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20 de diciembre de 2015

Canción del para qué de las máquinas, Antonio Esteban Agüero

Canción del para qué de las máquinas

Las máquinas existen
para que el pan,
el vino,
y el pez
se multipliquen.

Para que Tú me escuches,
y Yo te mire,
detrás de las fronteras
sobre el último límite.

Y la música sea
la que ordene países.

Y la mano del hombre
con pulgar oponible,
dibuje en la materia
el rostro de los sueños
y ensueños increíbles.

Y el cielo con la Tierra
de nuevo se mariden.

Y los salvajes vientos,
con sus pájaros libres,
recorran nuevamente
los páramos de pronto
vestidos de jardines.

Las máquinas existen
para que el mundo sea
las estrellas de hermosura
que los antiguos dicen.

Y la unidad se cumpla
y la paz se realice.

Las máquinas existen
para que un día Lázaro
otra vez resucite ...

de "Canciones para la voz humana" 
 Antonio Esteban Agüero

19 de diciembre de 2015

Baladilla de los pies descalzos, Antonio Esteban Agüero

Baladilla de los pies descalzos

Morenos, menudos,
de mugre calzados,
que el arroyo quiere
y persigue el barro...
morenos, ligeros,
listos como pájaros;
desdeñan la ojota,
odian el zapato,
¡libres por la senda
van los pies descalzos!
Su dueña: una niña
su dueño: un muchacho
han ido siguiendo
misterios del campo,
un secreto ruido,
un bramido raro,
en la noche: tucos,
en la loma: pájaros,
y siempre perdiendo
o regando rastros,
por noches y días
van los pies descalzos.



Antonio Esteban Agüero

18 de diciembre de 2015

Canción del buscador de Dios, Antonio Esteban Agüero

Canción del buscador de Dios

Siempre buscando;
desde niño buscándolo;
buscando.
A través de la sombra y la neblina;
sumergido en la zona de penumbra
que separa los días de las noches,
y al cristiano también
del no cristiano,
por laberintos de la sangre oscura.
Siempre buscando;
desde niño buscándolo;
buscando.
Golpeando viejas puertas
clausuradas de bronce martillado;
gastando los ojos en las hojas
de antiguos libros muertos;
vigilando la savia cuando sube
por racimos y flores de verano;
escuchando palomas y cigarras;
mirándome en espejos
esta pálida frente,
estas frágiles manos,
esta boca que guarda la palabra,
oyendo la música que llueve
desde el silencio de los astros.
Buscando;
desde niño buscándolo;
preguntando
por las calles donde está la gente,
por caminos del campo.

Por veces mendigando
la respuesta total
a la total pregunta.
Yo quería encontrarlo
(yo solo descubrirlo)
donde quiera que fuese para darle
mi agradecimiento humano,
por la cósmica lumbre que me habita,
por la gota de vida que me nutre,
por este débil corazón desnudo
que siento pulsar en mi costado.

Darle las gracias, sí,
por haberme construido como soy;
de sueño, de madera,
de cóleras y miedos,
de bondad y ternura,
de soledad y de razón pensante,
de claridad,
de sombras, de música y pecado.
Descendí por él a catacumbas,
anduve por túneles cerrados,
batallé con demonios,
conocí a la serpiente
y el abrazo
de su lívido cuerpo
de aceros anillados,
me frecuentaron
dragones y brujas increíbles;
y alguna vez solté, como a villanos,
las locas miradas por el cielo,
lejos de mí del mundo,
desprendidas del ser y de los ojos
el infinito solo navegando.
Y yo buscando;
desde niño buscándolo;
buscando...
Lo imaginaba ajeno,
misterioso,
terrible,
lejano.
Después de muchos viajes,
(ya en la curva más allá de los años)
de tormentosos viajes, con las velas
y los mástiles rotos, circundado
por el horror del mar donde las olas
eran de fría soledad de nada,
recordé una capilla entre los cerros,
los claros cerros de cristal morado,
y una joven pareja que venía
con un niño en brazos;
rememoré la pila con el agua,
las gotas de luz sobre la frente
los maderos en cruz, y la figura
solitaria y herida por los clavos.

