Quiero explicar que todos los post que fueron subidos al blog están disponibles a pesar de que no se muestren o se encuentren en la pagina principal. Para buscarlos pueden hacerlo por intermedio de la sección archivo del blog ahi los encuentran por año y meses respectivamente. también por “etiquetas” o "categorías de textos publicados", o bajando por la pagina hasta llegar al último texto que se ve y a la derecha donde dice ENTRADAS ANTIGUAS (Cargar más entradas) dar click ahí y se cargaran un grupo más de entradas. Repetir la operación sucesivamente hasta llegar al primer archivo subido.

INSTRUCCIONES PARA NAVEGAR EN EL BLOG:

El blog tiene más contenidos de los que muestra en su pantalla inicial al abrir la página. En la pantalla principal usted vera 5 entradas o posteos o publicaciones. Al llegar a la última que se muestra puede clickear donde dice ENTRADAS ANTIGUAS verá las 5 entradas, posteos o publicaciones anteriores. Puede seguir así y llegará hasta la primera publicación del blog. A la izquierda en la barra lateral (Sidebar) Usted verá el menú ETIQUETAS. Ahí están ubicadas las categorías de los textos publicados, si usted quiere ver poemas de un determinado autor, busca su nombre, clickea ahí y se le abrirán los trabajos de ese autor, Si no le mostró todo lo referido a esa categoría al llegar al final encontrará que dice ENTRADAS MAS RECIENTES, PÁGINA PRINCIPAL Y ENTRADAS ANTIGUAS. Debe clickear en ENTRADAS ANTIGUAS y le seguirá mostrando mas entradas o post con respecto al tema que busca. A la derecha , se encuentra un BUSCADOR, usted puede ingresar ahí el nombre del poema, o texto, o un verso, o autor que busque y le mostrará en la página principal el material que tenga el blog referido a su búsqueda. Debajo del Buscador del Blog encontramos el Menú ARCHIVO DEL BLOG en el cual se muestran los Títulos de las entradas o textos publicados del mes en curso, como así también una pestaña con los meses anteriores en la cual si usted clickea en ella verá los títulos de las entradas publicadas en determinado mes, si le da clic verá dicha entrada y asi año por año y mes por mes. Puede dejar comentarios en cada entrada del blog clickeando en COMENTARIOS al final de cada entrada. El blog es actualizado periodicamente, pudiendo encontrar nuevos textos, fotografías, poemas, videos, imágenes etc...

Gracias por visitar este lugar.




24 de agosto de 2015

XXIII, Jorge Teillier


XXIII

Para qué me preguntas. Todos moriremos.
Eso no me ayuda.
No, realmente no.
Gunnard Ekelof

Lo que importa
es estar vivo
y entrar a la casa
en el desolado mediodía de la vida.

El río pasa recogiendo la calle polvorienta.
Los satélites artificiales pueden rodear la Tierra,
pero nada saben de ellos los bueyes enyugados a las carretas.

Es el mismo de otro siglo el gesto del campesino al
descargar un saco de trigo,
el polvillo de la molienda danza en el sol sin memoria,
escuchamos el trote de los ratones entre los sacos
dormidos en la bodega,
y el oculto resplandor de las cosas
tiene un secreto revelado por los aromos.

Escucho el pitazo del tren
cortando en dos al pueblo.
El pueblo donde pedí tres deseos al comer las primeras cerezas,
donde me regalaron una lámpara humilde que no he vuelto a hallar,
el pueblo que tenía unos pocos miles de habitantes cuando nací,
y fue fundado como un Fuerte
para defenderse de los mapuches
(todo eso era nuestro Far West).
El pueblo donde aún humean mantas junto a cocinas a leña,
y el invierno es la travesía de un tempestuoso océano.

Si me pidieran recordar
algo más allá de las calles donde di los primeros pasos
no sabría mucho que decir.

Creo que he estado en otros países.
He visto día a día en las ciudades vehículos iluminados
como trasatlánticos
llevar rostros fatigados de un matadero a otro.

«La vida es un pretexto para escribir dos o tres versos
cantantes y luminosos» , escribió Alexander Block,
pero tal vez yo no sea de verdad un poeta.

Me amo a mí mismo tanto como a mi prójimo,
pero estoy dispuesto a desaparecer junto a todo mi prójimo.
Puedo rezar sin creer en Dios.
A las noticias del día
suelo preferir leer memorias de oscuros personajes de otras épocas
o contemplar los gorriones picoteando maravillas.

De nuevo alguien ve derrochar
los yuyos su oro al viento.

Alguien va a temer cada mañana que el sol no regrese,
alguien aprenderá a leer en diarios que anuncian
nuevas guerras,
alguien en la noche
va a tomar un carbón encendido para trazar círculos de fuego
que lo protejan de todo mal.

Quedaré solo en un bosque de pinos.

De pronto veré alzarse los muros al canto de los gallos.
Podré pronunciar mi verdadero nombre.
Las puertas del bosque se abrirán,
mi espacio será el mismo que el de las aves inmortales
que entran y salen de él,
y los hermanos desconocidos sabrán que ya pueden reemplazarme.

Debo enfrentar de nuevo al río.
Busco una moneda.
El río ha cambiado de color.
Veo sin temor
la canoa negra esperando en la orilla.


(Septiembre 1963 -febrero 1964, Lautaro-Santiago)

De "Crónica del forastero" 1968

Jorge Teillier

23 de agosto de 2015

Despedida, Jorge Teillier

DESPEDIDA

...el caso no ofrece
ningún adorno para la diadema de las Musas.
Ezra Pound

Me despido de mi mano
que pudo mostrar el paso del rayo
o la quietud de las piedras
bajo las nieves de antaño.

Para que vuelvan a ser bosques y arenas
me despido del papel blanco y de la tinta azul
de donde surgían los ríos perezosos,
cerdos en las calles, molinos vacíos.

Me despido de los amigos
en quienes más he confiado:
los conejos y las polillas,
las nubes harapientas del verano,
mi sombra que solía hablarme en voz baja.

