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7 de mayo de 2016

Los conjuros, Jorge Teillier

LOS CONJUROS

A Enrique Rebolledo

Los temerosos de los brujos vecinos
lanzan puñados de sal al fuego
cuando pasan las aves agoreras.
Mis amigos buscadores de entierros
en sueños hallan monedas de oro.
Los despierta el jinete del rayo
cayendo hecho llamas entre ellos.

Medianoche de San Juan. Las higueras
se visten para la fiesta.
Eco de gemidos de animales
hundidos hace milenios en los pantanos.
Los chimalenes reúnen las ovejas
que huyeron del corral.
Aúllan los perros en casa del avaro
que quiere pactar con el Diablo.

Ya no reconozco mi casa.
En ella caen luces de estrellas en ruinas
Como puñados de tierra en una fosa.
Mi amiga vela frente a un espejo:
espera allí la llegada del desconocido
anunciado por las sombras más largas del año.

Al alba, anidan lechuzas en las higueras de luto.
En los rescoldos amanecen huellas de manos de brujos.
Despierto teniendo en mis manos hierbas y tierra
de un lugar donde nunca estuve.

Jorge Teillier

De El árbol de la memoria (1961)

6 de mayo de 2016

Otoño secreto, Jorge Teillier

OTOÑO  SECRETO

Cuando las amadas palabras cotidianas
pierden su sentido
y no se puede nombrar ni el pan,
ni el agua, ni la ventana,
y la tristeza ha sido un anillo perdido bajo nieve,
y el recuerdo una falsa esperanza de mendigo,
y ha sido falso todo diálogo que no sea
con nuestra desolada imagen,
aún se miran las destrozadas estampas
en el libro del hermano menor,
es bueno saludar los platos y el mantel puestos sobre la mesa,
y ver que en el viejo armario conservan su alegría
el licor de guindas que preparó la abuela
y las manzanas puestas a guardar.

Cuando la forma de los árboles
ya no es sino el leve recuerdo de su forma,
una mentira inventada por la turbia
memoria del otoño,
y los días tienen la confusión
del desván a donde nadie sube
y la cruel blancura de la eternidad
hace que la luz huya de sí misma,
algo nos recuerda la verdad
que amamos antes de conocer:
las ramas se quiebran levemente,
el palomar se llena de aleteos,
el granero sueña otra vez con el sol,
encendemos para la fiesta
los pálidos candelabros del salón polvoriento
y el silencio nos revela el secreto
que no queríamos escuchar.

Jorge Teillier
De Para Ángeles y Gorriones (1953 - 1956)


5 de mayo de 2016

Cuando en la tarde desaparezco en los espejos, Jorge Teillier

Cuando en la tarde desaparezco en los espejos

Cuando en la tarde aparezco en los espejos
cuando yo y la tarde queríamos unirnos
tristemente nos despedimos
tristemente nos hablamos en el espejo que disuelve las imágenes
quién soy entonces
quizás por un momento
de verdad soy yo que me encuentro

Quién soy yo sino nadie
alguien que quisiera pasarse los días y los días
como un solo domingo
mirando los últimos reflejos del sol en los vidrios
mirando a un anciano que da de comer a las palomas
y a los evangélicos que predican el fin del mundo

Cuando en la tarde no soy nadie
entonces las cosas me reconocen
soy de nuevo pequeño
soy quien debiera ser
y la niebla borra la cara de los relojes en los campanarios.


Jorge Teillier (Chile) (1935-1996)

4 de mayo de 2016

XVI, Jorge Teillier

XVI
                                                        A Beatriz, de nuevo, siempre.

Eres el peso profundo y secreto
de los granos de trigo
en la balanza de mi mano.
El frescor del sorbo de cielo
que bebe el pájaro marino.
Por el verano corren los claros esteros
de tu espalda desnuda.

