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10 de diciembre de 2021
In memoriam, José B. Adolph
9 de diciembre de 2021
Pesistencia, José B. Adolph
Persistencia
O’Henry debe de haberse
agitado miles de veces en su tumba, gruñendo ante los innumerables finales
sorpresa de segunda categoría que se escriben y que se supone sorprenderán al
lector con su inesperado giro. Sin embargo el autor de «Persistencia»
probablemente habrá merecido un asentimiento —y no un gruñido— del Maestro. El
final de su realmente corta historia me sorprendió de la mejor manera posible.
Lee a O. Henry acá https://elgatodelespejo.blogspot.com/search/label/O.%20Henry
A.E. van Vogt
Gobernar la nave se hace cada
vez más problemático. Los hombres están inquietos; sólo la más ardua disciplina,
las más dulces promesas, las más absurdas amenazas mantienen a la tripulación
activa y dispuesta. Una humanidad que ya no se asombra de nada nos vio partir
hacia el más allá: estaba ya habituada a una desfalleciente fascinación.
Comprendo a todos; estos han
sido años de sucesos terribles, de convulsiones. Muertes masivas, guerras, inventos
maravillosos; ¿quién podía entusiasmarse por una conquista de aquel espacio que
ya nada nuevo promete a hombres hartos de progreso? Los costos son elevados,
pero ya nadie se fija en cifras. Corre sangre y corre dinero en estos años en
que somos, a la vez creadores y asesinos. Amo y odio a mis compañeros. En
cierto sentido, son la hez del universo; en otro son balbucientes niños en
cuyas manos se moldea el futuro. Abriremos una ruta que liberará a este planeta
del hambre, de las multitudes crecientes que ya no encuentran un lugar bajo el
sol y que sólo esperan aterradas y resignadas, un juicio final del que
desconfío: ¿cómo se puede ser tan supersticioso en estos tiempos de
triunfo de la ciencia, del
arte, de una nueva promesa de libertad como la que encarna esta nave?
Hemos partido hace meses; en
este tiempo solitario hemos recorrido la inmensidad de cambiantes colores, reducidos
a lo mínimo. Nos hemos visto convertidos en criaturas desnudas, flotando en la
creación: los hombres tienen miedo. Sabían que existía este vació; lo supieron
siempre. Pero ahora que se sienten devorados por él, sus miradas se han
endurecido para siempre. El final es un lejano punto que no logro construirles.
Huimos de un mundo de miseria
y hartazgo; de violencia y caridad; de revolución y orden. Habremos de retornar,
sin duda, pero tampoco puedo garantizárselo a ellos. Ven el vacío; no son
capaces de perseguir un sueño a plenitud. No hay comunicación con u pasado que
sólo recobraremos como futuro. Y mi soledad es mayor: ¡ay de los que poseemos
la verdad y la seguridad! Una sola lagrima nuestra, descubierta por ellos,
equivaldría a una desesperada muerte. Pero es inmensa la recompensa: al otro
lado nos esperamos a nosotros mismos, encarnados en esa libertad y en esa
abundancia de que ahora carece nuestro planeta. Debemos durar, debemos
resistir, no solo porque el retorno es imposible, sino porque mienten cuando
dicen preferir la seguridad de la prisión que dejaron. La verdad, me digo, es
obligatoria. Y el encargo que llevamos nos ha sido encomendado por todos los
hombres de la tierra, aun por aquellos que no saben de este viaje e ignoran lo
miserable de su existencia.
El viaje continuará, así
tuviese que matarlos a todos y gobernar yo sólo la nave. Nadie puede escapar,
si no es a través de su propia muerte: confío en sus instintos, más que en sus
razonados temores. Hasta ahora no hemos encontrado las horribles pesadillas que
algunos timoratos previeron. Sé que todo marchará bien, o todos moriremos juntos;
si así fuera, si lo último se cumpliera, otros retomarán la esperanza y esa
huída que será un gran encuentro. El cielo es negro sobre nosotros, pero miles
de luces nos acompañan; son como cirios de esperanza. Ellos las miran con temor
y odio; no quieren comprender que son guardianes y guías: ¡Cómo no sentirse
hermano de las estrellas, que observan, comprensivas, nuestra soledad que es la
de ellas?
Me siento solo, y no me
siento solo. ¿Habrá alguien que pueda comprender esta atracción por un abismo
que para mi no es sino una ruta más? Es cierto que a veces tengo miedo, como
todos. No soy sino un hombre frente a fuerzas desconocidas: las intuyo, pero no
las domino; las comprendo pero no son mías.
Pero sin miedo no hay
esperanza.
Y sin embargo, el tiempo es
largo, sobre todo para ellos. El viaje se les aparece infinito. Empiezan a
sentirse privados de toda realidad; se creen fantasmas de sí mismos. Sus ojos
me amenazan, porque siempre hay un culpable.
La nave cruje y se mece, la
inmensidad es cada vez mas aplastante, pese a esos signos que, desde hace un
par de días, nos aseguran que no hay error, que mis cálculos son correctos.
