El Automóvil Verde, Allen Ginsberg
Si tuviera un Automóvil Verde
Me
iría a buscar a mi viejo compañero
a su
casa en el océano Occidental.
Ha! Ha! Ha! Ha!
Ha!
Tocaría mi bocina ante su viril verja,
en el
interior su mujer y tres
niños
despatarrados desnudos
en el suelo del
cuarto de estar.
El saldría corriendo
hasta mi coche lleno de heroica cerveza
y
saltaría gritando al volante
porque él
es mejor conductor que yo.
Peregrinaríamos al monte más alto
de
nuestras anteriores visiones de las Montañas Rocosas
riéndonos
el uno en los brazos del otro,
nuestro
deleite sobrepasando las más
altas Rocosas.
y después de la vieja agonía, borrachos de años nuevos
saltando hacia el nevado horizonte
el
salpicadero reventando de bop original
bólido
en la montaña
sacudiríamos la nubosa autopista
donde ángeles de ansiedad
se
tambalean entre los árboles
y huyen gritando
del motor
arderíamos toda la noche en el pico frondoso de pinos
vistos desde Denver en la oscuridad del verano,
innatural
resplandor semejante al del bosque
iluminando la cumbre de la montaña:
infancia juventud ancianidad & eternidad
se
abrirían como dulces árboles
en
noches de otra primavera
dejándonos pasmados de amor,
porque podemos ver juntos
la
belleza de las almas
ocultas
como diamantes
en el reloj del mundo,
igual que los magos Chinos pueden
maldecir a los inmortales
con nuestra intelectualidad
ocultos en la neblina,
en el Automóvil Verde
que he inventado
imaginado y visualizado
por
las carreteras del mundo
más real que el motor
en un
sendero del desierto
más
puro que el Greyhound y
más rápido que el
reactor físico
Denver! Denver! volveremos
rugiendo a través de la pradera del edificio
City & County
que
capta la pura llama esmeralda
que floree en la
estela de nuestro auto.
¡Esta vez compraremos la ciudad!
Hice
efectivo un gran cheque en el banco de
mi cráneo
para
fundar un milagroso colegio del cuerpo
en
lo alto del tejado de la terminal de autobuses
Pero primero recorreremos las paradas del centro,
billar
posada de mala muerte antro de jazz cárcel
casa
de putas Folsom abajo
hasta
las más oscuras callejas de Larimer
presentando nuestros respetos al padre de Denver
perdido en las vías del tren
estupor de vino y silencio
saludando el
barrio bajo de sus décadas,
saludarle a él y a su santa maleta
de
oscuro moscatel beberemos
y
reventaremos las dulces botellas
sobre Diesels
como muestra de fidelidad
Entonces iremos conduciendo borrachos sobre los bulevares
donde marchan ejércitos y hacen aún paradas militares
tambaleándose bajo la invisible bandera de la Realidad---
Lanzados a lo largo de la calle
en el auto de nuestro destino
compartimos un cigarrillo arcangélico
y nos leemos el futuro el uno al otro:
famas de sobrenatural iluminación,
desolados y
lluviosos espacios de tiempo,
gran arte
aprendido en la desolación
y
nos separamos después de seis décadas
Y en un cruce de asfalto,
nos encargamos el uno del otro con principesca
suavidad una vez más, recordando
famosas charlas
muertas de otras ciudades.
El parabrisas está lleno de lágrimas
la lluvia humedece nuestros pechos desnudos,
nos arrodillamos juntos en la sombra
en medio
del tráfico nocturno del paraíso
y ahora renovemos el solitario juramento
que nos hicimos
hacer el uno al otro
una vez en Texas:
No puedo inscribir
aquí...
................
................
¿Cuántos sábados por la noche se convertirán
en
borrachera por culpa de esta leyenda?
¿Cómo vendrá la joven Denver a llorar
a su
olvidado ángel sexual?
¿Cuántos muchachos golpearán el piano negro
en
imitación de los excesos de un santo nativo?
o ¿cuántas muchachas caerán lascivamente bajo
su espectro
en las escuelas superiores de noche melancólica?
Mientras continuamente en la Eternidad
en
la tenue luz de la radio de este poema
nos sentaremos
tras sombras olvidadas
pestando
atención al jazz perdido de todos los sábados.
Neal, ahora seremos héroes de verdad
en una guerra entre
nuestras vergas y el tiempo:
seamos los ángeles
del deseo del mundo
y
llevémonos el mundo a la cama con nosotros
antes de morir.
Durmiendo solo, o con compañero,
muchacha o marica, oveja o sueño,
fallaré por falta
de amor, tu saciedad:
todos los hombres caen, nuestros padres cayeron antes,
pero el resucitar esa carne perdida
no es más que trabajo de un momento
para la mente:
un intemporal monumento al amor
en la imaginación:
monumento construido con nuestros propios cuerpos
consumidos por el poema invisible---
Nos
estremeceremos en Denver y aguantaremos
aunque la sangre
y las arrugas cieguen nuestros ojos.
Así este Automóvil Verde:
Te
doy en vuelo
un regalo, un regalo
de mi imaginación.
Iremos montados en él
sobre las
Rocosas
seguiremos montados
en él
toda la noche hasta el amanecer,
y después de vuelta a tu vía férrea, el SP
tu casa y tus hijos
y destino de pata quebrada
montarás planicies abajo
por la mañana: y de vuelta
a mis visiones, mi oficina
y mi
apartamento del este
volveré a Nueva York.
Nueva York (1953)
Allen Ginsberg
Allen Ginsberg de
Sandwiches de realidad
1953-60 He emborronado en secreto estos cuadernos
para mi propia satisfacción
Traducción de Antonio Resines
VISOR MADRID 1978
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9 de noviembre de 2023
El Automóvil Verde, Allen Ginsberg
8 de noviembre de 2023
Lo que la marea devuelve en Vlissingen, Allen Ginsberg
LO QUE LA MAREA DEVUELVE EN VLISSINGEN
para Simón Vinkenoog
Plástico y celofán, cartones de leche y
envases de yogur, bolsas de red
azules y naranjas
cáscaras, bolsas de papel, plumas y algas,
palos y ladrillos.
Jugosas hojas verdes, ramas de pino, botellas
de agua, madera terciada,
envoltorios de tabaco,
tapas de frascos de café, tapitas de botellas
de leche, cajas de arroz,
soga azul, viejo zapato marrón, piel de
cebolla
blancos trozos de concreto gastados modelados
por las mareas, galletas
marineras,
envases de detergente, corteza y tablas, un
cepillo para la
ropa,
la tapa de una caja
un aerosol de removedor, una pequeña cebolla
marrón, una taza amarilla.
