Un rostro en el otoño
La mujer del otoño llegaba a mi ventana
sumergiendo su rostro entre las vides,
reclinando sus hombros, sus vegetales hombros, en las
nieblas,
buscando inútilmente su pecho resignado a nacer y morir
entre dos sueños.
Desde un lejano cielo la aguardaban las lluvias,
aquellas que golpeaban duramente su dulce piel labrada
por el duelo
[de una vieja estación,
sus ojos que nacían desde el llanto
o su pálida boca perdida para siempre, como en una
plegaria que
[inconmovibles dioses acallaran.
Luego estaban los vientos adormeciendo el mundo entre sus
manos,
repitiendo en sus mustios cabellos enlazados
la inacabable endecha de las hojas que caen;
y allá, bajo las frías coronas del invierno,
el cálido refugio de la tierra para su soledad, semejante
a un presagio,
retornada a su estela como un ala.
Oh, vosotros, los inclementes ángeles del tiempo,
los que habitáis aún la lejanía
-ese olvido demasiado rebelde-;
vosotros, que lleváis a la sombra,
a sus marchitos ídolos, eternos todavía,
mi corazón hostil, abandonado:
no me podréis quitar esta pequeña vida entre dos sueños,
este cuerpo de lianas y de hojas que cae blandamente,
que se muere hacia adentro, como mueren las hierbas.
Olga Orozco
de "Desde lejos" (1946)
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