Catalepsia , Felipe Angellotti
No me entierren dormida
la muerte no perdona
Dueña de la vida, elegante, señorial y coqueta, Estefanía
era la diva que entraba triunfal a los lugares donde la noche era la diosa.
En las horas en que los proletariados dormían el sueño
reparador después de una agotadora jornada de trabajo, recorría la ciudad
frecuentando los lugares donde los habitantes nocturnos - tan gatos como ella –
disfrutaban de las delicias de las luces multicolores, de las copas de champaña
burbujeantes, de los juegos del amor tras las sonrisas o el roce de una mano
sobre la piel sin soles.
Los hombres la amaban porque encendía pasiones
inescrutables, porque irradiaba luz y su sonrisa era el preámbulo de un goce
perfecto, tan sólo con tratarla, tan sólo con una palabra dulcificada en sus
labios, tan sólo con una mirada de sus ojos aguamarinas, era suficiente para
que los que la admiraban, fuesen monigotes con la sonrisa pegada a los
cachetes.
Sabía que era una vedette y al caminar movía con cadencia
sus caderas para ser más llamativa, además su cabello enrulado caía sobre sus
hombros con llamarada de trigales. Sus nalgas eran perfectas y se marcaban en
su vestido dando a imaginar bondades.
Cada movimiento estaba estudiado, cada mirada sugería
algo. Ella vivía de los amantes y siempre caía alguno el que, era enredado en
su sutil tela de encantos .Después de haberlo exprimido y cuando no tenía nada
para sacarle porque lo había arruinado, lo dejaba como abandonar un perrito
desamparado en medio de la tormenta.
Decían que alguien se mató por ella, aunque nunca fue
confirmado.
Se acercaba a una de las mesas del casino y desde allí
contemplaba a los apostadores .Si alguno jugaba dinero abundante lo estudiaba
atentamente, aunque nunca precipitaba las cosas. Era meticulosa, hábil
observadora de su presa y cuando la victima había sido elegida comenzaba a
tejer sutilmente la trampa donde encerrarla.
El hombre sintió que era observado, levantó la vista y
vio unos ojos aguamarinas que lo observaban y una boca tibia que le sonreía con
un delicioso mohín.
Estefanía puso en práctica la segunda fase de su plan; en
el anular de su mano izquierda lucía un anillo de oro con una piedra de
amatista, el que atrapaba a cualquier asiduo jugador porque significaba
abundante dinero para una apuesta.
Con hábil disimulo jugaba con sus dedos en el lóbulo de
su oreja mostrando la refulgente joya, mientras coqueteaba con su escogido.
No siempre las cosas salen como uno las imagina, bien
dice el refrán que hasta al mejor cazador se le escapa la presa. Esta vez
Estefanía se equivocó .El hombre era un timador de máxima categoría .Sin dudas
que habría un duelo entre ambos con resultados inciertos porque vivían del
embaucamiento y además no tendrían nada para exprimirse porque los dos eran un
páramo económico.
Esa noche nada pasó, más que las miradas y las sonrisas
solapadas que ambos utilizaban con maestría. Ella se acostó pensando en el
dinero que él poseía, que parecía ser abundante por la elegancia con que vestía
y él, en ese anillo que vendido significaría un buen peculio.
Era el único traje que poseía y lo cuidaba con esmero.
Esa noche jugó el dinero que tenía para el “enganche” y por suerte había un
botín .Esa mujer hermosa-la del anillo- Debía actuar rápido porque la plata se
le terminaba y todos sus embustes se irían al coño.
Lo que no sabía Don Camilo Narciso de la Fuente “El
Conde” - nombre falso por supuesto - aunque, de mucho peso para el oído, era
que ella poseía varios vestidos y afeites para su lucimiento y solo ese anillo
que usaba de lacero para atrapar bobos porque su valor en el mercado era de lo
más ínfimo; un orfebre de gran habilidad, había hecho un imitación perfecta de
uno famoso de la princesa Enriqueta.
La noche siguiente volvieron a encontrarse .Esta vez, las
sonrisas fueron más confidentes, hubo un acuerdo tácito entre ambos y de pronto
se encontraron acodados en la barra tomando una copa.
Eran los reyes de la farándula, tenían seducción y
argumentos suficientes para enredar al elegido. Ella fingió caer en sus redes y
él con menos inteligencia creyó que trataba con una inexperta la que caería
fácilmente en sus brazos. Finalmente por su sugerencia, terminaron en la
habitación de un hotel por supuesto, de primera categoría porque él debía
mostrar que era un magnate tal como se lo había dicho a ella aunque no sabía si
los próximos días podría subsistir. En último caso pensó “¿quién me quita lo
bailado?, mañana, será otro día”La pasaron bien, también en “eso” eran expertos
y quedaron en verse al día siguiente. Comenzó a unirlos una pasión
desenfrenada, tanta que se alarmaron, porque no era la idea enamorarse, sino
timar al otro.
