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26 de febrero de 2021
G. de’ D. (Giovanni de Dondi 1318-1389), Hans Magnus Enzensberger
Mausoleo. 37 baladas de la historia del progreso, Hans Magnus Enzensberger
Editorial anagrama (1979)
Mausoleo, la primera obra poética de envergadura de Hans Magnus Enzensberger en varios años, gira en tormo a Las contradicciones del progreso. un proceso de varios siglos de duración, cuyas intrincaciones trágicas y cómicas, honorables y absurdas, arrastramos todos nosotros. Se trata de un tema realmente grandioso. Aquí apenas se percibe ya esa modestia que el Yo lírico haba adoptado durante estos últimos años.
Si bien el progreso es un mito colectivo, ha encontrado su personificación en una larga serie de protagonistas y detractores. En consecuencia, la obra adopta la forma de una galería de espejos y retratos, en la cual pueden contemplarse revolucionarios y astrónomos, músicos e ingenieros, matemáticos y prestidigitadores, monjes y burócratas (Gutenberg, Maquiavelo, Leibniz, Darwin, Fourier. Chopin, Méliés, Bakunin, el Che, etc.). Todos ellos pertenecen a la raza blanca; proceden de las clases dominantes y los “estamentos cuItos” y, además, son todos varones. Se trata, por lo tanto, de una pequeña minoría radical que ha llevado a cabo acciones imprevisibles en nombre y, en bastantes ocasiones, a espaldas de la mayoría.
Un libro así no puede ser un volumen de poemas en el sentido usual. Nos hallamos ante un trabajo sumamente original y muy elaborado, que intenta establecer y representar unas relaciones estructurales amplias, más allá de la figura aislada, del texto suelto. A este fin, Enzensberger se ha servido de una antigua forma poética, que permite tanto el gesto épico como la desmesura dramática: la balada es un campo muy vasto. Sus amplias estrofas, sus largos versos soportan sin esfuerzo el collage de citas, enumeraciones, exhortaciones. paréntesis y meandros que el tema exige.
En los epitafios de los treinta y siete héroes pueden leerse sus invenciones y lucubraciones, sus pesadillas privadas y públicas, sus luchas a lo slapstick, sus triunfos y sus desastres. Estos epitafios tan sólo están identificados con unas iniciales. porque, en último término, el proceso anónimo va más allá de las intenciones y los deseos de los sujetos, arrollando la voluntad y la resistencia de éstos. Este libro se cierra con un índice en el cual, además de los personajes retratados el lector también puede encontrar otros muchos personajes implicados en la trama.
G. de’ D. (Giovanni de Dondi 1318-1389)
Giovanni de Dondi, de Padua,
pasó toda su vida
montar un reloj.
Un reloj sin precedentes, insuperado
a lo largo de cuatrocientos años.
De múltiple propulsión,
con ruedas elípticas,
conexión articulada
y el primer escape de husillo:
una inaudita construcción.
Siete cuadrantes
mostraban el estado del cielo
y las sordas revoluciones
de los planetas.
Y el octavo, de todos
el más pequeño,
daba la hora, el día y el año:
Á. D. 1346.
Forjado por la mano de su autor:
Una máquina celestial,
inútil y densa como los Trionfi,
un reloj de palabras
que construyó Petrarca.
¿Más por qué perdéis vuestro tiempo
en leer mis escritos,
si no podéis hacer
lo mismo que yo?
Duración de la luz solar,
cotas del periplo lunar
Un totalizador. A la vez
un duplicado del cielo.
Todo en metal, en metal.
Debajo de este cielo
seguimos aún viviendo.
La gente de Padua
no miraba el reloj.
Se sucedían golpes de Estado.
Rodaban carros de apestados.
Los banqueros
ponían las cuentas en claro.
La comida era escasa.
El origen de aquel mecanismo
es muy problemático.
Computador análogo.
Menhir, Astrario.
Trionfi del tempo. Residuo.
Inútil y denso
como un poema en metal.
No giraba Guggenheim
letras a Petrarca
los primeros de mes.
No tenía de’Dondi
contrato con el Pentágono.
Otras aves de rapiña. Otras
palabras y ruedas. Pero
el cielo es el mismo.
