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11 de septiembre de 2018

El trágico, Antón Chejov


El trágico,  Antón Chejov
    

    
     Se celebraba el beneficio del trágico Fenoguenov.
     La función era un éxito. El trágico hacía milagros: gritaba, aullaba como una fiera, daba patadas en el suelo, se golpeaba el pecho con los puños de un modo terrible, se rasgaba las vestiduras, temblaba en los momentos patéticos de pies a cabeza, como nunca se tiembla en la vida real, jadeaba como una locomotora.
     Ruidosas salvas de aplausos estremecían el teatro. Los admiradores del actor le regalaron una pitillera de plata y un ramo de flores con largas cintas. Las señoras le saludaban agitando el pañuelo, y no pocas lloraban.
     Pero la más entusiasmada de todas por el espectáculo era la hija del jefe de la policía local, Macha. Sentada junto a su padre, en primera fila, a dos pasos de las candilejas, no quitaba ojo del escenario y estaba conmovidísima. Sus finos brazos y sus piernas temblaban, sus ojos se arrasaban en lágrimas, sus mejillas perdían el color por momentos. ¡Era la primera vez en su vida que asistía a una función de teatro!
     -¡Dios mío, qué bien trabajan! ¡Es admirable! -le decía a su padre cada vez que bajaba el telón-. Sobre todo, Fenoguenov ¡es tremendo!
     Su entusiasmo era tan grande, que la hacía sufrir. Todo le parecía encantador, delicioso: la obra, los artistas, las decoraciones, la música.
     -¡Papá! -dijo en el último entreacto-. Sube al escenario e invítales a todos a comer en casa mañana.
     Su padre subió al escenario, estuvo amabilísimo con todos los artistas, sobre todo con las mujeres, e invitó a los actores a comer.
     -Vengan todos, excepto las mujeres -le dijo por lo bajo a Fenoguenov-. Mi hija es aún demasiado joven...
     Al día siguiente se sentaron a la mesa del jefe de policía el empresario Limonadov, el actor cómico Vodolasov y el trágico Fenoguenov. Los demás, excusándose cada uno como Dios les dio a entender, no acudieron.
     La comida fue aburridísima. Limonadov, desde el primer plato hasta los postres, estuvo hablando de su estimación al jefe de policía y a todas las autoridades. De sobremesa, Vodolasov lució sus facultades cómicas imitando a los comerciantes borrachos y a los armenios, y Fenoguenov, un ucranio de elevada estatura, ojos negros y frente severa, recitó el monólogo de Hamlet. Luego, el empresario contó, con lágrimas en los ojos, su entrevista con el anciano gobernador de la provincia, el general Kaniuchin.
     El jefe de policía escuchaba, se aburría y se sonreía bonachonamente. Estaba contento, a pesar de que Limonadov olía mal y Fenoguenov llevaba un frac prestado, que le venía ancho, y unas botas muy viejas. Placíanle a su hija, la divertían, y él no necesitaba más. Macha, por su parte, miraba a los artistas llena de admiración, sin quitarles ojo. ¡En su vida había visto hombres de tanto talento, tan extraordinarios! Por la noche fue de nuevo al teatro con su padre.
     Una semana después, los artistas volvieron a comer en casa del funcionario policíaco. Y las invitaciones, ora a comer, ora a cenar, fueron menudeando, hasta llegar a ser casi diarias. La afición de Macha al arte teatral subió de punto, y no había función a la que no asistiese la joven.
     La pobre muchacha acabó por enamorarse de Fenoguenov.
