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10 de diciembre de 2021

In memoriam, José B. Adolph


In memoriam
 
 
En aquel tiempo, cuando comenzó el proceso de olvidar, yo creía que sólo se trataba de mí: Isabel, fugada a otro continente, se había despedido de nuestra relación con una mezcla de compasión por nuestro tiempo y de tensa y dolorosa anticipación de su encuentro con Ricardo. «Lo nuestro fue hermoso», me dijo al partir rumbo al aeropuerto.
Quizás esa frase sea lo último que olvide. Me propuse odiarla y no pude. Pero muchas noches después comencé a descubrirme buscando inútilmente en mi rebelde memoria primero su rostro y luego su nombre que, para mi sorpresa,
acabo de reencontrar hace pocos minutos al escribir estas primeras líneas, junto al del hombre que ama ahora, si es que ha logrado retrasar su propia desmemoria. Sus facciones aún me eluden: su cabello era negro, lo recuerdo, pero ¿y sus ojos, sus labios, su estatura, su vello púbico? Perdidos, supongo que para siempre. Pero este sufrimiento es otra débil memoria que, así lo espero, pronto me abandonará del todo.
¡Qué difícil se va haciendo este hurgar en la esquiva memoria! Hasta ciertas palabras comienzan a huir, como ella hace siete meses. Si alguna vez fui escritor, enfrento ahora la fuga de los vocablos, la incertidumbre de este quizás último texto. No habrá quien sepa cuánto me cuesta anotar esto. Si antes fui, como escribieron algunos críticos, un esforzado pero nunca exitoso prófugo de la mediocridad literaria —y posiblemente de la humana— pronto dejaré también esa pugna. Ni siquiera sabré que tales (y otras) guerras existen, ni quiénes las combaten ni menos para qué.
¿Me gustó recibir ayer —ayer o anteayer— una breve carta de Isabel? Eso no lo recuerdo, pero en estos momentos me gusta: es volver al barrio de la niñez, con sus casas crecidas y sus alegrías melancolizadas. Aquí la tengo:
 
Querido Antonio:
Ese es tu nombre, ¿verdad? Estoy aterrada, como todos. Sólo sé que debo escribirte, recordar que tuvimos algo.
Ricardo, generosamente distraído, me asegura que te amé mucho, quizás tanto como ahora a él. Por alguna razón me aferro a eso y no conozco la razón. ¿Vives?, ¿estás bien? ¿Me recuerdas? Y si me recuerdas, ¿cómo? ¿Con amor, afecto, indiferencia, odio?
Ricardo hurgó en mi agenda —antes eso me molestaba, te confieso— y encontró tu dirección. «Escríbele», me dijo. «¿Por qué?» le pregunté. Y: «¿Quién es?». Su mirada fue extraña: «Fue tu pareja antes de conocernos».
¿Es cierto? Escríbeme, cuéntame qué fuiste para mí. Algo en esa idea me intranquiliza. También me inquieta no tener pasado, sobre todo ese pasado, tampoco sé porqué.
Te quiere recordar, Isabel.
 
Sobre la mesa, La República. Sus titulares de primera página son:
¿Virus o bacteria?
Gobiernos, médicos y laboratorios en desesperada lucha contra el tiempo
Febril búsqueda de antídoto y/o vacuna
Dije que me gusta releer esas líneas de una mujer que estaba olvidando. Evidentemente, la enfermedad— —si es realmente una enfermedad y no, como a veces pienso, sencillamente la extinción de la especie— avanza irregularmente. La que más ha olvidado parece ser Isabel y el que menos Ricardo; yo, Antonio, estoy entre ambos.
Recuerdo que amé a alguien cuyo nombre acabo de recuperar aunque no sus rasgos. Al leer la carta aún no reconocía el nombre de Isabel y menos el de Ricardo. Éste sabe quién soy o fui; ¿sabrá quién es él? ¿Sabrá quién o qué fue o es para él Isabel?
Lo que pasa afuera me deja de interesar. Sé que caen gobiernos, que se clausuran instituciones, que los hogares se disuelven y la gente grita y no recuerda por qué grita. Pronto ya no habrá diarios (¿cómo escribir? ¿cómo leer, entender, aplicar?) ni ejércitos, ni amores u odios (¿cómo persistir en los afectos?). Sólo quedará un presente que se contrae y minimiza.
En algún lugar hay, por ahora, una Isabel que quiere recuperarme sin saber cómo ni por qué, un Ricardo cuya indiferencia lo vuelve generoso y estoy yo, a quien le cuesta cada vez más encontrar un motivo para intentar retener una memoria. El olvido genera indiferencia: te entiendo, Ricardo, ahora que ni a ti te interesa que te entiendan. En cuanto a ti, Isabel, me duele estar dejando de sufrir por tu ausencia y por tu olvido. Es un viejo, sutil, incómodo dolor que no termina de encontrarse a sí mismo ni menos a comprenderse. Debo ir a comer, me dicta mi estómago, probablemente el último receptáculo de mi memoria. ¿Todavía funcionará hoy ese restaurante de la esquina, cuyo nombre me elude?
¿Qué significa «eludir»?
 