Me despido de las Virtudes y de las Gracias del planeta:
Los fracasados, las cajas de música,
los murciélagos que al atardecer se deshojan
de los bosques de casas de madera.

Me despido de los amigos silenciosos
a los que sólo les importa saber
dónde se puede beber algo de vino,
y para los cuales todos los días
no son sino un pretexto
para entonar canciones pasadas de moda.

Me despido de una muchacha
que sin preguntarme si la amaba o no la amaba
caminó conmigo y se acostó conmigo
cualquiera tarde de esas que se llenan
de humaredas de hojas quemándose en las acequias.
Me despido de una muchacha
cuyo rostro suelo ver en sueños
iluminado por la triste mirada
de trenes que parten bajo la lluvia.

Me despido de la memoria
y me despido de la nostalgia
-la sal y el agua
de mis días sin objeto -

y me despido de estos poemas:
palabras, palabras -un poco de aire
movido por los labios- palabras
para ocultar quizás lo único verdadero:
que respiramos y dejamos de respirar.


Jorge Teillier

Los dominios perdidos, 1992

22 de agosto de 2015

Bella durmiente Siglo XX, Jorge Teillier

Bella durmiente siglo xx

Elle avoit eu le temps de songer..."
Charles Perrault.

¿En qué soñaba la Bella Durmiente
en su sueño que duró cien años?
¿Soñaba con la música muda
de los polvorientos oboes,
o con el hervir de las ollas
que las cocineras descuidaban?

¿Soñaba con los trabajos
de su hermana la Primavera
que sin esfuerzo le preparaba
el encaje de los duraznos
para su boda interminable?
¿O con aquellos dedales de oro
que ella olvidó entregarle
para que la amaran las agujas?

Tal vez soñaba que era una cierva
y que el cocinero piadoso
la hería para salvar a una nuera de una Ogresa.
O soñaba que su hijo era el día
y que la aurora era su hija
y que su abuelo era el tiempo
que pretendía devorarlos.

Tal vez soñaba con bosques
donde no habrá ardillas ni lobos,
ni príncipes que pierden su camino
ni niños que crean en hadas.

Tal vez soñaba con los tiempos
donde se preguntará qué es un pájaro
y donde la luna será sólo
una moneda inservible.

Amigo, no preguntes nunca
en qué soñaba la Bella Durmiente,
que este refrán te lo recuerde:
no hay mejor despertar que el sueño.

Jorge Teillier

De Para un pueblo fantasma, 1978

21 de agosto de 2015

XXII, Jorge Teillier


XXII

«EL viento sabe que vuelvo a casa,
ha detenido el ruido de las goteras de lluvia en el alero.»

Así escribía un poeta hace diez siglos.
Pero ahora el viento ignora quién vuelve a casa.
Por eso grita en estos espacios más fuerte que en las ciudades
en donde muere el tiempo en que todos eran pioneros, guerreros o poetas.

Que siquiera se oiga en los pueblos,
pero también ha perdido su sentido en los pueblos.
Ya no aparecen las bandadas de choroyes y torcazas
que abrumaban los manzanos silvestres.

No hay pudúes, ni guanacos, ni avestruces y los lobos
marinos no se apiñan en las costas.

La tierra daba el triple de lo que le pedían. Las máquinas no alcanzaban a trillar
el trigo de las sementeras. Rebaños innumerables asomaban sus ojos entre los
altos pastizales, las vegas y las llanuras. Sobraba la comida.

Ahora,
bosques quemados.
Tierra
que muestra su desnuda y roja osamenta.
Faltan madera y trigo.

Sobran radios portátiles
y hoy día tenemos televisión.
Sin embargo,
la tierra permanece.

Lo sabe la ciudad en sus pesadillas
y las bombas preparan las mortajas
para los deslumbrantes rascacielos.

Un día
volveremos al primer fuego.
Y los sobrevivientes
apenas podrán conservar

un ramo de gencianas y una palabra amada.

Jorge Teillier

20 de agosto de 2015

Ahora que de nuevo, Jorge Teillier

AHORA QUE DE NUEVO

Ahora que de nuevo nos envuelve el Invierno
enemigo de los vagos y los ebrios,
el viento los arrastra como a las hojas del diario de la tarde
y los deja fuera de las Hospederías,
los hace entrar a escondidas a dormir hasta en los confesionarios.

Conozco esas madrugadas
donde buscas a un desconocido y un conocido te busca
sin que nadie llegue a encontrarse
y los radiopatrullas aúllan amenazantes
y el Teniente de Guardia espera con su bigotito de aprendiz de nazi
a quienes sufrirán la resaca por no pagar la multa.

Ahora que de nuevo nos envuelve el Invierno
pienso en escribir
sobre los areneros amenazados por la creciente
sobre un reo meditabundo
que va silbando una canción,
sobre las calles del barrio
donde los muchachos hostiles al forastero buscan las monedas para el flipper
y los dueños del almacén de la esquina
esperan entumecidos al último cliente,
mientras en el clandestino
los parroquianos no terminan nunca su partida de dominó.

Ahora que de nuevo nos envuelve el Invierno
pienso que debe estar lloviendo en la Frontera.
sobre los castillos de madera,
sobre los perros encadenados,
sobre los últimos trenes al ramal.
Y vivo de nuevo
junto a Pan de Knunt Hamsun lleno de fría luz nórdica y exactos gritos de aves acuáticas,
veo a Block errando por San Peterburgo contemplado por el jinete de Bronce
y saludo a Sharp, a Dampier y a Ringrose jugándose en Juan Fernández el botín robado en la
Serena.

Me han llegado poemas de amigos de provincia
hablando de una gaviota muerta sobre el techo de la casa
del rincón más oscuro de una estrella lejana
de navíos roncos de mojarse los dedos.

Y pienso frente a una chimenea que no encenderé
en largas conversaciones junto a las cocinas económicas
y en los hermanos despojados de sus casas y dispersos por todo el mundo huyendo de los
Ogros
esos hermanos que han llegado a ser mis hermanos
y ahora espero para encender el fuego.

