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7 de junio de 2017

Coricos, Richard Aldington

Coricos

Las canciones antiguas
pasan lúgubremente hacia la muerte.

Labios fríos que ya no cantan, y coronas marchitas,
ojos arrepentidos, y pechos y alas caídos-
símbolos de canciones antiguas
bajando lúgubremente
hacía las enormes olas blancas
observadas por nadie
salvo las delicadas aves marinas
y las muchachas ágiles y pálidas,
hijas de Océano.

Y las canciones pasan
del campo verde
que se extiende sobre las olas como una hoja
en las flores del jacinto;
y pasan desde las aguas,
los vientos diversos y la luna mortecina,
y vienen,
volando silenciosamente a través del suave atardecer cimerio,
hasta las silenciosas planicies
que ella guarda para todos nosotros,
que ella forjó para que todos durmiéramos
en los días argénteos del albor de la tierra-
Proserpina, hija de Zeus.

Y nos apartamos de los pechos ciprios,
y nos apartamos de ti,
Febo Apolo,
y nos apartamos de la música de antaño
y de las colinas que amábamos y de los campos,
y nos apartarnos del día abrasador,
y de los labios que eran dulces en demasía;
pues silenciosamente
rozando los campos con pies calzados de rojo,
con túnica púrpura
cauterizando las flores como una llama súbita,
Muerte,
has caído sobre nosotros.

Y de todas las canciones antiguas
que pasan hacia los salones azul-golondrina
junto a los arroyos oscuros de Perséfone,
sólo esto queda:
que nos volvemos hacia ti,
Muerte,
que nos volvemos hacia ti, cantando
una última canción.

Oh Muerte,
tú eres una brisa reparadora
que sopla sobre las flores blancas
trémulas por el rocío;
tú eres un viento que fluye
sobre oscuras leguas de mar solitario;
tú eres el crepúsculo y la fragancia;
tú eres los labios del amor que sonríen lúgubremente;
tú eres la pálida paz de alguien
saciarlo de viejos deseos;
tú eres el silencio de la belleza,
y ya no buscamos la mañana,
ya no anhelamos el sol más,
puesto que con tus manos blancas,
Muerte,
nos coronaste con las pálidas guirnaldas,
las amapolas delgadas y sin color
que sola en tu jardín
suavemente recogiste.

Y silenciosamente,
y con pies lentos acercándonos,
y con cabeza gacha y ojos sin luz,
nos arrodillamos ante ti:
y tú, inclinándote hacia nosotros,
depositas acariciante sobre nosotros
flores de tus manos delgadas y frías,
y, sonriendo como una mujer casta
que conoce el amor en su corazón,
sellas nuestros ojos
y la quietud ilimitable
cae suavemente sobre nosotros.

Richard Aldington   

                                                                      

6 de junio de 2017

Nuevo amor, Richard Aldington

 NUEVO AMOR

Tiene nuevas hojas
después las flores muertas
como el pequeño almendro
que el cierzo hirió.

