El verbo encarnado, Alejandra Pizarnik
Moi je reproche aux hommes de ce temps, de m'avoir fait naître par le plus ignobles manoeuvres magiques dans un monde dont je ne voulais pas, et de vouloir par de manoeuvres magiques similaires m'empêcher d' y faire un trou pour le quitter. J'ai besoin de poésie pour vivre, et je veux en avoir autour de moi. Et je n'admets pas que le poète que je suis ait été enfermé dans un asile d'aliéné parce qu'il voulait réaliser au naturel sa poésie.
Antonin Artaud (Lettres de Rodez)
Aquella afirmación de Hölderlin, de que
"la poesía es un juego peligroso", tiene su equivalente real en
algunos sacrificios célebres: el sufrimiento de Baudelaire, el suicidio de
Nerval, el precoz silencio de Rimbaud, la misteriosa y fugaz presencia de
Lautréamont, la vida y la obra de Artaud... Estos poetas, y unos pocos más,
tienen en común el haber anulado -o querido anular- la distancia que la
sociedad obliga a establecer entre la poesía y la vida. Artaud no ha entrado
aún en la normalidad de los exámenes universitarios, como es el caso de
Baudelaire. De modo que es conveniente, en esta precaria nota apelar a un
mediador de la calidad de André Gide, cuyo testimonio de buena cuenta del genio
convulsivo de Artaud y de su obra. Gide escribió ese texto después de la tan
memorable velada del 13 de enero de 1947 en el Vieux Colombier, en donde Artaud
-recientemente salido del hospicio de Rodez- quiso explicarse con -pero no pudo
ser "con" sino "ante" -los demás. Este es el testimonio de
André Gide : "Había allí, hacia el fondo de la sala -de esa querida, vieja
sala del Vieux Colombier que podía contener alrededor de 300 personas- una
media docena de graciosos llegados a esa sesión con la esperanza de bromear.
¡Oh! Ya lo creo que hubieran recogido los insultos de los amigos fervientes de
Artaud distribuidos por toda la sala. Pero no después de una tímida tentativa
de alboroto ya no hubo que intervenir... Asistíamos a ese espectáculo
prodigioso: Artaud triunfaba; mantenía a distancia la burla, la necedad
insolente; dominaba..."Hacía mucho que yo conocía a Artaud, y también su
desamparo y su genio. Nunca hasta entonces me había parecido más admirable. De
su ser material nada subsistía sino lo expresivo. Su alta silueta desgarbada,
su rostro consumido por la llama interior, sus manos de quien se ahoga, ya
tendidas hacia un inasible socorro, ya retorciéndose en la angustia, ya, sobre
todo, cubriendo estrechamente su cara, ocultándola y mostrándola alternativamente,
todo en él narraba la abominable miseria humana, una especie de condenación
inapelable, sin otra escapatoria posible que un lirismo arrebatado del que
llegaban al público sólo fulgores obscenos, imprecatorios y blasfemos. Y
ciertamente, aquí se reencontraba al actor maravilloso en el cual podía
convertirse este artista: pero era su propio personaje lo que ofrecía al
público, en una suerte de farsa desvergonzada donde se transparentaba una
autenticidad total. La razón retrocedía derrotada; no sólo la suya sino la de
toda la concurrencia, de nosotros todos, espectadores de ese drama atroz,
reducidos a papeles de comparsas malévolas, de b...y de palurdos. ¡Oh! No, ya
nadie, entre los asistentes, tenía ganas de reír; y además, Artaud nos había
sacado las ganas de reír por mucho tiempo. Nos había constreñido a su juego
trágico de rebelión contra todo aquello que, admitido por nosotros, permanecía
inadmisible para él, más puros:"Aún no hemos nacido. Aún no estamos en el
mundo. Aún no hay mundo. Aún las cosas no están hechas. La razón de ser no ha
sido encontrada...""Al terminar esa memorable sesión, el público
callaba. ¿Qué se hubiera podido decir? Se acababa de ver a un hombre miserable,
atrozmente sacudido por un dios, como en el umbral de una gruta profunda, antro
secreto de la sibila donde no se tolera nada profano, o bien, como sobre un
Carmelo poético, aun vate expuesto, ofrecido a las tormentas, a los murciélagos
devorantes, sacerdote y víctima a la vez... Uno se sentía avergonzada de
retomar el lugar en un mundo en donde la comodidad está hecha de
compromisos."Un escritor que firma L'Alchimiste , luego de trazar un
convincente paralelo entre Arthur Rimbaud y Antonin Artaud, discierne en sus
obras un período blanco y otro negro, separados en Rimbaud por la "Lettre
du Voyant" y en Artaud por "Les Nouvelles Revelations de l'Etre"
(1937).Lo que más asombra del período blanco de Artaud en su extraordinaria
necesidad de encarnación mientras que en el período negro hay una perfecta
cristalización de esa necesidad.Todos los escritos del período blanco, sean
literarios, cinematográficos o teatrales, atestiguan esa prodigiosa sed de
liberar y de que se vuelva cuerpo vivo aquello que permanece prisionero en las
palabras . He entrado en la literatura escribiendo libros para decir que no
podía escribir absolutamente nada; cuando tenía algo que decir o escribir, mi
pensamiento era lo que más se me negaba. Nunca tenía ideas, y dos o tres
pequeños libros de sesenta páginas cada uno, giran sobre esta ausencia
profunda, inveterada, endémica, de toda idea. Son "L'Ombilic des
Limbes" y "Le Pèse-Nerfs". Es particularmente en "Le
Pèse-Nerfs" donde Artaud describe el estado (y resulta una ironía dolorosa
el no poder dejar de admirar la magnífica "poesía" de este libro) de
desconcierto estupefaciente de su lengua en sus relaciones con el pensamiento.
