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25 de abril de 2016

Remo contra la noche, Olga Orozco

Remo contra la noche

a V.E.L

Apaga ya la luz de ese cuchillo, madrastra de las sombras.
No necesito luces para mirar en el abismo de mi sangre,
en el naufragio de mi raza.
Apágala, te digo;
apágala contra tu propia cara con este soplo frío con que vuela mi madre.
Y tú, criatura ciega, no dejes escapar la soga que nos lleva.
Yo remonto la noche junto a ti.
Voy remando contigo desde tu nacimiento
con un fardo de espinas y esta campana inútil en las manos.

Están sordos allá.
Ninguna pluma de ángel,
ningún fulgor del cielo hemos logrado con tantas
(migraciones arrancadas al alma)

Nada más que este viaje en la tormenta
a favor de unas horas inmóviles en ti, usurera del alba;
nada más que este insomnio en la corriente,
por un puñado de ascuas,
por un par de arrasados corazones,
por un jirón de piel entre tus dientes fríos.

Pequeño, tú vuelves a nacer.
Debes seguir creciendo mientras corre hacia atrás la borra de estos años,
y yo escarbo la lumbre en el tapiz
donde algún paso tuyo fue marcado por un carbón aciago,
y arranco las raíces que te cubren los pies.
Hay tanta sombra aquí por tan escasos días,
tantas caras borradas por los harapos de la dicha
para verte mejor,
tantos trotes de lluvias y alimañas en la rampa del sueño
para oírte mejor,
tantos carros de ruinas que ruedan con el trueno
para moler mejor tus huesos y los míos,
para precipitar la bolsa de guijarros en el despeñadero de la bruma
y ponernos a hervir,
lo mismo que en los cuentos de la vieja hechicera.

Pequeño, no mires hacia atrás: son fantasmas del cielo.
No cortes esa flor: es el rescoldo vivo del infierno.
No toques esas aguas: son tan sólo la sed que se condensa en lágrimas y en duelo.
No pises esa piedra que te hiere con la menuda sal de todos estos años.
No pruebes ese pan porque tiene el sabor de la memoria y es áspero y amargo.
No gires con la ronda en el portal de las apariciones,
no huyas con la luz, no digas que no estás.

Ella trae una aguja y un puñal,
tejedora de escarchas.
Te anuda para bordar la duración o te arrebata al filo de un relámpago.
Se esconde en una nuez,
se disfraza de lámpara que cae en el desván o de puerta que se abre en el estanque.
Corroe cada edad,
convierte los espejos en un nido de agujeros,
con los dientes veloces para la mordedura como un escalofrío,
como el anuncio de tu porvenir en este día que detiene el pasado.
Señora, el que buscas no está.
Salió hace mucho tiempo de cara a la avaricia de la luz,
y esa espalda obstinada de pródigo sin padres para el regreso y el perdón,

y esos pies indefensos con que echaba a rodar las últimas monedas.
¿A quién llamas, ladrona de miserias?
El ronquido que escuchas es tan sólo el del trueno perdido en el jardín
y esa respiración es el jadeo de algún pobre animal que escarba la salida.
No hay ninguna migaja para ti, roedora de arenas,
Este frío no es tuyo.
Es un frío sin nadie que se dejó olvidado no sé quién.

Criatura, esta es sólo una historia de brujas y de lobos,
estampas arrancadas al insomnio de remotas abuelas.
Y ahora, ¿adónde vas con esta soga inmóvil que nos lleva?
¿Adónde voy en esta barca sola contra el revés del cielo?
¿Quién me arroja desde mi corazón como una piedra ciega contra oleajes de piedra
y abre unas roncas alas que restallan igual que una bandera?

Silencio. Está pasando la nieve de otro cuento entre tus dedos.


