El poema es la sed
Por Aldo Luis Novelli
La poesía, esa diosa oscura e inalcanzable, ha asumido
para mí, la forma de una bella hembra, una hembra casquivana, voluptuosa y
escurridiza, que me visita en ciertas noches de lujuria e insomnio y nunca
logro atrapar, pero persevero en el intento, y eso, de alguna manera me mantiene
vivo y excitado.
El poema es un artefacto que respira, siente, y se
emociona, que ríe, llora y se excita.
La poesía es la región infinita de la libertad.
El poeta debe ser un buscador incansable de esa libertad
del hombre.
Desde acá, desde los bordes del desierto, la poesía es
como un lejano e inalcanzable oasis, el desierto es el territorio que hay que
atravesar durante el sol agobiante del día y el frío insoportable de las
noches, para llegar a ese ojo de agua.
El poema es la sed.
Seguramente, en el tercer milenio, y en los sucesivos, la
poesía seguirá siendo desplazada, castigada, apaleada, encarcelada, y hasta
asesinada, pero ella renace infinitamente, en cada poeta honesto, en cada
luchador libertario, en cada hombre y mujer solidarios que resisten con fuerza
y claridad, en esta sociedad capitalista corrupta y criminal, esta sociedad del
mero espectáculo banal y degradante.
La poesía es también un espacio de resistencia social.
El poeta debe ser un combatiente incorruptible de la
justicia, con el luminoso fusil de la palabra.
Pero a pesar de todo y de los malos tiempos por venir, en
los milenios que siguen, o apenas en el próximo día de brahma, ese día que dura
el tiempo que tarda en desgastarse una torre de piedra de 1000 metros de
altura, que es rozada por el ala de un pájaro cada 100 años, habrá innumerables
seres esperanzados y utópicos, que seguirán creyendo que la palabra es
SANADORA, y que la poesía SALVA.
Y entonces, seguirán intentando lo imposible.
Seguirán intentando renacer el mundo, y renacerse a sí
mismos, en ese gesto intrascendente pero necesario, como un cuenco de líquida
salvación en medio del desierto
Seguirán escribiendo en el áspero pellejo del mundo, con
estos signos deshabitados, para saciar la sed de la tribu, o al menos, de la
pléyade de hombres y mujeres, que siempre habrá, sedientos de esa agua fresca y
clara.