Agosto de 1945
El día en que Hiroshima y Nagasaky ardían
yo veía feliz a medio mundo,
por que los aliados habían vencido
y al fin se terminaba la guerra,
y terminarían todas las guerras.
Yo pensaba en la Bomba como en un gran fuego de artificio
en la plaza de Año Nuevo,
y mientras aceras de asfalto derretido
arrastraban a miles de seres,
yo miraba jugar al escondite a niñas vecinas
y esperaba que me llamaran a sentarme a la mesa.
Los girasoles relucían
y caracoles despreocupados trazaban sus senderos
plateados en el jardín,
mientras en la tierra del sol naciente
monstruosas plantas retorcidas crecían
y nacían larvas sin nombre.
Aquí hermosas muchachas peinaban largas trenzas,
mientras allá millares de mujeres quedaban sin cabello.
Caía el telón sobre otro día
y yo miraba ávidamente al mundo
cerrado para siempre a los ojos de tantos niños.
Aún no se usaba la palabra radioactividad.
Y yo a los diez años sabía que todo estaba bien:
era el fin de la guerra y triunfaban los buenos.
Todo el mundo estaba feliz y se preparaba el desfile de
la Victoria,
cuando al otro lado de nuestro otoño
Hiroshima y Nagasaki ardían.
Jorge Teillier