Jorge Teillier

De Cartas para reinas de otras primaveras, 1985

19 de agosto de 2015

La mecha, Aldo Luis Novelli

la mecha

decís: "todo va a explotar!"
y vos que vas a hacer?

encender la mecha?
correr para salvarte solo?
dar la alarma para salvar a todos?

o intentar apagar la mecha?.


Aldo Luis Novelli

18 de agosto de 2015

Etimología del divorcio, Felipe Angellotti

Etimología del divorcio

Por qué nos admiramos de la rebeldía de la mujer hacia el hombre, si ya Lilith -la primera mujer de Adán- reclamaba sus derechos al decirle a éste, que ella fue hecha de arcilla al igual que él y, por lo tanto, significaba una sumisión acostarse debajo de él para hacer el amor.
Las veces que era requerida por Adan, ella se negaba rotundamente para finalmente irse del paraíso volando con alas que Dios le fabricó, así se convierte en "Reina de los súcubos", demonios femeninos.
Adán cuando conoce a Eva ,creada por Dios de su costilla, opuesta a Lilith por su sumisión ,se mesa la barba y piensa:
Quiero separarme de Lilith ,tengo que crear una palabra que nos separe para siempre. Ya sé ,de todas maneras con los años ese mismo vocablo será utilizado en la legislación romana para señalar separación. La llamaré divorcio .
De ahí que Adán y Lilith, son los primeros divorciados del mundo, aunque sin papeles y sin costo de abogados que para aquella época no existían.
¿No habrán sido creados por Lilith?



Felipe Angellotti

17 de agosto de 2015

Felipe Angellotti, Baila Laura muevete



Felipe Angellotti, Baila Laura muevete 
Café Literario del Jueves 10 de Diciembre de 2009, en Big Pancho, Sarmiento 269, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Cuyo tema fue LA DANZA y coordino la velada Felipe Angellotti.

16 de agosto de 2015

No busques, no, Vicente Aleixandre

NO BUSQUES, NO

Yo te he querido como nunca.
Eras azul como noche que acaba,
eras la impenetrable caparazón del galápago
que se oculta bajo la roca de la amorosa llegada de la luz.

Eras la sombra torpe
que cuaja entre los dedos cuando en tierra dormimos solitarios.

De nada serviría besar tu oscura encrucijada de sangre alterna,
donde de pronto el pulso navegaba
y de pronto faltaba como un mar que desprecia a la arena.

La sequedad viviente de unos ojos marchitos,
de los que yo veía a través de las lágrimas,
era una caricia para herir las pupilas,
sin que siquiera el párpado se cerrase en defensa.

Cuán amorosa forma
la del suelo las noches del verano
cuando echado en la tierra se acaricia este mundo que rueda,
la sequedad obscura,
la sordera profunda,
la cerrazón a todo,
que transcurre como lo más ajeno a un sollozo.

Tú, pobre hombre que duermes
sin notar esa luna trunca
que gemebunda apenas si te roza;
tú, que viajas postrero
con la corteza seca que rueda entre tus brazos,
no beses el silencio sin falla por donde nunca
a la sangre se espía,
por donde será inútil la busca del calor
que por los labios se bebe
y hace fulgir el cuerpo como con una luz azul si la noche es de plomo.

No, no busques esa gota pequeñita,
ese mundo reducido o sangre mínima,
esa lágrima que ha latido
y en la que apoyar la mejilla descansa.



Vicente Aleixandre de La destrucción o el amor (1935)

15 de agosto de 2015

Resaca, Vicente Aleixandre

RESACA

Un alma un velo o un suspiro
un rápido paso camino de la luz
un entrever difuso (luz espérame)
esa esperanza ahogada por la prisa

Este ancho mar permite la clara voz nacida
la desplegada vela verde
ese batir de espumas a infinito
a la abierta envergadura de los dos brazos distantes

Oh horizonte de viento quieto lejanía
Sospechas de dos mariposas de virgen
aquí donde las ondas son kilómetros

Una dulce cabeza una flor de carbón navegan solas
Solo faltaría una pluma una pluma compuesta
hecha de dedos ciegos
de abandonados ya propósitos de anteayer distante

Así para tocarse para comprobar la frente o el cuello
la carencia de sangre
ese reflejo verde parado por las venas
mientras cercados por la densa ojera
están hundidos dos besos morados

La flor en el agua no es un gemido
No quemada no ardida boga callando
reservando su perfume implacable
para correr como loco por las arterias ausentes
La embriaguez de entonces, la belleza serena
la voz naciente
el mundo que adviene
abrázame mientras tanto
que al fin me entere yo cómo sabe una piel que sorprende

Quién sabe si estas dos manos
dos montañas de pronto
podrán acariciar la minúscula pulpa
o ese dientecillo que sólo puede tocarse con la yema

Si abandono mi mano sobre tu pecho
oh no mueras como un suspiro aplastado
no disimules tu calidad de onda al fin opresa
Pervive oh mía aquí sobre la playa ahora en fin que no vivo
que puedo tenderme en forma de espuma y bañar unos pies no presentes
para retirarme a mi seno donde extremos navegan
 


Vicente Aleixandre, de Espadas como labios, Madrid, Espasa-Calpe, 1932.

14 de agosto de 2015

Después de la muerte, Vicente Aleixandre

DESPUÉS DE LA MUERTE

La realidad que vive
en el fondo de un beso dormido,
donde las mariposas no se atreven a volar
por no mover el aire tan quieto como el amor.

Esa feliz transparencia
donde respirar no es sentir un cristal en la boca,
no es respirar un bloque que no participa,
no es mover el pecho en el vacío
mientras la cara cárdena se dobla como la flor.

No.
La realidad vivida
bate unas alas inmensas,
pero lejos -no impidiendo el blando vaivén de las flores en que me muevo,
ni el transcurso de los gentiles pájaros
que un momento se detienen en mi hombro por si acaso...

