Quiero explicar que todos los post que fueron subidos al blog están disponibles a pesar de que no se muestren o se encuentren en la pagina principal. Para buscarlos pueden hacerlo por intermedio de la sección archivo del blog ahi los encuentran por año y meses respectivamente. también por “etiquetas” o "categorías de textos publicados", o bajando por la pagina hasta llegar al último texto que se ve y a la derecha donde dice ENTRADAS ANTIGUAS (Cargar más entradas) dar click ahí y se cargaran un grupo más de entradas. Repetir la operación sucesivamente hasta llegar al primer archivo subido.

INSTRUCCIONES PARA NAVEGAR EN EL BLOG:

El blog tiene más contenidos de los que muestra en su pantalla inicial al abrir la página. En la pantalla principal usted vera 5 entradas o posteos o publicaciones. Al llegar a la última que se muestra puede clickear donde dice ENTRADAS ANTIGUAS verá las 5 entradas, posteos o publicaciones anteriores. Puede seguir así y llegará hasta la primera publicación del blog. A la izquierda en la barra lateral (Sidebar) Usted verá el menú ETIQUETAS. Ahí están ubicadas las categorías de los textos publicados, si usted quiere ver poemas de un determinado autor, busca su nombre, clickea ahí y se le abrirán los trabajos de ese autor, Si no le mostró todo lo referido a esa categoría al llegar al final encontrará que dice ENTRADAS MAS RECIENTES, PÁGINA PRINCIPAL Y ENTRADAS ANTIGUAS. Debe clickear en ENTRADAS ANTIGUAS y le seguirá mostrando mas entradas o post con respecto al tema que busca. A la derecha , se encuentra un BUSCADOR, usted puede ingresar ahí el nombre del poema, o texto, o un verso, o autor que busque y le mostrará en la página principal el material que tenga el blog referido a su búsqueda. Debajo del Buscador del Blog encontramos el Menú ARCHIVO DEL BLOG en el cual se muestran los Títulos de las entradas o textos publicados del mes en curso, como así también una pestaña con los meses anteriores en la cual si usted clickea en ella verá los títulos de las entradas publicadas en determinado mes, si le da clic verá dicha entrada y asi año por año y mes por mes. Puede dejar comentarios en cada entrada del blog clickeando en COMENTARIOS al final de cada entrada. El blog es actualizado periodicamente, pudiendo encontrar nuevos textos, fotografías, poemas, videos, imágenes etc...

Gracias por visitar este lugar.




Mostrando entradas con la etiqueta Videos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Videos. Mostrar todas las entradas

29 de noviembre de 2015

Osvaldo Guevara en el Ciclo Literario Cultural 2002 del Grupo Agenda Literaria en la Biblioteca Municipal Domingo Faustino Sarmiento de la ciudad de Villa Dolores, Traslasierra, Córdoba, Argentina.




Osvaldo Guevara en el Ciclo Literario Cultural 2002 del Grupo Agenda Literaria en la Biblioteca Municipal Domingo Faustino Sarmiento de la ciudad de Villa Dolores, Traslasierra, Córdoba, Argentina.
20 de Noviembre de 2002
Tema El Agua
Coordinado por José Luis Colombini y Walter Pérez
Poeta Invitado Osvaldo Guevara
Muestra de Arte: Mariano Dullivo
Producción ejecutiva y artística: Anna Lauricella

Colaboradores: Marite Cuestas, Vicky Colombini Lauricella, Marisa Perez, Silvia López  y Anna Lauricella.

24 de noviembre de 2015

Evocación de Jorge Diego López (Camaleón) de y por Osvaldo Guevara


Evocación de Jorge Diego López (Camaleón) de y por Osvaldo Guevara

Video del Acto Cultural con motivo del aniversario 161º de nuestra ciudad, Villa Dolores, Capital Nacional de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina, Organizado por el Grupo Literario Tardes de la Biblioteca Sarmiento y la Junta Municipal de Historia.
Viernes 25 de abril Salón del Colegio de Escribanos de Villa Dolores, Traslasierra, Córdoba, Argentina.

11 de noviembre de 2015

Nieve, Enrique Lihn

NIEVE

Cómo te gustaría suspender esta peregrinación
       solitaria
y retomarla luego que pase, compañera de viaje, la
       fatiga
del extranjero para el cual todo se mezcla a ella,
aun en medio del mayor encantamiento.
Como ayer mientras el viejo Brueghel montaba para
       ti su tabladillo,
nada menos que en el Museo Real de Bellas Artes;
ángeles y demonios, y sin embargo habías perdido
       tantas veces
esa misma batalla minuciosa
que ahora el pincel mágico del viejo la libraba
del otro lado de un espejo oscuro. Retuviste el aliento,
en honor a lo real, para dejarlo hacer
su trabajo de siempre sin un nuevo testigo.
La nieve era en Bruselas otro falso recuerdo
de tu infancia, cayendo sobre esos raros sueños
tuyos sobre ciudades a las que daba acceso
la casa ubicua de los abuelos paternos:
peluquerías en las largas calles; espejos, en lugar de
       puertas, rebosantes
de pintadas columnas giratorias;
tiendas, invernaderos, palacios de cristal, la oveja que
       balaba,
mitad juguete mitad inmolación
del cordero pascual, y reconoces
el Boulevard du Jardin Botanique, por alguna razón
       tan misteriosa
como la nieve.
¿Dónde está lo real? No hiere preguntarlo ni
       importa que uno sepa de memoria
las exactas respuestas del maestro y los suyos
entre los cuales vive tu voluntad. No importa.
Entiendes bien que el solipsismo es una coartada
del poder contra el espíritu. Pero aquí, en el más
       absoluto aislamiento, se es víctima de
       impresiones curiosas,
a la vuelta de una esquina que nunca parece
       exactamente la misma
como si las calles caminaran contigo, participando de
       tu desconcierto.
Estabas advertido: había que viajar en compañía, pero
en cambio viniste del otro lado del mundo
para mirar tu soledad a la cara
y lo demás que ahora no interesa.
Esta forma del ser, obstinada en impugnarlo; celosa
de toda ambigüedad, la conoces
como Edipo a la Esfinge, horma de su zapato.
Nieva en Bruselas y en tus falsos recuerdos. Piensas:
       «es mi fatiga.
Ella es la que no se extraña de nada».
El viejo cierra a las cinco su caja de Pandora.
       Demasiado temprano, ya lo sabes.
Como si dispusiera de lo eterno, otra vez, la noche
       se da el lujo de caer lentamente
sobre la Gran Plaza que ha encendido su torre
en un dorado Oficio de Tinieblas,
y es tu familiaridad la sorprendida
con un mundo en que el logos fue la magia.
Piedras transfiguradas por las manos del hombre
hasta hacerse tocar por los ángeles mismos:
ocios del gótico tardío. No,
nada te habría encaminado a lo oscuro que te
       significara
la recuperación de una embriaguez perdida
con los años de triste aprendizaje.
Pero, en fin, habías bebido unos vasos de cerveza
       por lo que pudiera ocurrir y fue el temor
de que nada ocurriera sino sólo en ti mismo
el primero en empujarte en esa dirección.
Rue des Chanteurs, rue de la Bienfaisance; los nombres
       cambian de sonido y lugar
igual, en todas partes, permanece,
bajo luces distintas esa tierra de nadie, lindando con
       el Reino de las Madres:
su viejo cómplice y enemigo de siempre.
Tu distracción tomaba la forma de la nieve,
       ahora ese lejano resplandor
que todo lo cubría vagamente, hasta la aparición
       articulada
de la mujer, en su pequeña vitrina, como ahogada
       en una luz incierta.
Y sonreía sólo para sí misma.
No fue ella, por cierto, la anfitriona; allí estaba
       la otra,
esa que reconocerías entre miles, cuyo nombre
       ha cambiado tantas veces,
pronta a participar, por un momento, en el diálogo.
       Sólo lo justo para hacerse presente
como si nunca nada pudiera comenzar.

