Egoísmo
Generalmente paseábamos por
los malecones de Miraflores. Como a todos los adolescentes, las estrellas veraniegas
nos dictaban las preguntas que cada generación reinventa: ingenua filosofía espontánea
que hurga en la materialidad a la búsqueda de esa metafísica esquiva que
produce dioses. Cogidos de la mano, escurriéndonos a ocasionales besos,
valientes ateos conflictuados, Gisela y yo tratábamos de instalar nuestros
catorce años en la confusión del mundo. Eternidad, siempre, nunca, paralelismos
y discordancias, sentidos y exigencias se revolvían como perros inquietos en
busca de un amo generoso pero sobre todo comprensible. He escrito: «como a
todos los adolescentes…» y ese es un abuso egocéntrico.
Despreciábamos a esa plomiza
mayoría que desde temprano se acomoda o acepta ser acomodada en las certezas de
una fe que se presume lógica, en ese vertedero de ideologías absurdas que se
disfrazan de sentido común: Dios (el nuestro, naturalmente)lo ha hecho todo, lo
sabe todo, es todo amor, nos recompensará. Ese mismo dios sabrá por qué no
quisimos aceptar tan económico pasaje a la felicidad o a la resignación. No fue
por la presencia de los niños desarrapados y/o muertos, ni por la proliferación
de hospitales y morgues, ni por los titulares de los diarios (esos cabales
resúmenes de una historia finalmente frívola). ¿Por qué frívola? Porque el
recorrido del hombre por la no menos cruel naturaleza combina dolor con
inutilidad.
Gisela y yo, como es obvio,
íbamos a trascender. No como almas inmortales —idea que nos parecía tan cursi como
imposible— sino, tal cual suelen formularlo revolucionarios o rebeldes, como
eslabones en una cadena que arrancaba en las primeras batallas contra los
neandertal y terminaría (si es que terminaba) en las luminosas oscuridades del
Gran Crunch final del universo. Habíamos leído no sólo el Anti-Dühring y demás
silabarios marxistas sino «Fundación» y visto «2001»; la enloquecida y asesina
gran computadora de esta última película sólo nos pareció graciosa. Pequeña,
rubia, insegura en su espontánea femineidad como yo en mi masculinidad, Gisela contrastaba
con mi enclenque figura, anteojuda y ya con indicios de joroba de biblioteca.
Todavía (la adolescencia es seria) carecíamos del humor necesario para
describirnos como la bella y la bestia. Ahora ella se ríe, cómo no. Es una risa
más bien satisfecha, la de alguien que modestamente acepta una vanidad. Si
hubiera un Dios, le pediría bendecir esa vanidad pero en un mundo sin espejos.
Eslabones… Claro, pensábamos,
esas futuras generaciones de un mundo solar nos recordarían con orgullo y Eslabones…
Claro, pensábamos, esas futuras generaciones de un mundo solar nos recordarían
con orgullo y humildad: ellos, dirían, cumplieron. Sucumbieron en las pestes,
fueron aniquilados en trincheras, se pudrieron en prisiones, colgaron de las
horcas, murieron de dolorosas enfermedades olvidadas, fueron explotados en
plantaciones, fábricas y oficinas, crucificados, apedreados, ahogados,
torturados. Para que nosotros, seres solares, pudiéramos encarnar sus ya
enterrados sueños.
Nos parecía hermoso. Después
de todo la historia no era insensata ni inútil. «Apariencias», decíamos. Como cualquier
teólogo, apostábamos a un sentido cuya vastedad nos deglutía. La humanidad,
decía fervorosamente Gisela, reptaba por una escalera ascendente. Sí, respondía
yo, el individuo se realiza en una comunidad que no sólo existe en el espacio
formal sino también en su cuarta dimensión, el tiempo. Fueron parte de algo,
pronosticábamos que dirían Ellos, son parte de nosotros. No debería
sorprenderme la existencia de teólogos ateos. De eso me río yo, como Gisela se
ríe de su belleza y mi fealdad. Pero la mía no es una risa satisfecha.