Eres un puente entre los marjales de las pesadillas.
Las madejas de nuestros sueños se entrelazan,
estrechas desechas en lava.
Tú derribas
los muros coronados por trozos de botellas
que sitiaban mis días.
Ya no voy solo por los viscosos corredores
de los sueños adolescentes.
Desde la buhardilla que escojo
para recibir tu cuerpo
vemos las tardes libres e infinitas
y caballos marcados sólo con estrellas en la frente.

Tu cuerpo es el frágil latido de flores con ojos de nieve
que me traen los vientos
venidos del país donde nunca se llega.
Me anunciaron que me estabas prometida
todos los gallos de las veletas,
todos los puentes construidos por los antepasados,
todos los andenes y todos los campanarios.

Tú extiendes las sábanas del alba,
tú haces que la noche sea la otra vida.
Pero si tu sombra aparece en todos mis muros,
ya no estarás más.
Soy extraño a toda fiesta para mí mismo.

Tú sabes que veo el sol y la muerte viajar juntos,
tú sabes que siempre hay un cuarto que no debe abrirse
y que el viento de pronto apenas se atreve a hojear los trigales
por miedo a encontrar un sol más oculto.


Jorge Teillier

3 de mayo de 2016

Notas sobre el último viaje del autor a su pueblo natal , Jorge Teillier

Notas sobre el último viaje del autor a su pueblo natal , Jorge Teillier

A Stefan Baciu en Hawaii,
y a Vasile Igna, mi primo desconocido, en Cluj, Transilvania


1
En el pueblo
         donde algunos me conocen
         como el poeta cuyo nombre suele aparecer en los diarios,
         paseo por la Calle Comercio
que ahora se llama Avenida Bernardo O’Higgins
         (Como en Santiago).

        He comulgado con la tierra.
Voy a la Sidrería
Allí están los parroquianos de siempre
y me saludan mis viejos compañeros de curso
que sueñan con ser alcaldes o regidores o comprarse una citroneta.
       Ha cerrado el cine.
Aún quedan afiches que anuncian películas de sepia.
       A lo largo de los cercos
        las ortigas siguen hablando con su indestructible lenguaje.
En el techo de mi casa se reúne el congreso de los gorriones.
        Pienso por primera vez
        que no pertenezco a ninguna parte,
        que ninguna parte me pertenece.

2
El viento trae olor a terneros mojados.

3
Kilómetro 662 a las cuatro de la tarde.
En la calle Comercio los turcos y los españoles
bostezan tras los mostradores.
No hay un alma en la calle a la hora de la siesta
horadada sólo por el cuerno primitivo del vendedor de helados.
En las afueras los campesinos esperan las micros rurales.
Tal vez me vaya a otro pueblo
cuyo destino voy a leer en la palma de sus calles.

4
Hay praderas manchadas de vacas y girasoles.
De las cosas que puedan consolarme cuando vuelva
a la ciudad enferma de smog.
Viajaré en vagones de segunda atestados como los
de las novelas sobre la Revolución Rusa.
He visto las ventanas ciegas del Molino.
Con su arruinado dueño he tomado un trago en
cualquier cantina
Paso la tarde sin darme el trabajo de llegar ni siquiera
al fondo del patio de la casa paterna.

5
El único hojalatero que quedaba en el pueblo
fue buscar trabajo a Lonquimay.
No ganó mucha plata pero contempló la Cordillera.
Él no tiene Leica ni Kodak
así que se dedicó a dibujarla
para que sus nueve hijos la conocieran de verdad.

6
A los mapuches les gustan las canciones mexicanas
del Wurlitzer de la única Fuente de Soda.
Las escuchan sentados en la cuneta de la Calle Principal.
Van a la vendimia en Argentina y vuelven con terno
azul y transistores.
Ha llegado la TV.
Los niños ya no juegan en las calles.
Sin hacer ruido se sientan en el living para ver a
Batman o películas del Far West.
Mis amigos están horas y horas frente a la pantalla.
Tengo ganas de que lleguen los Ovnis.