Enrique Lihn

De Poesía de paso, Premio Casa de las Américas 1966





Leonardo Dellepiane (Peru) leyendo Nieve de Enrique Lihn

Video poético del Café Literario del Jueves 08 de Julio de 2010, en La Vieja Esquina, Avda San Martín y Edison, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Cuyo tema fue La Nieve y coordino la velada Jose Luis Colombini.

7 de noviembre de 2015

Osvaldo Guevara recordando anécdotas de Alejandra Pizarnik y de Horacio Castillo

Video poético del Café Literario del Jueves 08 de Julio de 2010, en La Vieja Esquina, Avda San Martín y Edison, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Cuyo tema fue La Nieve y coordino la velada Jose Luis Colombini.

Osvaldo Guevara recordando anécdotas de Alejandra Pizarnik y de Horacio Castillo

3 de noviembre de 2015

Daniel Conn leyendo su poema Cuerpo de arena

Daniel Conn leyendo su poema Cuerpo de arena
Video del 2º ENCUENTRO DE "POETAS EN EL ARA"
"Poesía enciende una luz" (A. Bruzzone).
18 DE MARZO DE 2012
OJO DE AGUA (NONO) TRASLASIERRA, CÓRDOBA.

Organizó Grupo "Amigos del Ara de la Poesía"



CUERPO DE ARENA

La tomo de las manos y no queda nada.
Ni un detalle de ella permanece.
La abraso y se diluye en un universo homogéneo y etéreo.
La acaricio hasta modelar una figura de otro tiempo
y se desmorona como las migas del pan añejo.
La contengo en un castillo de paredes altas, de techos largos
y huye con el viento que se pierde por debajo de la puerta
La empapo de mi sudor y por un segundo deja de ser un puzzle inescrutable.
Se queda ahí, quieta, eterna, casi celestial.
La contemplo grano a grano, parte por parte,
la recorro con mis ojos, la intento tocar,
pero desaparece como la muerte.

Nuevamente todo se ha secado
y mis manos no pueden más que extrañarla.


Daniel Conn

27 de octubre de 2015

"LA LITERATURA INFANTIL Y SUS POSIBILIDADES" Charla Taller a cargo del escritor Rafael Horacio López y la profesora Susana Miranda.




"LA LITERATURA INFANTIL Y SUS POSIBILIDADES" Charla Taller a cargo del escritor Rafael Horacio López y la profesora Susana Miranda. (Video)
En el marco de la 2º FERIA MULTICULTURAL DEL LIBRO Y ARTES
Jueves 22 de octubre 2015, Sala de Arte Municipal. Villa Dolores, Traslasierra, Córdoba, Argentina.
ORGANIZAN: Biblioteca Pedagógica Villa Dolores - Uepc Villa Dolores San Javier - Biblioteca Caranday - Círculo de Narradores Paso del León.
AUSPICIAN: Municipalidad de Villa Dolores - CEMDO Ltda.


20 de octubre de 2015

Conversación con niños sobre Literatura infantil a cargo de Rafael Horacio López

Conversación sobre Literatura. Visita a la casa del Poeta Rafael Horacio Lòpez de alumnos de la escuela primaria Jose de San Martin de San Javier, Traslasierra, Còrdoba, Argentina  16 de octubre de 2015

11 de octubre de 2015

Rafael Horacio López leyendo Antipoesías de Eduardo Fracchia.

Rafael Horacio López leyendo Antipoesías de Eduardo Fracchia. 
Video del Café Literario del Jueves 19 de Marzo de 2009, en el patio de  Big Pancho, Sarmiento 269, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Cuyo tema fue EL ENCUENTRO .

Rafael Horacio López leyendo Antipoesías de Eduardo Fracchia. CAFE LITERARIO EL ENCUENTRO 19/03/09 


Antipoesía número 10

Los encuentros son tan difíciles
como
las despedidas.

Los
encuentros y las despedidas
son
un comienzo.

Eduardo Fracchia

Antipoesía número 11 Eduardo Fracchia

Suele ocurrir
a veces
el mundo se nos cae
entonces,

desesperados, lo inventamos de nuevo.

7 de octubre de 2015

Video de la Presentación del libro "TRONCO, Pueblo Viejo" del poeta Rafael Horacio López

Video de la Presentación del libro "TRONCO, Pueblo Viejo" del poeta Rafael Horacio López, viernes 19 de junio de 2015, Auditorio Municipal Ciudad de Villa Dolores, Traslasierra Córdoba, Argentina. Se refirieron a la obra la Lic. Celia Inés López Miranda y la Prof. Beatriz Tombeur.

Locución Guillermo Sappia
Palabras, análisis y anécdotas de la Presidente del Grupo Literario Tardes de la Biblioteca Sarmiento LIc. Inés López y de la Presidente de la Junta Municipal de Historia de Villa Dolores Beatriz Tombeur
Palabras del Poeta Rafael Horacio López

5 de octubre de 2015

Alejandro Nicotra leyendo sus poemas: En uno y otro día, El llamado, Venus, La estrella fugaz, A si mismo, El pan de las abejas.

Alejandro Nicotra leyendo sus poemas: En uno y otro día, El llamado, Venus, La estrella fugaz, A si mismo, El pan de las abejas.
Acto de entrega del Premio Rosa de Cobre en la Biblioteca Nacional (Buenos Aires, Argentina) 22 de noviembre de 2013: Juan Gelman (representado por su editor), Juana Bignozzi, Rodolfo Godino, Alejandro Nicotra, Hugo Padeletti y Luis Tedesco. Horacio Gonzalez Director de la Biblioteca Nacional.

Venus

Cuando llegas, nadie te anuncia,
aún oscurece piedra y piedra la tarde
y apaga arriba o halcón o paloma,
sus animales de fuego.

Y los árboles ya son objetos de la noche.

Todo cicatriza, como un párpado;
damos la espalda al cielo.

Pero tú abres puertas,
te instalas y desnudas,
e inicias, en los declives de la sombra
-fijo planeta, rara diosa-,
el esplendor de la mujer y el rocío.

……………………………………………….   

La estrella fugaz

                              A Alejandro Bekes

No la línea que se cierra en el círculo,
sino la tangente:
            la ventura de la estrella fugaz
que ha rozado la noche
(porque la mente elude toda afirmación,
flotante en lo incierto,
en lo improbable).

Así amaste otra vez su travesía,
por suburbios del cielo.

--------------------------- 

A sí mismo

Tema del anochecer,
última luz,
                materia
apta, tal vez, para ilustrar la estela
de este día -y su fe:
                                 y no, ahí
la dejas, virgen
en las canteras que ya oculta la noche,
como una veta de amatista o ágata
inexplorada.

   *
(Coda)
Así el día se va
como el amor que alentó las mañanas,
que dio al Oeste su declive
lento -de valle,

y ahora es el turno, dices, de la sombra
aún tenue, y su piedad.