Olga Orozco

24 de abril de 2016

Señora tomando sopa, Olga Orozco

Señora tomando sopa

Detrás del vaho blanco está la orden, la invitación o el ruego,
cada uno encendiendo sus señales,
centelleando a lo lejos con las joyas de la tentación o el rayo del peligro.
Era una gran ventaja trocar un sorbo hirviente por un reino,
por una pluma azul, por la belleza, por una historia llena de luciérnagas.
Pero la niña terca no quiere traficar con su horrible alimento:
rechaza los sobornos del potaje apretando los dientes.
Desde el fondo del plato asciende en remolinos oscuros la condena:
se quedará sin fiesta, sin amor, sin abrigo,
y sola en lo más negro de algún bosque invernal donde aúllan los lobos
y donde no es posible encontrar la salida.
Ahora que no hay nadie,
pienso que las cucharas quizá se hicieron remos para llegar muy lejos.
Se llevaron a todos, tal vez, uno por uno, hasta el último invierno, hasta
la otra orilla.
Acaso estén reunidos viendo a la solitaria comensal de olvido,
la que se traga este fuego,
esta sopa de arena, esta sopa de abrojos, esta sopa de hormigas,
nada más que por puro acatamiento,
para que cada sorbo la proteja con los rigores de la penitencia,
como si fuera tiempo todavía,
como si atrás del humo estuviera la orden, la invitación, el ruego.
Tomado de La corona final
 


Olga Orozco

23 de abril de 2016

Rapsodia en la lluvia, Olga Orozco

Rapsodia en la lluvia

Ahora
desde tu ahora estarás viendo
bajo esta misma lluvia las lluvias del diluvio
y aquellas que lavaron las rosas avegonzadas de Caldea
o las que se escurrieron desde el altar del druida hasta el cadalso
y fueron a susurrar sobre una tumba hostil en la espinosa Patagonia,
y también las azules, las prodigiosas narradoras,
las que te prometían un milagro cuando aún eras visible.
¡Qué inventario de lluvias en los archivos embalsamados de la Historia!
Mas ¿qué importan las lluvias?
Sería igual que vieras dinastías de ocasos, medallas o fogatas.
Sólo quiero decir que eres testigo desde todas partes,
huésped del tiempo frente al repertorio de la memoria y del oráculo,
y que cada lugar es un lugar de encuentro como el final de una alameda.
Pero estos pasos tuyos, vacilantes, bajo los pies menudos de la lluvia
me conmueven aún más que tus lamentaciones en el interminable corredor
o tu viejo mensaje para hoy, hallado entre dos libros.
Apostaría estas palabras rotas a cambio de tu nombre tembloroso en los vidrios,
toda la sal del mundo apostaría
a que vienes a combatir por mí contra los legionarios de las sombras,
o que tratas de hallar el moscardón azul que zumba con la muerte,
o que pagas un altísimo precio por abrazar los narcisos y las amapolas
-la vibración más íntima de cualquier estación-,
siempre bordeando los despeñaderos y hasta el confín del mundo,
siempre a punto de caer en la hoguera,
sin remisión y sin aliento.
Y sin embargo has visto el miserable revés de cada trama,
conoces como nadie la urdimbre del error con que fue tapizada mi orgullosa,
mi mezquina morada.
Querrías escamotear la inocultable imperfección con el brillo de un tajo,
dar vuelta mis pisadas encaminándolas hacia el aplauso y el acierto,
corregir el alcance de mis ojos, el temple de mi especie.
¿No te oigo girar y girar entre las ráfagas del agua lavando cada culpa?
¿Y no intentas acaso revelarme con tu melodía los cielos que ya sabes?
Conseguirás de nuevo doblegar esta noche hasta el amanecer
insistiendo en quedarte, como antes en escurrirte más allá de los muros,
acá, donde sólo compartimos la efímera ganancia y la infinita pérdida,
vueltos sobre el costado que nos oculta la visión,
aunque caiga la lluvia.


Olga Orozco

22 de abril de 2016

El Obstáculo, Olga Orozco

EL OBSTÁCULO

Es angosta la puerta acaso la custodien negros perros hambrientos y guardias como perros, por más que no se vea sino el espacio alado, tal vez la muestra en blanco de una vertiginosa dentellada.

Es estrecha e incierta y me corta el camino que promete con cada bienvenida, con cada centelleo de la anunciación.

No consigo pasar.

Dejaremos para otra vez las grandes migraciones, el profuso equipaje del insomnio, mi denodada escolta de luz en las tinieblas.

