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4 de agosto de 2021

A veces durante la eternidad, Lawrence Ferlinghetti

 

 


A veces durante la eternidad, Lawrence Ferlinghetti
 

 
 
 
A veces durante la eternidad
                                  aparecen ciertos chicos
de entre los cuales uno
                                  que surge bastante más tardío
                                                     es una especie de carpintero
de algún territorio cuadriculado
                                                          como Galilea
y comienza a llorar
                                   y a clamar diciendo que es hip
y que conoce al que hizo el cielo
                                                           y la tierra
y que el autor de ello
                                  es su Papá
Además
          agrega
                     que todo está escrito
                                                      en un rollo de pergamino
que algunos secuaces
                      depositaron en cierto lugar del Mar Muerto
hace mucho tiempo
                                    y no podrá encontrarse al menos
en un par de miles de años
                                                 aproximadamente
en mil novecientos cuarenta y siete
                    para ser exactos
                                                y que incluso entonces
nadie creerá realmente en ello
                                                       ni yo tampoco
                                                                         claro está.
Estás caliente
                          le dicen
 
Y le refrescan
Lo extienden sobre el Árbol para enfriarlo
           y desde entonces todo el mundo
                                         está construyendo siempre modelos
                     de dicho Árbol
                                                con él colgando
y salmodiando continuamente su nombre
                                                                           le piden que baje
             a sentarse
                                con la orquesta
como si fuera verdaderamente el director
                                                              que debe guiarla
porque ellos solos no pueden hacerlo
 
Mas él no baja
                           de su Árbol
 
Permanece allí colgado
                                          en el Árbol
con aspecto apagado
                                       y realmente frío
según los últimos boletines
                                                de noticias mundiales
procedentes de fuentes habitualmente no fiables
                                                                        completamente muerto.
 
 
Lawrence Ferlinghetti

3 de agosto de 2021

Perro, Lawrence Ferlinghetti

 

 


Perro, Lawrence Ferlinghetti
 
El perro trota libremente por la calle
y ve la realidad
y las cosas que ve
son más grandes que él
y esas cosas que observa son su realidad
Borrachos en los portales
lunas en las copas de los árboles
El perro trota libremente a través de la calle
y todas las cosas que ve
son más pequeñas que él
Pescado envuelto en papel de diario
Hormigas en los agujeros
Pollos en una vidriera del Barrio Chino
sus cabezas a una cuadra de distancia
El perro trota en libertad por las calles
y los olores que percibe
poseen el propio aroma de su cuerpo
El perro trota libremente por la calle
entre charcos y bebés
gatos y cigarros
salones de billar y policías
Él no odia a los policías
Él simplemente cree que no sirven para nada
pasa frente a ellos
y también de las reses sangrantes colgadas
frente al mercado de San Francisco
Él prefiere comer una vaca tierna
que las carnes de un policía duro
aunque entiende que cualquiera de las dos
                                                            pueden saciarlo
Pasa frente a la fábrica de pastas de los Romeo
y de la torre Coit y del diputado Doyle
La torre Coit le inspira temor
pero el diputado no le mueve un pelo
a pesar de que ha escuchado cosas deprimentes
descorazonadoras
absurdas
para un joven cachorro triste como él
para un perro serio como él
Sólo que él posee un mundo libre propio
Sus propias pulgas
No le pondrán bozal
El diputado Doyle
es para él
sólo una boca de incendio
El perro trota libremente por la calle
tiene su vida de perro y la vive
piensa en ella reflexiona
toca prueba
absolutamente todo
todo lo investiga
sin los beneficios del acto de perjurio
un verdadero realista
una historia verdadera para contar
una cola verdadera con la cual contarla
un verdadero perro vivo
vivo
democrático
que ladra
comprometido con la verdadera
libertad de empresa
que puede opinar acerca de la ontología
con algo que decir de la realidad
y cómo entenderla
y cómo observarla
Mira de soslayo al cruzar las calles
como si estuviera posando para una foto de la RCA
VICTOR
esperando el sonido
de la voz de Su Maestro
y se parece
a una gran signo de interrogación
penetrando
el gramófono gigante
de la enigmática existencia
que con su prodigiosa bocina hueca
aparenta siempre
estar listo
para declamar
alguna
de sus VICTORiosas respuestas
a todo.
 
