Leer y poseer libros (1908)
(Ensayo) Herman Hesse
Es muy habitual entre nosotros
considerar cada trozo de papel impreso como un valor, y que todo lo impreso es
fruto de un trabajo intelectual y merece respeto. De vez en cuando se puede
encontrar uno junto al mar o en las montañas a alguna persona aislada cuya vida
no ha sido alcanzada todavía por la marea de papel y para la que un calendario,
un folleto o incluso un periódico son bienes valiosos y dignos de ser
conservados. Estamos acostumbrados a recibir en casa gratuitamente grandes
cantidades de papel, y el chino que piensa que todo papel escrito o impreso es
sagrado nos hace sonreír.
A pesar de todo se ha conservado el respeto al
libro. Aunque últimamente se distribuyen gratuitamente y empiezan a convertirse
aquí y allá en material de saldo. Por lo demás, parece que precisamente en
Alemania, está creciendo el afán de poseer libros.
Claro que todavía no se sabe lo que significa
realmente poseer libros. Muchos se niegan a gastar en libros ni la décima parte
de lo que dedican a cerveza y otras banalidades. Para otros, más anticuados, el
libro es algo sagrado que acumula polvo en la sala de estar sobre un mantelito
de terciopelo.
En el fondo, todo lector auténtico es también
amigo de los libros. Porque el que sabe acoger y amar un libro con el corazón,
quiere que sea suyo a ser posible, quiere volverlo a leer, poseerlo y saber que
siempre está cerca y a su alcance. Tomar un libro prestado, leerlo y
devolverlo, es una cosa sencilla; en general lo que se ha leído así se olvida
tan pronto como el libro desaparece de casa. Hay lectores, especialmente las
mujeres desocupadas, que son capaces de devorar un libro cada día, y para éstos
la biblioteca pública es al fin la fuente adecuada, ya que de todos modos no
quieren coleccionar tesoros, hacer amigos y enriquecer su vida, sino satisfacer
un capricho. A esa especie de lectores, que Gottfried Keller supo retratar tan
bien en una ocasión, hay que dejarla con su vicio.
Para el buen lector, leer un libro significa
aprender a conocer la manera de ser y pensar de una persona extraña, tratar de
comprenderla y quizás ganarla como amigo. Cuando leemos a los poetas, no
conocemos solamente un pequeño círculo de personas y hechos, sino sobre todo al
escritor, su manera de vivir y ver, su temperamento, su aspecto interior, finalmente
su caligrafía, sus recursos artísticos, el ritmo de sus pensamientos y de su
lenguaje. El que quedó cautivado un día por un libro, el que empieza a conocer
y entender al autor, el que logró establecer una relación con él, para ése
empieza a surtir verdaderamente efecto el libro. Por eso no se desprenderá de
él, no lo olvidará, sino que lo conservará, es decir, lo comprará, para leer y
vivir en sus páginas cuando lo desee. El que compra así, el que siempre
adquiere únicamente aquellos libros que le han llegado al corazón por su tono y
por su espíritu, dejará pronto de devorar lectura a ciegas, y con el tiempo,
reunirá a su alrededor un círculo de obras queridas, valiosas en el que hallará
alegría y sabiduría, y que siempre será más valioso que una lectura
desordenada, casual, de todo lo que cae en sus manos.
No existen los mil o cien «mejores libros»;
para cada individuo existe una selección especial de los que le son afines y
comprensibles, queridos y valiosos. Por eso no se puede crear una biblioteca
por encargo, cada uno tiene que seguir sus necesidades y su amor y adquirir
lentamente una colección de libros como adquiere a sus amigos. Entonces una
pequeña colección puede significar un mundo para él. Los mejores lectores han
sido siempre precisamente los que limitaban sus necesidades a muy pocos libros,
y más de una campesina que solamente posee y conoce la Biblia ha sacado de ella
más sabiduría, consuelo y alegría que los que logre extraer jamás cualquier
rico mimado de su valiosa biblioteca.
El efecto de los libros es algo misterioso.
Todos los padres y educadores han hecho la experiencia de creer que daban a un
niño o a un adolescente un libro excelente y escogido en el momento adecuado y
luego han visto que había sido un error. Cada cual, joven o viejo, tiene que
encontrar su propio camino hacia el mundo de los libros, aunque el consejo y la
amable tutela de los amigos puede ayudar mucho. Algunos se sienten pronto a
gusto entre los escritores y otros necesitan largos años hasta comprender lo
dulce y maravilloso que es leer. Se puede comenzar con Homero y acabar con
Dostoievski o al revés; se puede ir creciendo con los poetas y pasar al final a
los filósofos o al revés; hay cien caminos. Pero sólo existe una ley y un
camino para cultivarse y crecer intelectualmente con los libros, y es el
respeto a lo que se está leyendo, la paciencia de querer comprender, la
humildad de tolerar, escuchar. El que solamente lee como pasatiempo, por mucho
y bueno que sea lo que lea, leerá y olvidará y luego será tan pobre como antes.
Pero al que lee como se escucha a los amigos, los libros le revelarán sus
riquezas y serán suyos. Lo que lea no resbalará, ni se perderá, sino que se
quedará con él y le pertenecerá y consolará, como sólo los amigos son capaces
de hacerlo.
Herman Hesse
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