Debo anotar, pues, que ojalá se cumplan los pronósticos favorables antes que el
temor termine totalmente con la confianza. Rogaré al Señor para que tal cosa no
ocurra. Danos, pues, Señor, la gracia de poder cumplir nuestra misión antes que
finalice este octubre de 1492.
José B. Adolph
(1980)
8 de diciembre de 2021
Marta, José B. Adolph
Marta
La batalla final, me dije, no
es la del bien y el mal: es aquella que, en el universo minucioso de cada día,
enfrenta diversos niveles del infierno. Dios y sus eufemismos -oníricas
emanaciones del caos- se disuelven como la tartamudeante incoherencia de un
loco. (Marta me mira desde su escritorio, seis metros más allá. ¿Sonríe? Se
acerca; lee por sobre mi hombro: "Dios y sus eufemismos, oníricas
emanaciones..." Menea la cabeza en simulado escándalo. Dice: "Joyce
no eres aparatoso cocodrilo" y vuelve a su sitio. Unas lágrimas me
chorrean hacia adentro -nunca hacia fuera-, no por su esbozo de justísima crítica literaria, sino porque es tan
espantosamente inocente, tan patológicamente sana).
Pongamos las cosas así: Marta
trabaja en esta redacción desde hace seis meses, durante cuyo transcurso se ha
enamorado cinco veces, tres de las cuales la portaron hacia otros tantos
lechos. El promedio de duración de cada romance: 2,4 semanas. Ninguno de sus
¿qué? ¿amantes, enamorados, pretendientes, pretendidos, ilusiones, oníricas
emanaciones de su deseo y de su soledad?
pertenecía, a alguien gracias, a esta redacción. Dos poetas, un periodista de
otro corral, un esotérico traficante internacional de mercaderías turbias pero
no ilegales y un destacado miembro del partido que nos gobierna. Marta no es ni
joven ni vieja: exactamente treinta años, con tendencia a ser algo gorda pero
sin serlo todavía, cómoda melena negra sobre un rostro algo jadeante; escribe
bien pero poco, carece de un concepto definido del tiempo -quiero decir, de la
hora-, es asombrosamente inteligente y, como suele ocurrir, asombrosamente
estúpida: lo que dije, sana. Básicamente cree en la gente, sobre todo en los
hombres. Con su séptimo amante, y ni un minuto antes, tuvo su primer orgasmo
con un hombre. Sabe la verdad sobre las personas (pese a lo afirmado
anteriormente) y no sabe nada. Quiere todo y no quiere nada. Es la suma de
persona de sexo femenino más inteligencia más sexualidad largo tiempo reprimida
o desviada: se sigue desviando, ahora hacia la bondad. Trato de ser cínico y no
puedo. No con ella. O sobre ella.
Me quiere mucho, y yo a ella:
yo fui el séptimo, tres o cuatro años atrás. Ahora la relación ha ¿ascendido?
¿descendido? ¿variado? hacia una cariñosa amistad. Pero todo eso es otro tema. O
me da la gana que lo sea.
Sigamos poniendo las piezas.
Decía que la batalla final, etcétera, y hablé de los niveles del infierno, de
ese infierno que el idiota solitario y retraído de Sartre ubicaba en el Otro.
Ni Marta ni yo hemos mencionado que sabemos que el infierno es, en realidad, la
ausencia del Otro. No somos alsacianos hijos únicos, feos y perversos, que ven
los fieros ojos judíos de Dios en los demás: buena parte de nuestras vidas,
¿eh, cocodrilo?, consiste en agradecer cualquier mirada, cualquier odioso rayo
láser en nuestra soledad. Aparatoso cocodrilo, ¿eh? No, Joyce no soy, aunque mi
grosera sexualidad. Pero basta.
Cuando Marta me sonríe a
través de la redacción, sé que ha vuelto a sonar la campana y que se inicia un
nuevo round: Marta ha conocido a alguien. Como se puede apreciar, no juzgo.
Describo. Continuará así: magia. Esa es la palabra que ella usa. ¿Y por qué no?
Mi grosera sexualidad etcétera utiliza otros términos. Sostengo, inútilmente,
que el amor (o la magia) no aparece cada 2.4 semanas. El deseo, sí. Lo que en
los perros -seres menos atribulados que Joyce- se denomina celo. Marta,
indignada quizás con razón, deja de sonreír y pone cara de haber chupado un
limón. Por mi parte, pienso que ambos exageramos: hay algo que puede aparecer
cada 2.4 semanas, o no abandonarnos nunca, como una veleta que gira con el
viento sin abandonar el techo: la soledad.
¿Cómo resumir sin traicionar
la intrincada y a la vez sencilla personalidad de Marta, sobre todo en un país
en el cual consciente o inconscientemente, sincera o hipócritamente, la
combinación de intelecto con ovarios, no suele ser popular? Pienso que la
descripción está implícita en la pregunta. En la práctica, eso significa que la
soledad en una mujer así adquiere una especial dimensión de inseguridad y
contradicción: el quiero-no quiero, habitualmente desplegado en años o siquiera
meses, en ella puede encogerse a minutos en torno a un par de cafés. Hasta
ahora no la conozco. Quiero decir: hasta ahora no sé qué siento cuando me
sonríe. Quiero a mi esposa y siempre la quise, y me dicen los que saben -entre
ellos Marta, que sabe todo y nada sabe- que no se puede amar a más de una
persona a la vez. Alguien debe estar equivocado, además de Sartre.
