Citas de Viaje a Ixtlán, (1973) 2º Parte,
Carlos Castaneda
Los actos tienen poder.
Especialmente cuando el guerrero que actúa sabe que esos actos son su última
batalla. Hay una extraña felicidad ardiente en actuar con pleno conocimiento de
que lo que uno está haciendo puede muy bien ser su último acto sobre la Tierra.
Un guerrero debe enfocar su
atención en el vínculo que lo une con su muerte. Sin remordimiento ni tristeza
ni preocupación, debe poner su atención en el hecho de que no tiene tiempo y
dejar que sus actos fluyan de acuerdo con ello. Ha de hacer de cada uno de sus
actos su última batalla sobre la Tierra. Sólo en tales condiciones tendrán sus
actos el poder que les corresponde. De otro modo serán, mientras viva, los
actos de un necio.
Un guerrero cazador sabe que
su muerte lo aguarda, y que ese mismo acto que ahora está realizando puede muy
bien ser su última batalla sobre la Tierra. Lo llama batalla porque es una
lucha. La mayoría de la gente pasa de acto a acto sin luchar ni pensar. Un
guerrero cazador, por el contrario, evalúa cada acto; y como tiene un
conocimiento íntimo de su muerte, procede juiciosamente, como si cada acto
fuera su última batalla. Sólo un necio dejaría de notar la ventaja que un
guerrero cazador tiene sobre sus semejantes. Un guerrero cazador da a su última
batalla el respeto que merece. Es natural que su último acto sobre la Tierra
sea lo mejor de sí mismo. Así le place. Así le quita el filo a su temor.
Un guerrero es un cazador
inmaculado que caza poder; no está borracho ni loco, ni tiene tiempo ni humor
para fanfarronear, ni para mentirse a sí mismo, ni para equivocarse en la
jugada. La apuesta es demasiado alta. Lo que se juega es su vida pulcramente
ordenada que tanto tiempo le llevó afinar y perfeccionar. No va a desperdiciar
todo eso por un estúpido error de cálculo o por tomar una cosa por lo que no
es.
Un hombre, cualquier hombre,
merece cuanto les toca en suerte a los hombres: alegría, dolor, tristeza y
lucha. No importa la naturaleza de sus actos, siempre y cuando actúe como
guerrero.
Si su espíritu está deformado,
simplemente debe arreglarlo, depurándolo y perfeccionándolo, porque no hay en
la vida una tarea más digna de emprenderse. No arreglar el espíritu es buscar
la muerte, y eso es igual que no buscar nada, porque la muerte va a alcanzarnos
de todos modos. Buscar la perfección del espíritu del guerrero es la única
tarea digna de nuestra transitoriedad y de nuestra condición humana.
Lo más difícil en este mundo
es adoptar el ánimo del guerrero. De nada sirve estar triste, quejarse y
sentirse justificado de hacerlo creyendo que alguien nos está siempre haciendo
algo. Nadie le está haciendo nada a nadie, y mucho menos a un guerrero.
Un guerrero es un cazador.
Todo lo calcula. Eso es control. Una vez terminados sus cálculos, actúa. Se
deja ir. Eso es abandono. Un guerrero no es una hoja a merced del viento. Nadie
puede empujarle; nadie puede obligarle a hacer cosas en contra de sí mismo o de
lo que juzga correcto. Un guerrero está preparado para sobrevivir, y sobrevive
del mejor modo posible.
Un guerrero no es más que un
hombre, un hombre humilde. No puede cambiar los designios de su muerte. Pero su
espíritu impecable, que ha reunido poder tras grandes penas, puede ciertamente
detener su muerte por un momento, un momento lo bastante largo para permitirle
regocijarse por última vez al evocar su poder. Podemos decir que ése es un
gesto que la muerte tiene con quienes poseen un espíritu impecable.
No importa cómo lo hayan
criado a uno. Lo que determina el modo en que uno hace cualquier cosa es el
poder personal. Un hombre no es más que la suma de su poder personal, y esa
suma determina cómo vive y cómo muere.
El poder personal es un
sentimiento. Algo así como tener suerte. O podríamos llamarlo un talante, un
ánimo. El poder personal es algo que se adquiere a través de toda una vida de
lucha.
Un guerrero actúa como si
supiera lo que hace, cuando en realidad no sabe nada.
Un guerrero no tiene
remordimientos por nada de lo que ha hecho, porque aislar los propios actos
llamándolos mezquinos, feos o malos es darse a uno mismo una importancia
injustificada.
La clave está en lo que se
enfatiza. O nos hacemos desdichados o nos hacemos fuertes. Cuesta el mismo
trabajo lo uno que lo otro.
Desde el momento en que
nacemos, la gente nos dice que el mundo es esto y aquello, y de tal y cual
manera; naturalmente, no tenemos otra opción más que aceptar que el mundo es de
la forma en que la gente nos ha estado diciendo que es.
El arte del guerrero consiste
en equilibrar el terror de ser un hombre con la maravilla de ser un hombre.
COMENTARIO DE VIAJE A IXTLAN
Mientras me hallaba
escribiendo Viaje a Ixtlán reinaba en el ambiente un estado de ánimo de lo más
misterioso. Don Juan Matus estaba aplicando algunas medidas extremadamente
prácticas a mi conducta cotidiana. Había diseñado algunas pautas que yo debía
seguir rigurosamente. Eran tres tareas que apenas se relacionaban vagamente con
mi mundo cotidiano o con cualquier otro mundo. Quería que en mi vida cotidiana
me esforzara en borrar mi historia personal por todos los medios concebibles.
Luego quería que terminara con mis rutinas y, finalmente, que desterrara mi sentimiento
de importancia personal.
