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25 de febrero de 2021

J. G. G. (Johannes Gutenberg 1395-1468) Hans Magnus Enzensberger


J. G. G. (Johannes Gutenberg 1395-1468) Hans Magnus Enzensberger

 
Y qué igual es esta página a otras tantas mil.
Y qué difícil sorprenderse de este pormenor.
Un libro igual, no es el mismo. Esto es El Arte
de la escritura Artificial: un algo de metal,
 
una idea muy gastada de oro, de plata,
de cobre de plomo. La primera reproducción
ser una moneda, la primera mercancía
fue el dinero, origen de la industria. Mensajes
 
sobre mensajes: sellos, moldes, caracteres.
El Quattrocento, asunto de historiadores
del  Arte y de teólogos. Excomuniones, hogueras,
guerras de cien años, gran surtido en gótico.
 
Si, también, pero hubo más que nada progresos
en la industria minera y molinera, en metalurgia
y en técnica de armamento. Más que las vírgenes
entre rosales privaron las grúas y ruedas helicoidales.
 
Y en lo oscuro de su taller, anónimo y furtivo
persigue nuestro hombre, perseguido por réditos,
de fondos y letras, su meta final
tan poderosa como el cálculo combinatorio:
 
con el doble de veinticinco signos metálicos
(las cifras y ligaduras quedan al margen),
recomponer, reproducir, a gusto y placer, todo
lo que venga en cuenta, lo habido y por haber,
 
sin servirse de estilete, buril o pluma,
sólo por el simple ajuste de las formas
labradas en acero, batidas en cobre,
vaciadas en plomo, estaño, bismuto y antimonio.
 
Se había necesitado: la hidráulica árabe,
culturas del lino y esparto, calandrias, trujales,
esquinzadores, importación, exportación; un arsenal
de arrinconadas herramientas: cuchara, punzón,
 
tímpano, platina, frasqueta, bala y galera;
mesnadas de obreros, explotadores, cómplices
de Cracovia a Salamanca: manipuladores,
hacinadores, banqueros; y, en último término,
 
Gensfleisch, el viejo espejero de Maguncia,
Apremiado por acreedores, medio ciego, fragante
no de incienso ciertamente, sino de fuerte barniz
y hollín. Entre emanaciones de metal candente
 
desapareció del mundo. Y sólo quedaron
las manchas negras sobre blanco papel:
El Arte de la Escritura Artificial,
un regusto plomizo de aquel Quattrocento. 

 
 
Hans Magnus Enzensberger
De Mausoleo. 37 baladas de la historia del progreso,  Hans Magnus Enzensberger
Editorial anagrama (1979)
Traducción de Kim Vilar
 



J. G. G. (Johannes Gutenberg 1395-1468)
 
Johannes Gutenberg, de nombre verdadero Johannes Gensfleisch zur Laden, era hijo de un patricio de Maguncia, orfebre de profesión y director de la Casa de la Moneda de esta ciudad, que se casó, en segundas nupcias, con Else Wilse, de extracción burguesa, cuya familia aportó como dote una mansión llamada Zum Gutenberg, en la cual nació el célebre impresor, entre 1394 y 1399.
En el hogar familiar, el joven Johannes fue tempranamente iniciado en el arte de la orfebrería y en las técnicas de acuñación de monedas. Además de su padre, muchos de sus parientes trabajaban en estos oficios, y es posible que allí se le presentara la oportunidad de grabar punzones y de asistir a la fabricación de los moldes de arena que empleaban los fundidores.
Así transcurrieron los primeros treinta años de su vida, hasta 1428, cuando Maguncia, como tantas otras ciudades renanas, empezaba a sufrir las terribles consecuencias de una violenta agitación social y política entre comunidades enfrentadas, y al imponerse el partido de los gremialistas al de los patricios, al cual pertenecía Gutenberg, éste tuvo que huir de su ciudad natal. Nada se sabe de él durante los cuatro años siguientes. Sin embargo, los archivos de la ciudad de Estrasburgo confirman su presencia allí a partir de 1434. Algunos de estos documentos son reconocimientos de deudas contraídas, una constante de su vida. Existe también una denuncia formal, por ruptura de promesa matrimonial, presentada contra él por una tal Emelin zu der Yserin Tür. Gutenberg residió en las afueras de la ciudad, en el suburbio de Saint-Arbogast, cerca del convento del mismo nombre, a las orillas del Ill.