Oh milagro: nuestra relación
perduró y nos condujo a una silenciosa boda civil. Asistieron familiares, compañeros
del partido, colegas y amigos: en total unas veinticinco personas arracimadas
en un salón pequeño de la municipalidad de Lima: Miraflores nos pareció pituco.
Nuestra noche de bodas en un hotel de los suburbios nos encontró vírgenes, no sólo
en lo sexual. El himen no fue un problema, pero nos esperaban atroces
aprendizajes. La pobreza, los hijos, la rutina de trabajos idiotas,
la delincuencia, las guerras: nos esforzábamos por encajarlo todo, como
sardinas en una lata, dentro del rubro social. Algún día esa revolución que los
produciría a Ellos nos libraría de la plusvalía y de los resfriados. Nos negábamos a
la originalidad; más grave, éramos ciegos y, me temo, sincera, involuntariamente
deshonestos. En el fondo, creo ahora, teníamos miedo, como todos. Miedo a esas
grandes y vacías verdades finales que me alteran ahora: el «para qué»
irrespondible tras cada idea, tras cada acto. Me niego a seguirme cobijando en
el misterio. Si los dioses son incomprensibles, no existen para nosotros, y ese
«para nosotros» es lo que cuenta.
Porque asistir, día a día,
hora a hora, minuto a eterno minuto a la transfiguración de Gisela, a sus
células proliferantes, a la maldición de su carne enloquecida no es sólo una
tortura. Es una declaración de falta de principios del universo, el eco de algo inexistente, una carcajada de la nada. «Egoísmo» dice mi buen amigo el jesuita
que conocí en el hospital, antes de que enviaran a Gisela a la casa para que se
termine de pudrir en paz y sin molestar.
«Tu tragedia personal. No
involucres a Dios. Quizás le esté preparando a Gisela una felicidad que no
puedes nisoñar». Yo le doy palmaditas en el hombro al buen jesuita y le digo
eso, que es un buen hombre y un buen jesuita.
Que le agradezco esas
bondadosas y retorcidas invenciones, las estafas que transmite de buena fe, las
anteojeras que distribuye tan ansiosamente. Sus ojos me transmiten —al menos
eso creo ver— un terrible mensaje: más vale una mentira que permite vivir que
una verdad asesina. Quizás todos los sacerdotes crean eso, quizás sólo algunos.
¿Hay que aplaudir? Desde Gisela hasta Hiroshima, desde Gisela hasta Auschwitz,
desde Gisela hasta el millón de masacres: ¿egoísmo? ¿Quiere más, padre? La
peste negra, las cruzadas, el hambre en Africa, las montañas de calaveras
erigidas por los mongoles, los niños explotados, el cáncer de todos y todos los
cánceres, no sólo el de Gisela. ¿Suficiente, o nos faltan las matanzas de
brujas, los cadáveres en las autopistas, los psicópatas? Cualquier lista que se haga será incompleta:
¿egoísmo? A Gisela la trajeron hace un mes. Y lo que sucede desde la semana
pasada y que se confirmó hoy en la mañana —la inexplicable remisión del cáncer
de Gisela, su «milagrosa» cura, su condena a seguir viviendo— no cambia
nada: la arbitrariedad sigue vigente. Ella dice que no le importa vivir
físicamente deformada. Nos amamos, dice, y es cierto. ¡Puedo sobrevivir!,
exclama el egoísta. ¡La tengo conmigo y quizás tenga la suerte de morir
primero!, añade el egoísta. No he visto todavía al buen jesuita pero intuyo lo
que me va a decir: «Agradece de rodillas la bondad de Dios». Como si uno se
arrodillara y besara los pies del croupier del casino, que me hizo ganar a
costa de centenares de perdedores. No.