Richard Aldington   
  
Richard Aldington
(Portsea, 1892 - Sury-en-Vaux, 1962) fue un poeta y novelista inglés. Debió abandonar sus estudios por problemas de dinero pero sin dejar de lado la literatura y lalectura, asistiendo a bibliotecas públicas para formarse. En 1912 entabló amistad con Ezra Pound y conoció a la poetisa estadounidense Hilda Doolittle, con quien se casó al año siguiente. Entre 1914 y 1917 marido y mujer contribuyeron a la publicación de Des Imagistes (antología de poesías del movimiento imaginista al cuidado de Pound) y de otras tres antologías, Some imagist Poets, al cuidado de Aldington y Amy Lowell.
Publicó su primer libro de versos, Images 1910-1915, en 1915. Su matrimonio con Hilda Doolittle, su amistad con Pound, su acentuada emotividad y su predilección por una poesía rica en imágenes y metáforas atestiguan, si no su pertenencia formal al grupo de los imaginistas, sí lo que llegó a influirle la atmósfera cultural "modernista" de aquellos años. En 1918 combatió en primera línea en Francia y en Flandes, y en la posguerra inmediata publicó las antologías War and Love (1918) y War Image (1919); ese mismo año trabajó como crítico de textos franceses para el Times Literary Supplement, y se dedicó a traducir entre otras obras Aurélie de G. De Nerval y Candide de Voltaire.
En 1928, angustiado por el clima de posguerra e insatisfecho de su vida en Inglaterra, decidió trasladarse a Francia. Esta huida de su patria será un modo de saborear un clima cultural más libre y abierto, olvidando las desilusiones de la sociedad inglesa que, a su juicio, sólo se interesaba por el provecho económico y el bienestar material. En 1929 apareció Muerte de un héroe (Death of a Hero), obra en la que, con The Colonel's Daughter (1931) y Soft Answers (1932), critica ásperamente la sociedad y el mundo literario británico, lo que le valió el apodo de "Top Grumpy" que le puso la esposa de L. Durrell.
Las novelas y poesías de ese período (A Fool i'the Forest, 1925, Eaten Heart, 1933, The Crystal World, 1937) están cargadas de cinismo y de un angustioso sentimiento de fracaso. A estas primeras novelas siguieron Todos los hombres son enemigos (All Men are Enemies, 1933) y Women Must Work (1934), que muestran su extrema sensibilidad y su gran capacidad descriptiva. En la primera aflora el concepto de "sense of mystery", según el cual todos los hombres, aunque vivan en épocas diferentes, pueden experimentar sensaciones afines en circunstancias análogas.
Tras una breve estancia en Estados Unidos, regresó a Francia en 1947, donde publicó su última antología de versos, All the poems of Richard Aldington (1948). A partir de ese momento se dedicó a escribir biografías: D. H. Lawrence: Portrait of a Genius... but (1950) y Pinorman (1954), esta última acogida con perplejidad y reservas.
Sin embargo, el escándalo estalló con Lawrence de Arabia (Lawrence of Arabia: a Biographical Enquiry, 1955), en la que afirma que el heroísmo y el valor militar de T. E. Lawrence eran mitos sin fundamento, alimentados por el mismo "Príncipe de la Meca" (a quien define como un "impudent mythomaniac"), y que si la sociedad inglesa lo idolatraba era porque se necesitaba un héroe para los años oscuros de su posguerra. Esta afirmación provocó la violenta intervención de la censura; sin embargo, en 1978, el historiador Hugh Trevor-Roper confirmó su reconstrucción de la vida de Lawrence de Arabia. Aldington, poeta, traductor, novelista y biógrafo, calificado a veces de "plumífero", no consiguió la aprobación plena de la crítica hasta la última fase de su vida.

5 de junio de 2017

Canción para decir en la calle, Antonio Esteban Agüero


CANCIÓN PARA DECIR EN LA CALLE

Un día, siquiera, por semana
ensayemos el oficio humano:

Paremos el reloj,
ocultemos el calendario;
no abramos periódico ni libro,
ni escuchamos radio,
y tomemos un ómnibus cualquiera
que nos conduzca al campo.

Y una vez allí,
busquemos un sitio solitario,
entre los pinos
y los álamos
si la vera del agua, si el arroyo
quiere ofrecernos su cristal cercano,
0 en la abierta llanura donde el viento
galopa con los caballos.

Y vivamos,
sí, nada más,
vivamos,
mientras crece la luz, y la marea
de la savia asciende
por arterias de árbol;
vivamos,
mientras vuelan insectos, y las nubes
livianas y lentas como barcos
viajan al sur, y el aire
conduce pájaros;
sí, nada más,
vivamos,
en reposo total como la hierba
que nos da su regazo
de vez en vez oyendo
el oscuro corazón del mundo
que late soterrado.

Sí, nada más,
vivamos,
solamente vivamos.

Antonio Esteban Agüero
De "Canciones para la voz humana" (1973)

4 de junio de 2017

Canción del hombre libre, Antonio Esteban Agüero

CANCION DEL HOMBRE LIBRE

A pesar de los guardias que en la noche
azuzan los perros tras la huella
desnuda y leve de los fugitivos,
yo seré siempre libre.

A pesar del alambre que circunda
trozo de bosque o corazón de prado
donde nacen y mueren los cautivos,
yo seré siempre libre.

A pesar de la reja y de la celda
que rezuma humedad y sangre viva
entre los poros de la muda piedra,
yo seré siempre libre.

A pesar de los libros cuya ciencia
tuerce la luz y tuerce la cadena
donde yace el instinto prisionero,
yo seré siempre libre.

A pesar de la radio que destila
vino fatal y cáñamo siniestro
sobre la oreja de la muchedumbre,
yo seré siempre libre.

Antonio Esteban Agüero
De "Canciones para la voz humana" (1973)

3 de junio de 2017

Canción de la estrella nueva, Antonio Esteban Agüero

CANCION DE LA ESTRELLA NUEVA

Desde anoche
en la noche
hay una estrella nueva
navegando la sombra planetaria.

