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25 de septiembre de 2017

Desaliento, Herman Hesse






DESALIENTO



 ¡Si hubiese seguido siendo aquel solitario y asceta
 En lugar de sumergirme en este mundo colorido,
 Enamorarme de nuevo ardientemente,
 Consumirme de nuevo en llamas!
 Ahora, viejo, comprendo entristecido
 Que este hacer es ridículo y vano,
 Que he empezado demasiado tarde,
 ¡Ni siquiera sé bailar bien el «onestep»!
 Pero ya que he empezado
 A hundirme en el fango caliente,
 Esta vida me tiene enredado por completo,
 Ya no se puede contener ni aplacar.
 Bailo, sigo bailando, caigo y me hundo,
 Entregado al juego, a la bebida y al placer,
 Cada día me pierdo y me ahogo más
 En este agradable desenfreno.

Herman Hesse
De la «Neue Rundschau»
(1926)
«Der Steppemoolf»

Fragmento de un diario en versos

24 de septiembre de 2017

El escritor joven. Una carta dirigida a muchos. (1910) (Ensayo) Herman Hesse



 El escritor joven. Una carta dirigida a muchos. (1910) (Ensayo) Herman Hesse

Querido señor:
 Le doy las gracias por su hermosa carta y el envío de sus poemas y ensayos en prosa que he hojeado con interés y en los que he encontrado algunas huellas perdidas de mis propios comienzos literarios. Su amable carta y el envío de sus poemas me muestran una confianza que me avergüenza, ya que desgraciadamente tengo que decepcionarle.
 Usted me presenta lo que ha escrito hasta ahora, sus versos y otras tentativas literarias, y me pide que después de la lectura de estas páginas le diga lo que opino de su talento literario. La pregunta parece sencilla e inofensiva, teniendo en cuenta que no quiere oír ningún cumplido sino la estricta verdad. Nada me gustaría tanto como poder contestar de manera escueta a su pregunta escueta, si pudiese. La «verdad» no es tan fácil de hallar. Creo incluso que es completamente imposible aventurar algún juicio sobre el talento de un principiante al que no se conoce muy bien personalmente a través de la lectura de sus intentos literarios. Por sus versos puedo ver si ha leído a Nietzsche o a Baudelaire, si Liliencron o Hoffmannsthal son sus favoritos, quizás también si tiene ya un gusto formado conscientemente por el arte y por la naturaleza, pero eso no tiene que ver lo más mínimo con el talento literario. En el mejor de los casos (y eso hablaría en favor de sus versos) puedo descubrir huellas de sus vivencias y tratar de hacerme una idea de su carácter. Más es imposible; y el que le prometa valorar su talento literario a través de sus manuscritos de principiante como un grafólogo juzga el carácter de un lector en la sección de cartas del periódico, es un hombre bastante superficial o un farsante.
 No es muy difícil declarar que Goethe es un escritor importante después de leer «Wilhelm Meister» y «Fausto». Pero se podría reunir perfectamente un cuadernito de poemas de sus años de principiante del que nadie sería capaz de decir sino que el joven autor había leído afanosamente a Gellert y a otros modelos, y que tenía habilidad para hacer rimas. Cuando Goethe ya había escrito «Werther» y «Götz» se le atribuyeron durante mucho tiempo algunos escritos del poeta Lenz y viceversa. Es decir que, incluso en los escritores más grandes, la letra de los primeros intentos no es siempre verdaderamente característica ni claramente original. En los poemas juveniles de Schiller pueden encontrarse incluso convencionalismos y banalidades sorprendentes.
