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19 de abril de 2016

Pavana para una infanta difunta, Olga Orozco

Pavana para una infanta difunta 

Lloro a Alejandra Pizarnik 

Pequeña centinela,
caes una vez más por la ranura de la noche
sin más armas que los ojos abiertos y el terror
contra los invasores insolubles en el papel en blanco.
Ellos eran legión.
Legión encarnizada era su nombre
y se multiplicaban a medida que tú te destejías hasta el último hilván,
arrinconándote contra las telarañas voraces de la nada.
El que cierra los ojos se convierte en morada de todo el universo.
El que los abre traza las fronteras y permanece a la intemperie.
El que pisa la raya no encuentra su lugar.
Insomnios como túneles para probar la inconsistencia de toda realidad;
noches y noches perforadas por una sola bala que te incrusta en lo oscuro,
y el mismo ensayo de reconocerte al despertar en la memoria de la muerte:
esa perversa tentación,
ese ángel adorable con hocico de cerdo.
¿Quién habló de conjuros para contrarrestar la herida del propio nacimiento?
¿Quién habló de sobornos para los emisarios del propio porvenir?
Sólo había un jardín: en el fondo de todo hay un jardín
donde se abre la flor azul del sueño de Novalis.
Flor cruel, flor vampira,
más alevosa que la trampa oculta en la felpa del muro
y que jamás se alcanza sin dejar la cabeza o el resto de la sangre en el umbral.
Pero tú te inclinabas igual para cortarla donde no hacías pie,
abismos hacia adentro.
Intentabas trocarla por la criatura hambrienta que te deshabitaba.
Erigías pequeños castillos devoradores en su honor;
te vestías de plumas desprendidas de la hoguera de todo posible paraíso;
amaestrabas animalitos peligrosos para roer los puentes de la salvación;
te perdías igual que la mendiga en el delirio de los lobos;
te probabas lenguajes como ácidos, como tentáculos,
como lazos en manos del estrangulador.
¡Ah los estragos de la poesía cortándote las venas con el filo del alba,
y esos labios exangües sorbiendo los venenos de la inanidad de la palabra!
Y de pronto no hay más.
Se rompieron los frascos.
Se astillaron las luces y los lápices.
Se degarró el papel con la desgarradura que te desliza en otro laberinto.
Todas las puertas son para salir.
Ya todo es el revés de los espejos.
Pequeña pasajera,
sola con tu alcancía de visiones
y el mismo insoportable desamparo debajo de los pies:
sin duda estás clamando por pasar con tus voces de ahogada,
sin duda te detiene tu propia inmensa sombra que aún te sobrevuela en busca de otra,
o tiemblas frente a un insecto que cubre con sus membranas todo el caos,
o te adrementa el mar que cabe desde tu lado en esta lágrima.
Pero otra vez te digo,
ahora que el silencio te envuelve por dos veces en sus alas como un manto:
en el fondo de todo jardín hay un jardín.
Ahí está tu jardín,

Talita cumi.

Olga Orozco

18 de abril de 2016

Zenit, Vicente Huidobro

ZENIT

             Lejos de los llanos oblicuos
             Las campanas cantando sobre el zenit

Ayer crucificado en la neblina
Pasé días y días
                           Con los brazos abiertos
Entre los barcos que se iban

Donde no encontraré mis huellas.

ALGO ME ENCIERRA POR LOS
                                               CUATRO COSTADOS
La noche

El sacristán equivocado
                                           Que apagó las estrellas
Rezaba entre las vírgenes de cera



 Vicente Huidobro
De Poemas Árticos (1918)

17 de abril de 2016

Camino, Vicente Huidobro

CAMINO

                  Un cigarro vacío

A lo largo del camino
He deshojado mis dedos

                                             Y jamás mirar atrás

Mi cabellera
                        Y el humo de esta pipa

Aquella luz me conducía

Todos los pájaros sin alas
En mis hombros cantaron

                                         Pero mi corazón fatigado
                                         Murió en el último nido
Llueve sobre el camino
Y voy buscando el sitio

                                 donde mis lágrimas han caído

Vicente Huidobro
De Poemas Árticos (1918)

16 de abril de 2016

Casa, Vicente Huidobro

CASA

Sobre la mesa
                          El abanico tierno
Un pájaro muerto en pleno vuelo

La casa de enfrente
                            blanca de yeso y de nieve

En el jardín ignorado
                           Alguien pasea
Y un ángel equivocado
Se ha dormido sobre el humo de la chimenea

