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3 de enero de 2016

Poema esperado, Osvaldo Guevara

 POEMA ESPERADO

Gajo mío, murmullo de sol, fuente radiante
en la sombra del patio gastado de mi vida.
Tus meses rubios traen con su luz balbuceante
mis olvidadas sangres, mi eternidad perdida.

Yo era como un crepúsculo que entre cenizas rueda
hasta que apareciste con tu aliento de canto
levantando en mis ojos una azul polvareda
y aceitando con música los goznes del espanto.

Tu tumulto de trinos me ladea la casa,
tus sílabas de polen en mi piel siembran lumbre.
Tras tus impulsos voy de la brisa a la brasa
saltando con tus pasos, hondos de levedumbre.

Cuando tus dedos rientes recorren mis arrugas
me florece la cara como un charco sediento.
Cuando tus inasibles pies desgranan sus fugas
me brotan alas nuevas por todo el pensamiento.

Los pájaros traducen tu idioma y me salpican
los silencios, las fiebres, las canciones, los hombros.
Al sol de tus fulgores mis años dulcifican
sus demorados sueños, sus lejanos asombros.


Vuelvo a tocar juguetes tiernos como el rocío.
Otra vez mi saliva tiene un sabor celeste.
Y me invento un lenguaje que es ciencia y desvarío
para que tu misterio musical me conteste.

Hija mía, estos versos no saben qué decirte,
manotean difusos, ciegos de claridades.
Falta en este poema lo que pude escribirte,
pobres palabras mías que sirven por mitades.

Cuando crezca tu tiempo y también te sea dado
comprender que el poema no es más que un vuelo herido,
sonreirás leyendo este desesperado
intento de limpiar mis palabras de ruido.

No obstante, hija insondable, me alza, me reconstruye
sospechar que en tus sueños fluirá la poesía;
que en tu sangre su río profundo se diluye
repartiendo las lenguas de su sabiduría.

Sabiduría lenta de dolor y hermosura,
ella te mostrará mi entrega y mi camino.
Perdonarás mis versos y su torpe aventura
cuando entiendas que mi alma no supo otro destino.

Gajo mío, llovizna en la sed de mis huesos,
harina con que amaso mis panes de infinito:
desde tu madre amada te han traído mis besos;
nombrándote, mi boca ha lavado su grito.

El día en que el invierno prenda en mi voz su escarcha
y me duela el silencio como una vieja tos,
yo tendré decidido el rumbo de mi marcha
porque tus pies soleados ya andan buscando a Dios.


Osvaldo Guevara

2 de enero de 2016

Osvaldo Guevara hablando de Jorge Luis Borges, José Santos Chocano, Leopoldo Lugones, Luis de Gongora (La fábula de Polifemo y Galatea), Francisco de Quevedo y Juan Luis de Alarcón

Video grabado en el Café Literario del Jueves 15 de Julio de 2010, en La Vieja Esquina, Avda San Martín y Edison, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Cuyo tema fue El bastón y coordino la velada Osvaldo Guevara.
Osvaldo Guevara hablando de Jorge Luis Borges, José Santos Chocano, Leopoldo Lugones, Luis de Gongora (La fábula de Polifemo y Galatea), Francisco de Quevedo y Juan Luis de Alarcón

1 de enero de 2016

Encuentro de poetas, Osvaldo Guevara


ENCUENTRO DE POETAS

a Oscar Guiñazú Alvarez

Vienen de soledades
de oquedades
de ciudades con cielos como piedras
de pueblos con domingos como lápidas.
Traen tinta en las uñas y pestañas.
Olfatean de lejos el paisaje
y corren hacia él con los nervios al viento
como bestias sedientas hacia un agua caída.

Largan sus voces ávidas
que remontan el aire aleteando confusas
atontadas de luz
igual que esas palomas
a las que sueltan juntas para las efemérides.

