El vellocino de oro
Tienes que admitir la súplica de un dios
hecha desde tus aros;
parte de tu más puro y hermoso sueño,
el lóbulo mismo de tu seducción.
Es el mismo dios que emerge
de tus caderas en la danza,
el mismo dios que te da tal alegría
en la posesión, el mismo dios
que dice que toda pasión, toda verdad
está en tus momentos
del más grande placer.
Karen Alkalay-Gut
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