---------------------------------- 

EL PAN DE LAS ABEJAS

(En memoria
de Antonio Esteban Agüero)


El pan de las abejas, la miel de todos.

Sopla el tiempo
sobre la galería de tu casa: nadie
sino la luz sorda, vacía,
entre pilares rotos.
Ni tu sombra, ni el rumor del poema.
.pan de las abejas, la miel de todos.

(“El agua con racimos y la luz con abejas”…)
Patio sin parras. Seco aljibe.

Ayer,
la madre pasa con un plato de miel.

He visto las colmenas devastadas
y en el aire de marzo,
espacio azul,
el humo que subía desde los panales.

He visto al hombre enmascarado,
los torpes guantes,
y el pueblo de la brisa
y de la flor:
gota a gota,
los pequeños

cadáveres.

Alejandro Nicotra

2 de octubre de 2015

Video completo de la disitinción a Alejandro Nicotra como ciudadano ilustre



Video completo de la disitinción a Alejandro Nicotra como ciudadano ilustre


Alejandro Nicotra Jueves 21 de julio 2011,la Municipalidad de Villa Dolores, distinguió como "Ciudadano Ilustre" a Alejandro Nicotra, por su trayectoria como escritor y poeta, logrando reconocimientos a nivel nacional e internacional. La cita fuelas en el Salón de los Cuadros del Nuevo Palacio Municipal, en el Centro Cívico de Villa Dolores, Traslasierra, Córdoba, Argentina

29 de septiembre de 2015

Presentación del Primer Anecdotario Dolorense "Rescate del Ayer"


Presentación del Primer Anecdotario Dolorense  "Rescate del Ayer"
Sala de Arte Municipal. 25 de setiembre de 2015. Villa Dolores, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Organiza Círculo de Narradores de Traslasierra “ Paso del Leon” y Biblioteca Pedagógica de Villa Dolores.
Conducción del acto: Alejandra Nieto.
Palabras del Presidente del Círculo de Narradores de Traslasierra “ Paso del Leon” Víctor Romero (Víctor Saturni)
Palabras de Isabel Nieto Grando
Profesor Nazareno Farias autor de la tapa del anecdotario
Entrega de anecdotarios: Enzo Angellotti, Osvaldo Guevara, Justo Valdarenas, Mario Torres, Beatriz Tombeur, Hugo Herrero, Roque Rojas,  Roberto Pablo “RPG” Garcia, Rafael Horacio López, Gerardo Garro, Maria Luisa Ortiz, Ñatita Nieto, Nazareno Farias, Mónica Fornés.
Lecturas de Anécdotas:
Enzo Angellotti lee El cochecito amarillo de Felipe Angellotti
Rafael Horacio López lee Pasiano
Jose Luis Colombini lee Santa Bárbara de Aldo Amaya
Justo Valdarenas lee su anécdota La Batalla que no fue
Victor Saturni lee Añoranzas de Roque Adolfo Rojas
Alejandra Nieto lee la anécdota de su autoría Cochero de Plaza
Hugo Herrero lee la Piojera

Mario Torres lee su anécdota Apuntes desde la farmacia

28 de septiembre de 2015

Los Pelícanos De Plata - Manuel Mujica Lainez


Los Pelícanos De Plata - Manuel Mujica Lainez
1615

Melchor Míguez da los últimos toques con el cincel al gran sello de plata que ostenta en su centro el escudo de la ciudad. Ya está lista la obra que por castigo le impusieron los cabildantes hace veinte días. Hay tres cirios titilantes sobre la mesa y el fondo del aposento se ilumina con las ascuas del hornillo, bajo la imagen de San Eloy. El platero enciende dos velas más. Ahora la habitación resplandece como un altar, alrededor del santo patrono de los orífices. Melchor ajusta el mango de madera al sello y lo hace girar entre los dedos finos, entornando los ojos para valorar cada detalle. Está satisfecho con su trabajo y los ediles tendrán que estarlo también. En el círculo de plata maciza, abre sus alas el pelícano heráldico. Cinco polluelos alzan los picos en torno. Tal es la descripción que le hizo el capitán Víctor Casco, alcalde ordinario, cuando le leyeron la sentencia y Melchor Míguez se ha ceñido exactamente a lo dispuesto. Luego, mientras burilaba los animalejos de abultado buche, salieron otros vecinos, viejos pobladores, alegando que ésas no eran las armas que Juan de Garay había diseñado para Buenos Aires, que ellos creen recordar que se trataba de un águila con sus aguiluchos; pero el terco alcalde se mantuvo en sus trece y no hubo nada que hacer. Pelícanos le pedían al platero y pelícanos había labrado.
Se recostó en el respaldo de vaqueta y suspiró. Esa noche su mujer quedaría libre. Lo había prometido y tenía que cumplir. Extendió la cera verde sobre un trozo de pergamino y aplicó encima el sello de plata: los palmípedos se destacaron en la sobriedad primitiva de las líneas. Pronto se multiplicarán en los papelotes del Cabildo entre las firmas inseguras.
Y su mujer podrá irse, si quiere. A lo mejor se va esa misma noche para Santa Fe, donde tiene una hermana. Al alba partirá una tropa de carretas con negros esclavos y mercancías. Que se vaya con ellos. No le importa ya. El otro, el amante, se ha fugado de la ciudad, con la cara marcada para siempre. Acaso se encuentren en Santa Fe. ¿Qué le importa ya al platero? La señal de su cuchillo quedará sobre el pómulo del otro, para siempre, para siempre. Y cuando la adúltera le abrace, aunque sea en lo hondo de la noche de tinta, la cicatriz en medialuna se inflamará para enrostrarle su pecado. No podrá rozarla sin que le queme las mejillas como una brasa.
Después de todo, los alcaldes no extremaron el rigor. A cambio de la herida, lo único que le han exigido es que labrara ese escudo, sin cobrar nada por la hechura. El mayordomo de los propios le entregó el metal hace veinte días, y en seguida se puso a trabajar. Le gusta su oficio: es tarea delicada, señoril; requiere paciencia y arte.
El otro estará en Santa Fe, aguardándola; pero el tajo en el pómulo, verdadero tajo de orfebre por la destreza, ése no se le borrará.
Ella tuvo también su pena: quince azotes diarios con el látigo trenzado, sobre las espaldas desnudas. Da lástima ver ahora esas espaldas que fueron tan hermosas. Ella misma se las ha curado con hojas cocidas y aceites, pero todas las mañanas volvían a sangrar bajo la lonja de cuero. Melchor Míguez le dijo:
—Tengo que labrar el escudo y pondré veinte días en hacerlo. Hasta que lo termine, permanecerás encerrada y recibirás quince azotes cada día. Luego podrás ir a reunirte con él.
Y no ha cedido. A medida que su obra avanzaba, enrojecieron las espaldas de su mujer y se desgarraron en llaga viva. Nada logró apiadarle: ni los gritos enloquecidos que no serían escuchados, pues su casa está apartada de todas; ni el ver, mañana a mañana, cómo se debilitaba su mujer; ni ha sucumbido tampoco ante la tentación de soltar el látigo, de caer de rodillas y de besar esos hombros cárdenos, sensuales, que adora.
Podrá irse esta noche misma, si le place. Después se lo dirá. ¿Y si se quedara? ¿Si se quedara con él? La culpa ha sido lavada ya. Ambos pagaron el precio: él, con esa pieza de plata que resume en su gracia simple su sabiduría de orfebre; ella, con su sangre. Le desanudó las ligaduras que le impedían escapar, para que se vaya esta noche, si quiere. Pero ¿y si se quedara? ¿Si volvieran a vivir como antes de que el otro apareciera con su traición?
Se le cierran los ojos. Sueña con su mujer bella y sonriente. Él está cincelando una custodia maravillosa, como la que el maestre Enrique de Arfe hizo para la catedral de Córdoba, en España, y que sale en andas, balanceándose sobre las corozas de los penitentes, a modo de un pequeño templo de oro y de plata para el San Jorge que alancea al dragón. Ella, a su lado, en la bruma del sueño, vigila el fuego, pule la ileza, los alicates, las limas, los martillos diminutos. Melchor cabecea en su silla, en el aposento iluminado por el llanto de los cirios gruesos.
Ábrese una puerta quedamente y su mujer se adelanta, encorvada como una bruja. Cada paso le tuerce el rostro con una mueca de dolor. Despacio, sin un ruido, se aproxima al platero. Sobre la mesa brilla con la alegría de la plata nueva, el sello de la ciudad. La mujer estira una mano, cuidando de no tocar los buriles. Sus dedos se crispan sobre el mango de madera dura. Ya lo tiene. Avanza hasta colocarse delante de su marido. Alza el gran sello redondo, con un vigor inesperado en su flaqueza, y de un golpe seco, rabioso, cual si manejara una daga, lo incrusta en la frente de Melchor.
El orfebre rueda de su asiento sin un quejido. Algo se le ha quebrado en la frente, bajo el golpe salvaje.
La mujer, espantada, arroja el sello en el hornillo, para que se funda su metal. Luego huye renqueando. Afuera, escondido entre las sombras, la recibe en sus brazos un hombre con una cicatriz en la cara, en forma de medialuna.
Melchor Míguez yace en la habitación silenciosa, alumbrada como un altar para una misa mayor. En su frente hendida, la sangre se coagula en torno del perfil borroso de los pelícanos.