Hay cosas que nadie puede comprender como el hecho de
enamorarse. ¿Qué motiva a dos para se, para sentir esa sensación sublime que
los científicos y los poetas han tratado de definir y no han logrado esclarecer
durante siglos? Vamos a suponer que es parte del amor de Dios y que alcanza a
todos por igual, sin mediar tópicos preestablecidos. Y ellos entraron en ese
magnetismo, no obstante, era más poderoso demostrar la sagacidad y la fullería,
para ganar un juego que durante años fue la subsistencia de ambos.
Ella siempre seductora para ganar y lograr la supuesta
fortuna de él y su amante para quedarse con ese anillo que lo obsesionaba.
Los días pasaron y ambos comenzaron a desesperarse porque
los recursos económicos se extenuaban. Para salir del apuro firmó un documento
en el hotel con la promesa de un cobro inexistente, suponía que cuando tuviera
ese anillo cubriría todos los ojales que dejaba a su paso.
Sucedió lo imprevisto. Estefanía murió .Esa noche
durmieron juntos y cuando despertó a la mañana, la abrazó y al querer besarla,
tuvo la percepción de que abrazaba un cadáver.
Se trabó su rica inteligencia que era excelente para
escamotear, pero no para actuar en casos tan insólitos como este. Luego de unos
instantes de duda se levantó de la cama y llamó al conserje del hotel.
Inútil describir todo lo que sucedió a partir de ese
momento. Estefanía no tenía parientes. Supo que desde hacía tiempo vivía en el
hotel porque había una promesa de por medio. El que fuera dueño del albergue,
tuvo un largo romance con ella, moribundo, hizo prometer a su hijo - quien
quedó a cargo del establecimiento - que la protegería de por vida. Don Camilo
alias “El Conde”, tuvo que hacer una serie de trámites porque ella, no tenía
parientes y alguien debía hacerse “cargo del muerto”.En este caso de la muerta.
Cuando la vio dentro de la caja mortuoria, tan bella, con
la misma sonrisa con que lo miraba la noche anterior, tan diosa como siempre.
Lloró, sí lloró, él que se consideraba sin saña para atrapar bobos y
despojarlos sin misericordia, le llenó con lágrimas las manos, mientras
contemplaba ese anillo que lo obsesionaba y que por la conmiseración de los
funebreros aún poseía.
El cortejo fue muy numeroso, todos los amigos de la
farándula se dieron cita para despedirla, algunos derramaron abundantes
lágrimas y curiosamente eran sinceras.
La depositaron en el panteón de la familia del hotel
hasta que le dieran un destino definitivo. Después, la soledad, sólo el grito
de las aves nocturnas en las copas de los cipreses y tal vez el espíritu de los
muertos vagando entre las tumbas.
Una sombra aterrorizada con un enorme cuchillo entre las
manos, saltó la tapia del cementerio y se introdujo entre la larga fila de
panteones, hasta encontrar el que buscaba .Forzó la puerta que no se resistió
demasiado a su esfuerzo y con una pequeña linterna de luz opaca, penetró en el
mortuorio recinto. Se dirigió al féretro de Estefanía y con una palanca fue
levantando la tapa hasta que después de más de una hora de transpirar
abundantemente, pudo levantarla.
Le alumbró la cara con la pequeña luz y la observó,
Estefanía parecía sonreír, la muerte la hacía más bella luego bajó el haz de
luz hasta su mano y allí estaba el anillo, resplandeciente y magnífico.
Intentó quitárselo pero fue inútil, parecía que se había
encarnado, entonces, tuvo una idea diabólica. Puso debajo del dedo un florerito
de metal y levantando el brazo con el cuchillo en la mano dio el golpe para
cortar el anular.
El grito fue sobrenatural y dado en el entorno fue mucho
más impresionante. La mujer se sentó en el ataúd con ojos espantados y al ver
el lugar donde estaba, gritó aún más, después, saltó de la caja mortuoria y con
el dedo sangrando corrió por las galerías del cementerio despavorida.
Atrás quedó “El Conde”, irremediablemente muerto,
encogido por el infarto y con los ojos desorbitados.
En toda la ciudad se comentó el hecho días y noches.
También se decía que la diosa Estefanía, seguía frecuentando los lugares de la
farándula, y que en su mano derecha, faltaba un dedo.