El inasible Witold Gombrowicz, Bartolomé Leal desde Santiago
Existe una calle en el barrio Flores de Buenos Aires, llamada Bacacay, en recuerdo de una batalla del siglo XIX entre la República Argentina y el Imperio del Brasil, por el control de la llamada Banda Oriental (hoy Uruguay). La palabra viene del guaraní y son aceptados un par de significados: quemazón y río de las vacas. Pues en esa calle vivió un escritor mítico de la literatura latinoamericana: Witold Gombrowicz (1904-1968). Un polaco que se vio obligado a quedarse por estos pagos, ya que durante un viaje de literatos europeos a Buenos Aires, debió enterarse de la invasión de su Polonia natal por parte de Hitler y los nazis. Empezaba la Segunda Guerra Mundial. En espera de la liberación, Gombrowicz se quedó por 25 años en Argentina, ignorado por el régimen comunista que los soviéticos impusieron en Polonia; e ignorado también por los arrogantes medios intelectuales argentinos de la época, salvo un pequeño grupo de iniciados.
Gombrowicz es el autor de novelas de culto como Ferdydurke. Fueron sus amigos, los asiduos al café Rex y los ajedrecistas de Buenos Aires, quienes hicieron una traducción colectiva de ésta su primera novela, aparecida en 1937, crítica virulenta al nacionalismo polaco. Luego, ya célebre, publica las novelas Transatlántico (1957), Pornografía (1960) y Cosmos (1967), fascinantes y complejos laberintos literarios y estéticos que han encantado sobre todo a los escritores, ya que muestra caminos de ruptura con la narrativa convencional que permiten transitar por fuera de los senderos trillados del realismo, bajo la forma encubierta que sea. Sin embargo, Gombrowicz no ha sido tan apreciado por los lectores corrientes. Su anárquico modo de contar deja a menudo perplejo; demasiado a menudo, digamos, para lectores que buscan pasar el tiempo con una novela que contenga elementos identificables. Un autor dudoso además: ¿un polaco en el exilio? ¿ni siquiera católico o judío? ¿un aristócrata contrario a todo lo que pudiera sonar a revolucionario? ¿un escritor elitista y distante sin la menor propensión a agradar? No gracias, seguramente fue la reacción de muchos lectores en la segunda mitad del siglo XX.
Pero hay un libro que sí permite un acercamiento más amable a este escritor fundamental, a los mundos extraños de su implacable ajenidad existencial. Y este es el volumen de cuentos Bakakaï, publicado en parte en Polonia en 1933. Su primera obra, maltratada por la crítica, luego reeditada en 1957 tras el éxito de sus novelas iniciales. Y con este título un tanto “exótico”, me imagino idea genial del editor que “polonizó” el nombre de la calle de Buenos Aires donde Witold Gombrowicz vivió por tantos años, sus cuentos terminaron editándose en castellano. La edición que consulto es una traducción de Sergio Pitol, destacado narrador mexicano. Tal vez esta frase de Gombrowicz explique el sentido (o el sinsentido) de muchos de sus cuentos: “El lacayo maldecía su suerte, esa suerte que hacía que jamás podamos desaparecer... que, aún en contra de nuestra voluntad, sin que nuestro cuerpo lo desee, alguien puede exponernos a la vista de todos, y hacer algo de nosotros que sobrepasa nuestra capacidad”.
“El banquete” es un cuento surrealista que sólo se puede entender como una sátira feroz a las realezas europeas (todavía quedan pingajos) y su intrínseca falsedad, con un rey vulgar y avaro enfrentado a su corte, dispuesta a cualquier cosa con tal de mantener el statu quo. “La rata” es un cuento de insoportable crueldad, las torturas que un juez obsesivo infringe a un bandido irreductiblemente rebelde y enamorado, que tiene una sola debilidad aprovechada por el poder: el miedo a los roedores. “Sobre las cosas ocurridas a bordo de la goleta Branbury” es un cuento que narra una delirante navegación que no conduce a ninguna parte, a menos que la locura sea entendida como un destino. “El mundo exterior no es sino un espejo que refleja el interior”, reflexiona el narrador.
“Aventuras” es un cuento cuyo título es irónico, puesto que un personaje sin mayor propensión a aventurar se ve inmerso en situaciones horrorosas que deberían llevarlo a le muerte, pero se lo aguanta: “Caminé, caminé en distintas direcciones como un viajero, un turista, un explorador, por aquí, por allá, siempre de prisa, como un hombre cargado de ocupaciones, pero finalmente no supe ya hacia donde dirigir mis pasos”. “En la escalera de servicio” es un cuento tragicómico acerca de un señor al que le gustan las sirvientas, pero no cualesquiera, sino las más feas, viejas y deformes, todo relacionado tal vez con la esposa demasiado perfecta que le tocó en suerte, pero él insiste en que le gustaban de antes.
