«Das Glasperlenspiel»
(«El juego de abalorios»)
Esta obra pura y audaz, soñadora y al mismo
tiempo altamente intelectual, rebosa tradición, fraternidad, recuerdos,
intimidad, sin dejar de ser original. Eleva lo entrañable a un nuevo nivel
espiritual, incluso revolucionario; no en un sentido directo político o social,
sino en un sentido sentimental, poético: de una manera auténtica y fiel es
profética y sensible al futuro.
Thomas Mann
Sobre la intención del «Glasperlenspiel» no te
puedo decir más que lo que ya sabes por el prólogo; quizás añadiría que mi
intención es simplemente escribir la historia de un maestro del «juego de
abalorios» que se llama Knecht y vive más o menos en el tiempo en que acaba el
prólogo. No sé más. La creación de una atmósfera purificada me fue necesaria;
ésta vez no me trasladé al pasado o a un mundo intemporal fabuloso, construí la
ficción de un futuro con fecha. La cultura material de ese tiempo será la misma
que hoy, pero existirá una cultura espiritual en la que merecerá la pena vivir
y a la que merecerá la pena servir —esa es la imagen ideal que quisiera pintar.
Pero no hablemos más de ello para que no muera la idea germinal. No debería
haber dicho nada sobre mi proyecto, pero no me arrepiento porque me interesaba
que tuvieras una idea del tipo de vida que hago y de mis actividades y de la
productividad latente o como quieras llamarlo. En una palabra: me avergüenzo en
el fondo de mi larga improductividad y te quería demostrar que detrás había
algo.
(Carta, 1933)
Desde que escribí el prólogo le he añadido
algunos detalles, como la versión del lema en latín que, naturalmente, es una
ficción. Encontré a la persona que me tradujo a un latín elegante y correcto el
lema de un autor imaginario inventado por mí; es un compañero del colegio, y en
1890 éramos los dos los mejores latinistas de clase y nuestro latín tenía un
nivel considerable. Hoy sólo él lo domina, yo he olvidado nueve décimas partes.
(Carta, 1933)
El «Regenmacher» («El fabricante de lluvia»)
apareció en el «Neue Rundschau» donde se publicará en diciembre otro pequeño
fragmento del que, de momento, sólo están escritas dos pequeñas partes. El
trabajo avanza esta vez muy despacio, con pausas de medio año y de un año. He
realizado algunos estudios para alimentar mi proyecto que me ocupa y preocupa
desde que terminé el «Morgenlandfahrt»; precisaba mucha lectura del siglo XVIII
del que me gustó sobre todo el pietista suabio Oetinger, también estudios sobre
música clásica, en los que me ayudó mi sobrino que es organista y conocedor y
coleccionista de música antigua. Estuvo aquí unas semanas y durante ese tiempo
tuve un pianito alquilado en casa que aparte de esto es una casa corriente y
moliente.
(Carta, 1934)
Josef Knecht nace de la idea, no de la
contemplación, es en gran parte abstracto, lo que poéticamente es una imposibilidad.
Así que he tratado de añadir un poco de sangre a la abstracción. Si lo he
logrado, también debería notarse en «Legende» («Leyenda»). En la medida en que
la corriente circula entre ambos polos de manera abstracta y simbólica, podría
llamarse al conjunto en lugar de abstracto, por ejemplo, paradigmático. Pero
eso no es importante.
(Carta, 1934)
¿Por qué no aparecen mujeres en
el «Glasperlenspiel»?
Esta pregunta me la han hecho a menudo en
cartas y hasta ahora no he tenido ganas de contestarla. En general los lectores
que hacen esta clase de preguntas no respetan la primera regla de juego de la
lectura: leer y aceptar lo que está escrito y no medirlo por lo que uno ha
pensado o esperado. El que ante un «croco» de la pradera se pregunta por qué no
crece allí, en su lugar, una palmera, seguramente no es un gran amigo de las
flores.
Pero para todas las reglas existen casos en
los que éstas ya no son válidas. Y así me sucedió que precisamente aquella
pregunta entre curiosa y reprochadora acerca de la ausencia de mujeres en el
«Glasperlenspiel», fue hecha por una lectora, cuya carta delataba por lo demás
un fino olfato intelectual. En todo caso la tomé tan en serio, que me fue
imposible eludir la pregunta. Le di una respuesta breve y como la pregunta se
ha repetido más de una vez, cito aquí el pasaje de mi carta:
Su pregunta no tiene casi respuesta. Yo podría
naturalmente dar algunas razones, pero serían superficiales. Una obra no es
solamente el fruto de la reflexión y de la voluntad, en muchos aspectos es el
fruto de razones más profundas que el propio autor no ve, o a lo sumo, intuye.