En aquella Edad Media
seguimos aún viviendo.
Hans Magnus Enzensberger
De Mausoleo. 37 baladas de la historia del progreso, Hans Magnus Enzensberger
Editorial anagrama (1979) Traducción de Kim Vilar
Giovanni de Dondi vivía en Padua, y era un genio.
Perteneció a aquella generación fecunda de europeos de la baja edad media que lanzaron a nuestra civilización por los particulares caminos que la han caracterizado.
Filósofo, médico y sobre todo astrónomo, el maestro Giovanni enseñó en la Universidad de Pavía en la década de 1370, ciudad en la que fue protegido de Giangaleazzo Visconti, Duque de Milán, cuyo hijo al parecer trató de cierta enfermedad.
Posiblemente su legado más significativo sea la prodigiosa máquina astronómica que construyó, quizás con ayuda de su hermano Jacopo, hacia 1350, al tiempo que aparecían por toda Europa los primeros relojes mecánicos. No sólo medía el tiempo, sino que mostraba los movimientos celestes de varios planetas, recogiendo incluso, mediante complicados engranajes, las órbitas elípticas de la Luna y Mercurio (según el sistema tolemaico) así como las irregularidades de la órbita de Venus. Además, proporcionaba un calendario completo y perpetuo. Philippe de Maizières tuvo la suerte de ver esta máquina, de la que nos ha dejado una valiosa descripción:
"Vive hoy día en Italia un hombre excepcionalmente versado, que por consenso universal es reconocido como la mayor autoridad en medicina, filosofía y astronomía. Se le conoce como maestro Giovanni de los relojes. Actualmente está con el Conde de Virtú, y percibe un salario de dos mil florines al año. El maestro Giovanni ha producido obras famosas en las tres ciencias, todas tenidas en gran estima por los sabios de Italia, Alemania y Hungría.
Entre otras muchas cosas, ha inventado una máquina, denominada por algunos esfera o reloj de los movimientos celestes, que indica todos los movimientos de los signos del zodiaco y los planetas con sus órbitas y epiciclos. Cada planeta se muestra por separado con su movimiento, de modo que en cualquier momento del día o de la noche se puede ver bajo qué signo y con qué inclinación aparecen en el cielo los planetas y las estrellas mayores.
La esfera está construida de manera tan ingeniosa que, a pesar de que los engranajes son incontables, todo funciona gracias a un solo peso. Es tal el prodigio que astrónomos de todas partes vienen a admirar la obra. Para llegar a construirla tal como su ingenio la concibió, el maestro Giovanni la forjó con sus propias manos, sin ayuda de nadie, y no hizo otra cosa durante dieciséis años". Una vez construida la máquina estuvo colocada en la biblioteca del castillo de los Visconti en Pavía. No obstante, a la muerte del maestro Giovanni parece que nadie fue ya capaz de mantener en uso tan singular artefacto. Durante el siglo XVI se le pierde la pista, siendo quizás destruida durante el sitio de Pavía de dicho siglo.
Afortunadamente, además de Maizières, el propio Dondi nos ha dejado una minuciosa descripción de su máquina, que se ha conservado en el manuscrito 39 de la Biblioteca Capitular de Padua. Para el Dr. White, la compleja maquinaria de Dondi supera a cualquier otro ingenio mecánico del mundo antiguo o medieval, incluyendo el planetario helénico descubierto en el Egeo.
Para el Dr. Lloyd, "incluso hoy en día, con toda la ciencia y la técnica que tenemos a nuestra disposición, si una persona idease y construyese un reloj como el de Dondi habría que considerarla un genio".
25 de febrero de 2021
J. G. G. (Johannes Gutenberg 1395-1468) Hans Magnus Enzensberger
J. G. G. (Johannes Gutenberg 1395-1468) Hans Magnus
Enzensberger
Y qué igual es esta página a otras tantas mil.
Y qué difícil sorprenderse de este pormenor.
Un libro igual, no es el mismo. Esto es El Arte
de la escritura Artificial: un algo de metal,
una idea muy gastada de oro, de plata,
de cobre de plomo. La primera reproducción
ser una moneda, la primera mercancía
fue el dinero, origen de la industria. Mensajes
sobre mensajes: sellos, moldes, caracteres.