Manuel Mujica Lainez De Misteriosa Buenos Aires (1950)

Gabriela Bayarri recordando a Gustavo Roldan y leyendo los pelícanos de Manuel Mujica Lainez

 Videopoetico Café Literario del Jueves 5 de Abril de 2012, en Quo Vadis Café, Sarmiento 341 (Al lado de Tribunales), Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Cuyo tema fue Los oficios y coordino Gabriela Bayarri.

Organiza Grupo Literario Tardes de la Biblioteca Sarmiento

24 de septiembre de 2015

La galera (1803), Manuel Mujica Láinez

La galera (1803) Manuel Mujica Láinez, de "Misteriosa Buenos Aires"

¿Cuántos días, cuántos crueles, torturadores días hace que viajan así, sacudidos, zangoloteados, golpeados sin piedad contra la caja de la galera, aprisionados en los asientos duros? Catalina ha perdido la cuenta. Lo mismo pueden ser cinco que diez, que quince; lo mismo puede haber transcurrido un mes desde que partieron de Córdoba, arrastrados por ocho mulas dementes. Ciento cuarenta y dos leguas median entre Córdoba y Buenos Aires; y aunque Catalina calcula que ya llevan recorridas más de trescientas, sólo ochenta separan, en verdad, a su punto de origen y la Guardia de la Esquina, próxima parada de las postas.
Los otros viajeros vienen amodorrados, agitando las cabezas como títeres; pero Catalina no logra dormir. Apenas si ha cerrado los ojos desde que abandonaron la sabia ciudad. El coche chirría y cruje columpiándose en las sopandas de cuero estiradas a torniquete, sobres las ruedas altísimas de madera de urunday. De nada sirve que ejes y mazas y balancines estén revueltos en largas lonjas de cuero fresco para amortiguar los encontrones. La galera infernal parece haber sido construida a propósito para martirizar a quienes la ocupan. ¡Ah, pero esto no quedará así! En cuanto lleguen a Buenos Aires, la vieja señorita se quejará a don Antonio Romero de Tejada, administrador principal de correos; y si es menester, irá hasta la propia virreina Del Pino, la señora Rafaela de Vera y Pintado. ¡Ya verán quién es Catalina Vargas!
La señorita se arrebuja en su amplio manto gris y palpa una vez más, bajo la falda, las bolsitas que cosió en el interior de su ropa y que contienen su tesoro. Mira hacia sus acompañantes, temerosa de que sospechen de su actitud; más su desconfianza se deshace pronto. Nadie se fija en ella. El conductor de la correspondencia ronca atrozmente en un rincón; al pecho, el escudo de bronce con las armas reales; apoyados los pies en la bolsa del correo. Los otros se acomodaron en posturas disparatadas, sobre las mantas con las cuales improvisan lechos hostiles cuando el coche se detiene para el descanso. Debajo de los asientos, en cajones, canta el abollado metal de las valijas al chocar contra las provisiones y las garrafas de vino.
Afuera el sol enloquece al paisaje. Una nube de polvo envuelve a la galera y a los cuatro soldados que la escoltan al galope, listas las armas, porque en cualquier instante, puede surgir un malón de indios y habrá que defender las vidas. La sangre de las mulas hostigadas por los postigotes mancha los vidrios. Si abrieran las ventanas, la tierra sofocaría a los viajeros; de modo que es fuerza andar en el agobio de la clausura que apesta el olor a comida guardada y a gente y ropa sin lavar.
¡Dios mío! ¡Así ha sido todo el tiempo, todo el tiempo, cada minuto, lo mismo cuando cruzaron los bosques de algarrobos, de chañares, de talas y de piquillines, que cuando vadearon el Río Segundo y el Saladillo! Ampía, los Puestos de Ferreira, Tío Pugio, Colmán, Fraile Muerto, la Esquina de Castillo, la Posta del Zanjón, Cabeza de Tigre… Se confunden los nombres en la mente de Catalina Vargas, como se confunden los perfiles de las estancias que velan en el desierto, coronadas por miradores iguales, y de las fugaces pulperías donde los paisanos suspendían las partidas de naipes y de taba para acudir al encuentro de la diligencia enorme, único lazo de noticias con la ciudad remota.
¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Y las tardes que pasan sin dormir, pues casi todo el viaje se cumple de noche! ¡Las tardes durante las cuales se revolvió desesperada sobre el catre rebelde del parador, atormentados los oídos por la risa cercana de los peones y los esclavos que desafiaban la vihuela o asaban el costillar! Y luego, a galopar nuevamente…. Los negros se afirmaban en el estribo, prendidos como sanguijuelas; y era milagro que la zarabanda no los despidiera por los aires; las petacas, baúles y colchones se amontonaban sobre la cubierta. Sonaba el cuerno de los postillones enancados en las mulas, y a galopar, a galopar.
Catalina tantea, bajo la saya que muestra tantos tonos de mugre como lamparones, las bestias uncidas al vehículo, los bolsos cocidos, los bolsos grávidos de monedas de oro. Vale la pena el despiadado ajetreo, por lo que aguarda después, cuando las piezas redondas que ostentan la soberana efigie enseñen a Buenos Aires su poderío. ¡Cómo la adularán! Hasta el señor virrey del Pino visitará su estrado al enterarse de su fortuna.
¡Su fortuna! Y no sólo esas monedas que se esconden bajo su falda con delicioso balanceo: es la estancia de Córdoba y la de Santiago, y la casa de la calle de las Torres… Su hermana viuda ha muerto y, ahora a ella, le toca la fortuna esperada. Nunca hallarán el testamento que destruyó cuidadosamente; nunca sabrán lo otro… lo otro… aquellas medicinas que ocultó… y aquello que mezcló con las medicinas… Y ¿qué? ¿No estaba en su derecho al hacerlo? ¿Era justo que la locura de su hermana la privara de lo que se le debía? ¿No procedió bien al protegerse, al proteger sus últimos años? El mal que devoraba a Lucrecia era de los que no admiten cura…
El galope… el galope… el galope…. Junto a la portezuela traqueteante, baila la figura de uno de los soldados de la escolta. El largo gemido del cuerno anuncia que se acercan a la Guardia de la Esquina. Es una etapa más.