7
Me cuesta creer en la magia de los versos.
Leo novelas policiales,
revistas deportivas, cuentos de terror.
Sólo soy un empleado público como consta en mi
carnet de identidad.
Sólo tengo deudas y despertares de resaca
donde hace daño hasta el ruido del alka
seltzer al caer al vaso de agua.
En la casa de la ciudad no he pagado la luz ni el agua.
Sigo refugiado en los mesones,
mirando los letreros que dicen "No se fía".
Mi futuro es una cuenta por pagar.

8
Si el futuro pudiera extenderse pulcramente
como mi madre extiende las sábanas de mi cama.
Miro la ropa puesta a secar en el patio.
Han entrado ladrones de gallinas en la casa del frente.
Voy a la plaza a leer el diario con noticias más
añejas que las de San Pablo.

9
Solitario donde nunca he estado solitario
camino hasta el abandonado velódromo de tierra
donde no aparece ni el fantasma del Campeonato
de Ciclismo de Chile del año 30.
Hay caballos pastando en lo que fue cancha de fútbol.
Todos se interesan sólo por ir a ver los partidos                        
profesionales a la Capital de Provincia
mientras yo pienso mordisquear una brizna de brezo.

10
Trasnochador empedernido
contemplo la luna igual a la de 1945
enrojecida por la erupción del Llaima.
La misma que miraba desde la buhardilla
mientras leía como ahora "Los miserables" y el
Almanaque Hachette.

11
Acuérdate que te recuerdo.
Si no te acuerdas no importa mucho.
Siempre te veré caminando sobre los rieles
buscando el durazno más maduro de la quinta.

12
Ya pasó el Rápido a Puerto Montt
que antes se llamaba el Flecha del Sur.
Voy de la estación al puente
cuyos faroles dicen "Fundición Dickinson, 1918".
Ya no existe esa fundición
ni ninguna fundición.
Confío mi memoria al río Cautín y a la Capilla de Guacolda.
Afirmado en las barandas del puente
miro el cielo del verano que apenas sujetan los
clavos de plata de las estrellas.

13
Hemos llegado a esta aldea en un Pontiac 40
por caminos que jamás serán pavimentados.
Espantamos cerdos y gallinas.
Los niños se asoman asombrados.
En el negocio clandestino
pedimos un pipeño y hablamos con el dueño
y con un tractorista que nos asegura que Hitler está vivo
y con dos recién llegados que nos convidan charqui
de pescado:
son un estibador de Talcahuano y su compadre
mapuche que lo trae al anca.
Todos bebimos en la misma medida
y volvimos como nuestros antepasados
ebrios al pueblo que un día nos rechazará.

14
Día domingo de salida de misa.
Las niñas se pasean con la moda recién llegada de Santiago
acompañadas por la banda del Regimiento que toca cumbias.
Los dueños de casa compran las primeras sandías
y los diarios con las noticias frescas de los últimos crímenes.
Camino por las últimas calles de este lugar de
bomberos, rotarios, carabineros, jubilados,
tinterillos y profesores primarios,
allí los puñales del sol entran por las costillas de los
pobres cercos de madera.
Siento los estertores de las postreras carretas y
locomotoras a vapor.
Busco la paz tendiéndome en la pradera condecorada
por los girasoles
contemplando el glorioso oleaje del trigo
y los viajes infinitos de las nubes que van a llorar
por nosotros.


Jorge Teillier (Chile) (1935-1996)

2 de mayo de 2016

Visita, Gianni Siccardi

Visita

El hombre abre la ventana de su cuarto
y se sienta.
Desde su pequeño mundo
está dispuesto a escuchar
lo que tenga que decirle el mundo.

Llegan tardes antiguas
errores arbitrarios
secretos temblorosos
rostros irremediables
voces perdidas
en el aire tranquilo de noviembre.

