VÉRTIGO
No toquéis esta tierra sino tenéis la sangre
dispuesta a ser después antorcha viva,
quemazón de parte a parte.
Mapa descolorido (sol, paisaje),
entre golpes, arado por terribles
y secas soledades.
De Norte a Sur, resolanas que salen
por la epidermis, como un tufo denso
que al viento se deshace.
El Sur, callado, una corola que abre
como una mano antigua su silencio,
su dolor, por el aire.
Un hedor calcinado de yerbales.
Un verano que acecha entre las ramas
y en el sudor se expande.
El Norte, duro, un combatiente sable
de abierto cortezón y de tanino;
furor de quebrachales.
Lúbricos mediodías que se esparcen
por las grietas escuálidas, sedientas,
que encandilan la sangre.
Y el Centro, un corazón quemante,
latido potencial, alforja verde,
crisol de mandiocales.
Encendidos terraplenes, hondos valles,
paren niños con ojos dilatados
y estómagos con hambre.
Desde antiguo esta tierra tiene arranques
de furor, que le arañan los raigones
como rayos brutales.
A martillazos forja este linaje
de hombres que tienen la corteza dura,
que en las cortezas laten.
Bordado a lento fuego, su ropaje
nos cubre con su seca virulencia
de calor sofocante.
No la toquéis sino queréis que os claven
su espina roja, su ademán terroso,
su vértigo implacable.
Callada es esta tierra. ¡No la toquéis!
Sus polvaredas arden.
Elvio Romero
De Resoles áridos (1950)