Paisaje con la caída de Ícaro
Según Brueghel
cuando Ícaro cayó
era primavera
un granjero araba
su campo
y toda la pompa
del año
se despertaba
cosquilleando cerca
la orilla del mar
ocupada
en sí misma
sudando bajo el sol
que derretía
la cera de las alas
insignificante
más allá de la costa
hubo
un chapoteo casi imperceptible
esto era
Ícaro ahogándose.
William Carlos Williams
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9 de febrero de 2023
Paisaje con la caída de Ícaro, William Carlos Williams
8 de febrero de 2023
Ventisca, William Carlos Williams
Ventisca
Cae la nieve:
años de furia detrás de
horas que flotan perezosas--
la ventisca
arrastra su peso
más y más hondo por tres días
¿o sesenta años, eh? Después
¡el sol! una maraña de
copos azules y amarillos--
Árboles que parecen hirsutos
sobresalen en los callejones largos
por encima de una soledad salvaje.
El hombre se da vuelta y allí --
su huella solitaria extendida
sobre el mundo.
William Carlos Williams
7 de febrero de 2023
El pensador, William Carlos Williams
EL PENSADOR
Las nuevas pantuflas rosas de mi mujer
tienen unos alegres pompones.
Ni una sola mancha, ni una mota
en su puntera de raso o en los laterales.
Por la noche descansan juntas
bajo su lado de la cama.
Por la mañana, entre tiritones,
las entreveo y me sonrío.
Más tarde las miro
bajar por la escalera,
pasar apresuradas por las puertas
y trajinar en torno a la mesa,
moviéndose con decisión
¡y con un bamboleo
de sus alegres pompones!
Y colmado de felicidad hablo con ellas
en mis adentros.
William Carlos Williams
6 de febrero de 2023
El cabrito, José María Castellano
EL CABRITO
A la memoria de Rodolfo Ortiz.
Aquella nublinosa mañana en un destartalado camión
Rodolfo y yo llegamos al puesto de su campo de Santa Rita, que esté entre
Condorhuasi y Altautina, al pie de una loma bravía, poblado de garabatos espinosos
y rastreras chéguaras puntiagudas. Milagro de Dios fuese caminar por esas
serranías tan solo cien pasos y no espinarse hasta sangrar.
El motivo expresado del viaje era la necesidad de mi
amigo de echarle una mirada a sus vacas, pero el tapado comer un cabrito
rociado con algo de vino. Nos anunció y recibió el agudo coro de los perros, a
manera de saludo campesino, hasta que apareció Merlo, el puestero, que nos
estaba esperando. Próximo al rancho se advertía una fogata chisporroteante
vigilada por dos niños. El hombre nos saludo cortés y parcamente. Merlo es
delgado, reseco como el paisaje,
con cuerpo fibroso como vara de jarilla, de cara huesuda,
bigotes singularmente claros y patilla prócer. Hay esquividad en su mirada
tímida, y al sonreir se derrama por su rostro el candor de un alma triste.
Rodolfo y el puestero charlaron un rato sobre vacas,
pariciones, novillos, y convinieron sobre una próxima yerra. Finalmente
callaron, se miraron en silencio y se entendieron. Entonces Merlo llamo a los
niños y les hablé con palabra juiciosa y confidente. Les indicé que atrapasen
un cabrito de la veintena que había encerrados en las ruinas de lo que hubo de
ser la última habitación del rancho que, por no tener techo, servía de corral a
los mamones. Saltaron dentro por un vano donde quizá. alguna vez una ventana lo
ocupaba. Allí principiaron a retozar fraternos con los animalitos. Urgidos,
pillaron uno cualquiera.
Era el único de pelo chasco, renegrido y lustroso. El
cabrito forzaba zafarse de los brazos infantiles, balando lastimero. Acaso presentía...
Lo alcanzaron por el pedazo de la pared más derruido.
Una vez salidos del corral, sin que se les ordenase, como
si fuese una costumbre con sabor a rito, corrieron en busca de un facón de filo
cortante y de una fuente grande. Mientras tanto el hombre había llevado a su
víctima bajo la ramada. Sentándose en cuclillas, la inmovilizo tomándola de las
patas con ambas manos. El cabrito se contrajo arqueando el lomo y tornando a
balar. Puede que clamara por su madre. Luego calló y comenzó a suspirar con
espasmódicos
resoplidos, mientras los perros excitados por los balidos
y por la inusual actividad rondaban curiosos.
Así se abrió un compás presagiante en el cual se
escuchaban los resuellos de la víctima, el crujido de la chala que comía un
caballo y la crepitación del fuego. Al volver los niños con el arma de acero bruñido
sustituyeron a Merlo. Este, libre de las manos, le palpo el cogote al cabrito
con parsimonia de cirujano. Aquellas toscas palmas terminaron el examen con
blanda caricia a manera de despedida.
Luego, quizá ansioso por su sino de verdugo de un
capullo, de improviso le hundió el cuchillo en la garganta que, jabonoso, se
deslizo como culebra.
Hubo un doloroso gemir y un manantial do sangre broto
salvaje acompañado de ásperos y sordos ronquidos, cálido y humeante chorro que
llenaba el fuentón. La sangre surtía y surtía con intensidad intermitente, al
ritmo de una respiración entrecortada y gemebunda.
El cabrito revolviase, desesperado, impotente, ante la
mirada curiosa de los niños que lo apretaban con fuerza. Los perros, fija la vista
en la sangre, movían la cola vertiginosamente.
Un gato, arriba, encogido en el sobrante de Ia cumbrera,
relamía su bigote.
La herida continuaba vertiendo.
Todo parecía teñirse de rojo, menos los ojillos de la
víctima, entornados hasta casi quedar blancos. De cuando en cuando hipaba,
arrancando exclamaciones a los niños. Únicamente Merlo estaba retraído vuelto
sobre si mismo, en aquella escena donde el ritmo vital de la gente y animales allí
convocados a esa ceremonia primitiva y bárbara, se acercaba a expensas de una
muerte. A mí se me antojaba que el sacrificado expiaba la culpa de haber nacido
en un paraje tan bello, agreste e impregnado de paz.
En ese momento el rojo, pincelaba las expresiones, las
cosas y hasta el aire mismo.