Pero el hombre espera sin saberlo
una visita que a veces tarda
pero siempre llega.
No la llama.
No la invoca.
No la imagina.
No la apura.
Espera sin saber que espera
esa mirada desnuda
esa voz íntima
esos gestos pensativos.
Para oírla deja de escuchar.
Cuando cierra los ojos
es cuando mejor la ve.

El sabía su nombre
antes de conocerla.


Gianni Siccardi

30 de abril de 2016

Feria d'aprile, Gianni Siccardi

Feria d'aprile

a Tununa, Diana, Roberto

Entre los pinos azules del domingo
la tarde se volvía tarde de otoño
y aletargaba los caminos de polvo alegre
que en procesión marchaban hacia el pueblo recortado
más allá derramado entre los cerros,
y desde la lentitud de la tarde
el cielo pendía
a punto de abrirse sobre nuestras cabezas
a enroscarse en los pinos
a esa hora ya alejados de la tierra.

Era un domingo de otoño
y los cuatro nos mirábamos absortos
sentados, con los pies dibujando ociosas fantasías
en el patio de cemento.
Entre el vino que florecía pausadamente
recordábamos historias inocuas
tratando de olvidar la vida
que -en algún lugar,
en alguna calle que no conocíamos
y tal vez ya nunca podríamos conocer-
hombres y mujeres como nosotros
empecinadamente vivían
o creían vivir.



Gianni Siccardi

29 de abril de 2016

Busco la libertad, Gianni Siccardi

Busco la libertad

Busco la libertad
mi amor
busco una libertad que te contiene
mi amor
que te revela.

Busco la libertad que existe
la que me ha sido dada
la blanca libertad despierta.

Entre escombros y ruinas
equívocos y llantos
entre sueños absurdos
manotazos de ahogado
excusas y proyectos.
Con armas desafiladas
con una voz debilitada por el tiempo
busco la libertad.

Cuando tiemblo en la noche
cuando con manos torpes
acaricio aterrado
el rostro de la nada
con amor
con dolor
empecinadamente
cerca de mis cincuenta años
antes de que la muerte venga
y me lleve al olvido
busco la libertad.

La poca cosa
la delicada
la pequeña
la que a veces
sin anunciarse me visita
mi amor
la libertad.



Gianni Siccardi

28 de abril de 2016

La bella del Líbano, Gianni Siccardi

 La bella del Líbano

Ella es más hermosa
que los recuerdos
que entornan deliciosamente los párpados
de las mujeres del Líbano
que el aire que azotan levemente las palabras
de las mujeres del Líbano
que el desatino y la furia
que derrama por el día
la gracia de las mujeres del Líbano.

Ella es más hermosa
que el espectáculo de las calles
abarrotadas de espaldas
por la máquina de la oración en el Líbano
que los saltos aterciopelados de los gatos
en las noches lujosas del Líbano
que las rutas sacrílegas
que atraviesan los ojos
de los impasibles rufianes del Líbano.

Ella es más hermosa
que la mirada solitaria
de los que dan de comer a los pájaros
en los parques del Líbano
que la unción de los vagabundos
encargados de escuchar la noche en el Líbano
que los pensamientos últimos de los suicidas
en los puentes que cabalgan
sobre el Litani en el Líbano.

Ella es más hermosa
que las miríadas de soles que se encienden
en las medallas cuidadosamente lustradas
en el pecho de los generales del Líbano
que el lento estiércol
de los sonoros caballos militares
en la insolación de los días de desfile del Líbano
que los límpidos bombardeos
y las turbias conferencias de paz  en el Líbano.

Ella es más hermosa
que la luminosa fantasía de los falsos adivinos
y los verdaderos profetas del Líbano
que la borra del café
que dibuja los caminos del futuro en el Líbano
que la ciencia del porvenir
que corre por los oscuros canales del tiempo
tan vertiginosamente en el Líbano.