¿Dije que tiene treinta años?
Creo que sí, pero esa es una falacia: en puridad, Marta es una adolescente que
se observa a sí misma desde su temprana vejez. Sólo que -y por eso anoto esto-
de pronto suspende todo juicio y junta briznas de un hombre para construir
otro, productor de magia, como un pajarito fabricando un nido. Luego, se sienta
a empollar y se viene abajo: no había nido; sólo briznas. Pero no es
inconsciente: sabe lo que ocurre; quizás necesite que ocurra.
Hablando de niveles de
infierno, descubro quién es el escogido esta vez: es de casa. Un redactor
nuevo. Entre 35 y 40 años, casado, dos hijos, esbelto, atractivo, capaz en su
oficio. Sonríe de vez en cuando pero no es frívolo; más bien algo solemne. Lo
he adivinado con facilidad: Marta nunca supo ocultar sus sentimientos, aunque
se considera una gran conspiradora. Miradas, miradas, miradas. Para mí es
suficiente; suspiro; como un personaje de historieta norteamericana me digo:
"aquí vamos otra vez". ¿Estoy celoso? Estoy celoso.
(Como si lo viera: lo rodea,
le conversa, se sienta a su lado, le consulta, le habla de Lima nocturna y de
la apasionante locura de sus personajes. Se hace invitar un café o, si el tipo
es de aluminio, lo invita ella. Poco después, sus caderas chocarán contra el
escritorio o derribará un azucarero o se tomará un trago y se chorreará la
barbilla).
Y ahora supongamos lo
siguiente: el tipo está más bien intimidado. Piensa: si a estas alturas
engañara a mi mujer, sin duda no sería con una periodista escandalosa y
romanticona. Por otra parte, y aquí reaparece aquello de mi sexualidad grosera
y etcétera, un polvo fácil no es de despreciar, pero por otro lado y por otra
parte y a su vez y más bien, etcétera nuevamente. Y Marta piensa: claro me
gusta pero el sexo no es lo único pero si dura puede convertirse en magia
aunque la magia no dependa del sexo aunque sí dependa mejor me olvido de todo
pero qué debo decirle si le digo que me invite un café va pensar que yo pero si
no le digo pensaré que yo y si le escribo una notita amorosa pensará que yo
mejor me olvido de todo pero me gusta y es justo lo que ando buscando pero. Y
así.
Situación tal no puede durar
eternamente, me digo. Redoblo mis esfuerzos con la máquina de escribir y
fabrico diez centímetros más de insulsa objetividad. Pienso: por todas partes
crecen los malentendidos, regados por la definitiva inteligencia de Dios. El
redactor nuevo cacarea y se ríe con unos colegas allá al fondo de la sala.
¿Será posible que uno de ellos haya mirado furtivamente a Marta antes de lanzar
otra de sus carcajadas criollas? Es posible. De hecho. Estoy preocupado. Sé que
ha ocurrido antes, pero yo no lo he visto. Ahora, la azucarada mezquindad de la
traición se está esculpiendo ante mis ojos. Marta, ciega y sorda, tararea algo
mientras redacta. Yo enciendo un cigarrillo y miro a la pared.
Al día siguiente Marta me
invita un café. Salimos a la cafetería. Reconozco su mirada de insegura
felicidad. Me muestra un papelito sucio y varias veces doblado: lo que me
temía. Un poemita anónimo. Me excuso de reproducir su aparatosa banalidad; no
lleva firma. "Apareció sobre el rodillo de mi máquina", me dice
Marta. "¿Crees que sea de él?"
"¿Sobre tu máquina? ¿En
un lugar público?". Sé que pierdo la guerra, esa guerra emprendida para
salvarla de una ilusión rota. ¿Salvarla por qué? El resto es silencio.
"Es que podría ser
que...". Me ahorro la lista de salvavidas que Marta emprende para cubrir
lo obvio con las sedas del misterio. Resumamos: a la noche siguiente, yendo al
baño de la dirección que es el más limpio -o el menos sucio- del periódico,
oigo jadeos en la oscura oficina de la subdirección. Conozco uno de los jadeos:
no necesito mirar.
Al volver a la redacción, el
grupito de amigos del nuevo calla de pronto y se disuelve. Naturalmente, el
portador de la magia les ha hecho un divertido discursito anunciando sus
próximos minutos de gloria y jadeo. Como si lo estuvieran viendo en un
videotape. Decido irme antes de que la feliz pareja retorne.
Al día siguiente, Marta llega
temprano. Siento un vacío: me lo va a contar todo, como siempre. El hombre
todavía no ha venido. Marta se sienta a mi lado y sonríe de oreja a oreja
mientras me entrega otro papelito. No necesito abrirlo.
