Citas de Relatos de poder II (1971)
La confianza del guerrero no
es la confianza del hombre corriente. El hombre corriente busca la certeza en
los ojos del espectador y llama a eso confianza en si mismo. El guerrero busca
la impecabilidad en sus propios ojos y llama a eso humildad. El hombre
corriente está enganchado a sus semejantes, mientras que el guerrero sólo está
enganchado al infinito.
Hay montones de cosas que un
guerrero puede hacer en un determinado momento y que no habría podido hacer
años antes. Esas cosas no cambiaron; lo que cambió fue su idea de sí mismo.
El único camino posible para
un guerrero es actuar consistentemente y sin reservas. En un momento dado, sabe
lo suficiente del camino del guerrero como para actuar en consecuencia, pero
sus viejos hábitos y rutinas pueden interponerse en su camino.
Para que un guerrero tenga
éxito en cualquier empresa, el éxito debe llegar suavemente; con mucho
esfuerzo, pero sin tensión ni obsesiones.
Es el diálogo interno lo que
ata a la gente al mundo cotidiano. El mundo es de tal y cual manera sólo porque
nos decimos nosotros mismos que es de tal y cual manera. El pasaje al mundo de
los chamanes se abre cuando el guerrero ha aprendido a parar su diálogo
interno.
Cambiar nuestra idea del mundo
es la clave del chamanismo. Y parar el diálogo interno es la única forma de
lograrlo.
Cuando un guerrero aprende a
parar su diálogo interno todo es posible; hasta los proyectos más descabellados
se vuelven factibles.
Un guerrero acepta su suerte,
sea cual sea, y la acepta con total humildad. Se acepta a sí mismo con
humildad, tal como es; no como base para lamentarse, sino como un desafío
vital.
La humildad del guerrero no es
la humildad del mendigo. El guerrero no humilla la cabeza ante nadie y, al
mismo tiempo, tampoco permite que nadie humille la cabeza ante él. El mendigo,
en cambio, enseguida se arrodilla y se arrastra por los suelos ante cualquiera
que considere más encumbrado, pero también exige que alguien aún más inferior
haga lo mismo con él.
Descanso, refugio, miedo: todo
ello no son más que palabras creadoras de estados de ánimo que hemos aprendido
a aceptar sin tan siquiera cuestionarnos su valor.
Nuestros semejantes son magos
negros. Y quienquiera que esté con ellos es también un mago negro sin más.
Piensa un momento. ¿Puedes desviarte de la senda que tus semejantes han trazado
para ti? Mientras permaneces con ellos, tus acciones y pensamientos están
fijados para siempre en sus términos. Eso es esclavitud. El guerrero, en
cambio, está libre de todo eso. La libertad es cara, pero el precio no es
imposible de pagar. Así que teme a tus captores, a tus amos. No desperdicies tu
tiempo y tu poder en temer a la libertad.
Lo malo de las palabras es que
nos hacen sentirnos iluminados; pero cuando nos damos la vuelta para
enfrentarnos al mundo, siempre nos fallan y terminamos enfrentándonos al mundo
como siempre: sin iluminación. Por esta razón, un guerrero busca actuar en vez
de hablar, y para ello obtiene una nueva descripción del mundo, una descripción
en la que hablar no es tan importante y en la que los actos nuevos conllevan
reflexiones nuevas.
Un guerrero ya se considera
muerto, así que no tiene nada que perder. Lo peor ya le ha pasado; por tanto,
se siente tranquilo y sus pensamientos son claros. Nadie que lo juzgase por sus
actos o por sus palabras podría jamás sospechar que lo ha presenciado todo.
El conocimiento es un asunto
de lo más peculiar, especialmente para un guerrero. El conocimiento, para un
guerrero, es algo que, súbitamente, llega, lo envuelve y luego sigue de largo.
El conocimiento llega a un
guerrero flotando como motas de polvo de oro, el mismo polvo que cubre las alas
de las polillas. Así pues, para un guerrero, el conocimiento es como darse una
ducha o recibir una lluvia de motas de polvo de oro oscuro.
Siempre que el diálogo interno
cesa, el mundo se desploma y afloran extraordinarias facetas nuestras, como si
hubieran estado celosamente guardadas por nuestras palabras.