     Una mañana, aprovechando la ausencia de su padre, que había ido a la estación a recibir al arzobispo, Macha se escapó con la compañía, y en el camino se casó con su ídolo Fenoguenov. Celebrada la boda, los artistas le dirigieron una larga carta sentimental al jefe de policía. Todos tomaron parte en la composición de la epístola.
     -¡Ante todo, exponle los motivos! -le decía Limonadov a Vodolasov, que redactaba el documento-. Y hazle presente nuestra estimación: ¡los burócratas se pagan mucho de estas cosas!... Añade algunas frases conmovedoras, que le hagan llorar...
     La respuesta del funcionario sorprendió dolorosamente a los artistas: el padre de Macha decía que renegaba de su hija, que no le perdonaría nunca el «haberse casado con un zascandil idiota, con un ser inútil y ocioso».
     Al día siguiente, la joven le escribía a su padre:
     «¡Papá, me pega! ¡Perdónanos!»
     Sí, Fenoguenov le pegaba, en el escenario, delante de Limonadov, de la doncella y de los lampistas. No le podía perdonar el chasco que se había llevado. Se había casado con ella, persuadido por los consejos de Limonadov.
     -¡Sería tonto -le decía el empresario- dejar escapar una ocasión como ésta! Por ese dinero sería yo capaz, no ya de casarme, de dejar que me deportasen a la Siberia. En cuanto te cases construyes un teatro, y hete convertido en empresario de la noche a la mañana.
     Y todos aquellos sueños habíanse trocado en humo: ¡el maldito padre renegaba de su hija y no le daba un cuarto!
     Fenoguenov apretaba los puños y rugía:
     -¡Si no me manda dinero le voy a pegar más palizas a la niña!...
     La compañía intentó trasladarse a otra ciudad a hurto de Macha y zafarse así de ella. Los artistas estaban ya en el tren, que se disponía a partir, cuando llegó la pobre, jadeante, a la estación.
     -He sido ofendido por su padre de usted -le declara Fenoguenov-, y todo ha concluido entre nosotros.
     Pero, ella, sin preocuparse de la curiosidad que la escena había despertado entre los viajeros, se postró ante él y le tendió los brazos, gritándole:
     -¡Le amo a usted! ¡No me abandone! ¡No puedo vivir sin usted!
     Los artistas, tras una corta deliberación, consintieron en llevarla con ellos en calidad de partiquina.
     Empezó por representar papeles de criada y de paje; pero cuando la señora Beobajtova, orgullo de la compañía, se escapó, la reemplazó ella en el puesto de primera ingenua. Aunque ceceaba y era tímida, no tardó, habituada a la escena, en atraerse las simpatías del público. Fenoguenov, con todo, seguía considerándola una carga.
     -¡Vaya una actriz! -decía-. No tiene figura ni maneras, y además es muy bestia.
     Una noche la compañía representaba Los bandidos, de Schiller. Fenoguenov hacía de Franz y Macha de Amalia. Él gritaba, aullaba, temblaba de pies a cabeza; Macha recitaba su papel como un escolar su lección.
     En la escena en que Franz le declara su pasión a Amalia, ella debía echar mano a la espada, rechazar a Franz y gritarle: «¡Vete!» En vez de eso, cuando Fenoguenov la estrechó entre sus brazos de hierro, se estremeció como un pajarito y no se movió.
     -¡Tenga usted piedad de mí! -le susurró al oído-. ¡Soy tan desgraciada!
     -¡No te sabes el papel! -le silbó colérico Fenoguenov- ¡Escucha al apuntador!
     Terminada la función, el empresario y Fenoguenov sentáronse en la caja y se pusieron a charlar.
     -¡Tu mujer no se sabe los papeles! -se lamentó Limonadov.
     Fenoguenov suspiró y su mal humor subió de punto.
     Al día siguiente, Macha, en una tiendecita de junto al teatro, le escribía a su padre:
     «¡Papá, me pega! ¡Perdónanos! Mándanos dinero.»