"Yo le dejé este poema
en su escritorio anoche", me dice. "¿No quieres leerlo?"
Lo leo. Como poema, no está
mal. Como cualquier otra cosa, es horrendo. Respiro con dificultad. Me evado
hacia mi grosera sexualidad:
"¿Antes o después de tu
inspección a la subdirección?"
Chupa su limón.
"Asqueroso", dice. "Antes".
"Marta", le digo, y
no puedo decir más.
"¿La nueva moda es
seguirme en la oscuridad?", pregunta. No ha comprendido nada. Un par de
integrantes del grupito hace su ingreso, saluda con extrema efusividad a Marta
y a mí. Marta mira hacia la puerta: ya sabemos a quién espera. A quien espera,
debo escribir para dar una imagen más exacta. Tiene la cabeza erecta, con
orgullo y expectación. Es feliz.
José B. Adolph
De "La batalla del
café" publicado en Lima en 1984, en edición de autor.
7 de diciembre de 2021
Egoísmo, José B. Adolph
Egoísmo
Generalmente paseábamos por
los malecones de Miraflores. Como a todos los adolescentes, las estrellas veraniegas
nos dictaban las preguntas que cada generación reinventa: ingenua filosofía espontánea
que hurga en la materialidad a la búsqueda de esa metafísica esquiva que
produce dioses. Cogidos de la mano, escurriéndonos a ocasionales besos,
valientes ateos conflictuados, Gisela y yo tratábamos de instalar nuestros
catorce años en la confusión del mundo. Eternidad, siempre, nunca, paralelismos
y discordancias, sentidos y exigencias se revolvían como perros inquietos en
busca de un amo generoso pero sobre todo comprensible. He escrito: «como a
todos los adolescentes…» y ese es un abuso egocéntrico.
Despreciábamos a esa plomiza
mayoría que desde temprano se acomoda o acepta ser acomodada en las certezas de
una fe que se presume lógica, en ese vertedero de ideologías absurdas que se
disfrazan de sentido común: Dios (el nuestro, naturalmente)lo ha hecho todo, lo
sabe todo, es todo amor, nos recompensará. Ese mismo dios sabrá por qué no
quisimos aceptar tan económico pasaje a la felicidad o a la resignación. No fue
por la presencia de los niños desarrapados y/o muertos, ni por la proliferación
de hospitales y morgues, ni por los titulares de los diarios (esos cabales
resúmenes de una historia finalmente frívola). ¿Por qué frívola? Porque el
recorrido del hombre por la no menos cruel naturaleza combina dolor con
inutilidad.
Gisela y yo, como es obvio,
íbamos a trascender. No como almas inmortales —idea que nos parecía tan cursi como
imposible— sino, tal cual suelen formularlo revolucionarios o rebeldes, como
eslabones en una cadena que arrancaba en las primeras batallas contra los
neandertal y terminaría (si es que terminaba) en las luminosas oscuridades del
Gran Crunch final del universo. Habíamos leído no sólo el Anti-Dühring y demás
silabarios marxistas sino «Fundación» y visto «2001»; la enloquecida y asesina
gran computadora de esta última película sólo nos pareció graciosa. Pequeña,
rubia, insegura en su espontánea femineidad como yo en mi masculinidad, Gisela contrastaba
con mi enclenque figura, anteojuda y ya con indicios de joroba de biblioteca.
Todavía (la adolescencia es seria) carecíamos del humor necesario para
describirnos como la bella y la bestia. Ahora ella se ríe, cómo no. Es una risa
más bien satisfecha, la de alguien que modestamente acepta una vanidad. Si
hubiera un Dios, le pediría bendecir esa vanidad pero en un mundo sin espejos.
Eslabones… Claro, pensábamos,
esas futuras generaciones de un mundo solar nos recordarían con orgullo y Eslabones…
Claro, pensábamos, esas futuras generaciones de un mundo solar nos recordarían
con orgullo y humildad: ellos, dirían, cumplieron. Sucumbieron en las pestes,
fueron aniquilados en trincheras, se pudrieron en prisiones, colgaron de las
horcas, murieron de dolorosas enfermedades olvidadas, fueron explotados en
plantaciones, fábricas y oficinas, crucificados, apedreados, ahogados,
torturados. Para que nosotros, seres solares, pudiéramos encarnar sus ya
enterrados sueños.
Nos parecía hermoso. Después
de todo la historia no era insensata ni inútil. «Apariencias», decíamos. Como cualquier
teólogo, apostábamos a un sentido cuya vastedad nos deglutía. La humanidad,
decía fervorosamente Gisela, reptaba por una escalera ascendente. Sí, respondía
yo, el individuo se realiza en una comunidad que no sólo existe en el espacio
formal sino también en su cuarta dimensión, el tiempo. Fueron parte de algo,
pronosticábamos que dirían Ellos, son parte de nosotros. No debería
sorprenderme la existencia de teólogos ateos. De eso me río yo, como Gisela se
ríe de su belleza y mi fealdad. Pero la mía no es una risa satisfecha.
