Solitario escorpión de amarillo purísimo
Con erecciones
que delatan la guerra
Bajo las puras
rosas Las palabras más áridas resisten
Bermellones y
negras fulguran casuarinas
Languidecientes brotes y viento
atribulado
Atadas están al
carruaje del sol y a la desolación del mundo
Acompañan
postales con dinamita y gritos de locura
Pronto
desaparecen todos los ruidos del amor
Mezclados con amuletos consumaciones y presagios
Amor que se
complace con herejías y reniega del hombre
Piratas como
dioses sellan la última puerta
Como mudos sonámbulos de otro lagar oscuro
De otro violín de infortunada melodía
Texturas para un cielo que contrasta el furor
Doble corona
De infaustas mariposas
Paneles que se cierran por adentro
Huestes que ardieron antes y yacen apagadas recubiertas
de sal
En cautiverio
Solamente nube rizada de pólvora y ángel desvelado
Oh aldeas enterradas y lábiles como el fino temblor
Espacios de inocencia
Nieve de la tristeza que encanece jardines
Llamador insistente en la desierta alcoba abandonada
Aquietad remolinos
Tened piedad en esta angustia larga
Resistid el escombro de inauditos recuerdos
Porque en Ruanda aún se abren blanquísimos capullos
Y en Ruanda todavía los espejos resplandecen.
María Meleck Vivanco