 
El proceso de Estrasburgo 
 
En Estrasburgo, Gutenberg se asoció con tres acaudalados ciudadanos, Hans Riffe, Andreas Dritzehn y Andreas Heilmann, en actividades relacionadas con el tallado de gemas y el pulimiento de espejos, oficios que Gutenberg se comprometía a enseñar y ejercer a cambio de dinero. Sin embargo, la mayor parte del tiempo lo invertía en un proyecto que procuraba mantener totalmente en secreto; pretendía de ese modo protegerse contra eventuales imitadores capaces de apropiarse del fruto de sus esfuerzos. Descubierto, no obstante, por sus socios, éstos insistieron en participar en aquel misterioso asunto que el inventor llevaba entre manos. Gutenberg accedió de buena gana, ya que precisaba dinero, y en 1438 se firmó un contrato en el cual se estipulaba, entre otras cosas, que los tres recién incorporados deberían abonar la cantidad de 125 florines. La muerte repentina de uno de ellos, Andreas Dritzehn en la Navidad de aquel mismo año, llevó a los hermanos del fallecido a exigir entrar en la sociedad o bien recibir una compensación económica. Sin embargo, en los términos del contrato no se contemplaba dicha eventualidad, y Gutenberg se negó a tal pretensión. El caso fue llevado ante los tribunales en 1439, y éstos fallaron en contra de los herederos.
El proceso de Estrasburgo sirvió al menos para arrojar algo de luz sobre la naturaleza del proyecto. Oficialmente, Gutenberg sólo tenía que ocuparse de las labores propias de los orfebres; pero las declaraciones de los testigos hacían alusión, en no pocas ocasiones, a la extraña actividad febril que reinaba en el taller del demandado. Se trabajaba allí a todas horas, de noche y de día. ¿En qué? Los testimonios hablan de adquisiciones de plomo, de una prensa, de moldes de fundición, etc., en términos muy vagos e imprecisos, pero todos los objetos citados resultan familiares para los impresores.

 
Detalle de una de las biblias de Gutenberg
 
Cuanto más se profundiza en el nacimiento de la imprenta tipográfica, mejor se comprende la importancia de los trabajos de Gutenberg en Estrasburgo, que debieron de venir marcados por arduas investigaciones, no sólo sobre los principios del invento, que ya estaban establecidos, sino también, y sobre todo, por una larga serie de posibles soluciones técnicas, obtenidas, sin duda, después de efectuar gran número de pruebas con éxitos y fracasos alternados, pero acompañadas de la obstinación de un hombre totalmente convencido de alcanzar el resultado esperado, de lo que da fe el testimonio de numerosas personas llamadas a declarar durante el proceso de Gutenberg. Sin duda, en él, tal convencimiento procedía de la formación recibida en la infancia, durante la cual se había familiarizado en las técnicas propias de los orfebres y grabadores de monedas, desde el grabado con punzones hasta la fundición de metales, pasando por la confección de matrices. Y es muy probable que allí, en Estrasburgo, Gutenberg empezara a realizar lo que constituye la originalidad de su obra: la producción de caracteres móviles metálicos.
 