El Quattrocento, asunto de historiadores
del Arte y de teólogos. Excomuniones, hogueras,
guerras de cien años, gran surtido en gótico.
Si, también, pero hubo más que nada progresos
en la industria minera y molinera, en metalurgia
y en técnica de armamento. Más que las vírgenes
entre rosales privaron las grúas y ruedas helicoidales.
Y en lo oscuro de su taller, anónimo y furtivo
persigue nuestro hombre, perseguido por réditos,
de fondos y letras, su meta final
tan poderosa como el cálculo combinatorio:
con el doble de veinticinco signos metálicos
(las cifras y ligaduras quedan al margen),
recomponer, reproducir, a gusto y placer, todo
lo que venga en cuenta, lo habido y por haber,
sin servirse de estilete, buril o pluma,
sólo por el simple ajuste de las formas
labradas en acero, batidas en cobre,
vaciadas en plomo, estaño, bismuto y antimonio.
Se había necesitado: la hidráulica árabe,
culturas del lino y esparto, calandrias, trujales,
esquinzadores, importación, exportación; un arsenal
de arrinconadas herramientas: cuchara, punzón,
tímpano, platina, frasqueta, bala y galera;
mesnadas de obreros, explotadores, cómplices
de Cracovia a Salamanca: manipuladores,
hacinadores, banqueros; y, en último término,
Gensfleisch, el viejo espejero de Maguncia,
Apremiado por acreedores, medio ciego, fragante
no de incienso ciertamente, sino de fuerte barniz
y hollín. Entre emanaciones de metal candente
desapareció del mundo. Y sólo quedaron
las manchas negras sobre blanco papel:
El Arte de la Escritura Artificial,
un regusto plomizo de aquel Quattrocento.
Hans Magnus Enzensberger
De Mausoleo. 37 baladas de la historia del progreso, Hans Magnus Enzensberger
Editorial anagrama (1979) Traducción de Kim Vilar
J. G. G. (Johannes Gutenberg 1395-1468)
Johannes Gutenberg, de nombre verdadero Johannes Gensfleisch zur Laden, era hijo de un patricio de Maguncia, orfebre de profesión y director de la Casa de la Moneda de esta ciudad, que se casó, en segundas nupcias, con Else Wilse, de extracción burguesa, cuya familia aportó como dote una mansión llamada Zum Gutenberg, en la cual nació el célebre impresor, entre 1394 y 1399.
En el hogar familiar, el joven Johannes fue tempranamente iniciado en el arte de la orfebrería y en las técnicas de acuñación de monedas. Además de su padre, muchos de sus parientes trabajaban en estos oficios, y es posible que allí se le presentara la oportunidad de grabar punzones y de asistir a la fabricación de los moldes de arena que empleaban los fundidores.
Así transcurrieron los primeros treinta años de su vida, hasta 1428, cuando Maguncia, como tantas otras ciudades renanas, empezaba a sufrir las terribles consecuencias de una violenta agitación social y política entre comunidades enfrentadas, y al imponerse el partido de los gremialistas al de los patricios, al cual pertenecía Gutenberg, éste tuvo que huir de su ciudad natal. Nada se sabe de él durante los cuatro años siguientes. Sin embargo, los archivos de la ciudad de Estrasburgo confirman su presencia allí a partir de 1434. Algunos de estos documentos son reconocimientos de deudas contraídas, una constante de su vida. Existe también una denuncia formal, por ruptura de promesa matrimonial, presentada contra él por una tal Emelin zu der Yserin Tür. Gutenberg residió en las afueras de la ciudad, en el suburbio de Saint-Arbogast, cerca del convento del mismo nombre, a las orillas del Ill.