Y las siguientes se suceden: costean el Carcarañá, avizorando lejanas rancherías diseminadas entre pobres lagunas donde bañan sus trenzas los sauces solitarios; alcanzan a India Muerta; pasan el Arroyo del Medio. Días y noches, días y noches. He aquí Pergamino, con su fuerte rodeado de ancho foso, con su puente levadizo de madera y cuatro cañoncitos que apuntan a la llanura sin límites. Un teniente de dragones se aproxima, esponjándose, hinchado el buche como un pájaro multicolor, a buscar los pliegos sellados con lacre rojo. Cambian las mulas que manan sudor y sangre y fango. Y por la noche, reanudan la marcha.
El galope… el galope… el tamborileo de los cascos y el silbido veloz de las fustas… No cesa la matraca de los vidrios. Aun bajo el cielo fulgente de astros, maravilloso como el manto de una reina, el calor guerrea con los prisioneros de la caja estremecida. Las ruedas se hunden en las huellas costrosas dejadas por los carretones tirados por bueyes. Pero ya falta poco. Arrecifes… Areco… Luján… Ya falta poco.
Catalina Vargas va semidesvanecida. Sus dedos estrujan las escarcelas donde oscila el oro de su hermana. ¡Su hermana! No hay que recordarla. Aquello fue una pesadilla soñada hace mucho.
El correo real fuma una pipa. La señorita se incorpora, furiosa. ¡Es el colmo! ¡Como si no bastaran los sufrimientos que padecen! Pero cuando se apresta a increpar al funcionario, Catalina advierte dentro del coche la presencia de una nueva pasajera. La ve detrás del cendal de humo; brumosa, espectral. Lleva una capa gris semejante a la suya, y como ella, se cubre con un capuchón. ¿Cuándo subió al carruaje? No fue en Pergamino. Podría jurar que no fue en Pergamino, la parada postrera, ¿cómo es posible…?
La viajera gira el rostro hacia Catalina Vargas; y Catalina reconoce, en la penumbra del atavío, en la neblina que todo lo invade, la fisonomía angulosa de su hermana, de su hermana muerta. Los demás parecen no haberse percatado de su aparición. El correo sigue fumando. Más acá, el fraile reza con las palmas juntas; y el matrimonio que viene del Alto Perú dormita y cabecea. La negrita habla por lo bajo con el oficial.
Catalina se encoge, transpirando de miedo. Su hermana la observa con los ojos desencajados. Y el humo, el humo crece en bocanadas nauseabundas. La vieja señorita quisiera gritar, pero ha perdido la voz. Manotea en el aire espeso; más sus compañeros no tienen tiempo de ocuparse de ella, porque en ese instante, con gran estrépito, algo cede en la base del vehículo y la galera se tuerce y se tumba entre los gruñidos y corcovos de las mulas sofrenadas bruscamente. Uno de los ejes se ha roto.
Postillones y soldados ayudan a los maltrechos viajeros a salir de la casilla. Multiplican las explicaciones para calmarlos. No es nada. Dentro de media hora, estará arreglado el desperfecto y podrán continuar su andanza hacia Arrecifes, de donde los separan cuatro leguas.
Catalina vuelve en sí de su desmayo y se halla tendida sobre las raíces del ombú. El resto rodea al coche, cuya caja ha recobrado la posición normal sobre las sopandas. Suena el cuerno, y los soldados montan en sus cabalgaduras. Uno permanece junto a la abierta portezuela del carruaje para cerciorarse de que no falta ninguno de los pasajeros a medida que trepan al interior.
La señorita se alza, mas un peso terrible le impide levantarse. ¿Tendrá quebrados los huesos, o serán las monedas de oro las que tironean de su falda como si fueran de mármol, como si todo su vestido se hubiera transformado en un bloque de mármol que la clava en tierra? La voz se le anuda en la garganta.
A pocos pasos, la galera vibra, lista para salir. Ya se acomodaron el correo y el fraile franciscano y el matrimonio y la negra y el oficial. Ahora, idéntico a ella, con la capa color de ceniza y el capuchón bajo, el fantasma de su hermana Lucrecia se suma al grupo de pasajeros. Y ahora lo ven. Rehúsa la diestra galante que le ofrece el postillón. Están todos. Ya recogen el estribo. Ya chasquean los látigos. La galera galopa, galopa hacia Arrecifes, trepidante, bamboleante, zigzagueante, como un ciego animal desbocado, en medio de una nube de polvo.
Y Catalina Vargas queda sola, inmóvil, muda, en la soledad de la pampa y de la noche, donde en breve no se oirá más que el grito de los caranchos.


Manuel Mujica Láinez


"La Galera" de Manuel Mujica Laínez narrado por Alberto Laiseca

Manuel Bernabé Mujica Láinez (Buenos Aires, 11 de septiembre de 1910 - "El Paraíso" en Cruz Chica, Córdoba, 21 de abril de 1984) fue un escritor, biógrafo, crítico de arte y periodista argentino.
La prosa de Mujica Láinez es considerada "fluida y culta, de sabor algo arcaico, detallista y preciosista; rehuye la palabra demasiado común, sin buscar sin embargo la desconocida para el lector". Es en especial hábil en reconstruir ambientes, gracias a un dotado talento descriptivo y una gran formación como crítico de arte, aparte de su rica inventiva y su exquisitez literaria enriquecida por los conocimientos de historia legados a travez de sus antepasados.
El autor, seducido por las doctrinas esotéricas, creía con firmeza en la reencarnación y declaró escribir "para huir del tiempo". Ese es el tema de la mayor parte de sus obras.
En su narrativa pueden establecerse dos vertientes principales: el tema argentino (La casa, Los viajeros, Invitados en El Paraíso, El Gran Teatro) y las novelas históricas (Bomarzo, El unicornio, El laberinto y El escarabajo).
Se sintió igual de gustoso en el cuento (Aquí vivieron; Misteriosa Buenos Aires; Crónicas reales; Un novelista en el Museo del Prado y Cuentos completos) que en la novela.
Se considera que su obra maestra es Bomarzo (1962).

22 de septiembre de 2015

La casa cerrada, Manuel Mujica Laínez

XXIX. LA CASA CERRADA. Manuel Mujica Laínez de Misteriosa Buenos Aires.

1807

El texto de esta confesión ha sido bastante modernizado
por nosotros, suprimiendo párrafos inútiles, condensando
algunos y añadiendo aquí y allá un retoque. Ignoramos el
nombre de su autor.

