3 La palabra «adiós», Gianni Rodari. De Gramática de la fantasía (1973)
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La palabra «adiós»
En las escuelas de Reggio Emilia nació, hace algunos
años, el «juego del canta-historias». Los niños, por turno, suben a una tarima
parecida a una tribuna y explican a sus compañeros, sentados en el suelo, una
historia que van inventando. La maestra la transcribe, y el niño vigila que lo
haga sin olvidar ni cambiar nada. Después el niño ilustra su propia historia
con una gran pintura. Más adelante analizaré una de estas historias
espontáneas. Ahora el «juego del cantahistorias» me sirve de premisa para lo
que sigue.
Después que yo hablase del modo de inventar una historia
partiendo de una palabra dada, la enseñante Giulia Notari, del colegio Diana,
preguntó si algún niño se sentía capaz de inventar una historia con este nuevo
sistema y sugirió la palabra «adiós». Un niño de cinco años nos explicó esta
historia:
«Un niño había perdido todas las palabras buenas y le
quedaban sólo las sucias: mierda, caca, cagarro, etcétera.
Entonces su mamá lo llevó a un médico, que tenía los
bigotes largos así, y le dice: -Abre la boca, fuera la lengua, mira arriba,
mira adentro, hincha los mofletes.
El doctor dice que debe ir por todas partes para buscar
una palabra buena. Primero encuentra una palabra así (el niño indica una
longitud de cerca de veinte centímetros) que era “buf”, que es mala. Después
encuentra una así de larga (cerca de cincuenta centímetros) que era
“arréglatelas”, que es mala. Después encuentra una palabrita rosa, que era
“adiós”, se la mete en el bolsillo, se la lleva a casa y aprende a decir las
palabras amables y se vuelve bueno.» Durante la narración, en dos ocasiones los
oyentes interrumpieron para recoger y desarrollar puntos que aparecían en la
historia:
Primero, sobre el tema de las palabras «sucias»,
improvisaron alegremente una letanía de las llamadas «palabrotas», recitando
toda la serie de las que conocían y que les había evocado la primera. Lo
hacían, obviamente, como un desafío, en un juego liberador, de comicidad
escrementicia, que conoce bien quien tenga que ver con los niños. Técnicamente,
el juego de las asociaciones se desarrollaba en el plano que los lingüistas
llaman «tablero de selección»
(Jakobson), como una búsqueda de palabras similares en una
cadena de significados. Pero estas nuevas palabras no representaban una
distracción o abandono del tema central de la historia, por el contrario
aclaraban y determinaban su desarrollo. En el trabajo del poeta, dice Jakobson,
el «tablero de selección» se proyecta sobre el «tablero de combinación»: puede
ser un sonido (una rima) el que evoque un significado, una analogía verbal la
que suscite la metáfora.
Cuando un niño inventa una historia sucede lo mismo. Se
trata de una operación creativa que tiene también un aspecto estético: aquí nos
interesa la creatividad, no el arte. En una segunda ocasión, los oyentes
interrumpían al narrador para desarrollar el «juego médico», buscando
variaciones al tradicional «saca la lengua». Aquí la diversión tenía un doble significado:
psicológico, en cuanto servía para desdramatizar,
dotándola de comicidad, la figura siempre un poco temida del médico; y de
competición, para ver quien encontraba la variación más sorprendente e
inesperada («mira adentro»). Un juego así es el principio del teatro,
constituye la unidad mínima de la dramatización.
Pero volvamos a la estructura de la historia. En realidad
ésta no se basaba exclusivamente en la palabra «adiós», ni en su significado ni
en su sonido. El niño que explicó la historia había tomado como tema «la
palabra adiós», en su conjunto. De aquí que en su imaginación no prevaleció
-aunque se produjo en algún otro momento- la búsqueda de palabras aproximadas o
similares, ni la de situaciones en que la palabra fuera usada de uno o tal modo:
incluso el uso más habitual de la palabra «adiós» fue sustancialmente
rechazado. En cambio la expresión «la palabra adiós» dio lugar inmediatamente,
sobre el «tablero de selección», a la construcción de dos clases de palabras:
las «palabras buenas» y las «palabras sucias», y sucesivamente, por medio del
gesto, a otras dos clases, la de las «palabras cortas» y la de las «palabras
largas».
Este último gesto no constituía una improvisación sino
una apropiación. Con toda seguridad, el niño había visto un anuncio de la
televisión en que dos manos aparecen aplaudiendo para separarse mientras entre
las dos surge alargándose el nombre de una marca de caramelos. El niño repescó
este gesto en su memoria, para utilizarlo de forma original y personal.
Curiosamente rechazó el mensaje publicitario para recoger el implícito, aunque
no pretendido ni programado por el anunciante: el gesto que mide la longitud de
las palabras. Lo cierto es que nunca podemos estar seguros de lo que los niños
aprenden viendo la televisión; ni debemos menospreciar su capacidad de reacción
creativa ante aquello que ven.
En la historia intervenía, en el momento justo, la
censura ejercitada por el modelo cultural. El niño definía como «sucias» las
palabras que en casa le han enseñado a considerar como inconvenientes. Aquellas
palabras que los padres le han enseñado que no debe decir. Pero él se
encontraba en un ambiente educativo adecuado para superar ciertos
condicionamientos; una escuela no represiva donde nadie le riñe ni le grita si
usa «aquellas palabras». Desde este punto de vista el resultado más
extraordinario de la historia fue el abandono final de las dos clases de
palabras establecidas en un principio.
Las palabras «sucias» que el niño de la historia
encontraba en su búsqueda -«buf», «arréglatelas»- no son sucias o feas en
relación a un modelo represivo: son, en cambio, las palabras que alejan, que
ofenden a los otros, que no ayudan a hacer amigos, a estar juntos, a jugar
juntos. Así no son simplemente lo opuesto a las palabras «buenas», sino a las
palabras «justas y gentiles».
Aquí vemos el nacimiento de un tipo de palabras nuevas,
que revelan los valores que el niño aprende en la escuela. Su mente llega a
este resultado por medio de las imágenes absorbidas por el niño que gobiernan
el proceso de sus asociaciones, poniendo en acción toda su pequeña
personalidad.
Queda claro por qué «adiós» debe ser una «palabrita
rosa»: el rosa es un color delicado, amable, en ningún modo agresivo. El color
es una indicación de valor. Es una lástima no haber preguntado al niño: «¿por
qué rosa?» Su respuesta nos habría dicho algo que ahora no sabemos y que ya no
podemos reconstruir.
Gianni Rodari
De Gramática de la fantasía (1973)
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