—Ta muy sangriento esta maula.
Nueva cuchillada y crujieron los huesos.
Se escuchó entonces un roncar sordo - quizá postrer
ensayo de un balido - y en la mirada del cabrito se durmió la luz de la vida.
Ya casi no manaba sangre. Luego estiró las patas con
total distensión. Brevísimo temblor le recorrió el cuerpo. Se produjo el estertor
final.
Después...iNada! Había muerto.
El degollador limpió el facón sobre el lomo del animal.
Los niños retiraron la fuente llena de un coágulo temblante.
Alzó Merlo al cabrito y lo puso sobre un tronco. La
cabeza cayó hacia atrás mostrando la herida enorme. Finos hilos sanguinolentos comenzaron
a descender por la corteza. Un perro los lamié con fruición; otro mes atrevido
hizo lo mismo con la herida.
—iSalgan, che!—, les gritó enérgico el matador, dándoles un
planazo con el facón.
Alejados los perros colgó al cabrito sobre la viga
costanera dela enramada y comenzó a cuerearlo
con habilidad consumada.
Resonaron sordamente los primeros tajos. Abierto el
vientre se vio la carne. Habló para si Merlo:
— No está muy gordo. Esté. apenas... apenas...
En breve tiempo al rasguear del facón siguió un sonoro quebrantamiento
de huesos y, envueltos en una nubecita vaporosa, comenzaron a caer las tibias
entrañas, algunas de las cuales Merlo arrojó a los perros hambrientos. El gato,
sin duda por temor a los colmillos de aquellos, no bajó, y comenzó a maullar
lastimero.
Poco a poco el cuero se fue desprendiendo y cayendo hasta
casi tocar el suelo. Cuando lo sacó totalmente y quedó limpia, monda la cabeza,
los ojos de la víctima, antes suaves y tiernos, se veian enormes, desorbitados,
como una visión febril, semejante a la impresión que dejan en el alma de los niños
los cuentos de ultratumba.
Merlo, mirando esos despojos con candor caviloso de
poeta, musitó:
—¡Pensar que era tan bonito!
Y sonrió con su sonrisa triste.
José María Castellano
-1954-
5 de febrero de 2023
Homenaje al escritor José María Castellano a cargo de Beatriz Tombeur y José Luis Colombini. 05/09/2014
Homenaje al escritor José María Castellano a cargo de Beatriz Tombeur y José Luis Colombini. (video)
Con motivo de cumplirse el primer aniversario del
fallecimiento del gran Escritor José María Castellano y en homenaje al gran
narrador de Traslasierra, los Profesores Beatriz Tombeur y el Gestor Cultural
José Luis Colombini expusieron un breve análisis sobre su obra, abordando dos
aspectos: La narrativa e historia y tradición, en sus textos, el acto se llevó
a cabo en el Salón del Colegio de Escribanos el día 5 de septiembre de 2014.
Sarmiento 217 Villa Dolores, Traslasierra, Córdoba, Argentina. El evento estuvo
auspiciado por el “Grupo Literario Tardes de la Biblioteca Sarmiento” y la
“Junta Municipal de Historia de Villa Dolores”
4 de febrero de 2023
El chivo de las Uliarte (Carta), José María Castellano
EL CHIVO DE LAS ULIARTE (Carta)
Querida comadre:
Esto lo escribo para usted, que espero que San Cayetano
no me la desproteja y que ande bien de salud, igualmente de amores. . . con su
marido, ¡por supuesto!, como también ruego que esté sanito mi ahijado que ya
veré crecidito y emplumándose por los encuentros delanteros y, de ser así las
cosas, andará hondeando palomitas. Si de esos afanes se ocupa, aflójele la
rienda. Déjelo que aprenda a hacer buen uso de lo que Dios le dio para
diferenciarlo de las mujeres, por nos libre el Cristo de Renca de que le suceda
lo mismo que al personaje del verídico que le voy a contar.
A lo que sigue me lo contó un "don" ¡hace años!,
un día íbamos en sulqui ya no me acuerdo donde.
Se dio en oportunidad que comentaba el próximo casamiento
de un familiar , un solterón mas desabrido que caldo de choclo, cumplidor de
los diez mandamientos, muy especialmente del sexto, solterón que a la fecha no conocía
el rastro de cabra, que jamás hizo trotar la vizcacha, es decir que llegaba
inexperto y casto al matrimonio, igualito que don Virgencita, Su Señoría.
Disculpe, comadre, no me tome por zafado y boca suelta.
Si hay alguien a quien respeto es a usted, ¿sabe... ?
El caso es que para el lado del Bajo, póngale San
Vicente, La Concepción o en Las Toscas, para el caso es igual, vivían en santa paz
tres niñas, pero de las "niñas" de antes, de esas mujeres mas maduras,
que alguna vez merecieron varón que les echara una zancadilla entre los yuyos,
lo que nunca ocurrió, y se quedaron para vestir santos en lugar de vestir niños.
Estas abajeras, conocidas como las Niñas Uliarte, un
tranco antes de la vejez, por miedo a la soledad se amucharon en un rancho de
cierta jerarquía campesina, revocado con cal y con cocina de fierro.
Dado su condición y forzada virtud el cura de San Pedro
las nombro algo así como fideicomisarias de una Virgen del Carmen, no de las de bulto,
sino de las vestidas. Un típico exponente de la imaginería criolla.
¡Viese como se amuchaba la gente en ese rancho en ocasión
del mes de María! Las dueñas dirigían las devociones durante ese lapso.
Se desempeñaban como sacerdotisas vicarias del cura
italiano de San Pedro.
Para el día de la Inmaculada que usted bien sabe,
comadre, cae el 8 de diciembre, una vecina les regalo un cabrito de la parición
reciente, blanquito, bonito y gordito, para que con su carne pascuasen en la
Navidad cercana.
_ Llego la fecha y las Niñas Uliarte, ¡tantísimamente buenas!,
de corazón más blando que miga de pan recién horneado, llegado el momento no se
animaron a cortarle el pescuezo al animalito.
— ¡Pobrecito! Mejor lo criamos.
Eso dijo una y las otras asintieron. Dicho y hecho.