Hablan golosamente entre eÍlos
dísonos y armoniosos
dulces batracios húmedos de músicas insomnes.
Se intercambian los versos
beben intensos vinos
improvisan amores que más tarde
hay que pasar en limpio
como a poemas bruscamente escritos
y que después rompe una mano
indiferente o sabia.

Viven dias sonoros
noches alucinadas
madrugan entre vasos entre besos
cantan con las gargantas en dirección al sol
y se acuestan mareados de alcoholes o de sílabas
pensando en la poesía
como en un túnel tierno con un final de luz
como en un puente elástico para atar lejanías
como en una alta aldea que acaba en el azul
como en un yuyo mágico que cura de la pena
esa pena tan viva que no ayuda a morir.

Se van los días pródigos
huyen entre poemas vinos pájaros piedras
entre alcoholes que cantan
entre amores fugaces y eternos como un hambre
entre palabras sin horario
entre ocios sin castigo.

Llegan las despedidas
los adioses
parten ómnibus grises
módicos automóviles
y el paisaje se tiende nuevamente
en su sopor de siesta provinciana
en tanto que las calles
se despueblan de besos serenatas asombros.

Ellos regresan a sus soledades
a sus ciudades duras o amarillas
sus pueblos como lápidas
sus cielos como piedras
sus oficinas largas como túneles
sin un final de luz
sus cigarrillos ojerosos
sus poemas guardados en carpetas
que huelen a expedientes musgosos y ateridos.

Ya se encontraron
en Villa Dolores
una vez más
los poetas.
Se vieron y se oyeron
se palparon los sueños
bebieron alegrías que ya duelen
como el azul a un río congelado.

Llevan amores truncos
versos en servilletas usadas por la noche
briznas de sol en los bolsillos
migas de suculentas montañas en la piel

De tanto en tanto
mientras se alejan como desterrados
vuelven los ojos hacia atrás
y ven las horas ebrias que quedaron
las bocas que escucharon o besaron
las veredas que iban hasta el sol
sin advertir el abismal camino
que los rueda hacia el gris
la soledad
el desamor
los lunes.

Y todavía encuentran
un gajo de ternura
un sabor que aletea confuso y atontado
el sonido de un beso
algún poema sin olvido.

Yo encontré este poema
que más que mio es de ellos
los poetas
los ángeles custodios de mis manos cansadas
mis manos con horario
que ellos empujan desde lejos
hacia la poesía
ellos
los poetas
que han fundado otra vez mi patria del encuentro
con la sed
la amistad
el amor
palabras.


Osvaldo Guevara de Niña Carmen Maccio hermanos editores (1983)
 Lalo Arguello, Osvaldo Guevara,  Leonardo Dellepiane, Walter "Ruleman" Perez, Adrian "Zahir" Salagre, Andrés Nieva y Jose Luis Colombini (22 de Octubre de 2008)

31 de diciembre de 2015

Cura Brochero, Osvaldo Guevara

CURA BROCHERO

Carmen sabe si un pájaro grita herido en la noche
y se estremece
como una mariposa con la salpicadura de una lágrima
cuando escucha el clamor de la vida con sed.

En la Casa de Ejercicios, en Villa Cura Brochero,
Carmen salió al patio con flores,
miró las flores,
miró el azuL
Y miraron con ella y rezaron con ella
las plantas,
las lajas calladas y sonoras,
los adobes ingenuamente encalados de la capilla,
los cuartos de retiro, rumorosos de oraciones y penumbras,
los insectos
mareados
por el zumo zumbante de la luz.

La tarde, como una paloma, vino a dormirse en su hombro.

Yo, que hace mucho que no me hablo con Dios
y hasta cambié de calle cuando pude encontrarlo,
cuando la toco a Carmen
siento que toco al Dios que de ella fluye,
que en ella se demora
como las madrugadas en los árboles de flores azules.