José B. Adolph
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7 de diciembre de 2021
Egoísmo, José B. Adolph
6 de diciembre de 2021
Vendría la Paz, Gloria Fuertes
Vendría la Paz
Si todos los
políticos
se hicieran
poetas,
vendría la paz.
Si todos los
políticos
se hicieran
pacifistas,
vendría la paz.
Si todos los
injustos
se hicieran el
harakiri,
vendría la paz.
Gloria Fuertes
5 de diciembre de 2021
Todavía hay gente que al viento le llama céfiro... Gloria Fuertes
Todavía hay gente
que al viento le llama céfiro...
Todavía hay gente
que al viento le llama céfiro,
y hay quien a lo
cursi lo llama poesía,
y a la Poesía,
locura.
Todavía hay quien
canta a la luna.
¡Yo canto a los
hombres de la luna!
A los arrabales de
la luna,
a los ríos de
leche de la luna;
pero todavía hay
gente que se asusta,
se asusta cuando
una mujer se pone las botas
para pisar mejor
el barro,
se asustan porque
somos listos,
porque Dios está
con nosotros;
ven que nos
quemamos y no comprenden las llamas;
porque componemos
canciones previsoras
y al avisar
gritamos;
porque en nuestros
versos
no hablamos de lo
que siempre se habló en los versos:
las olas, la boca,
los pájaros.
¿Quién dice que en
nuestros versos no hay pájaros?
¿Qué son estos
gritos si no aves heridas?
No amar lo caduco,
lo seco, lo blando.
¡Los poetas amamos
a la sangre!
A la sangre
encerrada en la botella del cuerpo,
no a la sangre
derramada por los campos,
ni a la sangre
derramada por los celos,
por los jueces,
por los guerreros;
amamos a la sangre
derramada en el cuerpo,
a la sangre feliz
que ríe por las venas,
a la sangre que
baila cuando damos un beso.
Cantamos al amor.
A lo fresco.
A lo puro.
¡Estamos hartos de
cuentos!
¡Y que aprendan
los ñoños que el viento es el viento!
Y que cuando se
ama, se ama,
y que sólo es
pecado el mal comportamiento.
Gloria Fuertes
4 de diciembre de 2021
Siempre con los colores a cuestas, Gloria Fuertes
Siempre con los
colores a cuestas
No olvido cuando
rojos y negros
Corríamos delante
de los grises
Poniéndoles
verdes.
Cuando rojos y
verdes
Temblábamos bajo
los azules (de camisa)
Bordada en rojo
ayer.
Asco color marrón
Que siempre huele
a pólvora.
Páginas amarillas
leo hoy
Para encontrar a
un fontanero
Que no me clave.
Siempre con los
colores a cuestas.
Siempre con los
colores en la cara
Por la vergüenza
de ser honesta.
Siempre con los
colores en danza.
Azul contra rojo
Negro contra
marrón
Como si uno fuera
Dalí o Miró.
Gloria Fuertes
De: Mujer de verso
en pecho, 1996.
3 de diciembre de 2021
Os habéis fijado, Gloria Fuertes
Os habéis fijado
En el frío que
pasan las castañeras,
en lo viejas que
son casi todas las catedrales,
en lo déspotas que
son algunos,
en lo golfos que
son los niños pobres,
en lo que hablan
los ebanistas,
en lo vestida que
va la mecanógrafa,
en lo caro que
cuesta todo.
Yo tengo capricho
por un amor nuevo,
y todos son de
segunda mano,
y entre citas y
flautas salen caros.
En el peligro que
corren los albañiles,
tanto o más que
los toreros y que los jefes de Estado.
¡Qué lástima, no
os habéis fijado!
Y todo esto es
peligroso,
muy peligroso para
vuestros cómodos escondrijos.
Gloria Fuertes
De Aconsejo beber
hilo: Diario de una Loca, 2004
2 de diciembre de 2021
Oración, Gloria Fuertes
Oración
Que estás en la
tierra, Padre nuestro,
Que te siento en
la púa del pino,
En el torso azul
del obrero,
En la niña que
borda curvada
La espalda,
mezclando el hilo en el dedo.