Dedicatoria: «Me confieso, Sr. Ballard»
Esta dedicatoria aparece como nota a pie de página del relato «In Memoriam»
Inteligencia y poesía no siempre viajan juntas. Y si lo hacen, no necesariamente llegan al mismo puerto. Por lo demás, la primera viaja en avión y la segunda en un frágil velero, lo que no significa que la inteligencia sea más rápida o eficiente y menos aún que sea más seguro su arribo a destino. J. G. Ballard, un escritor inglés nacido en Shanghai, demostró que es posible convocar simultáneamente a la inteligencia y a la poesía, convencerlas de ir de la mano utilizando el mismo vehículo e inclusive lograr que arriben a una meta común.
¡Y qué vehículo! La anticipación o ciencia-ficción, mirada durante décadas por encima del hombro por los gurús literarios, tan estúpidamente conservadores tantos de ellos, tan incapaces de diferenciar entre una estrella y una pulga,
sobre todo si la estrella es nueva o se sale de los parámetros establecidos por ellos mismos.
En uno de sus magistrales relatos de psicoficción, Ballard describe una humanidad que se aproxima a su desaparición. El síntoma principal es que la gente comienza a dormir cada vez más: se acerca la entropía final, simbolizada en un mandala de piedras que el científico protagonista de la historia va construyendo penosamente en sus momentos decrecientes de vigilia. Quizás sea esa historia la que me ha sugerido la idea de un final de la especie humana que no sea ni un «bang» termonuclear o químico-biológico ni un «crunch» astronómico, sino el resbalar, por una suave pendiente, hacia la extinción en un humillante silencio. En la versión de Ballard, roncar antes de morir. En la versión hamletiana, dormir, quizás soñar…
Ballard es un obseso de la muerte de la especie. Desde «Playa Terminal» (un hombre solitario en un atolón del Pacífico donde se ha experimentado con bombas termonucleares) hasta sus relatos de una inundación planetaria, de
una sequía planetaria, de un superviento planetario, de un fuego planetario, de una congelación planetaria, Ballard suele matar al homo sapiens, no a individuos. Hasta su novela autobiográfica —de la que se hizo (¡oh, milagro!) una
maravillosa película— sobre su infancia en una China invadida por los japoneses, es el monstruoso ballet de una muerte colectiva.
Curiosamente recordé todo eso (es decir, recordé al maestro Ballard) después de escribir este cuento en el cual una extraña enfermedad provoca la paulatina pérdida de la memoria en los humanos. Avergonzado, me califiqué de una extraña enfermedad provoca la paulatina pérdida de la memoria en los humanos. Avergonzado, me califiqué de plagiario. Más aún porque ese cuento debía formar parte de una serie de relatos, quizás llamada «Los fines del mundo» o algo por ese estilo, en la que —como en un Ballard de imitación— nuestra sobrevalorada especie, enferma de un optimismo tan agresivo como injustificado, desaparecería por diversos motivos, todos de origen psíquico: además de «mi» enfermedad del olvido colectivo, afectarían a la especie en cada cuento de la serie el «enloquecimiento» (en un relato la esquizofrenia, en otro la paranoia generalizadas), la anorexia, la bulimia, la saturación de información, el cáncer o el Alzheimer (ambos, en mi opinión, de origen psíquico), y un largo etcétera.
Esos cuentos nunca serán escritos, por una razón obvia: vergüenza de plagiario honesto. Pero sobre todo porque Ballard es Ballard y yo soy, ay, sólo yo.
 
 
José B. Adolph
(2001) Este relato ha sido publicado en la antología «Los fines del mundo», 2003.

 

 

 

 

9 de diciembre de 2021

Pesistencia, José B. Adolph


 

Persistencia 
 
 
O’Henry debe de haberse agitado miles de veces en su tumba, gruñendo ante los innumerables finales sorpresa de segunda categoría que se escriben y que se supone sorprenderán al lector con su inesperado giro. Sin embargo el autor de «Persistencia» probablemente habrá merecido un asentimiento —y no un gruñido— del Maestro. El final de su realmente corta historia me sorprendió de la mejor manera posible. Lee a O. Henry acá https://elgatodelespejo.blogspot.com/search/label/O.%20Henry

 
A.E. van Vogt
 
 
Gobernar la nave se hace cada vez más problemático. Los hombres están inquietos; sólo la más ardua disciplina, las más dulces promesas, las más absurdas amenazas mantienen a la tripulación activa y dispuesta. Una humanidad que ya no se asombra de nada nos vio partir hacia el más allá: estaba ya habituada a una desfalleciente fascinación.
Comprendo a todos; estos han sido años de sucesos terribles, de convulsiones. Muertes masivas, guerras, inventos maravillosos; ¿quién podía entusiasmarse por una conquista de aquel espacio que ya nada nuevo promete a hombres hartos de progreso? Los costos son elevados, pero ya nadie se fija en cifras. Corre sangre y corre dinero en estos años en que somos, a la vez creadores y asesinos. Amo y odio a mis compañeros. En cierto sentido, son la hez del universo; en otro son balbucientes niños en cuyas manos se moldea el futuro. Abriremos una ruta que liberará a este planeta del hambre, de las multitudes crecientes que ya no encuentran un lugar bajo el sol y que sólo esperan aterradas y resignadas, un juicio final del que desconfío: ¿cómo se puede ser tan supersticioso en estos tiempos de
triunfo de la ciencia, del arte, de una nueva promesa de libertad como la que encarna esta nave?
Hemos partido hace meses; en este tiempo solitario hemos recorrido la inmensidad de cambiantes colores, reducidos a lo mínimo. Nos hemos visto convertidos en criaturas desnudas, flotando en la creación: los hombres tienen miedo. Sabían que existía este vació; lo supieron siempre. Pero ahora que se sienten devorados por él, sus miradas se han endurecido para siempre. El final es un lejano punto que no logro construirles.
Huimos de un mundo de miseria y hartazgo; de violencia y caridad; de revolución y orden. Habremos de retornar, sin duda, pero tampoco puedo garantizárselo a ellos. Ven el vacío; no son capaces de perseguir un sueño a plenitud. No hay comunicación con u pasado que sólo recobraremos como futuro. Y mi soledad es mayor: ¡ay de los que poseemos la verdad y la seguridad! Una sola lagrima nuestra, descubierta por ellos, equivaldría a una desesperada muerte. Pero es inmensa la recompensa: al otro lado nos esperamos a nosotros mismos, encarnados en esa libertad y en esa abundancia de que ahora carece nuestro planeta. Debemos durar, debemos resistir, no solo porque el retorno es imposible, sino porque mienten cuando dicen preferir la seguridad de la prisión que dejaron. La verdad, me digo, es obligatoria. Y el encargo que llevamos nos ha sido encomendado por todos los hombres de la tierra, aun por aquellos que no saben de este viaje e ignoran lo miserable de su existencia.
El viaje continuará, así tuviese que matarlos a todos y gobernar yo sólo la nave. Nadie puede escapar, si no es a través de su propia muerte: confío en sus instintos, más que en sus razonados temores. Hasta ahora no hemos encontrado las horribles pesadillas que algunos timoratos previeron. Sé que todo marchará bien, o todos moriremos juntos; si así fuera, si lo último se cumpliera, otros retomarán la esperanza y esa huída que será un gran encuentro. El cielo es negro sobre nosotros, pero miles de luces nos acompañan; son como cirios de esperanza. Ellos las miran con temor y odio; no quieren comprender que son guardianes y guías: ¡Cómo no sentirse hermano de las estrellas, que observan, comprensivas, nuestra soledad que es la de ellas?
Me siento solo, y no me siento solo. ¿Habrá alguien que pueda comprender esta atracción por un abismo que para mi no es sino una ruta más? Es cierto que a veces tengo miedo, como todos. No soy sino un hombre frente a fuerzas desconocidas: las intuyo, pero no las domino; las comprendo pero no son mías.
Pero sin miedo no hay esperanza.
Y sin embargo, el tiempo es largo, sobre todo para ellos. El viaje se les aparece infinito. Empiezan a sentirse privados de toda realidad; se creen fantasmas de sí mismos. Sus ojos me amenazan, porque siempre hay un culpable.
La nave cruje y se mece, la inmensidad es cada vez mas aplastante, pese a esos signos que, desde hace un par de días, nos aseguran que no hay error, que mis cálculos son correctos. Debo anotar, pues, que ojalá se cumplan los pronósticos favorables antes que el temor termine totalmente con la confianza. Rogaré al Señor para que tal cosa no ocurra. Danos, pues, Señor, la gracia de poder cumplir nuestra misión antes que finalice este octubre de 1492.
 