Un muchacho con dos bastones camina en la
orilla, una gaviota muerta, una
zapatilla azul.
La manija de un bolso, medio limón, un atado
de apio, una redecilla.
Tapa de corcho, pomelo, guante de tela
engomado, cañitas voladoras mojadas,
parvitas de algas marinas de un tono
herrumbrado amontonadas a lo largo de las
marcas que deja la marea en el murallón,
el paragolpes plástico de un automóvil, casco
verde partido por la mitad,
un gran nudo de soga de cáñamo, un tronco de
árbol
desnudo de su corteza,
una estaca de madera, un balde, una miríada de
botellas plásticas, paquetes
vacíos de tallarines marca Zara,
un tambor gris largo plástico, de esos que se
usan para transportar
combustible, rollo de vendas, botellas de
vidrio,
latitas, un arbolito de navidad,
un caño de hierro oxidado, yo mismo
y mi pis.
Allen Ginsberg
6 de noviembre de 2023
¿Que sería de los ojos, si no existiesen las miradas.? Adrián Salagre
¿Que sería de los ojos,
si no existiesen
las miradas.?
¿Que sería de las sonrisas,
si no existiese la alquimia
de la complicidad.
¿Que sería de los abrazos,
sin los brazos.?
¿Que sería de la piel,
si no existiesen
los cuerpos?.
¿Que sería de enamorarse,
sin las mariposas
en la panza.?
¿Que sería del amor,
si no existiesen
el corazón y el alma.?
¿Que sería del placer,
sin la pasión
o el deseo.?
¿Que sería de la vida,
si no existiese
el hoy y el mañana.?
¿Que sería de mañana,
si no existiesen...
los sueños
y la esperanza.?
José Adrián Salagre
5 de noviembre de 2023
Ajedrez, Adrián Salagre
Ajedrez
Muevo las palabras
como peones
y pierdo todas
las jugadas,
negras y blancas,
en la noche,
donde el frío
quemó las voces
hasta los huesos.
José Adrián Salagre
4 de noviembre de 2023
Adrián Salagre leyendo sus poemas Calle de tierra y De guadales y siestas
Adrián Salagre leyendo sus poemas Calle de tierra y De
guadales y siestas
Ciclo Literario 2014, Lecturas en Biblioteca Municipal
Domingo Faustino Sarmiento, Ramón J. Cárcano 150, Villa Dolores, Traslasierra,
Córdoba, Argentina. Jueves 14 de agosto de 2014.
2 de noviembre de 2023
En aquella hermosa noche de luna, Adrián Salagre
En aquella hermosa
noche de luna,
sudorosos...
de tanta lujuria
y pasión,
fui para sus deseos...
ese bravo corcel,
que entre vigor
y sutileza,
hiciera explotar
su femenino sexo,
como desenfrenado
tsunami de sensaciones.
Zahir®
José Adrián Salagre
1 de noviembre de 2023
Bastón de Adrián Salagre
Bastón de Adrián Salagre
Videopoético del Café Literario del Jueves 15 de
Julio de 2010, en La Vieja Esquina, Avda San Martín y Edison, Villa Dolores,
Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Cuyo tema fue El bastón
y coordino la velada Osvaldo Guevara ilustrando el encuentro con fotografías de
Leonor Bellón y dibujos de Adrián Salagre.
31 de octubre de 2023
Con la mudez, Adrián Salagre
Con la mudez
de mis manos,
digo la magia
que humedece
como rocío
de madrugada,
lo que lloviznó
por dentro,
al suspirar...
calladamente
su nombre.
Adrián Salagre
30 de octubre de 2023
Inocencia perdida, Pedro Serazzi
Inocencia perdida, Pedro Serazzi
Pateando puertas y gritando con pulmón de juerga llegaron los mineros al “Tierna es la Noche”, en Inca de Oro.
¡Abran paso las putas, aquí viene el billete! – exclamó uno.Otro vociferó:
¡Ay, Silvio, mijito rico, serás mío esta noche!
El homosexual que servía las mesas les hizo un desprecio. Los improperios abundaban esta noche. Del grupo de mineros, ocho en total, uno casi ebrio se entretuvo dando golpes a un turco que tocaba el piano.
¡Niñitos, pórtense bien, si no, me dará el fastidio!
Era la dueña del local. Llamada Victoriana, en ese tono cursi que no le venía.
Erika, esa noche, vaporosa como siempre, los ignoró. Estaba en un rincón bebiendo una cerveza para tragarse sus penas. Era la reina del salón y sabía que ese grupo de mineros, al igual que la mayoría de los clientes terminaría cortejándola. Allí se hablaba mucho de ese grupo que acaba de irrumpir tan bulliciosamente. Laboraban en la mina “La Abundancia”; en ese tiempo con las vetas de plata y oro más ricas de esa zona minera del norte chileno. En el desierto se tejían muchas leyendas sobre la riqueza que repentinamente había convertido en nuevos ricos a un grupo de pirquineros. Se comentaba que habían hecho pacto con el mismísimo Satanás, “El que manda”, “El Malo” o “El Futre”, como también le llamaban. Eran como inexplicables que sus rocas minerales arrojaran de 100 a 300 gramos de oro por tonelada. También se comentaba que bebían mucho porque tenían miedo a esa cuenta con el diablo, pues éste, cumplido el plazo, los sacaba de las mechas de sus habitaciones y se los llevaba al infierno. Algunos eran tranquilos, otros muy violentos. Cuando les preguntaban por el secreto de su buena mina o por el posible pacto, se limitaban a sonreír. Los 20 socios siempre eran evasivos con las respuestas. Erika continuaba bebiendo sus penas. Esa noche cumpliría 20 años y esperaba sin ansiedad las doce. En su corazón llevaba una caja de recuerdos, que como una Pandora, no quería remover a fuerza de alcohol. Vano intento, en su cerebro daba vueltas un nombre: Cristina. Ese era el verdadero, el que borró cuando quiso sepultar su pasado. Se hizo llamar Erika, o La Erika, y de Cristina no se habló más en ese lugar, porque en la vida nocturna de los llamados prostíbulos o cabaret, el cambio de identidad es una regla de honor que se respeta.
El nombre Cristina Andrea quedó sepultado en su pasado y también escondida su cédula de identidad. Todo esto a partir de aquellos días amargos cuando su padre la expulsó a patadas y con lo puesto de su hogar, porque tenía tres meses de embarazo y sólo quince años de edad. No valieron las súplicas de su mamá, en un hogar donde imperaba el machismo. Penaba en sus recuerdos su adolescencia bella, a pesar de todo, porque amaba a sus padres, el hogar, sus amigas y su liceo de Copiapó. Ahora estaba lejos, en ese pequeño y pueblo del desierto de Atacama, de Inca de Oro, en medio de la nada, el cual en su soledad aprendió a querer.
