earl.
—¿Qué clase de cosas? — preguntó él.
—Qué estoy pálida, por ejemplo —dijo ella—. Que no parezco yo. Temen que esté perdiendo demasiado peso.
—¿Qué tiene de malo perder peso? —dijo él—. No les hagas ni caso. Diles que se metan en sus cosas. Ellos no son tu marido. Tú no vives con ellos.
—Pero trabajo con ellos —dijo Doreen.
—Cierto —dijo Earl—. Pero no son tu marido.
Cada mañana entraba en el cuarto de baño detrás de ella y esperaba a que se subiera a la báscula. Se arrodillaba junto a ella con papel y lápiz. El papel estaba lleno de fechas, días de la semana, cifras. Leía lo que marcaba la báscula, consultaba el papel y asentía con la cabeza o fruncía los labios.
Ahora Doreen pasaba más tiempo en la cama. Volvía a acostarse en cuanto los niños se iban al colegio, y por la tarde descabezaba un sueño antes de salir para el trabajo. Earl ayudaba en las tareas de la casa, veía la televisión y dejaba que su mujer durmiera. Hacia todas las compras, y de cuando en cuando salía a alguna entrevista.
Una noche, después de acostar a los niños, apagó el televisor y salió a tomar unas copas. Cuando el bar hubo cerrado, fue en coche al restaurante de Doreen.
Se sentó en la barra y esperó. Al poco Doreen le vio, y dijo:
—¿Los niños están bien? Earl asintió con la cabeza.
Se tomó su tiempo para decidir lo que quería. No dejaba de mirar a su mujer, que iba de un lado para otro detrás de la barra. Por fin pidió una hamburguesa con queso. Doreen le entregó la nota al cocinero y fue a atender a otra persona.
Se acercó otra camarera con una cafetera y le llenó la taza.
—¿Cómo se llama tu amiga? —dijo, y movió la cabeza en dirección a su mujer.
—Se llama Doreen —dijo la camarera.
—Pues ha cambiado mucho desde la última vez que estuve aquí —dijo.
—No sabría decirle —dijo la camarera.
Comió la hamburguesa y se tomó el café. La gente seguía sentándose y levantándose de la barra. Era Doreen quien atendía a la mayoría, aunque de cuando en cuando la otra camarera venía a anotar algún pedido. Earl observaba a su mujer y escuchaba atentamente. Hubo de dejar su asiento un par de veces para ir al lavabo. Y en ambas se preguntó si se había perdido algún comentario. Al volver la segunda vez, vió que le habían retirado la taza y que alguien ocupaba su sitio. Fue hasta un extremo de la barra y se sentó en un taburete, al lado de un hombre mayor que llevaba una camisa de rayas.
—¿Qué es lo que quieres? —le preguntó Doreen cuando volvió a verle— ¿no deberías estar ya en casa?
—Ponme un café —dijo.
El hombre de al lado leía un periódico. Alzó la vista y miró como Doreen servía café a su marido. Y se quedó mirando cómo se alejaba. Luego volvió a su periódico.
Earl sorbió el café y esperó a que el hombre dijera algo. Lo observó por el rabillo del ojo. El hombre había terminado de comer y había apartado hacia un lado el plato. Encendió un cigarrillo, dobló el periódico, se lo puso delante y siguió leyendo.
Doreen volvió y retiró el plato sucio y le sirvió al hombre más café.
— ¿Qué le parece la chica? —le preguntó Earl al hombre, haciendo un gesto hacia Doreen, que caminaba hacia el otro extremo de la barra—. ¿No le parece una preciosidad?
El hombre alzó la mirada. Miró a Doreen y luego a Earl, y volvió a su periódico.
—Bien, ¿qué dice? —dijo Earl—. Es una pregunta. ¿Tiene o no buen aspecto?
Dígame.
El hombre movió con ruido el periódico.
Cuando vio que Doreen se acercaba desde el otro extremo de la barra, Earl le dio un codazo al hombre en el hombro y dijo:
—Le estoy hablando. Escuche. Mire qué culo. Y ahora fíjese. ¿Me pone por favor un helado de chocolate? —pidió en voz alta a Doreen.
Doreen se paró frente a él y suspiró. Luego se volvió y cogió una copa y el cacillo del helado. Se inclinó sobre el congelador, asomó el cuerpo hacia el interior y se puso a arañar helado con el cacillo. Earl miró al hombre y le dirigió un guiño cuando vio que la falda de Doreen empezaba a ascender por los muslos. Pero el hombre captó la mirada de la otra camarera. Se puso el periódico bajo el brazo y se metió el brazo en el bolsillo.
La otra camarera vino directamente hasta Doreen.
—¿Quién es ese personaje? —dijo.
—¿Quién? —dijo Doreen, con la copa del helado en la mano.
—Ése —dijo la camarera, y señaló a Earl—. ¿Quién es ese tipo?
Earl esbozó su mejor sonrisa. Y la mantuvo. La mantuvo hasta que sintió que la  cara se le desencajaba.
Pero la camarera se limitó a observarle, y Doreen empezó a sacudir la cabeza despacio. El hombre dejó unas monedas junto a la taza y se levantó, pero aguardó también a oír la respuesta. Todos ellos tenían los ojos fijos en Earl.
—Es un vendedor. Es mi marido —dijo Doreen al fin, encogiéndose de hombros.
Luego le puso delante el helado de chocolate sin terminar de preparar y se fue a hacerle la cuenta.
 