«... Quizá lo más lógico, para la comprensión plena de lo que escribo, fuera que yo le hablara ante todo. Reverendo Padre, acerca de la casa que de niños llamábamos "la casa cerrada" y que se levanta todavía junto a la que fue del doctor Miguel Salcedo, entre el convento de Santo Domingo y el hospital de los Betlemitas. Frente a ella viví desde mi infancia, en esa misma calle, entonces denominada de Santo Domingo y que luego mudó el nombre para ostentar uno glorioso: Defensa.
»¡Cuánto nos intrigó a mis hermanos y a mí la casa cerrada! Y no sólo a nosotros. Recuerdo haber oído una conversación, siendo muy muchacho, que mi madre mantuvo en el estrado con algunas señoras, y en la cual aludieron misteriosamente a ella. También las inquietaba, también las asustaba y atraía, con sus postigos siempre clausurados detrás de las rejas hostiles, con su puerta que apenas se entreabría de madrugada para dejar salir a sus moradores, cuando acudían a la misa del alba en los franciscanos y, poco más tarde, a la mulata que iba de compras. No necesito decirle
quiénes habitaban allí. Con seguridad, si hace memoria, lo recordará usted. Harto lo sabíamos nosotros: era una viuda todavía joven, de familia acomodada, y sus dos hijas. Nada justificaba su reclusión. Las mozas crecieron al mismo tiempo que nosotros, pero jamás cambiaron ni con mis hermanos ni conmigo ni con nadie que yo sepa, una palabra. Se rebozaban como monjas para concurrir al oficio temprano. Luego conocí el motivo de su enclaustramiento. Por él he sufrido mi vida entera; a causa de él le escribo hoy con mano temblorosa, cuando la muerte se aproxima. Debí hacerlo antes y lo intenté en varias oportunidades, pero me faltó audacia.
»En una ocasión –ellas tendrían alrededor de quince años– pude ver el rostro de mis jóvenes vecinas. La curiosidad nos inflamaba tanto, que mi hermano mayor y yo resolvimos correr la aventura de deslizamos hasta la casa frontera por las azoteas que la cercaban. ¡Todavía me palpita el corazón al recordarlo! Aprovechamos la complicidad de un amigo que junto a ellas vivía y, silenciosos como gatos, conseguimos asomarnos con terrible riesgo a su patio interior. Allí estaban las dos muchachas, sentadas en el brocal del aljibe, peinándose. Eran muy hermosas, Reverendo Padre, con una hermosura blanquísima, de ademanes lentos; casi irreal. Las mirábamos desde la
altura, escondidos por un enorme jazminero, y se dijera que el perfume penetrante ascendía de sus cabelleras negras, lustrosas, tendidas al sol. Desde entonces no puedo oler un jazmín sin que en mi memoria renazca su forma blanca y negra. Fue la única vez que las vi, hasta lo otro, lo que le narraré más adelante, aquello que sucedió en 1807, exactamente el 5 de julio de 1807.
»La circunstancia de haber nacido en Orense, aunque mis padres me trajeron a Buenos Aires cuando empezaba a caminar, hizo que después de la primera invasión inglesa me incorporara al Tercio de Galicia. Intervine con esas fuerzas en acontecimientos que ahora, tantos años después, su osadía torna mitológicos.
»El 5 de julio de 1807 –habría transcurrido un lustro desde que entreví fugazmente a mis vecinas en su patio– fue para mi vida, como lo fue para Buenos Aires, un día decisivo.
»A las órdenes del capitán Jacobo Adrián Várela tocóme defender la Plaza de Toros, en el Retiro. Me hallé entre los cincuenta o sesenta granaderos que a bayonetazos abrieron un camino entre las balas, para organizar la retirada desde esa posición que cayó luego en poder del brigadier Auchmuty. Nuestra marcha a través de la ciudad alcanzó un heroísmo que señalaron los documentos oficiales. Jamás la olvidaré. Jamás olvidaré el fango que cubría las calles, pues había llovido la noche anterior, y nuestro avance ciego entre las quintas abandonadas donde ladraban los perros, mientras retumbaban doquier los cañones y la fusilería. Mi jefe perdió las botas en el lodo; yo dejé un cuchillo, la faja... Nadie hubiera reconocido nuestro uniforme blanco y azul. Nadie hubiera reconocido a nadie, cuando corríamos por las calles entre las lucecitas moribundas, guiados por el clamor de los heridos y por la voz entrecortada de Várela que nos alentaba a seguir.
»Llegamos así, negros de cieno y de sangre, hasta mi barrio. Allí nos enteramos de que Sir Denis Pack, herido por los patricios, se había refugiado en Santo Domingo con sus hombres. Otros refuerzos se le sumaron, encabezados por el general Craufurd. La confusión era atroz. Los carros de municiones, volcados, interceptaban la marcha. Los brazos de los heridos aparecían entre los sables y los fusiles tirados al azar. Aquí y allá, los trajes de los britanos coagulaban sus manchas rojas.
Desde la torre del convento, transformada en fortaleza, los ingleses sembraban el estrago. Había soldados en todos los techos y también vecinos y muchas mujeres que arrojaban piedras y agua hirviendo sobre los invasores.
»Varela entró a escape con la mitad de su tropa en la casa del doctor Salcedo. A poco le vimos surgir entre los balaustres de la azotea, encendido, vociferante, y abrir el fuego contra el campanario de los dominicos. Nos ordenó a gritos, a quienes todavía quedábamos en la calle, que hiciéramos lo mismo desde la casa lindera. Esa casa, Reverendo Padre, era la casa cerrada.
»Estaba cerrada como siempre. En la azotea distinguí a la dueña y sus dos hijas. Iban y venían, enloquecidas, con tachos humeantes. Uno de los oficiales se acercó a la puerta y trató de abrirla pero no pudo. Entonces nos comandó a otros dos granaderos y a mí –a mí, precisamente a mí– que destrozáramos la cerradura. Fue una impresión extraña, independiente de cuanto sucedía alrededor, algo que no tenía nada que ver con la guerra espantosa y que me incomunicaba con ella. ¿Cómo explicárselo? Fue como si en ese instante comenzara mi guerra, mi propia guerra personal, en el huracán de la otra, la grande, que por doquier me envolvía pero de la cual me separaba una zona indefinible.
»Nos precipitamos hacia el interior, cruzamos como un torbellino los dos patios y ascendimos al techo por una frágil escalerilla. Las mujeres nos recibieron sin decir palabra. En verdad, no teníamos tiempo para ocuparnos de su actitud. Lo único que nos movía era matar, matar rabiosamente. Y lo hicimos.
»El capitán Várela apareció entre nosotros. Se dirigió a mí y a quienes me rodeaban.
»–Vayan abajo –nos dijo brevemente– y secunden el tiroteo desde las ventanas.
»De inmediato le obedecimos, mas cuando nos aprestábamos a lanzarnos por los peldaños, se nos cruzó la señora. Advertí entonces, en un relámpago, que ella también debía de haber sido muy hermosa, acaso tan hermosa como sus hijas.
»Nos suplicó: »–No, abajo no...
»De un empellón la hicieron a un lado. Y ya estábamos en las salas y en las alcobas, ya
arrastrábamos los muebles, ya entreabríamos los postigos con los caños de los fusiles.
»–¡La otra habitación! –me ordenó un oficial–. ¡La última! ¡Encárguese usted! »Penetré allí automáticamente. Todo se hacía automáticamente ese día en que nos ensordecían las descargas y nos sofocaba la pólvora.
»Era un aposento pequeño. Estaba a oscuras. Calculé la posición de la ventana por la fina hendidura que en tomo del postigo dibujaba un hilo de luz. Me adelanté a tientas y de un culatazo separé las hojas. No pensé más que en continuar matando, pero entre tanto la atmósfera de la casa pesaba sobre mi nuca como algo viviente, sólido. Cuando me detuve para cargar el arma, observé que a mi lado estaba la señora. La acompañaban sus dos hijas. Me miraban con ojos dementes. Hice un movimiento para aproximarme y sosegarlas, y las tres retrocedieron hacia el fondo del cuarto que yacía en penumbra. Detrás de ellas se levantó algo que no puedo definir sino como un gruñido, un angustiado gruñido de animal.
»Por segunda vez desde que había violado la clausura, me sobrecogió la sensación rarísima de que estaba viviendo un episodio aparte de los que sacudían a la ciudad. Fue –claro que por un momento– como si la lucha de las calles y de las azoteas no tuviera significado en sí misma, como si sólo sirviera de encuadramiento remoto a otro drama, íntimo, agudo, sutil, del cual éramos los únicos protagonistas.
»Recordé entonces que antes, a lo largo de los años, había escuchado ese mismo grito ronco. Se alzaba en mitad de la noche y me estremecía, en mi cuarto cercano, con su inflexión inhumana, agorera.
»Di un paso hacia las mujeres.
»–No –pronunció la señora–, por favor, por favor, no... »Detrás, en la sombra, vi el ser horrible. ¿Necesito describírselo, Reverendo Padre? Se trataba, indudablemente, de un hombre. De hombre tenía la cabeza barbuda, pero su cuerpecito diminuto era el de un niño, con excepción de las manos grandes, cubiertas de vello, obscenas. Clavó en mí los ojos malignos, y por ellos reconocí su parentesco con las muchachas. Era su hermano. Ese monstruo era su hermano.
»El tableteo de las balas ahogó mi exclamación. De un salto me acurruqué en mi puesto de combate. Mientras apuntaba, el corazón me latía loco. A veinte pasos cayó un inglés con los brazos extendidos, un inglés muy rubio, casi tan dorado el pelo como las charreteras.
»En la habitación, la madre se echó a llorar. Gruñó el monstruo. Yo seguía tirando. Ya lo comprendía todo. Ya poseía el secreto de la casa cerrada, de la prisión de esas mujeres jóvenes y bellas, a quienes el feroz orgullo materno obligaba a encarcelarse para que nadie supiera lo que yo sabía.
»El oficial bramó a través de la puerta: »–¡A la calle, a la calle, a Santo Domingo!
»Me ajusté el cinturón. Mis compañeros me llamaban. Me volví para seguirles. Nada había cambiado en el fondo del aposento. La madre, sentada en el lecho, gemía tapándose los oídos.
Detrás asomaba la cabeza diabólica, oscilante, babeante. Las dos hijas se abrazaban con miedo. Me miraron y adiviné en su crispación anhelosa un ruego desesperado. Fue como si súbitamente una oleada del fresco perfume de los jazmines me envolviera en pleno mes de julio. Todavía me quedaba una bala en el fusil. Reverendo Padre, cualquier hombre hubiera hecho lo que hice. Un tiro seco, un solo tiro seco... ¡A tantos otros había muerto ese mismo día desde la retirada de la Plaza de Toros: oficiales fuertes y esbeltos, soldados que apenas salían de la adolescencia, a tantos, a tantos! Cayó la cabeza espantosa, como en un juego, como si fuera una cabeza de cartón y de lana... »Hasta hoy me persigue el alarido de la madre, hasta hoy, como me persiguió el 5 de julio de 1807 en mi fuga por la calle de Santo Domingo negra y roja de cadáveres, lejos de la casa cuyas puertas había arrancado...»

