No son tu marido
"They’re Not Your Husband"
Earl Ober era vendedor y estaba buscando
empleo. Pero Doreen, su mujer, se había puesto a trabajar como camarera de
turno de noche en un pequeño restaurante que abría las veinticuatro horas,
situado en un extremo de la ciudad. Una noche, mientras tomaba unas copas, Earl
decidió pasar por el restaurante a comer algo. Quería ver dónde trabajaba
Doreen, y de paso ver si podía tomar algo a cuenta de la casa.
Se sentó en la barra y estudió la carta.
—¿Qué haces aquí? —dijo Doreen cuando lo
vio allí sentado. Le tendió la nota de un pedido al cocinero.
—¿Qué vas a pedir, Earl? —dijo luego—. ¿Los
niños están bien?
—Perfectamente —dijo Earl—. Tomaré café y
un sándwich de ésos. Número dos. Doreen tomó nota.
—¿Alguna posibilidad de... ya sabes? —dijo,
y le guiño un ojo.
—No —dijo ella—. No me hables ahora. Tengo
trabajo.
Earl se tomó el café y esperó el sandwich.
Dos hombres trajeados, con la corbata suelta y el cuello de la camisa abierta,
se sentaron a su lado y pidieron café. Cuando Doreen se retiraba con la
cafetera, uno de ellos le dijo al otro:
—Mira que culo. No puedo creerlo. El otro
hombre rió.
—Los he visto mejores —dijo.
—A eso me refiero —dijo su compañero—. Pero
a algunos tipos las palomitas les gustan gordas.
—A mi no —dijo el otro.
—Ni a mí —dijo el primero—. Es lo que te
estaba diciendo.
Doreen le trajo el sándwich. A su
alrededor, había patatas fritas, ensalada de col y una salsa de eneldo.
—¿Algo más? —dijo—, ¿Un vaso de leche?
Earl no dijo nada. Negó con la cabeza
mientras ella seguía allí de pie, esperando.
Al rato volvió con la cafetera y sirvió a
Earl y a los dos hombres. Luego cogió una copa y se dio la vuelta para servir
un helado. Se agachó y, doblada por completo sobre el congelador, se puso a
sacar helado con el cacillo. La falda blanca se le subió hacia arriba por las
piernas, se le pego a las caderas. Y dejó al descubierto una faja de color rosa
y unos muslos rugosos y grisáceos y un tanto velludos, con una alambicada trama
de venillas.
Los dos hombres de la barra, al lado de
Earl, intercambiaron miradas. Uno de ellos alzó las cejas. El otro sonrió
regocijado y siguió mirando por encima de su taza a Doreen, que ahora coronaba
el helado con jarabe de chocolate. Cuando Doreen se puso a agitar el bote de
crema batida, Earl se levantó, dejó el plato a medio comer en la barra y se
dirigió hacia la puerta. Oyó que Doreen lo llamaba, pero siguió su camino.
Después de echar una ojeada a los niños fue
al otro dormitorio y se quitó la ropa. Se subió las mantas, cerró los ojos y se
puso a pensar. La sensación le comenzó en la cara, y luego le descendió hasta
el estómago y las piernas. Abrió los ojos y movió la cabeza de acá para allá
sobre la almohada. Luego se volvió sobre su lado y se durmió. Por la mañana,
después de mandar a los niños al colegio, Doreen entró en el dormitorio y subió
la persiana. Earl ya se había despertado.
—Mírate al espejo —dijo Earl.
—¿Qué? —dijo ella—. ¿A qué te refieres?
—Tú mírate al espejo —dijo él.
—¿Y qué es lo que debo ver? —dijo ella.
Pero se miró en el espejo del tocador y se apartó el pelo de los hombros.
—¿Y bien? —dijo él.
—¿Y bien, qué? —dijo ella.
—Odio tener que decírtelo —dijo él—, pero
creo que deberías ir pensando en seguir una dieta. Lo digo en serio. Sí, en
serio. Creo que podrías perder unos kilos. No te enfades.
—¿Qué estás diciendo? —dijo ella.
—Lo que he dicho. Creo que no estaría mal
que perdieras unos kilos. Unos cuantos, al menos.
—Nunca me has dicho nada —dijo Doreen. Se
levantó el camisón por encima de las caderas y se volvió para mirarse el
vientre en el espejo.
—Antes no pensaba que te hiciera falta
—dijo Earl. Trataba de elegir cuidadosamente las palabras.
Con el camisón aún recogido sobre las
caderas, Doreen dio la espalda al espejo y se miró por encima del hombro. Se
alzó una nalga con la palma de la mano y la dejó caer.
Earl cerró los ojos.
—Puede que esté equivocado —dijo.
—Imagino que sí, que podría perder algo de
peso. Pero me costará —dijo Doreen.
—Tienes razón, no será fácil —dijo Earl—.
Pero te ayudaré.
—Quizás tengas razón —dijo Doreen. Dejó
caer el camisón y miró a Earl. Y se quitó el camisón.
Hablaron de dietas. Hablaron de dietas de
proteínas, de dietas de "sólo verduras", de la dieta del zumo de
pomelo. Pero decidieron que no tenían el dinero suficiente para los bistecs de
la dieta de proteínas. Luego Doreen dijo que tampoco le apetecía atiborrarse de
verduras, y que, habida cuenta de que el zumo de pomelo no le entusiasmaba,
tampoco veía mucho sentido en una dieta así.
—De acuerdo, olvídalo —dijo él.
—No, no. Tienes razón —dijo ella—. Haré
algo.
—¿Qué tal si haces ejercicio? —dijo él.
—Para ejercicio ya tengo bastante con el
que hago en el trabajo —dijo ella.
—Pues deja de comer —dijo él—. Unos días,
al menos.
—De acuerdo —dijo Doreen—. Lo intentaré. Lo
intentaré unos cuantos días. Me has convencido.
—Soy vendedor —dijo Earl.
Calculó el saldo de su cuenta corriente,
cogió el coche, fue a un almacén de artículos con descuento y compró una
bascula de baño. Observó detenidamente a la dependienta que registraba la venta
en la caja.
En casa, hizo que Doreen se desvistiera por
completo y se subiera a la báscula. Al ver sus varices, frunció el ceño. Pasó
el dedo a lo largo de una que le ascendía por el muslo.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Doreen.
—Nada —dijo Earl.
Miró la báscula y escribió una cifra en un
papel.
—Muy bien —dijo—. Muy bien.
Al día siguiente pasó casi toda la tarde
fuera; tenía una entrevista. El empresario, un hombre corpulento que cojeaba
mientras le mostraba los accesorios de fontanería del almacén, le preguntó si
podía viajar.
—Por supuesto que puedo —dijo Earl. El
hombre asintió con la cabeza.
Earl sonrió.
Antes de abrir, oyó la televisión dentro de
la casa. Cruzó la sala, pero los niños no levantaron la mirada. Doreen, vestida
para el trabajo, comía huevos revueltos con bacon en la cocina.