Es difícil nacer al otro lado con toda la marejada en su favor.

Tampoco logro entrar aunque reduzca mi séquito al silencio, a unos pocos misterios, a un memorial de amor, a mis peores estrellas.

No cabe ni mi sombra entre cada embestida y la pared.

Inútil insistir mientras lleve conmigo mi envoltorio de posesiones transparentes, este insoluble miedo, aquel fulgor que fue un jardín debajo de la escarcha.

No hay lugar para un alma replegada, para un cuerpo encogido, ni siquiera comprimiendo sus lazos hasta la más extrema ofuscación, recortando las nubes al tamaño de algún ínfimo sueño perdido en el desván.

No puedo trasponer esta abertura con lo poco que soy.

Son superfluas las manos y excesivos los pies para esta brecha esquiva.

Siempre sobra un costado como un brazo de mar o el eco que se prolonga porque sí, cuando no estorba un borde igual que un ornamento sin brillo y sin sentido, o sobresale, inquieta, la nostalgia de un ala.

No llegaré jamás al otro lado.


(De En el revés del cielo, 1987)

Olga Orozco

21 de abril de 2016

Edgardo Vivanco recordando a Olga Orozco


Videopoético del Café Literario del Jueves 21 de Diciembre de 2010, en el patio de Big Pancho, Sarmiento 269, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Cuyo tema fue LA SONRISA  y coordino la velada y el debate Patricio Gerding.
Edgardo Vivanco recordando a Olga Orozco 

20 de abril de 2016

Mujer en la ventana, Olga Orozco

MUJER EN LA VENTANA

Ella está sumergida en su ventana contemplando las brasas del anochecer, posible todavía.
Todo fue consumado en su destino, definitivamente inalterable desde ahora como el mar en un cuadro, sin embargo el cielo continúa pasando con sus angelicales procesiones.
Ningún pato salvaje interrumpió su vuelo hacia el oeste; allá lejos seguirán floreciendo los ciruelos, blancos, como si nada, alguien en cualquier parte levantará su casa sobre el polvo y el humo de otra casa.
Inhóspito este mundo.
Áspero este lugar de nunca más.
Por una fisura del corazón sale un pájaro negro y es la noche -¿o acaso será un dios que cae agonizando sobre el mundo?-, pero nadie lo ha visto, nadie sabe, ni el que se va creyendo que de los lazos rotos nacen preciosas alas, los instantáneos nudos del azar, la inmortal aventura, aunque cada pisada clausure con un sello todos los paraísos prometidos.
Ella oyó en cada paso la condena. ahora ya no es más que una remota, inmóvil mujer en su ventana, la simple arquitectura de la sombra asilada en su piel, como si alguna vez una frontera, un muro, un silencio, un adiós, hubieran sido el verdadero límite, el abismo final entre una mujer y un hombre.

(De Con esta boca, en este mundo, 1994)