 
José B. Adolph
(1980)

 
 
 

8 de diciembre de 2021

Marta, José B. Adolph


 

Marta
 
  
La batalla final, me dije, no es la del bien y el mal: es aquella que, en el universo minucioso de cada día, enfrenta diversos niveles del infierno. Dios y sus eufemismos -oníricas emanaciones del caos- se disuelven como la tartamudeante incoherencia de un loco. (Marta me mira desde su escritorio, seis metros más allá. ¿Sonríe? Se acerca; lee por sobre mi hombro: "Dios y sus eufemismos, oníricas emanaciones..." Menea la cabeza en simulado escándalo. Dice: "Joyce no eres aparatoso cocodrilo" y vuelve a su sitio. Unas lágrimas me chorrean hacia adentro -nunca hacia fuera-, no por su esbozo de justísima  crítica literaria, sino porque es tan espantosamente inocente, tan patológicamente sana).
Pongamos las cosas así: Marta trabaja en esta redacción desde hace seis meses, durante cuyo transcurso se ha enamorado cinco veces, tres de las cuales la portaron hacia otros tantos lechos. El promedio de duración de cada romance: 2,4 semanas. Ninguno de sus ¿qué? ¿amantes, enamorados, pretendientes, pretendidos, ilusiones, oníricas emanaciones de su deseo  y de su soledad? pertenecía, a alguien gracias, a esta redacción. Dos poetas, un periodista de otro corral, un esotérico traficante internacional de mercaderías turbias pero no ilegales y un destacado miembro del partido que nos gobierna. Marta no es ni joven ni vieja: exactamente treinta años, con tendencia a ser algo gorda pero sin serlo todavía, cómoda melena negra sobre un rostro algo jadeante; escribe bien pero poco, carece de un concepto definido del tiempo -quiero decir, de la hora-, es asombrosamente inteligente y, como suele ocurrir, asombrosamente estúpida: lo que dije, sana. Básicamente cree en la gente, sobre todo en los hombres. Con su séptimo amante, y ni un minuto antes, tuvo su primer orgasmo con un hombre. Sabe la verdad sobre las personas (pese a lo afirmado anteriormente) y no sabe nada. Quiere todo y no quiere nada. Es la suma de persona de sexo femenino más inteligencia más sexualidad largo tiempo reprimida o desviada: se sigue desviando, ahora hacia la bondad. Trato de ser cínico y no puedo. No con ella. O sobre ella.
Me quiere mucho, y yo a ella: yo fui el séptimo, tres o cuatro años atrás. Ahora la relación ha ¿ascendido? ¿descendido? ¿variado? hacia una cariñosa amistad. Pero todo eso es otro tema. O me da la gana que lo sea.
Sigamos poniendo las piezas. Decía que la batalla final, etcétera, y hablé de los niveles del infierno, de ese infierno que el idiota solitario y retraído de Sartre ubicaba en el Otro. Ni Marta ni yo hemos mencionado que sabemos que el infierno es, en realidad, la ausencia del Otro. No somos alsacianos hijos únicos, feos y perversos, que ven los fieros ojos judíos de Dios en los demás: buena parte de nuestras vidas, ¿eh, cocodrilo?, consiste en agradecer cualquier mirada, cualquier odioso rayo láser en nuestra soledad. Aparatoso cocodrilo, ¿eh? No, Joyce no soy, aunque mi grosera sexualidad. Pero basta.
Cuando Marta me sonríe a través de la redacción, sé que ha vuelto a sonar la campana y que se inicia un nuevo round: Marta ha conocido a alguien. Como se puede apreciar, no juzgo. Describo. Continuará así: magia. Esa es la palabra que ella usa. ¿Y por qué no? Mi grosera sexualidad etcétera utiliza otros términos. Sostengo, inútilmente, que el amor (o la magia) no aparece cada 2.4 semanas. El deseo, sí. Lo que en los perros -seres menos atribulados que Joyce- se denomina celo. Marta, indignada quizás con razón, deja de sonreír y pone cara de haber chupado un limón. Por mi parte, pienso que ambos exageramos: hay algo que puede aparecer cada 2.4 semanas, o no abandonarnos nunca, como una veleta que gira con el viento sin abandonar el techo: la soledad.
¿Cómo resumir sin traicionar la intrincada y a la vez sencilla personalidad de Marta, sobre todo en un país en el cual consciente o inconscientemente, sincera o hipócritamente, la combinación de intelecto con ovarios, no suele ser popular? Pienso que la descripción está implícita en la pregunta. En la práctica, eso significa que la soledad en una mujer así adquiere una especial dimensión de inseguridad y contradicción: el quiero-no quiero, habitualmente desplegado en años o siquiera meses, en ella puede encogerse a minutos en torno a un par de cafés. Hasta ahora no la conozco. Quiero decir: hasta ahora no sé qué siento cuando me sonríe. Quiero a mi esposa y siempre la quise, y me dicen los que saben -entre ellos Marta, que sabe todo y nada sabe- que no se puede amar a más de una persona a la vez. Alguien debe estar equivocado, además de Sartre.
