El ombligo de los limbos
Allí donde otros proponen obras yo no pretendo otra cosa
que mostrar mi espíritu.
La vida es un consumirse en preguntas.
No concibo la obra como separada de la vida.
No amo la creación separada. No concibo tampoco el
espíritu separado de sí mismo. Cada una de mis obras, cada uno de los planes de mí mismo, cada
una de las floraciones heladas de mi vida interior echa su baba sobre mí.
Me reconozco tanto en una carta escrita para explicar el
encogimiento íntimo de mi ser y la castración insensata de mi vida, como en un ensayo
exterior a mí mismo, y que aparece en mí como un engendro indiferente de mi espíritu.
Sufro que el Espíritu no esté en la vida y que la vida no
esté en el Espíritu, sufro del Espírituórgano, del Espíritu-traducción, o del
Espírituintimidación- de-las-cosas para hacerlas entrar en el Espíritu.
Yo pongo este libro suspendido en la vida, deseo que sea
mordido por las cosas exteriores y antes que nada por todos los sobresaltos en acecho, todas
las oscilaciones de mi yo por venir.
Todas estas páginas se arrastran como témpanos en el
espíritu. Disculpen mi absoluta libertad. Me rehuso a hacer diferencias entre cada
uno de los minutos de mí mismo. No reconozco el espíritu planificado.
Es necesario terminar con el Espíritu como con la
literatura. Digo que el Espíritu y la vida se comunican en todos los grados. Yo
quisiera hacer un Libro que trastorne a los hombres, que sea como una puerta
abierta y que los conduzca donde ellos no habrían jamás consentido llegar, simplemente una puerta enfrentada a la realidad.
Y esto no es un prefacio de un libro como no lo son los
poemas que lo jalonan ni la enumeración de todas las furias del malestar.
Esto no es más que un témpano mal tragado.
Un gran fervor pensante y superpoblado llevaba a mi yo
como un abismo pleno. Un viento carnal y resonante soplaba, y el azufre mismo era denso.
Y raicillas ínfimas poblaban ese viento como una red de
venas y su entrecruzamiento fulguraba.
El espacio era medible y crujiente, pero sin forma
penetrable. Y el centro era un mosaico de fragmentos, una especie de duro martillo cósmico, de
una pesadez desfigurada, y que recaía sin cesar como un frente en el espacio, pero con
un ruido como destilado. Y la envoltura algodonosa del ruido tenía la instancia obtusa y la
penetración de una mirada viva.
Sí, el espacio devolvía su pleno algodón mental donde
ningún pensamiento era aún nítido ni restituía su descarga de objetos. Pero, poco a poco, la
masa giró como una náusea fangosa y potente, una especie de inmenso influjo de sangre
vegetal y retumbante. Y las raicillas que se estremecían en el borde de mi ojo mental, se
separaban con una velocidad de vértigo de la masa crispada del viento. Y todo el espacio se
estremeció como un sexo que el globo del cielo ardiente saqueaba. Y una especie de pico de
paloma real horadó la masa confusa de los estados, todo el pensamiento profundo en ese momento
se estratificaba, se resolvía, se hacia transparente y reducido.
Y nos era necesario entonces una mano que se transformara
en el órgano mismo del prehender.
Y dos o tres veces todavía la masa entera y vegetal giró,
y cada vez, mi ojo se reubicaba en una posición más precisa. La oscuridad misma se hacía
profusa y sin objeto. El hielo entero ganaba la claridad.
Doctor,
Hay un punto sobre el cual habría querido insistir: es el
de la importancia de la cosa sobre la cual actúan sus inyecciones; esta especie
de relajamiento esencial de mi ser, esta reducción de mi estiaje mental, que no
significa como podría creerse una disminución cualquiera de mi moralidad (de mi
alma moral) o siquiera de mi inteligencia, sino más bien de mi intelectualidad
utilizable, de mis posibilidades pensantes, y que tiene que ver más con el
sentimiento que tengo yo mismo de mi yo, que con los que muestro de él a los
demás.
Esta cristalización sorda y multiforme del pensamiento, que encoge en un momento dado su forma. Hay una cristalización inmediata y directa del yo en el centro de todas las formas posibles, de todos los modos del pensamiento.
Y ahora, señor Doctor, que ya está usted bien al tanto de lo que en mí puede ser alcanzado (y curado por las drogas), del punto de litigio de mi vida, espero que sabrá darme la cantidad de líquidos sutiles, de agentes especiosos, de morfina mental, capaces de elevar mi abatimiento, de equilibrar lo que cae, de reunir lo que está separado, de recomponer lo que está destruido.
Mi pensamiento le saluda.
Esta cristalización sorda y multiforme del pensamiento, que encoge en un momento dado su forma. Hay una cristalización inmediata y directa del yo en el centro de todas las formas posibles, de todos los modos del pensamiento.
Y ahora, señor Doctor, que ya está usted bien al tanto de lo que en mí puede ser alcanzado (y curado por las drogas), del punto de litigio de mi vida, espero que sabrá darme la cantidad de líquidos sutiles, de agentes especiosos, de morfina mental, capaces de elevar mi abatimiento, de equilibrar lo que cae, de reunir lo que está separado, de recomponer lo que está destruido.
Mi pensamiento le saluda.
Antonin
Artaud
De Carta a los Poderes