Olga Orozco

19 de abril de 2016

Pavana para una infanta difunta, Olga Orozco

Pavana para una infanta difunta 

Lloro a Alejandra Pizarnik 

Pequeña centinela,
caes una vez más por la ranura de la noche
sin más armas que los ojos abiertos y el terror
contra los invasores insolubles en el papel en blanco.
Ellos eran legión.
Legión encarnizada era su nombre
y se multiplicaban a medida que tú te destejías hasta el último hilván,
arrinconándote contra las telarañas voraces de la nada.
El que cierra los ojos se convierte en morada de todo el universo.
El que los abre traza las fronteras y permanece a la intemperie.
El que pisa la raya no encuentra su lugar.
Insomnios como túneles para probar la inconsistencia de toda realidad;
noches y noches perforadas por una sola bala que te incrusta en lo oscuro,
y el mismo ensayo de reconocerte al despertar en la memoria de la muerte:
esa perversa tentación,
ese ángel adorable con hocico de cerdo.
¿Quién habló de conjuros para contrarrestar la herida del propio nacimiento?
¿Quién habló de sobornos para los emisarios del propio porvenir?
Sólo había un jardín: en el fondo de todo hay un jardín
donde se abre la flor azul del sueño de Novalis.
Flor cruel, flor vampira,
más alevosa que la trampa oculta en la felpa del muro
y que jamás se alcanza sin dejar la cabeza o el resto de la sangre en el umbral.
Pero tú te inclinabas igual para cortarla donde no hacías pie,
abismos hacia adentro.
Intentabas trocarla por la criatura hambrienta que te deshabitaba.
Erigías pequeños castillos devoradores en su honor;
te vestías de plumas desprendidas de la hoguera de todo posible paraíso;
amaestrabas animalitos peligrosos para roer los puentes de la salvación;
te perdías igual que la mendiga en el delirio de los lobos;
te probabas lenguajes como ácidos, como tentáculos,
como lazos en manos del estrangulador.
¡Ah los estragos de la poesía cortándote las venas con el filo del alba,
y esos labios exangües sorbiendo los venenos de la inanidad de la palabra!
Y de pronto no hay más.
Se rompieron los frascos.
Se astillaron las luces y los lápices.
Se degarró el papel con la desgarradura que te desliza en otro laberinto.
Todas las puertas son para salir.
Ya todo es el revés de los espejos.
Pequeña pasajera,
sola con tu alcancía de visiones
y el mismo insoportable desamparo debajo de los pies:
sin duda estás clamando por pasar con tus voces de ahogada,
sin duda te detiene tu propia inmensa sombra que aún te sobrevuela en busca de otra,
o tiemblas frente a un insecto que cubre con sus membranas todo el caos,
o te adrementa el mar que cabe desde tu lado en esta lágrima.
Pero otra vez te digo,
ahora que el silencio te envuelve por dos veces en sus alas como un manto:
en el fondo de todo jardín hay un jardín.
Ahí está tu jardín,

Talita cumi.

Olga Orozco

18 de abril de 2016

Zenit, Vicente Huidobro

ZENIT

             Lejos de los llanos oblicuos
             Las campanas cantando sobre el zenit

Ayer crucificado en la neblina
Pasé días y días
                           Con los brazos abiertos
Entre los barcos que se iban

Donde no encontraré mis huellas.

ALGO ME ENCIERRA POR LOS
                                               CUATRO COSTADOS
La noche

El sacristán equivocado
                                           Que apagó las estrellas
Rezaba entre las vírgenes de cera



 Vicente Huidobro
De Poemas Árticos (1918)

17 de abril de 2016

Camino, Vicente Huidobro

CAMINO

                  Un cigarro vacío

A lo largo del camino
He deshojado mis dedos

                                             Y jamás mirar atrás

Mi cabellera
                        Y el humo de esta pipa

Aquella luz me conducía

Todos los pájaros sin alas
En mis hombros cantaron

                                         Pero mi corazón fatigado
                                         Murió en el último nido
Llueve sobre el camino
Y voy buscando el sitio

                                 donde mis lágrimas han caído

Vicente Huidobro
De Poemas Árticos (1918)

16 de abril de 2016

Casa, Vicente Huidobro

CASA

Sobre la mesa
                          El abanico tierno
Un pájaro muerto en pleno vuelo

La casa de enfrente
                            blanca de yeso y de nieve

En el jardín ignorado
                           Alguien pasea
Y un ángel equivocado
Se ha dormido sobre el humo de la chimenea

                           Para seguir el camino
                           Hay que recomenzar

QUIÉN ESCONDIÓ LAS LLAVES


Había tantas cosas que no pude encontrar


 Vicente Huidobro
De Poemas Árticos (1918)