                           Para seguir el camino
                           Hay que recomenzar

QUIÉN ESCONDIÓ LAS LLAVES


Había tantas cosas que no pude encontrar


 Vicente Huidobro
De Poemas Árticos (1918)

15 de abril de 2016

Prefacio, Vicente Huidobro

PREFACIO


     Nací a los treinta y tres años, el día de la muerte de Cristo; nací en el Equinoccio, bajo las hortensias y los aeroplanos del calor.
     Tenía yo un profundo mirar de pichón, de túnel y de automóvil sentimental. Lanzaba suspiros de acróbata.
     Mi padre era ciego y sus manos eran más admirables que la noche.
     Amo la noche, sombrero de todos los días.
     La noche, la noche del día, del día al día siguiente.
     Mi madre hablaba como la aurora y como los dirigibles que van a caer. Tenía cabellos color de bandera y ojos llenos de navíos lejanos.
     Una tarde, cogí mi paracaídas y dije: «Entre una estrella y dos golondrinas.» He aquí la muerte que se acerca como la tierra al globo que cae.
     Mi madre bordaba lágrimas desiertas en los primeros arcoiris.
     Y ahora mi paracaídas cae de sueño en sueño por los espacios de la muerte.
     El primer día encontré un pájaro desconocido que me dijo: «Si yo fuese dromedario no tendría sed. ¿Qué hora es?» Bebió las gotas de rocío de mis cabellos, me lanzó tres miradas y media y se alejó diciendo: «Adiós» con su pañuelo soberbio.
     Hacia las dos aquel día, encontré un precioso aeroplano, lleno de escamas y caracoles. Buscaba un rincón del cielo donde guarecerse de la lluvia.
     Allá lejos, todos los barcos anclados, en la tinta de la aurora. De pronto, comenzaron a desprenderse, uno a uno, arrastrando como pabellón jirones de aurora incontestable.
     Junto con marcharse los últimos, la aurora desapareció tras algunas olas desmesuradamente infladas.
     Entonces oí hablar al Creador, sin nombre, que es un simple hueco en el vacío, hermoso, como un ombligo.
     «Hice un gran ruido y este ruido formó el océano y las olas del océano.
     »Este ruido irá siempre pegado a las olas del mar y las olas del mar irán siempre pegadas a él, como los sellos en las tarjetas postales.
     »Después tejí un largo bramante de rayos luminosos para coser los días uno a uno; los días que tienen un oriente legítimo y reconstituido, pero indiscutible.
     »Después tracé la geografía de la tierra y las líneas de la mano.
     »Después bebí un poco de cognac (a causa de la hidrografía).
     »Después creé la boca y los labios de la boca, para aprisionar las sonrisas equívocas y los dientes de la boca, para vigilar las groserías que nos vienen a la boca.
     »Creé la lengua de la boca que los hombres desviaron de su rol, haciéndola aprender a hablar... a ella, ella, la bella nadadora, desviada para siempre de su rol acuático y puramente acariciador.»
     Mi paracaídas empezó a caer vertiginosamente. Tal es la fuerza de atracción de la muerte y del sepulcro abierto.
     Podéis creerlo, la tumba tiene más poder que los ojos de la amada. La tumba abierta con todos sus imanes. Y esto te lo digo a ti, a ti que cuando sonríes haces pensar en el comienzo del mundo.
     Mi paracaídas se enredó en una estrella apagada que seguía su órbita concienzudamente, como si ignorara la inutilidad de sus esfuerzos.
     Y aprovechando este reposo bien ganado, comencé a llenar con profundos pensamientos las casillas de mi tablero:
     «Los verdaderos poemas son incendios. La poesía se propaga por todas partes, iluminando sus consumaciones con estremecimientos de placer o de agonía.
     »Se debe escribir en una lengua que no sea materna.
     »Los cuatro puntos cardinales son tres: el sur y el norte.
     »Un poema es una cosa que será.
     »Un poema es una cosa que nunca es, pero que debiera ser.
     »Un poema es una cosa que nunca ha sido, que nunca podrá ser.
     »Huye del sublime externo, si no quieres morir aplastado por el viento.
     »Si yo no hiciera al menos una locura por año, me volvería loco.»
     Tomo mi paracaídas, y del borde de mi estrella en marcha me lanzo a la atmósfera del último suspiro.
     Ruedo interminablemente sobre las rocas de los sueños, ruedo entre las nubes de la muerte.
     Encuentro a la Virgen sentada en una rosa, y me dice:
     »Mira mis manos: son transparentes como las bombillas eléctricas. ¿Ves los filamentos de donde corre la sangre de mi luz intacta?
     »Mira mi aureola. Tiene algunas saltaduras, lo que prueba mi ancianidad.
     »Soy la Virgen, la Virgen sin mancha de tinta humana, la única que no lo sea a medias, y soy la capitana de las otras once mil que estaban en verdad demasiado restauradas.