Durante unas semanas le dieron leche con una mamadera improvisada, trabajo que
fueron dejando a medida que el cabrito comenzó a pastear. El animal comenzó a
crecer mansito, mimoso y querendón. Para suerte de todos los perros de la casa
lo aceptaron como a un camarada mas.
Las Niñas Uliarte estaban más que satisfechas. Creían
honradamente haber hecho una obra de bien que les seria recompensada por el Supremo
Juez y con ello amortizarían algún comprensible y cándido mal pensamiento.
Como es natural al niño de la casa pronto comenzaron a asomarle lo cuernitos. Y al llegar el
noviembre siguiente festejaron su natalicio regalándole un cencerro. Se lo
ataron el cogote muy emocionadas con un lacito de cuero crudo mandando a trenzar
especialmente. Para la ocasión los cuernitos se estaban convirtiendo en astas.
Pocos meses más, para asombro de sus dueñas, poco restaba
de aquel cabrito, blanco y tierno como el cordero pascual, dado que comenzó a
remanecer en un chivato garboso, medio confianzudo, que de puro macho y carismático
acaudillaba a los perros. Cuando ladraban, ese taita los apoyaba con un balido
ecudo, resonante, mismo que pitara tabaco criollo.
¡Chivo lindo e inteligente! Le faltaba hablar para ser
cristiano.
Vea, mi comadre, si en lugar de un meee... ! hubiera ,
por ejemplo, balado algún sonido parecido a "mama" , le juro que las
Niñas Uliarte le hubieran consultado al cura si era licito bautizarlo. Como no
todo es virtud y belleza, algo de olor chivatuno comenzó a desparramar.
Para aplacar un poco el tufo todas las mañanas y cuando recibían
visitas lo rociaban con agua de albahaca. Se lo trataba como al hombre de la
casa.
¡Viese las barbas que echo! Sin querer faltarle el
respeto a las Sagradas Escrituras, creo que el mismísimo patriarca Abraham se
las hubiera envidiado. Y ya que andamos por el Antiguo Testamento, si el chivo
hubiera tenido mujer, - ¡perdón!-, quise decir cabra, su descendencia hubiera
sido tan numerosa que cerros enteros habrían estado cubiertos por caprinos
blancos. A tal patriarcal atributo se lo peinaban todos los días. En los
domingos, en las fiestas de guardar y en los días patrios se las enrulaba con
una pinza de alzar brasas prudentemente calentada al rescoldo. No exagero,
comadre. El amor es ciego usted sabe muy bien, mi cuma. Se comprende con solo
mirarle la cara a su marido... y ¡disculpe!
El tiempo fue pasando. A un año siguió otro, y otro, y
otro. . . las Niñas Uliarte comenzaron a envejecer en serio y el animal, si
bien comido y tratado, siete noviembres no le habían pasado en vano. Un chivo
de esa edad, disimule la mala comparanza, es más o menos como un hombre de
cincuenta años. (Vea qué casualidad: la misma edad del pariente de mi compañero,
el que iba a casoriarse. Ese que no conocía lo que le dije al principio.)
A pesar de esa vida regalona y bien aforrada, casi todas
las tardes, al caer la oración, se echaba bajo un tala grande que había cerca
de las casas, y se quedaba pensativo, como filosofando. Las niñas al verlo así
se afligían, preguntándose preocupadas qué le pasaría al mimoso.
Si el chivo les hubiera podido explicar, cosa que al
parecer intentaba porque las olisqueaba tupido y a veces las cargoseaba
dándoles hocicazos cerca de las partes femeninas, que el tenía una añoranza,
una necesidad que le nacía de muy adentro, y que muchas noches en sus sueños se
le aparecían cabritas saltarinas que retozaban entre los poleos, las matas de peperina
o de yerba buena y todas las flores fragantes que hay en el campo, que se le
arrimaban y refregaban su cuerpito tibio en sus paletas o en el costillar.
Intentaba
franquearse con las niñas, pero era nada más que un
chivo. Le brotaba solo un ¡meee. . . ! lastimero y en el que había algo del bufido
del toro de aspas caidas, el marido do todititas las vacas do los cercos.
iViese qué torazo y que manera de ejercer! ¡Era de
admirar, mi cuma, como se comportaba con las vacas! Un día le tocaba a una y el
otro a otra, y las vaquitas muy satisfechas y ¡meta parir terneritos. . .! El chivo
observaba los ejercicios amatorios del toro y en sus ojos aparecía algo como un
ramo do envidia. Las niñas lo advirtieron.
Usted que es mujer sabe que el hembraje es como rayo para
pialar esas situaciones. Entonces cuando calculaban que el toro se iba a poner
atropellador porque alguna esposa le menudeaba las ancas cerca del hocico,
encerraban al regalón para que no recibiera malos ejemplos y no tuviera de esos
pensamientos de juventud que acarrean remordimientos de conciencia.
Si, comadre, si... El chivo cincuentón y virgo siguió
envejeciendo, pero las cabritas de sus sueños no. Hasta se había puesto más arrempujadoras
y se le acostaban una de cada lado, mordisqueándole las orejas. Cuando eso sucedía,
el chivo se levantaba muy nervioso y, enderezándose sobre las patas traseras, ponía
las delanteras sobre el pecho de las niñas. Estas buenas mujeres se entumecían
al verlo tan cariñoso para saludar y dar los buenos días.
Mi cuma, dejemos a un lado la afectividad filial para con
las patronas y seamos claros en cuanto al problema existencial del patriarca.
Entiéndame bien: nunca, nunca, nunquita, jamás de los jamases, ese varón, no
digo olido, ni siquiera visto una cabra de carne y hueso.
Rengo, rengo, pero vengo. . ., como se dice. Al final
todo se da y lamentablemente hasta la muerte. Si me llega a mi primero le encargo
una novena. No se olvide.
Ocurrió que una tarde un paisano del lado de El Medanito,
en una época do seca y en busca de mejores pasturas, venia arreando por el
camino una majadas de chivas tan flacas que se les podía contar las costillas.
Se semejaban al arpa del maestro Maldonado, ese amigo mío de Las Tapias, al
casado con la señora Jorja, esa doña del Pozo de la Pampa. El padrillo consorte
de la tal majada era un desvencijado chivato que de puro viejo y averiado ya había
perdido un cuerno. De tan arruinado que estaba era el último de aquella procesión.