 De modo que es imposible enjuiciar los talentos jóvenes aunque a Usted le parezca sencillo. Como no le conozco bien, no sé en qué nivel se halla de su desarrollo personal. Sus poemas pueden contener ingenuidades que dentro de medio año ya habrá superado, pero del mismo modo, puede cometer todavía dentro de diez años los mismos errores. Hay poetas jóvenes que a los veinte años escriben versos de extraordinaria belleza, y a los treinta ya no escriben o, lo que es más grave, continúan escribiendo los mismos versos. Y hay talentos que no despiertan hasta que tienen treinta o cuarenta años.
 En una palabra, la pregunta que me hace sobre las probabilidades de alcanzar en el futuro fama como poeta es como si una madre preguntase si su hijo de cinco años será algún día grande y esbelto o pequeño. El chico puede ser hasta los catorce o quince años un pequeñajo y dar de repente un estirón.
 Me ha parecido agradable que no me haya hecho cargar, como hacen muchos de sus estimados colegas, con la responsabilidad de su futuro poético. Muchos que acuden a un escritor con experiencia con la misma pregunta que Usted hacen, no sin afectada solemnidad, depender de su decisión y respuesta, el que vuelvan a escribir jamás un verso. De esta manera llegaría uno a pasarse la vida con la sensación de haber privado a la literatura alemana quizás por un pequeño error, de Faustos y Cantares de los Nibelungos.
 Con esto quedaría contestada su carta. Me ha pedido un favor que desgraciadamente no puedo hacerle porque está más allá de lo posible. Pero no quisiera despedirme con una sentencia que no le satisfaga y que en el fondo interpretará como una negativa sutilmente disfrazada. Permítame por eso todavía unas palabras amistosas.
 No puedo saber si Usted será un poeta importante dentro de cinco o diez años. Pero que lo llegue a ser no depende en absoluto de los versos que escribe hoy.
 Y por último: ¿es preciso que sea escritor? Para muchos jóvenes con talento ser escritor es un ideal, porque en el escritor ven al ser humano original, de corazón puro, sensible, con sentidos refinados y una vida sentimental purificada. Todas estas virtudes se pueden tener sin ser escritor; y es mejor tenerlas que tener en su lugar el dudoso talento literario. Pero el que sólo se interesa por la carrera de escritor para llegar a la fama, es mejor que se haga actor.
 El hecho de que actualmente tenga la necesidad de escribir versos no es en sí ni un honor ni una vergüenza. La costumbre de aclarar en su conciencia las experiencias de su vida y de retenerlas en una forma concisa puede favorecerle y ayudarle a convertirse en un hombre cabal. Pero escribir también le puede perjudicar, y perjudica a muchos al inducirles a dejar rápidamente atrás y a archivar las experiencias, en lugar de saborearlas puramente. Algunos escritores jóvenes se acostumbran a enjuiciar sus experiencias según su aspecto literario y se convierten así en decoradores sentimentales, que al final sólo viven para escribir sobre ello.
 Mientras tenga la sensación de que sus intentos poéticos le son provechosos y que le ayudan a alcanzar una mayor claridad sobre sí mismo y el mundo, a aumentar su vitalidad, a agudizar su conciencia, continúe con ellos. Sea o no sea escritor Usted será un hombre útil, despierto y perspicaz. Si ésta es su meta, como espero, y si al disfrutar con la literatura poética o al producirla siente la más mínima dificultad y la más mínima tentación de seguir las sendas de la falsedad y de la vanidad y tema que se debilite su sentido ingenuo de la vida, deshágase de toda la literatura, la suya y la nuestra.
 Le saluda con buenos deseos su