ANTON CHEJOV

10 de septiembre de 2018

El arte del sugerimiento, Vicente Huidobro



El arte del sugerimiento

El arte del sugerimiento, como la palabra lo dice, consiste en sugerir.
No plasmar las ideas brutalmente, gordamente, sino esbozarlas y dejar el placer de la reconstitución al intelecto del lector.
Esa es la Belleza que debemos adorar. La estética del sugerimiento.
Esto ya lo hacen algunos, pero todavía quedan tantos escritores y poetas matemáticos y con olor a miasmas y a subterráneo de templo egipcio.
Dejemos una vez por todas lo viejo. Guerra al cliché.
Que ya no haya más mujeres humildes que se ocultan cual la violeta entre la hierba.
Que ya no vuelen más las incautas mariposas en torno de la llama.
¡Por Dios! ¿Hasta cuando?
Que si hay una alma no esa blanca y pura, sino cualquier otra cosa.
Que si hay una montaña no sea una alta o encumbrada cima. Es preferible que sea una montaña que dialoga con el sol o con pretensiones de desvirgar a la pobre luna. Todos menos alta o encumbrada.
Hay poetas en Chile de los cuales me decís un sustantivo y yo inmediatamente os digo el adjetivo que le antecede, no que le sigue. Eso ya sería un adelanto. ¿Paloma? Cándida paloma. Ni siquiera paloma cándida.
Uno se pregunta ¿para qué hacen versos esos señores que nos cantan lo que ya todos sabemos desde el vientre de nuestras madres?
Si no se ha de decir algo nuevo, no hay derecho para hacer perder el tiempo al prójimo.
En vez de repetir y siempre repetir la eterna rutina, sería mejor que dijeran por ejemplo: yo pienso lo mismo que dijo Bécquer en tal otra. Yo escribiría lo mismo que dijo Fray Luis de León en tal estrofa, agregándole esto otro que dijo Gracilazo… etc., etc.
Y como ya todo eso es muy conocido, no se perdería el tiempo leyéndolo otra vez.
Es esta una manera muy fácil y muy digna de recomendarse a gran número de poetas.
Por eso es que refresca el espíritu cada gesto de rebelión de algún joven poeta.
¡Ah! Si en Chile no se temiera tanto el ridículo. Si no se hiciera caso alguno a las risas clownescas de la impotencia.
¿Qué al principio la lucha es ardua? Claro.
Pero poco a poco se irá formando el ambiente, poco a poco se irá depurando el aire, cultivando el buen gusto. Poco a poco se irán sutilizando los espíritus y se les hará pensar y entender los refinamientos poéticos, saborear las quintaesencias exquisitas.
Cierto que en este país todavía se trilla a yeguas. Pero no importa. Ya algunos admiten maquinarias modernas y aprenden a manejar herramientas europeas.
Todos aprenderán después.
El fin principal que debe perseguir todo escritor es el de la originalidad. Una originalidad inteligente. No calificada inteligente por los críticos gruesos y secos de espíritu, ramplones o abufonados sino por los otros artistas, por los verdaderos poetas, por los que son capaces de sentir y hacer esas sutilezas refinadas propias de espíritus ultrafinos.
Por eso debemos atacar la crítica en todas partes y principalmente en Chile.
Sólo debe existir un comentario poético, de artista a artista. No de ramplón o de ignorante a culto y quintaesenciado.
La desigualdad engendra el error y la incomprensión.
¿Qué resultaría de un crítico sobre cuestiones de gallinas que se pusiera a disertar sobre Arte?
Lo que leemos todos los días en tantos diarios y revistas.
Persigamos la originalidad sin hacer caso y sin temor al ridículo de los que tienen el cerebro sólo para ponerle tongo.
¿Cómo se consigue la originalidad?
Recogiéndonos               en nosotros mismos, analizando con un prisma nuestro yo, volviéndonos los ojos hacia adentro.
El arte del sugerimiento es uno de tantos como hay en el simbolismo. Como la poesía metafísica.
¿Que el simbolismo ya murió? Ni vive, ni ha muerto; es una de tantas maneras como hay en el Arte.
El arte del sugerimiento ayuda mucho para la concisión y puede dar a la frase cierta ondulación, cierta gracia y exactitud precisa y ciertos repentes felices y sorpresivos.
El sugerimiento libra de los lazos de unión entre una idea y otra, lazos perfectamente innecesarios, pues el lector los hace instintivamente en su cerebro.
Un ejemplo:
Le dais a un retórico como tema algo sobre el Cementerio y os diría:
La tristeza del Cementerio me llena de dolor y de oscuros pensamientos y maquinalmente evoco todo lo que tiene relación con él. Me acuerdo de Hamlet cuando tomó la calavera de Yorick y lloró sobre su recuerdo, pienso en Don Juan cuando dialogó con la estatua del comendador… etc., etc… y si queréis podéis agregar al señor Gómez García que hace votar a los muertos.
Le dais el mismo tema a otro escritor, si queréis más moderno, y os diría:
La gran tristeza evocativa de los cementerios. Hamlet, Yorick, Don Juan, Gómez García.
Ha suprimido todas las ligaduras intermedias y os ha dado la misma idea exacta, con más soltura, gracia y concisión.
Ahora esto mismo aplicadlo a la poesía sutil, y aunque con un procedimiento algo distinto, evocaréis inmediatamente una idea simple o una imagen poética que percibiréis más pronto cuanto más estéis refinados.
Por eso la percepción de esa poesía lejana, vaga, que podríamos llamar de horizonte, la percepción de esa poesía que se resbala, que se esfuma, que pasa, está en razón directa con la sensibilidad del lector.
Recordad siempre aquel sabio concepto de Mallarmé:
"Pienso que sólo es necesaria una alusión. La contemplación de los objetos, la imagen que surge de los ensueños suscitados por ellos, son el canto. Nombrar un objeto es suprimir las tres cuartas partes del goce del poema, que consiste en adivinarlo poco a poco. El perfecto uso de ese misterio constituye el símbolo: evocar poco a poco un objeto para patentizar un estado de alma o, por el contrario, escoger un objeto para deducir de él un estado de alma por una serie de adivinaciones… Si un ser de una inteligencia mediana y de una cultura literaria insuficiente abre por casualidad un libro así escrito, y pretende gozar con su lectura no consigue su objeto".
Y no olvidéis tampoco aquellos versos de Verlaine:

Rien de plus cher que la chanson grise
Oú l' Indécis au Précis se joint.