¿Dije que tiene treinta años? Creo que sí, pero esa es una falacia: en puridad, Marta es una adolescente que se observa a sí misma desde su temprana vejez. Sólo que -y por eso anoto esto- de pronto suspende todo juicio y junta briznas de un hombre para construir otro, productor de magia, como un pajarito fabricando un nido. Luego, se sienta a empollar y se viene abajo: no había nido; sólo briznas. Pero no es inconsciente: sabe lo que ocurre; quizás necesite que ocurra.
Hablando de niveles de infierno, descubro quién es el escogido esta vez: es de casa. Un redactor nuevo. Entre 35 y 40 años, casado, dos hijos, esbelto, atractivo, capaz en su oficio. Sonríe de vez en cuando pero no es frívolo; más bien algo solemne. Lo he adivinado con facilidad: Marta nunca supo ocultar sus sentimientos, aunque se considera una gran conspiradora. Miradas, miradas, miradas. Para mí es suficiente; suspiro; como un personaje de historieta norteamericana me digo: "aquí vamos otra vez". ¿Estoy celoso? Estoy celoso.
(Como si lo viera: lo rodea, le conversa, se sienta a su lado, le consulta, le habla de Lima nocturna y de la apasionante locura de sus personajes. Se hace invitar un café o, si el tipo es de aluminio, lo invita ella. Poco después, sus caderas chocarán contra el escritorio o derribará un azucarero o se tomará un trago y se chorreará la barbilla).
Y ahora supongamos lo siguiente: el tipo está más bien intimidado. Piensa: si a estas alturas engañara a mi mujer, sin duda no sería con una periodista escandalosa y romanticona. Por otra parte, y aquí reaparece aquello de mi sexualidad grosera y etcétera, un polvo fácil no es de despreciar, pero por otro lado y por otra parte y a su vez y más bien, etcétera nuevamente. Y Marta piensa: claro me gusta pero el sexo no es lo único pero si dura puede convertirse en magia aunque la magia no dependa del sexo aunque sí dependa mejor me olvido de todo pero qué debo decirle si le digo que me invite un café va pensar que yo pero si no le digo pensaré que yo y si le escribo una notita amorosa pensará que yo mejor me olvido de todo pero me gusta y es justo lo que ando buscando pero. Y así.
Situación tal no puede durar eternamente, me digo. Redoblo mis esfuerzos con la máquina de escribir y fabrico diez centímetros más de insulsa objetividad. Pienso: por todas partes crecen los malentendidos, regados por la definitiva inteligencia de Dios. El redactor nuevo cacarea y se ríe con unos colegas allá al fondo de la sala. ¿Será posible que uno de ellos haya mirado furtivamente a Marta antes de lanzar otra de sus carcajadas criollas? Es posible. De hecho. Estoy preocupado. Sé que ha ocurrido antes, pero yo no lo he visto. Ahora, la azucarada mezquindad de la traición se está esculpiendo ante mis ojos. Marta, ciega y sorda, tararea algo mientras redacta. Yo enciendo un cigarrillo y miro a la pared.
Al día siguiente Marta me invita un café. Salimos a la cafetería. Reconozco su mirada de insegura felicidad. Me muestra un papelito sucio y varias veces doblado: lo que me temía. Un poemita anónimo. Me excuso de reproducir su aparatosa banalidad; no lleva firma. "Apareció sobre el rodillo de mi máquina", me dice Marta. "¿Crees que sea de él?"
"¿Sobre tu máquina? ¿En un lugar público?". Sé que pierdo la guerra, esa guerra emprendida para salvarla de una ilusión rota. ¿Salvarla por qué? El resto es silencio.
"Es que podría ser que...". Me ahorro la lista de salvavidas que Marta emprende para cubrir lo obvio con las sedas del misterio. Resumamos: a la noche siguiente, yendo al baño de la dirección que es el más limpio -o el menos sucio- del periódico, oigo jadeos en la oscura oficina de la subdirección. Conozco uno de los jadeos: no necesito mirar.
Al volver a la redacción, el grupito de amigos del nuevo calla de pronto y se disuelve. Naturalmente, el portador de la magia les ha hecho un divertido discursito anunciando sus próximos minutos de gloria y jadeo. Como si lo estuvieran viendo en un videotape. Decido irme antes de que la feliz pareja retorne.
Al día siguiente, Marta llega temprano. Siento un vacío: me lo va a contar todo, como siempre. El hombre todavía no ha venido. Marta se sienta a mi lado y sonríe de oreja a oreja mientras me entrega otro papelito. No necesito abrirlo.
"Yo le dejé este poema en su escritorio anoche", me dice. "¿No quieres leerlo?"
Lo leo. Como poema, no está mal. Como cualquier otra cosa, es horrendo. Respiro con dificultad. Me evado hacia mi grosera sexualidad:
"¿Antes o después de tu inspección a la subdirección?"
Chupa su limón. "Asqueroso", dice. "Antes".
"Marta", le digo, y no puedo decir más.
"¿La nueva moda es seguirme en la oscuridad?", pregunta. No ha comprendido nada. Un par de integrantes del grupito hace su ingreso, saluda con extrema efusividad a Marta y a mí. Marta mira hacia la puerta: ya sabemos a quién espera. A quien espera, debo escribir para dar una imagen más exacta. Tiene la cabeza erecta, con orgullo y expectación. Es feliz.
 
José B. Adolph
De "La batalla del café" publicado en Lima en 1984, en edición de autor.