Estrella de metal.
Estrella humana.

No nacida de Dios,
como las otras,
sino del hombre
y de su mano pálida.

La saludan erkenchos,
balalaikas,
bandoneones, guitarras,
los tambores del Congo,
el grillo unánime,
un ruiseñor sobre la Selva Negra
y una quena de amor
en Cajamarca.

Estrella de metal
estrella humana,
que navega en la noche
y nos acerca
el viejo sueño
de una sola patria.

Yo me miro las manos
y las beso
con emoción de lágrimas...

Antonio Esteban Agüero

De "Canciones para la voz humana" (1973)

2 de junio de 2017

Preludio cantable, Antonio Esteban Agüero

PRELUDIO CANTABLE

De nuevo,
nuevamente,
como hace tres mil años,
cuando Homero
soltaba mariposas,
pájaros
dioses,
arqueros
y barcos
en medio de las plazas,
al borde de los patios,
sobre azoteas claras,
en ciudades de muros herrumbrados
y la gente
-marineros,
campesinos,
soldados-
disputaba lugares para oírle,
regresemos al Canto.

Como al viejo país,
y a sus banderas,
que una vez traicionamos;
como aquél que regresa
luego de un ciego, largo
difícil, triste viaje
al hogar de los padres y comprende
que allí esperaba lo buscado.

Porque si nosotros
desertamos,
que será de los Hombres
entre los números frenéticos,
los conceptos abstractos,
las leyes que venden la alegría,
el acero, el asfalto,
la penumbra gregaria de los cines,
que vulnera la lumbre de los machos
y corrompe la savia de las hembras,
los trenes subterráneos,
el olor al petróleo y al aceite
quemados, -
la anémica hierba de los parques,
los departamentos cuadriculados
donde gimen las flores y agonizan
los niños de mirar anciano,
y el yermo
oscuro cielo
sin campanas,
estrellas,
tempestades
ni pájaros?. .

O es que ya no tenemos sangre,
ni corazón caliente
como sol en el pasto,
ni pies caminadores,
ni prensiles manos,
ni la hoguera del sexo
quemándonos,
ni frente con verdes fantasías,
ni garganta, ni labios,
ni oreja que ansíe ruiseñores,
ni mirada sedienta de praderas, .
ni el instinto mágico
que nos une a las bestias,
a la tierra y los astros
por venas sutiles,
por raíces agudas como garfios?...

Vosotros: los traidores,
minúsculos estetas
que destiláis veneno de una rosa
destruida por pintores abstractos,
vosotros: los selectos,
los exquisitos, - -
los asépticos y asexuados
que escribís para el oído electrónico
de los robots mecánicos,
por qué no bajáis de las torres
y quemáis las heladas bibliotecas
donde guardáis ratones y mentiras,
y hundís vuestros barcos
y volvéis a la tierra nuevamente,
a caminar descalzos
por la tierra desnuda y poderosa,
sucia de pueblo y polen,
imputa de animales,
hojas secas
y barro?. . .

De nuevo,
nuevamente,
como hace tres mil años,
ocupemos la silla abandonada
en la casa del Hombre,
a la orilla del pan que nos sonríe
con su cara de trigo
milenario,
a la vera del fuego,
en la sombra del patio,
junto a la sal y al vino
y al reloj cuotidiano.

De nuevo,
nuevamente,
como hace tres mil años,
hablemos la lengua que comprendan
el corazón
y los nervios  humanos,
el idioma secreto de la Vida,
donde cada vocablo
tiene olor,
y calor,
y sabor
como las frutas en verano
y acaricia la boca que lo vierte,
y la oreja que lo recibe,
y la cuerda del aire donde el eco
continúa vibrando.

Por qué no cantar
en el idioma humano,
tan lleno de músicas antiguas,
por mareas de sangre circulado,
difícil y diverso,
mutable y extraño,
para que el obrero
comprenda nuestro canto,
y el campesino después de la cosecha,
y el profesor universitario,
y el niño,
y la joven casada,
y el anciano?. ..

Nuestro corazón,
con su forma de siempre sobre el tiempo
no ha cambiado
ni puede cambiar mientras el Hombre
tenga pies, tenga manos,
y el pulgar oponible que transforma
en mensurable realidad los sueños
y los fantasmas imaginados;
nuestro corazón antiguo,
corazón cuaternario,
desde siempre salvaje,
para siempre patético,
contemporáneo
de la flecha de sílice,
los helechos más altos que los cedros,
las serpientes aladas,
y el arquero emplumado,
donde brota la luz cada mañana
con el mismo temblor iluminado
de las prímulas silvestres
sobre el pecho del prado.