El proceso de Estrasburgo
En Estrasburgo, Gutenberg se asoció con tres acaudalados ciudadanos, Hans Riffe, Andreas Dritzehn y Andreas Heilmann, en actividades relacionadas con el tallado de gemas y el pulimiento de espejos, oficios que Gutenberg se comprometía a enseñar y ejercer a cambio de dinero. Sin embargo, la mayor parte del tiempo lo invertía en un proyecto que procuraba mantener totalmente en secreto; pretendía de ese modo protegerse contra eventuales imitadores capaces de apropiarse del fruto de sus esfuerzos. Descubierto, no obstante, por sus socios, éstos insistieron en participar en aquel misterioso asunto que el inventor llevaba entre manos. Gutenberg accedió de buena gana, ya que precisaba dinero, y en 1438 se firmó un contrato en el cual se estipulaba, entre otras cosas, que los tres recién incorporados deberían abonar la cantidad de 125 florines. La muerte repentina de uno de ellos, Andreas Dritzehn en la Navidad de aquel mismo año, llevó a los hermanos del fallecido a exigir entrar en la sociedad o bien recibir una compensación económica. Sin embargo, en los términos del contrato no se contemplaba dicha eventualidad, y Gutenberg se negó a tal pretensión. El caso fue llevado ante los tribunales en 1439, y éstos fallaron en contra de los herederos.
El proceso de Estrasburgo sirvió al menos para arrojar algo de luz sobre la naturaleza del proyecto. Oficialmente, Gutenberg sólo tenía que ocuparse de las labores propias de los orfebres; pero las declaraciones de los testigos hacían alusión, en no pocas ocasiones, a la extraña actividad febril que reinaba en el taller del demandado. Se trabajaba allí a todas horas, de noche y de día. ¿En qué? Los testimonios hablan de adquisiciones de plomo, de una prensa, de moldes de fundición, etc., en términos muy vagos e imprecisos, pero todos los objetos citados resultan familiares para los impresores.
Detalle de una de las biblias de Gutenberg
Cuanto más se profundiza en el nacimiento de la imprenta tipográfica, mejor se comprende la importancia de los trabajos de Gutenberg en Estrasburgo, que debieron de venir marcados por arduas investigaciones, no sólo sobre los principios del invento, que ya estaban establecidos, sino también, y sobre todo, por una larga serie de posibles soluciones técnicas, obtenidas, sin duda, después de efectuar gran número de pruebas con éxitos y fracasos alternados, pero acompañadas de la obstinación de un hombre totalmente convencido de alcanzar el resultado esperado, de lo que da fe el testimonio de numerosas personas llamadas a declarar durante el proceso de Gutenberg. Sin duda, en él, tal convencimiento procedía de la formación recibida en la infancia, durante la cual se había familiarizado en las técnicas propias de los orfebres y grabadores de monedas, desde el grabado con punzones hasta la fundición de metales, pasando por la confección de matrices. Y es muy probable que allí, en Estrasburgo, Gutenberg empezara a realizar lo que constituye la originalidad de su obra: la producción de caracteres móviles metálicos.
De nuevo en su ciudad natal
Permaneció en Estrasburgo al menos hasta 1444; así lo confirma su inscripción, aquel mismo año, en una lista de hombres útiles para defender la ciudad contra las tropas del conde de Armagnac. Después de esta fecha se pierde su paradero para reencontrarlo cuatro años más tarde en Maguncia, adonde había acudido en busca de dinero entre los prestamistas de la ciudad. Su arte como impresor había alcanzado el refinamiento suficiente como para seducir a Johann Fust, un acaudalado burgués, y obtener de él, en 1450, la suma de 800 florines, cantidad que equivalía a diez años de salario del sindico municipal. Sin embargo, Fust se limitó a aceptar las herramientas y utensilios de Gutenberg como garantía, y dos años más tarde, en 1452, a raíz de un nuevo préstamo, se convirtió en su socio. El negocio montado por ambos se llamaba Das Werk der Bücher, y constituyó, de hecho, la primera imprenta tipográfica en sentido moderno; allí el principal colaborador de Gutenberg era Peter Schöffer, un calígrafo de gran talento que había estudiado en París. Pero como los trabajos en el taller se llevaban a cabo a un ritmo parsimonioso, y Fust contaba con la pronta rentabilización de sus inversiones, comenzó a impacientarse y a requerir de Gutenberg mayor presteza en la comercialización de las obras. Este último, como tantos otros creadores, prefería la perfección a la realización precipitada, y por ello surgieron las primeras desavenencias entre los dos asociados.