 H. H.


Herman Hesse

23 de septiembre de 2017

Relatos excéntricos (1909) (Ensayo) Herman Hesse



Relatos excéntricos (1909) (Ensayo) Herman Hesse

 Por «excéntrico» no debe entenderse aquí algo artístico o literario, lo romántico, lo grotesco, lo que depende de la voluntad y la elección del escritor. Fouqué con todas sus historias de hadas y de encantamientos es un amanuense, Tieck con sus increíbles ocurrencias fantásticas es un niño que juega. Excéntrico es Hoffmann, porque en sus obras no mezcló con intención artística evocaciones de lo insólito y sobrenatural, sino que vivió en ambos mundos y durante algún tiempo, al menos, estuvo completamente convencido de la realidad del mundo fantasmagórico o de la irrealidad de lo visible. Escritores como éste son verdaderamente excéntricos, contemplan el mundo desde otro centro y ven las cosas y los valores descentrados. A ellos pertenece sobre todo Poe, el refinado y melancólico americano, que en sus obras muestra casi todas las gamas del excéntrico, desde la asombrosa obra maestra periodística, hasta el testimonio apasionado del hereje. También es un auténtico excéntrico Julio Verne, aunque difícilmente se le pueda llamar un poeta. El deseo de desplazar las fronteras y la búsqueda de nuevos puntos de vista no son menos fuertes en él que en Poe o Hoffmann. A este grupo pertenecen además todos los ocultistas, místicos y espiritistas convencidos, en la medida en que se han expresado como narradores. Más cerca de la frontera de lo habitual están los soñadores políticos, los creadores de utopías, de las que ninguna se puede tomar tampoco en serio como obra literaria, a excepción, claro, del «Gulliver» de Swift, y precisamente en éste la forma excéntrica no es esencial, sino máscara sabiamente elegida.
 Por su carácter los excéntricos se pueden dividir fácilmente en dos grupos: los soñadores y los fanáticos. Uno se puede entregar a la bebida por comodidad y por necesidad de olvidar de una manera agradable, o fanáticamente por descontento y por afán desesperado de autodestrucción. Entre los excéntricos hay naturalezas más infantiles que se encuentran a gusto dentro de su círculo fantástico, y hay terribles desesperados a los que no basta ninguna borrachera y que galopan sin parar por zonas siempre nuevas, porque son incapaces de una felicidad humilde o de una resignación serena. Unos tienden a la autocomplácencia y les gusta ironizar a sus lectores, otros son autodestructores implacables.
 Pero para un estudio literario esta división no es suficiente. Las especies se mezclan y a menudo se sirven de los mismos medios. Es mejor separar a los pensadores de los jugadores, a los filósofos de los irónicos. Nos encontramos entonces con el descubrimiento simple y de momento casi alarmante, de que los excéntricos fanáticos no son otra cosa que idealistas perfectos, que sus obras se basan sin excepción en la idea fundamental, puramente idealista, del velo de Maya, de la infiabilidad de nuestra percepción sensitiva. Únicamente estos excéntricos filosóficos, son, a pesar de todas sus ambigüedades, interiormente consecuentes, y sólo ellos crean a veces imágenes y mitos afines a la esencia de los mitos populares. Los otros, quizás tomándoselo con la misma seriedad, construyen historias interesantes con espuma de jabón. A éstos pertenecen todos los técnicos, todos los Verne y Wells, e incluso cuando producen cosas asombrosas y positivas, no son más que literatos de entretenimiento, aveces muy divertidos. Su ingenuidad y su origen no filosóficos se manifiestan a menudo en optimismos audaces, como en todos los utopistas, como en Wells en su último libro «In the days of the Comet»
 («El año del cometa») donde la perversa humanidad es mejorada y purificada por completo gracias a un cambio de la atmósfera. El mismo optimismo muestran los técnicos como Julio Verne, cuyos inventos sólo son interesantes mientras se quedan en lo puramente técnico. Todos ellos sueñan con transformaciones y mejoras que han de llegar con sus nuevas máquinas, pólvoras y motores. El lector se cansa y piensa: si la técnica puede mejorar el mundo ¿por qué no notamos nada? Un aparato volador y un cohete a la luna son sin duda cosas divertidas y maravillosas, pero no podemos creer a la vista de la historia universal que con ellas se puedan cambiar de manera fundamental los seres humanos y sus relaciones. Todos los escritores de esta especie inofensiva pertenecen a su época y desaparecen con ella, pues se ocupan de cosas temporales y casuales.