 
Raymond Carver
 
De ¿QUIERES HACER EL FAVOR DE CALLARTE, POR FAVOR? (1976)

 
 

18 de octubre de 2023

Sala de autopsias, Raymond Carver

Sala de autopsias
 
En esos tiempos yo era joven y la fuerza
de diez hombres habitaba mi cuerpo,
para lo que mandaran.
Trabajaba en el hospital en el turno noche
y una de mis responsabilidades
cuando el forense terminaba sus tareas
era la de limpiar la sala de autopsias.
Ellos no tenían horario, algunas veces
terminaban temprano, otras demasiado tarde.
Y para que el personal de limpieza no se aburriera
dejaban objetos olvidados en la mesa de trabajo.
Un pequeño bebé quieto como una piedra
y más frío que la nieve. Un negro corpulento de pelo blanco
con el pecho partido al medio y los órganos vitales
flotando en una bandeja a un costado de su cabeza.
Yo siempre estaba solo, ahí. La manguera derramaba agua.
Las luces colgadas del techo encandilaban.
Una vez dejaron sobre la mesa una pierna,
una pierna de mujer de formas perfectas
y excesiva palidez.
Yo sabía para qué era la pierna,
en ocasiones los había observado.
A pesar de eso me quedé sin respiración.
 
De madrugada en casa mi mujer
me decía “Dulce, todo va a salir bien. Podemos hacer cambios,
vivir de otra manera”. Pero no es tan fácil.
Ella agarraba mi mano entre las suyas, con fuerza,
yo me reclinaba en el sillón y cerraba los ojos.
Yo pensaba en… cualquier cosa. No sabía en qué.
Yo dejaba que ella llevara mi mano a sus tetas.
Yo abría los ojos y miraba el cielorraso o el piso,
qué importa…
Mis dedos se arrastraban hacia su pierna, tibia y bien formada,
que ante la más suave caricia temblaba y se levantaba delicadamente.
Mi mente estaba confundida y cómo decirlo ¿sacudida?
No pasaba nada. Todo estaba pasando.
La vida era una piedra
que lentamente se iba gastando
                                                          y afilando.
 
 
Raymond Carver
Traducción de Esteban Moore

 

17 de octubre de 2023

Tu perro se murió, Raymond Carver


 

Tu perro se murió

una furgoneta le pasó por encima.
Lo encontraste a un lado del camino
y lo enterraste.
te sientes mal por ello.
te sientes mal en lo personal,
pero peor te sientes por tu hija
porque era su mascota,
y ella lo quería mucho.
acostumbraba a cantarle con voz suave
y lo dejaba dormir en su cama.
para ti esto fue el motivo de un poema.
lo llamaste un poema para tu hija,
un poema acerca de un perro que es atropellado por una furgoneta
y de lo que hiciste después,
de cómo lo llevaste al bosque
y lo enterraste en lo profundo, profundo,
y ese poema resultó ser muy bueno
casi te contentas de que el pequeño perro
haya sido atropellado, porque de lo contrario nunca
hubieras escrito ese poema tan bueno.
entonces te sientas a escribir
un poema acerca de la escritura de un poema
que trata de la muerte de ese perro,
pero mientras escribes
escuchas que una mujer grita
tu nombre, tu nombre de pila,
ambas sílabas,
y tu corazón se detiene.
después de un minuto, continuas escribiendo.
ella vuelve a gritar.
Tú te preguntas cuánto podrá durar esto.


tu nombre, tu nombre de pila,
ambas sílabas,
y tu corazón se detiene.
después de un minuto, continuas escribiendo.
ella vuelve a gritar.
Tú te preguntas cuánto podrá durar esto.


Raymond Carver

13 de octubre de 2023

11 de octubre de 2023

Carta a George B. Moore en defensa del Anonimato, Jose Emilio Pacheco

Carta a George B. Moore en defensa del Anonimato
 
No sé por qué escribimos, querido George.
Y a veces me pregunto por qué más tarde
publicamos lo escrito. Es decir lanzamos
una botella al mar, harto y repleto
de basura y botellas con mensajes.
Nunca sabremos
a quién ni adónde la llevarán las mareas.
Lo más probable
es que sucumba en la tempestad y el abismo.
 
Sin embargo, no es tan inútil esta mueca de náufrago.
Porque un domingo
usted me llama de Estes Park, Colorado,
me dice que ha leído cuanto está en la botella
(a través de los mares: nuestras dos lenguas)
y quiere hacerme una entrevista.
Después recibo un telegrama inmenso
(lo que se habrá gastado usted al enviarlo).
En vez de responderle o dejarlo en silencio
se me ocurrieron estos versos. No es un poema,
no aspira al privilegio de la poesía
(no es voluntaria).
Y voy a usar, así lo hacían los antiguos,
el verso como instrumento de todo aquello
(relato, carta, drama, historia, manual agrícola)
que hoy decimos en prosa.
 
Para empezar a no responderle,
no tengo nada que añadir a lo que está en mis poemas,
dejo a otros el comentario, no me preocupa
(si alguno tengo) mi lugar en la historia.
(Tarde o temprano a todos nos espera el naufragio.)
Escribo y eso es todo. Escribo: doy la mitad del poema.
Poesía no es signos negros en la página blanca.
Llamo poesía a ese lugar del encuentro
con la experiencia ajena. El lector, la lectora
harán o no el poema que tan sólo he esbozado.
 
No leemos a otros: nos leemos en ellos.
Me parece un milagro
que algún desconocido pueda verse en mi espejo.
Si hay un mérito en esto –dijo Pessoa–
corresponde a los versos, no al autor de los versos.
Si de casualidad es un gran poeta
dejará cuatro o cinco poemas válidos,
rodeados de fracasos y borradores.
Sus opiniones personales
son de verdad muy poco interesantes.
 
Extraño mundo el nuestro: cada día
le interesan cada vez más los poetas;
la poesía cada vez menos.
El poeta dejó de ser la voz de la tribu,
aquel que habla por quienes no hablan.
Se ha vuelto nada más otro entertainer.
Sus borracheras, sus fornicaciones, su historia clínica,
sus alianzas o pleitos con los demás payasos del circo,
tienen asegurado el amplio público
a quien ya no hace falta leer poemas.
 
