Cómo Havelock Ellis conoció el amor
(Al gran sexólogo que, según propia confesión, aprendió a amar en su alta edad).
Sólo un niño de Surrey, acunado en el oscuro pánico
de la reina Victoria, robando huracanes
en la proa del velero Empress.
Ése era el Havelock de celestes lagunas,
es decir: ojos iguanas que alumbraban sus
bífidas lenguas, sus ominosas
poluciones nocturnas,
tan nocturnas como el sol del puerto
delirado por el velero de su padre y por
raros fantasmas
sudamericanos.
Pero cuando Havelock adolesció y se adultó
sin jamás jamás
adulterar la lluvia de sus ojos,
danzó platónicos amoríos llamados
agnes
olive
may
Mirábanse bellos y desnudos, como aves
incapaces de volar.
Y así Havelock se casó sin casi saber del sexo
más que el niñito del velero Empress
y conoció a Hilda Doolittle quien era
un gran pájaro blanco al borde
de un acantilado.
Y cuando Havelock fue ya un viejo y
lo amaban todas las mujeres del mundo
Françoise Delisle le reveló un mundo jadeante
entre sus piernas.
Y Havelock Ellis escribió los más bellos tratados sobre el amor
con el estremecido júbilo sombrío del
hombre que, a punto de morir,
desde su ventana descubre, llorando,
la última estrella del universo.
Jorge Ariel Madrazo
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