Maneras de amar: Monólogos, Karen Alkalay-Gut
I
"Hay muchas
maneras de amar",
dice el profesor
con una mancha de nacimiento
sobre la mitad de
su cara.
Cuando camina por
un lado
es casi bien
parecido,
cuando se vuelve a
la izquierda
queda al
descubierto la cicatriz roja
y un monstruo
conduce la clase.
"Después de
la guerra trabajé en una sala aislada
para veteranos:
había un hombrecillo
con neurosis de
guerra, nervioso, gay, que poco le faltaba
para ser un gran
catatónico, y necesitaba una manera
de obtener
atención. Un día comenzó
a sentarse cerca
de él en las comidas y a arrojar
leche en su muslo.
Fue un buen intento,
pero el catatónico
no captó el simbolismo".
Miro en torno a mí
en medio de la exposición.
Soy la única que
no se ríe.
El profesor camina
de un lado a otro.
II
Hubo días en que
se quedaba acostada en cama
imaginándose una
enfermedad seria, algo
que lo hiciera
sentirse culpable,
correr junto a su
lecho. Entonces
se daría cuenta de
cuánto...
Pero incluso en
ese punto ella
no podía seguir
con la fantasía:
no era un hombre
estándar,
nunca seguiría
un guión estándar.
"Oh,
dulce amante, por
eso es que
soy tu esclavo,
porque no te
inclinarías
ni siquiera ante
trucos más drásticos".
III
En los días en que
habían acordado encontrarse
a veces él
despertaba de un sueño
en el que lo
habían untado con miel
y no podía escapar
de las moscas.
Por horas después
se sorprendería a sí mismo
espantando
insectos imaginarios.
Pero a ella le
debía, decía, la oportunidad
de que le dijera
qué había en su corazón.
Después de todo
ella había planeado
todo para él, el
lujosos apartamento,
el maravilloso
empleo que siempre había aspirado tener,
la oportunidad de
realizarse.
Y todo lo que ella
aparentaba pedir a cambio
ahora que parecía
indiferente a las caricias,
era su
conversación.
Por qué estaba tan
hambrienta de su presencia
era un acertijo
-Dama- quería él gritar-
se acabó. ¿No
puedes dejarlo reposar?
IV
Un día, digo,
descubriré de dónde
asciende esta
inquietud. La dejaré ir
tan lejos como
quiera caminar, ver el espacio
entre vínculos
aceptados y encantados.
Mi corazón es
atrapado como un convicto que se escapó.
Me conducen,
cabizbajo, de nuevo a la propiedad.
V
"Estás
seguro",
susurra ella en el
ocaso
"¿No hay
ninguna oportunidad para mí?"
Y yo, en la
cocina,
blanco de harina y
domesticidad,
me paro a
contemplar su afinidad
antes de mover la
cabeza.
VI
Cuántas maneras
hay, preguntas,
la tortuga que
trata siempre
de avanzar incluso
cuando pesadas rocas
bloquean tu
camino. Cada una de las mujeres
que amaste podrían
haberte traído dicha
si hubieses sabido
sortear las rocas.
Algunas veces sólo
la presión
de tu cabeza
contra ellas
las hizo pasearse
como animales
enjaulados
de un lado a otro.
VII
Con sólo un ojo
me miras siempre
en un ángulo
me volteas así y
asá,
lo examinas todo.
Estamos en nuestro
lecho conyugal compartido
gritando en
unanimidad cacofónica.
Es tanto una
muerte como un revivir,
y luego ruedas y
te alejas,
invocas el nombre
de mi dios.
Karen Alkalay-Gut