CONVERSANDO CON
JOSE ASUNCIÓN FLORES
He elegido esta clara mañana, hermano mío,
para posar mis duras lámparas en tu mesa,
llegar con gesto tardo para hablarte de cosas
que al recóndito tiemblo de nuestro ser conciernan:
los montes, las surgentes, los niños, la poesía
y esas guaranias tuyas como soles que queman.
Yo no hubiera querido sino cantar contigo.
Sin embargo, tú sabes que todas nuestras flechas
deben hoy aguzarse con nuevos resplandores,
y nuestra voz cargarse de implacables centellas,
como a veces debemos, en vez de miel sonora,
llevar en las gargantas ásperas torrenteras.
¡Y cómo no ha de ser! Si tercamente siguen
los amigos de la hez, la oscura gente aquella
que ya de tanto y tanto golpear en la sombra
supone que es posible quebrantar nuestra fuerza,
sobornar el tranquilo panal de nuestro pecho,
tal vez desarbolarnos de nuestra roja tierra.
¡Tal vez desarbolarnos de la tierra! ¿Comprendes,
comprendes que pretenden arrojarnos afuera
de lo que más amamos: las casas, los palmares,
las llanuras natales? ¡ Es como si pudieran
arrancarle los hijos a una madre, a la noche
las hebras con que puede tejer sus sementeras!
¡Y qué, qué pueden ésos, ésos que desconocen
lo que es sorber el cáliz de las cosas supremas,
lo que es llenar la copa de generoso vino
y ofrecerlo a un amigo como airosa presea,
que al mirar nuestros pasos jamás aquilataron
el granero de sueños que dejan a sus huellas!
Pero nosotros hemos de averiguar un día
cuáles fueron los hijos más fieles, las maderas
de mayor rectitud, cuáles fueron los árboles
que poblaron sus ramas de más altas estrellas,
qué labios se nutrieron de canciones más hondas
y quiénes repartieron las mieses de su alforja.
¡Y qué, qué pueden ésos tramar contra el soberbio
clavel que levantamos con una luz severa,
si ya no les alumbran los densos alimentos
de las verdades simples, la rumorosa veta
del agua y la honradez, que la primer criatura
del mundo comprendía que iba a llevar a cuestas!
He elegido esta clara mañana, hermano mío,
para decirte cosas y escuchar cómo llegas,
colmada la mochila de pan para los hombres,
trazado el alto rumbo sobre la frente inmensa,
y sentir que galopa tu música hacia el alba,
ganada por la boca del pueblo que despierta.
Deja que aquéllos anden con esa exigua luna
ya arrumbada de tanto desgastarse en la piedra;
déjalos que en la inútil penumbra reconozcan
que ya no llevan sangre ni calor en las venas,
y que al tocar sus rostros descubran que palparon
máscaras desoladas de niebla polvorienta.
¡Que arríen sus banderas! Nosotros levantamos
la claridad más pura, la más valiente arena.
¡Déjalos con su sombra! Nosotros activamos
la labor poderosa que hay en las herramientas,
manejamos cordeles de rocío y tenemos
un ancho corazón para poblar la tierra!
Elvio Romero de El sol bajo las raíces (1956)
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