7 de diciembre de 2021

Egoísmo, José B. Adolph


 

Egoísmo
 
Generalmente paseábamos por los malecones de Miraflores. Como a todos los adolescentes, las estrellas veraniegas nos dictaban las preguntas que cada generación reinventa: ingenua filosofía espontánea que hurga en la materialidad a la búsqueda de esa metafísica esquiva que produce dioses. Cogidos de la mano, escurriéndonos a ocasionales besos, valientes ateos conflictuados, Gisela y yo tratábamos de instalar nuestros catorce años en la confusión del mundo. Eternidad, siempre, nunca, paralelismos y discordancias, sentidos y exigencias se revolvían como perros inquietos en busca de un amo generoso pero sobre todo comprensible. He escrito: «como a todos los adolescentes…» y ese es un abuso egocéntrico.
Despreciábamos a esa plomiza mayoría que desde temprano se acomoda o acepta ser acomodada en las certezas de una fe que se presume lógica, en ese vertedero de ideologías absurdas que se disfrazan de sentido común: Dios (el nuestro, naturalmente)lo ha hecho todo, lo sabe todo, es todo amor, nos recompensará. Ese mismo dios sabrá por qué no quisimos aceptar tan económico pasaje a la felicidad o a la resignación. No fue por la presencia de los niños desarrapados y/o muertos, ni por la proliferación de hospitales y morgues, ni por los titulares de los diarios (esos cabales resúmenes de una historia finalmente frívola). ¿Por qué frívola? Porque el recorrido del hombre por la no menos cruel naturaleza combina dolor con inutilidad.
Gisela y yo, como es obvio, íbamos a trascender. No como almas inmortales —idea que nos parecía tan cursi como imposible— sino, tal cual suelen formularlo revolucionarios o rebeldes, como eslabones en una cadena que arrancaba en las primeras batallas contra los neandertal y terminaría (si es que terminaba) en las luminosas oscuridades del Gran Crunch final del universo. Habíamos leído no sólo el Anti-Dühring y demás silabarios marxistas sino «Fundación» y visto «2001»; la enloquecida y asesina gran computadora de esta última película sólo nos pareció graciosa. Pequeña, rubia, insegura en su espontánea femineidad como yo en mi masculinidad, Gisela contrastaba con mi enclenque figura, anteojuda y ya con indicios de joroba de biblioteca. Todavía (la adolescencia es seria) carecíamos del humor necesario para describirnos como la bella y la bestia. Ahora ella se ríe, cómo no. Es una risa más bien satisfecha, la de alguien que modestamente acepta una vanidad. Si hubiera un Dios, le pediría bendecir esa vanidad pero en un mundo sin espejos.
Eslabones… Claro, pensábamos, esas futuras generaciones de un mundo solar nos recordarían con orgullo y Eslabones… Claro, pensábamos, esas futuras generaciones de un mundo solar nos recordarían con orgullo y humildad: ellos, dirían, cumplieron. Sucumbieron en las pestes, fueron aniquilados en trincheras, se pudrieron en prisiones, colgaron de las horcas, murieron de dolorosas enfermedades olvidadas, fueron explotados en plantaciones, fábricas y oficinas, crucificados, apedreados, ahogados, torturados. Para que nosotros, seres solares, pudiéramos encarnar sus ya enterrados sueños.
Nos parecía hermoso. Después de todo la historia no era insensata ni inútil. «Apariencias», decíamos. Como cualquier teólogo, apostábamos a un sentido cuya vastedad nos deglutía. La humanidad, decía fervorosamente Gisela, reptaba por una escalera ascendente. Sí, respondía yo, el individuo se realiza en una comunidad que no sólo existe en el espacio formal sino también en su cuarta dimensión, el tiempo. Fueron parte de algo, pronosticábamos que dirían Ellos, son parte de nosotros. No debería sorprenderme la existencia de teólogos ateos. De eso me río yo, como Gisela se ríe de su belleza y mi fealdad. Pero la mía no es una risa satisfecha.
Oh milagro: nuestra relación perduró y nos condujo a una silenciosa boda civil. Asistieron familiares, compañeros del partido, colegas y amigos: en total unas veinticinco personas arracimadas en un salón pequeño de la municipalidad de Lima: Miraflores nos pareció pituco. Nuestra noche de bodas en un hotel de los suburbios nos encontró vírgenes, no sólo en lo sexual. El himen no fue un problema, pero nos esperaban atroces aprendizajes. La pobreza, los hijos, la rutina de trabajos idiotas, la delincuencia, las guerras: nos esforzábamos por encajarlo todo, como sardinas en una lata, dentro del rubro social. Algún día esa revolución que los produciría a Ellos nos libraría de la plusvalía y de los resfriados. Nos negábamos a la originalidad; más grave, éramos ciegos y, me temo, sincera, involuntariamente deshonestos. En el fondo, creo ahora, teníamos miedo, como todos. Miedo a esas grandes y vacías verdades finales que me alteran ahora: el «para qué» irrespondible tras cada idea, tras cada acto. Me niego a seguirme cobijando en el misterio. Si los dioses son incomprensibles, no existen para nosotros, y ese «para nosotros» es lo que cuenta.
Porque asistir, día a día, hora a hora, minuto a eterno minuto a la transfiguración de Gisela, a sus células proliferantes, a la maldición de su carne enloquecida no es sólo una tortura. Es una declaración de falta de principios del universo, el eco de algo inexistente, una carcajada de la nada. «Egoísmo» dice mi buen amigo el jesuita que conocí en el hospital, antes de que enviaran a Gisela a la casa para que se termine de pudrir en paz y sin molestar.
«Tu tragedia personal. No involucres a Dios. Quizás le esté preparando a Gisela una felicidad que no puedes nisoñar». Yo le doy palmaditas en el hombro al buen jesuita y le digo eso, que es un buen hombre y un buen jesuita.
Que le agradezco esas bondadosas y retorcidas invenciones, las estafas que transmite de buena fe, las anteojeras que distribuye tan ansiosamente. Sus ojos me transmiten —al menos eso creo ver— un terrible mensaje: más vale una mentira que permite vivir que una verdad asesina. Quizás todos los sacerdotes crean eso, quizás sólo algunos. ¿Hay que aplaudir? Desde Gisela hasta Hiroshima, desde Gisela hasta Auschwitz, desde Gisela hasta el millón de masacres: ¿egoísmo? ¿Quiere más, padre? La peste negra, las cruzadas, el hambre en Africa, las montañas de calaveras erigidas por los mongoles, los niños explotados, el cáncer de todos y todos los cánceres, no sólo el de Gisela. ¿Suficiente, o nos faltan las matanzas de brujas, los cadáveres en las autopistas, los psicópatas? Cualquier lista que se haga será incompleta: ¿egoísmo? A Gisela la trajeron hace un mes. Y lo que sucede desde la semana pasada y que se confirmó hoy en la mañana —la inexplicable remisión del cáncer de Gisela, su «milagrosa» cura, su condena a seguir viviendo— no cambia nada: la arbitrariedad sigue vigente. Ella dice que no le importa vivir físicamente deformada. Nos amamos, dice, y es cierto. ¡Puedo sobrevivir!, exclama el egoísta. ¡La tengo conmigo y quizás tenga la suerte de morir primero!, añade el egoísta. No he visto todavía al buen jesuita pero intuyo lo que me va a decir: «Agradece de rodillas la bondad de Dios». Como si uno se arrodillara y besara los pies del croupier del casino, que me hizo ganar a costa de centenares de perdedores. No.
 