De nuevo en su ciudad natal 
 
Permaneció en Estrasburgo al menos hasta 1444; así lo confirma su inscripción, aquel mismo año, en una lista de hombres útiles para defender la ciudad contra las tropas del conde de Armagnac. Después de esta fecha se pierde su paradero para reencontrarlo cuatro años más tarde en Maguncia, adonde había acudido en busca de dinero entre los prestamistas de la ciudad. Su arte como impresor había alcanzado el refinamiento suficiente como para seducir a Johann Fust, un acaudalado burgués, y obtener de él, en 1450, la suma de 800 florines, cantidad que equivalía a diez años de salario del sindico municipal. Sin embargo, Fust se limitó a aceptar las herramientas y utensilios de Gutenberg como garantía, y dos años más tarde, en 1452, a raíz de un nuevo préstamo, se convirtió en su socio. El negocio montado por ambos se llamaba Das Werk der Bücher, y constituyó, de hecho, la primera imprenta tipográfica en sentido moderno; allí el principal colaborador de Gutenberg era Peter Schöffer, un calígrafo de gran talento que había estudiado en París. Pero como los trabajos en el taller se llevaban a cabo a un ritmo parsimonioso, y Fust contaba con la pronta rentabilización de sus inversiones, comenzó a impacientarse y a requerir de Gutenberg mayor presteza en la comercialización de las obras. Este último, como tantos otros creadores, prefería la perfección a la realización precipitada, y por ello surgieron las primeras desavenencias entre los dos asociados.
En 1455, muy probablemente, fue completada la primera obra maestra del nuevo arte la célebre Biblia «de 42 líneas», así llamada por ser éste el número más frecuente de líneas por columna en cada una de sus 1.280 páginas. Era una versión latina de las Escrituras de san Jerónimo, y se precisaron fundir casi cinco millones de tipos, editándose 120 ejemplares en papel y 20 en pergamino, de los que se conservan 33 y 13, respectivamente.
A pesar del éxito obtenido por la publicación, Fust interpuso, aquel mismo año, una demanda judicial contra Gutenberg, acusándolo de no haber respetado sus compromisos financieros. El infortunado inventor fue condenado a pagar a su acreedor 2.026 florines, cantidad que incluía todo el capital prestado junto con los intereses devengados. Perdió además su taller y, al parecer, la mayor parte de su material, del que se apoderó Fust. Éste se asoció con Peter Schöffer, cuyas declaraciones contra el demandado condicionaron en gran medida, el resultado de la sentencia y el cual se casó más tarde con una de las hijas de Fust. Los nuevos amos de la imprenta publicaron, en 1457, el Mainzer Psalterium, un salterio, el primer libro que lleva el nombre del editor. La composición de esta bellísima obra debió de precisar varios años de trabajo y es verosímil que comenzara bajo la dirección de Gutenberg.
Tras perder su pleito con Fust, la existencia del célebre impresor conoció unos años amargos. Arruinado, se vio acosado por sus acreedores, algunos de los cuales le llevaron de nuevo ante los tribunales, y acabó por refugiarse en la comunidad de religiosos de la fundación de San Víctor. Más tarde, contó con la ayuda desinteresada de un tal Konrad Humery, funcionario del ayuntamiento de Maguncia, que le proporcionó material para montar un pequeño taller tipográfico. Se especula que allí imprimió varias obras menores, entre ellas la traducción al alemán de una bula papal contra los turcos y un calendario médico en latín. Una Biblia «de 36 líneas» habitualmente atribuida a su labor, parece más bien, según otros testimonios y características, obra de Schöffer.

 
Obreros en una imprenta como la que ideó Gutenberg
 
A partir de 1465, Gutenberg comenzó a gozar de cierta seguridad económica gracias al mecenazgo del arzobispo elector de Maguncia, Adolfo II de Nassau. Le hizo miembro de la corte real, le eximió de pagar impuestos y le concedió una pensión anual de grano, vestido y vino. Gutenberg falleció el 3 de febrero de 1467, si es cierto el testimonio que dejó escrito un canónigo de la fundación de San Víctor, y fue enterrado en la iglesia que los monjes franciscanos poseían en Maguncia. Esta iglesia fue destruida a causa del fuego artillero a la que se vio sometida la ciudad en 1793, y la tumba de Gutenberg desapareció con ella. Sobre su emplazamiento pasa actualmente una calle que, ironías del destino, lleva el nombre de Peter Schöffer.
Gutenberg vivió para ver cómo su invento se extendía rápidamente por toda Europa, empezando por las ciudades situadas a lo largo del valle del Rin. A ello contribuyó, sin duda, la violenta ocupación de Maguncia en 1462 por Adolfo II de Nassau, el cual entregó la ciudad al saqueo y pillaje de sus tropas. Numerosos habitantes huyeron, entre ellos Peter Schöffer, que se instaló en Frankfurt y fundó allí un nuevo taller de artes gráficas. A la muerte de Gutenberg, no menos de ocho ciudades importantes contaban con talleres de impresión, y en las décadas siguientes, aquella técnica revolucionaria era conocida desde Estocolmo hasta Cracovia, pasando por Lisboa. En España, la imprenta fue introducida por los alemanes, y se sabe que en 1473 funcionaban talleres en el reino de Aragón. Se considera que el primer libro español impreso que ha llegado hasta nosotros es Obres et trabes en lohors de la Verge Maria impreso en Valencia en 1474.