—¿Qué estás haciendo? —dijo Earl.
Ella siguió masticando, con los carrillos
llenos. Pero luego echó lo que tenía en la boca encima de una servilleta.
—No he podido aguantarme —dijo.
—Cafre —dijo Earl—. ¡Sigue, sigue comiendo!
¡Come!
Se metió en el dormitorio, cerró la puerta
y se echó sobre la colcha. Seguía oyendo la televisión. Se puso las manos
debajo de la cabeza y miró el techo.
Doreen abrió la puerta.
—Voy a intentarlo de nuevo —dijo.
—Muy bien —dijo él.
Dos mañanas después, Doreen lo llamó al
cuarto de baño.
—Mira —dijo.
Earl miró la báscula. Abrió el cajón y sacó
el papel y volvió a leer el peso mientras sonreía complacido.
—Casi medio kilo —dijo Doreen.
—Algo es algo —dijo Earl, y le dio unas
palmaditas en la cadera.
Leía los anuncios por palabras. Visitaba la
oficina de empleo del estado. Cada tres o cuatro días cogía el coche e iba a
alguna entrevista. Y por las noches contaba las propinas de Doreen. Alisaba
sobre la mesa los billetes de a dólar, formaba montoncitos de dólar con los
cuartos y las monedas de cinco y diez centavos. Mañana tras mañana, hacía que
Doreen se subiera a la báscula.
Al cabo de dos semanas había perdido casi
dos kilos.
—Pico —dijo Doreen—. Me muero de hambre
durante el día, luego en el trabajo pico cosas. Por eso no pierdo más.
Pero a la semana siguiente había perdido
dos kilos y medio. Y una semana después, casi cinco. La ropa le quedaba grande.
Tuvo que recurrir al dinero del alquiler para comprarse otro uniforme.
—En el trabajo me dicen cosas —le dijo a
Earl.
—¿Qué clase de cosas? — preguntó él.
—Qué estoy pálida, por ejemplo —dijo ella—.
Que no parezco yo. Temen que esté perdiendo demasiado peso.
—¿Qué tiene de malo perder peso? —dijo él—.
No les hagas ni caso. Diles que se metan en sus cosas. Ellos no son tu marido.
Tú no vives con ellos.
—Pero trabajo con ellos —dijo Doreen.
—Cierto —dijo Earl—. Pero no son tu marido.
Cada mañana entraba en el cuarto de baño
detrás de ella y esperaba a que se subiera a la báscula. Se arrodillaba junto a
ella con papel y lápiz. El papel estaba lleno de fechas, días de la semana,
cifras. Leía lo que marcaba la báscula, consultaba el papel y asentía con la
cabeza o fruncía los labios.
Ahora Doreen pasaba más tiempo en la cama.
Volvía a acostarse en cuanto los niños se iban al colegio, y por la tarde
descabezaba un sueño antes de salir para el trabajo. Earl ayudaba en las tareas
de la casa, veía la televisión y dejaba que su mujer durmiera. Hacia todas las
compras, y de cuando en cuando salía a alguna entrevista.
Una noche, después de acostar a los niños,
apagó el televisor y salió a tomar unas copas. Cuando el bar hubo cerrado, fue
en coche al restaurante de Doreen.
Se sentó en la barra y esperó. Al poco
Doreen le vio, y dijo:
—¿Los niños están bien? Earl asintió con la
cabeza.
Se tomó su tiempo para decidir lo que
quería. No dejaba de mirar a su mujer, que iba de un lado para otro detrás de
la barra. Por fin pidió una hamburguesa con queso. Doreen le entregó la nota al
cocinero y fue a atender a otra persona.
Se acercó otra camarera con una cafetera y
le llenó la taza.
—¿Cómo se llama tu amiga? —dijo, y movió la
cabeza en dirección a su mujer.
—Se llama Doreen —dijo la camarera.
—Pues ha cambiado mucho desde la última vez
que estuve aquí —dijo.
—No sabría decirle —dijo la camarera.
Comió la hamburguesa y se tomó el café. La
gente seguía sentándose y levantándose de la barra. Era Doreen quien atendía a
la mayoría, aunque de cuando en cuando la otra camarera venía a anotar algún
pedido. Earl observaba a su mujer y escuchaba atentamente. Hubo de dejar su
asiento un par de veces para ir al lavabo. Y en ambas se preguntó si se había
perdido algún comentario. Al volver la segunda vez, vió que le habían retirado
la taza y que alguien ocupaba su sitio. Fue hasta un extremo de la barra y se
sentó en un taburete, al lado de un hombre mayor que llevaba una camisa de
rayas.
—¿Qué es lo que quieres? —le preguntó
Doreen cuando volvió a verle— ¿no deberías estar ya en casa?
—Ponme un café —dijo.
El hombre de al lado leía un periódico.
Alzó la vista y miró como Doreen servía café a su marido. Y se quedó mirando
cómo se alejaba. Luego volvió a su periódico.
Earl sorbió el café y esperó a que el
hombre dijera algo. Lo observó por el rabillo del ojo. El hombre había
terminado de comer y había apartado hacia un lado el plato. Encendió un
cigarrillo, dobló el periódico, se lo puso delante y siguió leyendo.
Doreen volvió y retiró el plato sucio y le
sirvió al hombre más café.
— ¿Qué le parece la chica? —le preguntó
Earl al hombre, haciendo un gesto hacia Doreen, que caminaba hacia el otro
extremo de la barra—. ¿No le parece una preciosidad?
El hombre alzó la mirada. Miró a Doreen y
luego a Earl, y volvió a su periódico.
—Bien, ¿qué dice? —dijo Earl—. Es una
pregunta. ¿Tiene o no buen aspecto?
Dígame.
El hombre movió con ruido el periódico.
Cuando vio que Doreen se acercaba desde el
otro extremo de la barra, Earl le dio un codazo al hombre en el hombro y dijo:
—Le estoy hablando. Escuche. Mire qué culo.
Y ahora fíjese. ¿Me pone por favor un helado de chocolate? —pidió en voz alta a
Doreen.
Doreen se paró frente a él y suspiró. Luego
se volvió y cogió una copa y el cacillo del helado. Se inclinó sobre el
congelador, asomó el cuerpo hacia el interior y se puso a arañar helado con el
cacillo. Earl miró al hombre y le dirigió un guiño cuando vio que la falda de
Doreen empezaba a ascender por los muslos. Pero el hombre captó la mirada de la
otra camarera. Se puso el periódico bajo el brazo y se metió el brazo en el
bolsillo.
La otra camarera vino directamente hasta
Doreen.
—¿Quién es ese personaje? —dijo.
—¿Quién? —dijo Doreen, con la copa del
helado en la mano.
—Ése —dijo la camarera, y señaló a Earl—.
¿Quién es ese tipo?
Earl esbozó su mejor sonrisa. Y la mantuvo.
La mantuvo hasta que sintió que la cara
se le desencajaba.