Sé que hay odios, rugidos, humaredas, cenizas, maldiciones.
Pero para salvarme de mis uñas de antaño
tiznadas de palpar corazones sombríos
o de rodear los pocillos del café de la pena y el miedo
me bastan sus ojos con claroscuros de pesebre,
sus palabras más dulces que el rozar de un arroyo en la memoria,
sus besos con aroma a patio con sol,
a fruta cortada por un niño,
a jazmines tiernamente colocados en los cabellos de la lluvia,
su manera de hablar con el paisaje de montaña y tañidos
haciendo que las piedras se emocionen con ella.
En Villa Cura Brochero, pueblito dé Córdoba
cuyo nombre evoca a un sacerdóte con poncho,
resero de almas chúcaras,
gaucho con un afilado crucifijo a la cintura,
Carmen me convirtió -o me devolvió- al azul con su gracia,
me inició en las fiestas de un cielo con Dios
entre los pastizales dorados de la altura.

Olvidé todo lo que sabía, todo lo que ignoraba,
para aprender tan sólo que nombrarla es como rezar,
que llamarla es desatar un viento piadoso entre los pétalos
y que aun callándolo
su nombre
suena a pisada descalza por un país de lumbres y asombros,
a alegría de agua que lava los pecados del mundo.

Yo desterré palabras, gestos, ademanes,
comparaciones torpes como máscaras bailoteantes
en la tarde de Cura Brochero
en que ella salió al patio con plantas de la Casa de Ejercicios
y logró que el azul se viniera a mi pecho
bajado por sus ojos.

Y me quedé con el silencio de Carmen para siempre,
con el resplandor de plegaria que le ronda los labios.

Y cuando es muy furiosa la hoguera de la sangre
o cuando todo está tan negro
que pienso que mi mano
no va a encontrar ya nunca
la llave de la luz,
grito
o digo
o murmuro
o simplemente callo:
Carmen.

Y los humos del odio y miedo se azulan
y una frescura de música me enjuga la frente
y la sombra se va de mi garganta y de mis uñas
y descubro en las calles rostros como campanas
y la vida, cantando, viene a dormirse en mi hombro
y no soy más que un nombre
su nombre
en el fragor del mundo

una palabra nueva pronunciada por Dios.


Osvaldo Guevara de Niña Carmen Maccio hermanos editores (1983)


30 de diciembre de 2015

Villa Dolores, en tu luz, Osvaldo Guevara

 VILLA DOLORES, EN TU LUZ

Villa Dolores, en tu luz
recuperé la primavera,
entré de nuevo en mi piel pura,
supe palabras sin dolor.
Por tu montaña van mis ojos
entre las cabras y las piedras hasta los ojos del azul.
Tus calles lentas son caminos
que a cualquier hora desembocan
en un domingo, una torcaz,
un rubio olor de amanecer.
Todo el amor que yo quería
para olvidar los desamores
está en mis brazos para siempre
como un cordero en la ternura
celeste y fiel de su pastor.
Una hija riente y presurosa
como un arroyo montañés
limpia de sales mi garganta.
Junto a la esposa, mis silencios
son hondos árboles con sol.

Villa Dolores, en tu luz
hallé mis manos, mis pisadas,
el rumbo exacto de mi sed.
Y ya mi vida no es incierta:
tiembla feliz, como mi sombra
cuando se acuna sobre el agua
brillante, joven, votadora,
entre las piedras y el azul.

Osvaldo Guevara de Niña Carmen Maccio hermanos editores (1983)

29 de diciembre de 2015

El polizón, Osvaldo Guevara

EL POLIZON

Sol naciente en el barrio. Claro el viento.
Canta un tren lejanías por el campo.
Un tren. A las ocho abre mi oficina.
Un tren. El sol. Viajar. Vivir despacio.
En ómnibus yo al centro. Pero antes
este perfume que no tiene horario
de yuyo analfabeto y masticable,
de verde suburbano.
Un tren. Lejos. Los índices del humo.
El horizonte tierno como un pasto.
Ir con el tren. Adónde? Adonde sea.
Ir con el tren eléctrico y elástico.
Me gusta ver andar a mi vecina.
Morena. Pies con talco.
En ómnibus al centro. El sol. El verde.
Un tren pitando azul es casi un barco.
La oficina. La gente. La corbata
en su sitio. En sus puestos los semáforos.
En el barrio las calles se desvisten.
La luz y las personas van despacio.
Salta al ómnibus, suelta, mi vecina.
Subo. Ella y su vestido son livianos.
Nos miramos de reojo. Después, nada.
(En un tren yo me le sentaba al lado.)