 

24 de febrero de 2021

B. de S. (Fray Bernardino de Sahagún 1499 - 1590), Hans Magnus Enzensberger




B. de S. (Fray Bernardino de Sahagún 1499 - 1590),  Hans Magnus Enzensberger

 

A los ochenta años sus ojos se ensombrecen.
Misiva del Consejo de Indias al Virrey. Edicto
del Alto Consejo de la Inquisición a los arzobispos
de México y Oaxaca. Las obras paganas en cuestión
son ociosas, extrañas a la Fe y peligrosas.
Los manuscritos se dispersan. La escuela
se desmorona. La viruela acaba con los indios.
 
A veces se pregunta qué fue en su vida:
un cuervo en un campo de batalla, o un salvador.
A duras penas descifra en copias clandestinas
lo escrito y dibujado otrora por sus pupilos.
Viejos pictogramas, hieráticos y extraños. Un mundo
distinto, transparente como muestras en resma.
Sus labios se mueven despacio y va leyendo:
 
El presagio
Fue diez años antes de llegar los españoles, fue
la primera señal. Fue como una lengua de fuego
sobre el cielo, como una llama, como un resplandor
en el crepúsculo. Ardía espacioso, se alzaba alto
y afilado. Un año entero apareció, en las noches.
Y cuando brillaba, re alzaba un griterío,
gritaban todos, todos batían con la palma de la mano
contra sus bocas, todos sentían un miedo horrible,
se estremecían, esperaban, estaban aterrados.
 
Ocupa su vida en hacer preguntas. De lo aniquilado
se siente admirado. De ios asesinados (perfectos filósofos
y astrólogos, oscuros y sutiles, elegantes,
y muy diestros en todas las artes mecánicas)
procura obtener respuestas. Lo que él profesa
es una ciencia, nueva y rigurosa. La metodología
no existe todavía. El es el primero.
 
E inventa el sondeo informático: los cuestionarios,
las interviús, el cross-checking, el teamwork.
Capacita a sus discípulos: normas de transcripción,
gramáticas, glosarios. Sube incluso a los volcanes.
Pero lo que cuenta, no es lo que ve. Pregunta
a los supervivientes, los últimos aztecas. ¿Qué es
una montaña? Ellos dictan y el escribano apunta:
 
La montaña
Es algo elevado y agudo termina en punta,
en la cima, afilada, se alza prominente;
se hace cónica, redonda; a más redonda, más baja;
con muchas peñas, rocosa; abrupta, agrietada, rocosa;
de tierra, con árboies, yerbosa; con matas; con agua;
seca; quebradiza; con barrancos; con cavernas;
hay gargantas en ella, morros de piedra.
Subo a la montaña, trepo por la montaña. Vivo
en la montaña. He nacido en la montaña. Nadie
puede hacerse una montaña. Nadie se transforma
en una montaña. Y al final, también la montaña se descompone.
 

Náhuatl: Todo sabe distinto, todo tiene otros colores,
nombres, articulaciones. Del dios solar al mosquito
es otro mundo (¿Qué significa el término «otro mundo»?)                                                        Historia Universal de las cosas de Nueva España. No son similitudes
lo que anda buscando en ellos (o en nosotros, por tanto),
sino aquello que no entiende.