Sigo pensando
que es otra cosa la poesía:
una forma de amor que sólo existe en silencio,
en un pacto secreto entre dos personas,
de dos desconocidos casi siempre.
Acaso leyó usted que Juan Ramón Jiménez
pensó hace mucho tiempo en editar una revista.
Iba a llamarse “Anonimato”.
Publicaría no firmas sino poemas;
se haría con poemas, no con poetas.
Y yo quisiera como el maestro español
que la poesía fuese anónima ya que es colectiva
(a eso tienden mis versos y mis versiones).
Posiblemente usted me dará la razón.
Usted que me ha leído y no me conoce.
No nos veremos nunca pero somos amigos.
Si le gustaron mis versos
qué más da que sean míos / de otros / de nadie.
En realidad los poemas que leyó son de usted:
Usted, su autor, que los inventa al leerlos.
 
 
Jose Emilio Pacheco
 
 

10 de octubre de 2023

A quien pueda interesar, Jose Emilio Pacheco


 

A quien pueda interesar
 
Que otros hagan aún
el gran poema
los libros unitarios
las rotundas
obras que sean espejo
de armonía
 
A mí sólo me importa
el testimonio
del momento que pasa
las palabras
que dicta en su fluir
el tiempo en vuelo
 
La poesía que busco
es como un diario
en donde no hay proyecto ni medida
 
 
Jose Emilio Pacheco

 

4 de octubre de 2023

Alta traición, Jose Emilio Pacheco

Alta traición
 
No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
-y tres o cuatro ríos.
 
 
Jose Emilio Pacheco
 

3 de octubre de 2023

El viento distante, José Emilio Pacheco

El viento distante 
 
En un extremo de la barraca el hombre fuma, mira su rostro en el espejo, el humo al fondo del cristal. La luz se apaga, y él ya no siente el humo y en la tiniebla nada se refleja.
El hombre está cubierto de sudor. La noche es densa y árida. El aire se ha detenido en la barraca. Sólo hay silencio en la feria ambulante.
Camina hasta el acuario, enciende un fósforo, lo deja arder y mira lo que yace bajo el agua. Entonces piensa en otros días, en otra noche que se llevó el viento distante, en otro tiempo que los separa y los divide como esa noche los apartan el agua y el dolor, la lenta oscuridad.
Para matar las horas, para olvidarnos de nosotros mismos, Adriana y yo vagábamos por las desiertas calles de la aldea. En una plaza hallamos una feria ambulante y Adriana se obstinó en que subiéramos a algunos aparatos. Al bajar de la rueda de la fortuna, el látigo, las sillas voladoras, aún tuve puntería para abatir con diecisiete perdigones once oscilantes figuritas de plomo. Luego enlacé objetos de barro, resistí toques eléctricos y obtuve de un canario amaestrado un papel rojo que develaba el porvenir.
Adriana era feliz regresando a una estéril infancia. Hastiados del amor, de las palabras, de todo lo que dejan las palabras, encontramos aquella tarde de domingo un sitio primitivo que concedía el olvido y la inocencia. Me negué a entrar en la casa de los espejos, y Adriana vio a orillas de la feria una barraca sola, miserable.
Al acercarnos el hombre que estaba en la puerta recitó una incoherente letanía:
—Pasen, señores: vean a Madreselva, la infeliz niña que un castigo del cielo convirtió en tortuga por desobedecer a sus mayores y no asistir a misa los domingos. Vean a Madreselva, escuchen en su boca la narración de su tragedia.
Entramos en la carpa. En un acuario iluminado estaba Madreselva con su cuerpo de tortuga y su rostro de niña. Sentimos vergüenza de estar allí disfrutando el ridículo del hombre y de la niña, que muy probablemente era su hija.
Cuando acabó el relato, la tortuga nos miró a través del acuario con el gesto rendido de la bestia que se desangra bajo los pies del cazador'
—Es horrible, es infame —dijo Adriana mientras nos alejábamos.
—No es horrible ni infame: el hombre es un ventrílocuo. La niña se coloca de rodillas en la parte posterior del acuario, la ilusión óptica te hace creer que en realidad tiene cuerpo de tortuga. Tan simple como todos los trucos. Si no me crees te invito a conocer el verdadero juego.
Regresamos. Busqué una hendidura entre las tablas. Un minuto después Adriana me pidió que la apartara -y nunca hemos hablado del domingo en la feria.
El hombre toma en brazos a la tortuga para extraerla del acuario. Ya en el suelo, la tortuga se despoja de la falsa cabeza. Su verdadera boca dice oscuras palabras que no se escuchan fuera del agua. El hombre se arrodilla, la besa y la atrae a su pecho. Llora sobre el caparazón húmedo, tierno. Nadie comprendería que está solo, nadie entendería que la quiere. Vuelve a depositaria sobre el limo, oculta los sollozos y vende otros boletos. Se ilumina el acuario. Ascienden las burbujas. La tortuga comienza su relato.


 José Emilio Pacheco (1963)


 

José Emilio Pacheco: nació en la Ciudad de México el 30 de junio de 1939 y falleció el 26 de enero de 2014. Su obra fue reconocida muy pronto: desde la década de los cincuenta ya figuraba en antologías al lado de los grandes poetas de Latinoamérica. Estudió en La Universidad Nacional Autónoma de México. Además de haber publicado poesía y prosa y de ejercer una magistral labor como traductor, ha trabajado como director y editor de colecciones bibliográficas y diversas publicaciones y suplementos culturales. Dirigió, al lado de Carlos Monsiváis, el suplemento de la revista Estaciones; fue secretario de redacción de la Revista de la Universidad de México. Dirigió la colección Biblioteca del Estudiante Universitario. Ha sido docente en diversas universidades del mundo e investigador del INAH.

