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26 de agosto de 2020

La primera elegía, Rainer María Rilke


ELEGIAS DE DUINO
 

 
(Propiedad de la princesa Marie von
Thurn und Taxis-Hohenlohe)1

 
 
La primera elegía
 

¿Quién, si yo gritara, me escucharía entre las órdenes
angélicas? Y aun si de repente algún ángel2
me apretara contra su corazón, me suprimiría
su existencia más fuerte. Pues la belleza no es nada
sino el principio de lo terrible, lo que somos apenas capaces
de soportar, lo que sólo admiramos porque serenamente
desdeña destrozarnos. Todo ángel es terrible.
Así que me contengo, y me ahogo el clamor de la garganta
tenebrosa. Ay, ¿quién de veras podría ayudarnos? No
los ángeles, no los hombres, y ya saben los astutos
animales que no nos sentimos muy seguros en casa,
dentro del mundo interpretado. Nos queda quizás
algún árbol en la loma, al cual mirar todos los días;
nos queda la calle de ayer y la demorada lealtad
de una costumbre, a la que le gustamos, y permaneció,
y no se fue. Oh, y la noche, y la noche, cuando el viento
lleno de espacio cósmico nos roe la cara:
¿Para quién no permanecería aquélla, la anhelada,
la tierna desengañadora, ahí, dolorosamente próxima
al corazón solitario? ¿Es más suave con los amantes?
Ay, ellos sólo se ocultan uno a otro su suerte.
¿Todavía no lo sabes? Arroja el espacio que abarquen
tus brazos hacia los espacios que respiramos; quizá
los pájaros sientan el aire ensanchado con un vuelo
más íntimo.
Sí, las primaveras de veras te necesitaban. Varias
estrellas te pedían que las rastrearas. Se alzaba
en el pasado una ola hacia ti, o cuando pasabas
por una ventana abierta, se te entregaba un violín.
Todo esto era una misión, ¿pero fuiste capaz de cumplirla?
¿No estabas siempre distraído por la esperanza, como
si todo ello te anunciara a una amada? (¿Dónde intentas
alojarla, si en ti los grandes pensamientos extraños
entran y salen, y con frecuencia se quedan durante la noche?).
Pero si sientes anhelos, canta pues a las amantes; no es,
en absoluto, suficientemente inmortal su famoso
sentimiento. Aquéllas que casi envidias, las abandonadas,
las encuentras mucho más amantes que las saciadas.
Empieza siempre de nuevo la alabanza siempre inalcanzable.
Piensa: el héroe sigue en pie, aun el ocaso fue para él
sólo un pretexto para ser: su último nacimiento.
Pero a las amantes la exhausta naturaleza las recoge
en su seno, como si no hubiera fuerzas para lograr esto
dos veces. ¿Has pensado lo suficiente en Gaspara Stampa,3
y lo que puede sentir cualquier chica a quien el amado
abandonó, frente a tan elevado ejemplo de mujer amante:
¿Llegaré a ser como ella? ¿Estos, los más antiguos
dolores, no deberán, por fin, darnos fruto? ¿No es
tiempo ya de que, al amar, nos liberemos del amado y,
temblorosos, resistamos, como la flecha resiste al arco,
para ser, unidos en el salto, algo más que la sola
flecha? Porque el permanecer está en ninguna parte.
 
Voces, voces. Corazón mío, escucha, como sólo los santos
escuchaban; la enorme llamada los alzaba del suelo;
pero ellos seguían de rodillas, de modo imposible,
sin darse cuenta: de tal manera escuchaban. No
que pudieras soportar la voz de Dios, lejos de eso, pero
escucha el soplo, las noticia incesante que se forma
del silencio. Murmura hasta ti desde aquellos que han
muerto jóvenes. ¿Acaso su destino no se dirigió siempre
tranquilamente a ti, en Roma y Nápoles, cuando entrabas
en alguna iglesia? O una inscripción sublime se grababa
para ti, como hace poco la lápida de Santa María Formosa?4
¿Qué quieren de mí? Debo apartar en silencio
la apariencia de injusticia que a veces estorba un poco
el puro movimiento de sus espíritus.
 
