CANCION DE LA ALDEA CHINA
Hay en China una aldea
que tiene quinientos habitantes
y trescientos poetas.
Campanas de gallos
los despiertan
y salen con el alba
a cumplir sus tareas.
Con martillos,
con hoces,
con alegres tractores,
con azada y tijera
cultivan los predios comunales,
aran, siembran,
educan las raíces,
desmalezan,
disciplinan el curso de la savia,
y visitan las flores, una a una
como claras abejas.
No son campesinos,
son poetas,
no son proletarios,
son poetas,
no son comerciantes,
son todos poetas
que cultivan el trigo para todos,
y el maíz para todos,
y el arroz para todos
con sus manos humanas enguantadas
de divina paciencia.
Se llaman Lo F ei,
Chang Tu-Hsiu, Chu Hsi,
Yeh Ting, Sung Yu,
tienen nombres de pájaros,
apellidos de estrellas,
sobrenombres de arroyos y colinas,
que en el aire resuenan
como silabas dichas por tambores,
pronunciadas por cuerdas,
murmuradas por flautas increíbles.
Por la tarde
regresan
la fatiga en el hombro,
el sudor en la piel como otra blusa,
en el pecho: poemas.
Si yo fuese gaviota,
o golondrina de alas negras,
cruzaría el Atlántico,
el Sahara de arena,
los tifones del Indico
y una tarde llegaría a la aldea
que tiene quinientos habitantes
y trescientos poetas.
Si yo fuese quirquincho
cavaria la tierra
del jardín de mi casa entre rosales
con uñas frenéticas
trepanando una loca galería,
perforando la piedra,
los muros de lava que contienen
las sísmicas hogueras,
y una tarde el quirquincho americano
llegaría a la aldea
que tiene quinientos habitantes
y trescientos poetas.
Antonio Esteban Agüero
De Canciones para la voz humana. Edición de María Rosa
Romanella de Agüero diciembre de 1973