Yo le aconsejaría que lo interpretase así:
El autor del «Glasperlenspiel» era un hombre
maduro y al concluir el trabajo de muchos años, un hombre ya viejo. Cuanto más
viejo se hace un autor, mayor es su necesidad de ser exacto y escrupuloso y de
hablar solamente de cosas que realmente conoce. Las mujeres son una parte de la
vida que se aleja y se vuelve misteriosa para el hombre que está envejeciendo y
para el viejo, aunque antes la haya conocido bien, y de la que no pretende ni
se atreve a saber nada verdadero. En cambio, los juegos de los hombres, en la
medida en que son de tipo espiritual, los conoce perfectamente y le resultan
familiares.
Un lector con fantasía introducirá e imaginará
en mi Castalia a todas las mujeres inteligentes y espiritualmente superiores
desde Aspasia hasta hoy.
(Carta, 1945)
Sin duda ha encontrado Usted en mi libro cosas
de las que yo mismo no sé nada. Por otro lado, y de acuerdo con su edad, no ha
entendido seguramente otras, por ejemplo, el sacrificio final de Josef Knecht.
A pesar de su enfermedad hubiera podido soslayar con inteligencia y astucia el
salto al torrente. Sin embargo, da el salto, porque en él hay algo más fuerte
que la inteligencia, porque no puede defraudar a ese muchacho tan difícil de
conquistar, y deja atrás a Tito para el que la muerte de un hombre tan superior
a él será toda la vida una advertencia y una guía y le enseñará más que todos
los sermones de los sabios.
Confío en que con el tiempo Usted también lo
entienda.
Pero, en definitiva, no es tan importante que
llegue a entenderlo, quiero decir: comprender y aceptar con la razón la muerte
de Knecht. Pues esta muerte ya ha hecho su efecto sobre Usted. Le ha dejado,
como a Tito, un aguijón, un aviso que ya no puede olvidar, ha despertado o
confirmado en Usted un deseo y una conciencia espiritual que seguirán actuando,
aunque llegue el día en que olvide mi libro y su carta. Escuche sólo esa voz
que ahora ya no habla desde un libro, sino desde su propio interior; ella le
guiará.
(Carta, 1947)
La pregunta acerca de la naturaleza del «juego
de abalorios», en qué medida existe, ha existido alguna vez o es utopía, en qué
medida cree en él el autor, etc.. la encuentra Usted contestada con mucha
precisión en el lema que precede al primer volumen.
Como autor de la biografía de Josef Knecht y
como inventor de Albertus Secundus, he contribuido un poco al «paululum
appropinquant». Del mismo modo contribuyeron y contribuyen las personas que han
penetrado en la esencia de la música y que han creado la ciencia musical de las
últimas décadas, o aquellos filólogos que intentan medir las melodías de un
estilo en prosa, y otros más. A estos defensores del «non ens», a aquellos que
lo acercaron a la «facultas nascendi», perteneció también mi sobrino y amigo Cario
Isenberg, el Ferromonte de mi libro. Cario era musicólogo, tocaba el cémbalo y
el clavicordio y era organista, dirigía un coro y estudió en el Sur y Sudeste
de Europa los restos de la música más antigua. Desapareció al final de la
guerra y si vive aún, está prisionero en Rusia.
Por lo que a mí se refiere, no he vivido en
Castalia, soy ermitaño y no he pertenecido nunca a una comunidad, excepto a
aquella de los viajeros a Oriente, un grupo de fieles cuya forma de existencia
es muy parecida a la de Castalia. Pero desde hace doce años, desde que aquí y
allá se conocieron partes de mi libro sobre Josef Knecht, me han alegrado a
menudo los saludos, las llamadas y preguntas de personas que trabajan y piensan
silenciosamente en alguna parte y para las que lo que yo he llamado «juego de
abalorios» existía como para mí. Esas personas lo aceptan con su alma, lo han
sabido e intuido mucho antes de que apareciese mi libro, lo han vivido como
exigencia intelectual y moral y empiezan a descubrir su fuerza creadora de comunidad.
Continúan lo que he esbozado en mi libro ¡paululum appropinquant. Y me parece
que Usted también pertenece a ellos y que vive más cerca de Castalia de lo que
creía.
(Carta, 1947)
En el «Glasperlenspiel» he descrito el mundo
del espíritu humanista que respeta las religiones pero que vive fuera de ellas.
Del mismo modo describí hace treinta años en «Siddhartha» al hijo del brahmán
que busca, fuera de la tradición de su casta y religión, su propia forma de
piedad o sabiduría.
(Carta, 1949)
Su pregunta estética sobre
Josef Knecht tendría que ponerme en un aprieto, pues no soy tan afortunado como
Usted de dedicarme a estudios tan bonitos y castálicos. Desde su publicación
hace siete años no he vuelto a leer el «Glasperlenspiel» porque cada día me trae
más trabajo inmediato del que puedo realizar.
