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18 de marzo de 2016

Sobre El Lobo Estepario (2° Parte), Hermann Hesse


Del «Epílogo a mis amigos»

 Sin embargo, el problema del hombre que envejece, la célebre tragicomedia del hombre de cincuenta años, no es en absoluto el único tema de estos versos. No sólo se trata de la reaparición de sus impulsos vitales, sino más bien de una de esas etapas de la vida, en las que el espíritu se cansa de sí mismo, se autodestrona y cede el sitio a la naturaleza, al caos, a lo animal. En mi vida han alternado siempre períodos de sublimación febril, de ascetismo dirigido hacia una espiritualización, con tiempos en que me entregaba a una sensualidad ingenua, infantil, insensata, o a la locura y al peligro... Yo entendía lo espiritual, en el sentido más amplio, mejor que lo sensual; a la hora de pensar o escribir podía competir con un cierto número de contemporáneos prestigiosos, en cambio bailando el «shimmy» y en las artes del vividor era un bárbaro, aunque sabía que estas artes también son valiosas y forman parte de la cultura.
 Con los años, y ahora que en realidad ya no me hace ilusión escribir cosas bonitas, y que sólo me impulsa a escribir un cierto amor apasionado y tardío por el conocimiento de mi propio yo y por la sinceridad, había que sacar a la luz de la conciencia y de la forma esta mitad de la vida oculta hasta ahora. No me fue fácil... Muchos de mis amigos me dijeron con toda claridad que mis últimos intentos en la vida y en la poesía eran desvarios irresponsables... Pero no se trata aquí de opiniones y actitudes; ¡para mí se trata de necesidades!

El lobo

 Nunca había hecho un invierno tan frío y tan largo en las montañas francesas. Desde hacía semanas el aire era claro, áspero y frío. Durante el día las amplias laderas nevadas se extendían interminables con su blancura mate bajo el deslumbrante cielo azul, de noche la luna pasaba por encima, clara y pequeña, una luna terrible, de helada, de brillo amarillo, cuya fuerte luz se volvía azul y sombría sobre la nieve y parecía la helada misma. Las gentes evitaban todos los caminos y especialmente las alturas; apáticas y malhumoradas permanecían en las cabanas del pueblo, cuyas ventanas rojas parecían por la noche turbias de humo a la luz azul de la luna y se apagaban pronto.
 Fue aquél un tiempo difícil para los animales de la región. Los más pequeños se helaron en gran número, también los pájaros sucumbieron a las heladas, y los consumidos cadáveres fueron el botín de halcones y lobos. Pero éstos también sufrieron terriblemente con la helada y el hambre. Vivían allí sólo algunas familias de lobos, y la necesidad les empujó a formar grupos más unidos. De día salían solos. Aquí y allá vagaba alguno por la nieve, delgado, hambriento y alerta, silencioso y huidizo como un fantasma. Su delgada sombra se deslizaba junto a él sobre la superficie nevada. Husmeando volvía el morro afilado al viento y emitía de vez en cuando un aullido seco, atormentado. Por la noche salían todos y se agrupaban con aullidos roncos alrededor de los pueblos. Allí el ganado y las aves estaban bien guardados y detrás de sólidas contraventanas esperaban las escopetas. Sólo de vez en cuando caía una presa pequeña, quizás un perro, y dos de la jauría ya habían muerto a tiros.
 Las heladas continuaron. A menudo los lobos permanecían tumbados en silencio, pensativos, calentándose los unos a los otros, escuchando angustiados la mortal soledad, hasta que uno, atormentado por los crueles sufrimientos del hambre, se levantaba de pronto con un bramido espantoso. Entonces los demás volvían su morro hacia él y temblando prorrumpían en aullidos terribles, amenazadores y lastimeros.
 Por fin la parte más pequeña de la manada decidió emigrar. A primeras horas de la mañana abandonaron sus guaridas, se reunieron y olfatearon excitados y asustados el aire helado. Luego echaron a andar deprisa y ordenadamente. Los que se quedaron atrás los miraron con grandes ojos vidriosos, caminaron unos cuantos pasos tras ellos, se detuvieron indecisos y perplejos y volvieron despacio a sus cuevas vacías.
 Los emigrantes se separaron a mediodía. Tres de ellos se dirigieron hacia el Este, hacia el Jura Suizo, los otros siguieron hacia el Sur. Los tres eran animales hermosos, fuertes, pero terriblemente demacrados. El vientre claro, hundido, era delgado como una correa, en el pecho destacaban penosamente las costillas, las fauces estaban secas y los ojos abiertos y desesperados. Los tres juntos penetraron profundamente en el Jura, capturaron al segundo día un carnero, al tercero un perro y un potro y por todas partes fueron perseguidos por el campesinado furioso. En la región, rica en pueblos y pequeñas ciudades, cundió el miedo y la alarma ante los desacostumbrados intrusos. Los trineos del correo fueron armados, nadie iba de un pueblo a otro sin escopeta. En aquella región desconocida, los tres animales se sentían, después de haber hecho tan buenas presas, temerosos y a gusto; se volvieron más audaces de lo que habían sido en sus territorios e irrumpieron de día en el establo de una granja. Mugidos de vacas, crepitar de vallas de madera que se astillan, ruido de cascos y un aliento caliente, ávido, llenaron el estrecho y cálido espacio. Pero esta vez se interpusieron los hombres. Se había puesto precio a los lobos, eso multiplicó el valor de los campesinos. Y mataron a dos lobos; a uno le pasó un tiro de escopeta.por el cuello, al otro le dieron muerte con un hacha. El tercero escapó y corrió hasta que cayó medio muerto en la nieve. Era el más joven y hermoso, un animal soberbio de enorme fuerza y formas ágiles. Largo tiempo permaneció tendido jadeando. Delante de sus ojos giraban círculos rojos de sangre y a ratos lanzaba un gemido silbante y dolorido. Un hachazo le había dado en el lomo. Pero se recuperó y pudo levantarse de nuevo. Entonces vio cuánto había corrido. Por ninguna parte se veían personas o casas. Cerca se erguía una gran montaña nevada. Era el Chasseral. Decidió rodearlo. Como le atormentaba la sed, comió pequeños trozos de la costra helada de la nieve.
 Al otro lado de la montaña se encontró en seguida con un pueblo. Estaba anocheciendo. Esperó en un bosque espeso de abetos. Luego caminó sigiloso alrededor de las vallas de los jardines siguiendo el olor de los establos calientes. No había nadie en la calle. Temeroso y ansioso miró entre las casas. Entonces sonó un disparo. Levantó la cabeza e intentó correr cuando sonó el segundo. Estaba herido. Su bajo vientre blanquecino estaba manchado en un lado de sangre que caía espesa en gruesas gotas. A pesar de todo logró escapar con grandes zancadas y alcanzar el bosque lejano. Allí esperó escuchando un momento y oyó voces y pasos que venían de dos lados. Lleno de miedo contempló la montaña. Era pendiente, con bosque, difícil de subir. Pero no tenía otra salida. Con respiración jadeante trepó por la ladera pendiente, mientras abajo se extendía un tumulto de blasfemias, órdenes y luces de linternas. Temblando, el lobo herido fue trepando por el bosque semioscuro de abetos, mientras la sangre caía lentamente de su costado.
 El frío había disminuido. El cielo del oeste estaba cubierto de neblina y parecía prometer una nevada.
 Por fin el agotado animal alcanzó la cima. Se encontraba sobre un gran campo de nieve, ligeramente inclinado, cerca de Mont Crosin, encima del pueblo del que había escapado. No sentía hambre, pero sí un dolor turbio y atenazador procedente de la herida. Un aullido débil, enfermo, salió de su boca abierta, su corazón dolorido latía pesadamente y sentía la mano de la muerte como una carga inmensamente pesada. Un abeto solitario de anchas ramas lo atrajo, allí se sentó y se quedó mirando con ojos tristes la noche gris de nieve. Transcurrió media hora. Ahora caía una tenue luz roja sobre la nieve, 'extraña y suave. El lobo se levantó con un gemido y dirigió su hermosa cabeza hacia la luz. Era la luna que salía por el sudeste, gigantesca y roja como la sangre, elevándose lentamente en el cielo turbio. Hacía muchas semanas que no había sido tan roja y tan grande. Con tristeza el animal moribundo contempló el disco lunar, y de nuevo un gemido débil salió a la noche, doloroso y apagado.
 Se acercaron luces y pasos. Campesinos con gruesos abrigos, cazadores y muchachos jóvenes con gorras de piel y toscas polainas avanzaban por la nieve. Sonaron gritos de júbilo. Habían descubierto el lobo moribundo, hicieron dos disparos y ambos fallaron. Vieron que ya estaba muñéndose y se lanzaron sobre él con palos y estacas. Ya no sintió nada.
 Con los miembros rotos lo bajaron hasta St. Immer. Reían, alardeaban, esperaban gozosos el aguardiente y el café, cantaban, blasfemaban. Ninguno vio la belleza del bosque nevado, ni el brillo de la altiplanicie, ni la luna roja sobre el Chasseral cuya luz débil se quebraba en los cañones de sus escopetas, en la nieve, y en los ojos vidriosos del lobo muerto.