Ella es más hermosa
que los lazos de sangre que unen
la humedad, la tortura y los sueños
en las corruptas, hediondas prisiones del Líbano
que el viento que bate
el árbol de los recuerdos indelebles
de los condenados a muerte del Líbano
que el llanto de Dios
que humedece los cabellos
de las victimas inocentes del Líbano.

Ella es más hermosa
que la alegría eterna
y las penas violentas
de los jóvenes enamorados del Líbano
que la luz de plata y seda
que sube hacia el cielo
cuando el amante entierra el cuchillo
en el pecho del amante
en los pobres hoteles del Líbano
que la emoción desnuda de los encuentros furtivos
los besos en la garganta
las citas secretas
las cartas inesperadas
los viajes de regreso
que galvanizan los destinos
de los hombres y las mujeres del Líbano.

Gianni Siccardi 
de Ella Ediciones del sol

27 de abril de 2016

Próximos de Gianni Siccardi por Victoria Colombini Lauricella

Próximos

Nuestros ojos están tan próximos
que se miran así mismos
Nuestras sombras están tan próximas
que no se oye el ruido de sus pasos
Nuestros sueños están tan próximos
que sellan los labios de la noche
Nuestros pensamientos están tan próximos
que el fin del mundo
pasa junto a nosotros sin tocarnos

Gianni Siccardi

Del libro Ella y otros poemas, Último Reino, 1999

Próximos de Gianni Siccardi por Victoria Colombini Lauricella 

Videopoético del Café Literario del Jueves 15 de Abril de 2010, en La Vieja Esquina, Avda San Martín y Edison, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Cuyo tema fue Los Pasos y coordino la velada y el debate Eduardo “Lalo” Arguello.

26 de abril de 2016

Toco el cielo con los dedos, Gianni Siccardi

 Toco el cielo con los dedos

Mujercita de pelo de lata que tirabas de mi vida desarrollando todos los pensamientos, todos los penosos días nupciales que habla en mi cabeza, sentándote sobre la soñadora obsesión de mi vida sin más miramiento que darme tu propia cabeza totalmente desnuda, sin cuartel en ese acto sobrenatural, en el tiempo en que tirar de mi vida era una ocupación útil si uno dejaba una mano libre para apartar a los salvajes, aquí está tu polo, la corriente que partió en dos tu pelo, el ángel mediador lleno de algas algo húmedas y tus pies sexuales caminan cada vez más sobre una noche en que éramos jóvenes y no podía recordar. Hay que nombrar la soga en casa del ahorcado, las casas donde hemos estado solos o juntos, deletreamos idiomas desconocidos, escuchábamos las confesiones de los asesinos, casas de amigos de siempre, llenas de arrepentimientos y pequeñas traiciones, sospechosas, cerradas en sus pantanos secretos, sus puertas entreabiertas hacia agonías y peligros que no nos contenían y sin embargo olvidarnos lo que era necesario olvidar, desolados, es verdad, pero aún en medio de esos indígenas de lenguas extrañas que mueren a nuestro alrededor y aunque vivan mil años y mil vidas jamás harán fortuna ni tocarán el cielo con los dedos.
 La vida de otros países, mujercita que añoras esas vidas inmaculadas, mi vida es pura desazón y desencuentro y aunque haga esfuerzos terribles por quedarme en este mundo empiezo a hablar una lengua extrañísima, siento ya el cascabel del gato entre mis dientes y quién comprende ya estos sonidos que no son más que el negativo de una noche única con una mujer única que creo haber vivido, señora, creo haberla vivido hace mucho tiempo cuando los salvajes comían en mi mano y yo era un tahúr y nada podía esperarse de mí sino una música familiar porque aún no había vivido una vida que fuese mía así como era mío tu pelo y no podía entonces recordar esa noche?