2 de octubre de 2023

Yo en un monte de olivos, Gloria Fuertes

Yo en un monte de olivos
 
Como un volcán dormido de mentira
—parezco al parecer tan descansada—.
Un ocio agotador que así me enciende,
Brotan de mi costado las palabras.
Sudo tinta y tengo sed, sed tengo,
Mucha sed de manos enlazadas.
Por la punta del monte de mis senos
Por la punta del lápiz va la lava.
 
Va balada a tus pies o bien protesta,
En una piedra al sol, arrodillada
Y la pasión del hombre se me representa:
Veo celdas con rejas, hospitales sin camas,
Sabios con atómicas, analfabetos con ayuda de cámara,
Viudas con marido, casos sin casa,
Niños crueles, perras apedreadas,
La traición de un amigo, la destrucción de un alma.
¡No puedo más!... Me levanto y dicen:
 
—Ahí va Gloria la vaga.
—Ahí va la loca de los versos, dicen,
la que nunca hace nada.
 
 
Gloria Fuertes
 
(De Cómo atar los bigotes al tigre, 1969)
 

1 de octubre de 2023

Vengo de abajo, Gloria Fuertes

Vengo de abajo
 
 
Vengo de abajo
Quizá por eso nunca
dejaré a los del barrio
 
Tiro hacia arriba,
La pupila del pobre
me tiene viva.
 
Salud, trabajo,
Es todo lo que pide
el que está abajo.
 
Le doy cultura
Que aún no sabe leer.
Con su estatura
 
Le leo versos
Al hombre más sencillo
del universo.
 
Gloria Fuertes
(En: Historia de Gloria, 1989)



 

29 de septiembre de 2023

Cuando te nombran, Gloria Fuertes

 

Cuando te nombran
 
Cuando te nombran,
me roban un poquito de tu nombre;
parece mentira,
que media docena de letras digan tanto.
Mi locura seria deshacer las murallas con tu nombre,
iría pintando todas las paredes,
no quedaría un pozo
sin que yo asomara
para decir tu nombre,
ni montaña de piedra
donde yo no gritara
enseñándole al eco
tus seis letras distintas.
Mi locura sería,
enseñar a las aves a cantarlo,
enseñar a los peces a beberlo,
enseñar a los hombres que no hay nada,
como volverme loco y repetir tu nombre.
Mi locura sería olvidarme de todo,
de las 22 letras restantes, de los números,
de los libros leídos, de los versos creados.
Saludar con tu nombre.
Pedir pan con tu nombre.
- siempre dice lo mismo- dirían a mi paso,
y yo, tan orgullosa, tan feliz, tan campante.
Y me iré al otro mundo con tu nombre en la boca,
a todas las preguntas responderé tu nombre
- los jueces y los santos no van a entender nada-
Dios me condenaría a decirlo sin parar para siempre.

Gloria Fuertes


27 de septiembre de 2023

No perdamos el tiempo, Gloria Fuertes

No perdamos el tiempo
 
 
Si el mar es infinito y tiene redes,
si su música sale de la ola,
si el alba es roja y el ocaso verde,
si la selva es lujuria y la luna caricia,
si la rosa se abre y perfuma la casa,
si la niña se ríe y perfuma la vida,
si el amor va y me besa y me deja temblando...
 
¿Qué importancia tiene todo eso,
mientras haya en mi barrio una mesa sin patas,
un niño sin zapatos o un contable tosiendo,
un banquete de cáscaras,
un concierto de perros,
una ópera de sarna?
 
Debemos inquietarnos por curar las simientes,
por vendar corazones y escribir el poema
que a todos nos contagie.
Y crear esa frase que abrace todo el mundo;
los poetas debiéramos arrancar las espadas,
inventar más colores y escribir padrenuestros.
Ir dejando las risas en la boca del túnel
y no decir lo íntimo, sino cantar al corro;
no cantar a la luna, no cantar a la novia,
no escribir unas décimas, no fabricar sonetos.
 
Debemos, pues sabemos, gritar al poderoso,
gritar eso que digo, que hay bastantes viviendo
debajo de las latas con lo puesto y aullando
y madres que a sus hijos no peinan a diario,
y padres que madrugan y no van al teatro.
Adornar al humilde poniéndole en el hombro nuestro verso;
cantar al que no canta y ayudarle es lo sano.
Asediar usureros y con rara paciencia convencerles sin asco.
 
Trillar en la labranza, bajar a alguna mina;
ser buzo una semana, visitar los asilos,
las cárceles, las ruinas; jugar con los párvulos,
danzar en las leproserías.
Poetas, no perdamos el tiempo, trabajemos,
que al corazón le llega poca sangre.
 
 
Gloria Fuertes
(En Antología y poemas del suburbio, 1954.)

 

 

26 de septiembre de 2023

Es inútil, Gloria Fuertes

Es inútil
 
 
Es inútil.
Inútil que a estas fechas
nos empiece a dar pena de la rosa y el pájaro,
inútil que encendamos velas por los pasillos,
inútil que nos prohíban nada,
no hablar por ejemplo,
comer carne,
beber libros,
bajarnos sin pagar en el tranvía,
querer a varios seres,
fumar yerbas,
decir verdades,
amar al enemigo,
inútil es que nos prohíban nada.
 
En los diarios vienen circulares,
papeles hay pegados en la esquina
que prohíben comer pájaros fritos;
¡y no prohíben comer hombres asados,
con dientes de metralla comer hombres desnudos!
¿Por qué prohíben pájaros los mismos que consienten
ejecutar el séptimo y el quinto mandamiento?
 