Pero la camarera se limitó a observarle, y
Doreen empezó a sacudir la cabeza despacio. El hombre dejó unas monedas junto a
la taza y se levantó, pero aguardó también a oír la respuesta. Todos ellos
tenían los ojos fijos en Earl.
—Es un vendedor. Es mi marido —dijo Doreen
al fin, encogiéndose de hombros.
Luego le puso delante el helado de
chocolate sin terminar de preparar y se fue a hacerle la cuenta.
Raymond Carver
De ¿QUIERES HACER EL FAVOR DE CALLARTE, POR
FAVOR? (1976)
Quiero explicar que todos los post que fueron subidos al blog están disponibles a pesar de que no se muestren o se encuentren en la pagina principal. Para buscarlos pueden hacerlo por intermedio de la sección archivo del blog ahi los encuentran por año y meses respectivamente. también por “etiquetas” o "categorías de textos publicados", o bajando por la pagina hasta llegar al último texto que se ve y a la derecha donde dice ENTRADAS ANTIGUAS (Cargar más entradas) dar click ahí y se cargaran un grupo más de entradas. Repetir la operación sucesivamente hasta llegar al primer archivo subido.
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19 de octubre de 2023
No son tu marido, Raymond Carver
18 de octubre de 2023
Sala de autopsias, Raymond Carver
Sala de autopsias
En esos tiempos yo era joven y la fuerza
de diez hombres habitaba mi cuerpo,
para lo que mandaran.
Trabajaba en el hospital en el turno noche
y una de mis responsabilidades
cuando el forense terminaba sus tareas
era la de limpiar la sala de autopsias.
Ellos no tenían horario, algunas veces
terminaban temprano, otras demasiado tarde.
Y para que el personal de limpieza no se
aburriera
dejaban objetos olvidados en la mesa de
trabajo.
Un pequeño bebé quieto como una piedra
y más frío que la nieve. Un negro
corpulento de pelo blanco
con el pecho partido al medio y los órganos
vitales
flotando en una bandeja a un costado de su
cabeza.
Yo siempre estaba solo, ahí. La manguera
derramaba agua.
Las luces colgadas del techo encandilaban.
Una vez dejaron sobre la mesa una pierna,
una pierna de mujer de formas perfectas
y excesiva palidez.
Yo sabía para qué era la pierna,
en ocasiones los había observado.
A pesar de eso me quedé sin respiración.
De madrugada en casa mi mujer
me decía “Dulce, todo va a salir bien.
Podemos hacer cambios,
vivir de otra manera”. Pero no es tan
fácil.
Ella agarraba mi mano entre las suyas, con
fuerza,
yo me reclinaba en el sillón y cerraba los
ojos.
Yo pensaba en… cualquier cosa. No sabía en
qué.
Yo dejaba que ella llevara mi mano a sus
tetas.
Yo abría los ojos y miraba el cielorraso o
el piso,
qué importa…
Mis dedos se arrastraban hacia su pierna,
tibia y bien formada,
que ante la más suave caricia temblaba y se
levantaba delicadamente.
Mi mente estaba confundida y cómo decirlo
¿sacudida?
No pasaba nada. Todo estaba pasando.
La vida era una piedra
que lentamente se iba gastando
y
afilando.
Raymond Carver
Traducción de Esteban Moore
17 de octubre de 2023
Tu perro se murió, Raymond Carver
Tu perro se murió
una furgoneta le pasó por encima.
Lo encontraste a un lado del camino
y lo enterraste.
te sientes mal por ello.
te sientes mal en lo personal,
pero peor te sientes por tu hija
porque era su mascota,
y ella lo quería mucho.
acostumbraba a cantarle con voz suave
y lo dejaba dormir en su cama.
para ti esto fue el motivo de un poema.
lo llamaste un poema para tu hija,
un poema acerca de un perro que es atropellado por una
furgoneta
y de lo que hiciste después,
de cómo lo llevaste al bosque
y lo enterraste en lo profundo, profundo,
y ese poema resultó ser muy bueno
casi te contentas de que el pequeño perro
haya sido atropellado, porque de lo contrario nunca
hubieras escrito ese poema tan bueno.
entonces te sientas a escribir
un poema acerca de la escritura de un poema
que trata de la muerte de ese perro,
pero mientras escribes
escuchas que una mujer grita
tu nombre, tu nombre de pila,
ambas sílabas,
y tu corazón se detiene.
después de un minuto, continuas escribiendo.
ella vuelve a gritar.
Tú te preguntas cuánto podrá durar esto.
tu nombre, tu nombre de pila,
ambas sílabas,
y tu corazón se detiene.
después de un minuto, continuas escribiendo.
ella vuelve a gritar.
Tú te preguntas cuánto podrá durar esto.
Raymond Carver
13 de octubre de 2023
Memorias de Juan Charrasqueado, José Emilio Pacheco
Memorias de Juan Charrasqueado, José Emilio
Pacheco
Yo no lo maté: el solito se le atraveso a
la bala.
José Emilio Pacheco
11 de octubre de 2023
Carta a George B. Moore en defensa del Anonimato, Jose Emilio Pacheco
Carta a George B. Moore en defensa del
Anonimato
No sé por qué escribimos, querido George.
Y a veces me pregunto por qué más tarde
publicamos lo escrito. Es decir lanzamos
una botella al mar, harto y repleto
de basura y botellas con mensajes.
Nunca sabremos
a quién ni adónde la llevarán las mareas.
Lo más probable
es que sucumba en la tempestad y el abismo.
Sin embargo, no es tan inútil esta mueca de
náufrago.
Porque un domingo
usted me llama de Estes Park, Colorado,
me dice que ha leído cuanto está en la
botella
(a través de los mares: nuestras dos
lenguas)
y quiere hacerme una entrevista.
Después recibo un telegrama inmenso
(lo que se habrá gastado usted al
enviarlo).
En vez de responderle o dejarlo en silencio
se me ocurrieron estos versos. No es un
poema,
no aspira al privilegio de la poesía
(no es voluntaria).
Y voy a usar, así lo hacían los antiguos,
el verso como instrumento de todo aquello
(relato, carta, drama, historia, manual
agrícola)
que hoy decimos en prosa.
Para empezar a no responderle,
no tengo nada que añadir a lo que está en
mis poemas,
dejo a otros el comentario, no me preocupa
(si alguno tengo) mi lugar en la historia.
(Tarde o temprano a todos nos espera el
naufragio.)
Escribo y eso es todo. Escribo: doy la
mitad del poema.
Poesía no es signos negros en la página
blanca.
Llamo poesía a ese lugar del encuentro
con la experiencia ajena. El lector, la
lectora
harán o no el poema que tan sólo he
esbozado.
No leemos a otros: nos leemos en ellos.
Me parece un milagro
que algún desconocido pueda verse en mi
espejo.
Si hay un mérito en esto –dijo Pessoa–
corresponde a los versos, no al autor de
los versos.