 En la colección «Traumfáhrte», vol. 6, página 445 de la edición alemana de Obras Completas existe una variante narrativa interesante.

 El contenido y el objetivo del «Steppenwolf» no son la crítica del tiempo, ni nerviosismos personales, sino Mozart y los inmortales. Pensaba acercárselos a los lectores, poniéndome yo completamente al descubierto —la respuesta ha sido el desprecio y el sarcasmo—. Los mismos lectores que tomaron a risa o atacaron al «Steppenwolf» estaban luego entusiasmados con «Goldmund», porque no transcurre hoy, no exige nada de ellos, y no les confronta con la cochambre de su propia vida y de su manera de pensar. Esa es, en mi opinión, la diferencia entre ambos libros; existe en el lector, no en mí.
 La misión del «Steppenwolf» era mostrar la falta de espiritualidad de las tendencias de nuestro tiempo y su efecto destructivo sobre el espíritu y el carácter superior, salvando algunos de los postulados «eternos» para mí. .Prescindí de las mascaradas y me puse al descubierto para poder ofrecer el escenario del libro en su totalidad y con autenticidad implacable: el alma de un ser con un talento y una cultura superiores al promedio, que sufre bajo su época pero que cree en valores intemporales. El lector alemán se ha divertido con el sufrimiento de Harry y le ha dado golpecitos en el hombro; ese ha sido todo el éxito del esfuerzo.
 (Carta, 1931 ó 1932)

 Usted ha descubierto en «Klingsor» la poesía que echa de menos en «Steppenwolf». Pero lo que sucede es que no ha sabido encontrarla allí. El «Steppenwolf» está construido con tanto rigor como un canon o una fuga, y le he dado forma hasta donde me ha sido posible. Juega e incluso baila. Pero la alegría con la que lo hace tiene sus fuentes de energía en un grado de frialdad y desesperación que Usted no conoce. No hay forma sin fe, y no hay fe sin desesperación previa, sin conocer antes (y también después) el caos.
 (Carta, 1932)