En 1455, muy probablemente, fue completada la primera obra maestra del nuevo arte la célebre Biblia «de 42 líneas», así llamada por ser éste el número más frecuente de líneas por columna en cada una de sus 1.280 páginas. Era una versión latina de las Escrituras de san Jerónimo, y se precisaron fundir casi cinco millones de tipos, editándose 120 ejemplares en papel y 20 en pergamino, de los que se conservan 33 y 13, respectivamente.
A pesar del éxito obtenido por la publicación, Fust interpuso, aquel mismo año, una demanda judicial contra Gutenberg, acusándolo de no haber respetado sus compromisos financieros. El infortunado inventor fue condenado a pagar a su acreedor 2.026 florines, cantidad que incluía todo el capital prestado junto con los intereses devengados. Perdió además su taller y, al parecer, la mayor parte de su material, del que se apoderó Fust. Éste se asoció con Peter Schöffer, cuyas declaraciones contra el demandado condicionaron en gran medida, el resultado de la sentencia y el cual se casó más tarde con una de las hijas de Fust. Los nuevos amos de la imprenta publicaron, en 1457, el Mainzer Psalterium, un salterio, el primer libro que lleva el nombre del editor. La composición de esta bellísima obra debió de precisar varios años de trabajo y es verosímil que comenzara bajo la dirección de Gutenberg.
Tras perder su pleito con Fust, la existencia del célebre impresor conoció unos años amargos. Arruinado, se vio acosado por sus acreedores, algunos de los cuales le llevaron de nuevo ante los tribunales, y acabó por refugiarse en la comunidad de religiosos de la fundación de San Víctor. Más tarde, contó con la ayuda desinteresada de un tal Konrad Humery, funcionario del ayuntamiento de Maguncia, que le proporcionó material para montar un pequeño taller tipográfico. Se especula que allí imprimió varias obras menores, entre ellas la traducción al alemán de una bula papal contra los turcos y un calendario médico en latín. Una Biblia «de 36 líneas» habitualmente atribuida a su labor, parece más bien, según otros testimonios y características, obra de Schöffer.
Obreros en una imprenta como la que ideó Gutenberg
A partir de 1465, Gutenberg comenzó a gozar de cierta seguridad económica gracias al mecenazgo del arzobispo elector de Maguncia, Adolfo II de Nassau. Le hizo miembro de la corte real, le eximió de pagar impuestos y le concedió una pensión anual de grano, vestido y vino. Gutenberg falleció el 3 de febrero de 1467, si es cierto el testimonio que dejó escrito un canónigo de la fundación de San Víctor, y fue enterrado en la iglesia que los monjes franciscanos poseían en Maguncia. Esta iglesia fue destruida a causa del fuego artillero a la que se vio sometida la ciudad en 1793, y la tumba de Gutenberg desapareció con ella. Sobre su emplazamiento pasa actualmente una calle que, ironías del destino, lleva el nombre de Peter Schöffer.
Gutenberg vivió para ver cómo su invento se extendía rápidamente por toda Europa, empezando por las ciudades situadas a lo largo del valle del Rin. A ello contribuyó, sin duda, la violenta ocupación de Maguncia en 1462 por Adolfo II de Nassau, el cual entregó la ciudad al saqueo y pillaje de sus tropas. Numerosos habitantes huyeron, entre ellos Peter Schöffer, que se instaló en Frankfurt y fundó allí un nuevo taller de artes gráficas. A la muerte de Gutenberg, no menos de ocho ciudades importantes contaban con talleres de impresión, y en las décadas siguientes, aquella técnica revolucionaria era conocida desde Estocolmo hasta Cracovia, pasando por Lisboa. En España, la imprenta fue introducida por los alemanes, y se sabe que en 1473 funcionaban talleres en el reino de Aragón. Se considera que el primer libro español impreso que ha llegado hasta nosotros es Obres et trabes en lohors de la Verge Maria impreso en Valencia en 1474.
Y qué igual es esta página a otras tantas mil.
Y qué difícil sorprenderse de este pormenor.