Retornemos al Pueblo,
recuperemos cantando
la confianza del Pueblo que perdimos
sirviendo a los amos,
divirtiendo a las damas melancólicas,
lamiendo látigos,
vendiéndonos,
mintiendo,
traficando.

No nos importe nada
si vedan las puertas de repente
con decretos y púas de alambrados,
no nos importe nada,
construyamos el Canto,
nuestro intimo Canto colectivo,
germinado a la sombra de la sangre
y entre las olas de su pulso claro.

Y salgamos
por las calles del mundo
a caminar de nuevo entre los hombres;
salgamos,
vestidos de niebla, con la ropa
de los vagabundos y los humillados,
por los caminos donde llueve luna
y sopla el libre,
-oh, todavía libre-
joven y verde vendaval del campo;
salgamos
por las calles del Mundo,
mendigando
un mendrugo de pan
y otro de sueño;
salgamos
a golpear en las puertas,
con un tímido golpe,
en toda puerta,
para dar nuestro Canto.

De viva voz,
con tono de verso murmurando,
con voz de varón adolescente
que descubre el amor con la muchacha
a la vera de un árbol,
como ladrón que lleva
los diamantes robados,
así, de viva voz,
secretamente,
el poema o la canción digamos.

De repente el hombre de la casa
en la' creencia de que escucha pasos
llegaráse a la puerta con el miedo
en los ojos, y el cansancio
del que mora en la cueva de la angustia
para escuchar la sombra del asfalto.
-No era nadie~ dirá luego -Nadie;
sólo el viento de otoño, el aire sólo
que transita descalzo. . .-
Y tornara a su sitio, ante la mesa,
a la par de la esposa y el chiquillo
que duerme en el cielo del regazo…
Y yo, el Poeta,
seguiré cantando:

Un canto que nombre la esperanza;
viento y marea de pájaros;
cigarras sentidas en la siesta;
la fatiga de espaldas sobre el pasto;
las miradas estrellas que nos miran;
el minero cuando quiebra el cuarzo;
las nubes que pasan con la lluvia
sobre desiertos de metal quemado;
sembradores que siembran con el alba;
cosechadoras de racimos claros;
muchachas y el nombre que dibujan
sobre la almohada del horizonte blando
los ríos y el cielo sobre ríos;
el festival de los álamos;
arroyos que fluyen entre piedras;
el deseo que asciende y el abrazo;
los niños que juegan y en el juego
nos recrean el mundo que habitamos;
las colinas redondas y lejanas;
el esplendor de los caballos;
el olor de la hierba cuando crece;
las florecitas de perfume alado;
la noche y el soplo de la noche
sobre los cabellos despeinados;
el fuego dormido en la madera;
las bestezuelas de calor intactos;
la piedra también porque la piedra
contiene el misterio planetario;
el Sol tantas veces como sea
sobre los cuerpos ávidos;
la Vida no más, la Vida sola,
más allá de la Muerte y el Pecado;
lo viviente no más en la frontera
del universo carnalmente humano...

De nuevo,
nuevamente,
como hace tres mil años
cuando Homero
soltaba golondrinas,
milagros,
arqueros,
sirenas,
y barcos
en medio de las plazas,
al borde de los patios,
sobre azoteas claras,
en ciudades de muros herrumbrados,
y la gente
-marineros,
campesinos,
soldados-
disputaba lugares para oírle,
regresemos al Canto.


Antonio Esteban Agüero

De "Canciones para la voz humana" (1973)

1 de junio de 2017

El molino, Antonio Esteban Agüero

EL MOLINO

Agua, ciénagas, sauces,
y un caserón casi en ruinas.
donde las muelas no muelen,
donde no zumba la vida.

Agua, ciénagas, sauces,
y al pie de un cerro: el molino
que supo de mis abuelos
haciendo harina su trigo.

Antonio Esteban Agüero

De Poemas Lugareños (1937) canto a la sierra de los Comechingones

31 de mayo de 2017

Digo el mate, Antonio Esteban Agüero

 DIGO EL MATE


Porque sábado es hoy y la mañana
como una fruta desde el tala cae,
y soy joven y sano, y me navegan
tradiciones y música la sangre,
quiero ser otra vez, entre vosotros
para decir y celebrar el Mate.