15 de abril de 2016

Prefacio, Vicente Huidobro

PREFACIO


     Nací a los treinta y tres años, el día de la muerte de Cristo; nací en el Equinoccio, bajo las hortensias y los aeroplanos del calor.
     Tenía yo un profundo mirar de pichón, de túnel y de automóvil sentimental. Lanzaba suspiros de acróbata.
     Mi padre era ciego y sus manos eran más admirables que la noche.
     Amo la noche, sombrero de todos los días.
     La noche, la noche del día, del día al día siguiente.
     Mi madre hablaba como la aurora y como los dirigibles que van a caer. Tenía cabellos color de bandera y ojos llenos de navíos lejanos.
     Una tarde, cogí mi paracaídas y dije: «Entre una estrella y dos golondrinas.» He aquí la muerte que se acerca como la tierra al globo que cae.
     Mi madre bordaba lágrimas desiertas en los primeros arcoiris.
     Y ahora mi paracaídas cae de sueño en sueño por los espacios de la muerte.
     El primer día encontré un pájaro desconocido que me dijo: «Si yo fuese dromedario no tendría sed. ¿Qué hora es?» Bebió las gotas de rocío de mis cabellos, me lanzó tres miradas y media y se alejó diciendo: «Adiós» con su pañuelo soberbio.
     Hacia las dos aquel día, encontré un precioso aeroplano, lleno de escamas y caracoles. Buscaba un rincón del cielo donde guarecerse de la lluvia.
     Allá lejos, todos los barcos anclados, en la tinta de la aurora. De pronto, comenzaron a desprenderse, uno a uno, arrastrando como pabellón jirones de aurora incontestable.
     Junto con marcharse los últimos, la aurora desapareció tras algunas olas desmesuradamente infladas.
     Entonces oí hablar al Creador, sin nombre, que es un simple hueco en el vacío, hermoso, como un ombligo.
     «Hice un gran ruido y este ruido formó el océano y las olas del océano.
     »Este ruido irá siempre pegado a las olas del mar y las olas del mar irán siempre pegadas a él, como los sellos en las tarjetas postales.
     »Después tejí un largo bramante de rayos luminosos para coser los días uno a uno; los días que tienen un oriente legítimo y reconstituido, pero indiscutible.
     »Después tracé la geografía de la tierra y las líneas de la mano.
     »Después bebí un poco de cognac (a causa de la hidrografía).
     »Después creé la boca y los labios de la boca, para aprisionar las sonrisas equívocas y los dientes de la boca, para vigilar las groserías que nos vienen a la boca.
     »Creé la lengua de la boca que los hombres desviaron de su rol, haciéndola aprender a hablar... a ella, ella, la bella nadadora, desviada para siempre de su rol acuático y puramente acariciador.»
     Mi paracaídas empezó a caer vertiginosamente. Tal es la fuerza de atracción de la muerte y del sepulcro abierto.
     Podéis creerlo, la tumba tiene más poder que los ojos de la amada. La tumba abierta con todos sus imanes. Y esto te lo digo a ti, a ti que cuando sonríes haces pensar en el comienzo del mundo.
     Mi paracaídas se enredó en una estrella apagada que seguía su órbita concienzudamente, como si ignorara la inutilidad de sus esfuerzos.
     Y aprovechando este reposo bien ganado, comencé a llenar con profundos pensamientos las casillas de mi tablero:
     «Los verdaderos poemas son incendios. La poesía se propaga por todas partes, iluminando sus consumaciones con estremecimientos de placer o de agonía.
     »Se debe escribir en una lengua que no sea materna.
     »Los cuatro puntos cardinales son tres: el sur y el norte.
     »Un poema es una cosa que será.
     »Un poema es una cosa que nunca es, pero que debiera ser.
     »Un poema es una cosa que nunca ha sido, que nunca podrá ser.
     »Huye del sublime externo, si no quieres morir aplastado por el viento.
     »Si yo no hiciera al menos una locura por año, me volvería loco.»
     Tomo mi paracaídas, y del borde de mi estrella en marcha me lanzo a la atmósfera del último suspiro.
     Ruedo interminablemente sobre las rocas de los sueños, ruedo entre las nubes de la muerte.
     Encuentro a la Virgen sentada en una rosa, y me dice:
     »Mira mis manos: son transparentes como las bombillas eléctricas. ¿Ves los filamentos de donde corre la sangre de mi luz intacta?
     »Mira mi aureola. Tiene algunas saltaduras, lo que prueba mi ancianidad.
     »Soy la Virgen, la Virgen sin mancha de tinta humana, la única que no lo sea a medias, y soy la capitana de las otras once mil que estaban en verdad demasiado restauradas.
     »Hablo una lengua que llena los corazones según la ley de las nubes comunicantes.