Padre nuestro que
estás en la tierra,
En el surco,
En el huerto,
En la mina,
En el puerto,
En el cine,
En el vino,
En la casa del
médico.
Padre nuestro que
estás en la tierra,
Donde tienes tu
gloria y tu infierno
Y tu limbo; que
estás en los cafés
Donde los
pudientes beben su refresco.
Padre nuestro que
estás en la tierra,
En un banco del
Prado leyendo.
Eres ese viejo que
da migas de pan
a los pájaros del
paseo.
Padre nuestro que
estás en la tierra,
En la cigarra, en
el beso,
En la espiga, en
el pecho
De todos los que
son buenos.
Padre que habitas
en cualquier sitio,
Dios que penetras
en cualquier hueco,
Tú que quitas la
angustia, que estás en la tierra,
Padre nuestro que
sí que te vemos
Los que luego
hemos de ver,
Donde sea, o ahí
en el cielo.
Gloria Fuertes
1 de diciembre de 2021
No es todo, Gloria Fuertes
No es todo
“No es todo hacer
una poesía para el pueblo,
sino un pueblo
para la poesía,
por eso escribo
para el niño
y para el
adolescente
que pronto serán
el nuevo pueblo decente.
Mi sitio es estar
en medio del pueblo
y ser un medio del
pueblo
para servir sólo
al pueblo.
Estoy con el
pueblo de donde vine
y adonde voy para
quedarme”
Gloria Fuertes
De Historia de
Gloria 1983
30 de noviembre de 2021
Niños de Somalia, Gloria Fuertes
Niños de Somalia
Yo como
Tú comes
Él come
Nosotros comemos
Vosotros coméis
¡Ellos no!
Gloria Fuertes
En: Mujer de verso
en pecho, 1996
29 de noviembre de 2021
Delfina, Claudio Suárez
Delfina
Por la calle donde trepa
la dispersión áspera del ánimo,
Delfina es la pura cicatriz
de un lastima joven, el rojo granizo
de un corazón golpeado
y un largo silencio de vergüenza.
Hay algo de naufragio
en este obsceno ruido de inclemencias:
victimas que se estorban y
no se reconocen
en las orillas de la noche,
tan llena de realidades imaginadas.
La ciudad se vacía
cultivando la mansedumbre
de los inocentes y en el follaje urbano
quedan otras sombras flotando a la deriva
y también tienen miedo.
El viento sabe lo que es el dolor
y solitario mide las heridas de la tierra
Claudio Suárez
28 de noviembre de 2021
Remolinos de agua, Claudio Suárez
Remolinos de agua
Qué es este obsesivo latido
fabricado por vaya a saber qué extraño
rumor, que las manos del agua
dejan en la orilla.
Hay todavía un adiós
y un sol que pesa como una niebla
en el umbral esmerilado,
que lava la lluvia
dejando caer
en la hondonada, la coartada
de un eco
que suena en otra parte.
No se puede decir con certeza
que señales porfían en los espejos
enfrentados,
bajo esa piel de agua sólo hay silencios
formando remolinos.
Claudio Suárez
27 de noviembre de 2021
Barrancas, Claudio Suárez
Barrancas
¿Y sí nos quedamos aquí
abrazados al perdón de las cosas,
llenos de lluvias y de truenos:
divisando
como las nubes son bandidos celestiales
que se roban el cielo?
En esta greda hay un tiempo
eterno y dilatado cruzando ausencias,
soñando que algunos Dioses
todavía están vivos.
Claudio Suárez
26 de noviembre de 2021
Visión temprana, Claudio Suárez
Visión temprana
Primero fue un viento
la clara ventana inerme como la piedra
y después la sed.
Aún hoy siento los tragos
afiebrados,
todavía soporto sus
destellos.