Oh milagro: nuestra relación
perduró y nos condujo a una silenciosa boda civil. Asistieron familiares, compañeros
del partido, colegas y amigos: en total unas veinticinco personas arracimadas
en un salón pequeño de la municipalidad de Lima: Miraflores nos pareció pituco.
Nuestra noche de bodas en un hotel de los suburbios nos encontró vírgenes, no sólo
en lo sexual. El himen no fue un problema, pero nos esperaban atroces
aprendizajes. La pobreza, los hijos, la rutina de trabajos idiotas,
la delincuencia, las guerras: nos esforzábamos por encajarlo todo, como
sardinas en una lata, dentro del rubro social. Algún día esa revolución que los
produciría a Ellos nos libraría de la plusvalía y de los resfriados. Nos negábamos a
la originalidad; más grave, éramos ciegos y, me temo, sincera, involuntariamente
deshonestos. En el fondo, creo ahora, teníamos miedo, como todos. Miedo a esas
grandes y vacías verdades finales que me alteran ahora: el «para qué»
irrespondible tras cada idea, tras cada acto. Me niego a seguirme cobijando en
el misterio. Si los dioses son incomprensibles, no existen para nosotros, y ese
«para nosotros» es lo que cuenta.
Porque asistir, día a día,
hora a hora, minuto a eterno minuto a la transfiguración de Gisela, a sus
células proliferantes, a la maldición de su carne enloquecida no es sólo una
tortura. Es una declaración de falta de principios del universo, el eco de algo inexistente, una carcajada de la nada. «Egoísmo» dice mi buen amigo el jesuita
que conocí en el hospital, antes de que enviaran a Gisela a la casa para que se
termine de pudrir en paz y sin molestar.
«Tu tragedia personal. No
involucres a Dios. Quizás le esté preparando a Gisela una felicidad que no
puedes nisoñar». Yo le doy palmaditas en el hombro al buen jesuita y le digo
eso, que es un buen hombre y un buen jesuita.
Que le agradezco esas
bondadosas y retorcidas invenciones, las estafas que transmite de buena fe, las
anteojeras que distribuye tan ansiosamente. Sus ojos me transmiten —al menos
eso creo ver— un terrible mensaje: más vale una mentira que permite vivir que
una verdad asesina. Quizás todos los sacerdotes crean eso, quizás sólo algunos.
¿Hay que aplaudir? Desde Gisela hasta Hiroshima, desde Gisela hasta Auschwitz,
desde Gisela hasta el millón de masacres: ¿egoísmo? ¿Quiere más, padre? La
peste negra, las cruzadas, el hambre en Africa, las montañas de calaveras
erigidas por los mongoles, los niños explotados, el cáncer de todos y todos los
cánceres, no sólo el de Gisela. ¿Suficiente, o nos faltan las matanzas de
brujas, los cadáveres en las autopistas, los psicópatas? Cualquier lista que se haga será incompleta:
¿egoísmo? A Gisela la trajeron hace un mes. Y lo que sucede desde la semana
pasada y que se confirmó hoy en la mañana —la inexplicable remisión del cáncer
de Gisela, su «milagrosa» cura, su condena a seguir viviendo— no cambia
nada: la arbitrariedad sigue vigente. Ella dice que no le importa vivir
físicamente deformada. Nos amamos, dice, y es cierto. ¡Puedo sobrevivir!,
exclama el egoísta. ¡La tengo conmigo y quizás tenga la suerte de morir
primero!, añade el egoísta. No he visto todavía al buen jesuita pero intuyo lo
que me va a decir: «Agradece de rodillas la bondad de Dios». Como si uno se
arrodillara y besara los pies del croupier del casino, que me hizo ganar a
costa de centenares de perdedores. No.
José B. Adolph
6 de diciembre de 2021
Vendría la Paz, Gloria Fuertes
Vendría la Paz
Si todos los
políticos
se hicieran
poetas,
vendría la paz.
Si todos los
políticos
se hicieran
pacifistas,
vendría la paz.
Si todos los
injustos
se hicieran el
harakiri,
vendría la paz.
Gloria Fuertes
5 de diciembre de 2021
Todavía hay gente que al viento le llama céfiro... Gloria Fuertes
Todavía hay gente
que al viento le llama céfiro...
Todavía hay gente
que al viento le llama céfiro,
y hay quien a lo
cursi lo llama poesía,
y a la Poesía,
locura.
Todavía hay quien
canta a la luna.
¡Yo canto a los
hombres de la luna!
A los arrabales de
la luna,
a los ríos de
leche de la luna;
pero todavía hay
gente que se asusta,
se asusta cuando
una mujer se pone las botas
para pisar mejor
el barro,
se asustan porque
somos listos,
porque Dios está
con nosotros;
ven que nos
quemamos y no comprenden las llamas;
porque componemos
canciones previsoras
y al avisar
gritamos;
porque en nuestros
versos
no hablamos de lo
que siempre se habló en los versos:
las olas, la boca,
los pájaros.
¿Quién dice que en
nuestros versos no hay pájaros?
¿Qué son estos
gritos si no aves heridas?
