El camión le dejó en un lugar llamado Plains. Las calles eran muros de ladrillo. Los coches-patrulla corrían en todas direcciones. Mientras buscaba un motel vio una incomprensible cantidad de vehículos circulando. Encontró un motel que se anunciaba: «Suave como el Terciopelo: Habitaciones de Lujo.» Pensó que se tenía merecido el terciopelo. Lo que más ansiaba era precisamente el tacto del terciopelo. Ese terciopelo podía ser un refugio después de tanta carretera.
Tomó la habitación más cara sin preocuparse de si valía lo que pedían por ella. La habitación tenía un olor sintético que le pareció imposible de identificar. Quizá fuera el de la espuma seca de las alfombras. Las paredes estaban forradas de terciopelo rojo. La colcha era de terciopelo rojo. Las sillas estaban tapizadas de terciopelo rojo. La alfombra era de terciopelo rojo. El lavabo era rojo. Las cortinas eran rojas. Todos los rojos eran el mismo rojo. No había ningún rojo más rojo que los otros rojos, ni menos rojo que su vecino. La habitación era una roja venganza de ter ciopelo. Se instaló en ella como si estuviera en su casa.
Conectó la TV. Un Predicador predicaba con lenguaje de signos para sordomudos. Se fijó en que el signo que significaba «Jesús» consistía en golpear alternativamente las palmas de una y otra mano con el dedo corazón, denotando los clavos de la cru cifixión. Bajó el volumen y estuvo fijándose en las manos del Predicador. Tuvo la sensación de que el lenguaje saltaba al interior de la habitación. («Y ninguno de sus huesos será quebrado.»)
Se quedó dormido en la ducha, de pie. Soñó en un hombre al que había conocido de pequeño. Atado a un sicomoro. Quemado sin motivo alguno. Al árbol le quedó una hendidura negra que finalmente se cerró, y no quedó más huella que la rosada corteza. Tan limpia como el mentón de un bebé. Cuando despertó todavía podía ver a aquel hombre. Pensó que llovía sobre su cabeza. Y el hombre flotaba. Y las cenizas del cadáver de aquel hombre goteaban por su cara.
(«Y ninguno de sus huesos será quebrado.»)
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Plains, Texas
Sam Shepard de Crónicas de motel, editorial Anagrama (1982) Traducción de Enrique Murillo
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