De Guarania nos vino con la Yerba
que resume fragancias tropicales,
y ese barro de América que un día
vio que llegaban sigilosas naves,
con cadenas, y perros y arcabuces,
y duras voces vulnerando el aire;
Verde Yerba de América, divina
como todas las cosas naturales
Santa Yerba de América, sembrada
y tendió la llanura hacia naciente,
y hacia poniente levantó los Andes,
y la Coca sembró para los Quichuas,
y el Algarrobo para pan del Huarpe.

Yo era niño –recuerdo- y la primera
memoria verde se remonta al Mate,
en mi casa de Merlo, donde el día
comenzaba a girar cuando mi Madre
sorprendía el hervor de la tetera
entre volutas de vapor quemante:
Y era luego la lenta ceremonia,
vieja suma de gestos y ademanes,
aquel ir y venir de la cuchara,
la visión del azúcar, el fragante
esplendor de la Yerba, la bombilla
con doradas virolas y espirales,
y el porongo de plata que tenía
curva de seno adolescente y grácil,
y cobraba, de premio, en la penumbra
nítida luz de religioso cáliz;
Ubre dulce me fue, mi vino verde,
mi pan primero, mi nodriza amante.

Yo recuerdo sus íntimos sabores,
y también sus diversas variedades:
Dulce Mate del alba que se bebe
morosamente al emprender un viaje,
en la puerta de casa mientras miro
entre neblinas despertar el valle;
y aquel Mate primero del retorno
por la sombra con grillos de la tarde,
que nos vuelve liviana la fatiga
sobre los hombros como un ala de ave;
y ese Mate que beben los troperos
cuando regresan de Salinas Grandes;
y aquel Mate nocturno que me diera
una muchacha cuya boca suave
daba un beso primero a la bombilla
como manera de poder besarme;
y aquel Mate gustado en la cocina,
escuchando al anciano Magallanes,
dibujar sobre el humo las historias
del Niño Ladino y de Urdemales;
y aquel Mate que sabe a veramota
y el que guarda memoria del husillo;
y el que a mastuerzo y mejorana sabe;
y el que una gota de aguardiente trae;
y ese Mate gustado en la penumbra
que conforman higueras y nogales,
mientras crece la siesta, y la cigarra
el masculino corazón me tañe;
y aquel Mate de bodas, con su gusto
a rama nueva, a porvenir, a encaje;
y ese Mate bebido en Carolina
y el que bebí en la Sierra El Gigante;
y el que un día me dieron en Trapiche;
y el que supe gustar en Rumi-Huasi;
y aquel fúnebre Mate que bebimos
en el velorio de Adelaida Chávez,
lamentando su muerte y admirando
su juventud de porcelana frágil...

Pueblo somos por Él; desde centurias
su costumbre nos forma, como sabe
modelar un cacharro el alfarero
con la destreza de su mano suave;
él nos dio, generoso, las virtudes
que entrelazan raíces esenciales
en el nudo del ser, y nos perfilan
un idéntico rostro innumerable;
porque en Él se juntaba la Familia,
como el agua diversa sobre el cauce,
y al juntarse quebraba el egoísmo,
el monólogo torpe, las cobardes
galerías del odio, y frutecía
sobre mazorcas de granar afable;
y nos fue profesor de democracia,
a pesar de los hierros coloniales,
porque supo igualar a la bombilla
la sed del Hijo con la sed del Padre,
el dolor de la criada y la señora,
la hartura del rico con el hambre
milenaria del pobre, de tal modo,
que supimos medir en lo que vale
la celeste razón que nos convierte
en ciudadanos civilmente iguales.

Y por qué no decir las Cebadoras,
que vestidas de sedas o percales,
o calzadas de tímida alpargata,
o con zapatos de charol brillante,
bajo el sol y la luna de la Vida
supieron darme los mejores mates;
viejas eran algunas, con el rostro
a corteza del molle semejante,
lindas eran algunas, otras feas,
desgarbadas, coquetas, elegantes,
con cabello retinto como el ala
voladora de tordos y zorzales,
o teñido por leve plenilunio,
o lo mismo que sombra de trigales,
pero en todas igual se prodigaba
la gracia criolla como miel amable.