Tampoco han prohibido los niños en la guerra
y se los sigue el hombre comiendo en salsa blanca.
La “Protectora de Animales” está haciendo el ridículo.
Tampoco han prohibido comer las inocentes pescadillas,
los tiernos y purísimos corderos,
las melancólicas lubinas,
las perdices,
y qué me dices
de Mariquita Pérez
que la compran abrigos de seiscientas pesetas
habiendo tanta niña sin muñeca ni ropa,
los enfermos trabajan,
los ancianos ejercen,
el opio en tal café puede comprarse,
la juventud se vende,
todo esto está oficialmente permitido,
comprended y pensad nada se arregla con tener buenos
                                                                              /sentimientos,
hay que tener arranque y ganas de gritar:
– Mientras haya guerras comeré pájaros fritos!
 
 
 
Gloria Fuertes
De: Garra de la guerra,
Ed. Media Vaca, 2004

 

25 de septiembre de 2023

En tu aniversario, Alejandra Pizarnik


 
En tu aniversario
 
Recibe este rostro mío, mudo, mendigo.
recibe este amor que te pido.
Recibe lo que hay en mí que eres tú.
 
Alejandra Pizarnik, Los trabajos y las Noches (Buenos Aires, Sudamericana, 1965)

24 de septiembre de 2023

Cuento de invierno, Alejandra Pizarnik

Cuento de invierno
 
La luz del viento entre los pinos, ¿comprendo estos signos de tristeza
incandescente?
Un ahorcado se balancea en el árbol marcado con la cruz lila.
Hasta que logró deslizarse fuera de mi sueño y entrar a mi cuarto, por
la ventana. en complicidad con el viento de la medianoche.
 
 
Alejandra Pizarnik
Extracción de la piedra de locura
 
(1968)


 

23 de septiembre de 2023

En la otra madrugada, Alejandra Pizarnik


En la otra madrugada
 
Veo crecer hasta mis ojos figuras de silencio y desesperadas. Escucho
grises, densas voces en el antiguo lugar del corazón.
 
Alejandra Pizarnik
Extracción de la piedra de locura
 
(1968) 

22 de septiembre de 2023

29, Aquí vivimos con una mano en la garganta... Alejandra Pizarnik

29
 
Aquí vivimos con una mano en la garganta. Que nada es posible ya lo
sabían los que inventaban lluvias y tejían palabras con el tormento de la
ausencia. Por eso en sus plegarias había un sonido de manos enamoradas
de la niebla.
 
A André Pieyre de Mandiargues
 
Alejandra Pizarnik
De Árbol de Diana (1962)

 

21 de septiembre de 2023

20 de septiembre de 2023

Victoria Colombini Lauricella leyendo la mujer fuerte y Atardecer de Gabriela Mistral y de Alejandra Pizarnik Hija del viento

 Victoria Colombini Lauricella leyendo la mujer fuerte y Atardecer de Gabriela Mistral y de Alejandra Pizarnik Hija del viento
 
Videopoetico Café Literario del Jueves 8 de Marzo de 2012, en Quo Vadis Café, Sarmiento 341 (Al lado de Tribunales), Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Cuyo tema fue La Literatura femenina.
Organiza Grupo Literario Tardes de la Biblioteca Sarmiento


Hija del viento
 
Han venido.
Invaden la sangre.
Huelen a plumas,
a carencias,
a llanto.
Pero tú alimentas al miedo
y a la soledad
como a dos animales pequeños
perdidos en el desierto.
 
Han venido
a incendiar la edad del sueño.
Un adiós es tu vida.
Pero tú te abrazas
como la serpiente loca de movimiento
que sólo se halla a sí misma
porque no hay nadie.
 
Tú lloras debajo del llanto,
tú abres el cofre de tus deseos
y eres más rica que la noche.
 
Pero hace tanta soledad
que las palabras se suicidan
 
Alejandra Pizarnik
De: Las aventuras perdidas (1958)


19 de septiembre de 2023

El verbo encarnado, Alejandra Pizarnik



El verbo encarnado, Alejandra Pizarnik

 

 

Moi je reproche aux hommes de ce temps, de m'avoir fait naître par le plus ignobles manoeuvres magiques dans un monde dont je ne voulais pas, et de vouloir par de manoeuvres magiques similaires m'empêcher d' y faire un trou pour le quitter. J'ai besoin de poésie pour vivre, et je veux en avoir autour de moi. Et je n'admets pas que le poète que je suis ait été enfermé dans un asile d'aliéné parce qu'il voulait réaliser au naturel sa poésie.

Antonin Artaud (Lettres de Rodez)

 

 