El mundo es insondable. Y
también lo somos nosotros, así como todos los seres que existen en este mundo.
Los guerreros no ganan
victorias golpeándose la cabeza contra los muros, sino rebasando los muros. Los
guerreros saltan sobre los muros, no los derriban.
Un guerrero debe cultivar el
sentimiento de que tiene cuanto necesita para ese viaje extravagante que es su
vida. Lo que cuenta para un guerrero es estar vivo. La vida es suficiente y
completa en sí misma, y por sí misma se explica.
Por eso puede uno decir, sin
presunción, que la experiencia de las experiencias es estar vivo.
El hombre corriente piensa que
entregarse a las dudas y a las tribulaciones es señal de sensibilidad, de
espiritualidad. Lo cierto es que el hombre corriente no puede hallarse más
lejos de ser sensible. Su diminuta razón se convierte, deliberadamente, en el
monstruo o en el santo que imagina ser, aunque en realidad es demasiado
minúscula para un molde de monstruo o de santo de ese tamaño.
Ser un guerrero no es sólo
cuestión de desearlo. Es más bien una lucha interminable que seguirá hasta el
último instante de nuestras vidas. Nadie nace guerrero, como nadie nace hombre
corriente. Somos nosotros quienes nos hacemos lo uno o lo otro.
Un guerrero muere
difícilmente. Su muerte debe luchar para llevárselo. Un guerrero no se entrega
a la muerte tan fácilmente.
Los seres humanos no son
objetos; no tienen solidez. Son seres redondos, luminosos; no tienen límites.
El mundo de los objetos y de la solidez no es más que una descripción que fue
creada para ayudarlos, para facilitar su paso por la Tierra.
Su razón hace que los seres humanos
olviden que la descripción del mundo es tan sólo una descripción, y antes de
que se den cuenta, han atrapado la totalidad de sí mismos en un círculo vicioso
del cual raramente escapan durante su vida.
Los seres humanos son
perceptores, pero el mundo que perciben es una ilusión: una ilusión creada por
la descripción que les contaron desde el momento mismo en que nacieron.
Así pues, el mundo que su
razón quiere sostener es, en esencia, un mundo creado por una descripción que
tiene reglas dogmáticas e inviolables, reglas que su razón aprende a aceptar y
a defender.
La ventaja oculta de los seres
luminosos es que tienen algo que nunca se utiliza: el intento. La maniobra de
los chamanes es la misma que la del hombre corriente. Ambos tienen una
descripción del mundo. El hombre corriente la sostiene con su razón; el chamán,
con su intento. Ambas descripciones tienen sus reglas; pero la ventaja del
chamán es que el intento abarca más que la razón.
Sólo como guerrero se puede
soportar el camino del conocimiento. Un guerrero no puede quejarse ni lamentar
nada. Su vida es un desafío interminable, y no hay modo de que los desafíos
puedan ser buenos o malos. Los desafíos son simplemente desafíos.
La diferencia básica entre un
hombre corriente y un guerrero es que para un guerrero todo es como un desafío,
mientras que para un hombre corriente todo es como una bendición o una
maldición.
La carta ganadora del guerrero
es que cree sin creer. Pero, obviamente, un guerrero no puede decir simplemente
que cree y dejar las cosas ahí. Eso resultaría demasiado fácil. Sólo creer, sin
más, le libraría de examinar su situación. Siempre que un guerrero se implica
con alguna creencia, lo hace porque ésa es su elección. Un guerrero no cree; un
guerrero tiene que creer.
La muerte es el ingrediente
indispensable del tener que creer. Sin la conciencia de la muerte, todo es
ordinario, trivial. Sólo porque la muerte lo acecha es por lo que un guerrero
tiene que creer que el mundo es un misterio insondable. Tener que creer de este
modo es la expresión de la más íntima predilección del guerrero.
El poder pone siempre al
alcance del guerrero un centímetro cúbico de suerte. El arte del guerrero
consiste en ser permanentemente fluido para poderlo atrapar.
El hombre corriente es
consciente de todo sólo cuando piensa que debería serlo; la condición de un
guerrero, en cambio, es ser consciente de todo en todo momento.