Si de casualidad es un gran poeta
dejará cuatro o cinco poemas válidos,
rodeados de fracasos y borradores.
Sus opiniones personales
son de verdad muy poco interesantes.
Extraño mundo el nuestro: cada día
le interesan cada vez más los poetas;
la poesía cada vez menos.
El poeta dejó de ser la voz de la tribu,
aquel que habla por quienes no hablan.
Se ha vuelto nada más otro entertainer.
Sus borracheras, sus fornicaciones, su
historia clínica,
sus alianzas o pleitos con los demás
payasos del circo,
tienen asegurado el amplio público
a quien ya no hace falta leer poemas.
Sigo pensando
que es otra cosa la poesía:
una forma de amor que sólo existe en
silencio,
en un pacto secreto entre dos personas,
de dos desconocidos casi siempre.
Acaso leyó usted que Juan Ramón Jiménez
pensó hace mucho tiempo en editar una
revista.
Iba a llamarse “Anonimato”.
Publicaría no firmas sino poemas;
se haría con poemas, no con poetas.
Y yo quisiera como el maestro español
que la poesía fuese anónima ya que es
colectiva
(a eso tienden mis versos y mis versiones).
Posiblemente usted me dará la razón.
Usted que me ha leído y no me conoce.
No nos veremos nunca pero somos amigos.
Si le gustaron mis versos
qué más da que sean míos / de otros / de
nadie.
En realidad los poemas que leyó son de
usted:
Usted, su autor, que los inventa al
leerlos.
Jose Emilio Pacheco
10 de octubre de 2023
A quien pueda interesar, Jose Emilio Pacheco
A quien pueda interesar
Que otros hagan aún
el gran poema
los libros unitarios
las rotundas
obras que sean espejo
de armonía
A mí sólo me importa
el testimonio
del momento que pasa
las palabras
que dicta en su fluir
el tiempo en vuelo
La poesía que busco
es como un diario
en donde no hay proyecto ni medida
Jose Emilio Pacheco
4 de octubre de 2023
Alta traición, Jose Emilio Pacheco
Alta traición
No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
-y tres o cuatro ríos.
Jose Emilio Pacheco
3 de octubre de 2023
El viento distante, José Emilio Pacheco
El viento distante
En un extremo de la barraca el hombre fuma,
mira su rostro en el espejo, el humo al fondo del cristal. La luz se apaga, y
él ya no siente el humo y en la tiniebla nada se refleja.
El hombre está cubierto de sudor. La noche es
densa y árida. El aire se ha detenido en la barraca. Sólo hay silencio en la
feria ambulante.
Camina hasta el acuario, enciende un fósforo,
lo deja arder y mira lo que yace bajo el agua. Entonces piensa en otros días,
en otra noche que se llevó el viento distante, en otro tiempo que los separa y
los divide como esa noche los apartan el agua y el dolor, la lenta oscuridad.
Para matar las horas, para olvidarnos de
nosotros mismos, Adriana y yo vagábamos por las desiertas calles de la aldea.
En una plaza hallamos una feria ambulante y Adriana se obstinó en que
subiéramos a algunos aparatos. Al bajar de la rueda de la fortuna, el látigo,
las sillas voladoras, aún tuve puntería para abatir con diecisiete perdigones
once oscilantes figuritas de plomo. Luego enlacé objetos de barro, resistí
toques eléctricos y obtuve de un canario amaestrado un papel rojo que develaba
el porvenir.
Adriana era feliz regresando a una estéril
infancia. Hastiados del amor, de las palabras, de todo lo que dejan las
palabras, encontramos aquella tarde de domingo un sitio primitivo que concedía
el olvido y la inocencia. Me negué a entrar en la casa de los espejos, y
Adriana vio a orillas de la feria una barraca sola, miserable.
Al acercarnos el hombre que estaba en la
puerta recitó una incoherente letanía:
—Pasen, señores: vean a Madreselva, la infeliz
niña que un castigo del cielo convirtió en tortuga por desobedecer a sus
mayores y no asistir a misa los domingos. Vean a Madreselva, escuchen en su
boca la narración de su tragedia.
Entramos en la carpa. En un acuario iluminado
estaba Madreselva con su cuerpo de tortuga y su rostro de niña. Sentimos
vergüenza de estar allí disfrutando el ridículo del hombre y de la niña, que
muy probablemente era su hija.
Cuando acabó el relato, la tortuga nos miró a
través del acuario con el gesto rendido de la bestia que se desangra bajo los
pies del cazador'
—Es horrible, es infame —dijo Adriana mientras
nos alejábamos.
—No es horrible ni infame: el hombre es un
ventrílocuo. La niña se coloca de rodillas en la parte posterior del acuario,
la ilusión óptica te hace creer que en realidad tiene cuerpo de tortuga. Tan
simple como todos los trucos. Si no me crees te invito a conocer el verdadero
juego.
Regresamos. Busqué una hendidura entre las
tablas. Un minuto después Adriana me pidió que la apartara -y nunca hemos
hablado del domingo en la feria.
El hombre toma en brazos a la tortuga para
extraerla del acuario. Ya en el suelo, la tortuga se despoja de la falsa
cabeza. Su verdadera boca dice oscuras palabras que no se escuchan fuera del
agua. El hombre se arrodilla, la besa y la atrae a su pecho. Llora sobre el
caparazón húmedo, tierno. Nadie comprendería que está solo, nadie entendería
que la quiere. Vuelve a depositaria sobre el limo, oculta los sollozos y vende
otros boletos. Se ilumina el acuario. Ascienden las burbujas. La tortuga
comienza su relato.
José Emilio Pacheco (1963)
José Emilio Pacheco: nació
en
2 de octubre de 2023
Yo en un monte de olivos, Gloria Fuertes
Yo
en un monte de olivos
Como
un volcán dormido de mentira
—parezco
al parecer tan descansada—.
Un
ocio agotador que así me enciende,
Brotan
de mi costado las palabras.
Sudo
tinta y tengo sed, sed tengo,
Mucha
sed de manos enlazadas.
Por
la punta del monte de mis senos
Por
la punta del lápiz va la lava.
Va
balada a tus pies o bien protesta,
En
una piedra al sol, arrodillada
Y la
pasión del hombre se me representa:
Veo
celdas con rejas, hospitales sin camas,
Sabios
con atómicas, analfabetos con ayuda de cámara,
Viudas
con marido, casos sin casa,
Niños
crueles, perras apedreadas,
La
traición de un amigo, la destrucción de un alma.
¡No
puedo más!... Me levanto y dicen:
—Ahí
va Gloria la vaga.
—Ahí
va la loca de los versos, dicen,
la
que nunca hace nada.
Gloria
Fuertes
(De
Cómo atar los bigotes al tigre, 1969)
1 de octubre de 2023
Vengo de abajo, Gloria Fuertes
Vengo
de abajo
Vengo
de abajo
Quizá
por eso nunca
dejaré
a los del barrio
Tiro
hacia arriba,
La
pupila del pobre
me
tiene viva.