Pensaba en los tiempos cuando era Cristina, la jovencita plena de ilusiones que creyó en las promesas de un muchacho tres años mayor que ella, el cual le pidió la prueba de amor.
- Ya estamos preparados, es mucho lo que nos queremos. ¡Tenís que darme la pasada ahora!
- Cándida, creyendo que el amor era para siempre, venciendo pudores, dejó caer su vestido al suelo. El como un loco le bajó el colalé y la recostó en la cama. Entonces Cristina le amó más que nunca en la vida… Y lloró. Sus lágrimas cayeron por el dolor físico de esa primera vez y también por esa ilusión.
- Yo tanto que lo amé! - recordó. Cuando quedó embarazada él huyó como muchos, no importa por qué… ¡Huyó!
Mirando nada, porque siempre cuando estaba triste miraba nada, pensaba en su candidez de ayer y pensó en voz alta.
- ¡Ay, Dios, si hoy me pidieran la prueba de amor reiría a carcajadas!
Esbozó una triste sonrisa. Luego continuó muy triste; filosofó: Una siembra errores y cosecha desgracias.
Entonces se agitó la nostalgia. Quería ser la de antes, la muchacha del liceo, pero no podía. Era sólo Erika, la preferida del “Tierna es la Noche”. ¿Qué quedó de aquella muchacha que quería ser enfermera, la que cabalgaba en las nubes que tienen los sueños de la adolescencia? … Muy poco, apenas una gargantilla de plata y un trébol del mismo material que lucía en su cuello. Ya no quedaba en su cuerpo ni en su rostro la candidez de ayer. Su cabello castaño lo cambió por uno rubio y artificial, de vaporoso gusto, vestido de fiesta ajustado con una abertura al lado que permitía apreciar una de sus bellas piernas. El maquillaje que resaltaba más su belleza alejaba de su entorno la inocencia que en el ayer había sido su tesoro más preciado y querido.
Mil historias habían pasado en su etapa de gravidez. Golpeó puertas que nunca se abrieron y su hijo lanzó el primer llanto en un cabaret, donde las asiladas, como le llaman a las prostitutas, le dieron protección y el cariño que tanto le faltaba. Luego, casi sin darse cuenta se involucró. Dejó a su hijo en Copiapó y trabajaba sólo por él. Estaba transportada en sus pensamientos y le parecía ver a su hijito durmiendo a su lado.
La despertó de aquello el estridente griterío de clientes y asiladas. El curco arrancando desafinadas notas de un vals peruano.
Luces rojas, verdes, violetas encendiéndose y apagándose intermitentemente.
¡Chiquillas, atiendan a los caballeros! – ordenaba la dueña.
Al tiro madrina – respondió una tal Marión.
¿Madrina?… ¡Cabrona! – comentó en voz baja Erika. Alcanzó a escuchar su comentario un apuesto hombre maduro. Se acercó y le sonrió.
Así es amorosa, cabrona es la palabra exacta. ¿Le puedo hacer compañía a esta preciosura?
Siéntese.
Todo el pueblo habla de ti. Dicen que no hay nadie más hermosa en ninguno de los locales de Inca de Oro.
Gracias.
Pidió la ponchera y la invitó a bailar. Ella, dulcemente, no aceptó. Le pidió disculpas porque estaba muy deprimida. El hombre tuvo paciencia, porque no quería perder por ningún motivo esa compañía, ni menos la oportunidad de hacerle el amor. Dijo llamarse Ernesto y se presentó como el presidente de la Cooperativa Minera La Abundancia. Comenzaron a charlar sobre varios temas. Cuando le correspondió cancelar la ponchera sacó su billetera y al desdoblarla la joven advirtió una fotografía.
¡Que linda muchacha!... ¿Es su hija?
Así es – sonrió y sacando la fotografía se la pasó.
Es mi orgullo. Luego cumplirá catorce. Se llama Susana y será una gran mujer.
Erika, apenada, le dijo:
Es curioso, yo soy muy joven, pero creo poder opinar sobre ciertas cosas y hasta dar un consejo. Soy todavía casi una lola, pero le suplico, acéptelo: si esa hija que tanto quiere, le falla, perdónela. Usted debe ignorar cuánto sufren los hijos sin sus padres. Nunca permita que se aleje de usted y su esposa. Enseguida le tomó una de sus manos y se la acarició.
También el pelo. A esa ternura el hombre primero reaccionó con un poco de emoción, pero en rápido movimiento deslizó su mano hacia uno de sus senos. No se dejó acariciar.
Tetoncita, ¿cuánto vale el “momento”?, quiero que nos vamos a acostar de inmediato.
No me pregunte esas cosas. No ve que estoy mal.
Media cañoneada estarás. ¡Qué bonito!... nosotros arreglando el mundo y el resto bailando y acarreando putas a las piezas.
¿Sabe señor grosero?: Con usted, ni aunque sea el más rico del pueblo me acuesto.
¿No te gusto, huevona conchas de tu madre?
¡No es eso, imbécil! Hay otras cosas.
El hombre muy indignado le lanzó un puñete que apenas Erika pudo esquivar a tiempo. No pudo evitar una fuerte cachetada, que a pesar de la música la sintió la mayor parte del numeroso público y asiladas.
¡Maraca, ni que tuvierai el choro de oro!
El jorobado detuvo la música y se acabó el jolgorio. El tal Silvio, que llevaba una peluca rubia y bailaba con otro varón, se lanzó en picada a defenderla.
El hombre se sentía humillado en lo más profundo de su virilidad. ¿Qué dirían ahora del jefe de la cooperativa, del mismo que se jactaba de ser irresistible con las mujeres? Era verdad que ejercía un protagonismo entre las más atractivas asiladas, pero ahí estaba, derrotado por esa mujer a la que consideraba una mocosa. No se podía convencer, atractivo y con mucho dinero y ¿de qué servía en el “Tierna es la Noche” con esa tal Erika? El, que siempre conseguía tener sexo gratuitamente, estaba haciendo el ridículo.
Ordenó que le soltaran los brazos. La muchacha se escondía tras su protector, el Silvio. La regente del local trataba de calmar a su furibundo cliente.
Que siga la fiesta, aquí no ha pasado “Never de never” -, apuntó el homosexual.
La mayoría volvió nuevamente a sus asientos y ahora el pianista tocaba un bolero mambo.
El hombre, furibundo, miraba a la muchacha que secaba sus lágrimas. Luego miró el escaparate donde había unas 20 botellas de whisky. Preguntó con suficiencia a la regente.