 Tome Usted del «Steppenwolf» lo que no es sólo crítica y problemática del tiempo: la fe en el sentido, en la inmortalidad. En «Morgenlandfahrt»
 («Viaje a Oriente») son los amantes y sirvientes. Es lo mismo. Cuanto menos creo en nuestro tiempo y más veo que la humanidad se estropea y se reseca, menos opongo a esta decadencia la revolución, y más creo en la magia del amor. Guardar silencio sobre lo que está en boca de todos, ya es algo. Sonreír sin hostilidad sobre personas e instituciones, luchar contra la falta de amor en el mundo con un poco más de amor en lo pequeño y privado: con mayor lealtad en el trabajo, con más paciencia, renunciando a ciertas venganzas baratas de la burla y la crítica: éstos son los pequeños caminos que se pueden seguir. Me alegro de haberlo escrito ya en el «Steppenwolf»: el mundo no ha sido nunca un paraíso, no es que antes fuera bueno y hoy sea un infierno, siempre, en todas las épocas, ha sido imperfecto y sucio y necesita para ser soportable y valioso, el amor y la fe.
 (Carta, 1933)

 En su última carta ha olvidado Usted por completo lo que le movió a escribirme y a lo que reaccioné en mis dos primeras contestaciones. Usted preguntaba si en el «Steppenwolf» yo tomaba algo en serio o si proponía simplemente un adormecimiento agradable en borracheras de opio. El hecho de que con mis libros y mi vida no haya conseguido que la gente comprenda que me tomo las cosas en serio, constituye para mí no sólo una desilusión personal, sino también una fundamental desilusión. Por su última carta veo, además, que también conoce «Siddhartha». Así que cuando estaba leyendo el «Steppenwolf» pensó quizás: quien ha escrito «Siddhartha», dice ahora al parecer todo lo contrario... El «Steppenwolf» no es materia adecuada para nuestra discusión, porque tiene un tema que Usted no conoce: la crisis vital del hombre que ronda los cincuenta años. De ahí vienen seguramente los malentendidos.
 (Carta, 1933)

 He seguido el dudoso camino de la confesión, hasta «Mongernlandfahrt»; en casi todos mis libros he dado testimonio más de mis debilidades y dificultades que de la fe que a pesar de aquéllas ha hecho posible y fortalecido mi vida.
 Si Usted pudiese emanciparse de sí mismo por una hora comprendería por ejemplo, que el «Steppenwolf» no trata únicamente de Haller, sino en la misma medida de Mozart y de los Inmortables. Y descubriría en mis relatos anteriores, en el «Knulp», en «Siddhartha», etc., una fe no formulada dogmáticamente, pero de todos modos una fe. He intentado formularla por primera vez poéticamente en «Morgenlandfahrt» y, de manera directa, en la poesía que figura al final de mi librito de poesías de la editorial Insel . Desde hace casi cuatro años estoy meditando un plan que me ha de conducir más lejos y que constituirá un testimonio más claro.
(Carta, 1935)

Lo siento, pero no le puedo explicar el «Steppenwolf». En el epílogo que publiqué hace algunos años en la edición de la «Büchergilde» ya esbocé lo que pretendía. Sin embargo, el problema que tiene que vencer Harry Haller no podrá nunca ser entendido en toda su complejidad por los lectores muy jóvenes. Tampoco es necesario. Usted ha podido comprobar por sí mismo que uno puede querer un libro y compenetrarse con él, aunque no pueda analizarlo exactamente. Usted ya ha encontrado el acceso al «Steppenwolf» y a todos mis libros, la comprensión se irá formando ella sola.
 Sin ánimo de darle lecciones, me permito un consejo: si otros rechazan un libro o una obra de arte que Usted ama, es inútil oponerse o querer defenderlos. Hay que dar la cara por su amor y no renegar de él, desde luego, pero no hay que discutir sobre el objeto de ese amor. No conduce a nada. Los libros de los poetas no necesitan explicaciones, ni defensa, son muy pacientes y pueden esperar, y si valen algo, pueden vivir más que todos los que discuten sobre ellos.
 (Carta, 1951)

Hermann Hesse



17 de marzo de 2016

Sobre El lobo estepario (1° Parte ), Hermann Hesse

«Der Steppenwolf»
(«»)  El Lobo estepario 

 ¿Es preciso decir que «Der Steppenwolf» es una novela que en cuanto a audacia experimental puede igualarse al «Ulysses» y los «Faux Monnayeurs»?
 Thomas Mann

 Hemos aullado con los lobos, que deberíamos haber despedazado. Nos hubiese ido mejor a todos, si hubiésemos aullado con el Lobo estepario.
 Rudolf Hagelstange

Epílogo a la edición suiza de «Der Steppenwolf»
(1941)