Un libro igual, no es el mismo. Esto es El Arte
de la escritura Artificial: un algo de metal,
una idea muy gastada de oro, de plata,
de cobre de plomo. La primera reproducción
ser una moneda, la primera mercancía
fue el dinero, origen de la industria. Mensajes
sobre mensajes: sellos, moldes, caracteres.
El Quattrocento, asunto de historiadores
del Arte y de teólogos. Excomuniones, hogueras,
guerras de cien años, gran surtido en gótico.
Si, también, pero hubo más que nada progresos
en la industria minera y molinera, en metalurgia
y en técnica de armamento. Más que las vírgenes
entre rosales privaron las grúas y ruedas helicoidales.
Y en lo oscuro de su taller, anónimo y furtivo
persigue nuestro hombre, perseguido por réditos,
de fondos y letras, su meta final
tan poderosa como el cálculo combinatorio:
con el doble de veinticinco signos metálicos
(las cifras y ligaduras quedan al margen),
recomponer, reproducir, a gusto y placer, todo
lo que venga en cuenta, lo habido y por haber,
sin servirse de estilete, buril o pluma,
sólo por el simple ajuste de las formas
labradas en acero, batidas en cobre,
vaciadas en plomo, estaño, bismuto y antimonio.
Se había necesitado: la hidráulica árabe,
culturas del lino y esparto, calandrias, trujales,
esquinzadores, importación, exportación; un arsenal
de arrinconadas herramientas: cuchara, punzón,
tímpano, platina, frasqueta, bala y galera;
mesnadas de obreros, explotadores, cómplices
de Cracovia a Salamanca: manipuladores,
hacinadores, banqueros; y, en último término,
Gensfleisch, el viejo espejero de Maguncia,
Apremiado por acreedores, medio ciego, fragante
no de incienso ciertamente, sino de fuerte barniz
y hollín. Entre emanaciones de metal candente
desapareció del mundo. Y sólo quedaron
las manchas negras sobre blanco papel:
El Arte de la Escritura Artificial,
un regusto plomizo de aquel Quattrocento.
Hans Magnus Enzensberger
De Mausoleo. 37 baladas de la historia del progreso, Hans Magnus Enzensberger
Editorial anagrama (1979) Traducción de Kim Vilar
J. G. G. (Johannes Gutenberg 1395-1468)
Johannes Gutenberg, de nombre verdadero Johannes Gensfleisch zur Laden, era hijo de un patricio de Maguncia, orfebre de profesión y director de la Casa de la Moneda de esta ciudad, que se casó, en segundas nupcias, con Else Wilse, de extracción burguesa, cuya familia aportó como dote una mansión llamada Zum Gutenberg, en la cual nació el célebre impresor, entre 1394 y 1399.
En el hogar familiar, el joven Johannes fue tempranamente iniciado en el arte de la orfebrería y en las técnicas de acuñación de monedas. Además de su padre, muchos de sus parientes trabajaban en estos oficios, y es posible que allí se le presentara la oportunidad de grabar punzones y de asistir a la fabricación de los moldes de arena que empleaban los fundidores.
Así transcurrieron los primeros treinta años de su vida, hasta 1428, cuando Maguncia, como tantas otras ciudades renanas, empezaba a sufrir las terribles consecuencias de una violenta agitación social y política entre comunidades enfrentadas, y al imponerse el partido de los gremialistas al de los patricios, al cual pertenecía Gutenberg, éste tuvo que huir de su ciudad natal. Nada se sabe de él durante los cuatro años siguientes. Sin embargo, los archivos de la ciudad de Estrasburgo confirman su presencia allí a partir de 1434. Algunos de estos documentos son reconocimientos de deudas contraídas, una constante de su vida. Existe también una denuncia formal, por ruptura de promesa matrimonial, presentada contra él por una tal Emelin zu der Yserin Tür. Gutenberg residió en las afueras de la ciudad, en el suburbio de Saint-Arbogast, cerca del convento del mismo nombre, a las orillas del Ill.