La totalidad de nosotros
mismos es algo muy misterioso. Necesitamos solamente una porción muy pequeña de
esa totalidad para llevar a cabo las tareas más complejas de la vida. Pero, al
morir, morimos con la totalidad de nosotros mismos.
Una regla básica para el
guerrero es que toma sus decisiones con tanto cuidado que nada de lo que pueda
ocurrir como resultado es capaz de sorprenderlo; mucho menos, de menguar su
poder.
Cuando un guerrero toma la
decisión de pasar a la acción, debería estar dispuesto a morir. Si está
dispuesto a morir, no habrá tropiezos, ni sorpresas desagradables, ni actos
innecesarios. Todo encajará suavemente en su sitio porque no espera nada.
Un guerrero, como maestro,
debe enseñar ante todo la posibilidad de actuar sin creer y sin esperar
recompensa; de actuar porque sí. Su éxito como maestro depende de lo bien y lo
armoniosamente que guíe a sus pupilos en este aspecto específico.
El guerrero, como maestro,
enseña tres técnicas a su pupilo para ayudarle a borrar su historia personal:
perder la propia importancia personal, asumir la responsabilidad de los propios
actos y utilizar a la muerte como consejera. Sin el efecto benéfico de estas
tres técnicas, el borrar la historia personal le hace a uno furtivo, evasivo e
innecesariamente dudoso de sí mismo y de sus acciones.
No hay manera de librarse de
la autocompasión de una vez por todas. Tiene un papel y un lugar definidos en
nuestras vidas, una fachada definida y reconocible. Así, cada vez que se
presenta la ocasión, la fachada de la autocompasión se activa. Tiene una
historia. Pero si uno cambia la fachada, cambia su lugar de prominencia.
Las fachadas se cambian
modificando los elementos que las componen. La autocompasión resulta útil a
quien se siente importante y merecedor de mejores condiciones y de mejor trato,
o bien a quien no quiere hacerse responsable de los actos que lo condujeron al
estado que suscitó su autocompasión.
Cambiar la fachada de la
autocompasión significa sólo que uno ha asignado un lugar secundario a un
elemento que antes era importante. La autocompasión continúa siendo un rasgo
prominente, pero ahora ha pasado a un segundo plano; al igual que la idea de la
propia muerte inminente, la idea de la humildad del guerrero o la idea de la
responsabilidad por los propios actos estuvieron durante una época en un
segundo plano para un guerrero, sin ser nunca utilizadas hasta el momento en
que se convirtió en guerrero.
Un guerrero reconoce su dolor
pero no se entrega a él. El guerrero que se adentra en lo desconocido no tiene
el ánimo triste; por el contrario, está alegre porque se siente humilde ante su
gran fortuna, porque confía en su espíritu impecable y, sobre todo, porque es
plenamente consciente de su eficacia. La alegría de un guerrero le viene de
haber aceptado su destino y de haber evaluado en verdad lo que tiene delante.
COMENTARIO
Relatos de poder lleva la
marca de mi caída definitiva. En la época en la que tuvieron lugar los
acontecimientos que se narran en el libro sufrí una profunda sacudida
emocional, la crisis del guerrero. Don Juan Matus abandonó este mundo dejando a
sus cuatro aprendices en él. Don Juan se dirigió a cada uno de esos aprendices
y les asignó una tarea. A mí, aquella tarea me parecía un placebo que carecía
del más mínimo significado en comparación con aquella pérdida.
El hecho de no ver nunca más a
don Juan no podía ser aliviado por ninguna pseudotarea. Naturalmente, lo
primero que hice fue suplicarle que me llevara con él.
No estás preparado todavía respondió . Seamos realistas.
Pero podría prepararme en un abrir y cerrar de
ojos, le aseguré.
No lo dudo. Estarías preparado, pero no para
mí. Yo exijo una eficacia perfecta. Exijo un intento impecable y una disciplina
impecable. Tú aún no los tienes. Los tendrás, te estás acercando; pero todavía
no has llegado.
Usted tiene el poder de llevarme, don Juan,
aunque yo no esté a punto y sea imperfecto.
Supongo que sí; pero no lo haré porque sería
un vergonzoso desperdicio. Lo perderías todo, créeme. No insistas. Insistir no
cabe en el mundo de los guerreros.