 Las obras literarias pueden sufrir muy diversos malentendidos e interpretaciones erróneas. En la mayoría de los casos, el autor de una obra no es la instancia a la que corresponde decidir dónde acaba en los lectores la comprensión y empieza la incomprensión. Hay autores que se han encontrado con lectores para los que su obra era más transparente que para ellos mismos. Además, también los malentendidos pueden ser fructíferos en algunos casos.
 Creo que el «Steppenwolf» es el libro mío que más a menudo y con más vehemencia ha sido mal interpretado y muchas veces han sido precisamente los lectores partidarios del libro, e incluso los que estaban entusiasmados con él, y no los adversarios, los que han hablado de la novela de una manera para mí extraña. En parte, pero solamente en parte, la frecuencia de estos casos se debe a que este libro está escrito por un hombre de cincuenta años y que tratando precisamente de los problemas de esa edad, ha caído muy a menudo en manos de lectores muy jóvenes.
 Pero también entre los lectores de mi edad, me he encontrado a menudo con algunos a los que había impresionado mi libro, pero que curiosamente sólo captaban la mitad de su contenido. Creo que estos lectores se han encontrado a sí mismos en el « Steppenwolf», se han identificado con él, han sufrido y soñado con él sus penas y sus sueños, y han olvidado por completo que el libro sabe y habla de otras cosas que de Harry Haller y sus dificultades; que por encima del «Steppenwolf» y su vida problemática, se alza un segundo mundo, más alto, eterno, y que el «Traktat» y todos aquellos pasajes del libro que tratan del espíritu, del arte y de los «Inmortales», oponen al mundo de sufrimiento del «Steppenwolf» un mundo de fe positivo, alegre, suprapersonal y supratemporal; que el libro habla de sufrimiento y penas pero que no es en absoluto el libro de un desesperado, sino de un creyente.
 Yo desde luego no quiero ni puedo prescribir a los lectores cómo deben entender mi historia. Que cada uno haga con ella lo que le parezca conveniente y le resulte útil. Pero me gustaría, que muchos se diesen cuenta de que la historia del «Steppenwolf» relata una enfermedad y una crisis, pero no una enfermedad que conduce a la muerte, no un desastre, sino lo contrario: una curación.

De la «Neue Rundschau»
(1926)
«Der Steppemoolf»
Fragmento de un diario en versos

DESALIENTO

 ¡Si hubiese seguido siendo aquel solitario y asceta
 En lugar de sumergirme en este mundo colorido,
 Enamorarme de nuevo ardientemente,
 Consumirme de nuevo en llamas!
 Ahora, viejo, comprendo entristecido
 Que este hacer es ridículo y vano,
 Que he empezado demasiado tarde,
 ¡Ni siquiera sé bailar bien el «onestep»!
 Pero ya que he empezado
 A hundirme en el fango caliente,
 Esta vida me tiene enredado por completo,
 Ya no se puede contener ni aplacar.
 Bailo, sigo bailando, caigo y me hundo,
 Entregado al juego, a la bebida y al placer,
 Cada día me pierdo y me ahogo más
 En este agradable desenfreno.

VELADA MALOGRADA

 Me habían invitado aquella noche
 Pero no estaba animado,
 Tenía resaca y dolor de cabeza
 esos dolores en las pantorrillas que
 Nada bueno pueden significar.
 luego aquella gente había colgado
 Unos cuadros tan estúpidos en su casa,
 Una cabeza de Goethe y otros objetos de arte,
 Al final alguien tocó el piano,
 Con mano enérgica pero ignorante,
 Y en fin, de pronto no pude aguantar más
 En aquella casa, por desgracia tan respetable.
 Le dije cualquier impertinencia a la anfitriona,
 Y como un maleducado me fui corriendo después de la cena,
 Dijeron que lo sentían,
 Pero se veía que era mentira.
 Me fui triste de allí,
 A comprar en algún sitio una muchachita
 Que no tocase el piano y no se interesase por el arte,
 Pero no encontré ninguna y empecé a beber de nuevo
 Aunque hacía un rato había presumido
 De que lo iba a dejar para siempre.

 Decidme ¿estáis todos tan terriblemente solos,
 O soy el único que tiene que estar
 Tan solo, furioso y triste en este hermoso mundo?
 ¿Por qué os invitáis los unos a los otros?
 ¿Por qué colgáis esas bobadas en vuestras paredes?
 ¿Por qué no ponéis un fin rápido y digno
 A esta vida de perros
 Que a nadie puede satisfacer,
 En lugar de tocar el piano y hablar de Thomas Mann?
 No puedo comprenderlo,
 Tanto coñac no es sano,
 Se arruina uno la salud,
 Pero ¿no es más noble sucumbir?

NOCHE ALEGRE

 Es terrible no poder dormir cuando se está afligido
 Y todas las alas cuelgan tristes.
 Es hermoso no poder dormir cuando uno está enamorado
 Y empujan todas las fuentes del deseo.
 Por la noche en el bar, desilusionado y solo, quise irme,
 Pagué mi whisky y me fui cansino y triste de allí,
 Pero en la escalera me detuve fascinado,
 Dispuesto a volver a empezar la noche.

 Vinieron Gisela y Emmy, y en ese momento
 Los músicos iniciaron arriba el más divino «onestep».
 ¡Oh, qué jubilosos y rápidos fluían los alados compases!
 Todos volvimos a inflamarnos, bailamos enloquecidos y en llamas.

 Ahora amanece y estoy tumbado en la cama,
 Floreciente todavía el perfume de Gisela en todos los sentidos,
 Canturreo el «Shimmy», pienso en Emmy, y no me importaría
 Volver a empezar esa noche.

TRAS LA NOCHE EN «EL CIERVO»

 Dormitábamos en el bar, ligeramente borrachos,
 Mi mejilla apoyada, contra tu cuello blanco,
 Tu abrigo de piel tenía un olor delicado y denso tu pelo negro,
 De pronto tuve miedo de tu juventud.
 ¿Qué quiero aquí en estos hermosos brazos,
 Junto a este pecho, sobre estas rodillas jóvenes,
 Yo, el viejo al que nunca sonrió la suerte?
 Tú eres demasiado joven para mí, demasiado hermosa,
 demasiado cálida.
 ¿Qué busco aquí junto a estas mesas de mármol,
 Donde corre el jerez y hay cubiletes de dados?
 Quiero irme con el genio del agua y los peces,
 A casa, a la miseria de siempre.
 Lárgate, payaso, de este círculo alegre,
 Donde florece la frivolidad y ríe la belleza,
 Toma tu sombrero, hace rato que sonaron las campanas
 de medianoche,
 Corre a casa, viejo loco y húndete!
 Entonces me puse en pie, ellos no se dieron cuenta,
 Fuera en el canal flotaban las estrellas.
 Delante de mi casa había un perro extraño,
 Me olió y huyó del desconocido,
 Subí las escaleras, cada zapato pesaba cincuenta kilos.
 En el espejo vi mis párpados enrojecidos,
 Y el pelo gris, marchito y arruinado.
 ¡Ojalá me hubiese mordido y devorado el extraño perro!
 Voy cuesta abajo, la juventud no volverá.