     »Hablo una lengua que llena los corazones según la ley de las nubes comunicantes.
     »Digo siempre adiós, y me quedo.
     »Ámame, hijo mío, pues adoro tu poesía y te enseñaré proezas aéreas.
     »Tengo tanta necesidad de ternura, besa mis cabellos, los he lavado esta mañana en las nubes del alba y ahora quiero dormirme sobre el colchón de la neblina intermitente.
     »Mis miradas son un alambre en el horizonte para el descanso de las golondrinas.
     »Ámame.»
     Me puse de rodillas en el espacio circular y la Virgen se elevó y vino a sentarse en mi paracaídas.
     Me dormí y recité entonces mis más hermosos poemas.
     Las llamas de mi poesía secaron los cabellos de la Virgen, que me dijo gracias y se alejó, sentada sobre su rosa blanda.
     Y heme aquí, solo, como el pequeño huérfano de los naufragios anónimos.
     Ah, qué hermoso..., qué hermoso.
     Veo las montañas, los ríos, las selvas, el mar, los barcos, las flores y los caracoles.
     Veo la noche y el día y el eje en que se juntan.
     Ah, ah, soy Altazor, el gran poeta, sin caballo que coma alpiste, ni caliente su garganta con claro de luna, sino con mi pequeño paracaídas como un quitasol sobre los planetas.
     De cada gota del sudor de mi frente hice nacer astros, que os dejo la tarea de bautizar como a botellas de vino.
     Lo veo todo, tengo mi cerebro forjado en lenguas de profeta.
     La montaña es el suspiro de Dios, ascendiendo en termómetro hinchado hasta tocar los pies de la amada.
     Aquél que todo lo ha visto, que conoce todos los secretos sin ser Walt Whitman, pues jamás he tenido una barba blanca como las bellas enfermeras y los arroyos helados.
     Aquél que oye durante la noche los martillos de los monederos falsos, que son solamente astrónomos activos.
     Aquél que bebe el vaso caliente de la sabiduría después del diluvio obedeciendo a las palomas y que conoce la ruta de la fatiga, la estela hirviente que dejan los barcos.
     Aquél que conoce los almacenes de recuerdos y de bellas estaciones olvidadas.
     Él, el pastor de aeroplanos, el conductor de las noches extraviadas y de los ponientes amaestrados hacia los polos únicos.
     Su queja es semejante a una red parpadeante de aerolitos sin testigo.
     El día se levanta en su corazón y él baja los párpados para hacer la noche del reposo agrícola.
     Lava sus manos en la mirada de Dios, y peina su cabellera como la luz y la cosecha de esas flacas espigas de la lluvia satisfecha.
     Los gritos se alejan como un rebaño sobre las lomas cuando las estrellas duermen después de una noche de trabajo continuo.
     El hermoso cazador frente al bebedero celeste para los pájaros sin corazón.
     Sé triste tal cual las gacelas ante el infinito y los meteoros, tal cual los desiertos sin mirajes.
     Hasta la llegada de una boca hinchada de besos para la vendimia del destierro.
     Sé triste, pues ella te espera en un rincón de este año que pasa.
     Está quizá al extremo de tu canción próxima y será bella como la cascada en libertad y rica como la línea ecuatorial.
     Sé triste, más triste que la rosa, la bella jaula de nuestras miradas y de las abejas sin experiencia.
     La vida es un viaje en paracaídas y no lo que tú quieres creer.
     Vamos cayendo, cayendo de nuestro cenit a nuestro nadir y dejamos el aire manchado de sangre para que se envenenen los que vengan mañana a respirarlo.
     Adentro de ti mismo, fuera de ti mismo, caerás del cenit al nadir porque ése es tu destino, tu miserable destino. Y mientras de más alto caigas, más alto será el rebote, más larga tu duración en la memoria de la piedra.
     Hemos saltado del vientre de nuestra madre o del borde de una estrella y vamos cayendo.
     Ah mi paracaídas, la única rosa perfumada de la atmósfera, la rosa de la muerte, despeñada entre los astros de la muerte.
     ¿Habéis oído? Ese es el ruido siniestro de los pechos cerrados.
     Abre la puerta de tu alma y sal a respirar al lado afuera. Puedes abrir con un suspiro la puerta que haya cerrado el huracán.
     Hombre, he ahí tu paracaídas maravilloso como el vértigo.
     Poeta, he ahí tu paracaídas, maravilloso como el imán del abismo.
     Mago, he ahí tu paracaídas que una palabra tuya puede convertir en un parasubidas maravilloso como el relámpago que quisiera cegar al creador.
     ¿Qué esperas?
     Mas he ahí el secreto del Tenebroso que olvidó sonreír.
     Y el paracaídas aguarda amarrado a la puerta como el caballo de la fuga interminable.