Manuel Mujica Laínez
De Misteriosa Buenos Aires (1950)

El cuento "La casa cerrada" de Manuel Mujica Láinez, narrado por el escritor argentino Alberto Laiseca para el ciclo "Cuentos de Terror".

18 de septiembre de 2015

Las venas siguen abiertas: Crímenes de Estado, su investigación y el género negro. Coordina: Lucio Yudicello. Sábado 12 de Septiembre 2015. Centro Cultural Comechingones, Mina Clavero, Traslasierra, Córdoba, Argentina




Las venas siguen abiertas: Crímenes de Estado, su investigación y el género negro. Coordina: Lucio Yudicello. Sábado 12 de Septiembre 2015. Centro Cultural Comechingones, Mina Clavero, Traslasierra, Córdoba, Argentina

Lucio Yudicello ha publicado las novelas: El derrumbe (1985), Las voces (1992), El sangrador (2006) y Judas no siempre se ahorca (2011); entre sus libros de cuentos están: La guerra invisible (1994), Los nombres de la furia (1994), Un camino sin rumbo y con destino (1997), Las partidas del juez Belisario Guzmán (2002) y Barrio plateado (2009); y el libro de ensayos Ernesto Sábato, el revés de la utopía (1999). Obtuvo importantes premios. Desde 1994 vive en Villa Cura Brochero.

Raúl Argemí (1946). Escritor argentino, actualmente radicado en su país de origen, luego de 12 años en España. Es autor de novela negra. Su obra ha ganado diversos premios, el Hammett entre ellos, y se ha traducido al francés, italiano, holandés y alemán.

Fernando López nació en San Francisco, provincia de Córdoba en el año 1948. Es abogado, magistrado judicial retirado y escritor. Actualmente ejerce el cargo de Director de la serie Tinta Roja de novelas policiales latinoamericanas para la editorial Eduvim. Fue también Coordinador del proyecto Decamerón cordobés (Córdoba), Director de la revista Los que cuentan, Vicepresidente segundo de la Asociación Argentina de Lectura en la filial Córdoba e Integrante de la mesa ejecutiva de los Juegos Florales Nacionales de la ciudad de San Francisco. Ha sido jurado en numerosos concursos literarios entre los que se destaca el Premio Casa de las Américas ( Cuba, 1987). Varios de sus cuentos fueron incluidos en antologías, diarios, revistas y suplementos de Argentina, Chile, Cuba, México, España, Suecia, EE.UU. e Israel.
Ha publicado relatos: Duendes al alba (1995); La noche de Santa Ana (1992); El ganso parlante (1987)), y novelas: Bilis negra (2005); La sombra del agua (2004) y Un corazón en la planta del pie (2011), entre otras. En 2012 inició una serie protagonizada por Philip Lecoq, detective de la que se han publicado dos títulos: Falsa rubia con tacones y Animales de la noche.
Fue primer finalista del premio Planeta Argentina, con Odisea del cangrejo (2005); premio Casa de las Américas, Cuba, a la novela Arde aún sobre los años (1985); y premio Latinoamericano de Narrativa, otorgado por la Universidad de Colima, México, a la novela El mejor enemigo (1984).