FIESTA DEL SÁBADO POR LA NOCHE

 Hoy estuvo la hermosa milanesa,
 Bailamos poco, estuvimos mucho rato sentados hablando,
 A las cinco llegué a casa,
 En el cielo se veía que el día ya estaba cerca.
 Querida, no debes reñirme ni reírte,
 La milanesa parecía un sueño,
 Sus ojos y su boca tienen un trazo tan claro,
 Durante dos horas estuve enamorado de ella,
 Y no le pedí más
 De lo que cada mujer entrega voluntariamente a cualquier hombre.
 Ahora vuelvo la mirada a la noche de fiesta,
 Que me trajo algo así como felicidad,
 Y sueño con tu pelo negro,
¡Alma querida, si estuvieses aquí!
 Mi deseo sólo está dirigido a ti,
 Nunca iré a Milán,
 Aunque lo prometí sin pensarlo mucho,
 La mañana del domingo se asoma a mi habitación,
 Sólo he dormido un instante y en sueños vi
 Fundirse a la milanesa contigo.
 Mujer y serpiente debajo del árbol de la vida,
 Abrazándome con la fuerza y el ardor
 Que sentía antaño en mis sueños de juventud,
 Que ninguna realidad desilusiona ni enfría.
 El paraíso estaba en llamas
 Y vosotras dos apretabais mi corazón
 Con tan dulce y mortal amor
 Que me consumí en el dolor de un placer frenético.
 ¿Dónde fue a parar?
 Estoy tumbado, desde hace horas esperando el sueño,
 Cansado, cansado, pero un poco contento todavía.
 Lo sé, no seguirá así mucho tiempo.

CADA NOCHE

 Cada noche la misma calamidad,
 Primero bailo, río y bebo,
 Luego llego cansado a mi habitación
 Y me dejo caer en la cama fresca.
 Breve sueño y larga vigilia,
 Escribo versos sobre el papel,
 ¡Dios mío, es para reírse!
 Tumbado entre ruinas de sueño,
 Deseo el fin de este tormento,
 En almohadas deshechas hundo
 Mis mejillas ardientes, mis manos húmedas,
 Dejo correr el whisky por la garganta,
 Y en los abismos perdidos
 Llora el alma ahogada.
 De algún lugar infernal
 Viene despacio la mañana,
 Y el día con terribles
 Ojos se queda mirando mis pecados.

DE NOCHE TAN TARDE

 Volver a casa tan tarde por la noche,
 Enamorado, desdeñado, sin un beso reconfortante,
 contemplar los pálidos campos celestes,
Donde Orion avanza triste hacia la tierra!
 luego en casa, acogido por la luz y la cama,
Tumbarse solitario y defraudado,
 Agitado por pesados deseos,
 Desear en vano el sueño, el consuelo,
 Abrumado por una vida malgastada,
 Cavar en los túneles del recuerdo
 Y saber que sólo nos queda un consuelo
 Poder morir después de tener que vivir!

LOBO ESTEPARIO

 Yo, el lobo estepario, camino y camino,
 El mundo está cubierto de nieve,
 En el abedul aletea el cuervo,
 Pero no veo por ninguna parte un conejo o un ciervo.
 Estoy tan enamorado de los ciervos,
 ¡Si encontrase uno!
 Lo cogería con los dientes, con las manos,
 No hay nada más hermoso.
 Sería tan bueno con ese ser encantador,
 Le daría un mordisco profundo en sus ancas,
 Me llenaría de su sangre roja,
 Para luego aullar toda la noche.
 Hasta con un conejo me contentaría,
 Dulce sabe su carne caliente en la noche,
 ¿Es que se ha alejado de mí
 Todo lo que alegra un poco la vida?
 En mi rabo el pelo ya está gris,
 Tampoco puedo ver ya claramente,
 Ya hace años murió mi querida esposa.
 Y ahora camino y sueño con ciervos,
 Camino y sueño con conejos,
 Oigo al viento soplar en la noche de invierno,
 Refresco mi garganta ardiente con la nieve,
 Llevo al diablo mi pobre alma.

«LA FLAUTA MÁGICA» EN UN DOMINGO POR LA TARDE

 Hoy cometí un error.
 Siguiendo un deseo ingenuo
 Fui a ver «La Flauta Mágica».
 En la noche del teatro
 Estuve escuchando emocionado los tonos demasiado queridos,
 Las lágrimas corrían ardientes por mis mejillas,
 Llena de encanto me saludó la bella inmortal,
 Que una vez fue mi cobijo y ahora me era extraña.
 ¡Oh, cómo cantaban aquellos ángeles!
 ¡Cuan delicadamente sonaba la flauta de Tamino!
 Todas las emociones del arte que me han hecho feliz alguna vez,
 Atravesaron de nuevo mi corazón asustado,
 Se encresparon y se convirtieron en dolor furioso.
 A mi alrededor, en la nube de hedores y crujido de programas,
 Los satisfechos burgueses domingueros
 Aplaudieron la obra y se fueron a casa.
 Pero yo, que no conozco ni patria ni descanso,
 Que sólo he sabido recoger siempre las espinas,
 Camino errante por la noche clavándome .
 Profundamente todas las lanzas del deseo en el pecho,
 Echo a correr, para pegarme un tiro cuanto antes,
 Pero como diletante que soy de nacimiento
 Terminaré más tarde, cuando haya caminado hasta el
 sudor y el agotamiento
 En alguna parte donde corra el vino y el coñac.