- ¿Cuánto valen todas esas porquerías?
- Esas con caras, don Jaime. Usted sabe, los impuestos la Comisión Civil que no me deja tranquila y…
- ¡Las quiero todas!
- Enseguida esparció un montón de billetes a los pies de la mujer. Habían más de 500 mil pesos que la mujer recogió con entusiasmo. El silencio reinaba en el salón. Sacó un cortaplumas. Ernesto, gritó:
- Escuchen todos!... ¡Voy a efectuar la “cascada” más cara de este pueblo miserable de Inca de Oro, con la puta más barata de la zona, porque esta huevona no cobrará nada por su número! … ¡Súbete a le mesa, mierda, o te corto; maraca, nunca olvidarás el día que te hice pedazos tu lindo rostro!
Erika trató de escabullirse, pero la tomó con fuerzas de los cabellos. Ella cayó al suelo y la arrastró violentamente para luego subirla con la misma violencia a una mesa. Un minero de aspecto humilde trató de salvar a la joven, pero sintió el filo de la navaja a milímetros de su mejilla. Prefirió escapar.
Estaba tumbada en la mesa y de un tirón el hombre le sacó el vestido de noche. Sólo estaba en colalé y se protegió los pechos con sus brazos. Lloraba y suplicaba que detuviera el castigo. Groseramente le manoseó las nalgas y le dio un fuerte apretón en ese lugar, la tomó del pelo y le gritó que se pusiera de pie. Le quitó los zapatos taco alto y los lanzó lejos. Luego, con la afilada hoja, cortó con increíble delicadeza la disminuta prenda que le quedaba, para luego estallar en una carcajada y darle la orden de mostrar permanentemente los pechos, a lo que tuvo que acceder ante el filo de acero que rozaba uno de sus pezones. Erika temblaba de pies a cabeza y un mudo auditorio presenciaba el vejamen. Ahora nadie hablaba. Ordenó a uno de sus cómplices amigos que subiera a le mesa y vaciara en sus cabellos la primera botella de whisky. El alcohol recorrió su cabello, su rostro, su cuello, sus pechos, su abdomen, hasta llegar a los vellos íntimos, el jefe de la cooperativa llenó su vaso. Lo hacía con mucha arrogancia y reía a carcajadas, casi como un enajenado
Cuando llevaba el vaso a su boca, la chica le dijo:
- ¡Tómatelo, tómatelo, bebe todo lo que quieras, pero, por favor, no dejes nada, porque será el trago más amargo de tu vida, pues yo soy la puta de tu hija y por eso no puedo tener sexo contigo!
- ¿Acaso olvidaste que este trébol que llevo en mi cuello fue tu regalo de mis 14 años, papá?... ¿No recuerdas que fue un obsequio cuando me querías?... ¡Yo soy la maraca de tu hija, soy puta!…¿Lo entiendes? y me llamo Cristina, Cristina Andrea... ¡También tienes un nieto!
El hombre dejó caer el vaso, que estalló en el suelo. Dio la vuelta y abandonó el salón. Lo hizo lentamente, tirando a su paso el cortaplumas. Su rostro lo llevaba inclinado, como mirando el viejo entablado del piso, mientras las lágrimas comenzaron a conjugar su dolor.
Pedro Serazzi Ahumada
29 de octubre de 2023
¡No te mueras, Pelusa!, Pedro Serazzi Ahumda
28 de octubre de 2023
¡Papito, nunca más!, Pedro Serazzi Ahumada
¡Papito, nunca más!, Pedro Serazzi Ahumada
Se qué me dio por mirar por la ventana tan temprano. Más
encima día domingo, cuando penan las ánimas en El Salvador (*). Fue entonces
cuando casi me morí de impresión. Mi hermanito, Jimmy, el regalón de la casa,
me clavó sus pícaros ojos y me sonrió. Se me salió todo el aliento y si no
tuviera 16, capaz que me hubiese caído muerta de un infarto ahí mismo. ¡Qué
locura, que terrible! el auto cero kilómetros del papá estaba pintado con rayas
locas por todos lados... El se creía la muerte con la brocha en la mano y
sonreía orgulloso.
Se me aceleró el corazón y la respiración no me salía.
Hasta que exclamé:
-¡Mansa embarrada!
Papá recién había pagado la segunda letra, le quedaban
34, en cuota dólar, más cachá de intereses de los pulpos de la financiera, el
pagaré maldito que hipotecaba nuestra casa y otras leseras.
-¡Ay, madre mía, aquí se arma la grande!
Más que corriendo me puse el colalés, una camiseta blanca
media larga y me tiré escaleras abajo. Le quité la brocha, parecía payaso.
Tenía el pelo verde y hasta la parka nueva toda pintada.
¿Cachai la cagada que hiciste chiquillo de mierda?
¡Le pinté lindo el auto al papito!
Me dieron unas ganas de pegarle una patada fuerte en el
culo, pero, eso no. Nunca lo haría, apenas un deseo animado por la impotencia
que sentí. El enano todavía no cumple los cinco. Me clavó sus pícaros ojos y
sonrió. Claro, cómo no iba a reírse, si no sabía calcular la grande que había
dejado. Lo único que se me ocurrió fue llamar a otro niño del vecindario.
¡Toño, “porfa”, llévate al enano y dale una vuelta larga
en tu bicicleta! No quiero que lo vea mi papi, le temo mucho a su reacción.
¡Llévalo lejos! – supliqué finalmente.
¡Qué me iba a entender el Toño, si tiene como siete!
Antes de subirlo a la bicicleta, le dije al oído:
-¡Cabro huevón!
Se me olvidó que estaba medio pilucha y un viejo
degenerado me miraba desde la calle. Ni lo pesqué. Lo único que me preocupaba
era dejar de tiritar.
Mientras sacaba gasolina del estanque me preguntaba, a lo
mejor cosas absurdas. Que cuándo iba a crecer el Jimmy para no seguir haciendo
leseras. Es tan re’ tierno y yo la loca que siempre lo saco de los embrollos en
que se mete.
Después me puse a pensar en la onda na que ver que anda
mi papá. Está más pesado y todo por culpa de las cuentas en que se mete. Hasta
por un cheque andaba fondeado el otro día.
Comencé a pasar una franela impregnada en gasolina. La
pintura del portamaletas salió casi toda. Pero hubo un sector donde se secó y
esa no salió ni con mis rezos. Había unas rayas verdes y anchas que afeaban el
hermoso auto blanco. Pienso que el Jimmy pintó una primera parte la noche
anterior. Me entró todo el susto de un viaje.
-¡Pucha, máquina, que hago!