La oficina. La agenda. La birome.
Voy bien: las ocho menos cuarto.
Casi un barco aquel tren. Cierro los ojos.
Casi un tren. Casi un barco.
Vaivén. De barco y tren. Vaivén eterno.
No me quiero bajar. Esto es un barco.
Esto es un tren.
Esto es un barco.
Esto es un barco.

Ah, un barco.


Osvaldo Guevara de los zapatos de asfalto (1967)

28 de diciembre de 2015

Tú silaba, Jorge Ariel Madrazo

TU SILABA
de luz
¿paliar podrá
duelos
del planeta?
Encajes de la noche turban al
desvelado
lo obseden abismos de
ruina y
rocío
¿Fecundar podrá
tu sílaba de fe
la invasora legión
(prójimos
muertos)
laser curador será?
¿silabeo que restañe olvidos
al canyengue
compás del
final?


El fantasma
Tu día irreal quizás
comience
en esta taza imaginaria
su hipotético café
sólo
existió
ayer y
pensás
no obstante
que
podría ser éste un día como
cualquier otro quién
sería aquel
humanito
que lo sepa vivir
no más tu vida en
esta habitación
tu vida que finge serlo
porque
carne y
huesos pero nadie
nada sabe de tu
orfandad y la taza
del
blanquísimo café
rota en rara galaxia
hace un milenio
Tu boca pronuncia hoy
sílabas incongruentes
Al planeta
no lo conmueve tu sobrevida.
Este momento
de ahora
ya ocurrió. Tu fervor
comienza a cobijarse en el pasado.
Tu sangre la del año próximo
se empeña
la presumida

en fluir.

Jorge Ariel Madrazo

26 de diciembre de 2015

APRÉSTASE el escriba... Jorge Ariel Madrazo

APRÉSTASE el escriba
a blanquear su memoria (rasurar su
barba encanecida)
¿Le ha de quedar al menos
aquel pelo marfil?
¿Y nunca más la empecinada
pasión del alma? ¿Y se lanza
por ello
calle arriba / hecho un poseso
una ánima /en pena?
¿Una / pena sin ánima /
ya casi? ¿Y no atina a confesar
cuánto
lo ahuesa / tamaña turbación? ¿Ni quién /
ha de vivir / para contarlo? ¿Y
soñaría /
con exhibir alguna pose digna
en el final absurdo de su vida /

como nube que vaga y bala /
–perdida oveja– /
por arbitrario cielo?


a Luis Bacigalupo


Jorge Ariel Madrazo

25 de diciembre de 2015

Si a esto llamas "ruidos de la noche", Jorge Ariel Madrazo


Si a esto llamas "ruidos de la noche"
significa que la
noche
ánfora es, desfondando
aguada de ruidos,
lecho pequeño es
para el fornicio de los ruidos

Si no te aterran ruidos de la
noche: no estás vivo
o, quizás, sólo seas inocuo

pretencioso
ser, sin -aún-
estar.
                                         (a Juan García Gayo)


Jorge Ariel Madrazo


24 de diciembre de 2015

Ellos los sumos sacerdotes del error, Jorge Ariel Madrazo

Ellos los sumos sacerdotes del
                              error
(crías de agusanada patria o
         pudridero)
se han conjurado para encender
el fuego

tu pecho acogería
ese destello

algo ¿qué cosa?
pretendía
nacer

En la patria o
agusanado pudridero
donde acecha la esfinge de
cera
alguien revelará:

“Ellos
que del Árbol del Vacío
comieron
y amortajados fueron en ciénagas

de fingimiento

en deshuezamientos de
orfandad

encienden todavía el
fuego el
          pudridero
el sumo sacerdocio
          del error

la patria
agusanada

la esfinge

de cera”

Jorge Ariel Madrazo

23 de diciembre de 2015

De un instante al otro una irreal... Jorge Ariel Madrazo

De un instante al otro una irreal
congoja te aproxima a esas estrellas.
¿Las une acaso tu mirada? ¿Sólo
eso? ¿Por qué entonces la persiana
amaga cerrarse contra tu
pecho? ¿Por qué esas estrellas
al apagarse
te dejan ciega de toda luz?


Jorge Ariel Madrazo

22 de diciembre de 2015

Anoche visité amigos muertos... Jorge Ariel Madrazo



Anoche visité amigos muertos:
descansan (quién diría)
todo su no-tiempo
en jardines cuyos ramos cobijan poemas
y citrus de ignota acidez.

Estaban trajeados y alegres, tanto que me hallé
confesando: —No hubiera jamás creído
Edgar, Francisco, Antonio,
jamás pensé
Gianni, Joaquín, Enrique, Alberto,
Horacio, Celia,
                 hallarlos tan contentos
como si fuese un suspirito vuestro
transcurrir.

Conversamos sobre bares y dragones, y
amores frutecidos en remotos hoteles y
parques con nudillos de niebla. Mateando,
sonreídos, me despidieron con un fulgor
que no olvidaré.

Se escondía en sus miradas el color de una
verdad. Y había en sus labios
una revelación.

( A Edgar Bayley, Francisco Madariaga, Antonio Aliberti,
Gianni Siccardi, Joaquín Giannuzzi, Enrique
Puccia, Enrique Molina, Alberto Vanasco, Horacio
Castillo, Celia Gourinski)


Jorge Ariel Madrazo

21 de diciembre de 2015

El Pregón, Antonio Esteban Aguero

El Pregón

Yo no quiero morir. Es imposible
que yo pueda morir mientras la vida
siga viva en jilgueros y caballos.

Si yo siento la vida deliciosa
como un río de abejas -en febrero,
locas de sol- por las profundas venas.

Si yo tengo mi voz en la garganta,
mi voz plena de nombre, abarcando
el contorno y la esencia de las cosas.

o no quiero morir. Si el mundo nace
cada día de mí como los niños
de la entraña madura de sus madres

Si los árboles nacen de mis ojos;
y las suaves mujeres de mis manos;
y la música nace de mi oído.

Yo no puedo morir, que soy la Vida
porque tengo en los pulsos prisionera
una ardiente pareja de palomas.

¿Y he de morir? ¿He de dejar la tierra
con sus prados y bosques musicales,
con sus aguas, con su fuego rojo?

¿Con sus ciudades y sus barcos negros,
con sus caminos y sus trenes largos,
con la muchacha de color de arena
cuyo cuerpo es un cálido racimo?



Antonio Esteban Aguero

20 de diciembre de 2015

Canción del para qué de las máquinas, Antonio Esteban Agüero

Canción del para qué de las máquinas

Las máquinas existen
para que el pan,
el vino,
y el pez
se multipliquen.

Para que Tú me escuches,
y Yo te mire,
detrás de las fronteras
sobre el último límite.

Y la música sea
la que ordene países.

Y la mano del hombre
con pulgar oponible,
dibuje en la materia
el rostro de los sueños
y ensueños increíbles.

Y el cielo con la Tierra
de nuevo se mariden.

Y los salvajes vientos,
con sus pájaros libres,
recorran nuevamente
los páramos de pronto
vestidos de jardines.

Las máquinas existen
para que el mundo sea
las estrellas de hermosura
que los antiguos dicen.

Y la unidad se cumpla
y la paz se realice.