No amar lo caduco,
lo seco, lo blando.
¡Los poetas amamos
a la sangre!
A la sangre
encerrada en la botella del cuerpo,
no a la sangre
derramada por los campos,
ni a la sangre
derramada por los celos,
por los jueces,
por los guerreros;
amamos a la sangre
derramada en el cuerpo,
a la sangre feliz
que ríe por las venas,
a la sangre que
baila cuando damos un beso.
Cantamos al amor.
A lo fresco.
A lo puro.
¡Estamos hartos de
cuentos!
¡Y que aprendan
los ñoños que el viento es el viento!
Y que cuando se
ama, se ama,
y que sólo es
pecado el mal comportamiento.
Gloria Fuertes
4 de diciembre de 2021
Siempre con los colores a cuestas, Gloria Fuertes
Siempre con los
colores a cuestas
No olvido cuando
rojos y negros
Corríamos delante
de los grises
Poniéndoles
verdes.
Cuando rojos y
verdes
Temblábamos bajo
los azules (de camisa)
Bordada en rojo
ayer.
Asco color marrón
Que siempre huele
a pólvora.
Páginas amarillas
leo hoy
Para encontrar a
un fontanero
Que no me clave.
Siempre con los
colores a cuestas.
Siempre con los
colores en la cara
Por la vergüenza
de ser honesta.
Siempre con los
colores en danza.
Azul contra rojo
Negro contra
marrón
Como si uno fuera
Dalí o Miró.
Gloria Fuertes
De: Mujer de verso
en pecho, 1996.
3 de diciembre de 2021
Os habéis fijado, Gloria Fuertes
Os habéis fijado
En el frío que
pasan las castañeras,
en lo viejas que
son casi todas las catedrales,
en lo déspotas que
son algunos,
en lo golfos que
son los niños pobres,
en lo que hablan
los ebanistas,
en lo vestida que
va la mecanógrafa,
en lo caro que
cuesta todo.
Yo tengo capricho
por un amor nuevo,
y todos son de
segunda mano,
y entre citas y
flautas salen caros.
En el peligro que
corren los albañiles,
tanto o más que
los toreros y que los jefes de Estado.
¡Qué lástima, no
os habéis fijado!
Y todo esto es
peligroso,
muy peligroso para
vuestros cómodos escondrijos.
Gloria Fuertes
De Aconsejo beber
hilo: Diario de una Loca, 2004
2 de diciembre de 2021
Oración, Gloria Fuertes
Oración
Que estás en la
tierra, Padre nuestro,
Que te siento en
la púa del pino,
En el torso azul
del obrero,
En la niña que
borda curvada
La espalda,
mezclando el hilo en el dedo.
Padre nuestro que
estás en la tierra,
En el surco,
En el huerto,
En la mina,
En el puerto,
En el cine,
En el vino,
En la casa del
médico.
Padre nuestro que
estás en la tierra,
Donde tienes tu
gloria y tu infierno
Y tu limbo; que
estás en los cafés
Donde los
pudientes beben su refresco.
Padre nuestro que
estás en la tierra,
En un banco del
Prado leyendo.
Eres ese viejo que
da migas de pan
a los pájaros del
paseo.
Padre nuestro que
estás en la tierra,
En la cigarra, en
el beso,
En la espiga, en
el pecho
De todos los que
son buenos.
Padre que habitas
en cualquier sitio,
Dios que penetras
en cualquier hueco,
Tú que quitas la
angustia, que estás en la tierra,
Padre nuestro que
sí que te vemos
Los que luego
hemos de ver,
Donde sea, o ahí
en el cielo.
Gloria Fuertes
1 de diciembre de 2021
No es todo, Gloria Fuertes
No es todo
“No es todo hacer
una poesía para el pueblo,
sino un pueblo
para la poesía,
por eso escribo
para el niño
y para el
adolescente
que pronto serán
el nuevo pueblo decente.
Mi sitio es estar
en medio del pueblo
y ser un medio del
pueblo
para servir sólo
al pueblo.
Estoy con el
pueblo de donde vine
y adonde voy para
quedarme”
Gloria Fuertes
De Historia de
Gloria 1983
30 de noviembre de 2021
Niños de Somalia, Gloria Fuertes
Niños de Somalia
Yo como
Tú comes
Él come
Nosotros comemos
Vosotros coméis
¡Ellos no!
Gloria Fuertes
En: Mujer de verso
en pecho, 1996
29 de noviembre de 2021
Delfina, Claudio Suárez
Delfina
Por la calle donde trepa
la dispersión áspera del ánimo,
Delfina es la pura cicatriz
de un lastima joven, el rojo granizo
de un corazón golpeado
y un largo silencio de vergüenza.
Hay algo de naufragio
en este obsceno ruido de inclemencias:
victimas que se estorban y
no se reconocen
en las orillas de la noche,
tan llena de realidades imaginadas.
La ciudad se vacía
cultivando la mansedumbre
de los inocentes y en el follaje urbano
quedan otras sombras flotando a la deriva
y también tienen miedo.