Milton Fornaro nació en Minas, Uruguay en 1957. Se desempeñó como co-director del Diccionario de la LIteratura Uruguaya (Arca, 1986), participó de la novela colectiva La muerte hace buena letra (Trilce, 1993) y fue guionista de TV para el programa humorístico Plop (1991-1992).
Es autor de una obra teatral, Coquita Superestar (1992) y de varios libros de cuentos: De cómo un niño salvó su honor con una honda (1967), Nueve en cuerpo 18 (1968), Lo demás son cuentos (1972), Los imprecisos límites del infierno (1979), Ajuste de cuentos (1982), Puro Cuento (1986), Descuentos (1998) y Murmuraciones inútiles (Alfaguara, 2004) libro con el cual obtuvo el 1er Premio en la Categoría Narrativa del Concurso Literario Anual del M.E.C (Ministerio de Educación y Cultura).
Como novelista ha publicado: Hoy fue uno de esos días (1993), Si le digo le miento (2003) y Cadáver se necesita (Alfaguara, 2006)


Arte en Vivo e Intervenciones Colectivas

Sol Pombo Nació en Mar del Plata en 1975. Es artista visual, fotógrafa y gestora cultural. Se formó en la Escuela de Artes Visuales Martín A. Malharro, en la Universidad de Mar del Plata y en distintos talleres particulares: en pintura, con el maestro Eduardo Martín; en Arte Contemporáneo y Análisis de la propia Obra, con la Licenciada Noemí di Carlo en Mar del Plata y en Barcelona, España; en acuarela, en Centro Cultural Universitario Casa de Porras, Universidad de Granada, España. Ha realizado cursos, seminarios y talleres con distintos referentes de las artes visuales, entre ellos, Juan Carlos Romero y Pablo Delfini. Además, ha realizado cursos y talleres de formación teórica en Arte Contemporáneo, Arte y Pensamiento Oriental y en Curaduría, con la Licenciada en Curaduría e Historia de las Artes Cecilia Latorre. Ha participado en numerosas muestras y exposiciones en distintas disciplinas y actualmente coordina talleres de arte y de fotografía y diseña y coordina proyectos culturales y artísticos. Es integrante de Azabache Arte en Vivo e Intervenciones Colectivas desde el año 2011.

Diego García Conde, Instituto Superior de Artes Visuales Martín A. Malharro: Construcción mediática de las fronteras en el sentido común”.

 Es Licenciado en Ciencias de la Educación por la Universidad Nacional de Buenos Aires (1989). Cuenta con un postítulo de formación docente. Entre 1995 y 2003 fue Concejal del Partido de General Pueyrredón. Desde 1992 trabaja como docente de Introducción al Análisis de la Imagen – Comunicación – Semiología de la Imagen en el Instituto Superior de Artes Visuales Martín Malharro. Es artista plástico y desde 2011 es Coordinador de Arte del Festival Azabache de Mar del Plata. Es miembro de Azabache Arte en Vivo e Intervenciones Colectivas desde 2011.

Etiquetas

Videos (227) Osvaldo Guevara (111) Jose Luis Colombini (106) Café Literario Traslasierra (90) Rafael Horacio López (86) Aldo Luis Novelli (75) Antonio Esteban Agüero (65) Claudio Suarez (65) Alejandro Nicotra (64) Roberto Jorge Santoro (64) Juan L. Ortiz (59) Baldomero Fernández Moreno (50) Oscar Guiñazú Alvarez (50) Gianni Siccardi (49) Vicente Huidobro (49) Olga Orozco (48) Aldo Pellegrini (47) Elvio Romero (47) Enrique Lihn (47) Jorge Teillier (46) Gloria Fuertes (45) Felipe Angellotti (44) Circe Maia (41) Hermann Hesse (41) Fernando Pessoa (36) Rodolfo Alonso (35) Vicente Aleixandre (35) Horacio Castillo (34) Gonzalo Rojas (33) Alejandra Pizarnik (32) Miguel Ortiz (32) Edgar Bayley (31) César Vallejo (29) Raúl Gustavo Aguirre (29) Rodolfo Godino (29) Alberto Luis Ponzo (28) Anton Chejov (28) Daniel Conn (28) Marco Denevi (27) Octavio Paz (27) Gabriela Bayarri (26) Jorge Ariel Madrazo (26) Théophile Gautier (26) Alberto Girri (25) Carlos Garro Aguilar (25) Jacques Sternberg (25) Jaime Saenz (25) Leónidas Lamborghini (25) Orfila Bardesio (24) Leopoldo Marechal (23) H. P. Lovecraft (22) Poetas Chinos (22) William Carlos Williams (22) Carlos Castaneda (21) Grupo Literario Tardes de la Biblioteca Sarmiento (21) Horacio Preler (21) Leandro Calle (21) Leopoldo "Teuco" Castilla (21) O. Henry (21) Sandro Penna (21) Sandro Tedeschi (21) Witold Gombrowicz (21) Julio Bepré (20) Mario Torres (20) Nicanor Parra (20) Cesar Moro (19) Francisco Madariaga (19) María Meleck Vivanco (19) Vicente Luy (19) Omar Yubiaceca (Jorge Omar Altamirano) (17) Jorge Luis Carranza (16) Teresa Gómez Atala (16) Ariel Canzani (15) Manuel Mujica Laínez (15) Marcelo Dughetti (15) Ana Cristina Cesar (14) Carlos Drummond de Andrade (14) Isidoro Blaisten (14) Karen Alkalay-Gut (14) Manuel López Ares (14) Mircea Eliade (14) Nestor Perlongher (14) Raymond Carver (14) Richard Aldington (14) Spencer Holst (14) Alaide Foppa (13) Anne Waldman (13) Antonin Artaud (13) Charles Baudelaire (13) José B. Adolph (13) Lawrence Ferlinghetti (13) Marcel Schwob (13) Miguel Angel Bustos (13) Ricardo Rubio (13) Sam Shepard (13) Teresa Wilms Montt (13) Cecilia Meireles (12) Ernesto Cardenal (12) Jose Emilio Pacheco (12) Rainer María Rilke (12) Laura López Morales (11) Música (11) Rodolfo Edwards (10) Carlos Bousoño (9) Victor Saturni (9) Adrian Salagre (8) Eugenio Mandrini (8) Federico Garcia Lorca (8) Horacio Goslino (8) Inés Arredondo (8) José María Castellano (8) Juan Jacobo Bajarlia (8) Julio Requena (8) Roque Dalton (8) Allen Ginsberg (7) Andres Utello (7) Antonio Porchia (7) Basho (7) Carlos Oquendo de Amat (7) Charles Simic (7) Conde de Lautréamont (7) Francisco Rodríguez Criado (7) Gaspar Pio del Corro (7) Gerardo Coria (7) Gianni Rodari (7) Hans Magnus Enzensberger (7) Leonard Cohen (7) Li Bai (7) Li Po (7) Litai Po (7) Lope de Vega (7) Norah Lange (7) Oliverio Girondo (7) Pedro Serazzi Ahumada (7) Robert Frost (7) Eduardo Galeano (6) Gregory Corso (6) John Forbes (6) Revista El Gato del Espejo (6) Torquato Tasso (6) Victoria Colombini Lauricella (6) William Shand (6) Círculo de Narradores de Traslasierra “ Paso del Leon” (5) Hugo Mujica (5) Jorge Luis Borges (4) Leopoldo Lugones (4) Eduardo "Lalo" Argüello (3) Encuentro Internacional de Poetas "Oscar Guiñazù Alvarez (3) Roberto Bolaño (3) Tomas Barna (3) Pablo Anadón (2) Pablo Neruda (2) Ricardo Di Mario (2) Roberto Juarroz (2) Rubén Darío (2) Susana Miranda (2) Walter Ruleman Perez (2) Antonio Machado (1) Beatriz Tombeur (1) Eduardo Fracchia (1) Enrique Banchs (1) Enrique Molina (1) Ernesto Sábato (1) Jose Caribaux (1) Juan Gelman (1) Julio Cortázar (1) Mario Pacho O Donnell (1) Ricardo Piglia (1) Victoria Ocampo (1)