¡Qué no le digo que el tal arreo de andrajos venia en
derecera de la casa de las Niñas, meta balar de hambre y levantando nubes de guadal
justito a la hora en que nuestro chivo solterón filosofaba bajo el tala. Cuando
vio el tierral, sintió el tropel y, sobre todo, cuando escuchó los balidos, se
le hizo un nudo en la garganta. Se enderezó bravío y paro las orejas. También pestañeo
fuerte y medio le entro un mareo o cosa parecida, mas enseguidita se repuso.
Mismito semejaba un centinela alertado por el toque del clarín.
El arreo se acercaba cada vez más. El tierral se espesaba
y los balidos se escuchaban claritos como el canto del gallo a la madrugada.
El filósofo abandono sus pensamientos y tranqueo hasta un
bordo para divisar mejor esa inesperada novedad. Allí carraspeó para componer
el gañote que se le había resecado de golpe, porque sospechaba que algo
importante venia llegando.
Cuando los viajeros estaban como a una cuadra, el corazón
del chivo entro a corcovear y a la distancia de un tiro de piedra las
distinguió, ¡vaya si las vio!, y conoció por vez primera, no a las
cabritas de sus sueños, si no a las mendigas del arreo,
pero cabras al fin. ¡Peor era chupar arena!.
Luego el viento le trajo un aroma que lo aflojo, lo
desvencijo por dentro.
¡Cuanto asombro! ¡Qué alegría! ¡Que emoción!
Balo fuerte, pero tan fuerte, que las niñas muy
sorprendidas salieron en tropel a averiguar qué pasaba. Lo capujaron en el
acto. Y, cosa rara, cuma, a ellas, a las tres, se les amontonaron de golpe aquellos
pensamientos que en sus lejanas juventudes solían tener cuando veian pasar a algún
criollo joven y bien montado. De a una comenzaron a exclamar implorantes:
—¡Santo Dios!
—¡Santo Fuerte!
—¡Santo inmortal!
—Libranos Señor de todo mal!—, corearon las tres .
Vieron rondar alrededor del regalón al fantasma de la tentación.
Esperaron que ocurriera un milagro. Que, por ejemplo,
apareciera San Jorge, santo jinetazo, y que desde su zaino con la lanza
atravesara al Maligno. Una, la más renitente, suplicó
—¡Jesús te detenga, Satanás!—
Mientras, ese arreo ya pasaba frente a las casas.
Entonces sucedió lo increíble. El regalón, el chivo de las Niñas, con una agilidad
y fuerza desconocidas, salté de un brinco el cerco de ramas y se acercó
resuelto a las viajeras con intenciones muy claras. Horrorizadas las santas
mujeres observaron que el macho de la majada no salía a defender sus derechos
conyugales. Despavoridas se persignaron porque el adulterio era inevitable.
El chivo se acercó a la cabra que tenia más cerca y la
entró a olfatear desde el hocico hacia atrás: cabeza, cogote, arpa del
costillar, ancas y . . ., al llegar al encuentro trasero, justito en el lugar
donde Dios tajea el sexo a los animales hembra de cuatro patas, no se sabe ni
se sabrá nunca si el chivo, acaso por acostumbrado al agua de albahaca, le
desagradó y asqueó el perfume que de allí salía o de lo contrario —lo que mucho
colegimos— le gustó y ¡muchísimo!.
El hecho es que el recio varón de las Niñas Uliarte ahí nomás
blanqueo los ojos, echó la cabeza para atrás, se guastó al suelo, estiró las
patas y, sin decir ni siquiera un ¡meee. . .! quedé seco, muerto, ni que un
rayo lo hubiera partido. Así de grande y repentino fue elsincope que le dio de
purita emoción.
¡Lo que es el destino!
Reciba saludos de su compadre que mucho la estima.
José María Castellano
-1986-
3 de febrero de 2023
El tic Tac, José María Castellano
EL TIC-TAC
¿Se acuerda, amigazo, de Pedro Bulla?
Si es muy pichón y todavía esté emplumando, probablemente
no, porque resulta que Pedro se fué de Villa Dolores hace como veinte años.
Endilgó para la ciudad de Córdoba y allí ancló, para
perderse entre la riada de gente siempre apurada que
trota por las calles.
Nos dejo de a poco. Primero se alejo, tomando distancia.
Después, a ese alejamiento le añadió tiempo. Se fué del
todo. Se fue para siempre. Se murió Pedrito, llevándose su vozarrón, y, con él,
sus dicharachos, ocurrencias y pintorescas exageraciones.
Contados por Pedro con su voz ecuda todos, absolutamente todos
los lances de su vida fueron singulares y, muchas veces, insólitos. Y, si
alguien dudaba de su palabra, le refregaba por la cara un testigo de fierro: el
finado Servando, su tío, que estaba enterrado en el cementerio de San Pedro,
que allí fuera el incrédulo y sin prejuicios ni ceremonia alguna preguntara al
muerto.
Entre sus mas memorables hazañas se halla aquella de su juventud,
cuando trabajaba aún con su padre.
Un otoño le encargé que arreara una punta de vacas desde Chancani
hasta la estancia cercana a Chuna. Como la hacienda estaba flacona por la
escasez de pasto, no había que exigirla mucho.
Así las cosas, y como la distancia entre los dos lugares
suma mas leguas que dedos de las manos, ayudado por dos peones, salió una madrugada
de esa yesca que es Chancanl y se vino por el camino costero a las lomas que
apuntalan la Pampa de Pocho.
A mediodía, mientras daba un resuello y bebida a la tropa
en una represa, mandé encender una fogata a la sombra de un algarrobo para
echar medio costillar sobre las brasas y despenar tres botellas de vino.
Mientras asaba la carne entraron a conversar. Mejor
dicho, solo hablo Pedrito de muchas y de cualquier cosa: del senador, de las cabras
de doña Celaudina, de una maestrita que andaba caroneando para que perdiera las
cosquillas. En fin, de todo un poco, pero muy especialmente de su reloj de
bolsillo de plata, de los de doble tapa, del que por ser herencia do su abuelo
nunca se desprendía y orgulloso mostré a los peones ponderando sus excelencias.