Salud,
trabajo,
Es
todo lo que pide
el
que está abajo.
Le
doy cultura
Que
aún no sabe leer.
Con
su estatura
Le
leo versos
Al
hombre más sencillo
del
universo.
Gloria
Fuertes
(En:
Historia de Gloria, 1989)
29 de septiembre de 2023
Cuando te nombran, Gloria Fuertes
Cuando
te nombran
Cuando
te nombran,
me
roban un poquito de tu nombre;
parece
mentira,
que
media docena de letras digan tanto.
Mi
locura seria deshacer las murallas con tu nombre,
iría
pintando todas las paredes,
no
quedaría un pozo
sin
que yo asomara
para
decir tu nombre,
ni
montaña de piedra
donde
yo no gritara
enseñándole
al eco
tus
seis letras distintas.
Mi
locura sería,
enseñar
a las aves a cantarlo,
enseñar
a los peces a beberlo,
enseñar
a los hombres que no hay nada,
como
volverme loco y repetir tu nombre.
Mi
locura sería olvidarme de todo,
de
las 22 letras restantes, de los números,
de
los libros leídos, de los versos creados.
Saludar
con tu nombre.
Pedir
pan con tu nombre.
-
siempre dice lo mismo- dirían a mi paso,
y
yo, tan orgullosa, tan feliz, tan campante.
Y me
iré al otro mundo con tu nombre en la boca,
a
todas las preguntas responderé tu nombre
-
los jueces y los santos no van a entender nada-
Dios
me condenaría a decirlo sin parar para siempre.
Gloria
Fuertes
27 de septiembre de 2023
No perdamos el tiempo, Gloria Fuertes
No
perdamos el tiempo
Si
el mar es infinito y tiene redes,
si
su música sale de la ola,
si
el alba es roja y el ocaso verde,
si
la selva es lujuria y la luna caricia,
si
la rosa se abre y perfuma la casa,
si
la niña se ríe y perfuma la vida,
si
el amor va y me besa y me deja temblando...
¿Qué
importancia tiene todo eso,
mientras
haya en mi barrio una mesa sin patas,
un
niño sin zapatos o un contable tosiendo,
un
banquete de cáscaras,
un
concierto de perros,
una
ópera de sarna?
Debemos
inquietarnos por curar las simientes,
por
vendar corazones y escribir el poema
que
a todos nos contagie.
Y
crear esa frase que abrace todo el mundo;
los
poetas debiéramos arrancar las espadas,
inventar
más colores y escribir padrenuestros.
Ir
dejando las risas en la boca del túnel
y no
decir lo íntimo, sino cantar al corro;
no
cantar a la luna, no cantar a la novia,
no
escribir unas décimas, no fabricar sonetos.
Debemos,
pues sabemos, gritar al poderoso,
gritar
eso que digo, que hay bastantes viviendo
debajo
de las latas con lo puesto y aullando
y
madres que a sus hijos no peinan a diario,
y
padres que madrugan y no van al teatro.
Adornar
al humilde poniéndole en el hombro nuestro verso;
cantar
al que no canta y ayudarle es lo sano.
Asediar
usureros y con rara paciencia convencerles sin asco.
Trillar
en la labranza, bajar a alguna mina;
ser
buzo una semana, visitar los asilos,
las
cárceles, las ruinas; jugar con los párvulos,
danzar
en las leproserías.
Poetas,
no perdamos el tiempo, trabajemos,
que
al corazón le llega poca sangre.
Gloria
Fuertes
(En
Antología y poemas del suburbio, 1954.)
26 de septiembre de 2023
Es inútil, Gloria Fuertes
Es
inútil
Es
inútil.
Inútil
que a estas fechas
nos
empiece a dar pena de la rosa y el pájaro,
inútil
que encendamos velas por los pasillos,
inútil
que nos prohíban nada,
no
hablar por ejemplo,
comer
carne,
beber
libros,
bajarnos
sin pagar en el tranvía,
querer
a varios seres,
fumar
yerbas,
decir
verdades,
amar
al enemigo,
inútil
es que nos prohíban nada.
En
los diarios vienen circulares,
papeles
hay pegados en la esquina
que
prohíben comer pájaros fritos;
¡y
no prohíben comer hombres asados,
con
dientes de metralla comer hombres desnudos!
¿Por
qué prohíben pájaros los mismos que consienten
ejecutar
el séptimo y el quinto mandamiento?
Tampoco
han prohibido los niños en la guerra
y se
los sigue el hombre comiendo en salsa blanca.
La
“Protectora de Animales” está haciendo el ridículo.
Tampoco
han prohibido comer las inocentes pescadillas,
los
tiernos y purísimos corderos,
las
melancólicas lubinas,
las
perdices,
y
qué me dices
de
Mariquita Pérez
que
la compran abrigos de seiscientas pesetas
habiendo
tanta niña sin muñeca ni ropa,
los
enfermos trabajan,
los
ancianos ejercen,
el
opio en tal café puede comprarse,
la
juventud se vende,
todo
esto está oficialmente permitido,
comprended
y pensad nada se arregla con tener buenos
/sentimientos,
hay
que tener arranque y ganas de gritar:
–
Mientras haya guerras comeré pájaros fritos!
Gloria
Fuertes
De:
Garra de la guerra,
Ed.
Media Vaca, 2004
25 de septiembre de 2023
En tu aniversario, Alejandra Pizarnik
En tu aniversario
Recibe este rostro mío, mudo, mendigo.
recibe este amor que te pido.
Recibe lo que hay en mí que eres tú.
Alejandra Pizarnik, Los trabajos y las Noches (Buenos Aires, Sudamericana, 1965)
24 de septiembre de 2023
Cuento de invierno, Alejandra Pizarnik
Cuento de invierno
La luz del viento entre los pinos,
¿comprendo estos signos de tristeza
incandescente?
Un ahorcado se balancea en el árbol marcado
con la cruz lila.
Hasta que logró deslizarse fuera de mi
sueño y entrar a mi cuarto, por
la ventana. en complicidad con el viento de
la medianoche.
Alejandra Pizarnik
Extracción de la piedra de locura
(1968)
23 de septiembre de 2023
En la otra madrugada, Alejandra Pizarnik
En la otra madrugada
Veo crecer hasta mis ojos figuras de
silencio y desesperadas. Escucho
grises, densas voces en el antiguo lugar
del corazón.
Alejandra Pizarnik
Extracción de la piedra de locura
(1968)
22 de septiembre de 2023
29, Aquí vivimos con una mano en la garganta... Alejandra Pizarnik
29
Aquí vivimos con una mano en la garganta.
Que nada es posible ya lo
sabían los que inventaban lluvias y tejían
palabras con el tormento de la
ausencia. Por eso en sus plegarias había un
sonido de manos enamoradas
de la niebla.