“La virginidad” es otro cuento irónico, esta vez contra las convenciones sociales.
Así define la virginidad: “... una categoría de seres encerrados, aislados, incontaminados, separados por una tenue membrana sin llegar al fondo, son distintos de todos los que los rodean, están encerrados con llave contra la obscenidad, sellados −y no se trata de una vana fraseología retórica− porque es un sello tan real y válido como cualquier otro... De una pequeña articularidad puramente corporal nace el inmenso mar de idealismo y de los milagros, en evidente contraste con nuestra triste realidad”.
“El festín de la condesa Kotlubaj” es un cuento de elegancia, simbolizada por una cena vegetariana. Dice la anfitriona: “... esa eterna carne y esa sangre a la que sois tan afectos. ¡Sois demasiado carnívoros! ¡Oléis demasiado a carne! No sabéis ser felices si no es frente a un bistec sanguinolento, rechazáis la abstinencia. No hacéis sino engullir horripilantes trozos de carroña de la mañana a la noche”. Los aristócratas terminan por transformar su comida en una orgía caníbal.
En estos últimos dos cuentos son feroces los golpes que Gombrowicz propina, de modo solapado e impúdico, a un par de tópicos de la religión católica. Se ensaña también con el horror de la ideología de las clases altas, en su Polonia natal (donde todos son, o se creen, nobles). En sus relatos están presentes tozudamente lo absurdo, lo grotesco, lo subversivo, como formas de entender lo intrincado de la naturaleza humana. La vida ordinaria no es tal, lo bizarro y lo innombrable aparecen a cada momento, como monstruos del subconsciente. Sus estudios de leyes le dieron seguramente argumentos contra ese mundo de convencionalismos, en la línea de Kafka.
En la novela Ferdydurke define así su estética del relato: “Edificar la obra sobre la base de artes sueltas −conceptuando la obra como una partícula de la obra−... Pero si alguien me hiciese tal objeción: que esta parcial concepción mía no es, en verdad, ninguna concepción, sino una mofa, chanza, fisga y engaño, y que yo, en vez de sujetarme a las severas reglas y cánones del Arte, estoy intentando burlarlas por medio de irresponsables chungas, zumbas y muecas, contestaría que sí, que es cierto, que justamente tales son mis propósitos”. Esto que parece enredado es clave en su estilo, ya que permanentemente juega con las palabras, las repeticiones, las asociaciones no convencionales, los infantilismos. Inventa palabras y nombres, no permite que el lugar común se adueñe del relato.
Escritor para escritores, fue alabado por Milan Kundera, Susan Sontag, John Updike, Julio Cortázar, Ernesto Sábato y muchos otros, que han reconocido su influjo.
Hoy día, poco menos que elevado a los altares en Polonia, constituye un valor mercantil... aunque seguramente son más los que lo conocen de nombre que los que lo leen
Bartolomé Leal
Bartolomé Leal (25 de noviembre de 1946) es un escritor chileno de novela policial y negra. Ha ejercido la crítica de cine, cerveza, narrativa de ficción, relatos de viajes, libros de memorias, arte africano y arte precolombino. Columnista de periódicos, revistas y sitios web en Bolivia y Chile.
En Ramona, suplemento cultural dominical del diario Opinión de Cochabamba, ha escrito más de dos centenares de textos en sus columnas “Cuentos & Cuentistas”, “Memorialistas & Viajeros” y “Feria Libre”. También es colaborador del blog literario Ecdótica, donde ha animado la columna “El Cuento del Mes”.
Miembro de la Sociedad de Escritores de Chile (SECH) y del colectivo Letras de Chile.
Bartolomé Leal es un seudónimo. Nació en Santiago de Chile como José Enrique Leal Rodríguez y estudió en un colegio católico, de donde egresó como Bachiller en Matemáticas en 1963. Hizo luego estudios de ingeniería en la Universidad de Chile (1964-1969), recibiendo el título de Ingeniero Civil Industrial. Tiene un Diploma de Estudios Superiores Especializados (DESS) en Economía del Desarrollo en la Universidad de París, Panthéon-Sorbonne (1977-1978).
Ha trabajado para las Naciones Unidas y para diversos organismos internacionales y nacionales como experto en temas ambientales. Es autor de estudios sobre Evaluación del Impacto Ambiental, Desarrollo Sostenible y Economía Ambiental.
Ha residido en Francia, España, Kenia, Bolivia, Kosovo, Panamá, México y ha hecho innumerables viajes por América Latina, el Caribe (Haití), Asia y Europa.