Comido el costillar y ultimadas las botellas, se
acostaron un rato sobre los cojinillos a descabezar una siestita.
Cuando despertaron el sol comenzaba a bajar y reiniciaron
la marcha.
Al llegar a la estancia hacia el anochecer, Pedro se
bolsiqueó para ver la hora. ¡Cuál no sería su asombro, angustia y dolor, al
comprobar que el muy ladino del reloj lo había abandonado! ¡0 se le había
perdido? Para Pedro daba lo mismo. El reloj faltaba. Había dejado do ser un
apéndice de su cuerpo. No son de repetir las zafadurías que le enjareté a las
vacas, al azulejo que montaba, al camino y todo cuanto le rodeaba, con el
agravante de que el eco devolvía, amplificadas, las dos o tres últimas silabas
de cada desbocamiento. Los peones y, sobre todo, la hija del puestero trataron
de calmarlo.
Cuando so aplaco su colera cayo en honda pena. Quedose triste
por mucho tiempo y lucio pañuelo negro al cuello en señal de duelo.
—¡Que reloj, mi amigo! ¡Que perdida¡ Si es para llorar...
Paso el invierno con sus fríos, la primavera con sus flores
y el verano con sus solazos y, precisamente, al otoño siguiente, ni que fuera
cosa del Uñudo, su padre le encargo otro arreo entre Chancani y la estancia.
Fue algo así como si una espina de penca le enconara de nuevo su dolor, ya casi
cicatrizado: inconscientemente se palpo el bolsillo..., ¡pero el reloj no
estaba!
Esta vez el arreo no era de vacas, sino de una tropilla de
mulas chúcaras, labor más peliaguda. A mediodía llegó a la misma represa, acompañado
por los mismos peones, reiterándose el asado y la bebida consabida. Pedrito
echaba sus parrafadas no dando tiempo a sus compañeros ni siquiera para estornudar.
Pero él si, él estornudo fuerte como fuelle de herrero. Mientras componía el
apero de su nariz, el silencio, sin el vozarrón de Pedro, parecía más espeso,
como si se pudiera tocar.
Cuando los peones esperaban que el monologo continuase,
vieron sorprendidos que el patrón, enmudecido, prestaba atención a algo que
ellos no veían ni oían en cambio Pedro sentía, percibía, oía, un suave golpeteo
que venía desde abajo: tic-tac... tic-tac... tic-tac...
El corazón le latió como garganta de chelco. Rápido como saludo
de tero escarbo la tierra con el cuchillo y, cuando el hoyo alcanzaba como
medio palmo, ¿a qué no sabe quién estaba muy
orondo? ¡El reloj, señor! ¡El reloj de plata perdido un año
atrás cuando churrasqueo en el otro arreo. Todavía marchaba y para no desacreditar
el dueño marcaba la hora exacta.
Ah..., ¿no me cree?
Entonces vaya, ¡vaya...!
al cementerio de San Pedro y pregúntele al finado Servando, el tío de Pedro que
allí está enterrado.
Le contestara que le he contado la pura verdad. Palabra de
Pedro.
José María Castellano
-1985 —
2 de febrero de 2023
La broma, José María Castellano
LA BROMA
Cerca de Pozo de La Pampa, en campo abierto, a orillas del camino vivía de prestado en un rancho muy tosco y casi de la caridad publica un viejo miserable, a quien no se le conocía familia ni allegado alguno. El hombre era tan pobre que ni siquiera un perro tenía con eso esté dicho todo.
Un mal día cayó muerto frente al ranchito. Por suerte un vecino lo vio. Aviso a otros, y todos se conmiseraron con la situación de ese ser abandonado.
Los caritativos deliberaron qué hacer. Resolvieron construir un cajón con los precarios medios habientes, pues ellos también eran pobres, y velarlo esa noche para enterrarlo al día siguiente. La caja mortuoria resultó tan rústica y modesta como para quien iba destinada.
La llevaron al ranchito, acomodaron dentro al muerto y a esa carga mortuoria pusieron sobre el camastro. Como todo el mobiliario de la vivienda era solo la cama, una mesita, dos sillas y un banquito, trajeron otro largo para que en él se sentaran quienes esa noche velarían al muerto, dado que con campesina solidaridad varios así lo deseaban y voluntariosos se ofrecieron. Compraron cuatro bujías de estearina que acoplaron en el pico de sendas botellas y, como no
había donde, las colocaron sobre la tierra cerca de cada pata de la cuja.
Colgado de la cumbrera, un farolito a querosén iluminaba la escena con luz amarillenta y mortecina. Las paredes sin blanquear devoraban así toda la mezquina claridad que brindaba. El conjunto era sonbrio, deprimente, misérrimo.
Los hombres del acompañamiento se sentaron y, después que unas mujeres de manto negro hincadas rezaron un rosario y otras oraciones, decidieron matear para acortar la noche.
En cierto momento uno dijo:
— Che, la noche esté muy fría.
Qué opinan si compramos una botella de ginebra y así nos entonamos un poco?
— Buena idea.
— Romualdo, vos que andas bien montado, ¿te animás ir al boliche y traerla? -
— Y bueno.
Entre todos aportaron el dinero necesario y partió el comedido.
De pronto uno de los que quedaron se inspiró:
— Muchachos,
le hagamos una broma a Romualdo.
— ¿Cuál?
—Escuchen: sacamos al muerto y lo sentamos en el banco grande y le ponemos el sombrero
aludo y el poncho del Faustino. El Faustino se mete en el cajón y dejamos una silla desocupada que dé espaldas a la cama. Con la poca luz que hay no se dará cuenta, sobre todo porque las velas alumbran desde abajo. Después, cuando el Romualdo vuelva, que el Fausto le dé un susto según se presenten las cosas.
Así hicieron.
En la penumbra, con el muerto semisentado en el banco con el sombrero alas anchas y el poncho y el otro dentro del cajón, el truco no se advertía.
Volvió el mandadero.
— Bueno, aquí está la ginebra... Voy a destaparla.
Lo hizo y tal como lo habían previsto, se acomodo en el único asiento libre, la silla cuyo respaldar tenia detrás al cajón.
— Y bien, me toca darle el primer beso —, dijo Romualdo.