 
Una ciencia que observa el ser humano
como Algo Distinto. Este algo incomprensible
es lo que da miedo, y es la única esperanza.
El primer antropólogo tiene un miedo atroz
de quienes interroga, de sus rituales sangrientos (y los nuestros),
de tantas mentiras e ídolos. Su obra quedará tres siglos
enterrada, prohibida, entre el polvo de los archivos.
 
La caverna
Allí se ensancha, allí se hace larga y profunda,
se abre, se cierra. Es un lugar angosto,
es agobiante. Allí se hace intransitable, hostil.
Es un lugar espantoso, donde habite la muerte,
donde reinan las tinieblas. Se vuelve tenebrosa,
sombría. Su boca está abierta de par en par, sus fauces.
Las fauces son anchas, las fauces son estrechas.
Voy a hacer mi permanencia en la caverna.
Estoy entrando. Estay aquí. Estoy en la caverna.
 
Cuando aún mozuelo, frailecillo mendicante
de parda cogulla y blanco cordón, desembarcó en Veracruz,
la carnicería había terminado: Todo está por tierra
desparramado, ya nada se conserva en pie.
Las pirámides aplanadas, los acueductos demolidos,
y no se puede pisar la tierra de México
sin pisar a la vez los restos de algún indio.
 
La masacre es «a fin de cuentas, comprensible».
Puede explicarse punto por punto,
con pelos y señales, de una segunda naturaleza,
la codicia, la ambición, que aportan, claro,
bien nos entendemos, la economía y condición de clase.
Si algo significa el término «otro mundo»,
significa algo que no nos explicamos.

 
Hans Magnus Enzensberger Mausoleo. 37 baladas de la historia del progreso,  Hans Magnus Enzensberger Editorial anagrama (1979)
Traducción de Kim Vilar
 

 


 

 Fray Bernardino de Sahagún

(Sahagún, España, 1499 o 1500 - México, 1590) Eclesiástico e historiador español. Estudió en la Universidad de Salamanca. En 1529 se desplazó a América e inició el estudio de la lengua de los indígenas mexicanos. Con una finalidad estrictamente catequística escribió en lengua náhuatl Psalmodia cristiana y sermonario de los Sanctos del Año (1583). Su obra fundamental es Historia general de las cosas de Nueva España, recopilación en doce tomos de costumbres, mitos y leyendas aztecas. Lo más destacable de este tratado es el método de investigación empleado, precursor del que aun hoy aplican los etnólogos, ya que confeccionó un cuestionario previo, seleccionó a los informadores y recurrió a intérpretes nativos que escribían al dictado náhuatl. En su día, la Iglesia confiscó la obra al considerar que se oponía a la labor misionera.
Nacido en el pueblo leonés de Sahagún, que adoptó como apellido en su orden (se llamaba Bernandino Ribeira), Bernardino de Sahagún marchó a México en 1529 y allí pasó, en diferentes lugares, el resto de su vida, entregado a la catequesis de los indígenas, para lo que aprendió el idioma náhuatl e investigó diligentemente sus usos y creencias. Muy amado por los indios, inquiría constantemente de los ancianos, sabios y sacerdotes los detalles que le interesaban, y pedía a sus discípulos que consignasen tales informes en náhuatl, traduciéndolos después él al castellano. Los materiales crecían así de continuo, dando lugar sucesivamente a varios manuscritos en ambos idiomas, de más valor los de lengua náhuatl, porque a veces omitía o abreviaba algunas cosas en la versión castellana.
La obra costó al autor muchas penalidades, porque tuvo enemigos que sostuvieron ser impropios de la Orden Franciscana aquellos gastos que podían ayudar a mantener en los indígenas el recuerdo de su idolatría, y se le impidió por todos los medios continuarla. Se sabe que Fray Bernardino de Sahagún sufrió vejaciones intelectuales y que fue trasladado de convento en convento. Pero nunca le faltaron simpatizantes, que al fin prevalecieron, si bien sus manuscritos, de los que fue despojado, no volvieron a su poder. Modernamente reencontrados, se han editado y traducido repetidamente desde 1829, aunque de forma muy deficiente al principio. Uno de los fragmentos apareció en la Biblioteca Laurentina de Florencia (Códice florentino) y otros en un convento franciscano de Tolosa.
La Historia general de las cosas de Nueva España, cuya redacción le llevó cuarenta años, es un texto capital de la historiografía mexicana contemporánea. Concebida a la manera de un tratado moderno (uso de documentos, cotejo de diversas fuentes, apartados clasificados de forma científica), consta de doce libros. Los nueve primeros tratan de los dioses y diosas, de las fiestas en su honor, de las creencias sobre la inmortalidad del alma y de las ceremonias fúnebres, así como de la astrología judicial, los augures y adivinos, y de la vida intelectual y política, entre otros temas.
Los libros X y XI contienen un diccionario, y el XII expone la conquista de México en su versión indígena. Obra metódica y de importancia excepcional, representa un tesoro de conocimientos etnográficos, arqueológicos e históricos que constituye una contribución fundamental al conocimiento de los indígenas en su primitivo tipo de vida. Las excavaciones arqueológicas realizadas desde el siglo XX han corroborado muchos aspectos de la obra de Sahagún.
No tuvieron mejor suerte otros textos salidos de la pluma de este ilustre franciscano. Las Pláticas o Coloquios aparecieron en la Biblioteca Vaticana y se publicaron en 1924; de la Psalmodia cristiana, que contenía parte de los salmos traducidos y reinterpretados en náhuatl, quedaron tres ejemplares muy incompletos; y tampoco se encontró nunca un Arte (gramática) de la lengua mexicana, escrito en 1569. También se le atribuyen diversas obras doctrinales en lengua náhuatl, no localizadas en la actualidad.
 