José B. Adolph

6 de diciembre de 2021

Vendría la Paz, Gloria Fuertes

 

Vendría la Paz
 
Si todos los políticos
se hicieran poetas,
vendría la paz.
 
Si todos los políticos
se hicieran pacifistas,
vendría la paz.
 
Si todos los injustos
se hicieran el harakiri,
vendría la paz.
 
Gloria Fuertes


5 de diciembre de 2021

Todavía hay gente que al viento le llama céfiro... Gloria Fuertes


 

Todavía hay gente que al viento le llama céfiro...
 

 
Todavía hay gente que al viento le llama céfiro,
y hay quien a lo cursi lo llama poesía,
y a la Poesía, locura.
Todavía hay quien canta a la luna.
¡Yo canto a los hombres de la luna!
A los arrabales de la luna,
a los ríos de leche de la luna;
pero todavía hay gente que se asusta,
se asusta cuando una mujer se pone las botas
para pisar mejor el barro,
se asustan porque somos listos,
porque Dios está con nosotros;
ven que nos quemamos y no comprenden las llamas;
porque componemos canciones previsoras
y al avisar gritamos;
porque en nuestros versos
no hablamos de lo que siempre se habló en los versos:
las olas, la boca, los pájaros.
¿Quién dice que en nuestros versos no hay pájaros?
¿Qué son estos gritos si no aves heridas?
No amar lo caduco, lo seco, lo blando.
¡Los poetas amamos a la sangre!
A la sangre encerrada en la botella del cuerpo,
no a la sangre derramada por los campos,
ni a la sangre derramada por los celos,
por los jueces,
por los guerreros;
amamos a la sangre derramada en el cuerpo,
a la sangre feliz que ríe por las venas,
a la sangre que baila cuando damos un beso.
Cantamos al amor.
A lo fresco.
A lo puro.
¡Estamos hartos de cuentos!
¡Y que aprendan los ñoños que el viento es el viento!
Y que cuando se ama, se ama,
y que sólo es pecado el mal comportamiento.
 
Gloria Fuertes
 

4 de diciembre de 2021

Siempre con los colores a cuestas, Gloria Fuertes

 

Siempre con los colores a cuestas
 
 
No olvido cuando rojos y negros
Corríamos delante de los grises
Poniéndoles verdes.
Cuando rojos y verdes
Temblábamos bajo los azules (de camisa)
Bordada en rojo ayer.
Asco color marrón
Que siempre huele a pólvora.
Páginas amarillas leo hoy
Para encontrar a un fontanero
Que no me clave.
Siempre con los colores a cuestas.
Siempre con los colores en la cara
Por la vergüenza de ser honesta.
Siempre con los colores en danza.
Azul contra rojo
Negro contra marrón
Como si uno fuera Dalí o Miró.
 
Gloria Fuertes
De: Mujer de verso en pecho, 1996.


3 de diciembre de 2021

Os habéis fijado, Gloria Fuertes


 

Os habéis fijado
 
 
En el frío que pasan las castañeras,
en lo viejas que son casi todas las catedrales,
en lo déspotas que son algunos,
en lo golfos que son los niños pobres,
en lo que hablan los ebanistas,
en lo vestida que va la mecanógrafa,
en lo caro que cuesta todo.
Yo tengo capricho por un amor nuevo,
y todos son de segunda mano,
y entre citas y flautas salen caros.
En el peligro que corren los albañiles,
tanto o más que los toreros y que los jefes de Estado.
¡Qué lástima, no os habéis fijado!
Y todo esto es peligroso,
muy peligroso para vuestros cómodos escondrijos.
 
Gloria Fuertes
 
De Aconsejo beber hilo: Diario de una Loca, 2004

2 de diciembre de 2021

Oración, Gloria Fuertes

Oración
 
Que estás en la tierra, Padre nuestro,
Que te siento en la púa del pino,
En el torso azul del obrero,
En la niña que borda curvada
La espalda, mezclando el hilo en el dedo.
Padre nuestro que estás en la tierra,
En el surco,
En el huerto,
En la mina,
En el puerto,
En el cine,
En el vino,
En la casa del médico.
Padre nuestro que estás en la tierra,
Donde tienes tu gloria y tu infierno
Y tu limbo; que estás en los cafés
Donde los pudientes beben su refresco.
Padre nuestro que estás en la tierra,
En un banco del Prado leyendo.
Eres ese viejo que da migas de pan
a los pájaros del paseo.
Padre nuestro que estás en la tierra,
En la cigarra, en el beso,
En la espiga, en el pecho
De todos los que son buenos.
 
Padre que habitas en cualquier sitio,
Dios que penetras en cualquier hueco,
Tú que quitas la angustia, que estás en la tierra,
Padre nuestro que sí que te vemos
Los que luego hemos de ver,
Donde sea, o ahí en el cielo.
 
Gloria Fuertes
 

1 de diciembre de 2021

No es todo, Gloria Fuertes

 

No es todo
 
“No es todo hacer una poesía para el pueblo,
sino un pueblo para la poesía,
por eso escribo para el niño
y para el adolescente
que pronto serán el nuevo pueblo decente.
Mi sitio es estar en medio del pueblo
y ser un medio del pueblo
para servir sólo al pueblo.
Estoy con el pueblo de donde vine
y adonde voy para quedarme”
 
Gloria Fuertes
De Historia de Gloria 1983


30 de noviembre de 2021

Niños de Somalia, Gloria Fuertes

Niños de Somalia
 
Yo como
Tú comes
Él come
Nosotros comemos
Vosotros coméis
¡Ellos no!
 
Gloria Fuertes
En: Mujer de verso en pecho, 1996

 

29 de noviembre de 2021

Delfina, Claudio Suárez


Delfina
 
Por la calle donde trepa
la dispersión áspera del ánimo,
Delfina es la pura cicatriz
de un lastima joven, el rojo granizo
de un corazón golpeado
y un largo silencio de vergüenza.
 