Me recordé pequeño.
(el sabor de la sal sobre los labios)
volví a verme pequeño,
y recordé que el nombre que llevaba
era el nombre del niño que sentía
bajar sobre su frente
la santa cruz de agua ...
Yo dije: Dios, oh Dios. Oh Dios.
Aquello fue tremendo,
un cósmico relámpago,
como si el mismo Sol me detonara,
granada solar, entre las manos,
como la luz aquella de la bomba
que aniquiló la tarde en Hiroshima ...
Y dije: Dios, oh Dios. Oh Dios,
y dejé de buscarlo;
campanas sonaban por mi sangre
y dejé de buscarlo;
cantaba un millón de ruiseñores
y dejé de buscarlo ...


Antonio Esteban Agüero

17 de diciembre de 2015

Digo el llamado, Antonio Esteban Agüero

Digo el llamado

Y después en caballos redomones
que urticaba la prisa de la espuela
galoparon los Chasquis por las calles
de la ciudad donde Dupuy gobierna,
conduciendo papeles que decían:
“el General de San Martín espera
que acudan los puntanos al llamado
de Libertad que les envía América
”Y firmaba Dupuy, sencillamente,
con la mano civil y la modestia
de quien era varón republicano
hasta el cogollo de la misma médula.

Y, los Chasquis partieron, con el poncho
como un ala flotando en la carrera,
hacia todos los rumbos provinciales
por los caminos de herradura o huella,
ignorantes del sol y la fatiga,
sin pensar en la noche o la tormenta;
llegaron hasta el Morro por la tarde,
y por el alba cabalgaron Renca,
y entregaron mensajes en La Toma,
en La Carolina y La Estanzuela,
en las villas de Merlo y Piedra Blanca,
en el Paso del Rey y Cortaderas,
en Nogolí también y San Francisco,
en cada población y en cada aldea,
y en estancias y oscuras pulperías
y en velorios, bautizos y cuadreras,
dondequiera paisanos se juntaran
en solidaria diversión o pena.
Y los hombres dejaban el arado,
o soltaban azada o podaderas,
o la hoz que segaba los trigales,
o la taba o el truco en la taberna,
o el amor de las jóvenes esposas,
o la estancia feudal, o la tapera,
o el cedazo que el oro recogía
cuando lavaban misteriosa arena,
o el telar, o los muros comenzados,
o el rodeo de toros en la yerra,
para ir hasta el valle de las Chacras
donde oficiales anotaban levas.
Y hasta había mujeres que llegaban
,con vestidos de pardas estameñas,
al umbral de Dupuy para decirle:
“Vuesa Merced conoce mi pobreza,
yo no tengo rebaños ni vacadas,
ni un anillo de bodas, ni siquiera
una mula de silla, pero tengo
este muchacho cuya barba empieza”.

De Mendoza llegaban los mensajes
breves, de dura y militar urgencia:
“Necesito las mulas prometidas;
necesito mil yardas de bayeta;
necesito caballos; más caballos;
necesito los ponchos y las suelas;
necesito cebollas y limones
para la puna de la Cordillera;
necesito las joyas de las damas
necesito más carros y carretas;
necesito campanas para el bronce
de los clarines; necesito vendas;
necesito el sudor y la fatiga;
necesito hasta el hierro de las rejas
que clausuran canceles y ventanas
para el acero de las bayonetas;
necesito los cuernos para chifles;
necesito maromas y cadenas
para alzar los cañones en los pasos
donde la nieve es una flor eterna;
necesito las lágrimas y el hambre
para más gloria de la Madre América...

” Y San Luis obediente respondía
ahorrando en la sed y la miseria;
río oscuro de hombres que subía;
oscuro río, humanidad morena
que empujaban profundas intuiciones
hacia quién sabe qué remota meta,
entretanto el galope levantaba
remolinos y nubes polvorientas
sobre el anca del último caballo
y el crujido final de las carretas.

Y quedaron chiquillos y mujeres,
sólo mujeres con las caras serias.
y las manos sin hombres, esperando...
 San Luis del Venado y de las Sierras.



Antonio Esteban Agüero

De Los “Digo” del Poeta. Un hombre dice su pequeño país (1972, Edición Post Mortem)

Gabriela Bayarri leyendo: Digo el llamado de Antonio Esteban Aguero

Videopoético del Café Literario del Jueves 21 de Mayo de 2009, en Big Pancho, Sarmiento 269, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Cuyo tema fue LA PATRIA y coordino la velada y el debate Beatriz Tombeur. Ilustrando el encuentro fotografías de Leonor Bellón.