 Los otros, los excéntricos filosóficos, ofrecen un interés mucho más profundo y son casi siempre personajes trágicos. No porque sean a menudo seres enfermos —la enfermedad no es nada trágico. Sino porque dedican su espíritu y su pasión a algo que en última instancia es imposible. Comprender y crear, ser pensador y artista, son contradicciones que se excluyen. Predicar el idealismo puro, negar la realidad de lo visible y ser al mismo tiempo artista, es decir, tener que contar con la realidad de lo visible, son contradicciones amargas. Para el artista creador, la realidad de lo que perciben los sentidos, el tiempo, el espacio y la causalidad tienen que estar fuera de duda como algo esencial, ya que para él son los únicos medios de expresarse, de convencer. El escritor repite y potencia el mismo proceso, por el que todos percibimos el mundo exterior a nosotros, y el lenguaje es, en la medida en que lo utiliza el escritor, no tanto medio de expresión de conocimientos como de conceptos. ¿Cómo voy a describir y representar a un perrito gris si estoy convencido de que no es un perro, de que sólo es un producto dudoso y engañoso de mi razón debido a un estímulo de la retina? Al hablar de perros, de gris y negro, de cerca y lejos, me muevo ya en medio del reino de las ilusiones y sin todo eso no se puede escribir. El arte es una afirmación de esas ilusiones; cuando las quiere negar se contradice a sí mismo. En este sentido, aquellos escritores son sin excepción personajes trágicos y, sin embargo, sus obras interesan, cautivan y conmueven como el vuelo audaz de Icaro al país de lo imposible.
 La opinión de que escribir y pensar es casi lo mismo y que la misión de la literatura es exponer ideas sobre el mundo no es más que un error. Para el escritor el pensamiento abstracto es un peligro; el más grave, incluso, porque en su consecuencia niega y mata la creación artística. Eso no impide que un poeta tenga su visión del mundo y que en sus pensamientos sea un filósofo idealista. Pero en el instante en que los conocimientos abstractos se convierten para él en lo principal, dejará de ser un artista. Las obras más hermosas y conmovedoras de todos los tiempos son aquéllas en las que la resignación del pensador condujo al creador a la contemplación serena, desapasionada de la vida, y en las que el escritor se sumerge en la contemplación pura prescindiendo de juicios de valor y de cuestiones filosóficas fundamentales.
 Precisamente esto es lo que no consiguen los excéntricos. En ellos el interés por sí mismos, el sufrimiento personal debido a conflictos de ideas es demasiado fuerte para que puedan llegar jamás a una contemplación «objetiva» pura. Semejan a los extáticos fascinados por las visiones, aunque según todos los documentos el último, verdadero encuentro de los místicos con Dios es siempre abstracto. El camino del artista conduce a las imágenes, el del pensador místico a la abstracción, el que intenta recorrer ambos caminos a la vez se enreda forzosamente en una contradicción interna.
 Existen, sin embargo, muchos grados intermedios. Pero todos conducen fuera del círculo del arte, su forma es casual y deficiente. Así las novelas ocultistas son literariamente flojas. Es característico de los ocultistas que no puedan abandonar su reducido terreno sin caer en el mal gusto; del mismo modo las manifestaciones de los espíritus que conjuran los espiritistas son por desgracia casi siempre terriblemente pueriles. Entre los libros y pensamientos conceptuados como «ocultistas», hay muchas cosas maravillosas, y es lamentable que alrededor de este terreno se alce un muro de presunción y fraude.