ANTE EL ESPEJO

 Tantos años he vivido lejos del mundo,
 Extraño en este mercado de mujeres y placeres,
 Salvaje, descuidado, independiente,
 Hermano de los árboles, amigo de los lagos y ríos.
 Ahora aprendo a malgastar las tardes
 Cuidando el peinado, la corbata, la camisa y la piel.
 A salir en «smoking» y zapato de charol,
 Aprendo a pasar junto al botones hacia la música de baile.
 En el espejo veo sonreír mi cara,
 Un poco cansada, un poco más gris, más pálida,
 Un poco más depravada también y con más arrugas,
 En otro tiempo la mirada era clara, la frente luminosa,
 Mejillas y labios más risueños y suaves,
 Entonces no necesitaba polvos ni pomada.
 ¡Ahora viejecito, peínate con primor la raya,
 Afeítate bien y ponte la camisa de gala!
 Seguramente todo tu esfuerzo será inútil,
 Seguirás siendo un extraño en este mundo.
 Y un día te reclamarán el bosque,
 El arroyo, la lluvia, las estrellas, las montañas, los lagos,
 recorras lejos de ti las bonitas baratijas
 recorrerás otra vez los viejos caminos,
 Podrás caminar de nuevo, vagar, mirar,
 Beber hasta el fondo el cáliz de la soledad
 morir sin ser visto en el desierto.

FIEBRE

 Fui en tren a ver a mi amada,
 Volví por la noche, aterido bajo la lluvia y el granizo,
 Me metí en seguida en la cama con fiebre,
 Pues la fidelidad no es una ilusión vana.
 Ahora he cogido una buena gripe,
 Sueño cosas horribles, inimaginables,
 A veces cuando triunfa la razón,
 Me preparo un ponche.
 Mañana por la mañana me daré un baño caliente
 De unos sesenta grados,
 Pero si ya no tengo remedio,
 Tendré que morirme,
 Pero antes quisiera escribir,
 Lo que aún creo que tengo que decir,
 Y no me importa si alegra o interesa todavía
 A mis amigos o enemigos.

 A mi amada le beso
 Los ojos, la boca, el cuello, las rodillas, los pies,
 La he querido más de lo que ella imagina
 Y me hizo sufrir más
 De lo que jamás había sufrido en este mundo.
 Sus bellos dedos, su pie, su grácil andar
 Merecen devoción, gratitud y elogio.

 Amigos míos, queridos compañeros,
 Estáis invitados a una copa de despedida,
 Os invito a una ronda de cien botellas de vino de Borgoña.
 Hablad de mí como queráis,
 Pero hacedlo con vino, con la risa en los labios!
 Os doy las gracias en esta hora de angustia;
 De todo lo que me dieron los seres humanos,
 Lo mejor fue vuestra amistad,
 Una y otra vez perseguí el amor,
 Una y otra vez leí agradecido en vuestros ojos,
 Que para mí también florece la flor de la vida,
 Que para mí también arde la llamita del amor.

 ¡Ay, vientos, montañas, mundo multicolor de imágenes,
 Dejad que os abrace y estreche una vez más,
 Lagos azules, nubes espumosas que me fascinaron
 Y alegraron tantos días de verano!
 ¡También de ti me despido y te doy las gracias,
 Dulce música, juego divino,
 Bosque de tonos, arabescos de melodías
 ¡A ninguna otra diosa debo
 Tantas alegrías reconfortantes, dolorosas, profundas!
 Pero más que todas vosotras, queridas espumas,
 La oscura hermana silenciosa,
 Es más entrañable para mí que el amor, más querida
 que todos los sueños,
 Sé bienvenida muerte, deseada profundamente.
 Corro hacia ti, a través del dolor y la fiebre;
 Mi corazón te desea hace tiempo
 Ante ti me consumo en amor risueño:
 ¡Tómame! ¡Apágame! He vivido bastante.



LIBERTINO

 Roja florece la flor del placer,
 Rosa sonríe el capullo sobre tu pecho,
 Se estremece trémulo bajo mi lengua.
 Antes era un niño que
 Aprendía griego e iba a la confirmación,
 El hijo prometedor de un padre piadoso.
 Pero poco he cumplido
 De lo que entonces prometí,
 Salí de vuestro jardín y
 Vago errante por el desierto,
 Perseguido y atormentado por aquella imagen de la juventud,
 Que trato de borrar y asesinar lentamente.
 Quizás la asesine, muchacha, en tu corazón,
 Quizás, antes de que se apague esta hora de placer
 Apriete las manos alrededor de tu garganta palpitante.
 ¡Oh, qué oscura florece la sonrisa de tus labios!
 ¡Bésame! ¡Muérdeme! Y quizás dentro de una hora
 Todo haya pasado y concluido:
 Extinguida la imagen, vuelta la página molesta.
 Sangre florece en la cama y la policía busca al autor.

 Roja florece la flor en tu pecho!
 Amar a personas como tú no es bueno.
 Que tú me hayas tenido que amar,
 Lo pagamos nosotros, pequeño tormento,
 Lo pagamos nosotros dos
 Con nuestra sangre.