El mar entero, lejos, único,
encerrado en un cuarto,
asoma unas largas lenguas por una ventana donde el cristal lo impide,
donde las espumas furiosas amontonan sus rostros
pegados contra el vidrio sin que nada se oiga.

El mar o una serpiente,
el mar o ese ladrón que roba los pechos,
el mar donde mi cuerpo
estuvo en vida a merced de las ondas.

La realidad que vivo,
la dichosa transparencia en que nunca al aire lo llamaré unas manos,
en que nunca a los montes llamaré besos
ni a las aguas del río doncella que se me escapa.
La realidad donde el bosque no puede confundirse
con ese tremendo pelo con que la ira se encrespa,
ni el rayo clamoroso es la voz que me llama
cuando -oculto mi rostro entre las manos- una roca a la vista del águila
puede ser una roca.

La realidad que vivo,
dichosa transparencia feliz en la que el sonido de una túnica,
de un ángel o de ese eólico sollozo de la carne,
llega como lluvia lavada,
como esa planta siempre verde,
como tierra que, no calcinada, fresca y olorosa,
puede sustentar unos pies que no agravan.

Todo pasa.
La realidad transcurre
como un pájaro alegre.
Me lleva entre sus alas
como pluma ligera.
Me arrebata a la sombra, a la luz, al divino contagio.
Me hace pluma ilusoria
que cuando pasa ignora el mar que al fin ha podido:
esas aguas espesas que como labios negros ya borran lo distinto.



Vicente Aleixandre de La destrucción o el amor (1935)

13 de agosto de 2015

Noche sinfónica, Vicente Aleixandre

 NOCHE SINFÓNICA

La música pone unos tristes guantes,
un velo por el rostro casi transparente,
o a veces, cuando la melodía es cálida,
se enreda en la cintura penosamente como una forma de hierro.

Acaso busca la forma de poner el corazón en la lengua,
de dar al sueño cierto sabor azul,
de modelar una mano que exactamente abarque el talle
y si es preciso nos seccione como tenues lombrices.

Las cabezas caerían sobre el césped vibrante,
donde la lengua se detiene en un dulce sabor a violines,
donde el cedro aromático canta
como perpetuos cabellos.

Los pechos por tierra tienen forma de arpa,
pero cuán mudamente ocultan su beso,
ese arpegio de agua que hacen unos labios
cuando se acercan a la corriente mientras cantan las liras.

Ese transcurrir íntimo,
la brevísima escala de las manos al rodar:
qué gravedad la suya cuando, partidas ya las muñecas,
dejan perderse su sangre como una nota tibia.

Entonces por los cuellos dulces melodías aún circulan,
hay un clamor de violas y estrellas
y una luna sin punta, roto el arco,
envía mudamente sus luces sin madera.

Qué tristeza un cuerpo deshecho de noche, qué silencio,
qué remoto gemir de inoíbles tañidos,
qué fuga de flautas blancas como el hueso
cuando la luna redonda se aleja sin oído.


Vicente Aleixandre  de La destrucción o el amor (1935)

12 de agosto de 2015

La palabra, Vicente Aleixandre

LA PALABRA

Esas risas esos otros cuchillos esa delicadísima penumbra
Abre las puertas todas
Aquí al oído voy a decir
(Mi boca suelta humo)
Voy a decir
(Metales sin saliva)
Voy a hablarte muy bajo
Pero estas dulces bolas de cristal
estas cabecitas de niño que trituro
pero esta pena chica que me impregna
hasta hacerme tan negro como un ala
Me arrastro sin sonido
Escúchame muy pronto
En este dulce hoyo no me duermo
Mi brazo qué espesura
Este monte que aduzco en esta mano
este diente olvidado que tiene su último brillo
bajo la piedra caliente
bajo el pecho que duerme
Este calor que aún queda mira ¿lo ves? allá más lejos
en el primer pulgar de un pie perdido
adonde no llegarán nunca tus besos
Escúchame Más más
Aquí en el fondo hecho un caracol pequeñísimo
convertido en una sonrisa arrollada
todavía soy capaz de pronunciar el nombre
de dar sangre
Y...
Silencio
Esta música nace de tus senos
No me engañas
aunque tomes la forma de un delantal ondulado
aunque tu cabellera grite el nombre de todos los horizontes
Pese a este sol que pesa sobre mis coyunturas más graves

Pero tápame pronto
Echa tierra en el hoyo
que no te olvides de mi número
que sepas que mi madera es carne
que mi voz no es la tuya
y que cuando solloces tu garganta
sepa distinguir todavía
mi beso de tu esfuerzo
por pronunciar los nombres con mi lengua

Porque yo voy a decirte todavía
porque tú pisas caracoles
que aguardaban oyendo mis dos labios


Vicente Aleixandre

11 de agosto de 2015

Mi voz, Vicente Aleixandre

 MI VOZ

He nacido una noche de verano
entre dos pausas Háblame te escucho
He nacido Si vieras qué agonía
representa la luna sin esfuerzo
He nacido Tu nombre era la dicha
Bajo un fulgor una esperanza un ave
Llegar llegar El mar era un latido
el hueco de una mano una medalla tibia
Entonces son posibles ya las luces las caricias la piel el horizonte
ese decir palabras sin sentido
que ruedan como oídos caracoles
como un lóbulo abierto que amanece
(escucha escucha) entre la luz pisada

Vicente Aleixandre de Espadas como labios, M., Espasa-Calpe, 1932.
Vicente Aleixandre

Vicente Pío Marcelino Cirilo Aleixandre y Merlo (Sevilla, 26 de abril de 1898 – Madrid, 13 de diciembre de 1984) fue un poeta español de la llamada Generación del 27.
Elegido académico en sesión del día 30 de junio de 1949, ingresó en la Real Academia Española el 22 de enero de 1950. Ocupó el sillón de la letra O.
Premio Nacional de Literatura en 1933 por La destrucción o el amor,1 Premio de la Crítica en 1963 por En un vasto dominio, y en 1969, por Poemas de la consumación, y Premio Nobel de Literatura en 1977.
Su obra poética presenta varias etapas: pura, surrealista, antropocéntrica y de vejez.

