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5 de abril de 2021

Polonia en Argentina, Witold Gombrowicz

 

Polonia en Argentina, Witold Gombrowicz
 
 
¿Queréis, amigos, que charle con vosotros sobre los polacos en Argentina? Pero, ¿en qué forma? ¿Qué es lo que os interesa? ¿La situación de la colonia polaca actual en Argentina? ¿Cantidad? ¿Ubicación? ¿Organización? ¿Actividades culturales y económicas?
¡Al diablo con este cuestionario, mortalmente aburrido para vosotros y para mí! ¿Verdad que todo eso no os importa en absoluto? Sin embargo —supongo—, os podría interesar otra cuestión, a saber, cómo nos ve a nosotros, los polacos, un argentino; sí, reconoced que eso es para vosotros más apasionante…, incluso cada vez más apasionante a medida que se prolonga vuestro vergonzoso aislamiento y la paradoja de la historia os condena al papel de un villorrio de Europa situado en su mismo centro.
En cambio, Argentina es todo lo contrario. Argentina, aunque geográficamente hablando está perdida en la más extrema periferia, ahogada entre océanos, en realidad es un lugar abierto al mundo, un país internacional, marinero, intercontinental. ¿Y cuál es la imagen que tienen de nosotros en esta Argentina?
Es un tema imposible de agotar en tres palabras. Comencemos por lo que más salta a la vista: el cuerpo, y ya veremos adonde llegamos.
El aspecto físico del polaco resulta aquí… ¿cómo decirlo?…, poco claro, confuso… En Argentina, rebosante de extranjeros, se hace evidente que la estructura corporal del polaco es mucho menos definida que la de los típicos escandinavos o ingleses, e incluso que la de los alemanes, italianos, españoles, rusos o franceses. Los polacos presentan una enorme riqueza de combinaciones físicas, una cantidad ingente de tipos diferentes, una gran abundancia de rostros diversos; es más, a menudo un solo polaco parece tener la nariz de uno, las orejas de otro, el trasero de un tercero; todo esto adornado con una expresión imposible de prever y moviéndose en una dirección gualmente imprevisible, si no en varias direcciones a la vez. Y toda esta torre de Babel de la forma va acompañada de una considerable intensidad de expresión: ¡cuántos santos o asesinos, caudillos o dignatarios, cretinos o brutos no habrá entre nosotros!, ¡con cuánta fuerza se expresan en nosotros el pathos, la capacidad de embaucar, la virtud o la picardía…! El argentino, naturalmente, no percibe todos estos matices, él sólo sabe que a un polaco es difícil reconocerlo por su aspecto; nuestro tipo nacional es para él como esos idiomas extranjeros oídos en el tranvía o en el metro, que le fascinan porque no comprende nada de ellos y ni siquiera es capaz de adivinar grosso modo a qué grupo lingüístico pertenecen; generalmente resulta que se trata del húngaro.
Así pues, la impresión que causa el cuerpo polaco en Argentina podemos definirla con una palabra: diversidad. Diversidad y puede que hasta desorden. Y también: extremismo… Sin hablar, por supuesto, de una serie de rasgos evidentes como que el polaco tendrá la piel más clara, generalmente será rubio, más imponente, más grande y de mayor peso. Pero nada de eso, según mi opinión, es tan importante como esa especie de desorden en el cuerpo, que nos distingue aquí de los demás. Añadamos que los argentinos, tanto hombres como mujeres, son de buen ver y que se caracterizan, al contrario que nosotros, por la armonía y el orden de la forma y por el carácter discreto de su expresión. Precisamente esta discreción hace que la superioridad física nunca constituya aquí un motivo de orgullo, y —como ya he constatado en otra ocasión—, toda superioridad en América del Sur está desprovista de agresividad. Y sobre este fondo armonioso y discreto, nuestro desorden resalta con más fuerza. Sin embargo, este desorden y esta diversidad que nos caracterizan no se limitan sólo a nuestro cuerpo. Los descubrimos asimismo en nuestra manera de ser, y es algo que en Argentina se percibe de una forma incomparablemente más clara que en Polonia. A veces voy en compañía de argentinos a fiestas polacas. Pues bien, un baile argentino es tranquilo, correcto, mediocre y monótono, no puede pasar nada escandaloso, todos tienen un aspecto correcto y visten correctamente, no verás nunca nada que te deje estupefacto… Mientras que una fiesta polaca es como una selva virgen, además forrada de abismos; en ella, junto a lo distinguido reina lo vulgar; cuando alguien abre la boca, nunca se sabe si se va a oír una refinada expresión intelectual o bien una tontería de palurdo; la mundología del emigrante a menudo va del brazo con el sempiterno espíritu retrógrado, el traje de su mujer puede ser tan elegante y modesto como hortera y provinciano, un movimiento discreto de la mano alzada en un gesto de sublime delicadeza puede acabar en un escándalo con bofetadas. No hace mucho, en uno de esos bailes, un elegante ex oficial de caballería, gigante y forzudo, apretó en broma la mano de su pareja, la apretó con tanto sentimiento… que se la rompió… ¡Por puro entusiasmo! Semejantes historias producen en los