 
Lawrence Ferlinghetti

2 de agosto de 2021

Poquita cosa, Anton Chejov




Poquita cosa, Anton Chejov
 

Hace unos día invité a Yulia Vasilievna, la institutriz de mis hijos, a que pasara a mi despacho. Teníamos que ajustar cuentas.
-Siéntese, Yulia Vasilievna -le dije-. Arreglemos nuestras cuentas. A usted seguramente le hará falta dinero, pero es usted tan ceremoniosa que no lo pedirá por sí misma… Veamos… Nos habíamos puesto de acuerdo en treinta rublos por mes…
-En cuarenta…
-No. En treinta… Lo tengo apuntado. Siempre le he pagado a las institutrices treinta rublos… Veamos… Ha estado usted con nosotros dos meses…
-Dos meses y cinco días…
-Dos meses redondos. Lo tengo apuntado. Le corresponden por lo tanto sesenta rublos… Pero hay que descontarle nueve domingos… pues los domingos usted no le ha dado clase a Kolia, sólo ha paseado… más tres días de fiesta…
A Yulia Vasilievna se le encendió el rostro y se puso a tironear el volante de su vestido, pero… ¡ni palabra!
-Tres días de fiesta… Por consiguiente descontamos doce rublos… Durante cuatro días Kolia estuvo enfermo y no tuvo clases… usted se las dio sólo a Varia… Hubo tres días que usted anduvo con dolor de muela y mi esposa le permitió descansar después de la comida… Doce y siete suman diecinueve. Al descontarlos queda un saldo de… hum… de cuarenta y un rublos… ¿no es cierto?
El ojo izquierdo de Yulia Vasilievna enrojeció y lo vi empañado de humedad. Su mentón se estremeció. Rompió a toser nerviosamente, se sonó la nariz, pero… ¡ni palabra!
-En víspera de Año Nuevo usted rompió una taza de té con platito. Descontamos dos rublos… Claro que la taza vale más… es una reliquia de la familia… pero ¡que Dios la perdone! ¡Hemos perdido tanto ya! Además, debido a su falta de atención, Kolia se subió a un árbol y se desgarró la chaquetita… Le descontamos diez… También por su descuido, la camarera le robó a Varia los botines… Usted es quien debe vigilarlo todo. Usted recibe sueldo… Así que le descontamos cinco más… El diez de enero usted tomó prestados diez rublos.
-No los tomé -musitó Yulia Vasilievna.
-¡Pero si lo tengo apuntado!
-Bueno, sea así, está bien.
-A cuarenta y uno le restamos veintisiete, nos queda un saldo de catorce…
Sus dos ojos se le llenaron de lágrimas…
Sobre la naricita larga, bonita, aparecieron gotas de sudor. ¡Pobre muchacha!
-Sólo una vez tomé -dijo con voz trémula-… le pedí prestados a su esposa tres rublos… Nunca más lo hice…
-¿Qué me dice? ¡Y yo que no los tenía apuntados! A catorce le restamos tres y nos queda un saldo de once… ¡He aquí su dinero, muchacha! Tres… tres… uno y uno… ¡sírvase!
Y le tendí once rublos… Ella los cogió con dedos temblorosos y se los metió en el bolsillo.
-Merci -murmuró.
Yo pegué un salto y me eché a caminar por el cuarto. No podía contener mi indignación.
-¿Por qué me da las gracias? -le pregunté.
-Por el dinero.
-¡Pero si la he desplumado! ¡Demonios! ¡La he asaltado! ¡La he robado! ¿Por qué merci?
-En otros sitios ni siquiera me daban…
-¿No le daban? ¡Pues no es extraño! Yo he bromeado con usted… le he dado una cruel lección… ¡Le daré sus ochenta rublos enteritos! ¡Ahí están preparados en un sobre para usted! ¿Pero es que se puede ser tan tímida? ¿Por qué no protesta usted? ¿Por qué calla? ¿Es que se puede vivir en este mundo sin mostrar los dientes? ¿Es que se puede ser tan poquita cosa?
Ella sonrió débilmente y en su rostro leí: “¡Se puede!”
Le pedí disculpas por la cruel lección y le entregué, para su gran asombro, los ochenta rublos. Tímidamente balbuceó su merci y salió… La seguí con la mirada y pensé: ¡Qué fácil es en este mundo ser fuerte!