No obstante le debo una contestación, porque
entre las preguntas de mis lectores sobre Castalia y Knecht, que siempre se
repiten y a menudo son de un nivel espantosamente bajo, la suya destaca por su
agudeza y su bella precisión, tanto que por un momento se convirtió también
para mí en una pregunta.
A la hora de contestar tengo que fiarme de mi
memoria, pero con la ayuda de mi mujer he estudiado los pasajes a los que alude
y que en cierto modo cuestiona. Su opinión es que el biógrafo de Josef Knecht
habría tratado de «dar a los lectores su descripción de la vida desde la
perspectiva de Knecht, es decir, de narrar sólo aquello que tiene su origen en
la esfera vivencial y perceptiva de Knecht». Y esa perspectiva Usted la
encuentra rota en los pasajes que cita porque éstos aluden a hechos, palabras o
pensamientos de otros, que Knecht no podía conocer.
Es posible, desde luego que mi libro, escrito
a lo largo de once años (¡y qué años!) tenga a pesar de toda la concentración y
todo el esmero, semejantes errores de construcción. Pero la «perspectiva» según
la que Usted considera escrito el libro no fue la mía. Más bien mi perspectiva
cambió ligeramente varias veces durante los tres primeros años. En un principio
me interesaba casi exclusivamente describir Castalia, el Estado de sabios, el
convento ideal profano, una idea, o como piensan los críticos, una utopía, que
existió y actuó, al menos desde la época de la academia platónica, uno de esos
ideales que estuvieron presentes como modelos eficaces a lo largo de toda
nuestra historia espiritual. Entonces comprendí que la realidad interna de
Castalia sólo podía mostrarse de manera convincente a través de una persona
dominante, de un personaje heroico y paciente, y así es como Knecht pasó a
ocupar el centro del relato; ejemplar único y no tanto como castalio ideal y
perfecto, pues de éstos existen algunos, sino porque a la larga Knecht no se
contenta con Castalia y su perfección ajena al mundo.
El biógrafo que imaginé era un alumno avanzado
o auxiliar de Wladzell, que por amor a la figura del gran renegado se dispuso a
escribir la novela de su vida para un círculo de amigos y admiradores de
Knecht. El biógrafo dispone de todo lo que posee Castalia, la tradición oral y escrita,
los archivos y naturalmente también la propia capacidad imaginativa e
intuitiva. De estas fuentes bebe, y creo que no escribió nada que fuese
imposible dentro de ese marco. La última parte de su biografía, cuyo entorno y
cuyos detalles no son controlables desde Castalia, la titula expresamente la
«leyenda» del desaparecido magister ludi, como pervive entre sus discípulos y
en la tradición de Waldzell.
Algunos personajes del libro han recibido su
rostro individual de personajes reales, algunos fueron reconocidos por lectores
atentos, otros constituyen mi secreto. Sobre todo fue reconocido el personaje
del pater Jakobus, que es un homenaje a mi querido Jakob Burckhardt. Me permití
incluso poner una frase suya en la boca del pater. El pertenece con su realismo
resignado a los antagonistas del espíritu castálico.
(Carta, 1949/1950)
Me invita Usted a que imite a Josef Knecht y
pase de Castalia al gran mundo. Me quiere cazar con mi propio lazo. Pero olvida
por completo que Josef Knecht no sale al mundo a mejorarlo y reformarlo, sino a
aprender y a educar, al principio incluso a educar a un solo discípulo, a un
discípulo valioso y amenazado. Hace lo que yo he intentado hacer también
mientras he podido ejercer mi oficio; pone su talento, su personalidad, su
energía, al servicio del individuo —al contrario que su amigo Designori, que
como político, se ha dedicado a los programas y a influir sobre las masas y que
en esa empresa pierde la confianza de su único hijo.
(Carta, 1950)
En Josef Knecht no veo, como Usted sugiere, un
hermano de Cristo. En Cristo veo una manifestación de Dios, una teofanía, como
las que hubo y sigue habiendo. En Knecht veo más bien a un hermano de los
Santos. También de éstos hay muchos, infinitamente más que teofanías, ellos son
la élite de las culturas y de la historia universal, y se diferencian de los
seres humanos «vulgares» porque no se entregan a lo suprapersonal por una falta
de personalidad y originalidad, sino por una sobreabundancia de individualidad.
(Carta, 1955)
Un pasaje extenso de una carta que habla de
las relaciones políticas que influyeron sobre la concepción del
«Glasperlenspiel», se encuentra en el volumen lo, «Politische Betrachtungen»
(«Reflexiones políticas») páginas 578-580.
Hermann Hesse