Claudio Suárez
Parte del día, BABEL
25 de noviembre de 2021
Perspectiva, Claudio Suárez
Perspectiva
Aquel fuego, es ceniza antigua,
acaso la calma tibia de una tristeza
que ya no puedo combatir.
Todo sucede lejos o se apaga
como los pasos
que no doy
De tu presencia guardo,
sobre todo, las huellas que dejaron
tus sonrisas primeras y la confusa
sombra de mi melancolía.
Claudio Suárez
24 de noviembre de 2021
Asunto personal, Claudio Suárez
Asunto personal
No culpo a tu perfil en la ventana,
ni a la copa del nocturno tinto, este traer
hasta mis labios, el deseo desterrado
del paraíso terrenal
y la canción de tu cintura.
Pero hoy el asunto es otro
anhelo la lámpara de tu voz,
estoy solo con las cosas últimas
y toda la oscuridad ha sido herida
con hogueras que evocan la nostalgia.
Claudio Suárez
23 de noviembre de 2021
Ninfa Elena, Claudio Suárez
Ninfa Elena
A mi madre i, m
Todo lo que ahora sé, lo aprendí
de vos, por ese saber que respiró mi
infancia.
Ninfa Elena Rodríguez: susurrada leyenda
de un amor de tan feliz memoria,
que todavía vive.
Organizando el caos de la aurora
tu sonrisa era una apuesta de los
pájaros
mientras un rayo de sol centellea
en tus tachos de geranios.
En la fatiga de tus brazos,
como la sombra que nace del verdor
llegaba el pan del día, el corazón del
silencio
y la navidad del fuego.
Extraviado en tu luz
sé que nada remediara tu ausencia,
la muerte sabe tomar del mundo más
de lo que está permitido.
A luz de mis travesuras te recuerdo,
madre, tu nombre ronda entre las copas
rojas
y tiende a durar más que la vida.
Claudio Suárez
22 de noviembre de 2021
Todo lo visto y vivido, Edgar Bayley
21 de noviembre de 2021
Dificultades con la traducción, Edgar Bayley
20 de noviembre de 2021
Reconquista, Edgar Bayley
RECONQUISTA
1
esto lo digo por el flamenco y el polen
por el aire
por el viaje
que de tanto recorrer
y desandar
se me ha vuelto pan todo romero
2
si estoy o no estoy
(quimera verdad campana)
lo mismo da
para el mar y la araucaria
3
avanzan las sombras y las luces
poco a poco
en la bahía
¿estoy despierto?
¿juego mal?
¿elijo bien la flor de mi destino?
todo es igual
victoria o exterminio
igual al fondo de la gruta
4
la casa la partida
el comején la duda
y engaño altar portón estría
nada importan al topo y al orante
5
florecer florecer
una y otra vez
en la tormenta
agridulce escozor
molienda diaria
todo sirve
6
en este salir entrar
en este incendio
ni esparto ni exorcismo
ni manantial
ni cuenca taza
ni escafandra:
sin auxilios
nada más que el rumbo cierto
7
¿pero en qué ribera
hachón
o salamandra
surgirá la fe o la pregunta?
8
¡qué difícil el rostro
el ademán
la altura!
¡oh qué bueno es estar
de verdad
en todo instante
conservar el bastón en la borrasca
aventar la duda
la señal aciaga
madurar
cobijar la adormidera
inocencia y vigilia en una mano!