     »Digo siempre adiós, y me quedo.
     »Ámame, hijo mío, pues adoro tu poesía y te enseñaré proezas aéreas.
     »Tengo tanta necesidad de ternura, besa mis cabellos, los he lavado esta mañana en las nubes del alba y ahora quiero dormirme sobre el colchón de la neblina intermitente.
     »Mis miradas son un alambre en el horizonte para el descanso de las golondrinas.
     »Ámame.»
     Me puse de rodillas en el espacio circular y la Virgen se elevó y vino a sentarse en mi paracaídas.
     Me dormí y recité entonces mis más hermosos poemas.
     Las llamas de mi poesía secaron los cabellos de la Virgen, que me dijo gracias y se alejó, sentada sobre su rosa blanda.
     Y heme aquí, solo, como el pequeño huérfano de los naufragios anónimos.
     Ah, qué hermoso..., qué hermoso.
     Veo las montañas, los ríos, las selvas, el mar, los barcos, las flores y los caracoles.
     Veo la noche y el día y el eje en que se juntan.
     Ah, ah, soy Altazor, el gran poeta, sin caballo que coma alpiste, ni caliente su garganta con claro de luna, sino con mi pequeño paracaídas como un quitasol sobre los planetas.
     De cada gota del sudor de mi frente hice nacer astros, que os dejo la tarea de bautizar como a botellas de vino.
     Lo veo todo, tengo mi cerebro forjado en lenguas de profeta.
     La montaña es el suspiro de Dios, ascendiendo en termómetro hinchado hasta tocar los pies de la amada.
     Aquél que todo lo ha visto, que conoce todos los secretos sin ser Walt Whitman, pues jamás he tenido una barba blanca como las bellas enfermeras y los arroyos helados.
     Aquél que oye durante la noche los martillos de los monederos falsos, que son solamente astrónomos activos.
     Aquél que bebe el vaso caliente de la sabiduría después del diluvio obedeciendo a las palomas y que conoce la ruta de la fatiga, la estela hirviente que dejan los barcos.
     Aquél que conoce los almacenes de recuerdos y de bellas estaciones olvidadas.
     Él, el pastor de aeroplanos, el conductor de las noches extraviadas y de los ponientes amaestrados hacia los polos únicos.
     Su queja es semejante a una red parpadeante de aerolitos sin testigo.
     El día se levanta en su corazón y él baja los párpados para hacer la noche del reposo agrícola.
     Lava sus manos en la mirada de Dios, y peina su cabellera como la luz y la cosecha de esas flacas espigas de la lluvia satisfecha.
     Los gritos se alejan como un rebaño sobre las lomas cuando las estrellas duermen después de una noche de trabajo continuo.
     El hermoso cazador frente al bebedero celeste para los pájaros sin corazón.
     Sé triste tal cual las gacelas ante el infinito y los meteoros, tal cual los desiertos sin mirajes.
     Hasta la llegada de una boca hinchada de besos para la vendimia del destierro.
     Sé triste, pues ella te espera en un rincón de este año que pasa.
     Está quizá al extremo de tu canción próxima y será bella como la cascada en libertad y rica como la línea ecuatorial.
     Sé triste, más triste que la rosa, la bella jaula de nuestras miradas y de las abejas sin experiencia.
     La vida es un viaje en paracaídas y no lo que tú quieres creer.
     Vamos cayendo, cayendo de nuestro cenit a nuestro nadir y dejamos el aire manchado de sangre para que se envenenen los que vengan mañana a respirarlo.
     Adentro de ti mismo, fuera de ti mismo, caerás del cenit al nadir porque ése es tu destino, tu miserable destino. Y mientras de más alto caigas, más alto será el rebote, más larga tu duración en la memoria de la piedra.
     Hemos saltado del vientre de nuestra madre o del borde de una estrella y vamos cayendo.
     Ah mi paracaídas, la única rosa perfumada de la atmósfera, la rosa de la muerte, despeñada entre los astros de la muerte.
     ¿Habéis oído? Ese es el ruido siniestro de los pechos cerrados.
     Abre la puerta de tu alma y sal a respirar al lado afuera. Puedes abrir con un suspiro la puerta que haya cerrado el huracán.
     Hombre, he ahí tu paracaídas maravilloso como el vértigo.
     Poeta, he ahí tu paracaídas, maravilloso como el imán del abismo.
     Mago, he ahí tu paracaídas que una palabra tuya puede convertir en un parasubidas maravilloso como el relámpago que quisiera cegar al creador.
     ¿Qué esperas?
     Mas he ahí el secreto del Tenebroso que olvidó sonreír.
     Y el paracaídas aguarda amarrado a la puerta como el caballo de la fuga interminable.