31 de julio de 2021

Encaje de bolillos, Antón Chejov


Encaje de bolillos, Antón Chejov

 
 
 
El sacristán Otlukavin está en el coro, y sostiene entre sus grasientos dedos una pluma de ganso. Las arrugas se reúnen en su pequeña frente, en su nariz juguetean manchas de todo color, comenzando por el rosa y terminando por el azul. Ante él, encima de la cubierta roja del Santo Triodio hay dos papeles. En uno de ellos hay escrito:
«Por la salud»; en el otro: «Por los difuntos», y bajo ambos rótulos una lista de nombres… Junto al coro, está de pie una pequeña viejecita de rostro preocupado con una bolsa a la espalda. Pensativa.
–¿Quién va después? –pregunta el sacristán, rascándose la oreja con dejadez–. Vamos, señora, piense que no tengo tiempo. Debo leer las horas del Oficio.
–Ya, padre… Bien, escriba… «Por la salud» de los siervos de Dios: Andréi y Daria con su descendencia… Mitri, otra vez Andrei, Antip, María…
–Espera, no vayas tan rápido, que no estás corriendo detrás de una liebre… Tienes tiempo.
–¿Anotó María? Bien, ahora Kiril, Gordéi, Guerasim, el niño que acaba de morir, Pantaléi… ¿Apuntó al difunto Pantaléi?
–Espere, ¿Pantaléi ha muerto?
–Murió… –suspira la vieja.
–Pero entonces, ¿por qué me mandas anotarlo en «Por la salud»? –el sacristán tacha enfadado a Pantaléi y lo pasa a la otra hojita–. Entonces… Habla con propiedad y no me confundas. ¿A quién más «Por los difuntos»?
–¿En «Por los difuntos»? Un momento, a ver… Bien, escriba: Iván, Avdotia, otra Daria, Egor… Anote… al soldado Zajar… No se sabe nada de él desde que se fue al servicio hace cuatro años…
–Es decir, ¿se murió?
–¿Quién lo sabe? Puede que haya muerto o puede que esté vivo… Usted apúntelo…
–¿Pero dónde lo apunto? Si hubiese, digamos, muerto, entonces en «Por los difuntos», pero si está vivo, entonces en «Por la salud»… ¡Comprenda a su hermano!
–Mmm… Pues, apúntelo en las dos hojas y ya se verá. Además, a él le va a dar lo mismo dónde lo anote porque es un hombre licencioso, un perdido… ¿Lo anotó? Ahora en «Por los difuntos» a Mark, Lievonti, Arina… Ah, y a Kuzmá y Anna… A Fedosia, que está enferma…
–A Fedosia, que está enferma, ¿en «Por los difuntos»?
¡Uf!
–¿Qué tiene con los difuntos? ¿Se burla?
–¡Uf! ¡Me está usted enredando! No se ha muerto aún, lo ha dicho, así que si no se ha muerto, no hay por qué meterla en «Por los difuntos». ¡Me está confundiendo! Así que tendremos que tachar con una cruz a Fedosia y ponerla en el otro sitio… ¡Ya he manchado todo el papel! Bueno, escucha que te leo: «Por la salud» de Andréi, Daria y su descendencia, de nuevo Andréi, Antip, María, Kiril,  Guer…  y  el  niño  que  acaba  de  morir… Espera, ¿por qué está aquí este Guerásim? Recién fallecido y, ¡de pronto en «Por la salud»! ¡No, me ha enredado, vieja!
¡Márchate con Dios! ¡Me ha enredado por completo!
El sacristán menea la cabeza, tacha a Guerásim y lo pasa a la hoja de «Por los difuntos».
–¡Escúcheme! «Por la salud» de María, Kiril, el sol- dado Zájar… ¿A quién más?
–¿A Avdotia la ha apuntado?
–¿A Avdotia? Mmm… Avdotia… Evdokia… –el sacristán vuelve a examinarlas dos hojitas–. Recuerdo haberla anotado, pero el diablo sabrá… No aparece por ningún sitio… ¡Ah, aquí está! ¡En «Por los difuntos» está anotada!
–¿A Avdotia en «Por los difuntos»? –se asombra la vieja–. ¡No hace apenas un año que se casó y usted ya quiere su muerte? Usted mismo, querido, es el que se enreda, pero se enfada conmigo. Escriba con tranquilidad, porque si siente rabia en el corazón el demonio se alegra. Es eso, el demonio que le ronda y le enreda…
–Espera, no me moleste…
El sacristán frunce el ceño, piensa un poco y tacha lentamente a Avdotia de la lista de «Por los difuntos». La pluma chirría en la letra «d» y cae un borrón grande de tinta. Confundido, el sacristán se rasca la nuca.
–Entonces, Avdotia fuera de aquí… –murmura algo turbado–, y la apuntamos allí… ¿Así? Espera… Si la apuntamos aquí entonces es en «Por la salud», pero si la apuntamos allí es «Por los difuntos»… ¡Esta mujer me ha enredado por completo! Y al soldado este, Zájar, ya no sé dónde está… Que el diablo me lleve… ¡No entiendo nada! Hay que empezar de nuevo…
El sacristán se estira hasta un armario pequeño y saca un trozo de papel blanco.
–Si es por eso, quite de la lista a Zájar… –dice la vie- ja–. Que vaya con Dios, quítalo…
–¡Cállese!
El sacristán moja la pluma despacio y copia los nombres de los dos papeles en la hoja nueva.
–Los apuntaré todos seguidos –dice–, y se los llevará al diácono… Deje que sea el diácono quien descubra quién está vivo y quién muerto. Estudió en el seminario y es que yo de estos asuntos… no me mates, pero no en- tiendo nada.
La vieja agarra el papelito, le da al sacristán un kopek y medio de los antiguos y se marcha trotando hacia el altar.
 