 Una auténtica novela ocultista con acusados tintes teosóficos es «Flita» de Mabel Collins. Este extraño libro sólo es legible para aquellos que al menos conocen los conceptos fundamentales y principales de la doctrina teosófica. En este sentido la lectura es interesante y realmente aleccionadora; claro que no es una novela, o en todo caso, como tal, de muy escaso valor. Los ocultistas no tienen todavía escritores. Mientras sus obras no superen artísticamente el nivel de «Flita» es preferible disfrutar de la extraodrinaria doctrina hindú de la reencarnación y del karma en los auténticos mitos antiguos de los que estos intentos modernos son copias débiles y lamentables. Con todo lo magnífica que es la teoría de la reencarnación (el hermoso recurso mítico ante la incapacidad de comprender el tiempo como no esencial, como una forma del conocimiento) en los antiguos documentos sagrados, y a pesar de que aún hoy puede ser para muchos un puente y un apoyo, los escritores teosóficos no saben comprender su encanto profundo.
 Entre los escritores contemporáneos de la especie excéntrica se podrían citar algunos, incluso muchos intentos y arranques, pero pocos logros y resultados válidos. Los dos talentos más acusados son sin duda Paul Scheerbart y Gustav Meyrinck, aunque poco tienen en común. Si Scheerbart es más poeta, Meyrinck posee la inteligencia más fuerte y es un artista más sereno, más seguro de sus medios. Scheerbart ama los sueños orientales y las fantasías cósmicas, odia el sentimentalismo europeo y se burla de él y tiene más afición a lo grande y desmesurado que casi ningún otro escritor actual. En cambio se desmanda a menudo y siente un amor absolutamente desgraciado por lo grotesco, cuya esencia desconoce y en la que nunca acierta. Sus leones azules que hacen restallar sus rabos, comen enormes cantidades de ensalada de pepino y se ríen a menudo sin medida, y por desgracia también sin razón, son invenciones débiles y molestan en sus mejores libros. Scheerbart no es un humorista grotesco como cree a ratos, sino un humorista serio, y sus capítulos más bonitos son los serios, melancólicos, únicamente amortiguados por extraños drapeados. En «Thod der Barmekiden» («Muerte de los Barmekidas») el pasaje en que el califa cena en la terraza con su víctima y ofrece vino y manjares al que ha de morir una hora después, es grandioso y hermoso. El librito más bonito de Scheerbart que nadie conoce, «Seeschlange» («Serpiente de mar») está lleno de melancolía y desesperación, y contiene una conversación sobre politeísmo que rebosa intuiciones profundas y destellos de verdad.
 Al lado de Scheerbart, Gustav Meyrinck parece frío y moderado. Aunque es sin duda un ocultista y procede de la filosofía india, parece haber descubierto el escollo ante el que naufragan todos los escritores ocultistas, y alude sólo superficialmente a lo esencial mientras coloca en primer plano sus intenciones satíricas. Algunos de sus relatos breves que están trabajados con sumo cuidado y agudeza, tienen esa ligera distorsión de las líneas en la que el lector que piensa puede ver una ironización del mundo visible, es decir, de la fe habitual en su realidad. Pero eso queda oculto, y como núcleo y meta de las novelas cortas se revela una intención irónica, polémica dirigida contra toda nuestra manera de pensar y nuestra cultura científica europea, contra la arrogancia y las ínfulas de ciertas castas, contra la dignidad caciquil militar y académica. Este seguidor inteligente de la doctrina del Veda sabe perfectamente que con «pathos» y ademanes sacerdotales se consigue poco, en lugar de eso afila dardos, implacablemente agudos y dispara magistralmente. Y luego tiene, como Poe, una lógica glacial al fantasear, intenta lo más salvaje y audaz pero nunca sin calcular exactamente los medios, nunca como un sonámbulo o un soñador, sino siempre con concreción y agudeza. Su burla tiene la ferocidad cruel del vengador que apunta oculto y casi nunca falla.
 Entre los escritores excéntricos, como entre los otros, los hay grandes y pequeños, honestos y tramposos, artistas y artesanos. Debemos tener siempre en cuenta a esos pocos que no significan un desbarre sino una conquista y unos horizontes nuevos.


Herman Hesse

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