PRESAGIOS

 A veces siento haber comenzado
 Esta vida de lobo estepario demasiado tarde.
 Si me hubiese dedicado a ella más joven,
 Hubiese sido una fuente de muchos placeres.
 A veces presiento detrás de toda esta confusión,
 Detrás de las máscaras que aún tienen que caer,
 Un placer de libertad sin límites,
 El saludo lejano de un futuro refrescante:
 Me veo atravesar con una risa la pared
 Que me separa del espacio estrellado,
 Y pasar a donde están los grandes
 Pecadores, cuyos hechos no nombra ya ninguna palabra,
 Me veo clavado por el pueblo a la cruz,
 Coronado de espinas sobresalir entre la masa desconocida,
 Veo acercarse el sol y las estrellas,
 Me siento transportado al espacio.

 Pero esos espacios estrellados helados,
 Esos escalofríos del infinito,
 Son por desgracia sólo sueños queridos!
 Nunca me he liberado de verdad,
 Nunca he abandonado en serio a los
 Habitantes de estas tristes callejuelas,
 Sólo he probado la bebida de los dioses!
 Por eso me encuentro tañías veces sumido en el espeso polvo,
 Arrodillado y desgarrado por el dolor,
 Ocupo el banquillo de los pobres pecadores,
 Escucho aterrado mi conciencia,
 En cuya voz ya no creo.



POETA BORRACHO

 Quisiera ser católico,
 Para que el Redentor hubiese muerto por mí,
 Mi vida está completamente arruinada,
 Lo noto en los ojos y en la nuca.
 La muerte está instalada en mi corazón
 Como un fantasma en una casa abandonada,
 Despacio apaga las luces,
 Una tras otra, todas las velas vacilantes:
 Vela del amor, lucecita de la infancia,
 Llama de la poesía, del hada maravillosa,
 Antorcha del placer y de la ceguera dichosa
 ¡Ay, que tenga que veros vacilar y apagaros todas!

 Pronto cuando esté otra vez borracho,
 Llegará un automóvil a toda velocidad,
 Dentro irá algún rico panadero,
 Me conducirá con mano segura a la muerte.
 Ojalá se parta él también la cabeza,
 Ese católico feliz,
 Dueño de casa, fábrica y jardín,
 Al que esperan dos hijos y una esposa,
 Y que hubiese ganado aún más dinero
 y hubiese engendrado más hijos
 Si un poeta borracho
 No se hubiese cruzado delante de los faros de su coche.
 Ante la muerte hasta el panadero se inclina.

 Pero por él murió el Redentor en la cruz,
 Yo, en cambio, no significo nada...




AL POETA INDIO BHARTRIHARI

 Como tú, antepasado y hermano, voy yo también
 Por la vida zigzagueando entre el instinto y el espíritu,
 Hoy sabio, mañana necio, hoy entregado con fervor
 A Dios, mañana febrilmente a la carne.
 Con ambos flagelos del penitente me azoto los costados
 Hasta sangrar: lujuria y penitencia:
 Monje o libertino, pensador o animal,
 La culpa existencial en mí clama perdón.
 En ambos caminos tengo que pecar,
 En ambos fuegos destruirme ardiendo.
 Los que ayer me veneraron como a un santo,
 Me ven hoy convertido en un libertino.
 Los que ayer estaban conmigo en las alcantarillas,
 Me ven hoy ayunar y rezar,
 Y todos escupen y huyen de mí,
Amante infiel, indigno,
 Trenzo también la flor del desprecio
 Entre las rosas sangrientas de mi corona de espinas.
 Hipócrita, camino por el mundo de la apariencia,
 Odioso para mí como para vosotros,
 un espanto para cualquier niño,
 Y sin embargo, yo sé que todos los actos, los vuestros y los míos,
 Pesan menos ante Dios que el polvo en el viento,
 Y sin embargo, yo sé que en esta senda pecadora sin gloria
 Me llega el aliento divino, debo soportarlo,
 Debo seguir, endeudarme aún más profundamente
 En el delirio del placer, fascinado por la maldad.
 No sé cuál es el sentido de esta vida,
 Con las manos manchadas, depravadas,
 Me quito el polvo y la sangre del rostro
 Y sólo sé que tengo que llegar al final de este camino.



AL FINAL

 De repente se extingue la trémula luz,
 Que me atraía con tantos placeres,
 En los dedos rígidos chilla la gota,
 De repente me encuentro de nuevo en el desierto,
 Lobo estepario, y escupo sobre los añicos
 De las fiestas apagadas sin felicidad,
 Hago mi maleta, vuelvo
 A la estepa, porque tengo que morir.
 Adiós, alegre mundo de imágenes,
 Bailes de máscaras, mujeres demasiado dulces;
 Detrás del telón que cae ahora con estrépito,
 Sé esperar el conocido horror.
 Despacio voy hacia el enemigo,
 El peligro me estrecha más y más.
 El corazón, asustado, con fuertes latidos,
 Espera, espera, espera la muerte.

 En 1928 H. H. publicó en una edición pequeña y única estos poemas junto a otros 29: el título del libro: «Krisis, ein Stück Tagebuch von Hermann Hesse» («Crisis, un trozo de diario de Hermann Hesse»), Presentamos a continuación otros dos poemas y un pasaje del epílogo.

HERMANN EL BORRACHO DIJO A JUAN BAUTISTA

 Todo me parece bien,
 ¡Déjanos seguir caminando!
 Las cosas han seguido su curso,
 Nada se puede cambiar ya.
 Mira, soy una casa vacía,
 Abiertas la puerta y las ventanas,
 Los espíritus entran y salen dando traspiés,
 Todos están borrachos.
Tú, en cambio, tienes aún dinero.
 Paga una copa,
 El mundo está lleno de alegrías, es una pena que huelan mal.

 Otros poetas beben también,
 Pero escriben sobrios,
 Yo suelo hacerlo al revés,
 Sobrio soy tímido.
 Pero llegando la décima copa
 Se esfuma la lógica,
 Entonces me divierte hacer poesías.
 Sin sonrojarme,
 Elogio el tiempo que nos toca vivir,
 Alabo sin reservas,
 Un especialista de la afirmación,
 Como quieren los burgueses.