Poesía pura

Su primer libro, Ámbito, compuesto entre 1924 y 1927 y publicado en Málaga en 1928, es la obra de un poeta incipiente, que aún no ha encontrado su propia voz. Predomina el verso corto asonantado y la estética de la poesía pura juanramoniana y guilleniana, además de ecos ultraístas y de la poesía clásica española de la Edad de Oro, especialmente Fray Luis de León y Góngora.

 Poesía surrealista

En los años siguientes, entre 1928 y 1932, se produce un cambio radical en su concepción poética. Inspirado por los precursores del surrealismo (en especial por Arthur Rimbaud y Lautréamont) y por Freud, adopta como forma de expresión el poema en prosa (Pasión de la Tierra, de 1935) y el verso libre (Espadas como labios, de 1932; La destrucción o el amor, de 1935, Sombra del Paraíso, de 1944). La estética de estos poemarios es irracionalista, y la expresión se acerca a la escritura automática, aunque sin aceptar la misma como dogma de fe. El poeta celebra el amor como fuerza natural ingobernable, que destruye todas las limitaciones del ser humano, y critica los convencionalismos con que la sociedad intenta apresarlo.

Poesía antropocéntrica

Tras la guerra, su obra cambia, acercándose a las preocupaciones de la poesía social imperante. Desde una posición solidaria, aborda la vida del hombre común, sus sufrimientos e ilusiones. Su estilo se hace más sencillo y accesible. Dos son los libros fundamentales de esta etapa: Historia del corazón, de 1954 y En un vasto dominio, de 1962.

Poesía de vejez


En sus últimos libros (Poemas de la consumación, de 1968, y Diálogos del conocimiento, de 1974), el estilo del poeta vuelve a dar un giro. La experiencia de la vejez y la cercanía de la muerte le llevan de vuelta al irracionalismo juvenil, aunque en una modalidad extremadamente depurada y serena. A estos dos títulos canónicos, esto es, de los publicados en vida por el propio poeta, podría añadirse un tercero, «En gran noche», de aparición póstuma, en 1991, y en la misma línea metafísica y reflexiva que los dos anteriores.

10 de agosto de 2015

Unidad en ella, Vicente Aleixandre

UNIDAD EN ELLA

Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,
rostro amado donde contemplo el mundo,
donde graciosos pájaros se copian fugitivos,
volando a la región donde nada se olvida.

Tu forma externa, diamante o rubí duro,
brillo de un sol que entre mis manos deslumbra,
cráter que me convoca con su música íntima,
con esa indescifrable llamada de tus dientes.

Muero porque me arrojo, porque quiero morir,
porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera
no es mío, sino el caliente aliento
que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo.

Deja, deja que mire, teñido del amor,
enrojecido el rostro por tu purpúrea vida,
deja que mire el hondo clamor de tus entrañas
donde muero y renuncio a vivir para siempre.

Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo,
quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente
que regando encerrada bellos miembros extremos
siente así los hermosos límites de la vida.

Este beso en tus labios como una lenta espina,
como un mar que voló hecho un espejo,
como el brillo de un ala,
es todavía unas manos, un repasar de tu crujiente pelo,
un crepitar de la luz vengadora,
luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza,
pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo.



Vicente Aleixandre  de La destrucción o el amor (1935)