 
 
Mausoleo. 37 baladas de la historia del progreso,  Hans Magnus Enzensberger
Editorial anagrama (1979)
 

Mausoleo, la primera obra poética de envergadura de Hans Magnus Enzensberger en varios años, gira en tormo a Las contradicciones del progreso. un proceso de varios siglos de duración, cuyas intrincaciones trágicas y cómicas, honorables y absurdas, arrastramos todos nosotros. Se trata de un tema realmente grandioso. Aquí apenas se percibe ya esa modestia que el Yo lírico haba adoptado durante estos últimos años.
Si bien el progreso es un mito colectivo, ha encontrado su personificación en una larga serie de protagonistas y detractores. En consecuencia, la obra adopta la forma de una galería de espejos y retratos, en la cual pueden contemplarse revolucionarios y astrónomos, músicos e ingenieros, matemáticos y prestidigitadores, monjes y burócratas (Gutenberg, Maquiavelo, Leibniz, Darwin, Fourier. Chopin, Méliés, Bakunin, el Che, etc.). Todos ellos pertenecen a la raza blanca; proceden de las clases dominantes y los “estamentos cuItos” y, además, son todos varones. Se trata, por lo tanto, de una pequeña minoría radical que ha llevado a cabo acciones imprevisibles en nombre y, en bastantes ocasiones, a espaldas de la mayoría.
Un libro así no puede ser un volumen de poemas en el sentido usual. Nos hallamos ante un trabajo sumamente original y muy elaborado, que intenta establecer y representar unas relaciones estructurales amplias, más allá de la figura aislada, del texto suelto. A este fin, Enzensberger se ha servido de una antigua forma poética, que permite tanto el gesto épico como la desmesura dramática: la balada es un campo muy vasto. Sus amplias estrofas, sus largos versos soportan sin esfuerzo el collage de citas, enumeraciones, exhortaciones. paréntesis y meandros que el tema exige.
En los epitafios de los treinta y siete héroes pueden leerse sus invenciones y lucubraciones, sus pesadillas privadas y públicas, sus luchas a lo slapstick, sus triunfos y sus desastres. Estos epitafios tan sólo están identificados con unas iniciales. porque, en último término, el proceso anónimo va más allá de las intenciones y los deseos de los sujetos, arrollando la voluntad y la resistencia de éstos. Este libro se cierra con un índice en el cual, además de los personajes retratados el lector también puede encontrar otros muchos personajes implicados en la trama.

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