 El que conozca los placeres de la vida,
 Puede relamerse
 Además tenemos derecho
 A reventar mañana.



ESQUIZOFRÉNICO

 Se acabó la canción,
 Haga el favor de volverse,
 Aflójese el cinturón
 Como si estuviese en su casa!
 Deje a un lado su estimable personalidad
 Y elija como traje de noche
 Cualquier encarnación,
 Don Juan o el Hijo Pródigo,
 O la Gran Prostituta de Babilonia,
 Sólo es para un mejor engaño,
 El vestuario está a su completa disposición.

 ¿Conoció quizás a mis padres?
 Formaban parte de los silenciosos del país,
 Pero también ellos estaban perseguidos por el pecado original,
 Si no no me hubiesen puesto en el mundo,
 Claro que esto carece aquí de importancia,
 Para la procreación me sirvo del bulbo,
 Es la máxima dicha de la tierra,
 Y también puede accionarse eléctricamente.
 Así que permita que nos fecundemos amablemente,
 Como debe ser entre padre e hijo:
 Usted podría ocuparse del gramófono
 Mientras yo pago en la sala de Juntas
 Los impuestos oficiales de fecundación.


Hermann Hesse 


16 de marzo de 2016

Siddhartha, Hermann Hesse

«Siddhartha»

 Este libro extraordinario es, por el gran mensaje que encierra, mi libro favorito.
 Henry Miller

 Tras las sombrías melancolías, los purpúreos desgarramientos del libro «Klingsor», la inquietud logra una especie de descanso: parece haberse alcanzado una etapa desde la que se ofrece una visión lejana del mundo. Pero se presiente que todavía no es la última.
 Stefan Zweig
 Comencé «Siddhartha» en invierno de 1919; entre la primera y la segunda parte hubo un intervalo de casi año y medio. Hice entonces la experiencia —naturalmente no por primera vez, pero con más dureza— de que es absurdo querer escribir sobre algo que uno no ha vivido, y en aquella larga pausa, cuando había desistido ya de escribir «Siddhartha», tuve que recuperar un trozo de vida ascética y meditativa antes de que el mundo del espíritu indio, sagrado y afín desde mi adolescencia, pudiese ser de nuevo una patria real. Que no me quedase en ese mundo, como un converso en la religión elegida, que abandonase una y otra vez ese mundo, que a «Siddhartha» siguiese «Steppenwolf», es algo que a menudo me reprochan con pesar los lectores que aman «Siddhartha», pero no han leído a fondo «Steppenwolf». No tengo nada que decir, respondo tanto del «Steppenwolf» como de «Siddhartha»; ini vida y mi obra constituyen para mí una unidad natural, que me parece innecesario demostrar o defender. (Del epílogo a «Weg nach Innen» («Camino hacia el interior»).)

De un diario
(1920)

 Desde hace varios meses mi poema indio, mi halcón, mi girasol, el héroe Siddhartha está detenido en un capítulo malogrado. Recuerdo perfectamente el día en que vi que no podía seguir, que tenía que esperar, qur debía surgir algo nuevo. Empezó tan bien, crecía tan derecho, y de repente se acabó. Los críticos y biógrafos hablan en estos casos de una disminución de fuerzas, de la paralización de la mano, de una disipación por causas externas —¡Léase cualquier biografía sobre Goethe con sus torpes comentarios!
 Mi caso es simple y tiene explicación. Todo iba espléndidamente en mi obra india mientras escribía sobre lo que yo había vivido: el estado de ánimo del joven «brahmán» que busca la sabiduría, que se mortifica y disciplina, que ha aprendido la humildad y que ahora la descubre como obstáculo en su camino hacia el Bien supremo. Cuando acabé con «Siddhartha», el paciente y asceta, con «Siddhartha», el luchador y sufriente, y quise escribir sobre Siddhartha el vencedor, el afirmador, el dominador, no pude. Sin embargo, un día volveré a él, el día de días, tarde o temprano, y será por fin un vencedor.
 Creo que tiene Usted toda la razón en sus objeciones contra la evolución de «Siddhartha», si ve en mi historia algo paradigmático y pedagógico, una especie de guía de la sabiduría y la vida ejemplar. Pero esa no es mi historia. Si hubiese querido describir a un Siddhartha que alcanza el nirvana o la perfección, hubiese tenido que imaginarme algo que sólo conozco a través de los libros o de mis intuiciones, pero no por mi propia experiencia. Pero no quería ni podía; yo sólo pretendía describir en mi leyenda india las evoluciones y situaciones que conocía y había vivido realmente. No soy ni un líder, ni un maestro, sino un ser que da testimonio, que se afana y busca, que no tiene otra cosa que dar, que el testimonio más auténtico de lo que ha sucedido y ha adquirido importancia para él en su vida. Cuando escribí «Siddhartha», en una época seria e intensa de mi vida, mi profundo deseo era que el pequeño libro fuese leído y juzgado también en la India. Han pasado treinta años antes de que se cumpliese mi deseo.
 (Carta, 1953)
 A los lectores persas de <Siddhartha>
(1958)

 Esta historia fue escrita hace casi cuarenta años (Fue escrita hacia 1921/1922). Es el testimonio de un hombre de origen y educación cristianos que abandonó pronto la Iglesia y se esforzó mucho en comprender otras religiones, especialmente las formas de fe indias y chinas. Yo traté de averiguar la relación que existe entre todas las religiones y todas las formas de fe humanas, lo que está por encima de todas las diferencias nacionales, lo que puede ser creído y venerado por cada raza y cada individuo.

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