A André Pieyre de Mandiargues
Alejandra Pizarnik
De Árbol de Diana (1962)
21 de septiembre de 2023
Podad mi cuerpo, Alejandra Pizarnik
Podad mi cuerpo
cada primavera,
y que crezcan con fuerzas renovadas,
en su tumba, mis esquejes.
Alejandra Pizarnik
20 de septiembre de 2023
Victoria Colombini Lauricella leyendo la mujer fuerte y Atardecer de Gabriela Mistral y de Alejandra Pizarnik Hija del viento
Victoria Colombini Lauricella leyendo la
mujer fuerte y Atardecer de Gabriela Mistral y de Alejandra Pizarnik Hija del
viento
Videopoetico Café Literario del Jueves 8 de
Marzo de 2012, en Quo Vadis Café, Sarmiento 341 (Al lado de Tribunales), Villa
Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Cuyo tema fue
La Literatura femenina.
Organiza Grupo Literario Tardes de la
Biblioteca Sarmiento
Hija del viento
Han venido.
Invaden la sangre.
Huelen a plumas,
a carencias,
a llanto.
Pero tú alimentas al miedo
y a la soledad
como a dos animales pequeños
perdidos en el desierto.
Han venido
a incendiar la edad del sueño.
Un adiós es tu vida.
Pero tú te abrazas
como la serpiente loca de movimiento
que sólo se halla a sí misma
porque no hay nadie.
Tú lloras debajo del llanto,
tú abres el cofre de tus deseos
y eres más rica que la noche.
Pero hace tanta soledad
que las palabras se suicidan
Alejandra Pizarnik
De: Las aventuras perdidas (1958)
19 de septiembre de 2023
El verbo encarnado, Alejandra Pizarnik
El verbo encarnado, Alejandra Pizarnik
Moi je reproche aux hommes de ce temps, de m'avoir fait naître par le plus ignobles manoeuvres magiques dans un monde dont je ne voulais pas, et de vouloir par de manoeuvres magiques similaires m'empêcher d' y faire un trou pour le quitter. J'ai besoin de poésie pour vivre, et je veux en avoir autour de moi. Et je n'admets pas que le poète que je suis ait été enfermé dans un asile d'aliéné parce qu'il voulait réaliser au naturel sa poésie.
Antonin Artaud (Lettres de Rodez)
Aquella afirmación de Hölderlin, de que
"la poesía es un juego peligroso", tiene su equivalente real en
algunos sacrificios célebres: el sufrimiento de Baudelaire, el suicidio de
Nerval, el precoz silencio de Rimbaud, la misteriosa y fugaz presencia de
Lautréamont, la vida y la obra de Artaud... Estos poetas, y unos pocos más,
tienen en común el haber anulado -o querido anular- la distancia que la
sociedad obliga a establecer entre la poesía y la vida. Artaud no ha entrado
aún en la normalidad de los exámenes universitarios, como es el caso de
Baudelaire. De modo que es conveniente, en esta precaria nota apelar a un
mediador de la calidad de André Gide, cuyo testimonio de buena cuenta del genio
convulsivo de Artaud y de su obra. Gide escribió ese texto después de la tan
memorable velada del 13 de enero de 1947 en el Vieux Colombier, en donde Artaud
-recientemente salido del hospicio de Rodez- quiso explicarse con -pero no pudo
ser "con" sino "ante" -los demás. Este es el testimonio de
André Gide : "Había allí, hacia el fondo de la sala -de esa querida, vieja
sala del Vieux Colombier que podía contener alrededor de 300 personas- una
media docena de graciosos llegados a esa sesión con la esperanza de bromear.
¡Oh! Ya lo creo que hubieran recogido los insultos de los amigos fervientes de
Artaud distribuidos por toda la sala. Pero no después de una tímida tentativa
de alboroto ya no hubo que intervenir... Asistíamos a ese espectáculo
prodigioso: Artaud triunfaba; mantenía a distancia la burla, la necedad
insolente; dominaba..."Hacía mucho que yo conocía a Artaud, y también su
desamparo y su genio. Nunca hasta entonces me había parecido más admirable. De
su ser material nada subsistía sino lo expresivo. Su alta silueta desgarbada,
su rostro consumido por la llama interior, sus manos de quien se ahoga, ya
tendidas hacia un inasible socorro, ya retorciéndose en la angustia, ya, sobre
todo, cubriendo estrechamente su cara, ocultándola y mostrándola alternativamente,
todo en él narraba la abominable miseria humana, una especie de condenación
inapelable, sin otra escapatoria posible que un lirismo arrebatado del que
llegaban al público sólo fulgores obscenos, imprecatorios y blasfemos. Y
ciertamente, aquí se reencontraba al actor maravilloso en el cual podía
convertirse este artista: pero era su propio personaje lo que ofrecía al
público, en una suerte de farsa desvergonzada donde se transparentaba una
autenticidad total. La razón retrocedía derrotada; no sólo la suya sino la de
toda la concurrencia, de nosotros todos, espectadores de ese drama atroz,
reducidos a papeles de comparsas malévolas, de b...y de palurdos. ¡Oh! No, ya
nadie, entre los asistentes, tenía ganas de reír; y además, Artaud nos había
sacado las ganas de reír por mucho tiempo. Nos había constreñido a su juego
trágico de rebelión contra todo aquello que, admitido por nosotros, permanecía
inadmisible para él, más puros:"Aún no hemos nacido. Aún no estamos en el
mundo. Aún no hay mundo. Aún las cosas no están hechas. La razón de ser no ha
sido encontrada...""Al terminar esa memorable sesión, el público
callaba. ¿Qué se hubiera podido decir? Se acababa de ver a un hombre miserable,
atrozmente sacudido por un dios, como en el umbral de una gruta profunda, antro
secreto de la sibila donde no se tolera nada profano, o bien, como sobre un
Carmelo poético, aun vate expuesto, ofrecido a las tormentas, a los murciélagos
devorantes, sacerdote y víctima a la vez... Uno se sentía avergonzada de
retomar el lugar en un mundo en donde la comodidad está hecha de
compromisos."Un escritor que firma L'Alchimiste , luego de trazar un
convincente paralelo entre Arthur Rimbaud y Antonin Artaud, discierne en sus
obras un período blanco y otro negro, separados en Rimbaud por la "Lettre
du Voyant" y en Artaud por "Les Nouvelles Revelations de l'Etre"
(1937).Lo que más asombra del período blanco de Artaud en su extraordinaria
necesidad de encarnación mientras que en el período negro hay una perfecta
cristalización de esa necesidad.Todos los escritos del período blanco, sean
literarios, cinematográficos o teatrales, atestiguan esa prodigiosa sed de
liberar y de que se vuelva cuerpo vivo aquello que permanece prisionero en las
palabras . He entrado en la literatura escribiendo libros para decir que no
podía escribir absolutamente nada; cuando tenía algo que decir o escribir, mi
pensamiento era lo que más se me negaba. Nunca tenía ideas, y dos o tres
pequeños libros de sesenta páginas cada uno, giran sobre esta ausencia
profunda, inveterada, endémica, de toda idea. Son "L'Ombilic des
Limbes" y "Le Pèse-Nerfs". Es particularmente en "Le
Pèse-Nerfs" donde Artaud describe el estado (y resulta una ironía dolorosa
el no poder dejar de admirar la magnífica "poesía" de este libro) de
desconcierto estupefaciente de su lengua en sus relaciones con el pensamiento.