¿Cómo voy a lograr todo eso, don Juan? le pregunté.
No tengo ni idea respondió . Ninguno de nosotros tiene idea de
cómo hacerlo de una forma práctica y eficaz. Con todo, si empezamos el trabajo,
lo concluiremos sin saber siquiera qué fue lo que vino a ayudarnos.
»La
dificultad que encuentras es la misma que yo encontré prosiguió . Te aseguro que nues-tra
dificultad nace del hecho de que, en nuestras vidas, carecemos por completo de
la idea que nos incitaría a cambiar. Cuando mi maestro me enco¬mendó esta
tarea, todo lo que necesité para llevarla a cabo fue la idea de que podía
lograrse. Una vez que tuve la idea, la realicé sin saber cómo. Te recomiendo
que hagas lo mismo.
Me lancé a las quejas más
retorcidas, argumentando que yo era un científico social acostumbrado a
directrices prácticas y consistentes, no a vaguedades que dependían más de
soluciones mágicas que de medios prácticos.
Dilo que quieras me respondió don Juan, riéndose . Cuando
termines de quejarte, olvida tus remilgos y haz lo que te he dicho que hagas.
Don Juan tenía razón. Todo lo
que necesité o, mejor dicho, lo único que necesitó una parte no evidente y
misteriosa de mí fue la idea. El «yo» que había conocido durante toda mi vida
necesitaba infinitamente más que una idea: necesitaba entrenamiento, estímulo,
dirección. Me sentí tan intrigado por mi éxito que la tarea de borrar mis
rutinas, perder mi importancia personal y abandonar mi historia personal se
convirtió en un auténtico placer.
Estás justo enfrente del camino del guerrero dijo don Juan a modo de explicación por mi
misterioso logro.
Don Juan había guiado lenta y metódicamente
mi conciencia para que se enfocara cada vez más intensamente en una elaboración
abstracta del concepto de guerrero, una elaboración que llamaba el camino del
guerrero o la senda del guerrero. Me explicó que el camino del guerrero era un
armazón de ideas establecido por los chamanes del México antiguo. Tal
construcción derivaba de la capacidad que tenían aquellos chamanes de ver la energía
tal como fluye libremente en el universo. Por esa razón, el camino del guerrero
era un soberbio conglomerado de hechos energéticos, de verdades irreductibles
determinadas exclusivamente por la dirección del flujo de energía del universo.
Don Juan afirmaba categóricamente que no había nada en esa estructura que
pudiera objetarse, nada que pudiera ser cambiado. Era una estructura perfecta
en sí misma y por sí misma, y cualquiera que seguía ese camino se veía
acorralado por hechos energéticos que no admitían discusión ni especulaciones
acerca de su función o valía.
Don Juan decía que aquellos
antiguos chamanes lo llamaron el camino del guerrero porque su estructura
abarcaba todas las posibilidades vitales que un guerrero podía hallar en la
senda del conocimiento. Aquellos chamanes fueron absolutamente meticulosos y
metódicos en la búsqueda de tales posibilidades. De hecho, según don Juan,
fueron capaces de incluir en su estructura abstracta todo lo humanamente
posible.
Don Juan comparaba el camino del
guerrero con una estructura, siendo cada uno de los elementos de esta
estructura un dispositivo de sustentación cuya única función consistía en
sostener la psique del guerrero en su papel de chamán iniciado, y así facilitar
sus movimientos y dotarlos de significado. Afirmaba, de manera inequívoca, que
el camino del guerrero era una construcción esencial sin la cual los chamanes
iniciados naufragarían en la inmensidad del universo.
Don Juan decía que el camino
del guerrero era la obra maestra de los chamanes del México antiguo. Lo
consideraba su aporte más importante, la esencia de su sobriedad.
¿Es el camino del guerrero tan abrumadoramente
importante, don Juan? le pregunté en una
ocasión.
Decir «abrumadoramente importante» es un
eufemismo. El camino del guerrero lo es todo. Es el arquetipo de la salud
física y mental. No puedo explicarlo de ningún otro modo. El hecho de que los
chamanes del México antiguo creasen una estructura así significa para mí que
habían alcanzado la cima de su poder, la cumbre de su felicidad, la cúspide de
su júbilo.
Dado el nivel de aceptación o
rechazo pragmáticos en el que me creía sumergido en aquella época, abrazar
completamente y sin prejuicios la senda del guerrero me resultaba poco menos
que una imposibilidad. Cuanto más hablaba don Juan de la senda del guerrero más
intensa era mi sensación de que lo que realmente maquinaba era derrumbar todo
mi equilibrio.
Don Juan me guiaba, por tanto,
de un modo encubierto. Sin embargo, su guía se evidencia con meridiana claridad
en las citas extraídas de Viaje a Ixtlán. Don Juan se había abalanzado
velozmente sobre mí a pasos agigantados sin que yo me diera cuenta, hasta que
repentinamente sentí su aliento en la nuca. Pensaba una y otra vez que me
hallaba a punto de aceptar de buena fe la existencia de otro sistema cognitivo;
o, por el contrario, me sentía tan absolutamente indiferente que no me importaba
que ocurriera de una forma u otra.
Por supuesto, siempre existía
la posibilidad de salir huyendo de todo aquello, pero ésa no era una opción
sostenible. De un modo u otro, la ayuda de don Juan, o bien mi intenso uso del
concepto del guerrero, me habían endurecido hasta el punto de que no tenía ya
tanto temor. Estaba atrapado, pero en realidad eso no cambiaba nada. Todo lo
que sabía era que estaría allí con don Juan hasta el final.
Carlos Castaneda