9
volver
entonces volver
al sueño
al mediodía
y dejar que convivan los jazmines
con los ojos de buey y los lagartos
10
dejar que un rostro oval
un piano
la sentina
surjan de improviso
en la negra muralla embanderada
11
esto veo lentamente
reconozco el monte y el camino
Edgar Bayley
19 de noviembre de 2021
Los mismos, Edgar Bayley
LOS MISMOS
están muy altas las ramas de ese árbol
pero ascendemos por el aire
por la fragancia
hasta ser los mismos
que el recuerdo y la luz hospedan
la misma enredadera
el mismo búho
reciben la mirada
la palabra que entonces ofrecimos
y la pasada unión
pero el alba
en el silencio de la playa
del bosque antiguo nos desprende
renacemos con el gallo y la tórtola
en tierras distintas
y el agua del arroyo nos lleva de la mano
al móvil reposo
ahora claramente veo
la circular andanza
la puerta de aquel día
la estela azul y la fugaz victoria
estuvo todo bien
está muy bien
por el sendero desciende un leñador
hasta el arroyo
y nos saluda
Edgar Bayley
18 de noviembre de 2021
La sarten, Edgar Bayley
LA SARTEN
una sartén poco usada
sirve a veces para estallar
el aceite y el huevo
para estrellar el blanco
el rojo
el amarillo
por el calor de una llama
silenciosa
sirve el mango también
y el pulso de quien pone
en el plato el huevo embebido
en aceite y unas papas
una sartén usada sólo en ocasiones
sirve para el huevo y las papas
y cuando la fregamos y lavamos
advertimos el riesgo de acordarnos
de embarcarnos de nuevo
en una sartén poco usada
Edgar Bayley
17 de noviembre de 2021
Danza de la muerte, Edgar Bayley
15 de noviembre de 2021
Cambio de estación, Edgar Bayley´
Cambio de estación, Edgar Bayley´
los ruidos de la calle
tan diversos
la agitación del follaje
de los árboles cercanos
el ir y venir de las hormigas
el fin del verano
ponen un orden nuevo
en el peldaño
el estribo
en la cabellera de la noche
un balcón entreabierto
la luz crece como un río
rodando por escaleras
es el primer paso del sueño
en la fogata lejana
un hombre camina solo
se detiene a ratos
observa
escucha una risa
la fiesta está por comenzar
y baila finalmente
con la mujer que lo llamaba en sueños
en la luz y el aire
y en la noche despierta
Edgar Bayley
14 de noviembre de 2021
De todos modos, Edgar Bayley
De todos modos, Edgar Bayley
ella se va sintiéndose llamada
abre este sol su mano extiende
rechazo amor
una quimera
su oficio es ser de todos modos
aquí estará
su nombre sabe
nada la oculta
ni destello falaz
tormenta sol
ni la avenida
vuelve a ser furor helada fauce
presagio estrella nacimiento
aplomo y ansiedad
dulzura imprecación testigo
aquí está
para ser de todos modos
Edgar Bayley
13 de noviembre de 2021
Certidumbre, Edgar Bayley
Certidumbre
un ladrido es un problema de garganta
de corazón más bien
es disonante en un coro de callados
concuerda con el estruendo y la violencia
¿para qué más? ¿qué otra certidumbre?
gota a gota cae el sentido
de las voces y ladridos
las cuerdas vocales han durado
en esta sonora certidumbre
Edgar Bayley
12 de noviembre de 2021
La arena, Edgar Bayley
La arena
hay pisadas en la arena
de damas que pasean junto al mar
castillos por supuesto
gaviotas y allá lejos delfines y un velero
celebro todas las pisadas
y los rastros del viento
hay un pintor junto al mar
un pintor de caballete
y más allá un titiritero
ahora hay calma
pero a veces las tempestades cambian el espectáculo
aquí muy cerca en una ferretería
venden cañas de pescar y los aparejos correspondientes
también está el cielo
abierto
claro
las nubes avanzan hacia el castillo abandonado
nadie ha podido todavía violar los cerrojos
de sus grandes puertas
ni siquiera las nubes
hay una sola ventana abierta
por donde se introducen unos jóvenes músicos
para ensayar sus próximos conciertos
y refugiarse de la arena y del sol
Edgar Bayley
11 de noviembre de 2021
Los desiertos reales, Edgar Bayley
Los desiertos reales, Edgar Bayley
los desiertos reales
los mares imaginarios:
no hay palabras para elogiar a esta magnolia
tampoco hay forma de destruir las palabras
ni el oficio de florista
(guarden compostura: :
en la soga de colgar se agita la flor blanca)
una tez de flores de cerezo:
la última gota de sangre
los desiertos reales
los mares imaginarios
no pueden compararse a esta magnolia.