Llevo la botella a la boca y bebió dos tragos largos.
Entonces Fausto se enderezo y desde atrás le dio una palmada amistosa en el hombro, mientras le decía el con voz cavernosa
— a mí no me convidas, che?
El Romualdo en el primer instante no advirtió lo insólito de la situación, pero cuando al volver la cabeza vio que quien suponía cadáver pedía un trago, gritó:
— ¡Nooo...! ¡Eso no puede ser...!—,
y salió huyendo a toda carrera.
Los bromistas se agolparon en la puerta y comenzaron a llamarlo:
— ¡Volvete, Romualdo! ¡Volvete! ¡Todo ha sido una broma!
¡Veni! Volvete...!
Pero el Romualdo seguía corriendo despavorido. Entonces, preocupados, lo siguieron, alcanzándolo como a las diez cuadras, enredado en unos matorrales, mientras mascullaba con voz temblorosa:
— ¡El muerto...! ¡El viejo...! Ginebra...! ¡Ginebra...! ¡El muerto!
Desde ese día en adelante siguió repitiendo, monocorde como un disco rayado, las mismas palabras.
Había enloquecido.
José María Castellano
-1989-
1 de febrero de 2023
Beatriz Tombeur hablando de Jose Maria Castellano
Beatriz Tombeur hablando de Jose Maria
Castellano
Homenaje con motivo del Día del Escritor a
los sres. poetas: José María Castellano, Osvaldo Guevara, Rafael Horacio López
y Alejandro Nicotra en el marco de la celebración del 50º Aniversario de la
creación del "Encuentro Internacional de Poetas Oscar Guiñazú
Álvarez".
Sala de Arte del Teatro Municipal, Villa
Dolores, Capoital de la poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina.
Organizó Grupo Literario Tardes de la
Biblioteca Sarmiento
16 de junio de 2011
31 de enero de 2023
Eres Tierra, José María Castellano
ERES TIERRA
Anoche la luna
para ti
derramó estrellas,
y, polen de luz: luciérnagas…
Amor, eres ciruela,
fruta soleada
de muchas siestas.
Frutilla eres
sabor a gleba.
Porque así eres, mujer,
cálida hembra,
donde ara y siembra
pétalos la diamela
con sueño de luna llena.
Anoche supo tu beso
a rosas y madreselvas.
Eres tierra,
seda
y risa de castañuelas.
Jose Maria Castellano
JOSE MARIA CASTELLANO
Nació en la ciudad de Villa Dolores,
Cba., el 2 de febrero de 1924.
En 1945, crea en diario “Democracia”
de la ciudad de Villa Dolores una sección Humorísticas denominada “La lechuza”,
donde escribió hasta 1955
En 1949
En 1993 publico su primer libro
“Desde Traslasierra: tradiciones, relatos, estampas y una carta”. Hacia 1995,
en un concurso de narrativa,
Falleció en septiembre de 2013
30 de enero de 2023
De la soledad, Leopoldo Marechal
De
la soledad
Desatado de guerras,
oigo cantar mi viento.
Yo recogí mi corazón perdido
sobre la muchedumbre de las aguas.
Yo soy un desertor entre las huestes
que asaltaron el día.
Bellos como las armas relucen mis amigos:
desde los pechos al talón se visten
con el metal de la violencia.
Ellos imponen su color al mundo,
le arrojan la pedrada del boyero
y atizan el ardor de sus caballos,
para que no se duerma.
Como la espada cortan mis amigos:
bajo su peso tiemblan
las rodillas del día.
Mi corazón no tiene filos de segador:
yo no encendí banderas ni encabrité mi
sombra.
No sé lanzarme, recogido y fuerte,
como la piedra del boyero.
¡Ay, negrean los días,
y es tangible su miel!
Sobre su tiempo bailan mis amigos.
¡Quién supiera bailar sobre las uvas,
ágil en la dureza,
bello como las armas!
Algo hay en mí que pesa de maduro,
grita su madurez, pide su muerte:
se derrumba, total, como la sombra
que nace del verdor.
Mi viento desaté sobre mi tierra,
volvióse contra mí toda mi llama:
podado con mi hierro, nutrido de cenizas
creció mi corazón hasta su otoño.
¡Ay, grosura de otoño
quiere ser mi congoja,
y dispersión de mar enriquecido!
Si a mi madura soledad entraras,
amiga, por el puente de las voces,
y pudieras, amigo, sofrenar tu caballo
debajo de mi sombra,
tal vez el manso día no cayese
doblando la rodilla
ni el mundo reclamara la piedra del boyero.
(Desierto está el camino de las voces,
sin freno los caballos.)
Una ciudad a mi costado nace:
su infancia es paralela de la mía y retoza
más allá de mi muerte.
Herreros musicales inventan la ciudad,
afirman su riñón, calzan su pie:
¡baila desnuda al son de sus martillos
la edad de los herreros!
Yel corazón de la ciudad se forja
con el puro metal de las mujeres,
y sobre los metales castigados
es bella y sin piedad esta mañana.
Pero los niños ríen de espaldas a la tierra
o en la margen del gozo:
conspiran bajo el sol de los herreros
para que tenga un alma la ciudad.
Leopoldo Marechal
De "Odas para el hombre y la
mujer" 1929
29 de enero de 2023
Del hombre, su color, su sonido y su muerte, Leopoldo Marechal
Del
hombre, su color, su sonido y su muerte
Nuestros idiomas en guerra
son alabanza del día.
El día nuevo tiene la forma de un vaso:
pide colmarse de nuestra música.
Somos ligeros
y en nuestro baile no se fatiga la tierra;
vamos unidos, alta mazorca de humos.
Aventamos palabras
en los caminos de la mujer y del hombre:
y arrecia la mujer igual que un viento.
«Puras conversan las armas
a mediodía —dijimos—:
nunca segaron del todo la mies».
Y nuestra sangre al sol
es la rosa más roja...
Sonido de hombre, color de hombre,
¡arraiguemos ese poder en el día!
El día nuevo tiene la forma de un vaso:
pide colmarse de nuestro color.
Pero decimos al fin:
«Color extranjero somos,
y se ha demorado el pie
junto a la tierra y su baile.
Manos de segador alzaba el tiempo:
somos un humo que busca la patria del
humo».
