Oración roja
Esta mañana erguida siento de sol la
lengua,
siento de sol la sangre, siento de sol
la piel.
Siento de sol el corazón.
Todo de sol antorcha para dorar el aire,
para bruñir la vida, para brotar el ser.
Corazón incendiario,
golpeando, saltando, volando, chocando
como en un musculoso frontón,
jocundo, rotundo, profundo
corazón.
Te tiraría lejos, más lejos,
hasta el umbral del cielo,
hasta Dios.
Te grito, Dios,
desde un planeta herido,
con animales tristes con hombres de
metal
con almas fatigadas de inventarse otros
dioses
y el odio a domicilio como la carne y
pan.
Yo tengo, Dios,
lo que quizás ya ni recuerdas,
tengo este corazón.
Un segundo siquiera
prueba este corazón.
La mañana es un ágil rumor de danzarina,
de pisadas fragantes resbalando en la luz.
Una emoción de trenes ronda las lejanías.
Cuelgan entre los árboles ramos de
fresco azul.
Y la vida rebota de horizonte a
horizonte
con una retumbante tenacidad de alud.
El sol mueve los ruidos, los pájaros,
los peces
y tiende entre las flores largos puentes
de miel.
Si revientan raíces, y pétalos, y
frutos,
para que la ardua Pose funeral del
ciprés.
Ah, formar con las sombras como con
leños duros
un crujiente montón,
soplarlo con la sangre
y arrojarle los miedos que nos raspan la
voz.
Y desatar el canto como un tumulto de
aguas
y escupir el dolor.
El dolor. . .
(Ocupado, ocupado el teléfono sordo
del infinito
discar tras discar discar.
Dios, se que no atenderás).
Pero hoy soy este cuerpo de espejo
zigzagueante
este pelo insensato como un trompo embriagado,
este amor levitante,
este oliscar de perro cazador.
Hoy la vida asea con muslos de amazona
y un olor de mujer me aturde como un
gong.
Y pienso en los torrentes galopando la
tierra,
en los rios dentados de potencia y
fulgor,
en las piedras sedientas triscando en la
montaña,
en los cristos cobrizos herederos del
sol.
Y pienso en los ocios de Dios.
¿No sabes de un planeta mejor, sin
mercaderes
que trafican los sueños, las armas y el
sudor,
que siembran al voleo la droga
rnercenaria
y ofertan paraísos en terrenales cuotas
por la televisión?
Qué ofrecerle a esta vida de ilusorios
carteles,
de pobres en su guetto, de emboscados
papeles,
de año viejo y dolor,
de año nuevo y dolor,
de corazones como el mío
que irrenunciablemente suena a noche y
furor.
Mi corazón
con caries en las teclas
como un mustio acordeón.
Mi corazón hambriento,
mi corazón goteante,
mi poderoso
corazón…
Osvaldo Guevara
De La sangre en armas
UniRío editora, Universidad nacional de
Río Cuarto 2015