Vicente Huidobro

De Altazor o El viaje en paracaídas (1919)

14 de abril de 2016

Alerta, Vicente Huidobro

ALERTA

                                  Media Noche
En el jardín
Cada sombra es un arroyo

Aquel ruido que se acerca no es un coche

Sobre el cielo de París
Otto Von Zeppelín

Las sirenas cantan
Entre las olas negras
Y este clarín que llama ahora

No es el clarín de la Victoria

                                           Cien aeroplanos
                          Vuelan en torno de la luna

APAGA TU PIPA

Los obuses estallan como rosas maduras
Y las bombas agujerean los días

Canciones cortadas
                                    Tiemblan entre las ramas

El viento contorsiona las calles

COMO APAGAR LA ESTRELLA DEL ESTANQUE



 Vicente Huidobro
De Poemas Árticos (1918)

13 de abril de 2016

Noche, Vicente Huidobro

NOCHE

Sobre la nieve se oye resbalar la noche
La canción caía de los árboles
Y tras la niebla daban voces

De una mirada encendí mi cigarro

Cada vez que abro los labios
Inundo de nubes el vacío

                                            En el puerto
Los mástiles están llenos de nidos

Y el viento
                         gime entre las alas de los pájaros

LAS OLAS MECEN EL NAVÍO MUERTO

Yo en la orilla silbando
           Miro la estrella que humea entre mis dedos



Vicente Huidobro
De Poemas Árticos (1918)

12 de abril de 2016

Horas, Vicente Huidobro

HORAS

El villorio
Un tren detenido sobre el llano

En cada charco
               duermen estrellas sordas
Y el agua tiembla
Cortinaje al viento

                La noche cuelga en la arboleda

En el campanario florecido

Una gotera viva
               Desangra las estrellas

         De cuando en cuando
         Las horas maduras
                           Caen sobre la vida


 Vicente Huidobro

De Poemas Árticos (1918)

11 de abril de 2016

El pueblo bajo las nubes... Juan L. Ortiz

El pueblo bajo las nubes...

Duerme el pueblo. ¿Es ello cierto bajo esta luz casi nevada de un jardín algodonoso que flota, se abre, y ciérrase sobre las calles solas en una fantasía toda infantil de pura?Yo sé, oh, que las cosas, sólo las cosas, sólo, se iluminan en esta irradiación alada y  candida—  Grandes  cisnes  efímeros sobre un sueño de cal y de follajes?



Juan L. Ortiz 
De El ángel inclinado (1937)

10 de abril de 2016

Domingo, Juan L. Ortiz

Domingo

El sol y el viento, solos, sobre el pueblo.
Alegría de cal, de callejones últimos
entre un pudor de ramas,
por donde mis paseados, lentos días
salían a suaves campos.
Vecino era del agua y de la luz.

Campanas. Oh, la infancia que era como estas hojas,
gracia viva del aire y los reflejos
bajo la penetrante, mansa mirada de la tarde.


Juan L. Ortiz

9 de abril de 2016

Señor, Juan L. Ortiz

Señor...

                                            He sido, tal vez, una rama de árbol,
                                            una   sombra  de pájaro,
                                            el reflejo de un río...

Señor,
esta mañana tengo
los párpados frescos como hojas,
las pupilas tan limpias como de agua,
un cristal en la voz como de pájaro,
la piel toda mojada de rocío,
y en las venas,
en vez de sangre,
una dulce corriente vegetal.