Justo que aparece mi papá con cara de parquímetro. Creo
que no fueron visiones y su pelo crespo se levantó como púas de erizo. Se puso
verde, azul, rojo… Allí yo estaba cerca del infarto. ¡Qué locura, qué
desesperación!
Justo que aparece el Toño con mi hermanito. Apretaba los
puños y maldecía por ese regreso tan pronto.
La pintura delató al Jimmy. Lo demás fue terrible, mi
papá como una fiera tomó un palo y lo agarró a golpes en una de sus manos.
Fueron uno, dos, diez, me emborraché de impotencia. Gritaba desesperada. Me
descontrolé:
¡Socorro, están matando a mi hermano! ¡Viejo maldito,
asesino!
Me había tirado al suelo y aferraba a mi padre de una
pierna y me pegó tremenda patada cerca de uno de mis pechos. El vecino, pese a
que es re’ tranquilo, se metió, le pegó manso combo a mi papá, que lo derribó
al suelo y le gritó:
-¡Suelta al niño, abusivo de mierda!
Medio aturdido, tuvo que soltar a mi hermanito, que había
caído al suelo con él.
La felicidad del hogar se vino al suelo. El viejo de mi
papá hizo siempre las cosas a su manera. Prohibió que lo llevaran al hospital.
Yo me di cuenta la onda. Claro, si lograban averiguar la verdad, la justicia
iba a proteger al Jimmy y él se iría preso. Después manso cartelito en el
diario: “¡Detenido en El Salvador el chacal que torturó a su hijo!”. A la gente
así le llaman los chacales y se lo merecen.
Mi mamá, súper atemorizada le trataba de acomodar los
huesitos y le ponía hielo y una tablilla para reemplazar al yeso. Yo le
colocaba supositorios. Sin embargo, pese a todos los cuidados y medicamentos,
lloró y sufrió los tres primeros días y noches.
En un momento, muy desesperada miré a la pared y le conté
mis penas. En ese instante me dio mucha rabia y tuve deseos de ser hombre para
castigarlo por su maldad. Pese a mi rabia e impotencia, no era capaz de pensar
en castigos físicos o crueles.
-¡Y yo, papá, que te había querido tanto, te habías caído
del pedestal y te hiciste pedazos!
A él lo único que le importaba era darse inflas. Hace
tiempo que me había dado cuenta de su onda, de lo agrandado que se había
puesto. Para él tener un auto cero kilómetro era ponerle la pata encima a todos
los que pudiera. También lo fue al comprar el equipo de sonido digital.
Recuerdo que comentó:
Ese Carrasco, ¿qué se ha figurado? Mi equipo es más
poderoso que el tarro que tiene él y ¡es japonés! ¿El suyo?, me río, no tiene
potencia y apenas parlantes chicos, “parlantitos”.
¡Estás mal, papá!
¡Verónica, cuando te ganes el dinero con el sudor y tu te
compres la ropa y la comida, recién te daré el derecho a criticarme!
Callé.
Recuerdo que cuando compró la alfombra con que cubrió
todas las habitaciones, el asunto fue enfermante. Nuestra casa parecía de
japoneses y le pasaba pantuflas a las visitas para proteger su inversión. Con
su computador, que llamaba “extrem” la cosa fue demencial, se creía de la NASA.
El que no gana mucho dándose esos aires. Todo para que le dijeran: “Don
Sebastián”… ¡Ridículo! No hay como la gente sencilla.
El final de esto no se lo doy a nadie. Pensaba que las
tragedias pasaban sólo en las teleseries o en las familias con personas con
graves enfermedades. ¡Quién iba a pensarlo, la tragedia de visita en nuestra
casa! Al Jimmy se le puso la manito negra y hubo que llevarlo al Hospital.
Estuvo más de un mes internado. Mi papá, choqueado por esto, se fue de la casa.
En esos días todo era extraño. La Pioli, que es buena
amiga, me dijo con mucha delicadeza que lo había visto emborrachándose con unos
tipos re’ botados. Yo me hice la tonta, porque casi nadie a fondo sabe lo que
nos pasó. Podía haberme desahogado con mi amiga, pero más me iba a entristecer.
Esa tarde cuando llegué a casa le di el tecito al Jimmy.
Después nos pusimos a mirar televisión. Ahora mamá siempre está bordando y
botando sus lágrimas diarias. Yo, aguantándomelas, porque ahora soy como el
hombre de la casa. De repente me ensimismé, para bloquearme un poco, cuando
toca el timbre mi desaparecido papá. El muy patudo venía con una autopista bajo
el brazo. Sonriente se la alargó:
-¡Toma, mi amor!
Pero el chiquito no la pudo tomar, ahora no tiene la mano
derecha, apenas un tronquito con un cuerito para que lo le raspe.
Recibió el juguete con un poco de torpeza, porque es
temprano para que sea hábil con la mano izquierda. Con la cara iluminada de
alegría, respondió:
- ¡Papito, nunca más…Nunca más te volveré a pintar el
auto! ¡Devuélveme la manito!
Papá y le digo así sólo porque me engendró, lloró como un
niño. Luego dio un grito desgarrador, que casi no era humano. Se golpeó de un
puñetazo el rostro y escapó corriendo hacia la calle. Sé que nunca más volverá,
lo presiento.
Fue tan fuerte ese momento, que esa pena casi me arranca
el alma. Justo en la televisión estaban pasando la publicidad de una lesera
electrónica, computarizada, que decían que era el milagro espacial del sonido.
Comparaban al equipo con Dios y que quienes lo compraran podrían disfrutar el
Cielo del sonido.
Agarré una botella grande de gaseosa y la lancé con furia
a la pantalla del TV LCD de 42 pulgadas. Botella y plasma se rompieron y saltó
la mansa llamarada del corto circuito.
Mamá se acercó suavemente, me abrazó con mucho cariño, me
acarició los cabellos y entonces solté el llanto que por tanto tiempo me había
guardado.
(*) El Salvador, ciudad de la Tercera Región de Chile
Este cuento ganó el segundo lugar en el Concurso de la
Sociedad de Escritores, Atacama, Chile.
Pedro Serazzi Ahumada
PEDRO SERAZZI AHUMADA
Escritor, poeta y periodista chileno, nacido en Chañaral, Chile. Incursiona en narrativa y poesía. Su obra más conocida es la novela de amor “Una Ilusión en Caldera” usada en docencia en Concordia College, Moorhead, Estados Unidos; también ha sido enseñada en la Universidad de Loja; además escuelas y liceos de Atacama, Chile. Es autor de más de10 libros. Su principal género es la novela. Además escribe ensayos históricos, cuentos y leyendas. Fue antologado dentro de los 40 mejores escritores de cuentos mineros del siglo XX (Chile).