Realmente es extraño ya no habitar la tierra,
ya no ejercitar las costumbres apenas aprendidas;
a las rosas, y a otras cosas particularmente promisorias,
ya no darles el significado del futuro humano; ya no ser
aquél que uno fue en interminables manos angustiadas
y hasta hacer a un lado el propio nombre, como un juguete
roto. Extraño, ya no seguir deseando los deseos. Extraño,
ver todo lo que tenía sus propias relaciones, aletear
tan suelto en el espacio. Y estar muerto es doloroso,
y lleno de recuperación, de modo que uno rastree
lentamente un poco de eternidad. Pero todos los vivos
cometen el mismo error de diferenciar demasiado
tajantemente. Los ángeles (se dice) con frecuencia no
sabrían si andan entre los vivos o entre los muertos.
La corriente eterna arrastra siempre consigo todas
las edades a través de las dos zonas y atruena sobre ambas.
 
Finalmente ya no nos necesitan, los que partieron
temprano, uno se desteta dulcemente de lo terrestre, como
uno se emancipa con ternura de los senos de la madre.
Pero nosotros, que necesitamos tan grandes secretos,
nosotros que tan frecuentemente obtenemos del duelo
progresos dichosos, ¿podríamos existir sin ellos?
¿Es inútil el mito de que, en la antigüedad, durante
las lamentaciones fúnebres por Linos,5
una atrevida música primitiva se abrió paso en la árida materia
inerte; y entonces, por primera vez, en el espacio
sobresaltado, en el que un muchacho casi divino de pronto
se perdió para siempre, el vacío produjo esa vibración
que ahora nos entusiasma y nos consuela y ayuda?
 

 

Rainer María Rilke

 
Notas
 
1 Propietaria del castillo de Duino, sobre un acantilado del mar Adriático, cercano a Trieste (en esa época, parte del imperio austriaco), donde el poeta austriaco Rainer María Rilke (n. Praga, 1875, y m. Valmont, Suiza, 1926) empezó sus elegías en 1912.  Las elegías de Duino tardaron diez años en escribirse, en diversos sitios, y se publicaron en 1923. El castillo de Duino fue destruido en la primera guerra mundial. Cf. Hans Egon Holthusen, Rainer María Rilke, Madrid, Alianza Editorial, 1968
Aunque difíciles de conseguir en el mercado, hay varias traducciones castellanas de la poesía de Rilke; entre otras, las de Gerardo Diego, Gabriel Celaya, Carlos Barral, José María Valverde, Luis Felipe Vivanco y Gonzalo Torrente Ballester; aparecieron en México las de Eduardo García Máynez, Juan José Domenchina, Horacio Quiñones y Juan Carvajal. La más asequible, la de Eustaquio Barjau (Madrid, Cátedra, 1990).
Entre los estudiosos de Rilke en lengua española, están Luis Cernuda, José Bergamín, Antonio Marichalar, Guillermo de Torre y Jaime Ferreiro Alemparte.
Aprovecho la traducción, la introducción y los comentarios de J. B. Leishmann a la versión inglesa que hizo conjuntamente con Stephen Spender: The Duino Elegies, Londres, The Hogarth Press, 1939 y 1948, y las notas y comentarios de Barjau a su versión castellana (1993).

 
2 "El 'ángel' de las Elegías, escribió el propio Rilke en carta a Witold Hulewicz en 1925, no tiene nada que ver con el ángel del cielo cristiano (antes más bien con las representaciones angélicas del Islam)".
Tampoco es una figura meramente estética o erótica, a la manera de muchos motivos angélicos-efébicos del arte moderno, como los de Cocteau. Rilke se imagina ángeles viriles y con barba, no púberes ni andróginos; dice en Los cuadernos de Malte Laurids Brigge: "Si es cierto que los ángeles son machos, se puede decir que tenía un acento macho en la voz: una virilidad resplandeciente".

 
3 Amante veneciana del Renacimiento, poetisa del amor trágico (1523-1554); una de esas "amantes inauditas", como la Monja Portuguesa, que "crecían y se elevaban en su amor... hasta que su tortura se había cambiado en un esplendor amargo, helado, que ya nadie podía detener", de las que se habla detenidamente en Los cuadernos de Malte Laurids Brigge.
 
4 En 1911 Rilke vio en esa iglesia de Venecia un altivo epitafio desengañado de un tal Hermann Wilhelm o Hermanus Gulielmus, de 1593: entre otras cosas dice: "En vida viví para los demás; ahora, después de la muerte, no he perecido, sino que vivo en mármol frío para mí mismo".
 