Su herida central es la inmovilidad interna y las atroces privaciones que se
derivan: imposibilidad de sentir el ritmo del propio pensamiento (en su lugar
yace algo trizado desde siempre) e imposibilidad de sentir vivo el lenguaje
humano: Todos los términos que elijo para pensar son para mí TÉRMINOS en el
sentido propio de la palabra, verdaderas terminaciones... Hay una palabra que
Artaud reitera a lo largo de sus escritos: eficacia. Ella se relaciona
estrechamente con su necesidad de metafísica en actividad, y usada por Artaud
quiere decir que el arte -o la cultura en general- ha de ser eficaz en la misma
manera en que no es eficaz el aparato respiratorio: No me parece que lo más
urgente sea defender una cultura cuya existencia nunca ha liberado a un hombre
de la preocupación de vivir mejor y de tener hambre sino extraer de aquello que
se llama cultura ideas cuya fuerza viviente es idéntica a la del hombre. Y si
se pregunta en que consiste, en el plano de la poesía, esa eficacia que Artaud
deseó como nadie, y encontró mas que nadie, puede ser una respuesta propicia
esta afirmación que encuentro en Marcel Granet ("Le pensée
chinoise"): Savoir le nom, dire le mot, c'est posséder l'être ou creer la
chose. Toute bête est domptée par qui sait la nommer...J'ai pour soldats des
tigres si je les appelle:"tigres!".Las principales obras del período
negro son: "Au Pais des Tarahumaras", "Van Gogh, le suicidé de
la sociéte", "Les lettres de Rodez", "Artaud le Momo",
"Ci-gît precede de la Culture Indienne" y "Pour en finir avec le
jugement de dieu."Son obras indefinibles. Pero explicar por qué algo
indefinible puede ser una manera -tal vez ve la más noble- de definirlo. Así
procede Arthur Adamov en un excelente artículo en el que enuncia las
imposibilidades -que aquí resumo- de definir la obra de Artaud: La poesía de
Artaud no tiene casi nada en común con la poesía clásica y definida.La vida y
la muerte de Artaud son inseparables de su obra en un grado único en la
historia de la literatura.Los poemas de su último período son una suerte de
milagro fonético que se renueva sin cesar.No se puede estudiar el pensamiento
de Artaud como si se tratara de pensamiento pues no es pensado que se forjó en
Artaud.Numerosos poetas se rebelaron contra la razón para sustituirla por un
discurso poético que pertenece exclusivamente a la Poesía. Pero Artaud está
lejos de ellos. Su lenguaje no tiene nada de poético si bien no existe otro más
eficaz.Puesto que su obra rechaza los juicios estéticos y los dialécticos, la
única llave para abrir una referencia a ella son los efectos que produce. Pero
esto es casi indecible pues esos efectos equivalen a un golpe físico.(Si se
pregunta de dónde proviene tanta fuerza, se responderá que del más grande
sufrimiento físico y moral. El drama de Artaud es el de todos nosotros pero su
rebeldía y su sufrimiento son de una intensidad sin paralelo).Leer en
traducción al último Artaud es igual que mirar reproducciones de cuadros de Van
Gogh. Y ello, entre otras muchas causas, por lo corporal del lenguaje, por la
impronta respiratoria del poeta, por su carencia absoluta de ambigüedad.Sí, el
Verbo se hizo carne. Y también, y sobre todo en Artaud, el cuerpo se hizo
verbo. ¿En dónde, ahora, su viejo lamento de separado de las palabras? Así como
Van Gogh restituye a la naturaleza su olvidado prestigio y su máxima dignidad a
las cosas hechas por el hombre, gracias a esos soles giratorios, esos zapatos
viejos, esa silla, esos cuervos... así, con idéntica pureza e idéntica
intensidad, el Verbo de Artaud, es decir Artaud, rescata, encarnándola,
"la abominable miseria humana". Artaud, como Van Gogh, como unos
pocos más, dejan obras cuya primera dificultad estriba en el lugar -inaccesible
para casi todos- desde donde las hicieron. Toda aproximación a ellas sólo es
real si implica los temibles caminos de la pureza, de la lucidez, del
sufrimiento, de la paciencia......regagner Antonin Artaud sur ses dix ans de
souffrances, pour commencer à entrevoir ce qu'il voulait dire, ce que veut dire
ce signe jeté parmi nous, le dernier peut-être qui vaille d'être déchiffré...
Alejandra Pizarnik
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