Vicente Huidobro

De Altazor o El viaje en paracaídas (1919)

14 de abril de 2016

Alerta, Vicente Huidobro

ALERTA

                                  Media Noche
En el jardín
Cada sombra es un arroyo

Aquel ruido que se acerca no es un coche

Sobre el cielo de París
Otto Von Zeppelín

Las sirenas cantan
Entre las olas negras
Y este clarín que llama ahora

No es el clarín de la Victoria

                                           Cien aeroplanos
                          Vuelan en torno de la luna

APAGA TU PIPA

Los obuses estallan como rosas maduras
Y las bombas agujerean los días

Canciones cortadas
                                    Tiemblan entre las ramas

El viento contorsiona las calles

COMO APAGAR LA ESTRELLA DEL ESTANQUE



 Vicente Huidobro
De Poemas Árticos (1918)

13 de abril de 2016

Noche, Vicente Huidobro

NOCHE

Sobre la nieve se oye resbalar la noche
La canción caía de los árboles
Y tras la niebla daban voces

De una mirada encendí mi cigarro

Cada vez que abro los labios
Inundo de nubes el vacío

                                            En el puerto
Los mástiles están llenos de nidos

Y el viento
                         gime entre las alas de los pájaros

LAS OLAS MECEN EL NAVÍO MUERTO

Yo en la orilla silbando
           Miro la estrella que humea entre mis dedos



Vicente Huidobro
De Poemas Árticos (1918)

12 de abril de 2016

Horas, Vicente Huidobro

HORAS

El villorio
Un tren detenido sobre el llano

En cada charco
               duermen estrellas sordas
Y el agua tiembla
Cortinaje al viento

                La noche cuelga en la arboleda

En el campanario florecido

Una gotera viva
               Desangra las estrellas

         De cuando en cuando
         Las horas maduras
                           Caen sobre la vida


 Vicente Huidobro

De Poemas Árticos (1918)

11 de abril de 2016

El pueblo bajo las nubes... Juan L. Ortiz

El pueblo bajo las nubes...

Duerme el pueblo. ¿Es ello cierto bajo esta luz casi nevada de un jardín algodonoso que flota, se abre, y ciérrase sobre las calles solas en una fantasía toda infantil de pura?Yo sé, oh, que las cosas, sólo las cosas, sólo, se iluminan en esta irradiación alada y  candida—  Grandes  cisnes  efímeros sobre un sueño de cal y de follajes?



Juan L. Ortiz 
De El ángel inclinado (1937)

10 de abril de 2016

Domingo, Juan L. Ortiz

Domingo

El sol y el viento, solos, sobre el pueblo.
Alegría de cal, de callejones últimos
entre un pudor de ramas,
por donde mis paseados, lentos días
salían a suaves campos.
Vecino era del agua y de la luz.

Campanas. Oh, la infancia que era como estas hojas,
gracia viva del aire y los reflejos
bajo la penetrante, mansa mirada de la tarde.


Juan L. Ortiz

9 de abril de 2016

Señor, Juan L. Ortiz

Señor...

                                            He sido, tal vez, una rama de árbol,
                                            una   sombra  de pájaro,
                                            el reflejo de un río...

Señor,
esta mañana tengo
los párpados frescos como hojas,
las pupilas tan limpias como de agua,
un cristal en la voz como de pájaro,
la piel toda mojada de rocío,
y en las venas,
en vez de sangre,
una dulce corriente vegetal.

Señor,
esta mañana tengo
los párpados iguales que hojas nuevas,
y temblorosa de oros,
abierta  y  pura  como  el  cielo  el  alma.