5 Mito griego semejante en unos aspectos al de Adonis, y en otros al de Orfeo, pero relativo a la música fúnebre. Linos es el semidiós de la lamentación, la música y la elegía fúnebres. Murió de muerte terrible -asesinado por Apolo o por Hércules, o destrozado por perros, según varias leyendas-; al morir, su terrible lamentación dio nacimiento a la música; o bien, la naturaleza entera, al llorar su muerte, creó la música (Iliada, XVIII, 570).

25 de agosto de 2020

El poeta, Rainer María Rilke

 

El poeta
 
Hora, te alejas ya de mi.
Me hiere el golpe de tus alas.
Solo, ¿qué haré yo con mi boca?
¿Y con mi noche? ¿Y con mí día?
 
No tengo ni amada, ni casa;
no tengo sitio donde habite.
Las cosas, a las que me entrego,
se enriquecen y me disipan.

 
Rainer María Rilke
 

24 de agosto de 2020

El ajedrez. ¿Imita a la vida? Julio Requena

 

El ajedrez. ¿Imita a la vida? Julio Requena
 
 
TENGO un gran amigo que juega al ajedrez, así que por respeto a él no voy a vituperar ni desmerecer el juego-ciencia gratuitamente.
Me interesa solamente destacar el aspecto competitivo del ajedrez Mi amigo, estoy seguro, aprendió siempre a jugar por jugar, como se dice. Para él es inconcebible que se juegue por la mera satisfacción de ser un triunfador. Así que desde el fondo de mi corazón lo felicito por esta virtud. Por tanto, este artículo no va dirigido a él, que se desempeña como Juez laboral, y en consecuencia se preocupa por ser ecuánime, y en flexibilizar el rigor de la ley si es necesario, amparado en la epiqueya aristotélica de una sabia interpretación.
Aunque pienso que tampoco él se ha librado de caer en la trampa conceptual que han inventado los ajedrecistas prominentes, a saber, que el ajedrez ayuda a crear un campo de concentración (no el de exterminio, sino el de energía concentrada en sí misma) más inteligente, o sea, que el ajedrez despierta la inteligencia. Ya veremos cómo esta maquiavélica concepción de la competencia como inteligencia es la causa primordial del odio disimulado. Por el contrario, juzgo que la competencia es desamor, intensificación ex-trema de la egomaquia (lucha social), esa lucha social del Ego, esa execrable separatividad que establece la falsa concepción de que hay que competir para autosuperarse. Todos los juegos en que intervienen contrincantes están viciados de egomovimiento (el movimiento natural del Yo), y por tanto de agrio desamor. Al emplear esta palabra me evito recurrir a otras que expresen separatividad por competencia.
El canibalismo de la competencia es la causa del desamor y del odio disimulado. En todos los órdenes de la vida en que haya que competir para ganar, ¿quién es el que gana? Siempre hay un Ego y un humillado Perdedor. Me apresuro a aclarar que hay una competitividad natural en la lucha biológica por la existencia. Ya, desde la cifra millonaria en que el maratón de espermatozoides emprende su carrera para llegar uno solo de ellos al útero, la vida misma nos está diciendo que no existe nada sin esfuerzo. El esfuerzo, así, es la mano que tensa el arco. Es la semilla cuyo vientre puja y puja por sacar la raíz. Es la voluntad de imponer su energía vital. La vida toda pareciera entretejer su voluntad de imponerse y reproducirse en todas, todas sus manifestaciones. El fractal genesíaco, a partir del cual cobra forma el episodio morfológico-geométrico de la materia, es el mejor ejemplo. Encontramos siempre un motor activo, dinámico y eterno, en la multiplicación de la biodiversidad espléndida y cuantiosa. Encontramos la voluntad creadora del Universo, la despótica pero necesaria aparición del principio ordenador de todos los fenómenos, desde el átomo organizador hasta la fantástica desintegración del hoyo negro astronómico.
Convengamos entonces que así es la Vida.
Pero, al mismo tiempo, y más allá de esa inexorable fuerza y ley del turbión fenoménico, yéndonos psiquismo adentro me interesa investigar si esos contenidos de nuestra mente –la envidia, la mentira, la ambición, el odio, la codicia, la extrañeza del otro, la servidumbre impuesta, la insociabilidad, la máscara de la respetabilidad, el disfraz del engaño, la agresividad solapada de la soledad, el insulto (“saltar sobre el otro”) violento y provocador, la ira desatada, la burla despreciativa, la discriminación racial feroz, el supremacismo de la ciencia, la imposición excomulgante de las religiones y la política– son realmente una invención de la competitividad aprendida ya en nuestra infancia desde el colegio.
Así, se nos educa para competir. Algunos, para ser guerreros inmisericordes. Otros, para saborear el gusto a sangre del asesinato…
Los norteamericanos, uno de los pueblo deportivos más estimulado por su gobierno, no dicen de alguien que es un ganador, sino que no es un perdedor.
Ser un perdedor es sinónimo, para ellos, de ser alguien condenado a no existir, barrido de la vida de relación.
Tanto es el desprecio que se siente por ese alguien que ha quedado fuera de la competencia misma. Tanto desamor que se inyecta en lo minusválido de una persona no realizada.