Aquella afirmación de Hölderlin, de que "la poesía es un juego peligroso", tiene su equivalente real en algunos sacrificios célebres: el sufrimiento de Baudelaire, el suicidio de Nerval, el precoz silencio de Rimbaud, la misteriosa y fugaz presencia de Lautréamont, la vida y la obra de Artaud... Estos poetas, y unos pocos más, tienen en común el haber anulado -o querido anular- la distancia que la sociedad obliga a establecer entre la poesía y la vida. Artaud no ha entrado aún en la normalidad de los exámenes universitarios, como es el caso de Baudelaire. De modo que es conveniente, en esta precaria nota apelar a un mediador de la calidad de André Gide, cuyo testimonio de buena cuenta del genio convulsivo de Artaud y de su obra. Gide escribió ese texto después de la tan memorable velada del 13 de enero de 1947 en el Vieux Colombier, en donde Artaud -recientemente salido del hospicio de Rodez- quiso explicarse con -pero no pudo ser "con" sino "ante" -los demás. Este es el testimonio de André Gide : "Había allí, hacia el fondo de la sala -de esa querida, vieja sala del Vieux Colombier que podía contener alrededor de 300 personas- una media docena de graciosos llegados a esa sesión con la esperanza de bromear. ¡Oh! Ya lo creo que hubieran recogido los insultos de los amigos fervientes de Artaud distribuidos por toda la sala. Pero no después de una tímida tentativa de alboroto ya no hubo que intervenir... Asistíamos a ese espectáculo prodigioso: Artaud triunfaba; mantenía a distancia la burla, la necedad insolente; dominaba..."Hacía mucho que yo conocía a Artaud, y también su desamparo y su genio. Nunca hasta entonces me había parecido más admirable. De su ser material nada subsistía sino lo expresivo. Su alta silueta desgarbada, su rostro consumido por la llama interior, sus manos de quien se ahoga, ya tendidas hacia un inasible socorro, ya retorciéndose en la angustia, ya, sobre todo, cubriendo estrechamente su cara, ocultándola y mostrándola alternativamente, todo en él narraba la abominable miseria humana, una especie de condenación inapelable, sin otra escapatoria posible que un lirismo arrebatado del que llegaban al público sólo fulgores obscenos, imprecatorios y blasfemos. Y ciertamente, aquí se reencontraba al actor maravilloso en el cual podía convertirse este artista: pero era su propio personaje lo que ofrecía al público, en una suerte de farsa desvergonzada donde se transparentaba una autenticidad total. La razón retrocedía derrotada; no sólo la suya sino la de toda la concurrencia, de nosotros todos, espectadores de ese drama atroz, reducidos a papeles de comparsas malévolas, de b...y de palurdos. ¡Oh! No, ya nadie, entre los asistentes, tenía ganas de reír; y además, Artaud nos había sacado las ganas de reír por mucho tiempo. Nos había constreñido a su juego trágico de rebelión contra todo aquello que, admitido por nosotros, permanecía inadmisible para él, más puros:"Aún no hemos nacido. Aún no estamos en el mundo. Aún no hay mundo. Aún las cosas no están hechas. La razón de ser no ha sido encontrada...""Al terminar esa memorable sesión, el público callaba. ¿Qué se hubiera podido decir? Se acababa de ver a un hombre miserable, atrozmente sacudido por un dios, como en el umbral de una gruta profunda, antro secreto de la sibila donde no se tolera nada profano, o bien, como sobre un Carmelo poético, aun vate expuesto, ofrecido a las tormentas, a los murciélagos devorantes, sacerdote y víctima a la vez... Uno se sentía avergonzada de retomar el lugar en un mundo en donde la comodidad está hecha de compromisos."Un escritor que firma L'Alchimiste , luego de trazar un convincente paralelo entre Arthur Rimbaud y Antonin Artaud, discierne en sus obras un período blanco y otro negro, separados en Rimbaud por la "Lettre du Voyant" y en Artaud por "Les Nouvelles Revelations de l'Etre" (1937).Lo que más asombra del período blanco de Artaud en su extraordinaria necesidad de encarnación mientras que en el período negro hay una perfecta cristalización de esa necesidad.Todos los escritos del período blanco, sean literarios, cinematográficos o teatrales, atestiguan esa prodigiosa sed de liberar y de que se vuelva cuerpo vivo aquello que permanece prisionero en las palabras . He entrado en la literatura escribiendo libros para decir que no podía escribir absolutamente nada; cuando tenía algo que decir o escribir, mi pensamiento era lo que más se me negaba. Nunca tenía ideas, y dos o tres pequeños libros de sesenta páginas cada uno, giran sobre esta ausencia profunda, inveterada, endémica, de toda idea. Son "L'Ombilic des Limbes" y "Le Pèse-Nerfs". Es particularmente en "Le Pèse-Nerfs" donde Artaud describe el estado (y resulta una ironía dolorosa el no poder dejar de admirar la magnífica "poesía" de este libro) de desconcierto estupefaciente de su lengua en sus relaciones con el pensamiento. Su herida central es la inmovilidad interna y las atroces privaciones que se derivan: imposibilidad de sentir el ritmo del propio pensamiento (en su lugar yace algo trizado desde siempre) e imposibilidad de sentir vivo el lenguaje humano: Todos los términos que elijo para pensar son para mí TÉRMINOS en el sentido propio de la palabra, verdaderas terminaciones... Hay una palabra que Artaud reitera a lo largo de sus escritos: eficacia. Ella se relaciona estrechamente con su necesidad de metafísica en actividad, y usada por Artaud quiere decir que el arte -o la cultura en general- ha de ser eficaz en la misma manera en que no es eficaz el aparato respiratorio: No me parece que lo más urgente sea defender una cultura cuya existencia nunca ha liberado a un hombre de la preocupación de vivir mejor y de tener hambre sino extraer de aquello que se llama cultura ideas cuya fuerza viviente es idéntica a la del hombre. Y si se pregunta en que consiste, en el plano de la poesía, esa eficacia que Artaud deseó como nadie, y encontró mas que nadie, puede ser una respuesta propicia esta afirmación que encuentro en Marcel Granet ("Le pensée chinoise"): Savoir le nom, dire le mot, c'est posséder l'être ou creer la chose. Toute bête est domptée par qui sait la nommer...J'ai pour soldats des tigres si je les appelle:"tigres!".Las principales obras del período negro son: "Au Pais des Tarahumaras", "Van Gogh, le suicidé de la sociéte", "Les lettres de Rodez", "Artaud le Momo", "Ci-gît precede de la Culture Indienne" y "Pour en finir avec le jugement de dieu."Son obras indefinibles. Pero explicar por qué algo indefinible puede ser una manera -tal vez ve la más noble- de definirlo. Así procede Arthur Adamov en un excelente artículo en el que enuncia las imposibilidades -que aquí resumo- de definir la obra de Artaud: La poesía de Artaud no tiene casi nada en común con la poesía clásica y definida.La vida y la muerte de Artaud son inseparables de su obra en un grado único en la historia de la literatura.Los poemas de su último período son una suerte de milagro fonético que se renueva sin cesar.No se puede estudiar el pensamiento de Artaud como si se tratara de pensamiento pues no es pensado que se forjó en Artaud.Numerosos poetas se rebelaron contra la razón para sustituirla por un discurso poético que pertenece exclusivamente a la Poesía. Pero Artaud está lejos de ellos. Su lenguaje no tiene nada de poético si bien no existe otro más eficaz.Puesto que su obra rechaza los juicios estéticos y los dialécticos, la única llave para abrir una referencia a ella son los efectos que produce. Pero esto es casi indecible pues esos efectos equivalen a un golpe físico.(Si se pregunta de dónde proviene tanta fuerza, se responderá que del más grande sufrimiento físico y moral. El drama de Artaud es el de todos nosotros pero su rebeldía y su sufrimiento son de una intensidad sin paralelo).Leer en traducción al último Artaud es igual que mirar reproducciones de cuadros de Van Gogh. Y ello, entre otras muchas causas, por lo corporal del lenguaje, por la impronta respiratoria del poeta, por su carencia absoluta de ambigüedad.Sí, el Verbo se hizo carne. Y también, y sobre todo en Artaud, el cuerpo se hizo verbo. ¿En dónde, ahora, su viejo lamento de separado de las palabras? Así como Van Gogh restituye a la naturaleza su olvidado prestigio y su máxima dignidad a las cosas hechas por el hombre, gracias a esos soles giratorios, esos zapatos viejos, esa silla, esos cuervos... así, con idéntica pureza e idéntica intensidad, el Verbo de Artaud, es decir Artaud, rescata, encarnándola, "la abominable miseria humana". Artaud, como Van Gogh, como unos pocos más, dejan obras cuya primera dificultad estriba en el lugar -inaccesible para casi todos- desde donde las hicieron. Toda aproximación a ellas sólo es real si implica los temibles caminos de la pureza, de la lucidez, del sufrimiento, de la paciencia......regagner Antonin Artaud sur ses dix ans de souffrances, pour commencer à entrevoir ce qu'il voulait dire, ce que veut dire ce signe jeté parmi nous, le dernier peut-être qui vaille d'être déchiffré...