Sólo nombres conservo, como guarda
de las flores su olor el caminante:
Doña Mercho Cornejo, Lola López,
Francisca Cuello, Evangelina Páez,
Reginalda Lucero, Pancha Orozco,
Adelina Yanzón, Rosario Báez,
Clara Chiringo, Petronila Gómez,
Minerva Leyes –prima de mi padre-,
Doña Delia Baigorria, Doña Isaura,
Sara Bedoya, Encarnación Morales,
y una anónima joven de Punilla,
y la por siempre recordada Carmen.

¿Por donde andarán ahora que las digo,
y las vuelvo una esencia para el Arte?
¿Cuál cocina gobiernan? ¿Qué alacena
acomodan y limpian? ¿Qué zaguanes
las contemplan barrer por la mañana
con las escobas de pichana? ¿Cuáles
los arcones que ordenan en domingo?
¿Qué chirigua las oye entre los sauces?
¿Dónde sueñan, o lloran? ¿Dónde ríen?
¿Bajo cuál piedra con su nombre yacen?

De repente me callo porque siento
una voz que me nombra, y, acercarse,
sobre un tímido andar y una mirada,
cálido, y dulce, y nacional, el Mate...


Antonio Esteban Agüero

De Los “Digo” del Poeta. Un hombre dice su pequeño país (1972, Edición Post Mortem)


30 de mayo de 2017

29 de mayo de 2017

El lenguaje del cielo, Jorge Teillier

EL LENGUAJE DEL CIELO

El cielo habla un lenguaje gris,
y callan la grave voz del vino,
la leve voz del té.
Los espejos se fatigan
de repetir el nombre de las cosas.
No dicen nada. No dicen: "un visitante",
"las moscas", "el libro sobre la mesa".
No dicen nada los espejos.

Canción cantada para que nadie la oiga
es la esperanza de que esto cambie.
Niños que se acercan al ataúd del amigo muerto,
paso de ratas frente a la estufa en silencio,
el halo de humo pobre que hace rey al tejado,
o todo lo que desaparece de pronto
como el plateado salto del salmón sobre el río.

Una ráfaga apaga los ciruelos,
dispersa las cenizas de sus follajes,
arruga la vacía faz de las glicinas.
Todo lo que está aquí
parece estar verdaderamente en otro lugar.
Los jóvenes no pueden volver a casa
porque ningún padre los espera
y el amor no tiene lecho donde yacer.
El reloj murmura que es preciso dormir,
olvidar la luz de este día
que no era sino la noche sonámbula,
las manos de los pobres
a quienes no dimos nada.
"Hay que dormir", murmura el reloj.
Y el sueño es la paletada de tierra que lo acalla.


Jorge Teillier

28 de mayo de 2017

Domingo a domingo, Jorge Teillier

Domingo a domingo

Sólo nos queda mirar la luz de la luciérnaga,
ese último chispazo de la hoguera del verano
flotando en el silencio del bosque.
Miremos la luz de la luciérnaga.
A ella se ha reducido el mundo.
Domingo a domingo se sucedieron
rostros besados
junto a ramos de nomeolvides,
sueños secretos que se espían
entre un confuso murmullo de grillos y relojes.
Ahora no sabemos qué hacer.
La mañana es tan vieja,
y su rocío se evapora en las manos.
No sabemos qué hacer entre los muros desolados.
Damos inútiles pasos a lo largo de la casa.
Sólo nos queda mirar la luz de la luciérnaga,
ese débil chispazo de la hoguera del verano
más breve que la memoria de una ola.
Miremos la luz de la luciérnaga.
A ella se ha reducido el mundo.

  Jorge Teillier
De El cielo cae con las hojas, 1958


27 de mayo de 2017

Quién ha estado aquí, Jorge Teillier


Quién ha estado aquí

Quién ha estado aquí
mirando el fin de la calle
sobre la cual cuelga
tan cercana la luna roja
tan enorme la roja luna.

Quién ha estado
solitario en este mismo lugar
hace cien años
en quién pensaba el solitario
en qué pensaba el solitario
o simplemente miraba
un vacío rodeado por la noche.

No había casas
no había sino un ruido
pero no era un ruido
sino el ruido de un río
y quién estará
en cien años más
en el lugar que ahora llamo yo mi casa
cuando yo no sea sino el silencio
quién estará en un vacío rodeado por la noche
sin saber nunca si aquí hubo casas o calles
y nadie sino el ruido de un río silencioso
podría recordarlo.


Jorge Teillier Del libro "Nostalgia de la Tierra"
Los versos de la tercera estrofa (destacados en cursiva y resaltadas en celeste son el epitafio en la tumba de Jorge Teillier, en el Cementerio de La Ligua, en la Región de Valparaíso, Chile

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