¿Cómo esperar, de este modo, que haya paz?
La paz es la suprema palabra que debería importarnos a todos. Suficiente guerra hay ya dentro de nuestra intimidad de conciencia, condicionada y estimulada en la competencia por sobresalir y alcanzar el éxito.
La paradoja es que logrando el éxito uno queda fuera de sí mismo, queda hueco como un molde para hacer la figura de cera, queda vacío, hecho un androide. Etimol. “éxito” es “quedar, salir”. Es lo contrario de lo que se busca, puesto que el éxito obliga a conservar el título o trofeo ganado, y entonces la pobre víctima del éxito ya no tiene más vida interior: depende del espejismo social…
El ajedrez, entonces, desde su creación como un juego-competencia, significa que es un tablero bélico, en que la inteligencia creadora queda sustituida por la estrategia de la astucia. Estrategia es estrategia, no alude a otra cosa, y estratega es ese: el que planifica la guerra.
No insistiremos más en este aspecto, en que cada pieza de los 64 casilleros o escaques representan figuras guerreras sobre el campo de batalla de la competencia.
Sólo nos interesa destacar que donde hay pelea hay competencia, y viceversa.
Ahora entraré de lleno a lo que pude observar en una competencia organizada muy bien para el entonces campeón mundial Garry Kasparov (a quien se considera uno de los campeones mundiales más inteligente de todos los tiempos) y, curiosamente, la máquina Deep Blue.
Esta máquina, cuyo nombre es tan poético (“Azul profundo”) protagonizó una sensacional pugna científica entre el cerebro humano y la nootecnia, o ciencia cibernética de la inteligencia artificial.
Sus creadores, hombres de la IVM, desafiaron a Kasparov a medirse con esa computadora gigante (casi como venida de otra galaxia).
El escenario estaba lleno de gente, quienes aplaudieron cordialmente cuando apareció Kasparov, embutido en un traje con camisa sin corbata, deportivo y ferozmente desafiante.
Esto de “ferozmente desafiante” no es un capricho gratuito. Se lo veía a Kasparov en actitud de tigre caminando astutamente hacia la mesa (el circo), donde lo esperaba el invisible contrincante.
Quizá el invisible jugador haya podido influir en el estado de nervios del jugador ruso, puesto que aquello que no vemos nos amedrenta. Justamente, cuando dos ajedrecistas se enfrentan, pueden observarse ellos sus rostros y adivinar la jugada que desarrollarán.
Pero en este caso, ¿quién era Deep Blue, dónde permanecía no humana la súper máquina, el robot insensible, fríamente matemático, estratega inmisericorde?
Kasparov, pobre, quizá ya se sentía solo frente a este ente mecánico invisible.
Y así fue.
Jugada tras jugada, el jugador ruso sufría, sufría horrores. Acodado, muy desparramado, transfixionado (traspasado) de dudas.
Como que comenzó a transpirar. Su nariz aquilina, propia de las aves de presa (hasta en esto la Naturaleza le da a cada uno, a cada individuo, un rasgo fisonómico-metafórico: aquí el pico del águila ‘aquilina’), su nariz husmeaba la tragedia)…
Y el halcón Garry no podía agarrar la presa mecánica.
El ave Deep Blue volaba demasiado alto.
Y el halcón peregrino o caracará llamado ahora Garry, a pesar de su nariz aquilina no podía con la máquina.
Y así fue que el campeón ruso, campeón por más de 20 años consecutivos de los torneos mundiales, abandonó la mesa violentamente iracundo…
Fue tan evidente que su Ego estalló, que los presentes se sintieron apiadados por él y lo mismo lo premiaron con un aplauso tan cordial como cuando entró a competir. Es que siempre se aplaude al Ego.
¿El significado de todo esto?
La humillación padecida por Garry Kasparov por una máquina. Esa humillación que por primera vez en la historia humana alguien no humano, casi un alienígena, le infligiera al Ego de un hombre. No un hombre cualquiera. Al del portador de un Ego cultivado minuciomente en la competencia durante más de 20 años… ¡Qué lección!
Garry, una vez serenado su ánimo aquilino, lo reconoció. Ya tranquilo, ya más humano, dijo que pediría la revancha, porque no estaba convencido de haber perdido. Y agregó, en el colmo de su reacción egocéntrica: “La máquina no puede ganar, simplemente porque es estúpida”.
No podía creer ni aceptar la derrota a manos (bueno, a manos no, a engranajes sí) de una máquina “estúpida“. Después escribiría un libro, un libro naturalmente describiendo su vida de ajedrecista, al que tituló “La Vida imita al Ajedrez”.
¡Qué título! Propio de su aerostático Ego…
Y después se dedicó a la política. Se presentó como candidato para enfrentar a Putin, el presidente de Rusia.
Creyendo, por supuesto, y no sin razón, que la política es también una astuta estrategia, un tablero de ajedrez de infinitos escaques por donde transitan las piezas de la hipocresía y la mentira.
En definitiva, ¿es no más el ajedrez un juego-ciencia?
¿O, más bien, es una estrategia para cultivar el desamor?
No se lo pregunto a mi amigo. Se lo pregunto a Garry Kasparov.
 