Aquella afirmación bastó para
detenerme. Pero en mi fuero interno, sin embargo, anhelaba irme con él,
aventurarme más allá de los límites de todo lo que conocía como normal y real.
Cuando llegó el momento en que
abandonó efectivamente el mundo, don Juan se convirtió en una especie de
coloreada y vaporosa luminosidad. Era pura energía, fluyendo libremente en el
universo. En ese momento mi sensación de pérdida fue tan intensa que quise
morir. Prescindí de todo lo que don Juan había dicho y, sin dudarlo, me arrojé
a un precipicio. Pensaba que si hacía eso, don Juan estaría obligado a llevarme
consigo y a salvar cualquier ápice de conciencia que me quedara, muerto y todo.
Pero por razones que me
resultan inexplicables, tanto desde las premisas de mi cognición normal como
desde la cognición del mundo de los chamanes, no morí. Me quedé solo en el
mundo cotidiano, mientras que los tres componentes de mi grupo se dispersaron
por el mundo. Era un desconocido para mí mismo, lo que hacía que mi soledad
fuera más intensa que nunca. Me veía a mí mismo como un infiltrado, como una
especie de espía que don Juan había dejado atrás impelido por oscuras razones.
Las citas tomadas del texto de
Relatos de poder muestran la cualidad desconocida del mundo; no del mundo de
los chamanes, sino del mundo de la vida cotidiana, que es, según don Juan, tan
rico y misterioso como el que más. Lo único que necesitamos para captar las
maravillas de este mundo de la vida cotidiana es tener el suficiente desapego.
Pero, más que desapego, lo que necesitamos es tener el afecto y el abandono
suficientes.
Un guerrero debe amar este mundo me había advertido don Juan , para que este
mundo que parece tan corriente se abra y revele sus maravillas.
Cuando formuló esta afirmación
nos hallábamos en el desierto de Sonora.
Es una sensación sublime dijo
estar en este desierto maravilloso, contemplando sus picos escabrosos de
aquello que parecen montañas y que, en realidad, son formaciones de lava de
volcanes desaparecidos hace largo tiempo. Es una sensación gloriosa descubrir
que algunas de esas pepitas de obsidiana se formaron a unas temperaturas tan
elevadas que todavía conservan la marca de su origen. Tienen muchísimo poder.
Es algo soberbio vagar sin rumbo por aquellos picos escarpados y encontrar
súbitamente un trozo de cuarzo capaz de captar las ondas de radio. El único
inconveniente de tan magnífico cuadro es que para penetrar en las maravillas de
este mundo, o en las maravillas de cualquier otro mundo, un hombre necesita ser
un guerrero: sereno, recogido, indiferente, templado por los embates de lo
desconocido. Tú aún no tienes ese temple. Tu deber es, por tanto, buscar esa
plenitud antes de poder siquiera hablar de aventurarte en el infinito.
He pasado treinta y cinco años
de mi vida buscando la madurez del guerrero. He ido a lugares que desafían toda
descripción, buscando esa sensación de temple ante los embates de lo
desconocido. Me fui discretamente, sin anunciarlo, y regresé del mismo modo. El
trabajo de los guerreros es silencioso y solitario, y cuando los guerreros se
van o regresan, lo hacen tan inadvertidamente que nadie repara en ello. Buscar
la madurez del guerrero de cualquier otro modo sería ostentoso y, por tanto,
inadmisible.
Las citas de Relatos de poder
me trajeron vivamente el recuerdo de que el intento de los chamanes que
vivieron en México en tiempos remotos seguía funcionando impecablemente. La
rueda del tiempo se movía inexorablemente a mi alrededor, obligándome a mirar
en surcos de los que no es posible hablar y mantener la coherencia.
Baste decir
me dijo don Juan en una ocasión
que la inmensidad del mundo, ya sea el mundo de los chamanes o el de los
hombres corrientes, es tan evidente que únicamente una aberración nos impediría
percibirla. Intentar explicar a unos seres aberrantes lo que es andar
extraviado por los surcos de la rueda del tiempo es la cosa más absurda que
podría emprender un guerrero. En consecuencia, el guerrero se asegura de que
sus viajes sean propiedad únicamente de su condición de guerrero.
Carlos Castaneda
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