Esto no quiere decir que el sugerimiento sea la única forma digna de tomarse en cuenta. De ningún modo.
Esto quiere decir que el arte de sugerir es recomendable por prestarse a mil combinaciones más o menos origínales y extrañas.
Ahora claro está que hay muchos otros modos, y ¡cuántos que no conocemos! El Arte no puede localizarse en una sola manera.


Vicente Huidobro
De Adán (1916)


9 de septiembre de 2018

Estrella hija de estrella, Vicente Huidobro


ESTRELLA HIJA DE ESTRELLA

Había signos en el aire
Había presagios en el cielo
Tenía que brotar la gracia de repente
Con sus pasos de gloria
Con todos sus gérmenes sagrados
Con su aliento de vida o muerte

Venía la belleza de quién sabe donde
Venía hacía mis ojos
Con su andar de planeta seguro de su tiempo...
Es la ley misteriosa que de pronto se encarna
Y se hace realidad en un instante.

El azar se presenta
Con todas sus fuerzas invencibles
El azar con sus constelaciones desatadas
Que súbito se anudan
Para cumplir con un destino en las piedras lentas
El aire vibra de los sonidos de la vieja flauta
Una dulce amistad ha nacido en el mundo
Acaso un gran peligro se yergue de su noche

La voz de un hombre dice Estrella
Y tiembla como una estrella
El viento pasa y el azul amado
Deja caer su aroma
Para ungir las cabezas señaladas.

Ahí viene sobre dos pies alados
Envuelta de música de nardos y de bosques
La gracia y la belleza
Entre los ruidos de las calles
Sobre sus pies alados
Aparece de pronto entre los hombres y las casas
Y todo cae en el vacío

Los ruidos, las casas y las calles
Como las ropas de una mujer que se desnuda
Sólo tú quedas en el mundo
Sólo tu cuerpo como una flor inmensa
Que llena de universo.

¡Oh tierra cómo te has hecho bella en un instante!

Dos miradas se cruzan
Y canta un árbol nuevo
Dos manos se entrelazan
Dos anhelos se encuentran
Dos angustias se hablan en secreto
¿Por qué, razón?
Solo los signos y el azar lo saben

Dos corazones reconocen un impulso ciego
Y el camino que se abre al infinito.

Un hombre dice estrella
Y hay un temblor en los espacios
Un hombre dice Mar
Y las olas se agrandan satisfechas
Un hombre dice Selva
Y los árboles comprenden su deber milenario
Un hombre dice Viento
Y todo se agita hasta la muerte

Estrella yo no te pido tu destino
Ni exijo mas aroma a la flor de la tarde
Yo quiero solo una amistad de anchas orillas
Un gran río profundo
Que embruje mi país
Y haga cantar las aguas dormiladas
Que siempre creen olvidar su vida

La calle del azar
El punto mismo
Donde se encuentran los designios

Los ojos se adivinan
Se entornan suaves
Saben que juntos van a mirar las cosas
Los labios se presienten
Palpitan como flores que empiezan la jornada
¿Son besos? ¿Son palabras?
¿Es un cambio de ideas a través de los años?
Por qué llegas tan tarde a mi jardín
Por qué no apresuraste la marcha en las tinieblas?
¿Con qué derecho el tiempo
Separa la flor del árbol que era suyo?
¿Por qué pone distancias en los años?
¿No sabes que este trozo de tierra te aguardaba
Cansado de cantar y de llamarte?

Yo te había elegido
Como la tierra el árbol de su gracia
Como el naufragio al barco más amado
Esto es grande y es triste
Porque no hay modo de cambiar los signos
Mi exaltación acaso te asustaba
Ella era real como las tempestades
Perdona lo que venga y es que ya ha nacido
No es culpa mía si el destino habla
Entre el cielo y la tierra
Hay algo grande que comienza
Tierra y cielo sienten temblar las rocas y las nubes
Cielo y tierra son cómplices del sueño
Y sus pájaros nacientes sin permiso

¿Serás mi estrella
Entre la vida y la muerte sorprendida?
Ven hacia mi más mía que mis huesos
Ven entre mirtos y mármoles profundos
¡Oh cuerpo del ritmo eterno!
¡Oh la amistad de músicas y cielos infinitos!
¡Oh belleza del mundo!
Permíteme acordarme de mí mismo


Vicente Huidobro

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