AMOR SOBRE EL
ROCÍO
¡Déjame aquí,
muchacha,
sobre el mismo
fragor en paz del monterío;
déjame en el rumor
de estos parajes
por donde el
viento esparce gorjeos y panales
en veraniega
crestería agraria!
Ponme la mano al
hombro,
sacúdeme los
párpados de polvareda antigua,
soléame a arrebol
de mansedumbre
y que yo desde el
fondo del corazón te mire
los ojos, los ojos
taciturnos,
ésos que aquí
semejan en el momento ufano
dos fulgores de
oscura hechicería.
¡Qué fresca está
la cuna
que establece el
rocío sobre el prado!
¡Qué quietud
labradora! ¡Qué encendidos los chorros
de vapor del
hocico de los bueyes!
¡Qué picoteo leve
el de los pájaros
que en la alberca
recuerdan la alegría!
¡Déjame, amor,
besarte
en las tranquilas
horas del silencio;
sorberme la
fragancia de esos parrales húmedos,
fugarme en la
frescura de tu boca,
con ese aliento
tibio de las recién casadas
con aflicción de
cereal molido!
Se emociona la
tarde
sobre el enjambre
verde de las ramas;
los cencerros se
alhajan de rumores antiguos
y a mí me enfada
ver que los azahares,
con dulce
displicencia,
ocupan mi lugar,
entre tus faldas.
Las manos se me
quedan
como segando
hierbas en tu pelo.
Todo está nuevo,
todo.
La alacena me
ofrece
frutos que
germinaron de tus labios, ,
En el suelo la
rueca, tus vestidos al viento,
¡florido el
corazón, floridos los naranjos!
Tiende el mantel.
Y espérame . . .
Hoy siento que los
surcos se inauguran
como inaugura un
hijo su voz en las entrañas.
¡Déjame
espolvorearte con la barba
del maíz amarillo
como un ave que en
tiempos de la siega
espolvorea mieses
en la tierra!
Sólo una vez,
muchacha,
besándonos,
amándonos, con el fervor a cuestas,
encendidos de amor
y atalayando el sol. . .
Elvio Romero