Figura en antologías en Estados Unidos, Inglaterra, Francia, India, Perú, Bolivia, Argentina, México y Chile. Ha dictado conferencias en Chile y Estados Unidos.
Tiene varias distinciones y premios en narrativa y poesía y su novela “Una Ilusión en Caldera”, fue traducida al inglés.
Reside en la III región de Atacama (Chañaral)
27 de octubre de 2023
Mañana es otro día, Pedro Serazzi Ahumada
Mañana es otro día, Pedro Serazzi
Mañana, es decir más rato, será otro día, ojala pleno de
sol. Me levantaré a las ocho y media y comulgaré en la misa de nueve. También
le prometeré al Señor retomar la buena senda, total si es fácil ser buena si
uno se lo propone.
Como lo hago siempre me tiraré a la piscina como
corresponde, sin mentiras. No hay nada más lindo que la sinceridad. Anoche,
digo anoche, porque ya son las seis de la madrugada, vinieron mis dos primas,
la Quena y la Pilar. Mis primas siempre han sido bacanes, chicas buena onda,
pero tenemos diferencia de edades y experiencia. Ellas, gemelas de 20 años y yo
una pendeja de 15. Me dijeron que tenían una movida para un carrete en la disco
con tres tipos casados y a la pinta. Para mí, adrenalina pura, quise hacer la
movida de mujer grande.
- Sólo carrete, unos pocos copetes en el auto, escuchando
unas canciones dando una vuelta por la ciudad y después nos vamos a bailar a la
disco -. Dijo la Quena.
- ¡Nosotros la hemos pasado bomba y heavy con los
compadres! – Agregó la Pilar – Son a la pinta, Pelusa, buen trago y taquilla.
¡La vamos a pasar la raja! ¿Cachai, loca?
Lo que son las cosas. Si yo les hubiera pedido permiso a
mis papás para salir con mis primas, no me habrían pedido muchos detalles y
como siempre me darían permiso para salir a divertirme, porque es el premio que
me dan, porque dicen que con mi hermana somos dulces, hacendosas y buenas
alumnas. Al menos nos esmeramos en eso y nos aflora de piel. Lo que creo es
sólo las buenas enseñanzas y armonía del hogar. Pero lo hice todo al revés,
como decía, “adrenalina”. Dije que me acostaría temprano y para disimular, le
dije:
- ¡Papito, quiero escuchar música en mi celular!
- Bueno, hijita, si mañana deseas salir, nos avisas.
- ¡Vale!, ¡Muchas gracias! – Enseguida besé al papá, a la
mamá. Ella sólo sonrió, porque habíamos compartido mucho ese día y estaba muy
feliz.
Eran como las 10 de la noche. Era la pinturita perfecta.
Me maquillé de lo más linda. Me puse un hermoso vestido celeste y floreado, muy
de primavera-verano, unas chalas hermosas y me sumergí vestida bajo el cobertor
a escuchar un poco de rock tecno. Me quedé dormida y como a las 12 y media de
la noche sentí unos golpecitos suaves en mi ventana. Eras mis primas.
- ¡Comadre, estamos listas y ellos también!
- ¿Carrete corto y luego a bailar a la disco como
prometieron, Pilar?
- ¡Por supuesto, y con los casados! … ¡Haremos nuestro
escandalito propio!
Mis primas son más osadas que yo. Los chicos, no eran
tales, eran unos tipos de más de 30 años. Los encontré viejos para nosotras y a
uno llamado Julio, ordinario. Ese, según la Pilar, estaba que se le caía la
baba por mí. Pero, que era su pareja, muy fogoso y ella estaba agarrada y lo
compartía, no le importaba un trío. Y tenía que hacerlo, porque si no, éste se
le enojaba. El otro era un tal Mario, se veía decente, pero después lo calé que
era cobarde. No había un tercero.
Para impresionar
andaban en un BMW del papito de Julio. ¡Que baile en la disco, ni que nada! Se
fueron directamente a la playa “Las Cochillas”, como a 20 kilómetros al sur de
la ciudad, Mis reclamos fueron inútiles. Yo quería la disco.
En la playa sacaron dos botellas de ron, fumaron
marihuana y pusieron el equipo del vehículo a reventar de volumen para bailar
salsa. Todos estaban eufóricos. Yo apenas probé un sorbo de ron y nada de
hierba. Mis primas se pusieron osadas, empezaron a sacarse las blusas para
insinuar más que algo de las pechugas. Los tipos les tiraban agarrones por
todos lados y como yo estaba arrinconada la Quena me gritó:
- ¡Cagafiestas!
Luego comenzaron a tener sexo sin pudor y me fui al auto.
Bajé mi cabeza, porque no tenía ninguna curiosidad, susto sí. Como a la media
hora llegó el tal Julio, se sentó a mi lado. Venía olor a copete, hierba y de
esa cosa sexual.
-¡Ahora te toca a ti, guagüita!
- Me trató de besar a la fuerza y creo que lo consiguió,
pero así no vale.
- ¡Eres más rica que tu prima y más linda que la chucha!
- ¡Suéltame, maricón!, ¿Qué no te basta una?
- ¡Yo quiero comerme ahora a la cartucha! ¡Te voy a
romper el mate, la Pilar me dio el pase!
Me tomó las piernas a la altura de los muslos. Echó
violentamente atrás el asiento, me subió a la fuerza el vestido hasta la altura
de los senos, que me los apretó con fuerzas. Ahí me dio el inmenso pánico. Era
su prisionera. De un tirón me hizo pedazos el colalés. No se compadecía de mis
súplicas, ni de mis lágrimas.
- ¡Por favor, deténgase, nunca lo he hecho!... ¡Piense en
sus hijos, tu también los tienes y me estás violando y podrás ir preso por
esto!
Actuaba irracional y cuando me estaba penetrando con su
“cosa”, le pegué un apretón furioso y clavé mis largas uñas en sus testículos.
Creo que el grito se sintió a un kilómetro. Le llegaron a saltar las lágrimas.
Al principio el tipo no podía hablar del dolor y lloraba.
Casi no respiraba. Pero, cuando reaccionó y yo estaba más vestida, me dio
tremendo golpe de puño en la nariz, que me saltó la sangre y me manchó la falda
del vestido. Por suerte no me aturdí.
- ¡Huevona, cartucha, devuélvete al jardín infantil!