El viento sabe lo que es el dolor
y solitario mide las heridas de la tierra
Claudio Suárez
28 de noviembre de 2021
Remolinos de agua, Claudio Suárez
Remolinos de agua
Qué es este obsesivo latido
fabricado por vaya a saber qué extraño
rumor, que las manos del agua
dejan en la orilla.
Hay todavía un adiós
y un sol que pesa como una niebla
en el umbral esmerilado,
que lava la lluvia
dejando caer
en la hondonada, la coartada
de un eco
que suena en otra parte.
No se puede decir con certeza
que señales porfían en los espejos
enfrentados,
bajo esa piel de agua sólo hay silencios
formando remolinos.
Claudio Suárez
27 de noviembre de 2021
Barrancas, Claudio Suárez
Barrancas
¿Y sí nos quedamos aquí
abrazados al perdón de las cosas,
llenos de lluvias y de truenos:
divisando
como las nubes son bandidos celestiales
que se roban el cielo?
En esta greda hay un tiempo
eterno y dilatado cruzando ausencias,
soñando que algunos Dioses
todavía están vivos.
Claudio Suárez
26 de noviembre de 2021
Visión temprana, Claudio Suárez
Visión temprana
Primero fue un viento
la clara ventana inerme como la piedra
y después la sed.
Aún hoy siento los tragos
afiebrados,
todavía soporto sus
destellos.
Claudio Suárez
Parte del día, BABEL
25 de noviembre de 2021
Perspectiva, Claudio Suárez
Perspectiva
Aquel fuego, es ceniza antigua,
acaso la calma tibia de una tristeza
que ya no puedo combatir.
Todo sucede lejos o se apaga
como los pasos
que no doy
De tu presencia guardo,
sobre todo, las huellas que dejaron
tus sonrisas primeras y la confusa
sombra de mi melancolía.
Claudio Suárez
24 de noviembre de 2021
Asunto personal, Claudio Suárez
Asunto personal
No culpo a tu perfil en la ventana,
ni a la copa del nocturno tinto, este traer
hasta mis labios, el deseo desterrado
del paraíso terrenal
y la canción de tu cintura.
Pero hoy el asunto es otro
anhelo la lámpara de tu voz,
estoy solo con las cosas últimas
y toda la oscuridad ha sido herida
con hogueras que evocan la nostalgia.
Claudio Suárez
23 de noviembre de 2021
Ninfa Elena, Claudio Suárez
Ninfa Elena
A mi madre i, m
Todo lo que ahora sé, lo aprendí
de vos, por ese saber que respiró mi
infancia.
Ninfa Elena Rodríguez: susurrada leyenda
de un amor de tan feliz memoria,
que todavía vive.
Organizando el caos de la aurora
tu sonrisa era una apuesta de los
pájaros
mientras un rayo de sol centellea
en tus tachos de geranios.
En la fatiga de tus brazos,
como la sombra que nace del verdor
llegaba el pan del día, el corazón del
silencio
y la navidad del fuego.
Extraviado en tu luz
sé que nada remediara tu ausencia,
la muerte sabe tomar del mundo más
de lo que está permitido.
A luz de mis travesuras te recuerdo,
madre, tu nombre ronda entre las copas
rojas
y tiende a durar más que la vida.
Claudio Suárez
22 de noviembre de 2021
Todo lo visto y vivido, Edgar Bayley
21 de noviembre de 2021
Dificultades con la traducción, Edgar Bayley
20 de noviembre de 2021
Reconquista, Edgar Bayley
RECONQUISTA
1
esto lo digo por el flamenco y el polen
por el aire
por el viaje
que de tanto recorrer
y desandar
se me ha vuelto pan todo romero
2
si estoy o no estoy
(quimera verdad campana)
lo mismo da
para el mar y la araucaria
3
avanzan las sombras y las luces
poco a poco
en la bahía
¿estoy despierto?
¿juego mal?
¿elijo bien la flor de mi destino?
todo es igual
victoria o exterminio
igual al fondo de la gruta
4
la casa la partida
el comején la duda
y engaño altar portón estría
nada importan al topo y al orante
5
florecer florecer
una y otra vez
en la tormenta
agridulce escozor
molienda diaria
todo sirve
6
en este salir entrar
en este incendio
ni esparto ni exorcismo
ni manantial
ni cuenca taza
ni escafandra:
sin auxilios
nada más que el rumbo cierto
7
¿pero en qué ribera
hachón
o salamandra
surgirá la fe o la pregunta?
8
¡qué difícil el rostro
el ademán
la altura!
¡oh qué bueno es estar
de verdad
en todo instante
conservar el bastón en la borrasca
aventar la duda
la señal aciaga
madurar
cobijar la adormidera
inocencia y vigilia en una mano!