Julio Requena

23 de agosto de 2020

¿Qué dice de nosotros el código bíblico? Julio Requena



¿Qué dice de nosotros el código bíblico?  Julio Requena
 
 
NO se trata de creer en la Biblia, ni mucho menos de creer que existe en ella un escondido código de todos los sucesos de la humanidad, tanto los que ya fueron como los que vendrán, lo que de por sí constituye un hecho muy extraordinario. Sin embargo, y debido a la persuasión matemática de quienes aparentemente lo han descubierto, el tono profético exacto indicaría, directa y asombrosamente, que este código está escrito por el mismísimo Creador del Universo… En términos hebreos, por el iracundo Jehová, el Jehová de la Torá, exclusivamente, ya que los judíos han inventado la leyenda de que su Dios los ha elegido para guiar a la humanidad. Si no, que lo digan los desdichados palestinos, a quienes los sionistas, para justificar sus crímenes de lesa humanidad, los viven matando en nombre de Jehová…
En principio, la Biblia tiene la forma de un “gigantesco crucigrama”, “en donde están contenidos los hechos de más de 3.000 años de antigüedad, hechos cruciales para el mundo, desde la segunda guerra global hasta el escándalo de Watergate, la bomba de Hiroshima, la llegada del hombre a la Luna, o el reciente impacto de un cometa sobre la superficie de Júpiter”.
Más que asombroso, increíble.
¿Quiénes han sido estos matemáticos judíos que han causado sensación –y hasta no se han salvado del sensacionalismo debido a la truculencia de la noticia– por dar a conocer el descubrimiento asombroso e increíble?
El que dio a conocer a nivel mundial el Código Bíblico fue el periodista Michael Drosnin en 1997.
Drosnin fue el heraldo del Código. Lo difundió con fervor entusiasta, pero tampoco él pudo evitar que el libro que publicara fuera tildado de sensacionalista (o él, Drosnin) debido así a que ninguna profecía se ha cumplido.
Es el destino de toda profecía tremendista no cumplirse, según el síndrome de Casandra.
Casandra era una profetisa, a quien los dioses castigaron en su poder predictivo haciendo que nadie creyera en ella.
Aquí reside el eterno descrédito en que caen las profecías vaticinadoras, sobre todo, del fin del mundo. Drosnin no rehuyó la tentación de dar la suya: “el fin del mundo ocurriría en el año 2006 como consecuencia de una catástrofe nuclear”.
Uno respira aliviado después de que la profecía ha fallado (Casandra movió sus labios en vano). Pero pensemos cuál es el propósito de todo vaticinio terrorista. Es indudable que está en la índole de la mentalidad humana, desde los inicios históricos, profetizar el fin de la especie. La “doble visión” profética ha existido a lo largo de la historia humana. José, la figura bíblica; Cagliostro, el mago; Nostradamus, el “infalible”; Edgar Cayce, el profeta dormido; Solari Parravicini, con sus dibujos ilustrativos, Baba Vanga, la adivina búlgara ciega, que predijo el fin del mundo para el año 5079; y tantos otros… entre ellos nada menos que el contrahecho científico y físico teórico Stephen Hawking, quien vaticinara:
“Predigo con seguridad que el Universo no interrumpirá su expansión en 10.000 millones de años”.
Es claro que esta infantil predicción de un final, está también contaminada por la creencia de dominar el Tiempo, nada menos… Así que ¡pobre Stephen!
Yo deduzco que, más allá del miedo infundido a quienes leen las profecías y se sugestionan creyendo que, efectivamente, el final de los tiempos llegará, palpita toda una oscura concepción de resentimiento social. En el caso de Drosnin, por su condición de judío. Ya se sabe que el judío se siente víctima de una repulsa mundial. El famoso “judío errante”.
Cuando se vive pensando que el hombre es malvado (como lo hacen las religiones, paradójicamente volviéndose contra el propio Dios que han creado), y que este mundo está perdido por la degeneración incesante del maleficio diabólico, con todos los condimentos monstruosos que dan pábulo a los argumentos iracundos y tenebrosos, entonces el resentimiento se hace oír. Los oídos humanos, precisamente, actúan de manera muy cobarde frente a los acontecimientos abisalmente críticos. El augur se yergue en la sociedad como un mago o chamán infalible. Recordemos que las religiones siempre han echado mano a una palabra todopoderosa: el pecado, para justificar la desaparición del hombre. El augur se ha asociado al futuro como la dimensión en que transcurrirá el vaticinio.
 