Señor,
esta mañana tengo
los párpados iguales que hojas nuevas,
y temblorosa de oros,
abierta  y  pura  como  el  cielo  el  alma.

Juan L. Ortiz 

De El agua y la noche

8 de abril de 2016

El río tiene esta mañana, Juan L. Ortiz

El río tiene esta mañana, amigos,
una fisonomía cambiante, móvil,
en su amor con el cielo melodioso de otoño.
Como una fisonomía dichosa cambia, como  una  fisonomía  sensible,  sensitiva.
Orillas. Isla de enfrente.
Cómo danzaría la alegría allí,
cómo danzaría,
ebria de ritmo ante las formas de las nubes,
de las ramas, de la gracia de los follajes
penetrados de cielo pálido y dichoso!
¡Cómo danzaría la alegría allí! Orillas.
Una mujer que va hacia una canoa.
Hombres  del  lado  opuesto  que  cargan  la  suya.
Los gestos de los hombres y el paso de la mujer
y el canto de los pájaros se acuerdan
con el agua y el cielo en un secreto ritmo.
Un momento de olvido musical, un momento. 
Un momento  de  olvido  para  nosotros,  claro.



Juan L. Ortiz 
De El ángel inclinado (1937)

7 de abril de 2016

José Luis Colombini leyendo Luna vaga disuelta y Fuí al río de Juan L. Ortiz

José Luis Colombini leyendo Luna vaga disuelta y Fuí al río de Juan L. Ortiz
Vide del Café Literario del Jueves 07 de Mayo de 2009, en Big Pancho, Sarmiento 269, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Cuyo tema fue EL RÍO y coordino la velada MIGUEL ANGEL ORTIZ.

LUNA VAGA, DISUELTA ... de El agua y la noche (1924-1932)

Luna vaga, disuelta.
¡Oh, dulzura del río:
palidez profunda
velada de un presentimiento de alba
en la noche aún tierna!
Dulzura que arde
de un rumor numeroso
que la brisa delgada, llena de sueño ya,
quiere apagar en vano,
pues de pronto se exalta, aguda, en ese canto
de pájaro:
gorgoteo
de agua pura y sola
en el fondo agreste de la noche.
Orilla que se va
o se queda. Se queda
mirándonos con gesto simple, pero
lleno de musicales sortilegios.

Orilla medio desnuda,
sin casi árboles,
y que piérdese en un antiguo cielo de maravilla.
Dulzura agreste, eterna, de las noches
frente al escalofrío sucesivo de las almas!

Juan L Ortiz


***********************

FUI AL RIO... Juan L Ortiz de El angel inclinado (1937)

Fui al río, y lo sentía
cerca de mí, enfrente de mí.
Las ramas tenían voces
que no llegaban hasta mí.
La corriente decía
cosas que no entendía.
Me angustiaba casi.
Quería comprenderlo,
sentir qué decía el cielo vago y pálido en él
con sus primeras sílabas alargadas,
pero no podía.
Regresaba
—¿Era yo el que regresaba?—
en la angustia vaga
de sentirme solo entre las cosas últimas y secretas.
De pronto sentí el rio en mí,
corría en mí
con sus orillas trémulas de señas,
con sus hondos reflejos apenas estrellados.
Corría el río en mí con sus ramajes.
Era yo un río en el anochecer,
y suspiraban en mí los árboles,
y el sendero y las hierbas se apagaban en mi.

Me atravesaba un río, me atravesaba un río!

6 de abril de 2016

Siesta, Juan L. Ortiz

Siesta

Tendido a la sombra de
un árbol, yo soy un niño
dormido en medio del campo
La tierra parece que
tiene suavidad de falda.
El cielo puro de agua
da con su vaga corriente
unas espumas de nubes
y sobre el cielo, el follaje
un traslúcido bordado
hace y deshace, indeciso,
reduciendo el lujo etéreo
a un temblor de monedas
que me enriquecen la sombra.
El viento entra en el sueño
como una música que
trae el anhelo del campo,
ya extático o vagabundo,
soñando con sus secretos,
o tendido al horizonte.
El viento dice el ensueño
de esta paz verde y fluida
bajo su respiración.
Tendido a la sombra de
un árbol, yo soy un niño
dormido en medio del campo

Juan L Ortiz

De El agua y la noche

5 de abril de 2016

Deja las letras ... Juan L. Ortiz

Deja las letras ...