Hay algo de naufragio
en este obsceno ruido de inclemencias:
victimas que se estorban y
no se reconocen
en las orillas de la noche,
tan llena de realidades imaginadas.
 
La ciudad se vacía
cultivando la mansedumbre
de los inocentes y en el follaje urbano
quedan otras sombras flotando a la deriva
y también tienen miedo.
 
El viento sabe lo que es el dolor
y solitario mide las heridas de la tierra
 
Claudio Suárez  

 

28 de noviembre de 2021

Remolinos de agua, Claudio Suárez

Remolinos de agua
 
Qué es este obsesivo latido
fabricado por vaya a saber qué extraño
rumor, que las manos del agua
dejan en la orilla. 
 
Hay todavía un adiós
y un sol que pesa como una niebla
en el umbral esmerilado,
que lava la lluvia
dejando caer
en la hondonada, la coartada
de un eco
que suena en otra parte.
 
No se puede decir con certeza
que señales porfían en los espejos enfrentados,
bajo esa piel de agua sólo hay silencios
formando remolinos.
 
 
Claudio Suárez  
 

27 de noviembre de 2021

Barrancas, Claudio Suárez

 

Barrancas
 
¿Y sí nos quedamos aquí
abrazados al perdón de las cosas,
llenos de lluvias y de truenos: divisando
como las nubes son bandidos celestiales
que se roban el cielo?
 
En esta greda hay un tiempo
eterno y dilatado cruzando ausencias,
soñando que algunos Dioses
todavía están vivos.
 
Claudio Suárez


26 de noviembre de 2021

Visión temprana, Claudio Suárez


 

Visión temprana
 
Primero fue un viento
la clara ventana inerme como la piedra
y después la sed.
 
Aún hoy siento los tragos
afiebrados,
todavía soporto sus
destellos.
 
Claudio Suárez  
Parte del día, BABEL
 

25 de noviembre de 2021

Perspectiva, Claudio Suárez

 

Perspectiva
 
Aquel fuego, es ceniza antigua,
acaso la calma tibia de una tristeza
que ya no puedo combatir.
 
Todo sucede lejos o se apaga
como los pasos 
                que no doy
 
De tu presencia guardo,
sobre todo, las huellas que dejaron
tus sonrisas primeras y la confusa
sombra de mi melancolía.
 
Claudio Suárez

 

 



24 de noviembre de 2021

Asunto personal, Claudio Suárez


Asunto personal
 
No culpo a tu perfil en la ventana,
ni a la copa del nocturno tinto, este traer
hasta mis labios, el deseo desterrado
del paraíso terrenal
y la canción de tu cintura.
 
Pero hoy el asunto es otro
anhelo la lámpara de tu voz,
estoy solo con las cosas últimas
y toda la oscuridad ha sido herida
con hogueras que evocan la nostalgia.
 
 
Claudio Suárez

 

23 de noviembre de 2021

Ninfa Elena, Claudio Suárez


 

Ninfa Elena
                                A mi madre i, m
 
Todo lo que ahora sé, lo aprendí
de vos, por ese saber que respiró mi infancia.
Ninfa Elena Rodríguez: susurrada leyenda
de un amor de tan feliz memoria,
que todavía vive.
 
Organizando el caos de la aurora
tu sonrisa era una apuesta de los pájaros
mientras un rayo de sol centellea
en tus tachos de geranios.
 
En la fatiga de tus brazos,
como la sombra que nace del verdor
llegaba el pan del día, el corazón del silencio
y la navidad del fuego.
 
Extraviado en tu luz
sé que nada remediara tu ausencia,
la muerte sabe tomar del mundo más
de lo que está permitido.
 
A luz de mis travesuras te recuerdo,
madre, tu nombre ronda entre las copas rojas
y tiende a durar más que la vida.
 
Claudio Suárez
 
 

22 de noviembre de 2021

Todo lo visto y vivido, Edgar Bayley


TODO LO VISTO Y VIVIDO
 
todo lo visto y vivido
cabe en muy pocas palabras:
en la luz de una mañana
en un trompo saltarín
en una tarde de sol
en una silla vacía
en cada piedra y la casa
 
todo lo visto y vivido
fulgura
se va ocultando
tras las hojas
y entre el viento
al borde de la bahía
 
todo lo visto y vivido
cabe en la sal
y en la mano
de quien saluda
y me lleva
al caracol y la araña
a la verdad de este día
a mi sendero y mudanza
 
Edgar Bayley
 

 

21 de noviembre de 2021

Dificultades con la traducción, Edgar Bayley


DIFICULTADES DE LA TRADUCCION
 
más allá de vegetaciones
y palabras
mi solo argumento es este árbol
bajo su sombra
estoy conmigo
 
el follaje
el fulgor
se han conmovido
y no pueden traducirse
 
así somos nosotros
árbol tierra
ida vuelta
contigo estoy
es mi argumento
no puede traducirse
 
Edgar Bayley

 

20 de noviembre de 2021

Reconquista, Edgar Bayley

RECONQUISTA
 
1
esto lo digo por el flamenco y el polen
por el aire
por el viaje
que de tanto recorrer
y desandar
se me ha vuelto pan todo romero
 
2
si estoy o no estoy
(quimera verdad campana)
lo mismo da
para el mar y la araucaria
 
3
avanzan las sombras y las luces
poco a poco
en la bahía
¿estoy despierto?
¿juego mal?
¿elijo bien la flor de mi destino?
todo es igual
victoria o exterminio
igual al fondo de la gruta
 
4
la casa la partida
el comején la duda
y engaño altar portón estría
nada importan al topo y al orante
 
5
florecer florecer
una y otra vez
en la tormenta
agridulce escozor
molienda diaria
todo sirve
 
6
en este salir entrar
en este incendio
ni esparto ni exorcismo
ni manantial
ni cuenca taza
ni escafandra:
sin auxilios
nada más que el rumbo cierto
 
7
¿pero en qué ribera
hachón
o salamandra
surgirá la fe o la pregunta?
 
8
¡qué difícil el rostro
el ademán
la altura!
¡oh qué bueno es estar
de verdad
en todo instante
conservar el bastón en la borrasca
aventar la duda
la señal aciaga
madurar
cobijar la adormidera
inocencia y vigilia en una mano!
 