16 de diciembre de 2015

Digo los arroyos, Antonio Esteban Agüero


Digo los arroyos


Y ese tenue rumor inadvertido
que llega a mí sobre el silencio blando
del aire montañés con la sorpresa
de son de mar en caracol guardado.
¿Y esa música azul? ¿Y esos cristales
suavemente tañidos y vibrados?
¿Y esa flauta de acentos campesinos
que murmura detrás de los collados?
Son los arroyos de mi tierra, el cielo
que ha preferido descender cantando
por arterias de cerro y de llanura,
líquido cielo musicalizado.
Como el indio yacente que ponía
la oreja en tierra para oír caballos
galopantes y ariscos a lo lejos,
y acertaba su número, y sus pasos,
y su rumbo también, yo me reclino
en la dura colina, sobre el pasto,
para oír los arroyos cuyas voces
hacen vibrar este país serrano.
Es primero El Trapiche, con el agua
verde y azul en su color verano,
donde sauces antiguos se saludan
de una a la otra margen, y los álamos
como arqueros ilusos acribillan
las tardes y las nubes con sus pájaros;
y El Volcán, que serpentea dulcemente,
de arboledas y huertos orillado,
presidido por leves cortaderas
que abanican el aire con penachos,
donde núbiles mozas se desnudan
para vestirse de cristal helado:
y más allá, entre peñas herrumbrosas,
el arroyo que dicen El Durazno,
donde beben las cabras y los berros
tienen sabor a luna y a barranco;
y El Molino, que nace entre los montes,
cuyo señor es el Mogote Bayo,
y refleja los cóndores que pasan
con las alas inmóviles, y el ancho
rumoroso silencio de los molles
sobre laderas de color leonado;
y el arroyo del Tigre, a cuya vera
supo mi infancia duplicar su encanto
en los días de sol, cuando subía
de roca en roca con los pies descalzos
a buscar la piscina transparente
que el torrente cavara en el basalto;
y el Cautana también en la quebrada
con farallones de andesina y cuarzo,
donde helechos y ardientes amapolas
tienden al agua vegetales labios:
y El Uspara, ese arroyo que desciende
por serranías de cristal morado
como un hilo de espuma murmurante,
roto cien veces, pero siempre intacto:
y aquel arroyo de La Sepultura,
tan dramáticamente solitario,
donde un día sonoros arcabuces
vieron caer a portadores de arcos:
y el arroyo que en Bajo de los Véliz
corre por rocas de perfil extraño,
donde amonitas que ya son de piedra
nos evocan la fauna del terciario:
y el arroyo que nutre las palmeras,
lírico arroyo de Los Papagayos,
donde suele buscar aguamarinas
el vagabundo de mudable paso;
y los arroyos que en el Tomolasta
vieron un día arrodillarse incanos
con la oscura codicia sumergida
hasta la arena de secretos áureos;
y el arroyo que nombran Riecito
con palabra feliz los comarcanos,
cuya fuente sonríe en lloraderos
que custodian los Cerros del Rosario;
y El Chorrillo que lame unas taperas
donde narra la voz de los ancianos
tuvo su cuna el payador que un día
con la guitarra venciera al Diablo;
y el arroyo del Águila, que tiene
una cascada con mejor remanso,
cuyo espejo recuerda a las muchachas
cuando se pone corazón de fauno;
y los arroyos de los Cerros Negros;
y los arroyos de los Cerros Largos;
y el arroyo de Quines que se torna
agricultor al descender al llano,
y se vuelve dulzor en la naranja
y en las olivas amargor dorado,
y el arroyo Los Molles que cabalga,
potro de luna, los roquedos bravos
y circunda las quintas del Potrero
para después domesticarse en lago;
y el arroyo Luluara, cuyas voces
guarda mi oído como son de piano
sentido alguna vez en la penumbra
de no sé cual atardecer lejano;
y el Virorco también, que muchas veces
vio a los pumas beber y a los venados,
cuando todo era libre y la provincia;
ignoraba fronteras y alambradas:
y el arroyo Juan Gómez, con su isla
donde alternan el tala y el quebracho,
que le inventan rincones de penumbra
para el silencio de los solitarios;
y el arroyo Los Puquios, que se ha vuelto,
por la virtud de un artificio hidráulico,
un afluente de embalse para goce
de pejerreyes de metal lunado;
y el arroyo Las Águilas, arriba,
junto al cerro Retana, con los saltos,
verticales y locos, que resuenan
por la quebrada como un trueno largo;
y el arroyo Pancanta, que refleja
aquel paisaje mineralizado
donde todo es de piedra y sólo vive
la fría lumbre mineral del cuarzo;
y el arroyo La Carpa en el recodo
que parece un espejo biselado
para el rostro del Cielo y de la Nube,
que en él navega como un cisne blanco;
y el Chutunza, que forma una cañada,
donde es hermoso recorrer el prado
entre piedras con líquenes y musgos
y mariposas de esplendor vibrado;
y aquel otro que dicen Mulas Muertas
y cuyo nombre de sabor dramático
perpetúa el arreo y la creciente
en la batalla que una vez libraron;
y el arroyo Guayaguas, que me viera
una noche dormir sobre el recado,
al amor de su música celeste
mientras llovían sobre mí los astros;
y el Piedra Blanca, cuya voz oía
mi Madre susurrar entre los álamos
en la noche y la luz en que nacía
este que ahora le armoniza cantos.
Y los otros arroyos, los arroyos que yo
recuerdo, pero no he nombrado,
que parecen ensueño de pintores,
sol y belleza para enamorados;
rememoro el sabor de sus corrientes,
liquido fruto, uvas de cielo, glaucos
y celestes racimos que bebía
sitibundo y de pecho sobre el pasto,
con el sol en diciembre y la cigarra
que cantaba mi sed y la del campo.
¡Oh, los arroyos de mi tierra! Sangra
leve y azul de mi terruño amado;
musicales arterias de la roca
donde se escucha al corazón puntano.