Edgar Bayley
10 de noviembre de 2021
Bermellón 1, Edgar Bayley
9 de noviembre de 2021
Augurio, Edgar Bayley
AUGURIO
feliz
año
nuevo
digo
lluvia luz ventana
neblina rosa labrador alcázar
río mío balcón
perdí mi nombre
y aquí
ballesta
encuentro
voy naciendo
por solsticios
herbarios
destrucciones
año nuevo
blanca flor brotaste
y el camino que sigo
y la voz
en la playa
a medianoche
y el silencio y la caja
y la ventana habitación el viento
todo lo marchitaste
me digo
no estoy solo
feliz lluvia
luz
ventana
Edgar Bayley
8 de noviembre de 2021
Viaje al Paraguay con Oliverio, Francisco Madariaga
Brillan todos los pájaros y estamos viajando al
Paraguay.
Lejos van quedando las costas del Plata y del
Atlántico.
Las estaciones de andenes con aliento a zorrino
De la Provincia de Buenos Aires,
y la laguna del Tordillo.
A nuestro costado una franja de todos los colores
de la Cuenca del Plata aborda a nuestro barco.
Mi padre y un changador alcohólico, de barbas
rojizas,
nos saludan desde la brillante costa correntina.
Una laguna se ha colocado –como sombrero celestesobre
el camposanto donde viven.
El Río de la Plata se le ha salido del sombrero,
Oliverio,
y desborda en su camarote.
-Pero, che, Madariaga, usted se ha meado todo un estero.
-No, es el agua que usted recogió en la Bahía de
Samborombón,
y la tenía guardada en su sombrero.
Derecho, allá, donde el crepúsculo tiene volteada a
una palmera,
está mi rancho con techo de hojas de palmeras.
Al regresar, entraremos en esos palmares, en una
volanta celeste y negra:
la misma que manejaba Anastasio Jenuario –un negro
rengo-,
conduciendo a mi abuelo en 1881.
Aquel es mi pedazo de recuadro del mundo recibido
Antiguamente por las fieras.
-Che, camarero.
El paquebote se dirige a los esteros paralelos a la
costa.
Quiere vararse en la parte florecida, colorada, verde
y cremosa del estuario.
Hemos varado, pero conozco algunos canoeros que,
Botando con tacuaras rosadas y amarillas, nos
bajarán en una costa firme.
Nos haremos de montados para llegar a algún
puertecillo natural.
Nuestro barco recuperará la marcha.
Ya estamos frente al puerto de Corrientes, y el postre
de la tiniebla entera ya ha llegado.
Durmamos una medianoche, hasta que los monos nos
devuelvan la luna,
y no habrá más peligro de vararse en un estero.
Asunción baila ya su galopa del encuentro,
Arden las mulatas verdes de ojos dorados.
¿Oye el sonido multicolor del canto de ese pájaro,
Oliverio?
Es el pájaro de una princesa guayaki, que se enjoyaba
con los ojos de ese pájaro de infierno.
Estamos en la bahía de Asunción y corre el fuego.
La chiquilla de las naranjas canta en el alba,
descalza y vestida de frutas enarenadas.
Estamos entre jazmines y mosquiteros.
Vamos a comernos todo el mercado.
Raptemos a:
una burrera
una burrera,
una naranjera,
una mendiguera,
una india con las orejas llenas de
frutas,
una galopera,
una canoera,
una yuyera,
una frutillera,
una aguatera,
una cañera,
una payesera,
una cigarrera,
una vendedora de coronas de agua
de ananá
para beber toda la siesta.
Oliverio, nos espían desde sus carpas
las hechiceras:
serán nuestras amigas,
nos ofrecerán las mejores mujeres.