 



Alejandra Pizarnik


 


17 de septiembre de 2023

El mundo es tuyo, Aldo Pellegrini

El mundo es tuyo
 
 
Cuando alguien pregunta inesperadamente
¿qué hora es?
se determinan curiosísimos desniveles una enorme melancolía
suspendida sobre una blanca llanura un río
quebradizo una sorpresa ascendente y el concurso de una boca certera.
que habla con rumores de corazón galopante y deja
una roja señal en los que pasan
Quizás suben lentas escaleras en busca de lugar más alto
para la cita del humo la cólera se niega a despertar
los trenes descarrilan detrás de tus párpados y en medio de una gran incomodidad
el horizonte circula por tus venas
El mundo es mío te lo doy un río se desliza junto a tu piel
un ala líquida en una llanura dormida
una leve espuma denuncia la libertad que se ahoga la emoción
contenida atrae a las moscas un violento zumbido
y la brusca rotura del mecanismo que produce el fenómeno de la turbación
La hora del conocimiento ha terminado el tiempo es sinuoso y los hambrientos
devoran como siempre las manos que los socorren el suicidio
oculta una inmensa victoria el mundo es tuyo ¿podríamos apresurarnos?
Indudablemente el momento es oportuno los crímenes fraguados
la complicidad de las falsas rameras el don del extravío
el subyugante temblor de las manos
la voz que llama está cada vez más distante
los instintos se oxidan la equivocada posición de la memoria
el mundo es tuyo sin entrada ni salida el largo alcance de la esperanza
el esplendor de la vida la mirada socarrona la sed se derrama
el mundo es tuyo y tu piel se estremece.
 
 
 
 
Aldo Pellegrini
 

 

16 de septiembre de 2023

Todo te nombra, Aldo Pellegrini

Todo te nombra
 
Las trayectorias opuestas se encuentran se
abren los muslos temerosos
el amor arranca sus raíces del sueño
una nube se cierne sobre el párpado
el gran señor de la mañana dormita
La noche atraviesa el puente el carruaje
extraviado de los que despiertan se detiene
en el punto donde se acumulan los murmullos
un árbol de frío eleva su voz colérica
la mirada de la angustia despliega sus reflejos
todo te nombra
La inmovilidad del río el barquero espera
las luces acuden en socorro de la fiesta del corazón
el deseo de la mujer es un grito el coro
de las damas elegantes en la nebulosa de la dádiva
se consume el temor rueda
la despiadada cadena de los visitantes lentamente
se purifica la esclavitud los nervios abiertos
recogen las intenciones extrañas el hábito
del perseguidor la aparición
de un vago suicidio en la mañana de los lamentos
el definitivo
exterminio de los sollozos la estrella torturadora y
el mago de la alta sombra
portador de la palabra lacerante
te nombra.
 
 
Aldo Pellegrini

 

15 de septiembre de 2023

Sobre la contradicción, Aldo Pellegrini

Sobre la contradicción
 
 
Si extiendo una mano encuentro una puerta
si abro la puerta hay una mujer
entonces afirmo que existe la realidad
en el fondo de la mujer habitan fantasmas monótonos
que ocupan el lugar de las contradicciones
más allá de la puerta existe la calle
y en la calle polvo, excrementos y cielo
y también ésa es la realidad
y en ésa realidad también existe el amor
buscar el amor es buscarse a sí mismo
buscarse a sí mismo es la más triste profesión
monotonía de las contradicciones
allí donde no alcanzan las leyes
en el corazón mismo de la contradicción
imperceptiblemente
extiendo la mano
y vivo.
 