Así cantamos al fin,
y es alabanza del día.
El día nuevo tiene la forma de un vaso:
pide colmarse
de nuestra muerte.
Leopoldo Marechal
28 de enero de 2023
Noche de sábado, Leopoldo Marechal
Noche de sábado
Las doce campanadas eran doce mochuelos:
Alguien abrió la torre de la jaula y volaron...
¡Igual que un trompo bailará de punta
tu corazón nocturno!
Se han aturdido los relojes
En un alcohol de sombra.
Dan traspiés las agujas como veletas desmemoriadas:
Olvidaron los puntos cardinales de tiempo.
Historias infantiles:¡perfume de nodrizas!
La noche se ha estrellado con los ojos
de los niños despiertos…
¡Alma bruja, tu escoba
relinchará en el aire!
Tú sed apresuraba las cosechas más verdes.
En el cinto de grandes cazadoras
haz dejado tu pluma.
Sobre la piel del sueño se duerme tu fatiga.
¡Ah, tantos horizontes extraviados omo anillos!
¡tantos días que fueron lentejuelas
pegados a tu traje sin roturas!
Tantos minutos ebrios que giraron
Sobre la flor de los cuadrantes…
Alma mía:
sacudiré tu tronco lleno de alas que pesan
y empolvaré tus labios con la sal de otro viaje.
El día muerto
tiene los doce puntos suspensivos
de su campana.
¡Tuerce tus cañamos de baile,
rueca vertiginosa de la noche más púber!
Leopoldo Marechal
De "Días como flechas" 1926
27 de enero de 2023
Horóscopo, Leopoldo Marechal
Horóscopo
«Es la noche —dijiste— pon tu espejo
debajo de la almohada al acostarte
y en él verás, si sueñas, el reflejo
de la mujer que nunca ha de olvidarte».
Llegó la noche al fin. Bajo la almohada,
recordándote, amada,
puse el cristal revelador. De suerte
que soñé con la muerte.
Leopoldo Marechal
26 de enero de 2023
Canto de otras vidas, Leopoldo Marechal
CANTO DE OTRAS VIDAS
Silencio,
sangre de campanas muertas
Llanto de las casas vacías
que imploran un retorno de niños...
Yo sé un canto sin nombre
que fructifica en el silencio.
Una canción de aquellas que soldaban tus párpados
cuando la lámpara florecía
en los aposentos mojados de sombra.
Entonces hubo dedos color de reloj
y un perfume de llantos antiguos en la ropa vetusta.
(Hay que tirar guijarros musicales
al fondo del silencio:
el silencio responde con su voz de agua muerta).
¡Tus manos!
Veo tus manos desgarradas
en cinco tiras de cansancio.
¿En qué viejo episodio se gastaron tus dedos?
La vida fue un liviano cascabel en tus ropas
¡y has echado a rodar el juguete del mundo
yo no sé en qué mañana de libro con viñetas!
El cántaro vacío de tus ojos
ha mordido la fuente de algún sol en pañales...
(Todo está en el silencio
y en la fatiga de tus brazos).
Una mañana tus ojos de Simbad arponearon el sol.
En madera profunda
tallaste el mascarón de un navío fantasma:
un mascarón de gestos petrificados
que mordió la carne frutal de aquel día sin nombre.
Entonces un mar sin leyendas
habló de tu origen a dioses color de esponja.
Y el viento no había pisoteado todas las distancias.
El viento niño rompió el juguete de tus Cantos
y hacía danzar en sus horcas
a los piratas de tu miedo...
¡Quién te dijo una noche que la muerte
sólo un tapiz de sueño era!
¡Quién te enseñó una noche de qué modo la vida
se acostaba en sus linos,
como tú, de pequeño,
cuando en los labios de tu madre
nacían llavines de música para tus ojos!
Quién te habló de la muerte
y de un retorno en caballos festivos!
(Yo sé un canto de abuelas;
el silencio responde...)
¡Tus pupilas
—amente fieles a la hoguera
que abrió incurables llagas en la noche de añil!
¡Qué vieron tus pupilas? ¿Qué vieron
la barba color hoja seca de los ancianos
t6rax de hombres adustos
hablaban un lenguaje aprendido en la boca del viento?
Una voz deshizo el collar de tu nombre,
una voz musical de nodriza recién castigada...
¡ Todo está en el silencio!
He ahí tus pasos amigos de una tierra sin edad.
Y la mujer a tu carne ceñida, igual que una ropa de llamas.
Y un amor traslúcido como el reír de los niños
que mataron pichones de alondra junto al Río Dios.
Todo está en el silencio
y en la fatiga de tus brazos.
Has roto la ventana de un Olimpo sin risas
y salieron los dioses en pantuflas
esgrimiendo sus rayos de juguete...
¡De qué metal será la palabra
que infantilice los labios del mundo!
¡Qué harás con tus manos de cinco tiras
en el puente de las noches, cazador sin sueño!
Yen el oeste un pájaro se alza:
con el pico enhebrado de música
viene cosiendo el traje de una edad.
Leopoldo Marechal
25 de enero de 2023
Edad, Leopoldo Marechal
Edad
Al rumbo amoroso del viento
se alzaron veletas de hierro.
A la sed amorosa del viento,
árboles de hierro con frutas de hierro.
A los ejércitos del viento,
doble muralla de hierro
Y la paloma de fuego
lloró sobre montes de hierro.
Y el amor del viento
gimió en las arpas de hierro.
Yo busco el oro que viene
sobre llanuras de plata
fundida siete veces.
Leopoldo Marechal
De revista Sur. Otoño 1932, Año II, Buenos
Aires
24 de enero de 2023
El buey, Leopoldo Marechal
El buey
I
Si el buey cae de rodillas
en el avenal sonoro,
no podrá castigarlo el innoble boyero
ni a tiro de piedra
ni a filo de palabra:
Conduzca su buey al río
todo innoble boyero,
para que corran juntas la paciencia del agua
y la mansedumbre del buey.
II
Tremendo en su nobleza el buey se humilla
delante del innoble boyero.
Y su nobleza se llama
nobleza del sexto día.
Tremendo en su hermosura
sigue la fealdad del innoble boyero.