¡Arpa de agua. San Luis, guitarra verde
cuyo coraje son arroyos claros!
  
Antonio Esteban Agüero 
De Los “Digo” del Poeta. Un hombre dice su pequeño país (1972, Edición Post mortem)

15 de diciembre de 2015

Romance del Padre Tissera, Antonio Esteban Agüero

 ROMANCE AL PADRE TISSERA

El Padre Pablo Tissera
ha regresado a su pueblo
desandando los caminos
de la distancia y el tiempo.
El Padre Pablo Tissera
un día salió de Merlo,
los ojos color de llanto,
las manos color de sueños;
junto al Río de la Plata
que tiene olor a dinero,
donde la tierra es asfalto
y los árboles enfermos,
y seis millones de hombres
mueren en departamentos...
¡Oh! Padre Pablo Tissera
tan solidario y tan huérfano
andando por esas calles
con zapatos polvorientos,
buscando ver en el aire
la sonrisa de sus cerros,
la luz del agua que canta
en arroyos y arroyuelos,
la sombra de un algarrobo
y los pájaros eternos
que siempre dicen a Dios
en sus trinos y gorjeos...
¡Ah! Pobre Pablo Tissera,
cómo pensé en tu destierro,
cómo fui hermano leal
en esta soledad de Merlo.

Y ahora el Padre Tissera
ha retornado a su pueblo
por ver los cerros azules
y los muros del colegio
que levantó con sus manos
de sacerdote y obrero,
por ver sus changos queridos
que conoció de pequeños
y ahora son lo que son:
los hijos del Buen Maestro
que por surcos de la Patria
ya siembran el alfabeto
y sembrando otra semilla,
semillas del trigo bueno
por los surcos de la Patria
arados en el desierto.
Saludo al Padre Tissera,
lo saludo en su regreso,
lo saludo en la alegría
que hoy le amanece en el pecho,
lo saludo en su sotana
de sacerdote y obrero,
lo saludo en la alegría
de quienes bien lo queremos,
en nombre de cada piedra,
en nombre de todo sueño,
en el nombre de la tierra
la testigo de su esfuerzo,
en cada niño que quiere
ser un varón verdadero,
y en esa vieja capilla
donde yace el prisionero
clavado de cuatro clavos
que un día libertaremos.

Podrás no volver jamás,
mi buen amigo fraterno,
por equívocos del mundo,
por circunstancias del cielo;
pero sé que donde estés
entre la tierra y el cielo,
¡mi tierra será tu tierra,
mi pueblo será tu pueblo!

Antonio Esteban Agüero (Merlo, San Luis, 1967)


(El poeta Agüero fue amigo personal del Padre Tissera. Agüero dedicó y recitó este romance al Padre Tissera cuando éste regresó de visita y fue recibido por el pueblo en 1967).

