Noche nupcial de las maderas
No se pide perdón a la Noche
por tantos años de distancia:
se llora en una casa solitaria
olvidada en el mundo.
Se dice para nadie: “ soy pobre” ,
y para comprobarlo, con el índice
de la mano derecha se señala
un trigal en su fiesta, una violeta húmeda,
\ con el índice de la mano izquierda,
polcas de máquinas que giran.
Se llora hasta lavar huellas de inviernos
y encontrar inocencias de selva,
rumores de un tesoro perdido.
Se llora hasta tocar la danza que ardería
si no se hubiera abandonado a la hierba
en su castillo, si no se hubieran preferido
sillas a robles.
Con paciencia de sepulturero se entierran objetos
que prohíben hilos a las estrellas y a las hormigas
Se sube a un tren de sangre de tigre
para encontrarse el pecho.
Se buscan, bajo las hojas, respiraciones olvidadas.
Se busca, en los surcos, el descalzo.
Se pregunta a las cabras, por el tiempo.
Se separan de columnas de loto, de columnas de lirios,
brazos y piernas lentamente.
Se elige una alegría del agua para reír
basta el amarillo, basta el oro, en el «lía.
Se exige a las industrias, la muerte.
—de cisnes, de sauces,— por geometrías grises, oculta.
Se averigua en qué olvido
se derraman cementerios.
—Se traen en los tobillos germinando.—
Para que el sonido de pesadas campanas
atraiga gacelas al bosque.
Para que lleguen labios. Para que lleguen oídos.
Caminos, a las rodillas.
Para que el viento mueva una sombra en los cabellos.
Alguna vez un latido se parezca
al murmullo del musgo.
Para que llegue del desierto la piel lejana,
como hojas secas, a posarse en mariposas
avergonzadas con ceniza.
La voz pierda palabras y el rostro desembarque en la
visión,
Olí Noche musical. Noche en que vencen olas,
y los violines del Otoño encantan a la Hiedra,
Noche en que naves surcan aguas inmensas desconocidas.
Noche rauda. Noche amable, Noche de sedas ágiles!
Pradera en que sonríen prisioneros.
Navegan piedras, golondrinas unen reino.» remoto»,
y. como en el fondo del mar,
¡al fin lodo lo vivo se acaricia!
Noche de alas extensas.
para poder empobrecer en elocuencia de encinas,
se va de puerta en puerta
pidiendo abejas, ¡luz del cuerpo
convertido en estatua familiar!
Pero, ¡ay!, ¡no vuela el aire que devuelva
los perfumes quebrados!
L e jo s . . . , a los brillos del llanto, se presiente
una invisible palma victoriosa,
cuyo futuro, en el presente,
—durante velos.— espera.
Orfila Bardesio
De Uno Libro Tercero (1971)