Y estoy seguro de haberla vivido, estoy seguro: éramos jóvenes y el mundo era demasiado ruidoso como para que pudiéramos mirarnos sin sobresaltarnos, de modo que decidimos que nuestra noche sería única y para siempre e inventamos una lengua diametralmente viva, y así nos decíamos cosas que ya he olvidado afortunadamente porque una sola palabra podría destruir el mundo siendo como es el mundo hecho con retazos de lana; de modo que en nuestro mundo no había gastos menores. Precisamente ahora tiro de mi vida y nadie me salva y ni siquiera se trata de tocar el cielo con los dedos. No sé si todos advierten tu belleza, tu cabeza, tu pelo que no morirá jamás.

Gianni Siccardi

25 de abril de 2016

Remo contra la noche, Olga Orozco

Remo contra la noche

a V.E.L

Apaga ya la luz de ese cuchillo, madrastra de las sombras.
No necesito luces para mirar en el abismo de mi sangre,
en el naufragio de mi raza.
Apágala, te digo;
apágala contra tu propia cara con este soplo frío con que vuela mi madre.
Y tú, criatura ciega, no dejes escapar la soga que nos lleva.
Yo remonto la noche junto a ti.
Voy remando contigo desde tu nacimiento
con un fardo de espinas y esta campana inútil en las manos.

Están sordos allá.
Ninguna pluma de ángel,
ningún fulgor del cielo hemos logrado con tantas
(migraciones arrancadas al alma)

Nada más que este viaje en la tormenta
a favor de unas horas inmóviles en ti, usurera del alba;
nada más que este insomnio en la corriente,
por un puñado de ascuas,
por un par de arrasados corazones,
por un jirón de piel entre tus dientes fríos.

Pequeño, tú vuelves a nacer.
Debes seguir creciendo mientras corre hacia atrás la borra de estos años,
y yo escarbo la lumbre en el tapiz
donde algún paso tuyo fue marcado por un carbón aciago,
y arranco las raíces que te cubren los pies.
Hay tanta sombra aquí por tan escasos días,
tantas caras borradas por los harapos de la dicha
para verte mejor,
tantos trotes de lluvias y alimañas en la rampa del sueño
para oírte mejor,
tantos carros de ruinas que ruedan con el trueno
para moler mejor tus huesos y los míos,
para precipitar la bolsa de guijarros en el despeñadero de la bruma
y ponernos a hervir,
lo mismo que en los cuentos de la vieja hechicera.

Pequeño, no mires hacia atrás: son fantasmas del cielo.
No cortes esa flor: es el rescoldo vivo del infierno.
No toques esas aguas: son tan sólo la sed que se condensa en lágrimas y en duelo.
No pises esa piedra que te hiere con la menuda sal de todos estos años.
No pruebes ese pan porque tiene el sabor de la memoria y es áspero y amargo.
No gires con la ronda en el portal de las apariciones,
no huyas con la luz, no digas que no estás.

Ella trae una aguja y un puñal,
tejedora de escarchas.
Te anuda para bordar la duración o te arrebata al filo de un relámpago.
Se esconde en una nuez,
se disfraza de lámpara que cae en el desván o de puerta que se abre en el estanque.
Corroe cada edad,
convierte los espejos en un nido de agujeros,
con los dientes veloces para la mordedura como un escalofrío,
como el anuncio de tu porvenir en este día que detiene el pasado.
Señora, el que buscas no está.
Salió hace mucho tiempo de cara a la avaricia de la luz,
y esa espalda obstinada de pródigo sin padres para el regreso y el perdón,

y esos pies indefensos con que echaba a rodar las últimas monedas.
¿A quién llamas, ladrona de miserias?
El ronquido que escuchas es tan sólo el del trueno perdido en el jardín
y esa respiración es el jadeo de algún pobre animal que escarba la salida.
No hay ninguna migaja para ti, roedora de arenas,
Este frío no es tuyo.
Es un frío sin nadie que se dejó olvidado no sé quién.