Mis primas, ni aun habiendo bebido ron y fumado hierba
justifico su actitud, fueron unas pesadas y desleales. Después el Julio se fue
y continuaron con sus vicios. Quedé llorando, tratando de estancar la sangre
con mi pañuelo. Le puse seguro al auto y producto del nerviosismo y el dolor,
me dormí, así que ni me di cuenta que algo moví en el auto, tal vez la palanca
de cambio y no debe haber estado puesto el freno de mano y tal vez con una de
mis piernas lo dejé neutro y el auto se fue en una pendiente pequeña y chocó
contra una roca. Desperté.
-¡Madre mía, Santa Teresita, protégeme por favor!-
Supliqué.
Corrieron ante el
tremendo ruido. Yo bajé asustada para ver los daños. Cuando Julio miró el BMW
del papito, tenía un foco menos, parachoques para la historia y un tapabarros
muy abollado. El, amigo, Mario, me dio tremenda patada en el trasero y el Julio
me lanzó tremendo puñetazo en la boca, se me partieron los labios. Me fui de
bruces atrás y mi cabeza golpeó a la altura del cerebro, en la nuca, contra una
roca. Vi estrellas, lo juro. Hasta entonces no creía que se veían estrellas,
pensaba que era un mito. Quedé semi-aturdida. Traté de hablar y no pude. Ahora
sentía que estaba húmeda de sangre la boca, la nuca y mis cabellos. Estaba
conciente, pero no podía hablar, lo intenté. Traté de abrir los ojos y no pude.
Sólo pensaba, sentía como una tormenta en el cerebro y quería abrir los ojos y
no podía. Si comencé a escuchar y podía pensar. Escuché algo cruel de Julio.
- ¡Se murió la huevona! ¡Echémonos el pollo!
El Mario pensó que era lo mejor.
La Quena, agregó:
- ¡Todos morimos en la raya, la pendeja de mi prima,
jamás salió con nosotros!
Los seguía escuchando y decían que había que darse la
mano para sellar el compromiso y después escuché el ruido del automóvil que se
alejaba. Sentía mucho frío. Me quedé inmensamente sola. ¿Sería el hielo de la
muerte?... Me caía el rocío y en mis pensamientos oraba y perdía perdón por si
moría. Era una triste confesión de pensamientos ante la imposibilidad de
pronunciar palabras. Apenas había probado un sorbo de ron. Creí definitivamente
morir, sin duda era un TEC. Entonces no pude reaccionar positivamente. Luego,
intenté no perder el conocimiento, porque podía desangrarme, pero lo perdí.
A las cinco de la madrugada recobré el conocimiento. Dios
mío, pude levantarme, hablar e hice un test a mis demás sentidos. Debí haber
estado inconsciente unas dos horas. Continuaba el frío, aun pese a ser casi el
verano. Por suerte no había perdido mucha sangre. Fui al mar, que estaba cerca
y lavé la sangre de mi rostro, cabellos y la nuca. Me saqué el vestido, sólo
quedé en sostén y lavé todo mi cuerpo. Me puse el vestido, los colalés estaban
botados e inservibles. Caminaba como una ebria, sin estarlo y pude llegar a la
Ruta 5, a unos 400 metros del mar.
Como todos dicen que soy bonita y tengo buena presencia
hice parar a un bus, que se detuvo. Mi vestido, se veía bien, a pesar de todo.
El chofer fue amable, no hizo preguntas y me llevó a Chañaral. Ni siquiera me
cobró pasaje por el aventón. Al bajar le di las gracias con un chocolate que
llevaba en mi pequeña cartera.
Partí a casa. Nuevamente ventana arriba, me saqué
rápidamente el vestido. Me lavé una vez más, puse alcohol y hielo en mis
heridas. Me puse el pijama azul de polar. Como era mucho el dolor de cabeza me
tomé un analgésico fuerte y un desinflamatorio.
A ahora, cuando faltan 2 minutos para las 6 de la mañana,
reafirmo mi compromiso de buen comportamiento y no más errores como éste. ¡Vale
lo prometido!
Pedro Serazzi
26 de octubre de 2023
Hospital de Copiapo, Pedro Serazzi
Hospital de Copiapo, Pedro Serazzi
21 horas, noche de ese mismo día, domingo en el Hospital de Copiapó, Unidad de Tratamientos Intensivos. Los padres de Pelusa y su hermana, Angélica, de 13 años de edad, están viviendo dramáticos momentos al lado de la joven Pelusa. Había sido derivada en una ambulancia, a las 10 de la mañana desde el nosocomio de Chañaral, a 176 kilómetros. Una enfermera observa el monitor cardíaco. Un neurocirujano y otros dos especialistas se aprontan a conversar con la familia, pero no es posible, no tienen la calma para poder escuchar.
¡Dios mío! ¡Que terrible! Estoy totalmente paralizada, también he perdido la visión; sólo puedo pensar y escuchar. Ni siquiera puedo mover los labios.
¿Por qué hice esto, por qué me golpearon así?... Mis padres, mi hermana, están a mi lado y no saben que los escucho… ¡Ay, sin tan sólo pudiera mover mis dedos y apretar la mano de papá, mamá o mi hermana, podrían saber que los escucho!
¡Quiero pedirles perdón! Hace un rato el sacerdote lo ha hecho por mí, al darme la extrema - unción. También me he dado cuenta que hoy es domingo por la noche y estoy en la UTI de Copiapó y que hace unas dos horas que estoy, aunque inmóvil, consciente. No pude despertar, feliz, como todos los días solía hacerlo.
Siento llorar a la mamá. La escucho decir:
- ¡Hijita, no te mueras!
Y yo quiero decirles con todas las fuerzas, con la voz que ya no tengo:
-¡No quiero morir, mamá! ¡Perdón papá, perdón mamita, hermanita del alma!... ¡Eramos tan felices!... ¡Papito, tengo tanto miedo!... ¡Siento que se me inunda de sangre la cabeza!...¡Siento como me explotan las venas!... ¡Papito, ayúdame, por favor, me estoy muriendo!... ¡Los amo mucho, quiero vivir, pero no puedo!... ¡Dios mío, Santa Teresita que triste…es…cuando… se aca…ba la vida…Yo…quie…ro, per…dirles…de…co…razón …que…el…
Pedro Serazzi
25 de octubre de 2023
Dos lágrimas del mar, Pedro Serazzi Ahumada
DOS LAGRIMAS DEL MAR
-¡Qué día más divino!
Exclamó Carmen y
sin embargo se puso a llorar. Iba a cumplir
al día siguiente 66 años de edad y estaba sola en el mundo. Ya hasta el
último hombre que había amado no estaba
con ella.
Caminó por la
playa del balneario Flamenco,
Chile, y una joven gaviota desplegó toda
la energía de su cuerpo para batir sus alas y encumbrar un raudo vuelo tras los
peces.