9 de agosto de 2015

Tragedia en Harlem, O. Henry

 Tragedia en Harlem, O. Henry

Harlem. La señora Fink acaba de entrar en casa de la señora Cassidy, que vive en el piso debajo del suyo.
-¿Has visto qué hermosura? -dijo la señora Cassidy.
Volvió el rostro con orgullo para que su amiga la señora Fink pudiese verlo. Tenía uno de los ojos casi cerrado, rodeado por un enorme moretón de un púrpura verdoso. También tenía un corte en el labio, que le sangraba un poco, y a ambos lados del cuello se veían marcas rojas de dedos.
A mi marido no se le ocurriría jamás hacerme una cosa semejante -manifestó la señora Fink, tratando de ocultar su envidia.
-Yo no viviría con un hombre -declaró la señora Cassidy- que no me pegase al menos una vez a la semana. Eso demuestra que te tiene por algo. ¡Aunque esta última dosis que me ha dado Jack no se puede decir que haya sido con cuentagotas! Todavía veo las estrellas. Pero será el hombre más dulce de la ciudad durante toda la semana, como indemnización. Este ojo vale lo suyo a cambio de unas entradas de teatro y una blusa de seda.
-Me atrevo a esperar -dijo la señora Fink, simulando complacencia- que el señor Fink sea demasiado caballero para atreverse jamás a ponerme la mano encima.
-¡Venga ya, Maggie! -dijo riéndose la señora Cassidy, mientras se untaba el ojo con linimento de avellano-, lo que pasa es que tienes envidia. Tu viejo está demasiado cascado y es demasiado lento para darte un puñetazo. Se limita a sentarse y a hacer gimnasia con un periódico cuando llega a casa. ¿O no es verdad?
-Es cierto que el señor Fink se embebe en los periódicos cuando llega -reconoció la señora Fink, asintiendo con la cabeza-; pero también es cierto que jamás me toma por un Steve O’Donnell sólo para divertirse, eso desde luego que no.
La señora Cassidy se rió con la risa satisfecha de la matrona feliz y protegida. Con el aire de una Cornelia exhibiendo sus joyas, se bajó el cuello del quimono y descubrió otro hematoma allí atesorado, de color marrón y con un cerco naranja y oliváceo. Un buen cardenal sin lugar a dudas, pero que sin embargo sería recordado con amor por su valía.
La señora Fink se rindió. Su ceremoniosa mirada se suavizó para convertirse en envidia y admiración. Ella y la señora Cassidy habían sido compañeras de trabajo en la fábrica de papel del sur de la ciudad antes de casarse, hacía un año. Ahora, ella y su hombre ocupaban el piso de arriba del de Mame y el suyo. Así que no podía andar fingiendo con su amiga.
¿Y no te duele cuando te zurra? -preguntó con curiosidad la señora Fink.
¡Dolerme! -exclamó la señora Cassidy lanzando un grito de gozo con su voz de soprano-. Dime, ¿se te ha caído alguna vez encima una casa de ladrillo? Bueno, pues eso es lo que se siente; como cuando te están desenterrando de entre los cascotes. Jack tiene una izquierda que vale por dos sesiones de tarde y un nuevo par de zapatos Oxford, ¡y no digamos su derecha! Su derecha supone un viaje a Coney Island y seis pares de carretes de encaje de seda escocesa calada como desagravio.
-Pero ¿por qué te pega? -preguntó la señora Fink con los ojos muy abiertos.
-¡Qué tonta eres! -exclamó la señora Cassidy con indulgencia . Pues porque viene cargado. Suele ser los sábados por la noche.
-Pero ¿qué motivo le das tú? -insistió la señora Fink empecinada en su pesquisa.
-¿Pues no me he casado con él? Jack llega borracho y yo estoy aquí, ¿no? ¿A quién más tiene derecho a pegar? ¡Y que no lo coja yo pegando a ninguna otra persona! A veces es porque la cena no está lista, y a veces porque sí. Jack no anda mirando los motivos. Simplemente se pone a beber hasta que se acuerda de que está casado, y entonces se viene para casa y la toma conmigo. Los sábados por la noche aparto los muebles con esquinas picudas para no abrirme la cabeza cuando pone manos a la obra. ¡Tiene un gancho de izquierda que te deja temblando! A veces me doy por vencida en el primer asalto; pero cuando tengo ganas de divertirme durante la semana, o me apetece algún trapito nuevo, entonces me levanto para que me siga castigando. Eso es lo que hice anoche. Jack sabe que llevo un mes deseando una blusa de seda, y no me pareció que un ojo morado fuese suficiente para conseguirla. Te voy a decir una cosa, Mag, apuesto lo que quieras a que me la trae esta noche.
La señora Fink estaba sumida en profundos pensamientos.
-Mi Mart -dijo- no me ha dado una paliza en su vida. Es como tú has dicho, Mame; llega a casa de mal humor y no dice ni una sola palabra. Nunca me lleva a ningún sitio. Por toda diversión se dedica a hacer en casa de calientasillas. Me compra cosas, pero lo hace con aire tan abatido que nunca las aprecio.
La señora Cassidy rodeó a su amiga con el brazo.
-¡Pobrecita mía! -dijo-. Pero es que no todo el mundo puede tener un marido como Jack. El matrimonio no sería un fracaso si todos fueran como él. Todas esas mujeres descontentas de las que se habla lo único que necesitan es un hombre que llegue a casa y les dé una paliza una vez a la semana, para convertirla luego en besos y crema de chocolate. Eso les daría alguna ilusión de vivir. Lo que yo quiero es un hombre dominante que te zurra cuando llega e juerga y te abraza cuanto está sereno. ¡Que Dios me libre del hombre que no tiene agallas para hacer ninguna de las dos cosas!
La señora Fink suspiró.
De repente se oyeron ruidos en el vestíbulo. La puerta se abrió al instante ante la patada del señor Cassidy. Traía los brazos cargados de paquetes. Mame voló hacia él y le echó los brazos al cuello. Su ojo morado resplandecía con la luz de amor que brilla en los ojos de la doncella maorí cuando recobra el sentido en la cabaña después de haber sido golpeada y arrastrada hasta allí por su pretendiente.
-¡Hola, guapísima! -exclamó el señor Cassidy.
Dejó los paquetes y la levantó en volandas con un poderoso brazo.
-Tengo entradas para el circo Barnum and Bailey’s, y si deshaces uno de esos paquetes es muy posible que encuentres esa blusa de seda que querías... Perdón, señora Fink, muy buenas tardes, no la había visto a usted. ¿Cómo anda el bueno de Mart?
-Muy bien, señor Cassidy, muchas gracias -dijo la señora Fink-. Y ahora tengo que subir ya. Mart llegará pronto a cenar. Mañana te traeré el patrón que querías, Mame.
La señora Fink subió a su casa y se echó a llorar un poco. Era el suyo un llanto sin sentido, ese tipo de llanto que sólo entienden las mujeres, un llanto enteramente absurdo, sin una causa concreta, el más efímero y desesperado de todos los llantos que existen en el repertorio del dolor. ¿Por qué Martin no la había golpeado nunca? Era tan alto y tan fuerte como Jack Cassidy. ¿Es que ella no le importaba nada? Nunca discutía; llegaba a casa y se dejaba caer a la bartola, callado, taciturno, inmóvil. Era un proveedor relativamente decente, pero nada sabía del picante de la vida.