Las máquinas existen
para que un día Lázaro
otra vez resucite ...

de "Canciones para la voz humana" 
 Antonio Esteban Agüero

19 de diciembre de 2015

Baladilla de los pies descalzos, Antonio Esteban Agüero

Baladilla de los pies descalzos

Morenos, menudos,
de mugre calzados,
que el arroyo quiere
y persigue el barro...
morenos, ligeros,
listos como pájaros;
desdeñan la ojota,
odian el zapato,
¡libres por la senda
van los pies descalzos!
Su dueña: una niña
su dueño: un muchacho
han ido siguiendo
misterios del campo,
un secreto ruido,
un bramido raro,
en la noche: tucos,
en la loma: pájaros,
y siempre perdiendo
o regando rastros,
por noches y días
van los pies descalzos.



Antonio Esteban Agüero

18 de diciembre de 2015

Canción del buscador de Dios, Antonio Esteban Agüero

Canción del buscador de Dios

Siempre buscando;
desde niño buscándolo;
buscando.
A través de la sombra y la neblina;
sumergido en la zona de penumbra
que separa los días de las noches,
y al cristiano también
del no cristiano,
por laberintos de la sangre oscura.
Siempre buscando;
desde niño buscándolo;
buscando.
Golpeando viejas puertas
clausuradas de bronce martillado;
gastando los ojos en las hojas
de antiguos libros muertos;
vigilando la savia cuando sube
por racimos y flores de verano;
escuchando palomas y cigarras;
mirándome en espejos
esta pálida frente,
estas frágiles manos,
esta boca que guarda la palabra,
oyendo la música que llueve
desde el silencio de los astros.
Buscando;
desde niño buscándolo;
preguntando
por las calles donde está la gente,
por caminos del campo.

Por veces mendigando
la respuesta total
a la total pregunta.
Yo quería encontrarlo
(yo solo descubrirlo)
donde quiera que fuese para darle
mi agradecimiento humano,
por la cósmica lumbre que me habita,
por la gota de vida que me nutre,
por este débil corazón desnudo
que siento pulsar en mi costado.

Darle las gracias, sí,
por haberme construido como soy;
de sueño, de madera,
de cóleras y miedos,
de bondad y ternura,
de soledad y de razón pensante,
de claridad,
de sombras, de música y pecado.
Descendí por él a catacumbas,
anduve por túneles cerrados,
batallé con demonios,
conocí a la serpiente
y el abrazo
de su lívido cuerpo
de aceros anillados,
me frecuentaron
dragones y brujas increíbles;
y alguna vez solté, como a villanos,
las locas miradas por el cielo,
lejos de mí del mundo,
desprendidas del ser y de los ojos
el infinito solo navegando.
Y yo buscando;
desde niño buscándolo;
buscando...
Lo imaginaba ajeno,
misterioso,
terrible,
lejano.
Después de muchos viajes,
(ya en la curva más allá de los años)
de tormentosos viajes, con las velas
y los mástiles rotos, circundado
por el horror del mar donde las olas
eran de fría soledad de nada,
recordé una capilla entre los cerros,
los claros cerros de cristal morado,
y una joven pareja que venía
con un niño en brazos;
rememoré la pila con el agua,
las gotas de luz sobre la frente
los maderos en cruz, y la figura
solitaria y herida por los clavos.

Me recordé pequeño.
(el sabor de la sal sobre los labios)
volví a verme pequeño,
y recordé que el nombre que llevaba
era el nombre del niño que sentía
bajar sobre su frente
la santa cruz de agua ...
Yo dije: Dios, oh Dios. Oh Dios.
Aquello fue tremendo,
un cósmico relámpago,
como si el mismo Sol me detonara,
granada solar, entre las manos,
como la luz aquella de la bomba
que aniquiló la tarde en Hiroshima ...
Y dije: Dios, oh Dios. Oh Dios,
y dejé de buscarlo;
campanas sonaban por mi sangre
y dejé de buscarlo;
cantaba un millón de ruiseñores
y dejé de buscarlo ...


Antonio Esteban Agüero

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