9
volver
entonces volver
al sueño
al mediodía
y dejar que convivan los jazmines
con los ojos de buey y los lagartos
 
10
dejar que un rostro oval
un piano
la sentina
surjan de improviso
en la negra muralla embanderada
 
11
esto veo lentamente
reconozco el monte y el camino
 
Edgar Bayley


19 de noviembre de 2021

Los mismos, Edgar Bayley


LOS MISMOS
 

están muy altas las ramas de ese árbol
pero ascendemos por el aire
por la fragancia
hasta ser los mismos
que el recuerdo y la luz hospedan
 
la misma enredadera
el mismo búho
reciben la mirada
la palabra que entonces ofrecimos
 
y la pasada unión
pero el alba
en el silencio de la playa
del bosque antiguo nos desprende
 
renacemos con el gallo y la tórtola
en tierras distintas
y el agua del arroyo nos lleva de la mano
al móvil reposo
 
ahora claramente veo
la circular andanza
la puerta de aquel día
la estela azul y la fugaz victoria
estuvo todo bien
está muy bien
 
por el sendero desciende un leñador
hasta el arroyo
y nos saluda
 
Edgar Bayley
 

 

18 de noviembre de 2021

La sarten, Edgar Bayley

LA SARTEN
 
una sartén poco usada
sirve a veces para estallar
el aceite y el huevo
para estrellar el blanco
el rojo
el amarillo
por el calor de una llama
silenciosa
sirve el mango también
y el pulso de quien pone
en el plato el huevo embebido
en aceite y unas papas
una sartén usada sólo en ocasiones
sirve para el huevo y las papas
y cuando la fregamos y lavamos
advertimos el riesgo de acordarnos
de embarcarnos de nuevo
en una sartén poco usada
 
Edgar Bayley
 
 

17 de noviembre de 2021

Danza de la muerte, Edgar Bayley

DANZA DE LA MUERTE
 
danza de la vida
el campo se enverdece
un libro es vertebrado
ante la danza y el trigo
ante la fragua y la ría
el cerco y el pajonal
en soledad compañía
digo tajamar ventana
sueño
verdad
buena andanza
 
Edgar Bayley

 

15 de noviembre de 2021

Cambio de estación, Edgar Bayley´


 

Cambio de estación, Edgar Bayley´
 

los ruidos de la calle
tan diversos
la agitación del follaje
de los árboles cercanos
el ir y venir de las hormigas
el fin del verano
ponen un orden nuevo
en el peldaño
el estribo
en la cabellera de la noche
 
un balcón entreabierto
la luz crece como un río
rodando por escaleras
es el primer paso del sueño
en la fogata lejana
 
un hombre camina solo
se detiene a ratos
observa
escucha una risa
la fiesta está por comenzar
y baila finalmente
con la mujer que lo llamaba en sueños
en la luz y el aire
y en la noche despierta
 
Edgar Bayley

14 de noviembre de 2021

De todos modos, Edgar Bayley


 

De todos modos, Edgar Bayley
 
ella se va sintiéndose llamada
abre este sol su mano extiende
rechazo amor
una quimera
su oficio es ser de todos modos
aquí estará
su nombre sabe
nada la oculta
ni destello falaz
tormenta sol
ni la avenida
vuelve a ser furor helada fauce
presagio estrella nacimiento
aplomo y ansiedad
dulzura imprecación testigo
aquí está
para ser de todos modos
 
Edgar Bayley
 

13 de noviembre de 2021

Certidumbre, Edgar Bayley

 

Certidumbre
 
un ladrido es un problema de garganta
de corazón más bien
es disonante en un coro de callados
concuerda con el estruendo y la violencia
¿para qué más? ¿qué otra certidumbre?
gota a gota cae el sentido
de las voces y ladridos
las cuerdas vocales han durado
en esta sonora certidumbre
 
Edgar Bayley

12 de noviembre de 2021

La arena, Edgar Bayley


 

 

La arena
 
hay pisadas en la arena
de damas que pasean junto al mar
castillos por supuesto
gaviotas y allá lejos delfines y un velero
celebro todas las pisadas
y los rastros del viento
hay un pintor junto al mar
un pintor de caballete
y más allá un titiritero
ahora hay calma
pero a veces las tempestades cambian el espectáculo
aquí muy cerca en una ferretería
venden cañas de pescar y los aparejos correspondientes
también está el cielo
abierto
claro
las nubes avanzan hacia el castillo abandonado
nadie ha podido todavía violar los cerrojos
de sus grandes puertas
ni siquiera las nubes
hay una sola ventana abierta
por donde se introducen unos jóvenes músicos
para ensayar sus próximos conciertos
y refugiarse de la arena y del sol
 
Edgar Bayley
 

11 de noviembre de 2021

Los desiertos reales, Edgar Bayley


 

Los desiertos reales, Edgar Bayley
 
los desiertos reales
los mares imaginarios:
no hay palabras para elogiar a esta magnolia
tampoco hay forma de destruir las palabras
ni el oficio de florista
(guarden compostura: :
en la soga de colgar se agita la flor blanca)
una tez de flores de cerezo:
la última gota de sangre
los desiertos reales
los mares imaginarios
no pueden compararse a esta magnolia.
 
 
Edgar Bayley

10 de noviembre de 2021

Bermellón 1, Edgar Bayley


Bermellón 1
 
1
sin nombre ni razón
y con sentido
te leo te agradezco
bermellón
esta mañana
este monte me lleva tras el monte
y este cielo a otro puerto me traslada
aquí estoy
bermellón
me llevas de la mano
al mundo que ya soy
seremos
 
Edgar Bayley

 

9 de noviembre de 2021

Augurio, Edgar Bayley


 

AUGURIO
 
feliz
año
nuevo
digo
lluvia luz ventana
neblina rosa labrador alcázar
río mío balcón
perdí mi nombre
y aquí
ballesta
encuentro
voy naciendo
por solsticios
herbarios
destrucciones
año nuevo
blanca flor brotaste
y el camino que sigo
y la voz
en la playa
a medianoche
y el silencio y la caja
y la ventana habitación el viento
todo lo marchitaste
me digo
no estoy solo
feliz lluvia
luz
ventana
 
 
Edgar Bayley

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