14 de diciembre de 2015

Hora, Baldomero Fernández Moreno

 Hora

Se muere entre tus manos la hora en malva y rosa.
Hora que fuiste buena con nuestras ilusiones,
quisiéramos clavarte en nuestros corazones
como se clava en una seda una mariposa.

 1918 


Baldomero Fernández Moreno de Versos de Negrita     

13 de diciembre de 2015

Los Higos... Baldomero Fernández Moreno

Los higos exigen el canastillo trenzado.
Las cerezas, el cuenco de la mano.
Las uvas la boca entreabierta.


Baldomero Fernández Moreno

12 de diciembre de 2015

El poeta, Baldomero Fernández Moreno

EL POETA

La tempestad podrá en olas deshechas
fingir pluma en el aire de un navío,
dejando entre la sombra y el vacío
erizadas las tablas más derechas.

El fuego podrá en llamas como flechas
hacer cenizas del palacio frío,
llevarse un pueblo desbocado río,
y rebaños y bosques y cosechas.

Podrá un cuerpo caer tras la saeta,
o tras la enfermedad o la locura
rumiar limosna el hambre más secreta.

Mas siempre la canción irá a la altura.
Se yergue entre las ruinas el poeta:
no hay desventura contra su ventura.


Baldomero Fernández Moreno

11 de diciembre de 2015

Palabras, Baldomero Fernández Moreno

PALABRAS

Me borré el doctor
hace mucho tiempo.

Borré la inicial
de mi nombre feo.

No quiero ser nada
ni malo ni bueno.

Un pájaro pardo
perdido en el viento.


Baldomero Fernández Moreno

10 de diciembre de 2015

Matinal soneto de amor, Baldomero Fernández Moreno

Matinal soneto de amor
  
No ha de apagar su lámpara el poeta,
aunque el fino pincel de la mañana
el desnudo cristal de la ventana
pinte con el azul de su paleta.

Sin tejer otra lírica violeta
en la ideal corona, que engalana
tu divina cabeza soberana,
por buena, por hermosa, y por discreta.

Vaya hacia ti mi ofrenda matutina
en la luz y en el pájaro que trina.
Una dulce mañana te deseo.

Así, mientras te vayas levantando,
verás mi puro corazón vibrando

en un rayo de sol y en un gorjeo.

Baldomero Fernández Moreno

9 de diciembre de 2015

César, Baldomero Fernández Moreno

CÉSAR

  Presentación a las estrellas

Alzo en la noche tu rollizo cuerpo,
altos mis brazos sobre mi cabeza.
Rosada fruta es tu desnuda carne,
mis manos se abren como dos bandejas.

Y coronado de tu gracia pura,
los pies hundidos en la fresca hierba,
saliente el pecho en el ligero esfuerzo,
os lo presento, atónitas estrellas.


Baldomero Fernández Moreno

7 de diciembre de 2015

Al tiempo, Baldomero Fernández Moreno

Al tiempo

No sé a veces cómo hacer,
oh tiempo de plomo lento,
para que al huir con el viento
traigas lo que has de traer.
Lo que supe merecer...
Y me olvido en mi egoísmo
¡oh tiempo! que eres el mismo,
ella lo advierte temblando,
que está a mi madre empujando
a la sombra y al abismo.


Baldomero Fernández Moreno

6 de diciembre de 2015

Casa vieja: oro, cenizas, Baldomero Fernández Moreno


Casa vieja: oro, cenizas

I
Puertas claveteadas,
ventanas con rejas,
cortinas ajadas.
Cosas desmayadas
de viejas.

II
En la casa vieja
son muchos los muertos:
los unos, poetas;
los otros, guerreros.
Madrigal, acróstico,
galón y trofeo.
Tal vez desdichados,
pero todos bellos.
En torno a nosotros
rondan los recuerdos...
Teófilo, Bernardo,
Arnaldo y Arsenio.
Cerca está la iglesia,
cerca el cementerio.
Tal vez tú te asustes:
yo soy un espectro.

III
De los viejos marcos,
de las viejas sillas,
han tomado un oro
vago tus mejillas.
En la vieja sala,
mi rosa argentina,
¿estarás despierta,
estarás dormida?