Y su hermosura se nombra
hermosura del sexto día.
Tremendo en su inocencia comparte los castigos
del innoble boyero.
Y su inocencia se llama
inocencia del sexto día.
El buey es terrible y puro,
como nacido de Palabra.
III
¡Feliz la tarde, si miró correr
entre sus dos orillas la paciencia del agua
del buey y del boyero!
Prudente segador el que levanta
la carne y el signo del buey:
¡La carne del buey para el hombre
y el signo del buey para el hombre!
IV
Bello, como nacido
del amor arquitecto,
y reverente al paso de los días,
el buey atado a su boyero guarda
fidelidad a la Palabra.
Y en signo y carne su sombra
es el imán de la paloma.
Arrodillado sobre las avenas lo miro:
ante sus ojos claros
puede nacer un niño.
Leopoldo Marechal
23 de enero de 2023
Perder piso, Cesar Moro
Perder piso
Desde una página abierta
la inmensidad azul
desata los cabellos
embriagado estoy de tu nombre
en cada ojo las plumas
anclan en alta mar
Cesar Moro
De Piedra de los Soles
22 de enero de 2023
Viaje hacia la noche, Cesar Moro
Viaje hacia la noche
Es mi morada suprema, de la que ya no se vuelve
Krishna, en el Bhagavad Gita
Como una madre sostenida por ramas fluviales
De espanto y de luz de origen
Como un caballo esquelético
Radiante de luz crepuscular
Tras el ramaje dense de árboles y árboles de angustia
Lleno de sol el sendero de estrellas marinas
El acopio fulgurante
De datos perdidos en la noche cabal del pasado
Como un jadear eterno si sales a la noche
Al viento calmar pasan los jabalíes
Las hienas hartas de rapiña
Hendido a lo largo el espectáculo muestra
Faces sangrientas de eclipse lunar
El cuerpo en llamarada oscila
Por el tiempo
Sin espacio cambiante
Pues el eterno es el inmóvil
Y todas las piedras arrojadas
Al vendaval a los cuatro puntos cardinales
Vuelven como pájaros señeros
Devorando lagunas de años derruidos
Insondables telarañas de tiempo caído y leñoso
Oquedades herrumbrosas
En el silencio piramidal
Mortecino parpadeante esplendor
Para decirme que aún vivo
Respondiendo por cada poro de mi cuerpo
Al poderío de tu nombre oh poesía
Lima, la horrible, 24 de julio o agosto de 1949.
Cesar Moro
21 de enero de 2023
Cesar Moro, Viaje de la luz
Viaje de la luz
Os salud apariciones benévolas
remendado sudario de una golondrina
espuma del sueño interrumpido
libertad de los gestos
frío nocturno
arrugas de sombra y peso sobrehumano.
Saludo al ciego presentimiento
y tomo sus manos heladas
mueve su lengua
luz baja para el milagro.
De antemano ejecuto mis actos en ensueño
cambio de vestimenta me recuesto olvido
y puedo dormir como un condenado
inocente de las grandes maravillas
que desencadena la noche.
Cesar Moro
De “Duermo a todos los vientos”
20 de enero de 2023
La leve pisada del demonio nocturno, Cesar Moro
La leve pisada del demonio nocturno
En el gran contacto del olvido
A ciencia cierta muerto
Tratando de robarte a la realidad
Al ensordecedor rumor de lo real
Levanto una estatua de fango purísimo
De barro de mi sangre
De sombra lúcida de hambre intacto
De jadear interminable
Y te levantas como un astro desconocido
Con tu cabellera de centellas negras
Con tu cuerpo rabioso e indomable
Con tu aliento de piedra húmeda
Con tu cabeza de cristal
Con tus orejas de adormidera
Con tus labios de fanal
Con tu lengua de helecho
Con tu saliva de fluido magnético
Con tus narices de ritmo
Con tus pies de lengua de fuego
Con tus piernas de millares de lágrimas petrificadas
Con tus ojos de salto nocturno
Con tus dientes de tigre
Con tus venas de arco de violín
Con tus dedos de orquesta
Con tus uñas para abrir las entrañas del mundo
Y vaticinar la pérdida del mundo
En las entrañas del alba
Con tus axilas de bosque tibio
Bajo la lluvia de tu sangre
Con tus labios elásticos de planta carnívora
Con tu sombra que intercepta el ruido
Demonio nocturno
Así te levantas para siempre
Pisoteando el mundo que te ignora
Y que ama sin saber tu nombre
Y que gime tras el olor de tu paso
De fuego de azufre de aire de tempestad
De catástrofe intangible y que merma cada día
Esa porción en que se esconden los designios nefastos y
la sospecha
que tuerce la boca del tigre que en las mañanas escupe para
hacer el día
Cesar Moro
De "La tortuga ecuestre"
19 de enero de 2023
Hay que llevar los vicios, Cesar Moro
Hay que llevar los vicios
Hay que llevar los vicios como un manto real, sin prisa.
Como una aureola que se ignora, que se aparenta no
percibir.
No existen sino los seres viciosos cuyo contorno no se
esfuma en el barro hialino de la atmósfera.
La belleza es un maravilloso vicio de la forma.
Y luego ¿qué? Se ha degradado. Se degrada. Se degradará.
Mi púrpura real está manchada; como los tigres, animales
con piel y con plumas.
Convicción de no decaer, excepto, ay, físicamente. Uno
puede matar si no es a sueldo. Mi ambición es de este mundo
pero no del vuestro.
Las trampas que tiende esta época son doblemente
infames. No es todo el no brillar: “con nosotros o contra
nosotros”. Habría que tener mil vidas por día e
inmolarlas
diariamente.
Precisamente ese pliegue de nuestra historia me desagrada
soberanamente. Digo nuestra para hacerme comprender,
no para confundirme (para participar en ella)
Geo Ostensoir, llamado Royal Splendor.
Uno de todo para no tener nada. Siempre para comenzar
de nuevo. Es el costo de la vida maravillosa.
La muerte es el término espantoso del sol. El contrato
que debe terminar. Costumbres de propietario.
Vuelve a mí fantasma de mis noches. Vuelve a verme
para que yo me encuentre.
19 de marzo de 1953
Cesar Moro
De Últimos poemas (1953-1955)