Deja las letras y deja la ciudad...
Vamos a buscar, amigo, a la virgen del aire...
Yo sé que nos espera tras de aquellas colinas
en la azucena del azul...
Yo quiero ser, amigo,
uno, el más mínimo, de sus sentimientos de cristal…
o mejor, uno, el más ligero, de sus latidos de perfume…
No estás tú también
un poco sucio de letras y un poco sucio de ciudad?

Sigue, sigue, por entre la bencina, sobre la lisa pesadilla
de las calles extremas, hacia la gracia de las huellas...
Ay, la ternura de Octubre, a las nueve,
ya hace, por aquí, flotar a la pesadilla
en celeste de agua...
Pero derivemos rápido, del lado de los caminos del rocío,
invisible, casi, lo adivino, en el seno mismo de la luz...
Sentémonos, mi amigo, entre estas niñas rubias
que suben y bajan, altas, por unas orillas de jardín,
apoyadas, contra los cercos, sobre un rumor de enredaderas...
El sol ha bebido sus propias perlas
y hay apenas de ellas una memoria por secarse...
No temas, no temas, y mira, mira hasta las islas...
Viste alguna vez la melodía de los brillos?
La viste ondular, todavía de gasa,
desde tus pies al cielo, sobre el río?
Oh, la misma ciudad, a lo lejos, es una música blanca
con unos silencios amatistas...
Y ahora, ahora, torna la vista alrededor…
Saluda como un aura a estas humildes gracias de miel,
capaces, sin embargo, de atraer hacia sí
a las abejas todas del día
y de volver de margaritas a la melancolía más flotante…
No las sientes curvarse bajo un amor transparente
en un hálito de alas?
O es sólo la cortesía más misteriosa
entre esa que inclina, alternadamente, a los otros finos tallos,
ante algo que al parecer es la respiración de un dios?
Saluda, también, a sus vecinas menos subidas y más pálidas:
qué delicadísimo sueño de amapolillas más pálidas,
sobre un rastreo de tases, serpentino?
Y a las apenas malvas, medio escondidas entre las espiguitas:
pétalos de alba, a su pesar, con sus secretos amarillos...
Y a las apenas níveas, por bordadas, del país de Liliput,
pero que visten, igual que a una novia, a toda la gramilla...
Y ah, a las más sin nombre que se van
con los alambres libres
en una fuga preciosa de piedritas...
Y al trébol de allí, loco de verde, y miniado de sol,
increiblemente miniado de sol en primores casi íntimos
pero que extenúan a la brisa...
Y a las verbenillas, por cierto, de aquí:
oh, la más dulce sangre labrada por los misterios
para los misterios de las hierbas.. .
Y a estos emblemas de llama, perdidos de los trigos
mas que blasonan, del mismo modo, todo el aire...
Y a esos recuerdos de la luna,
aparecidos de seda, ay, en una vigilia de espejo
que se busca, a su vez, en su infinito todavía…
Pero no olvidemos, mi amigo,
a las esbeltas criaturas que arden el azul, allá,
delante no se sabe qué sacramento etéreo:
no olvidemos, mi amigo, a las criaturas de los cardos...
Ni olvidemos a aquéllas que ya parecen abisales
con su “pasión” de cielo sobre el susurro trepador:
rêveries de qué abismo hacia otro abismo las de mburucuyá?
Y no habremos comprendido, es cierto, a todas. ..
Cómo abrazar, mi amigo, a estas miríadas del beso
que van estrellando, se diría, todos los minutos
con todos los pétalos y todos los fuegos del suspiro?

Y si nos corriéramos hasta el arroyito del otro lado de la loma?
Allí, lo veo, las redes hondas sin bautizo
con su penumbra colgada y su casi vía láctea de jazmines
sobre una huida de vidrios, poco menos que nocturna,
con las navecillas de cita. ..
Y los laberintos de los taludes, aún con su sin fin
de pequeñísimas miradas en los iris más inéditos,
dando no sé qué números de no sé qué otra noche
o qué mareo de gemas entre unos miedos de crepúsculo…