El proceso de Estrasburgo
En Estrasburgo, Gutenberg se asoció con tres acaudalados ciudadanos, Hans Riffe, Andreas Dritzehn y Andreas Heilmann, en actividades relacionadas con el tallado de gemas y el pulimiento de espejos, oficios que Gutenberg se comprometía a enseñar y ejercer a cambio de dinero. Sin embargo, la mayor parte del tiempo lo invertía en un proyecto que procuraba mantener totalmente en secreto; pretendía de ese modo protegerse contra eventuales imitadores capaces de apropiarse del fruto de sus esfuerzos. Descubierto, no obstante, por sus socios, éstos insistieron en participar en aquel misterioso asunto que el inventor llevaba entre manos. Gutenberg accedió de buena gana, ya que precisaba dinero, y en 1438 se firmó un contrato en el cual se estipulaba, entre otras cosas, que los tres recién incorporados deberían abonar la cantidad de 125 florines. La muerte repentina de uno de ellos, Andreas Dritzehn en la Navidad de aquel mismo año, llevó a los hermanos del fallecido a exigir entrar en la sociedad o bien recibir una compensación económica. Sin embargo, en los términos del contrato no se contemplaba dicha eventualidad, y Gutenberg se negó a tal pretensión. El caso fue llevado ante los tribunales en 1439, y éstos fallaron en contra de los herederos.
El proceso de Estrasburgo sirvió al menos para arrojar algo de luz sobre la naturaleza del proyecto. Oficialmente, Gutenberg sólo tenía que ocuparse de las labores propias de los orfebres; pero las declaraciones de los testigos hacían alusión, en no pocas ocasiones, a la extraña actividad febril que reinaba en el taller del demandado. Se trabajaba allí a todas horas, de noche y de día. ¿En qué? Los testimonios hablan de adquisiciones de plomo, de una prensa, de moldes de fundición, etc., en términos muy vagos e imprecisos, pero todos los objetos citados resultan familiares para los impresores.
Detalle de una de las biblias de Gutenberg
Cuanto más se profundiza en el nacimiento de la imprenta tipográfica, mejor se comprende la importancia de los trabajos de Gutenberg en Estrasburgo, que debieron de venir marcados por arduas investigaciones, no sólo sobre los principios del invento, que ya estaban establecidos, sino también, y sobre todo, por una larga serie de posibles soluciones técnicas, obtenidas, sin duda, después de efectuar gran número de pruebas con éxitos y fracasos alternados, pero acompañadas de la obstinación de un hombre totalmente convencido de alcanzar el resultado esperado, de lo que da fe el testimonio de numerosas personas llamadas a declarar durante el proceso de Gutenberg. Sin duda, en él, tal convencimiento procedía de la formación recibida en la infancia, durante la cual se había familiarizado en las técnicas propias de los orfebres y grabadores de monedas, desde el grabado con punzones hasta la fundición de metales, pasando por la confección de matrices. Y es muy probable que allí, en Estrasburgo, Gutenberg empezara a realizar lo que constituye la originalidad de su obra: la producción de caracteres móviles metálicos.
De nuevo en su ciudad natal
Permaneció en Estrasburgo al menos hasta 1444; así lo confirma su inscripción, aquel mismo año, en una lista de hombres útiles para defender la ciudad contra las tropas del conde de Armagnac. Después de esta fecha se pierde su paradero para reencontrarlo cuatro años más tarde en Maguncia, adonde había acudido en busca de dinero entre los prestamistas de la ciudad. Su arte como impresor había alcanzado el refinamiento suficiente como para seducir a Johann Fust, un acaudalado burgués, y obtener de él, en 1450, la suma de 800 florines, cantidad que equivalía a diez años de salario del sindico municipal. Sin embargo, Fust se limitó a aceptar las herramientas y utensilios de Gutenberg como garantía, y dos años más tarde, en 1452, a raíz de un nuevo préstamo, se convirtió en su socio. El negocio montado por ambos se llamaba Das Werk der Bücher, y constituyó, de hecho, la primera imprenta tipográfica en sentido moderno; allí el principal colaborador de Gutenberg era Peter Schöffer, un calígrafo de gran talento que había estudiado en París. Pero como los trabajos en el taller se llevaban a cabo a un ritmo parsimonioso, y Fust contaba con la pronta rentabilización de sus inversiones, comenzó a impacientarse y a requerir de Gutenberg mayor presteza en la comercialización de las obras. Este último, como tantos otros creadores, prefería la perfección a la realización precipitada, y por ello surgieron las primeras desavenencias entre los dos asociados.