El barco de sueños de la señora Fink estaba en calma chicha. Su capitán iba de su budín de pasas a su hamaca. ¡Si al menos hiciese temblar las cuadernas o le diese patadas al alcázar de vez en cuando! ¡Y ella que había soñado con zarpar alegremente, llegando a tocar puerto en las islas Deliciosas! Pero ahora, para variar, estaba dispuesta a tirar la toalla, exhausta, con un rasguño como toda muestra de aquellos asaltos mansos e insípidos de combate simulado. Por un instante, casi llegó a odiar a Mame, a Mame con sus heridas y moretones, con su bálsamo de regalos y besos, embarcada en aquel tormentoso viaje junto a su pendenciero, brutal y enamorado compañero.
El señor Fink llegó a casa a las siete. Venía impregnado de la maldición de la domesticidad. No le interesaba lo más mínimo andar vagando más allá de los límites del portal de su cómodo hogar. Era el hombre que ya ha tomado el tranvía, la anaconda que ha engullido su presa, el árbol que yace allí donde cae.
¿Te gusta la cena, Mart? -preguntó la señora Fink, que se había afanado en ella.
-No está mal -gruñó el señor Fink.
Después de cenar se puso a leer los periódicos. Se sentó con los calcetines al aire, sin zapatos.
¡Despierta, oh nuevo Dante, y dime cuál será el rincón de perdición más apropiado para el hombre que se sienta en su casa en calcetines! Hermanas de la Paciencia que, obligadas por las ataduras o el deber, lo han inmortalizado en seda, hilo, algodón o lana, ¿no pertenece a ellas el nuevo canto?
El día siguiente era el Día del Trabajo. Las ocupaciones del señor Cassidy y el señor Fink cesaban durante una jornada del sol. El trabajo, triunfante, desfilaría por las calles y, por otra parte, encontraría una expansión.
La señora Fink bajó temprano a casa de la señora Cassidy con el patrón. Mame tenía puesta su blusa de seda nueva. Incluso su ojo morado se las arreglaba para lanzar un destello festivo. Jack mostraba su fructífera penitencia, y ante ellos se abría un día de regocijo, lleno de parques, meriendas al aire libre y cerveza rubia.
Una creciente e indignada envidia fue apoderándose de la señora Fink mientras volvía a casa. ¡Ay, la feliz Mame, con sus golpes y su inmediato bálsamo calmante! ¿Pero es que Mame había de tener el monopolio de la felicidad? No cabía duda alguna de que Martin Fink era tan buen hombre como Jack Cassidy. ¿Iba su esposa a vivir siempre sin un palo ni una caricia suya? Una idea súbita y brillante que la dejó sin aliento se le ocurrió de repente a la señora Fink. Le demostraría a Mame que había maridos tan capaces de usar sus puños, y quizá de mostrarse tan tiernos después como cualquier Jack.
El día de fiesta parecía que de fiesta sólo iba a tener el nombre en casa de los Fink. La señora Fink tenía las pilas de la cocina llenas de ropa sucia de dos semanas que había estado en remojo toda la noche. El señor Fink, en calcetines, estaba leyendo el periódico. Así es como la fiesta del Trabajo amenazaba transcurrir.
La envidia se encendió vivamente en el corazón de la señora Fink, y más vivamente aún nació una resolución audaz. Si su hombre no le había pegado nunca, si todavía no había demostrado su hombría ni sus prerrogativas ni su interés por los asuntos conyugales, habría de ser incitado a cumplir con su deber.
El señor Fink encendió la pipa y se frotó pacíficamente un tobillo con el otro pie, enfundado en su calcetín. Permanecía en la vida conyugal como un grumo de mantequilla en un pastel mal revuelto. Aquél era su Eliseo horizontal: sentado cómodamente, ceñía con sus manos, negligentemente, un mundo de letra impresa; y mientras tanto le llegaban los ruidos de su esposa chapoteando al lavar y los agradables olores de los recién retirados platos del desayuno y los de la comida por venir. Había muchas ideas alejadas de su mente, pero la más alejada de todas era la de pegar a su mujer.
La señora Fink abrió el agua caliente y metió las tablas de lavar en las pilas. Del piso de abajo le llegó la alegre risa de la señora Cassidy. Sonaba como un sarcasmo, como una ostentación de su propia felicidad en la mismísima cara de la intocada novia del piso de abajo. Ahora le tocaba a la señora Fink.
De repente se volvió como una furia hacia el hombre enfrascado en su lectura.
-¡Escucha, maldito gandul! -gritó-. ¿Es que tengo que ajarme las manos lavando como una esclava por tu cara bonita? ¿Eres un hombre o un perrito faldero?
El señor Fink dejó caer el periódico, paralizado por la sorpresa. Ella temió que no fuese a pegarle, que la provocación hubiera sido insuficiente. Se lanzó hacia él y lo golpeó ferozmente en la cara con el puño cerrado. En aquel instante sintió un estremecimiento de amor por él, que hacía mucho tiempo que no sentía. ¡Levántate, Martin Fink, y entra en tu reino! ¡Ahora tenía que sentir sobre ella el peso de su mano, para demostrarle que la quería, sólo para demostrarle que la quería!
El señor Fink se puso en pie de un salto y Maggie volvió a golpearlo en la quijada con un fuerte impulso de la otra mano. Cerró los ojos en aquel momento de bienaventurado temor que precedía a su esperado ataque, susurró su nombre para sus adentros, y se inclinó para recibir el deseado golpe, hambrienta de recibirlo.
En el piso de abajo, el señor Cassidy, con un rostro avergonzado y contrito, estaba empolvándole el ojo a Mame, preparándola para su tarde de juerga. Del piso de arriba llegó el sonido de una voz femenina que gritaba, y se oyó una sacudida, un tropezón y un arrastrar de algo, una silla volcada, signos indiscutibles de un conflicto doméstico.
-¿Mart y Mag zurrándose? -apuntó el señor Cassidy-. No sabía que se entregasen a esas cosas. ¿Subo a ver si necesitan un árbitro?
Uno de los ojos de la señora Cassidy resplandeció como un diamante. El otro lanzó al menos un destello de bisutería.
-Huy, huy -dijo con suavidad y sin significado aparente, con ese tono femenino como de jaculatoria-. ¡A lo mejor, a lo mejor...! Espera, Jack, que voy a subir a ver.
Corrió escaleras arriba. Mientras cruzaba el vestíbulo del piso de arriba, la señora Fink salió de su casa por la puerta de la cocina, como un salvaje torbellino.
-¡Maggie! -exclamó la señora Cassidy, con un suspiro de placer-. ¿Lo ha hecho? ¿Dime, lo ha hecho?
La señora Fink corrió a esconder la cabeza en el hombro de su amiga y se puso a sollozar desesperadamente.
La señora Cassidy cogió el rostro de Maggie entre sus manos y lo levantó con dulzura. Estaba bañado en lágrimas, pálido y enrojecido, pero su superficie aterciopelada, blanca y rosa que iba llenándose de manchas, no tenía ni un rasguño, ni un golpe, ni había sido mínimamente desfigurada por el cobarde puño del señor Fink.
-Dime algo, Maggie -le suplicó Mame-, o si no entraré ahí para averiguarlo. ¿Qué ha pasado? ¿Te ha hecho daño, qué te ha hecho?
La cara de la señora Fink volvió a hundirse desesperadamente en el hombro de su amiga.
-Por lo que más quieras, Mame, no abras esa puerta -sollozó-. Y nunca se lo digas a nadie, guárdatelo para ti sola. No ha... no ha llegado a tocarme siquiera, y está... ¡Ay, Dios mío!, está lavando la ropa, ¡está lavando la ropa!