Mas no oyes al silencio, ahora, mi amigo?
Qué ave de diamante, di, sobre la línea del sueño,
se deshace dulcemente?
O qué llamado para el sacrificio, di
de campanillas de humo?
Oh, todo dorado de misivas sobre las alas del azar
es el mismo amor que no teme perderse
como la propia gracia ya, libre, sobre su propio cielo de
corolas…
Y no oyes en este momento, di, al silencio o al amor más allá
de las lianas que tejiera para vencer su abismo,
asumiendo justamente la muerte con los modos de un espíritu?
Sí, en los amantes invisibles está asimismo la otra flor
o el otro lado de esa flor,
llama, serena llama, que viviría de su sombra...
Dónde, entonces, aquí, nuestras debilidades hechas dioses?
Aquí, lo que llamamos “horror”, o lo que llamamos
“amenaza”,
sonriendo desde la semilla, se diría,
o equilibrando a las mariposas, si quieres,
con un frío que nos duele, es cierto, en lo uno de la sangre...
Pero aquí también enfrentando a lo innombrable,
algo como los honores de un ángel...

Mas es en nosotros, mi amigo, que la agonía es dividida,
terriblemente dividida, y expedida a la ventura...
Y aquella música blanca con unos silencios de jacarandaes?
Allí y aquí, a la vez, la condena “de la rueda”,
desde las madres del río y desde las madres de las zanjas...

Y aquí, ay, asimismo, lo que vinimos a buscar..
Si el lirio da a los precipicios, qué le vamos a hacer?
Hay que perder a veces “la ciudad” y hay que perder a veces
“las letras”
para reencontrarlas sobre el vértigo, más puras
en las relaciones de los orígenes...
O más ligeras, si prefieres, como en ese domingo
y en esa fantasía que serán...
Hay que perder los vestidos y hay que perder la misma identidad
para que el poema, deseablemente anónimo,
siga a la florecilla que no firma, no, su perfección
en la armonía que la excede...
O para ser el arpa de Lungmen
eligiendo ella sola los temas de su música,
lejos de los tañedores que se cantan a sí mismos
o que no oyen con los suyos a los recuerdos de las ramas
ni lo que dice el viento…
ni menos ven lo que el viento, por ahí, pone de pie. ..
Y aquí, además, las rimas entre los escalofríos de las briznas,
con los hilos temblando, siempre más allá de nuestra luz..
Y el rostro de Ella no escrito,
oh, recién nacido, con unos signos por hallar
y que serán, oh amigo, los que han de llevarte hasta su esencia
como las mismas, las mismas letras de tu alma...
Pero la viste a Ella,
amaneciendo aquí, Ella, de la espuma de las matas,
Venus de las colinas. Ella, sobre un flujo de jardín,
virgen profunda ésta toda aún de cabellos?


Juan L Ortiz

4 de abril de 2016

Vacas, Baldomero Fernández Moreno,

Vacas

De pronto, en el silencio de la noche,
se alzó un rumor lejano y temeroso
y el camino que corre frente a casa
sonó de viento y se encrespó de ola.
Era una larga tropa de ganado,
cientos de vacas las testuces bajas,
desgarrando las sombras con los cuernos,
midriásticas de espanto las pupilas,
deshechas con la helada las pezuñas,
dolientes de mugidos maternales.
Era una larga tropa de ganado,
flanqueada de fantásticos jinetes,
apretada a pechazos en la huella,
erizada de gritos primitivos,
toda alada de ponchos.
Y se perdió el rumor camino abajo.
Mañana un hombre desde un carricoche
en el local sonoro de la feria
al enérgico golpe de un martillo
que hace al sol un relámpago de plata,
indiferente os venderá, vaquitas,
y resignadas partiréis de nuevo
tal vez hacia la muerte.



Baldomero Fernández Moreno

3 de abril de 2016

Última, Baldomero Fernández Moreno,

Última

Quisiérame yo olvidar
de todo lo que viví,
de cuanta cosa escribí,
para volver a empezar.
Y entonces balbucear
una canción nunca oída,
primordial, indefinida,
inocente, incoercible,
y sin título posible...

Pero se acaba la vida.

Baldomero Fernández Moreno

2 de abril de 2016

Tren, Baldomero Fernández Moreno,

Tren

Desde la ventanilla que zumba como un ala,
a derecha y a izquierda, la mirada se pierde
sobre un monte retuerto de caldén y de tala.
Una mancha de arena, otra mancha de verde,
y cada tantas leguas, el monótono andén
de una estación igual que la estación pasada.
Un nombre primitivo suena bastante bien:
Hucal, Guatraché, Realicó, Quetrequén...

Y un enorme gendarme con la cara tostada.

Baldomero Fernández Moreno

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