Su herida central es la inmovilidad interna y las atroces privaciones que se
derivan: imposibilidad de sentir el ritmo del propio pensamiento (en su lugar
yace algo trizado desde siempre) e imposibilidad de sentir vivo el lenguaje
humano: Todos los términos que elijo para pensar son para mí TÉRMINOS en el
sentido propio de la palabra, verdaderas terminaciones... Hay una palabra que
Artaud reitera a lo largo de sus escritos: eficacia. Ella se relaciona
estrechamente con su necesidad de metafísica en actividad, y usada por Artaud
quiere decir que el arte -o la cultura en general- ha de ser eficaz en la misma
manera en que no es eficaz el aparato respiratorio: No me parece que lo más
urgente sea defender una cultura cuya existencia nunca ha liberado a un hombre
de la preocupación de vivir mejor y de tener hambre sino extraer de aquello que
se llama cultura ideas cuya fuerza viviente es idéntica a la del hombre. Y si
se pregunta en que consiste, en el plano de la poesía, esa eficacia que Artaud
deseó como nadie, y encontró mas que nadie, puede ser una respuesta propicia
esta afirmación que encuentro en Marcel Granet ("Le pensée
chinoise"): Savoir le nom, dire le mot, c'est posséder l'être ou creer la
chose. Toute bête est domptée par qui sait la nommer...J'ai pour soldats des
tigres si je les appelle:"tigres!".Las principales obras del período
negro son: "Au Pais des Tarahumaras", "Van Gogh, le suicidé de
la sociéte", "Les lettres de Rodez", "Artaud le Momo",
"Ci-gît precede de la Culture Indienne" y "Pour en finir avec le
jugement de dieu."Son obras indefinibles. Pero explicar por qué algo
indefinible puede ser una manera -tal vez ve la más noble- de definirlo. Así
procede Arthur Adamov en un excelente artículo en el que enuncia las
imposibilidades -que aquí resumo- de definir la obra de Artaud: La poesía de
Artaud no tiene casi nada en común con la poesía clásica y definida.La vida y
la muerte de Artaud son inseparables de su obra en un grado único en la
historia de la literatura.Los poemas de su último período son una suerte de
milagro fonético que se renueva sin cesar.No se puede estudiar el pensamiento
de Artaud como si se tratara de pensamiento pues no es pensado que se forjó en
Artaud.Numerosos poetas se rebelaron contra la razón para sustituirla por un
discurso poético que pertenece exclusivamente a la Poesía. Pero Artaud está
lejos de ellos. Su lenguaje no tiene nada de poético si bien no existe otro más
eficaz.Puesto que su obra rechaza los juicios estéticos y los dialécticos, la
única llave para abrir una referencia a ella son los efectos que produce. Pero
esto es casi indecible pues esos efectos equivalen a un golpe físico.(Si se
pregunta de dónde proviene tanta fuerza, se responderá que del más grande
sufrimiento físico y moral. El drama de Artaud es el de todos nosotros pero su
rebeldía y su sufrimiento son de una intensidad sin paralelo).Leer en
traducción al último Artaud es igual que mirar reproducciones de cuadros de Van
Gogh. Y ello, entre otras muchas causas, por lo corporal del lenguaje, por la
impronta respiratoria del poeta, por su carencia absoluta de ambigüedad.Sí, el
Verbo se hizo carne. Y también, y sobre todo en Artaud, el cuerpo se hizo
verbo. ¿En dónde, ahora, su viejo lamento de separado de las palabras? Así como
Van Gogh restituye a la naturaleza su olvidado prestigio y su máxima dignidad a
las cosas hechas por el hombre, gracias a esos soles giratorios, esos zapatos
viejos, esa silla, esos cuervos... así, con idéntica pureza e idéntica
intensidad, el Verbo de Artaud, es decir Artaud, rescata, encarnándola,
"la abominable miseria humana". Artaud, como Van Gogh, como unos
pocos más, dejan obras cuya primera dificultad estriba en el lugar -inaccesible
para casi todos- desde donde las hicieron. Toda aproximación a ellas sólo es
real si implica los temibles caminos de la pureza, de la lucidez, del
sufrimiento, de la paciencia......regagner Antonin Artaud sur ses dix ans de
souffrances, pour commencer à entrevoir ce qu'il voulait dire, ce que veut dire
ce signe jeté parmi nous, le dernier peut-être qui vaille d'être déchiffré...
Alejandra Pizarnik
17 de septiembre de 2023
El mundo es tuyo, Aldo Pellegrini
El mundo es tuyo
Cuando alguien pregunta inesperadamente
¿qué hora es?
se determinan curiosísimos desniveles una enorme
melancolía
suspendida sobre una blanca llanura un río
quebradizo una sorpresa ascendente y el concurso de una
boca certera.
que habla con rumores de corazón galopante y deja
una roja señal en los que pasan
Quizás suben lentas escaleras en busca de lugar más alto
para la cita del humo la cólera se niega a despertar
los trenes descarrilan detrás de tus párpados y en medio
de una gran incomodidad
el horizonte circula por tus venas
El mundo es mío te lo doy un río se desliza junto a tu
piel
un ala líquida en una llanura dormida
una leve espuma denuncia la libertad que se ahoga la
emoción
contenida atrae a las moscas un violento zumbido
y la brusca rotura del mecanismo que produce el fenómeno
de la turbación
La hora del conocimiento ha terminado el tiempo es
sinuoso y los hambrientos
devoran como siempre las manos que los socorren el
suicidio
oculta una inmensa victoria el mundo es tuyo ¿podríamos
apresurarnos?
Indudablemente el momento es oportuno los crímenes
fraguados
la complicidad de las falsas rameras el don del extravío
el subyugante temblor de las manos
la voz que llama está cada vez más distante
los instintos se oxidan la equivocada posición de la
memoria
el mundo es tuyo sin entrada ni salida el largo alcance
de la esperanza
el esplendor de la vida la mirada socarrona la sed se
derrama
el mundo es tuyo y tu piel se estremece.