Criatura, esta es sólo una historia de brujas y de lobos,
estampas arrancadas al insomnio de remotas abuelas.
Y ahora, ¿adónde vas con esta soga inmóvil que nos lleva?
¿Adónde voy en esta barca sola contra el revés del cielo?
¿Quién me arroja desde mi corazón como una piedra ciega contra oleajes de piedra
y abre unas roncas alas que restallan igual que una bandera?

Silencio. Está pasando la nieve de otro cuento entre tus dedos.


Olga Orozco

24 de abril de 2016

Señora tomando sopa, Olga Orozco

Señora tomando sopa

Detrás del vaho blanco está la orden, la invitación o el ruego,
cada uno encendiendo sus señales,
centelleando a lo lejos con las joyas de la tentación o el rayo del peligro.
Era una gran ventaja trocar un sorbo hirviente por un reino,
por una pluma azul, por la belleza, por una historia llena de luciérnagas.
Pero la niña terca no quiere traficar con su horrible alimento:
rechaza los sobornos del potaje apretando los dientes.
Desde el fondo del plato asciende en remolinos oscuros la condena:
se quedará sin fiesta, sin amor, sin abrigo,
y sola en lo más negro de algún bosque invernal donde aúllan los lobos
y donde no es posible encontrar la salida.
Ahora que no hay nadie,
pienso que las cucharas quizá se hicieron remos para llegar muy lejos.
Se llevaron a todos, tal vez, uno por uno, hasta el último invierno, hasta
la otra orilla.
Acaso estén reunidos viendo a la solitaria comensal de olvido,
la que se traga este fuego,
esta sopa de arena, esta sopa de abrojos, esta sopa de hormigas,
nada más que por puro acatamiento,
para que cada sorbo la proteja con los rigores de la penitencia,
como si fuera tiempo todavía,
como si atrás del humo estuviera la orden, la invitación, el ruego.
Tomado de La corona final
 


Olga Orozco

23 de abril de 2016

Rapsodia en la lluvia, Olga Orozco

Rapsodia en la lluvia

Ahora
desde tu ahora estarás viendo
bajo esta misma lluvia las lluvias del diluvio
y aquellas que lavaron las rosas avegonzadas de Caldea
o las que se escurrieron desde el altar del druida hasta el cadalso
y fueron a susurrar sobre una tumba hostil en la espinosa Patagonia,
y también las azules, las prodigiosas narradoras,
las que te prometían un milagro cuando aún eras visible.
¡Qué inventario de lluvias en los archivos embalsamados de la Historia!
Mas ¿qué importan las lluvias?
Sería igual que vieras dinastías de ocasos, medallas o fogatas.
Sólo quiero decir que eres testigo desde todas partes,
huésped del tiempo frente al repertorio de la memoria y del oráculo,
y que cada lugar es un lugar de encuentro como el final de una alameda.
Pero estos pasos tuyos, vacilantes, bajo los pies menudos de la lluvia
me conmueven aún más que tus lamentaciones en el interminable corredor
o tu viejo mensaje para hoy, hallado entre dos libros.
Apostaría estas palabras rotas a cambio de tu nombre tembloroso en los vidrios,
toda la sal del mundo apostaría
a que vienes a combatir por mí contra los legionarios de las sombras,
o que tratas de hallar el moscardón azul que zumba con la muerte,
o que pagas un altísimo precio por abrazar los narcisos y las amapolas
-la vibración más íntima de cualquier estación-,
siempre bordeando los despeñaderos y hasta el confín del mundo,
siempre a punto de caer en la hoguera,
sin remisión y sin aliento.
Y sin embargo has visto el miserable revés de cada trama,
conoces como nadie la urdimbre del error con que fue tapizada mi orgullosa,
mi mezquina morada.
Querrías escamotear la inocultable imperfección con el brillo de un tajo,
dar vuelta mis pisadas encaminándolas hacia el aplauso y el acierto,
corregir el alcance de mis ojos, el temple de mi especie.
¿No te oigo girar y girar entre las ráfagas del agua lavando cada culpa?
¿Y no intentas acaso revelarme con tu melodía los cielos que ya sabes?
Conseguirás de nuevo doblegar esta noche hasta el amanecer
insistiendo en quedarte, como antes en escurrirte más allá de los muros,
acá, donde sólo compartimos la efímera ganancia y la infinita pérdida,
vueltos sobre el costado que nos oculta la visión,
aunque caiga la lluvia.