 
Aldo Pellegrini

 

13 de septiembre de 2023

La valija de fuego, Aldo Pellegrini

LA VALIJA DE FUEGO
 
Que se viva, sueñe o hable
que se busque o se den las gracias
nada evita que en lo más oculto
existan pequeñas deliciosas inmundicias
siempre lugares secretos objetos invisibles, lo despreciable que se ama
borra de café, polvos, gargajos, legaña, insectos, mugre
un mondadientes usado, pústulas
flujos, náuseas, fetidez, diarreas
la embriaguez que vomita
la cómica felicidad con caries dental y callos
oh nada de esto aterroriza a los ociosos
ni a los comediantes que hacen prudentes imitaciones de la vida
agua de rosas, betún y baba
las cucarachas nos persiguen de noche y las moscas de día
todo encerrado en la famosa valija de fuego
rodeada de admirables burbujas de aire irrespirable.
Meditemos en la valija de fuego
se la usa en los infiernos despiadados
contra la nieve, contra el lirismo, contra el odio de los amigos
sólo fracasa con el frío de la muerte
busquemos en nuestra valija de fuego las suculentas podredumbres
para mezclarlas con los sombríos deseos celestes.
Retornemos a la valija de fuego
a la valija de fuego de
a la valija de fuego de madre que da a luz en el instante imprevisto
y más tarde, cuando el niño se pierde y reclama a su madre, todos lo recriminan duramente, y se da el
caso de algunos que –en el colmo de la exasperación– cortan los extremos de los tiernos dedos
infantiles y cometen otros actos de piadosa crueldad: el amor a la humanidad, frente al cual el amor
de madre debe reservarse para la valija de fuego.
Retornemos al canto de fuego repleto de los cuchicheos de los sabios que abrazan llenos de pasión a
las prostitutas
Y de los sabios que simulan dormir
Y de aquellos que mastican mañana tarde y noche
Y piensan al compás de las mandíbulas
(delicioso juego de las mandíbulas que ocultan todos los otros juegos).
Retornemos al sollozo de fuego del niño
el niño que llora perdido en la calle
y le preguntan: “¿No buscas, hermoso niño, a tu madre?”
y contesta: “No, busco a mi padre el sabio, en el interior de la ballena
atravesado por relámpagos que parecen hormigas
devorado por hormigas que parecen catedrales.”
oh hermoso niño, te llevaré a tu cálida cuna atravesando los siglos
y mediante la ciencia de los puntapiés
te arrancaré de tu sueño
para ir al encuentro de la sabiduría parricida
allí donde Edipo y sus hijos bailan cabeza abajo.
Retornemos al canto de hielo de los santos en cuclillas, saludando respetuosamente a las cadenciosas
fricciones eléctricas
las chispas eléctricas surgidas del roce de vírgenes satinadas
al compás de la inocencia que circula por las vetustas morales
el canto de hielo, el canto que congela
a las viejas cotorras que penetran contoneándose en su túnel de olvido
donde padres feroces arrasan los castillos de hadas
para arrebatar su botín de pieles y tortugas
donde harapos de piedras cuelgan del vientre de Dios
y multitud de arqueólogos se agitan incansablemente
masticando la felpa gris-perla de los pensamientos vegetales.
Retornemos a la vida fugaz del hombre inventor del fuego de la melancolía
los argumentos de la muerte se encierran también en la valija de fuego
cuando los generosos, los justos, los tenebrosos, los tristes
arrojan su timidez bastarda
y hacen explotar los vientres estériles
con filtros mágicos
con invenciones saturadas de dulzura que oprimen el pecho, sobre el cual caen mechones de cabellos
negativos desde la indescriptible altura de las ideas
inconmovibles ante toda humana razón
torrentes de lágrimas deshaciendo las inexpertas rocas del egoísmo
y todos se van
y queda un gran vacío circular
¿y a quién llama entonces al niño?
a su madre, la portadora de la valija de fuego, la primera y última
la que muestra su perenne sonrisa triunfal
la que siempre retorna
la que afronta los inmensos peligros de la moralidad
la que vibra henchida de la más pura sabiduría zoológica.
Retornemos al niño que busca juguetes multiangulares
en el centro de espacios extinguidos
a la vera de noches emboscadas, arrastrando pesadillas bituminosas
alimentado con leche de perras violadas
para alcanzar así la madurez de la inocencia
ése es el hijo terrible, el hijo impródigo, el hijo no deseado
que recorre el hilo de las conversaciones hasta hacer estallar su sensatez
que incendia las posiciones correctas de los visitantes ocasionales
audaz explorador de selvas de cacahuetes.
Retornemos a la valija de fuego de nada
donde se consumen los sensibles al fuego del tedio moral
donde se amontonan los triunfadores despanzurrados
retornemos al fuego de alejarnos
al fuego de acercarnos
mientras Dios camina incansablemente a tu lado por toda la eternidad
sin pensar en ti
heroicamente solo
humanamente solo
marchando sobre arenas siderales
donde mundos exasperados se desheredan alternativamente.
He aquí el gran espectáculo que la valija de fuego no puede contener
el espectáculo de la soledad de Dios y de su hijo el hombre
solos en la multiplicidad de lo creado
en la infinita multiplicidad
todos heroicamente solos
dios y los hombres
irritantemente heroicos.
Simulando una sonrisa
recoge tu valija de fuego extinguido
tu valija de noche abandonada por sus fantasmas
juguete inolvidable
revelador del gran secreto
con los argumentos de la muerte se puede triunfar en la vida.
 
 
Aldo Pellegrini

 

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