POEMA ESPERADO
Gajo mío, murmullo de sol, fuente radiante
en la sombra del patio gastado de mi vida.
Tus meses rubios traen con su luz balbuceante
mis olvidadas sangres, mi eternidad perdida.
Yo era como un crepúsculo que entre cenizas rueda
hasta que apareciste con tu aliento de canto
levantando en mis ojos una azul polvareda
y aceitando con música los goznes del espanto.
Tu tumulto de trinos me ladea la casa,
tus sílabas de polen en mi piel siembran lumbre.
Tras tus impulsos voy de la brisa a la brasa
saltando con tus pasos, hondos de levedumbre.
Cuando tus dedos rientes recorren mis arrugas
me florece la cara como un charco sediento.
Cuando tus inasibles pies desgranan sus fugas
me brotan alas nuevas por todo el pensamiento.
Los pájaros traducen tu idioma y me salpican
los silencios, las fiebres, las canciones, los hombros.
Al sol de tus fulgores mis años dulcifican
sus demorados sueños, sus lejanos asombros.
Vuelvo a tocar juguetes tiernos como el rocío.
Otra vez mi saliva tiene un sabor celeste.
Y me invento un lenguaje que es ciencia y desvarío
para que tu misterio musical me conteste.
Hija mía, estos versos no saben qué decirte,
manotean difusos, ciegos de claridades.
Falta en este poema lo que pude escribirte,
pobres palabras mías que sirven por mitades.
Cuando crezca tu tiempo y también te sea dado
comprender que el poema no es más que un vuelo herido,
sonreirás leyendo este desesperado
intento de limpiar mis palabras de ruido.
No obstante, hija insondable, me alza, me reconstruye
sospechar que en tus sueños fluirá la poesía;
que en tu sangre su río profundo se diluye
repartiendo las lenguas de su sabiduría.
Sabiduría lenta de dolor y hermosura,
ella te mostrará mi entrega y mi camino.
Perdonarás mis versos y su torpe aventura
cuando entiendas que mi alma no supo otro destino.
Gajo mío, llovizna en la sed de mis huesos,
harina con que amaso mis panes de infinito:
desde tu madre amada te han traído mis besos;
nombrándote, mi boca ha lavado su grito.
El día en que el invierno prenda en mi voz su escarcha
y me duela el silencio como una vieja tos,
yo tendré decidido el rumbo de mi marcha
porque tus pies soleados ya andan buscando a Dios.
Osvaldo Guevara