La profecía nunca es hoy, siempre es mañana.
 
El engaño, así, es obvio. Como nadie conoce el futuro de nada, se intenta amilanar a la gente obligándola a creer -por el miedo al mañana- qué sucederá: ese inevitable y cruel qué sucederá con el futuro de la especie.
Bien, si la profecía de Drosnin no se ha cumplido, ¿deberemos por esto descreer del Código Bíblico? Seamos imparciales. Otras, parece que se han realizado..
El método computacional descubierto por Eliyahu Rips, el descubridor del Código oculto, tanto como sus seguidores Witztum y Gans, es arduo de describir; pero parece que al instalarse la polémica en el orbe científico los matemáticos judíos extremaron las investigaciones para no ser acusados, obviamente, de charlatanes.
Los objetores del Código Bíblico son también varios, y sobresale de entre ellos el australiano Brendan M’kay, quien dice haber encontrado muchas secuencias iguales en el libro Moby Dick.
Es decir, ¿qué es lo válido aquí a descubrir?
Indudablemente que una, una sola profecía se cumpla, pero dado que la Biblia hebrea tiene 304.805 letras, concedamos que pueden existir varias profecías.
La mente, nuestra mente, se complace tenazmente en querer ver el futuro, y siempre cae –relapsa al fin– en la tenebrosidad del pronóstico.
Es decir, ¿qué es lo legítimo aquí de recuperar?
Indudablemente el hecho de que todos somos cómplices de una conspiración mundial.
“Conspiración” significa “respirar con otros, junto a otros”. Y debido a que todos los habitantes del planeta estamos continuamente respirando por las narices de los otros, se deduce que toda profecía entra y sale no por los oídos sino de las narices…
Esto no es una ‘boutade’, una ocurrencia. Por eso profetizar es escandalizar la lógica y entregarse a un devaneo futuro especulativo.
Mejor: profetizar es no profetizar, pero hacer creer que la amenaza hará realidad lo que dice.
¡Qué pena, qué lástima que no haya un consenso universal científico acerca de los vaticinios del Código Bíblico, porque nada se compara a un grandioso relato de ciencia-ficción!
 
Julio Requena

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