(Antes de morir, Oliverio Girando me invitó a viajar con él a
Paraguay.
El viaje no se llevó a cabo. Después nació este Sueño, en
homenaje al gran poeta y amigo)
Francisco Madariaga
De Criollo del universo
7 de noviembre de 2021
Planeta azul, Francisco Madariaga
Planeta azul
¡La redonda e invisible jornada mía por la
eternidad!
El planeta azul gira y tiene a la muerte como
reina del todo.
No provocar a la reina de infierno.
¡Póngale un santo, amigo, a su bandido!
La fuerza de la estrella del corazón sea tomada
de la mano:
ella es salvaje caridad de agua de cielo
que ha bajado con los vientos de la infinitud,
y un pequeño pedazo de ese cielo sangra y se
enciende con un sueño terrestre.
a mi hijo Lucio
Francisco Madariaga
De Criollo del universo
6 de noviembre de 2021
Rehén de la colina, Francisco Madariaga
5 de noviembre de 2021
Pajarera en el espacio, Francisco Madariaga
4 de noviembre de 2021
Juan L. Ortiz, Francisco Madariaga
Juan L. Ortiz
Mientras se cubre el monte
con una marejada de razas,
nublados de cuchillas hacen sombra
y cruza el parejero de Corrientes.
Atrás, muy atrás, planea una sombrilla
de aves,
vaga se moja la sombra de la tierra
y huye en una tordilla alada.
Francisco Madariaga
3 de noviembre de 2021
Sobre Edgar Bayley, Francisco Madariaga
PRESENTACIÓN
Edgar Bayley alguna vez dijo: “Ahora suena
un poco extraño hablar de vanguardia, porque vivimos tiempos de intemperie, en
los que el creador tiene que defenderse de sí mismo”. Esos tiempos de intemperie a lo que se refería
Bayley son los mismos que vivimos ahora. El poder de la impostación, del
desprecio y de la iniquidad, que él combatió, en especial en el terreno de la
creación poética, no desaparecerán —recordemos que así lo pensaba Van Gogh,
cuando dijo “la miseria no terminará jamás”. La conciencia de un verdadero
artista, siempre alerta, lo sabe.
Reeditar la obra de este poeta y mago es un
acto que dará frutos positivos en muchos seres vivos que ansían impactos de
verdad, sobre todo, verdad poética. Las imágenes reales milagrosas de Bayley lo
lograrán.
Para mí Bayley fue eso y mucho más:
A veces podían ser excesivas su franqueza y
su valentía, pero sus humos o sus rechazos vehementes, como sus celebraciones,
le brotaban, con el color del día más puro, frente a la imbecilidad, la
soberbia ignorante de aquellos “autores que aceptan sin crítica el llamado
lenguaje corriente porque quieren ser ‘efectivos’ y eso no puede ser”, como
dijo el gran narrador brasileño Joao Guimaráes Rosa.
A aquel señor muy alto de imaginación y de
cuerpo de Gran Comandante de Vikingos para la defensa de la poesía, la
libertad: el amor, hoy lo seguimos teniendo entre nosotros —está encantado— en
la tierra de nadie de la poesía, como al máximo fabulador de oro, que aprueba o
desaprueba entre amigos o entre adversarios... Lo tenemos resplandeciente, con
su misterioso Doctor Pi, una relampagueante pelirroja, o una morocha de fuego
lento, que a veces desembarcan de una barcaza hecha con avellanas, con
esmeraldas y con sal verde de un mar de sol: ¿acaso de ese maravilloso Mar de
los Castillos —como lo llamaban en los tiempos coloniales— al mar del más
extremo Este Uruguayo?, que Edgar tanto frecuentó.
FRANCISCO MADARIAGA
Mayo de 1999
De Obras Edgar Bayley
Presentación de Francisco Madariaga y
prologo de Rodolfo Alonso
Edición Julia Saltzmann
Revisión y estudio preliminar: Daniel
Freidemberg
Grijalbo Mondadori 1999