Olga Orozco

22 de abril de 2016

El Obstáculo, Olga Orozco

EL OBSTÁCULO

Es angosta la puerta acaso la custodien negros perros hambrientos y guardias como perros, por más que no se vea sino el espacio alado, tal vez la muestra en blanco de una vertiginosa dentellada.

Es estrecha e incierta y me corta el camino que promete con cada bienvenida, con cada centelleo de la anunciación.

No consigo pasar.

Dejaremos para otra vez las grandes migraciones, el profuso equipaje del insomnio, mi denodada escolta de luz en las tinieblas.

Es difícil nacer al otro lado con toda la marejada en su favor.

Tampoco logro entrar aunque reduzca mi séquito al silencio, a unos pocos misterios, a un memorial de amor, a mis peores estrellas.

No cabe ni mi sombra entre cada embestida y la pared.

Inútil insistir mientras lleve conmigo mi envoltorio de posesiones transparentes, este insoluble miedo, aquel fulgor que fue un jardín debajo de la escarcha.

No hay lugar para un alma replegada, para un cuerpo encogido, ni siquiera comprimiendo sus lazos hasta la más extrema ofuscación, recortando las nubes al tamaño de algún ínfimo sueño perdido en el desván.

No puedo trasponer esta abertura con lo poco que soy.

Son superfluas las manos y excesivos los pies para esta brecha esquiva.

Siempre sobra un costado como un brazo de mar o el eco que se prolonga porque sí, cuando no estorba un borde igual que un ornamento sin brillo y sin sentido, o sobresale, inquieta, la nostalgia de un ala.

No llegaré jamás al otro lado.


(De En el revés del cielo, 1987)

Olga Orozco

21 de abril de 2016

Edgardo Vivanco recordando a Olga Orozco


Videopoético del Café Literario del Jueves 21 de Diciembre de 2010, en el patio de Big Pancho, Sarmiento 269, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Cuyo tema fue LA SONRISA  y coordino la velada y el debate Patricio Gerding.
Edgardo Vivanco recordando a Olga Orozco 

20 de abril de 2016

Mujer en la ventana, Olga Orozco

MUJER EN LA VENTANA

Ella está sumergida en su ventana contemplando las brasas del anochecer, posible todavía.
Todo fue consumado en su destino, definitivamente inalterable desde ahora como el mar en un cuadro, sin embargo el cielo continúa pasando con sus angelicales procesiones.
Ningún pato salvaje interrumpió su vuelo hacia el oeste; allá lejos seguirán floreciendo los ciruelos, blancos, como si nada, alguien en cualquier parte levantará su casa sobre el polvo y el humo de otra casa.
Inhóspito este mundo.
Áspero este lugar de nunca más.
Por una fisura del corazón sale un pájaro negro y es la noche -¿o acaso será un dios que cae agonizando sobre el mundo?-, pero nadie lo ha visto, nadie sabe, ni el que se va creyendo que de los lazos rotos nacen preciosas alas, los instantáneos nudos del azar, la inmortal aventura, aunque cada pisada clausure con un sello todos los paraísos prometidos.
Ella oyó en cada paso la condena. ahora ya no es más que una remota, inmóvil mujer en su ventana, la simple arquitectura de la sombra asilada en su piel, como si alguna vez una frontera, un muro, un silencio, un adiós, hubieran sido el verdadero límite, el abismo final entre una mujer y un hombre.

(De Con esta boca, en este mundo, 1994)

Olga Orozco

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