Los poetas de la exaltación lírica
Dentro del surrealismo Eluard representa la tendencia más
puramente lírica. Su mundo poético expresa un cúmulo de sue-ños flotando entre
los extremos del amor y de la soledad. La única realidad a la que reconoce
validez es el amor. Todo lo existente le parece al poeta como una realidad
degradada de la que sólo nos salva el amor. Así dice en "Prohibición de saber";
"El amor está en el mundo para olvidar al mundo", y en "La
capital del dolor", agrega: "Una mujer es más bella que el mundo en
que vivo". El amor, para Eluard, no deja de ser ante todo acto físico,
"vida inmediata", según la expresión del poeta, pero desde allí lo
eleva hasta un significado metafísico. En la metafísica poética de Eluard el
amor se concibe como único contacto posible del yo con el mundo del no-yo, con
la totalidad del universo. Fuera del amor, al hombre sólo lo espera la angustia
de la soledad y el desamparo en un mundo hostil.
La poesía de Eluard tiene la
transparencia resplandeciente del cristal que nos sorprende con riquezas
deslumbradoras, algo así como si de pronto se iluminaran las profundidades
submarinas y nos dejaran ver un mundo maravilloso. Así lo sugiere él en su
libro "La vida inmediata" donde nos habla de "tinieblas
abis-males todas tendidas hacia una confusión deslumbrante". Pero su
poesía no es confusión; tiene el misterio y la perfección de las substancias
cristalizadas.
Se ha dicho de Eluard que por el hecho de ser poeta puro
se apartaba del surrealismo, Sin embargo nadie mejor que él supo en determinado
momento condensar del modo más preciso y más alto los tres fundamentos del
surrealismo: el amor, la poesía y la libertad. Durante la resistencia francesa,
Eluard vivió intensamente una experiencia de fraternidad y de sacrificio. Desde
entonces quiso que sus dones poéticos sirvieran para tender un lazo de comunión
entre los hombres. Su obra se hizo en parte militante. Pero hay que destacar
que fue el poeta que menos perdió con el cambio de frente. Todavía nos dio
obras de límpida pureza, de fluir poético, como "Poesía ininterrumpida".
Sin embargo sus libros máximos son los del período surrealista desde 1924 hasta
1938: "Morir de no morir", "La capital del dolor",
"Prohibición de saber", "El amor la poesía", "La vida
inmediata", "La rosa pública", "Los ojos fértiles".
Desnos fue uno de los poetas más dotados del surrealismo.
Se contó entre los primeros y más brillantes creadores de producciones verbales
en trance mediúmnico. Mediante este procedimiento escribió la serie de textos
duchampianos que tituló "Rrose Sélavy" en homenaje a su inspirador.
Su poesía pasó de los torrentes de imágenes del automatismo a los magníficos
poemas de amor de la serie "A la misteriosa", de "La noche de
las noches sin amor", al texto erótico-onírico de "La libertad o el
amor", a las canciones de tono popular, al humor violento. Supo tocar
todas las cuerdas de la poesía, siempre con la misma perfección. Encontró el
verdadero secreto de una "poesía delirante y lúcida", para usar la
definición que él mismo dio en 1942 de la poesía ideal. La obsesión del amor y
de la muerte frecuentan su obra. En 1924 publicó en la "Revue
Européenne" la siguiente declaración sobre sí mismo: "No creo en
Dios, pero tengo el sentido del infinito. Nadie tiene el espíritu más religioso
que yo". Desnos trató el amor y la poesía con la exaltación y el fervor de
una religión.
Podría definirse a Soupault como un espíritu en busca de lo
insólito. El mismo
definió a lo
insólito como "aquello
que es verdadero en este mundo
donde todo es falso, convencional ... " Buscó lo insólito, primero en el mundo de lo cotidiano, luego -viajero
infatigable- en un permanente desplazamiento a través de países diversos. Sus
ojos estuvieron siempre alerta para 10 maravilloso. Su poesía de alto refinamiento
alcanza un tono particular de sinceridad y nobleza, un contacto sorprendente
con la emoción. Potencialmente, sólo podría satisfacerle su pérdida definitiva,
entendida como aproximación al infinito. Su inquietud permanente unida a un
excesivo diletantismo le hizo perder quizás, la posibilidad de esa experiencia
hacia el infinito que hubiera podido esperarse de él.
Aldo Pellegrini