Sintió envidia de
la hermosa ave, pues ya no tenía los 36 años, edad que tanto echaba de menos,
cuando en esa mismas aguas, de olas
suaves, se bañaba con su enamorado, el hombre que más la amó y se juramentaron
ante Dios- que creyeron ver en las nubes de la tarde- que ese amor jamás
terminaría.
Estaba
inmensamente triste, porque ese amor tan grande no supo cuidarlo y ese hombre,
anotó en su libro de penas que fue la
mujer que más amó. Separados entre el orgullo y el dolor, vinieron los años
crueles, donde el cuerpo también se convierte en otoño y arrojó lentamente las
hojas de su belleza y las reemplazó por
las arrugas, un abdomen que creció, achaques de presión, dolor de huesos y
otras cosas malditas, que terminaron con su menuda y hermosa figura.
- ¡Dios mío, qué lindo fue el ayer!...
Ahora pensaba
mucho más en el Padre del Nazareno, a quien había abandonado en los
años hermosos de su vida. Continuó caminando, la tibieza suave de las olas
mojaban sus pies. Reflexionaba sobre lo malo que fue haber favorecido su
vanidad, antes que las cosas del alma y de haberse convencido que la belleza
joven no se terminaría jamás. Tenía ira hasta con el mar porque ese día estaba
más bello que nunca.
La playa, pese a
ser día de estío y cálida, curiosamente estaba casi vacía. Sólo dos niños
jugando en la construcción de un castillo de arena, Uno de ellos la llamó cariñosamente tía. En tanto, un
joven rubio y apuesto, de ojos claros, se paseaba en short de baño por la
playa. El la miró con dulzura:
- ¡Buenas tardes, señora!
El muchacho, que
tenía un aire distinguido, todos los
días la miraba con cariño y ella no podía entender exactamente por qué. Sabía que no era un enamorado, lo presentía,
menos de ella. Advertía que algo tenía en su interior que lo hacía más diáfano,
comparado con otros más vulgares con los
que se encontraba otras veces. En tanto añoraba, el sol hacía su trabajo en el
horizonte y se llevaba a reposar el largo día.
-Buena hora para nadar –
se dijo la mujer.
Y luego,
maldiciendo la soledad de su vida, viejo vicio el de maldecir que ella tenía,
realmente pensó que lo mejor para la psiquis era darse un baño en el océano en
el atardecer y luego, aplicar esas técnicas de relajación que tanto dominaba.
Estimó que de esa forma sus penas tal vez podrían irse en el velero del
atardecer.
Nadó, como lo
sabía hacer desde niña, bien y con estilo…
Se sintió joven y
hasta soñó con ese viejo y hermoso verano, lleno de romance, de besos, de
pasión y hubo un cóctel maravilloso entre la sal húmeda que afloró de sus ojos
y la que traía las olas. Aunque lloraba, sonreía de felicidad.
Y nadó lejos,
cada vez más emocionada con el raconto de ese especial romance. Sin embargo,
una corriente marina traicionera la llevó lejos de la playa y sus cansados músculos no fueron capaces de
soportar la tensión y el esfuerzo que exigía la emergencia. Una de sus piernas
se acalambró y al procurar aliviar el dolor se hundía. Con un esfuerzo supremo
gritó:
-¡Socorro, que me ahogo!
Sin embargo
¿quién la iba a escuchar? Ya no podía nadar y sólo uno de sus brazos que
emergía, como un Titanic, indicó que se iba al fondo del mar. Tragó agua, se
llenó de miedos y asimiló con pavor que comenzaba a morir.
-¡Perdóname, Dios mío! – decía en letanía mientras su
cuerpo se iba al fondo del mar.
Desesperada y casi inconsciente sintió que dos manos la
tomaron de la cintura hasta emerger.
-¡Tranquila señora, yo la salvaré!
El hombre,
lentamente, aunque con seguridad, la
llevó a la orilla de la playa. Fue una maniobra de 10 minutos. Una vez en la
arena, la recostó, le hizo respiración boca a boca y le aplicó otras técnicas
de salvamento que conocía. Los niños del castillo de arena habían corrido en
busca de ayuda, la que llegó prontamente en una camioneta de la Marina de
Chile. Cuando éstos llegaron Carmen volvía lentamente a la vida. La cubrieron
con una frazada, le pusieron en una camilla y la llevaron al Hospital del puerto
más cercano, Chañaral. El hombre que la había salvado, era el apuesto joven de
25 años, que dio gracias a los marinos y partió con rumbo desconocido.
Carmen, en la
Sala de Urgencia volvió definitivamente a la vida y dos días más tarde,
caminaba por la misma playa en busca de su salvador. La artesanía era uno de sus hobbies y le llevaba un hermoso regalo. Tuvo suerte,
allí estaba, con los niños del castillo de arena, él también ayudándolos, como
un pequeño más. Al verla se puso de pie.
-Señora, que gusto verla repuesta.
Y ella sacó sus
sentimientos lindos, esos que nunca debió dejar de lado en la vida. Lo abrazó,
lloró, le dio las gracias, le entregó el regalo y le dijo que le invitaba a su
casa de veraneo a comer esa noche.
¡Qué emoción!, pero cuánto lamento decirle que no puedo
ir!
¿Por qué no?
Entonces, ¿quién eres?, para poder agradecerte toda la vida.
¡Soy tu hijo,
mamita!... Soy aquel pequeño al que no dejaste nacer por el qué dirán y porque
iba arruinar un poco tu bello cuerpo, cuando tenías 36 años. Recuerdas, mamita,
yo era iba a ser hijo del amor y estaba extasiado en tu vientre…Papá te rogó
mucho por mi existencia y sin embargo pagaste en una clínica para que yo no
viviera.
Pagaste por mi
muerte, pero a pesar de todo y perdona que me quiebre, ¡te extrañaba, mamita!
Viví muchas semanas en tu vientre con la ilusión de nacer… Tú no quisiste que
yo viviera. Yo quiero que tú vivas y anhelo que el amor, todos los días toque
tu corazón. ¡Te amo, mamá!
Se habían
separado del abrazo y al joven rubio, que le tenía tomada las manos, se le
descolgaron dos lágrimas que fueron como cristales. Carmen no sabía si gritar,
llorar o pedir perdón. Su salvador, le soltó las manos. Luego, con su
regalo y los pies descalzos corrió por
la playa y a plena luz del atardecer, teniendo también como testigo a los dos
niños, se comenzó a esfumar a pocos metros de ellos, convirtiéndose en parte de
la espuma del mar.
Carmen se sentó en
la arena y rompió a llorar.
Pedro Serazzi
(Chañaral, Chile)