Baldomero Fernández Moreno

5 de diciembre de 2015

Camino, Baldmero, Fernández Moreno

Camino

De la tranquera azul entreabierta,
de la tranquera azul parte el camino.
Un camino en mi tierra argentina,

parte de la tranquera al infinito.

Baldomero Fernández Moreno

4 de diciembre de 2015

Desasosiego, Baldomero Fernández Moreno

 Desasosiego

Ciudad que tantas veces celebrada
fuiste de mi con múltiples acentos,
hoy te muestro los dos puños violentos
y la frente magnífica arrugada.
Tarde artificial, tarde empolvada,
telones de la noche amarillentos,
ved qué manojo de remordimientos
pongo a dormir en la inocente almohada.
Y no es mía la culpa, ciertamente;
debe de estar, ciudad, en el ambiente
el turbador veneno suspendido.
Cómo portarse bien con todo el mundo,
y ser superficial, y ser profundo,
cauto, elegante, espiritual, medido.

Baldomero Fernández Moreno

3 de diciembre de 2015

Bueno. ¿Y qué?, Baldomero Fernández Moreno

BUENO, ¿Y QUÉ?

Aunque tuvieras, poeta,
un castillo en una cumbre,
un salón lleno de lumbre
y un gran sillón de vaqueta;
al llegar la noche quieta,
sobre mi hastío de pie,
me diría: bueno, ¿y qué?
y componiéndome el talle
me largaría a la calle,
a la calle y al café.


Baldomero Fernández Moreno

2 de diciembre de 2015

A mi mesa, Baldomero Fernández Moreno

A mi mesa



Desnuda como un yunque, mesa mía,
no admites ni una flor para tu adorno,
nada se aquieta en ti ni permanece:
el torrente infantil lo barre todo

Negro tintero, blando cartapacio,
búcaro de cristal o marco de oro
hace mucho que están en las alturas
o yacen de cajones en el fondo.
Cuando me llego a ti ya voy completo:
el pensamiento musical y pronto,
estilográfica en la mano
y una hoja sale de un bolsillo o de otro,
¿Cómo será una mesa aderezada
bajo la fija claridad de un foco,
con una rosa erguida en una copa,
sin una brizna de papel o polvo?
La pluma ha de correr oleosamente
y el período o la estrofa fluir solos.
Mas ¿quién piensa en el orden un instante
bailando alrededor varios demonios
que saltan sobre ti como si fueras
en la campaña fugitivo potro?
Éste abre su libro de lectura,
ése levanta mapas policromos,
aquél corta figuras de revistas
y las pega en cuadernos ampulosos
a pinceladas de indomable engrudo
que, de paso, salpican el contorno.
Tal vez así se escriba con ventaja,
entre gritos, moquetes y sollozos,
y el cerebro agradezca el espolazo
como el fijar el hierro presuroso,
como la tierra el filo de la reja
o como el mar los remos espumosos.
Así te han puesto más de quince años
cual banco de escolares revoltosos,
que elaborando sobre ti se han ido
el verso más o menos primoroso
o la resta pueril, o el mapa alegre,
cosas de niño, de poeta y loco.
Sobre tu desnudez leo y medito
contra la tabla, persistente, el codo,
o me cruzo de brazos resignado
en la actitud cerrada del estoico.

Mesa: estés como estés, así te dejo,
ni te pulo, te lustro, ni repongo,
hemos de continuar como hasta ahora:
ya sabemos los dos que falta poco.

Baldomero Fernández Moreno

1 de diciembre de 2015

Aromas, Baldomero Fernández Moreno

Aromas

Cuando regreso a casa no me lavo las manos
 si es que he estado contigo un instante no más,
 el aroma retengo que tú dejas en ellas
 como una joya vaga o una flor ideal.

Por aquí huelo a rosas y por allá a jazmines,
 alientos de tus ropas, auras de tu beldad,
 aproximo una silla y me siento a la mesa
 y sabe a ti y a trigo el bocado de pan.

Y todo el mundo ignora por qué huelo mis manos
 o las miro a menudo con tanta suavidad,
 o las alzo a la luna bajo las arboledas
 como si fueran dignas de hundirse en tu cristal.

Y así hasta media noche cuando vuelvo rendido
 pegado a las fachadas y me voy a acostar,
 entonces tengo envidia del agua que las lava
 y que, con tu perfume, da un suspiro y se va.



 Baldomero Fernández Moreno

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