Antón Chejov

 


 

30 de julio de 2021

En las habitaciones numeradas, Antón Chejov


 

En las habitaciones numeradas, Antón Chejov
 
 
 
–¡Escúcheme, querido! –la coronela Nashatírina, in- quilina del número 47, se abalanzó enrojecida y alterada sobre el propietario–. ¡O me da otro número de habitación donde residir o me tendré que ir de sus malditas habitaciones! ¡Esto es un pesebre! ¡Me perdonará usted, pero tengo hijas grandes y aquí solo se escuchan porque- rías día y noche! ¿Qué le parece? ¡Día y noche! ¡A veces él suelta alguna cosas que se le atrofian a una las orejas!
¡Es tan simplón como un carretero! Menos mal que mis niñas aún no entienden nada, porque si no habría que huir con ellas a la calle… ¡Escuche! ¡Ahora está diciendo algo!
–Yo  conozco,  hermano  mío,  un  caso  aún  mejor
–desde la habitación vecina llegaba una débil voz ronca–.
¿Te acuerdas del teniente Druzhkov? Pues el tal Druzhkov realizó una vez una carambola con la bola amarilla a la esquina y, como suele hacer, levantó la pierna… De repente hizo algo y… ¡zas! Al principio pensábamos que había roto el tapete de la mesa de billar, pero cuando miramos, hermano mío, ¡sus costuras se parecían a los Estados Unidos! Tanto levantó la pierna el muy bestia que no le quedó ni una costura… Jajajá. Pero es que en ese momento había damas presentes… la esposa del baboso alférez Okurin… Okurin enfureció… ¿Cómo se atreve a comportarse de esa forma indecente ante mi es- posa? Palabra por palabra, ya sabes cómo son los nuestros… Okurin envió sus compinches a Druzhkov, y Druzhkov, que no tiene ni un pelo de tonto, dijo: «No me los mande a mí sino al sastre que cosió este pantalón. ¡Es él el culpable!». Jajajá… Jajajá…
Las hijas de la coronela, Lilia y Mila, que estaban sentadas junto a la ventana con los puños apoyados en  sus rollizas mejillas, bajaron los ojos, hinchados, y se ruborizaron.
–¿Lo ha escuchado? –prosiguió Nashatírina dirigiéndose al casero–. ¿Según usted esto no es nada? ¡Muy señor mío, soy coronela! ¡Mi marido es un mando militar! ¡No pienso permitir que un carretero diga estas abominaciones prácticamente en mi presencia!
–Pero él no es un carretero, señora, sino el subcapitán Kikin… Pertenece a la nobleza.
–¡Pues si se ha olvidado hasta tal punto de la nobleza que se expresa como un carretero, aún merece mayor desprecio! ¡Pero no me responda! ¡En dos palabras, tome medidas!
–¿Qué puedo hacer yo, señora? No es usted la única que se queja, todos lo hacen. ¿Pero qué hago con él? Uno va a verle a su habitación y comienza a avergonzarlo:
«¡Aníbal Ivánich! ¡Por Dios! ¡Esto es vergonzoso!», pero él pone el puño frente a tu cara y con otras palabras te dice «Vete a freír espárragos» o cosas así. ¡Un escándalo! Por la mañana se despierta y sale al pasillo en ropa interior, con perdón. O coge su revólver cuando ha bebido y comienza a disparar balas contra la pared. De día, se atiborra de vino, y por la noche juega a las cartas… Y después de jugar arma el lío. ¡Vergüenza me da por mis inquilinos!
–¿Y por qué no desahucia a este sinvergüenza?
–¿Cómo te tragas algo así? Debe ya tres meses, no le reclamamos el dinero, solo que se vaya, por caridad… El juez de paz lo sentenció a desalojar la habitación, pero él ha apelado, y esto se alarga… ¡Simplemente da pena!
¡Menudo hombre, Dios mío! Es joven, guapo, inteligente… Si no ha bebido no hay hombre mejor. El otro día no estaba borracho y estuvo escribiéndoles cartas a sus padres.
–¡Pobres de sus padres! –suspiró la coronela.
–¡Pobres, en efecto! ¿Es que es agradable tener un vago como este? Lo reprenden, lo expulsan de las habitaciones, y no hay día que no lo juzguen por algún escándalo. ¡Una lástima!
–¡Pobre de su infeliz mujer! –suspiró la coronela.
–No está casado, señora. ¡Cómo podría estarlo! Gracias a Dios que tiene la cabeza intacta…
La coronela dio unos pasos de una esquina a otra.
–¿Dice usted que no está casado?
–En absoluto, señora.
La coronela volvió a pasearse de nuevo de una esquina a otra y se quedó pensado.
–Mmm… No está casado… –dijo pensativamente–. Mmm… ¡Lilia y Milia, no os sentéis junto a la ventana que hay corriente! ¡Qué pena! ¡Un hombre joven y se echa a perder de esta forma! ¿Y todo por qué? ¡No tiene buenas influencias! No tiene una madre que… ¿No está casado? Bueno, eso es porque… por eso… Por favor, sea usted amable… –continuó la coronela, pensando–, vaya a verlo y pídale en nombre mío que… bueno, absténgase  de expresiones… Dígale que la coronela Nashatírina rogó… Vive con sus hijas, dígale, en la número 47… vino desde sus propiedades…
–Sí, señora.
–Dígale eso: la coronela con sus hijas. Que venga a pedir disculpas… Estamos siempre en casa por la tarde.
¡Ah, Mila, cierra la ventana!
–¿Qué le ha dado a mamá con ese… perdido? –soltó Lilia cuando salió el propietario–. ¡Ya ha encontrado a quién invitar! ¡A un borracho, pendenciero y desastroso!
–Pero no digas eso, ma chere… Siempre estáis ha- blando así, pero… ¡os quedáis aquí sentadas! ¿Entonces? Él será lo que sea, pero con todo y con eso, no se le debe hacer de menos… No hay mal que por bien no venga, ¿quién sabe? –suspiró la coronela mirando preocupada a sus hijas–. Puedes que este sea vuestro destino… Por si acaso, vestíos…
 
 
Antón Chejov

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