Juan L. Ortiz 

De El agua y la noche

8 de abril de 2016

El río tiene esta mañana, Juan L. Ortiz

El río tiene esta mañana, amigos,
una fisonomía cambiante, móvil,
en su amor con el cielo melodioso de otoño.
Como una fisonomía dichosa cambia, como  una  fisonomía  sensible,  sensitiva.
Orillas. Isla de enfrente.
Cómo danzaría la alegría allí,
cómo danzaría,
ebria de ritmo ante las formas de las nubes,
de las ramas, de la gracia de los follajes
penetrados de cielo pálido y dichoso!
¡Cómo danzaría la alegría allí! Orillas.
Una mujer que va hacia una canoa.
Hombres  del  lado  opuesto  que  cargan  la  suya.
Los gestos de los hombres y el paso de la mujer
y el canto de los pájaros se acuerdan
con el agua y el cielo en un secreto ritmo.
Un momento de olvido musical, un momento. 
Un momento  de  olvido  para  nosotros,  claro.



Juan L. Ortiz 
De El ángel inclinado (1937)

7 de abril de 2016

José Luis Colombini leyendo Luna vaga disuelta y Fuí al río de Juan L. Ortiz

José Luis Colombini leyendo Luna vaga disuelta y Fuí al río de Juan L. Ortiz
Vide del Café Literario del Jueves 07 de Mayo de 2009, en Big Pancho, Sarmiento 269, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Cuyo tema fue EL RÍO y coordino la velada MIGUEL ANGEL ORTIZ.

LUNA VAGA, DISUELTA ... de El agua y la noche (1924-1932)

Luna vaga, disuelta.
¡Oh, dulzura del río:
palidez profunda
velada de un presentimiento de alba
en la noche aún tierna!
Dulzura que arde
de un rumor numeroso
que la brisa delgada, llena de sueño ya,
quiere apagar en vano,
pues de pronto se exalta, aguda, en ese canto
de pájaro:
gorgoteo
de agua pura y sola
en el fondo agreste de la noche.
Orilla que se va
o se queda. Se queda
mirándonos con gesto simple, pero
lleno de musicales sortilegios.

Orilla medio desnuda,
sin casi árboles,
y que piérdese en un antiguo cielo de maravilla.
Dulzura agreste, eterna, de las noches
frente al escalofrío sucesivo de las almas!

Juan L Ortiz


***********************

FUI AL RIO... Juan L Ortiz de El angel inclinado (1937)

Fui al río, y lo sentía
cerca de mí, enfrente de mí.
Las ramas tenían voces
que no llegaban hasta mí.
La corriente decía
cosas que no entendía.
Me angustiaba casi.
Quería comprenderlo,
sentir qué decía el cielo vago y pálido en él
con sus primeras sílabas alargadas,
pero no podía.
Regresaba
—¿Era yo el que regresaba?—
en la angustia vaga
de sentirme solo entre las cosas últimas y secretas.
De pronto sentí el rio en mí,
corría en mí
con sus orillas trémulas de señas,
con sus hondos reflejos apenas estrellados.
Corría el río en mí con sus ramajes.
Era yo un río en el anochecer,
y suspiraban en mí los árboles,
y el sendero y las hierbas se apagaban en mi.

Me atravesaba un río, me atravesaba un río!

6 de abril de 2016

Siesta, Juan L. Ortiz

Siesta

Tendido a la sombra de
un árbol, yo soy un niño
dormido en medio del campo
La tierra parece que
tiene suavidad de falda.
El cielo puro de agua
da con su vaga corriente
unas espumas de nubes
y sobre el cielo, el follaje
un traslúcido bordado
hace y deshace, indeciso,
reduciendo el lujo etéreo
a un temblor de monedas
que me enriquecen la sombra.
El viento entra en el sueño
como una música que
trae el anhelo del campo,
ya extático o vagabundo,
soñando con sus secretos,
o tendido al horizonte.
El viento dice el ensueño
de esta paz verde y fluida
bajo su respiración.
Tendido a la sombra de
un árbol, yo soy un niño
dormido en medio del campo

Juan L Ortiz

De El agua y la noche

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