Aldo Pellegrini
16 de septiembre de 2023
Todo te nombra, Aldo Pellegrini
Todo te nombra
Las trayectorias opuestas se encuentran se
abren los muslos temerosos
el amor arranca sus raíces del sueño
una nube se cierne sobre el párpado
el gran señor de la mañana dormita
La noche atraviesa el puente el carruaje
extraviado de los que despiertan se detiene
en el punto donde se acumulan los murmullos
un árbol de frío eleva su voz colérica
la mirada de la angustia despliega sus reflejos
todo te nombra
La inmovilidad del río el barquero espera
las luces acuden en socorro de la fiesta del corazón
el deseo de la mujer es un grito el coro
de las damas elegantes en la nebulosa de la dádiva
se consume el temor rueda
la despiadada cadena de los visitantes lentamente
se purifica la esclavitud los nervios abiertos
recogen las intenciones extrañas el hábito
del perseguidor la aparición
de un vago suicidio en la mañana de los lamentos
el definitivo
exterminio de los sollozos la estrella torturadora y
el mago de la alta sombra
portador de la palabra lacerante
te nombra.
Aldo Pellegrini
15 de septiembre de 2023
Sobre la contradicción, Aldo Pellegrini
Sobre la contradicción
Si extiendo una mano encuentro una puerta
si abro la puerta hay una mujer
entonces afirmo que existe la realidad
en el fondo de la mujer habitan fantasmas monótonos
que ocupan el lugar de las contradicciones
más allá de la puerta existe la calle
y en la calle polvo, excrementos y cielo
y también ésa es la realidad
y en ésa realidad también existe el amor
buscar el amor es buscarse a sí mismo
buscarse a sí mismo es la más triste profesión
monotonía de las contradicciones
allí donde no alcanzan las leyes
en el corazón mismo de la contradicción
imperceptiblemente
extiendo la mano
y vivo.
Aldo Pellegrini
13 de septiembre de 2023
La valija de fuego, Aldo Pellegrini
LA VALIJA DE FUEGO
Que se viva, sueñe o hable
que se busque o se den las gracias
nada evita que en lo más oculto
existan pequeñas deliciosas inmundicias
siempre lugares secretos objetos invisibles, lo
despreciable que se ama
borra de café, polvos, gargajos, legaña, insectos, mugre
un mondadientes usado, pústulas
flujos, náuseas, fetidez, diarreas
la embriaguez que vomita
la cómica felicidad con caries dental y callos
oh nada de esto aterroriza a los ociosos
ni a los comediantes que hacen prudentes imitaciones de
la vida
agua de rosas, betún y baba
las cucarachas nos persiguen de noche y las moscas de día
todo encerrado en la famosa valija de fuego
rodeada de admirables burbujas de aire irrespirable.
Meditemos en la valija de fuego
se la usa en los infiernos despiadados
contra la nieve, contra el lirismo, contra el odio de los
amigos
sólo fracasa con el frío de la muerte
busquemos en nuestra valija de fuego las suculentas
podredumbres
para mezclarlas con los sombríos deseos celestes.
Retornemos a la valija de fuego
a la valija de fuego de
a la valija de fuego de madre que da a luz en el instante
imprevisto
y más tarde, cuando el niño se pierde y reclama a su
madre, todos lo recriminan duramente, y se da el
caso de algunos que –en el colmo de la exasperación–
cortan los extremos de los tiernos dedos
infantiles y cometen otros actos de piadosa crueldad: el
amor a la humanidad, frente al cual el amor
de madre debe reservarse para la valija de fuego.
Retornemos al canto de fuego repleto de los cuchicheos de
los sabios que abrazan llenos de pasión a
las prostitutas
Y de los sabios que simulan dormir
Y de aquellos que mastican mañana tarde y noche
Y piensan al compás de las mandíbulas
(delicioso juego de las mandíbulas que ocultan todos los
otros juegos).
Retornemos al sollozo de fuego del niño
el niño que llora perdido en la calle
y le preguntan: “¿No buscas, hermoso niño, a tu madre?”
y contesta: “No, busco a mi padre el sabio, en el
interior de la ballena
atravesado por relámpagos que parecen hormigas
devorado por hormigas que parecen catedrales.”
oh hermoso niño, te llevaré a tu cálida cuna atravesando
los siglos
y mediante la ciencia de los puntapiés
te arrancaré de tu sueño
para ir al encuentro de la sabiduría parricida
allí donde Edipo y sus hijos bailan cabeza abajo.
Retornemos al canto de hielo de los santos en cuclillas,
saludando respetuosamente a las cadenciosas
fricciones eléctricas
las chispas eléctricas surgidas del roce de vírgenes
satinadas
al compás de la inocencia que circula por las vetustas
morales
el canto de hielo, el canto que congela
a las viejas cotorras que penetran contoneándose en su
túnel de olvido
donde padres feroces arrasan los castillos de hadas
para arrebatar su botín de pieles y tortugas
donde harapos de piedras cuelgan del vientre de Dios
y multitud de arqueólogos se agitan incansablemente
masticando la felpa gris-perla de los pensamientos
vegetales.
Retornemos a la vida fugaz del hombre inventor del fuego
de la melancolía
los argumentos de la muerte se encierran también en la
valija de fuego
cuando los generosos, los justos, los tenebrosos, los
tristes
arrojan su timidez bastarda
y hacen explotar los vientres estériles
con filtros mágicos
con invenciones saturadas de dulzura que oprimen el
pecho, sobre el cual caen mechones de cabellos
negativos desde la indescriptible altura de las ideas
inconmovibles ante toda humana razón
torrentes de lágrimas deshaciendo las inexpertas rocas
del egoísmo
y todos se van
y queda un gran vacío circular
¿y a quién llama entonces al niño?
a su madre, la portadora de la valija de fuego, la
primera y última
la que muestra su perenne sonrisa triunfal
la que siempre retorna
la que afronta los inmensos peligros de la moralidad
la que vibra henchida de la más pura sabiduría zoológica.
Retornemos al niño que busca juguetes multiangulares
en el centro de espacios extinguidos
a la vera de noches emboscadas, arrastrando pesadillas
bituminosas
alimentado con leche de perras violadas
para alcanzar así la madurez de la inocencia
ése es el hijo terrible, el hijo impródigo, el hijo no
deseado
que recorre el hilo de las conversaciones hasta hacer
estallar su sensatez
que incendia las posiciones correctas de los visitantes
ocasionales
audaz explorador de selvas de cacahuetes.
Retornemos a la valija de fuego de nada
donde se consumen los sensibles al fuego del tedio moral
donde se amontonan los triunfadores despanzurrados
retornemos al fuego de alejarnos
al fuego de acercarnos
mientras Dios camina incansablemente a tu lado por toda
la eternidad
sin pensar en ti
heroicamente solo
humanamente solo
marchando sobre arenas siderales
donde mundos exasperados se desheredan alternativamente.
He aquí el gran espectáculo que la valija de fuego no
puede contener
el espectáculo de la soledad de Dios y de su hijo el
hombre
solos en la multiplicidad de lo creado
en la infinita multiplicidad
todos heroicamente solos
dios y los hombres
irritantemente heroicos.
Simulando una sonrisa
recoge tu valija de fuego extinguido
tu valija de noche abandonada por sus fantasmas
juguete inolvidable
revelador del gran secreto
con los argumentos de la muerte se puede triunfar en la
vida.
Aldo Pellegrini