En 1455, muy probablemente, fue completada la primera obra maestra del nuevo arte la célebre Biblia «de 42 líneas», así llamada por ser éste el número más frecuente de líneas por columna en cada una de sus 1.280 páginas. Era una versión latina de las Escrituras de san Jerónimo, y se precisaron fundir casi cinco millones de tipos, editándose 120 ejemplares en papel y 20 en pergamino, de los que se conservan 33 y 13, respectivamente.
A pesar del éxito obtenido por la publicación, Fust interpuso, aquel mismo año, una demanda judicial contra Gutenberg, acusándolo de no haber respetado sus compromisos financieros. El infortunado inventor fue condenado a pagar a su acreedor 2.026 florines, cantidad que incluía todo el capital prestado junto con los intereses devengados. Perdió además su taller y, al parecer, la mayor parte de su material, del que se apoderó Fust. Éste se asoció con Peter Schöffer, cuyas declaraciones contra el demandado condicionaron en gran medida, el resultado de la sentencia y el cual se casó más tarde con una de las hijas de Fust. Los nuevos amos de la imprenta publicaron, en 1457, el Mainzer Psalterium, un salterio, el primer libro que lleva el nombre del editor. La composición de esta bellísima obra debió de precisar varios años de trabajo y es verosímil que comenzara bajo la dirección de Gutenberg.
Tras perder su pleito con Fust, la existencia del célebre impresor conoció unos años amargos. Arruinado, se vio acosado por sus acreedores, algunos de los cuales le llevaron de nuevo ante los tribunales, y acabó por refugiarse en la comunidad de religiosos de la fundación de San Víctor. Más tarde, contó con la ayuda desinteresada de un tal Konrad Humery, funcionario del ayuntamiento de Maguncia, que le proporcionó material para montar un pequeño taller tipográfico. Se especula que allí imprimió varias obras menores, entre ellas la traducción al alemán de una bula papal contra los turcos y un calendario médico en latín. Una Biblia «de 36 líneas» habitualmente atribuida a su labor, parece más bien, según otros testimonios y características, obra de Schöffer.
Obreros en una imprenta como la que ideó Gutenberg
A partir de 1465, Gutenberg comenzó a gozar de cierta seguridad económica gracias al mecenazgo del arzobispo elector de Maguncia, Adolfo II de Nassau. Le hizo miembro de la corte real, le eximió de pagar impuestos y le concedió una pensión anual de grano, vestido y vino. Gutenberg falleció el 3 de febrero de 1467, si es cierto el testimonio que dejó escrito un canónigo de la fundación de San Víctor, y fue enterrado en la iglesia que los monjes franciscanos poseían en Maguncia. Esta iglesia fue destruida a causa del fuego artillero a la que se vio sometida la ciudad en 1793, y la tumba de Gutenberg desapareció con ella. Sobre su emplazamiento pasa actualmente una calle que, ironías del destino, lleva el nombre de Peter Schöffer.
Gutenberg vivió para ver cómo su invento se extendía rápidamente por toda Europa, empezando por las ciudades situadas a lo largo del valle del Rin. A ello contribuyó, sin duda, la violenta ocupación de Maguncia en 1462 por Adolfo II de Nassau, el cual entregó la ciudad al saqueo y pillaje de sus tropas. Numerosos habitantes huyeron, entre ellos Peter Schöffer, que se instaló en Frankfurt y fundó allí un nuevo taller de artes gráficas. A la muerte de Gutenberg, no menos de ocho ciudades importantes contaban con talleres de impresión, y en las décadas siguientes, aquella técnica revolucionaria era conocida desde Estocolmo hasta Cracovia, pasando por Lisboa. En España, la imprenta fue introducida por los alemanes, y se sabe que en 1473 funcionaban talleres en el reino de Aragón. Se considera que el primer libro español impreso que ha llegado hasta nosotros es Obres et trabes en lohors de la Verge Maria impreso en Valencia en 1474.
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