argentinos admiración, si bien algo confusa. Y esa misma naturaleza impenetrable eslavo-polaca la descubrimos en cualquier otra ocasión…, por ejemplo, en las cartas a la redacción publicadas por los periódicos polacos en Argentina. Es muy instructivo compararlas con las cartas de los lectores en la prensa argentina. El argentino, cuya literatura no tiene punto de comparación con la polaca, y que apenas comienza a probar sus fuerzas en este campo, sabrá, sin embargo, escribir a la redacción una carta clara y llena de sentido común, bastante culta, correcta e impecable por lo que se refiere al estilo y lenguaje. Por lo contrario, la carta del lector polaco puede ser —digo «puede ser», porque no lo es siempre… pero es una amenaza permanente que pesa sobre nosotros— «puede ser», pues, a menudo torpe, desmañada e inmadura.
En el sentido psicológico, la cuestión es más compleja de lo que pueda parecer.
¿A qué atribuir esta seguridad de la forma que caracteriza a la raza latina? Recuerdo mi estupefacción cuando por primera vez hojeé un periódico editado por un grupo de jóvenes poetas locales, todos ellos veinteañeros. ¿Por qué a la edad en que el muchacho polaco aún es tan torpe, ellos, esos adolescentes argentinos de sangre española o italiana, llegan a una madurez precoz que se expresa con facilidad o incluso con elegancia? ¿De dónde nos viene a nosotros, los polacos, esta dolorosa incapacidad de saber estar? Pero, ¿lo verán los argentinos con la misma claridad con que lo veo yo, un polaco, que observa a los polacos en un escenario extranjero? Hay que reconocer que hasta aquí no he dicho nada especialmente nuevo en estas lucubraciones —ya que al fin y al cabo esa «desigualdad» eslava nos preocupa desde hace tiempo—, pero ahora tengo la sensación de entrar en un terreno menos explorado e incluso diría que bastante sorprendente. Escuchad: a raíz de muchas conversaciones con argentinos y de mucho observar, he sacado la conclusión de que para ellos esos defectos de la forma polaca no son en absoluto algo que les disguste, sino que, hasta cierto punto, incluso les impresionan. Cuántas veces me han sorprendido sus reacciones: por ejemplo, esa docilidad con que toleraban las excentricidades y gracias de nuestros bromistas, esos chistosos con una buena melopea encima, esos chicos «con imaginación». —¡Ah, qué ingenioso que es! ¡Qué divertido! —decían mientras yo me ruborizaba de vergüenza. ¿Cómo comprenderlo? ¿Acaso el argentino se deja aterrorizar por el polaco? ¿Acaso nuestro temperamento, más fuerte, vence sobre el suyo? ¿O quizás todas esas planchas y torpezas resultan para ellos exóticas y por lo mismo nada dolorosas ni irritantes? Seguramente, en muchos casos la explicación es ésta, pero tratemos de buscar también una interpretación un poco más profunda. Creo que los argentinos se sienten tan paralizados, y quizás cansados o incluso aburridos por su propia forma, que su reacción a la falta de forma es mucho más benévola de lo que se pudiese esperar. En el polaco, que a mí me horroriza con su incapacidad de saber estar, el argentino descubrirá ante todo a un salvador capaz de conducirlo a la esfera de lo Imprevisible. Quién sabe, a lo mejor lo que más aprecia en el polaco sea el que no se avergüence de ser como es… ¡qué error!… ya que es precisamente la vergüenza la que nos obliga constantemente a excedernos. Probablemente os resulte extraña esta comparación…, pero yo este mundo argentino, aunque tan burgués, lo compararía al mundo de los militares, y el mundo polaco, aunque tan heroico y caballeresco, al mundo de los actores. Ya que los argentinos están gobernados por el «General Forma» que les impone una disciplina de hierro, mientras que entre nosotros reina la bohemia, el alboroto, la pose, los efectos baratos de una farándula que cada noche da un nuevo espectáculo sin saber nunca con cuál va a estallar. La gran verdad que se nos revela sobre nosotros mismos en el extranjero es que somos artificiosos. ¡Pero no os preocupéis! Este artificio puede ser un buen camino hacia unos logros maravillosos, inaccesibles por medio de una sencillez campechana. Este artificio hace que con todos sus defectos los polacos pasen aquí por gente interesante, más interesante y más rica no sólo de los mortalmente aburridos ingleses, holandeses, belgas, suizos, daneses, suecos, noruegos, sino también de muchas otras nacionalidades con auténtico atractivo. El encanto polaco tampoco es únicamente un mito. —¡Sois maravillosamente enervantes! —constató una dama argentina al abandonar una fiesta en mi casa, donde la estuvimos chinchando durante tres horas.
 
Witold Gombrowicz

 
De Peregrinaciones Argentinas El texto de «Peregrinaciones argentinas» fue hallado en 1976 por Rita Gombrowicz, la esposa de Witold, entre los papeles póstumos del autor. Son los primeros textos escritos por Witold Gombrowicz para la sección polaca de Radio Free Europe desde comienzos de 1959 hasta octubre del mismo año. Se trata de veintiséis crónicas, de cuatro páginas dactilografiadas cada una.


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