9
volver
entonces volver
al sueño
al mediodía
y dejar que convivan los jazmines
con los ojos de buey y los lagartos
10
dejar que un rostro oval
un piano
la sentina
surjan de improviso
en la negra muralla embanderada
11
esto veo lentamente
reconozco el monte y el camino
Edgar Bayley
19 de noviembre de 2021
Los mismos, Edgar Bayley
LOS MISMOS
están muy altas las ramas de ese árbol
pero ascendemos por el aire
por la fragancia
hasta ser los mismos
que el recuerdo y la luz hospedan
la misma enredadera
el mismo búho
reciben la mirada
la palabra que entonces ofrecimos
y la pasada unión
pero el alba
en el silencio de la playa
del bosque antiguo nos desprende
renacemos con el gallo y la tórtola
en tierras distintas
y el agua del arroyo nos lleva de la mano
al móvil reposo
ahora claramente veo
la circular andanza
la puerta de aquel día
la estela azul y la fugaz victoria
estuvo todo bien
está muy bien
por el sendero desciende un leñador
hasta el arroyo
y nos saluda
Edgar Bayley
18 de noviembre de 2021
La sarten, Edgar Bayley
LA SARTEN
una sartén poco usada
sirve a veces para estallar
el aceite y el huevo
para estrellar el blanco
el rojo
el amarillo
por el calor de una llama
silenciosa
sirve el mango también
y el pulso de quien pone
en el plato el huevo embebido
en aceite y unas papas
una sartén usada sólo en ocasiones
sirve para el huevo y las papas
y cuando la fregamos y lavamos
advertimos el riesgo de acordarnos
de embarcarnos de nuevo
en una sartén poco usada
Edgar Bayley
17 de noviembre de 2021
Danza de la muerte, Edgar Bayley
15 de noviembre de 2021
Cambio de estación, Edgar Bayley´
Cambio de estación, Edgar Bayley´
los ruidos de la calle
tan diversos
la agitación del follaje
de los árboles cercanos
el ir y venir de las hormigas
el fin del verano
ponen un orden nuevo
en el peldaño
el estribo
en la cabellera de la noche
un balcón entreabierto
la luz crece como un río
rodando por escaleras
es el primer paso del sueño
en la fogata lejana
un hombre camina solo
se detiene a ratos
observa
escucha una risa
la fiesta está por comenzar
y baila finalmente
con la mujer que lo llamaba en sueños
en la luz y el aire
y en la noche despierta
Edgar Bayley
14 de noviembre de 2021
De todos modos, Edgar Bayley
De todos modos, Edgar Bayley
ella se va sintiéndose llamada
abre este sol su mano extiende
rechazo amor
una quimera
su oficio es ser de todos modos
aquí estará
su nombre sabe
nada la oculta
ni destello falaz
tormenta sol
ni la avenida
vuelve a ser furor helada fauce
presagio estrella nacimiento
aplomo y ansiedad
dulzura imprecación testigo
aquí está
para ser de todos modos
Edgar Bayley
13 de noviembre de 2021
Certidumbre, Edgar Bayley
Certidumbre
un ladrido es un problema de garganta
de corazón más bien
es disonante en un coro de callados
concuerda con el estruendo y la violencia
¿para qué más? ¿qué otra certidumbre?
gota a gota cae el sentido
de las voces y ladridos
las cuerdas vocales han durado
en esta sonora certidumbre
Edgar Bayley
12 de noviembre de 2021
La arena, Edgar Bayley
La arena
hay pisadas en la arena
de damas que pasean junto al mar
castillos por supuesto
gaviotas y allá lejos delfines y un velero
celebro todas las pisadas
y los rastros del viento
hay un pintor junto al mar
un pintor de caballete
y más allá un titiritero
ahora hay calma
pero a veces las tempestades cambian el espectáculo
aquí muy cerca en una ferretería
venden cañas de pescar y los aparejos correspondientes
también está el cielo
abierto
claro
las nubes avanzan hacia el castillo abandonado
nadie ha podido todavía violar los cerrojos
de sus grandes puertas
ni siquiera las nubes
hay una sola ventana abierta
por donde se introducen unos jóvenes músicos
para ensayar sus próximos conciertos
y refugiarse de la arena y del sol
Edgar Bayley
11 de noviembre de 2021
Los desiertos reales, Edgar Bayley
Los desiertos reales, Edgar Bayley
los desiertos reales
los mares imaginarios:
no hay palabras para elogiar a esta magnolia
tampoco hay forma de destruir las palabras
ni el oficio de florista
(guarden compostura: :
en la soga de colgar se agita la flor blanca)
una tez de flores de cerezo:
la última gota de sangre
los desiertos reales
los mares imaginarios
no pueden compararse a esta magnolia.
Edgar Bayley
10 de noviembre de 2021
Bermellón 1, Edgar Bayley
9 de noviembre de 2021
Augurio, Edgar Bayley
AUGURIO
feliz
año
nuevo
digo
lluvia luz ventana
neblina rosa labrador alcázar
río mío balcón
perdí mi nombre
y aquí
ballesta
encuentro
voy naciendo
por solsticios
herbarios
destrucciones
año nuevo
blanca flor brotaste
y el camino que sigo
y la voz
en la playa
a medianoche
y el silencio y la caja
y la ventana habitación el viento
todo lo marchitaste
me digo
no estoy solo
feliz lluvia
luz
ventana
Edgar Bayley