Culto
Cada vez que
llega ante la sepultura
besa la cruz,
mueve desconsolada
la cabeza de
un lado al otro
y se pone a
ordenar silenciosamente las flores.
Va y viene a
la canilla cercana,
cambia el
agua del cántaro,
y cuida que
las hormigas no avancen
sobre la
tierra todavía removida.
Luego recoge
lentamente sus cosas,
besa de nuevo
hasta mañana la piedra,
y regresa por
la soleada avenida
donde siempre
canta uno de esos pájaros que cantan
en los cementerios.
Horacio
Castillo
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