1.000 Maneras trágicas gauchescas de abandonar este valle de lágrimas.
I
A principios del siglo XX se reúnen en la pulpería de San
Javier, Hormiga Fucsia y Porfirio Contrera. Mientras comparten una Bidu Cola
con canapés, y escuchan en la rockola un tema de Loco Mía, pregunta el primero:
-¿Así que se murió el Rudencindo?
-Así es Hormiga. El pobre estaba trabajando de jardinero
en la estancia de Nicomedes Palacios. Desde el amanecer una fina llovizna caía
de manera intermitente. Se había puesto a cortar el pasto con una cortadora a
explosión que carecía de la bolsa recolectora. Los húmedos restos de pasturas
eran expulsados hacia atrás adhiriéndose en la humanidad del Rudecindo. Pasadas
unas tres horas, tanto pasto mojado tenía en el cuerpo que únicamente se le
veían los ojos. Había dejado de llover, y agotado por el esfuerzo que implica
usar la máquina cuando hay mucha humedad, se recostó en el suelo apoyando su
cabeza sobre una piedra, y sin proponérselo se durmió. Fue entonces que
apareció a todo galope uno de los caballos de la estancia.
-No me diga que lo pisó, provocándole heridas que
desencadenaron el fatal desenlace.
-No, pisar no lo pisó. Sucedió algo peor, el matungo se
lo morfó.
Víctor Saturni
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