Etiquetas

Videos (227) Osvaldo Guevara (111) Jose Luis Colombini (106) Café Literario Traslasierra (90) Rafael Horacio López (86) Aldo Luis Novelli (75) Antonio Esteban Agüero (65) Claudio Suarez (65) Alejandro Nicotra (64) Roberto Jorge Santoro (64) Juan L. Ortiz (59) Baldomero Fernández Moreno (50) Oscar Guiñazú Alvarez (50) Gianni Siccardi (49) Vicente Huidobro (49) Olga Orozco (48) Aldo Pellegrini (47) Elvio Romero (47) Enrique Lihn (47) Jorge Teillier (46) Gloria Fuertes (45) Felipe Angellotti (44) Circe Maia (41) Hermann Hesse (41) Fernando Pessoa (36) Rodolfo Alonso (35) Vicente Aleixandre (35) Horacio Castillo (34) Gonzalo Rojas (33) Alejandra Pizarnik (32) Miguel Ortiz (32) Edgar Bayley (31) César Vallejo (29) Raúl Gustavo Aguirre (29) Rodolfo Godino (29) Alberto Luis Ponzo (28) Anton Chejov (28) Daniel Conn (28) Marco Denevi (27) Octavio Paz (27) Gabriela Bayarri (26) Jorge Ariel Madrazo (26) Théophile Gautier (26) Alberto Girri (25) Carlos Garro Aguilar (25) Jacques Sternberg (25) Jaime Saenz (25) Leónidas Lamborghini (25) Orfila Bardesio (24) Leopoldo Marechal (23) H. P. Lovecraft (22) Poetas Chinos (22) William Carlos Williams (22) Carlos Castaneda (21) Grupo Literario Tardes de la Biblioteca Sarmiento (21) Horacio Preler (21) Leandro Calle (21) Leopoldo "Teuco" Castilla (21) O. Henry (21) Sandro Penna (21) Sandro Tedeschi (21) Witold Gombrowicz (21) Julio Bepré (20) Mario Torres (20) Nicanor Parra (20) Cesar Moro (19) Francisco Madariaga (19) María Meleck Vivanco (19) Vicente Luy (19) Omar Yubiaceca (Jorge Omar Altamirano) (17) Jorge Luis Carranza (16) Teresa Gómez Atala (16) Ariel Canzani (15) Manuel Mujica Laínez (15) Marcelo Dughetti (15) Ana Cristina Cesar (14) Carlos Drummond de Andrade (14) Isidoro Blaisten (14) Karen Alkalay-Gut (14) Manuel López Ares (14) Mircea Eliade (14) Nestor Perlongher (14) Raymond Carver (14) Richard Aldington (14) Spencer Holst (14) Alaide Foppa (13) Anne Waldman (13) Antonin Artaud (13) Charles Baudelaire (13) José B. Adolph (13) Lawrence Ferlinghetti (13) Marcel Schwob (13) Miguel Angel Bustos (13) Ricardo Rubio (13) Sam Shepard (13) Teresa Wilms Montt (13) Cecilia Meireles (12) Ernesto Cardenal (12) Jose Emilio Pacheco (12) Rainer María Rilke (12) Laura López Morales (11) Música (11) Rodolfo Edwards (10) Carlos Bousoño (9) Victor Saturni (9) Adrian Salagre (8) Eugenio Mandrini (8) Federico Garcia Lorca (8) Horacio Goslino (8) Inés Arredondo (8) José María Castellano (8) Juan Jacobo Bajarlia (8) Julio Requena (8) Roque Dalton (8) Allen Ginsberg (7) Andres Utello (7) Antonio Porchia (7) Basho (7) Carlos Oquendo de Amat (7) Charles Simic (7) Conde de Lautréamont (7) Francisco Rodríguez Criado (7) Gaspar Pio del Corro (7) Gerardo Coria (7) Gianni Rodari (7) Hans Magnus Enzensberger (7) Leonard Cohen (7) Li Bai (7) Li Po (7) Litai Po (7) Lope de Vega (7) Norah Lange (7) Oliverio Girondo (7) Pedro Serazzi Ahumada (7) Robert Frost (7) Eduardo Galeano (6) Gregory Corso (6) John Forbes (6) Revista El Gato del Espejo (6) Torquato Tasso (6) Victoria Colombini Lauricella (6) William Shand (6) Círculo de Narradores de Traslasierra “ Paso del Leon” (5) Hugo Mujica (5) Jorge Luis Borges (4) Leopoldo Lugones (4) Eduardo "Lalo" Argüello (3) Encuentro Internacional de Poetas "Oscar Guiñazù Alvarez (3) Roberto Bolaño (3) Tomas Barna (3) Pablo Anadón (2) Pablo Neruda (2) Ricardo Di Mario (2) Rubén Darío (2) Susana Miranda (2) Walter Ruleman Perez (2) Antonio Machado (1) Beatriz Tombeur (1) Eduardo Fracchia (1) Enrique Banchs (1) Enrique Molina (1) Ernesto Sábato (1) Jose Caribaux (1) Juan Gelman (1) Julio Cortázar (1) Mario Pacho O Donnell (1) Ricardo Piglia (1) Roberto Juarroz (1) Victoria Ocampo (1)